Invocadora [COMPLETA]

By NanaLiteraria

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[HISTORIA TERMINADA] Lara vive en Azor, un pequeño pueblo costero donde nunca pasa nada. La llegada de un nue... More

¿Qué te vas a encontrar en INVOCADORA?
PRÓLOGO
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28 - SEGUNDA PARTE
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EPÍLOGO
¿Te ha gustado?

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By NanaLiteraria

Es por la mañana. Estamos en el coche. El sonido del motor nos envuelve a ambos. Leo me ha vuelto a traer una tostada, aunque me la ha dado sin decir nada y con la cara torcida, como si no lo hiciera por su propia voluntad. Como si alimentarme fuera una tarea más de todas esas responsabilidades que se ha autoimpuesto.

Mi madre me ha dejado sorprendentemente en paz con el tema de «la amiga», pero no espero que esa situación dure mucho. Estoy pensando en esto cuando, de repente, Leo rompe el silencio con el último tema de conversación que yo hubiera esperado:

—Lo de la virginidad era broma, ¿no?

—¿Perdona?

—Dijiste «no es como si te estuviera ofreciendo mi virginidad» —me recuerda.

Mi propia broma viene a mi cabeza con sus palabras, y no puedo evitar una pequeña risa de incredulidad. No pensaba que fuera algo que nadie se fuera a tomar en serio.

—¿Qué pasa? ¿Crees que es algo que ya no puedo ofrecer? —bromeo, en un tono un poco coqueto que me sorprende a mí misma.

—Eso no es de mi incumbencia.

—Pues pareces bastante interesado en el tema.

—No sé cómo son esas cosas con los jóvenes de hoy en día —Y veo un atisbo de sonrisa jugar con las comisuras de sus labios.

—¡Cuidado! ¡Que estoy hablando con el anciano del pueblo! ¡El centenario! ¡Veintisiete años, a un tiro de piedra de la jubilación! ¿Te has dejado el andador en casa, abuelete?

Se carcajea, y el sonido de su risa me suena como las campanas que anuncian la victoria en una guerra. El ambiente se relaja de manera instantánea, como si fuera el bálsamo que necesitábamos para dejar de tensar los músculos.

—Bueno, lo que sí que te voy a dar es mi primera vez... mi primera vez convirtiendo a alguien en una bestia parda.

—Pero no la última. —puntualiza, alzando el dedo índice.

—No la última —concuerdo—. Tengo la sensación de que no va a ser algo demasiado exclusivo.

Ese momento, en el que los dos estamos de acuerdo y ninguno a la defensiva se me antoja irreal, una utopía. Parece que no hemos dejado de discutir, de pincharnos, desde que nos conocemos. Es un remanso de paz en toda esa guerra que nos hemos montado.

— ¿Tienes miedo? —pregunto entonces.

— ¿A qué te refieres?

Por su tono, deduzco que sabe exactamente lo que lo estoy implicando, pero debe estar intentando ganar tiempo para pensarse su respuesta. Decido garantizarle ese tiempo, por una vez:

—A la transformación. ¿Te da miedo?

Se lo piensa unos segundos, como no puede ser de otra manera con él.

—Un poco —reconoce—. Sería un estúpido si no tuviera miedo. Pero, ¿sabes? Me da más miedo no hacerlo. Llevo toda la vida pensando que estoy a medias. Esta es mi oportunidad de estar completo, por una vez.

—No me gusta nada la forma de pensar de vuestra familia.

Tengo que reconocer que no he meditado mis palabras antes de soltarlas, pero eso no es ninguna novedad. Creo poder afirmar que ya estoy en un punto de mi vida en el que suelto lo que suelto y después hago evaluación y reparación de daños. Pero la expresión que me dirige Leo en ese momento es para enmarcarla, porque desde luego no se debía esperar algo tan poco educado por mi parte, incluso a pesar de estar empezando ya a conocerme.

—¿Cómo has dicho?

Respiro hondo, decidida a, al menos, no empeorarlo. Desde luego, paso de amar la tregua a querer pelea en un solo instante, como si mis emociones no tuvieran control alguno.

—Toda vuestra mentalidad se centra en que por vosotros mismos no sois suficientes —Intento centrar la mirada en la carretera, aún sabiendo que queda poco para que lleguemos a la Facultad y que ahí se escapará mi oportunidad de explicarme del todo—. El amor lo veis como dos mitades que se pasan la vida buscándose y que solo son un todo cuando están juntas. Y ahora resulta que, además, no solo eres una mitad, sino que eres un cuarto de persona esperando recuperar su dualidad. Me da pena pensar que ninguno os creéis suficiente por vosotros mismos. Que estáis esperando un cambio en lugar de centraros en estar en paz con vuestro interior, con quien sois ahora. Los cambios son positivos, sobre todo si los buscas, pero hay que poder vivir con la posibilidad de que no sucedan. Créeme, llevo toda la vida luchando contra eso.

