La inquisidora

By Haley3100

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Lisaira Fort es una temible inquisidora cuya misión es perseguir herejías por todo lo ancho de la galaxia. Ju... More

Parte 1

Parte 2

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Capítulo 2

Iarlax escuchó la breve explicación de la inquisidora luego de que sacaran el cuerpo del muchacho de la celda. Le costó creer que Lisaira le hubiera otorgado el perdón después de todos los problemas que la policía tuvo para capturar al maldito bastardo. Pero así era la inquisición: una simple palabra de sus tenebrosos miembros bastaba para desvanecer una vida o para prolongarla según su código de conducta.

—Habló de alguien llamado Ponce. Dijo que se reúnen en cierto Templo del Sur.

—Eso no puede ser —habló uno de los oficiales que estaba entre el sequito del gobernador—. Mis tropas han limpiado se lugar de herejes y rebeldes.

—Los impíos se ocultan —explicó la inquisidora—. Son como cucarachas que deben ser exterminadas. Prepare una patrulla. Iremos a investigar en este momento.

—¿No desearía tomar un descanso? —Preguntó Iarlax, ansioso por ganarse el aprecio de la inquisidora—. El viaje a través del Infrauniverso debe haber sido agotador.

—Y me tomará tiempo organizar un plan de búsqueda —añadió el oficial de antes. Tras darse cuenta de la mirada interrogativa de Lisaira, se apresuró a presentarse—. Soy Alan, comandante de las tropas de defensa al servicio del gobernador.

Robian se acercó a la inquisidora y la miró con ojos preocupados. La capucha cubría su cabeza y sus ojos carmesís brillaban como dos gotas de lava.

—¿Tienes hambre? —Preguntó Lisaira. Robian asintió y la mujer no tuvo más remedio que tomar la propuesta del gobernador—. Nos quedaremos un rato. Tiene razón: el viaje a través del Infrauniverso fue agotador. Mi mutante necesita descansar y nutrirse.

Iarlax sonrió como si hubiera ganado un premio y ordenó a sus colegas que prepararan la mejor habitación del hotel más lujoso de la ciudad. No escatimaría en gastos para mantener a la inquisidora. Por su parte, los instintos de Lisaira destellaron al preguntarse por qué Iarlax estaba desesperado por ganarse su favor, y por qué Alan había protestado contra su plan de ir a investigar en el templo.

Los inquisidores eran temidos en cualquier planeta del Iglesia del Patriarca. A diferencia de los generales que surcaban el universo comandando sus enormes flotas de batalla, los guerreros de la Inquisición inspiraban miedo y eran sinónimo de castigo. Pocos eran los que habían desafiado a un inquisidor y habían sobrevivido después de eso.

Desde luego, nadie había cuestionado las ideas de Lisaira y eso la dejó un poco trastocada y con sus sentidos en alerta.

***

Los colaboradores de Iarlax la llevaron en un auto blindado hasta el hotel Maximus. Un edificio de varias plantas rodeado de vegetación artificial. En presencia de Lisaira, Alan ordenó que todo el piso diez fuera vaciado y apostó soldados en los cuatro puntos cardinales para mantener lejos cualquier intento de manifestación. Se le dijo a la gente curiosa que un gran general estaba de visita y que tenían que mantener la seguridad. De haber dicho que una inquisidora estaba en la ciudad, el pánico habría cundido y los rebeldes devotos al culto no habrían dudado en sumir todo en el caos.

—¿Qué opinas de Iarlax? —Preguntó Lisaira a Robian. El chico se estaba desnudando para entrar a la ducha. Lisaira vio los tatuajes negros que recorrían toda su espalda. Eran marcas sagradas que mantenían su mutación controlada. Carraspeó y se preguntó por qué él seguía insistiendo en bañarse a su lado.

O tal vez ella se lo permitía.

—Creo que miente —respondió girándose hacia la inquisidora. El torso desnudo estaba cubierto de algunas cicatrices—. Y opino lo mismo de Alan, el comandante. O sus fuerzas son muy débiles e hizo un mal trabajo, o está escondiendo algo.

Lisaira confirmó que no era la única que pensaba igual. Los humanos sin entrenamiento engañaban y ella estaba preparada para saberlo. Había nacido con ese don para encontrar las mentiras y, en consecuencia, tenía problemas para relacionarse con las personas. Incluso entre sus compañeros inquisidores, Lisaira era considerada como una mujer siniestra y solitaria.

