Te acercabas a ella y se alejaba.
Debías tenerle paciencia, pero yo no podía controlar
los sentimientos que surgían en mi interior.
Si la tocabas se marchitaba.
Si la mirabas te sofocaba.
Si le hablabas, no respondía.
Pasaba de las sonrisas al odio, de la ternura a la locura.
Corría y saltaba. Se detenía a observar todo.
Se estaba matando en silencio.
Si alguien la hubiese salvado, si yo la hubiese abrazado,
tal vez no debería ir al cementerio.