Noto algo. Algo en él que tiembla. Su esencia, que se sacude lentamente como eligiendo una dirección. Parece estar absorbiendo lo que acabo de decir, como si fuera algo que nunca se hubiera planteado. Si no le hizo gracia recibir consejo de su hermano pequeño, me puedo imaginar lo que le parece recibirlo de una semi-desconocida a la que además considera una chiquilla inmadura. Pero aun así, y aunque me espero que refunfuñe o que proteste de alguna manera, no lo hace.

Se limita a entrar en el aparcamiento de la Facultad, aparcar y esperar a que salga del coche. Le concedo el silencio esta vez, le concedo el no responderme. Considero que he sido bastante atrevida metiéndome en su vida como lo he hecho, y que al menos le debo el dejarle espacio para decidir si me odia o no. Porque desde luego, su esencia está tan sacudida en ese momento que yo misma soy incapaz de saberlo.


🐻🐻🐻


Cris no está muy feliz conmigo. Y no me hace falta sentir su esencia —aunque tiene una pequeña chispa de dualidad, si me fijo con la suficiente fuerza— para saberlo. Me lo dice todo su cuerpo, que está girado ligeramente hacia el otro lado aunque siga sentada como siempre en clase. Me lo dice su mirada, que me evita con el mentón ligeramente alzado. Hoy lleva todo el cabello rubio lleno de trenzas y adornado con cuentas extravagantes que, de nuevo, solo le quedan bien a ella, y me encantaría poder decírselo... si me dirigiera la palabra. No es que esté enfadada conmigo, en ese caso ya me estaría gritando, pero sé que algo le pasa. Que algo mal estoy haciendo.

Disimuladamente, consulto mi WhatsApp para ver en qué hoyo me he metido, y cómo salir de él. Bueno, diez mensajes a los que no le he contestado, y solo un día de retraso. Aún estoy a tiempo de salvar la situación. Le contesto con un par de gifs de gatitos pidiendo perdón, y le propongo dar un paseo juntas esta tarde.

«Si a ellos no les parece bien, que me vigilen desde los arbustos» pienso, muy convencida.

Veo cómo saca el móvil y se queda unos segundos (que se me hacen eternos) mirando a la pantalla, alzando un poco las cejas. Finalmente, teclea algo y dirijo una mirada un tanto desesperada a mi teléfono.

Un icono de un cerdito y otro de una cerveza. Muy buena señal.

Sonrío mientras intento evitar la mirada de Nico, que parece tener mucha curiosidad sobre lo que está pasando.

—No me has dado tu número —me murmura al oído en ese momento.

—No me lo has pedido —le respondo, con un escalofrío ya instalado en la parte baja de mi espalda.

Sin decir nada más pero con su perenne sonrisa, deja su móvil encima de la mesa larga que compartimos y lo arrastra con el puño en mi dirección. La pestaña de Contactos está abierta y sus intenciones son más que claras.

Su sola cercanía me altera de una manera impresionante. Como cuando estás nerviosa por un examen para el que apenas has estudiado, o sabes que la has liado y tu madre está a punto de llegar.

Y no me gusta.

Lo que le he dicho a Leo, lo siento de verdad. Estoy convencida de mis propias palabras. Y no quiero ser una hipócrita. Soy una bocazas, una bromista, muy inoportuna... pero no soy una incoherente ni una mentirosa.

Aun así, agarro el móvil y con dedos un tanto temblorosos, tecleo mi número y me guardo como «La señora Invocadora», lo que genera una risita que nos hace ganarnos la mirada reprobatoria de la profesora.


🐻🐻🐻


Hay exactamente diecisiete casas que separan la mía y la de Cris, y conozco a todos los vecinos. Podría recorrer el camino con los ojos cerrados. Y mientras tanto iría afirmando, con seguridad y sin ningún temor a equivocarme, por qué hogar voy pasando, sin ver absolutamente nada. Ese es el número de veces que me he recorrido ese trecho.

Hasta aquí, todo normal, conocido, rutinario. Lo surrealista del asunto reside en que Lula y Nico me han anunciado que van a mantenerse a una distancia prudencial, pero que básicamente van a seguirnos a Cris y a mí durante todo el paseo. Así que al final mi teoría sobre los arbustos ha resultado no ser tan descabellada. Les he advertido que voy a saber a la perfección dónde están, y que si se sitúan lo suficientemente cerca como para oír nuestra conversación les pienso no solo degollar, sino negar la transformación en redondo.

Espero que mi amenaza haya surtido efecto mientras doy dos toquecitos a la valla desgastada que cierra el jardín de Cris, sabiendo que sus dos hermanos pequeños ya me han visto caminar hacia allí y le habrán anunciado mi presencia a gritos.