Se quitó la armadura y el uniforme para entrar a bañarse con Robian. Se recostaron en la bañera y Lisaira tomó una suave esponja para lavarle la espalda. La llenó de espuma y se permitió acariciar los tatuajes de supresión que oscurecían la piel de la mutante. Era sorprendente lo fácil que Robian podía pasar por una persona corriente.

—¿Cuánto tiempo permaneceremos aquí? Quiero volver a casa.

—Lo que haga falta —respondió dejando caer una taza de agua sobre la espalda—. Yo te protegeré si las cosas se ponen feas. Eres mi aprendiz.

—Tengo miedo —la joven se volvió y abrazó a Lisaira, que se sorprendió por ese gesto tan poco usual. Se ruborizó un poco el rostro del muchacho escondido entre sus senos. No dejaba que nadie la tocase. Sólo Robian se atrevía, y aunque mayor, seguía comportándose como un niño.

Sin embargo, correspondió al abrazó y apretó a Robian contra su cuerpo, prometiéndole que siempre lo protegería.

***

Dos destacamentos de guardias locales salieron en carros blindados al caer la tarde. Alan comandaba las fuerzas e iba en el deslizador en vanguardia y recorría el árido desierto dejando tras de sí un rastro de arena y polvo. Sus cabellos negros se agitaban cual serpientes vivas. Acarició la insignia de la guardia que estaba adherida a la placa pectoral de su armadura y sonrió ante la perspectiva de una batalla. Tal vez las palabras de la inquisidora estaban en lo cierto y en el templo del sur habría algún enemigo dispuesto a hacerles frente. Alan se mostró comprometido con su sagrada labor y miró por encima de su hombro al carro que venía detrás, donde estaba Lisaira y su mutante, Robian.

La primera vez que las vio, se sintió atraído por la belleza exótica de la inquisidora. Había leído un poco sobre ella y se había enterado de que, su más grande logro en la Inquisición, había sido el de ordenar un bombardeo orbital contra el planeta Salax hasta reducirlo a una roca sin capacidad de albergar vida durante al menos mil años. Todo por culpa de un brote de herejía que culminó en derramamiento de sangre y en la caída del sistema político de aquel desgraciado planeta. Lisaira jamás tuvo opción. A veces, los mundos eran devorados por los adoradores del Falso Dios y había que purgarlos por completo.

Se sintió mejor sabiendo que una mujer como ella estaba secundando su operación, pero también se llenó de terror al imaginar que Lisaira dejaba caer el hacha sobre Velcros para reducirlo a la nada. Así pues, Alan se sintió responsable por lo que le sucediera a su gente y maldijo a los rebeldes del culto que habían traído la desgracia.

El comboy llegó a los territorios del Templo del Sur, una antigua construcción que había pertenecido a los primeros habitantes de Velcros y que tuvo su mayor relevancia trescientos años atrás. Después de interminables guerras entre tribus separatistas, los terrenos habían sido destruidos y las disputas territoriales acabaron en una guerra que duró casi treinta años. Como resultado, el templo era una de las varias construcciones que permanecían olvidadas y era un buen sitio para los criminales.

Los carros se detuvieron delante de los arcos de piedra que conducían al edificio principal. La roca estaba desgastada y ennegrecida como recuerdo de los incendios. A Lisaira no le sorprendió encontrar esqueletos destartalados y dispersos por la zona. Algunos habían sido cubiertos por la arena, pero el viento siempre los sacaba a la vista. Observó en las paredes los rastros de armas de fuego y manchas de sangre que, si bien no pertenecían a las mejores épocas de templo, tampoco eran muy recientes.

—Aquí hay algo —dijo Robian, olisqueando el aire y bajándose la capucha. Su abrigo de lana se agitó con el viento.

—¿Algo humano o no?

—Humano, sin duda.

Lisaira le puso una mano en la cadera.

—No te separes de mí. Los combates en la vida real no son como en los entrenamientos. De verdad puedes morir.

Como si sus palabras hubieran sido una invocación, de repente el guardia que estaba encima de la torreta del carro blindado, cayó con la cabeza hecha papilla a causa de un disparo perfecto. Los guardias se colocaron en posiciones defensivas y Lisaira tiró a Robian al piso mientras las balas enemigas llovían de todas direcciones.

—¡Escudo! —Ordenó a su anillo multiusos y una barrera transparente se levantó alrededor de ella y del mutante. Las balas rebotaron sobre su superficie cristalina y calentaron el anillo en el dedo de la inquisidora. Logró levantar a Robian y se la llevó detrás de una columna derribada.

¿Un templo vacío? Sí, como no. A pesar del peligro, Lisaira sonrió porque al fin tendría la oportunidad de servir a la Santísima Inquisición como se suponía que debía hacer.

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