Mi mejor amiga aparece, con las mismas trenzas pero expresión diferente. Todo lo que ella necesitaba —y yo lo sé— era un gesto por mi parte que le demostrara que, a pesar de que ha entrado gente nueva en mi vida, ella sigue siendo lo más importante. Hemos pasado por toda nuestra adolescencia juntas; de ahí he salido con varios convencimientos de los cuales ese es, sin duda, el más central. Creo que entre eso y el hecho de que ella sepa exactamente cuándo debe dejarme mi espacio si estoy triste, hemos construido una relación a prueba de bombas. Porque nuestra amistad sale reforzada de cada situación difícil. No puedo menos que sonreír, y después le saco la lengua.

—¿Te han avisado los nenes?

—Me lo han chillado a través de la puerta del baño. Ya no me dejan ni mear tranquila.

Los dos hermanos de Cris tienen seis y ocho años, y aunque son puro amor —la verdad es que las dos coincidimos en que no se puede quejar de eso—, están en una etapa muy pesada en la que llevan bien asentados un par de añitos. La idolatran y estoy segura, sin necesidad de preguntarle, de que han insistido en venir con nosotras en el paseo. Resulta bastante curioso que, por el contrario, sus dos hermanas mayores pasen por completo de ella.

Me da un golpe con el hombro que hace que las cuentas de sus trenzas bailen y me apunto el preguntarle en algún momento cómo se ha hecho aquello. Yo siempre he sido una negada para hacerme cualquier tipo de peinado —y lo demuestra la coleta alta que suelo llevar cuando me molesta el pelo suelto, mis únicos dos looks— pero alguna vez ha conseguido enseñarme algún truco que me ha venido estupendamente.

—¿Todo bien? —me pregunta justo al empezar a andar.

—¿Eh? —me hago la despistada, y me duele en el alma el tener que hacerlo— ¿Por qué lo dices?

—Estás rara.

Sus palabras resumen tanto mi situación actual que casi me dan ganas de empezar una carcajada, pero me frena el convencimiento de que me quedaría sola y pareciendo una chalada.

—Estoy rara —concuerdo, porque resultaría inútil negarlo—. Es demasiada gente nueva. Y lo de Nico... bueno, me turba. Ya sabes.

—¿Cómo que te turba? ¿Te raya?

—No, me turba. Rollo que me deja confundida... ya sabes.

—¿Estás leyendo más? Ese vocabulario no lo tenías antes —se burla.

—Igual sí, y eso es lo que me pasa. Que me estoy cultivando y te estás quedando atrás —correspondo.

—Pues dime qué tengo que leer para que de repente un buenorro desconocido se enamore locamente de mí, porque lo tuyo parece de una peli de High School Musical.

Dejo salir esa carcajada que pujaba en mi garganta desde hace rato.

—Joder, ni yo misma podría haberlo definido mejor —reconozco—. Pero venga, tienes que reconocer que son muy majos. Lula es un amor.

—Lula es un amor —concuerda—. Y muy divertida, la verdad. No nos viene mal renovar un poco la energía en este pueblo de mierda.

—Uy, pueblo de mierda —silbo—, eso es que estás de malas.

—Estoy un poco cansada de la situación en casa, ya sabes.

Lo que sí sé es que no me va a decir nada más. Al menos, no ahora. Necesita un par de días, y que se tranquilicen las cosas, para contármelo y desahogarse. Por el momento, y aunque la note con el agua al cuello, prefiere tragar líquido que dejarse ayudar. Y ella funciona así, así que no me queda otra que aceptarlo.

—Creo que es bueno. Nico —aclara, distraída—. Que te trataría bien. Noto que te controlas, como si no te fiaras del todo de él. No creo que te vaya a hacer daño.

—Tengo miedo de hacerme daño yo —confieso—. Veo que siente algo muy fuerte y no me parece... natural. Quiero conocerle bien antes de que pase nada... ¿estoy loca?

—Sí —dice, sin pensarlo y muy seria—. Pero también tienes razón. Aunque nos hablan del amor como todo lo contrario a lo razonable. Igual se trata de eso. De que nada te tenga sentido.

—O igual se trata de buscárselo tú.

Me sonríe, y en ese momento tengo clara una cosa: si hay un tipo de amor en el que merece la pena creer a ciegas, es en el amor de hermanas que nos une a nosotras. Y me prometo a mí misma hacer todo lo posible para no decepcionarla ni hacerla sentir abandonada durante este proceso, durante esta guerra.

Y sé en el mismo momento en el que me lo prometo que incumpliré mi promesa tantas veces que acabará resultando doloroso.

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Cris al final la más sabia, qué queréis que os diga.

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