Mansfield Park Jane Austen

By MoonGreen823

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Siendo una niña y debido a la abundancia de hijos y a la escasez de medios para mantenerlos, Fanny Price es... More

CAPITULO I
CAPITULO II
CAPITULO III
CAPITULO IV
CAPITULO V
CAPITULO VI
CAPITULO VII
CAPITULO VIII
CAPITULO IX
CAPITULO X
CAPITULO XI
CAPITULO XII
CAPITULO XIII
CAPITULO XIV
CAPITULO XV
CAPITULO XVI
CAPITULO XVII
CAPITULO XVIII
CAPITULO XIX
CAPITULO XX
CAPITULO XXI
CAPITULO XXII
CAPITULO XXIII
CAPITULO XXIV
CAPITULO XXV
CAPITULO XXVI
CAPITULO XXVII
CAPITULO XXVIII
CAPITULO XXIX
CAPITULO XXX
CAPITULO XXXI
CAPITULO XXXII
CAPITULO XXXIII
CAPITULO XXXIV
CAPITULO XXXV
CAPITULO XXXVI
CAPITULO XXXVII
CAPITULO XXXVIII
CAPITULO XLIX
CAPITULO XL
CAPITULO XLI
CAPITULO XLII
CAPITULO XLIII
CAPITULO XLIV
CAPITULO XLVI
CAPITULO XLVII
CAPITULO XLVIII

CAPITULO XLV

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By MoonGreen823


Cuando llevaba alrededor de una semana en Mansfield, desapareció el peligro inmediato de Tom, y tanto se habló de su mejoría que su madre se tranquilizó por completo; pues, Acostumbrada a verle en aquel estado de gravedad y postración, sin que a sus oídos llegaran más que las noticias buenas y sin ir jamás con el pensamiento más allá de lo que oía; sin la menor predisposición a la alarma ni la menor aptitud para captar la insinuación, lady Bertram era la persona más a propósito para las pequeñas ficciones de los médicos. La fiebre había remitido; la fiebre había sido su mal; por lo tanto, pronto estaría restablecido. Lady Bertram no podía ser menos optimista, y Fanny compartió la seguridad de su tía hasta que recibió unas líneas de Edmund, escritas con el propósito de darle una idea más clara sobre el estado de su hermano, y darle a conocer las intenciones de su padre y propias, teniendo en cuanta lo que había dicho el médico respecto a ciertos síntomas de tisis que parecían apoderarse de su organismo al desaparecer la fiebre. Juzgaban oportuno no atormentar a lady Bertram con alarmas que, era de esperar, resultarían infundadas; pero no había razón para que Fanny desconociera la verdad: temían por sus pulmones.

Unas pocas líneas de Edmund le hicieron ver al paciente y lo que era la habitación del enfermo bajo una luz más clara e intensa de lo que podrían ofrecerle todos los pliegos de lady Bertram. Difícilmente hubiera podido encontrarse en la casa otra persona que no pudiera describirlo, según su apreciación personal, mejor que ella; otra persona que no fuera en ciertas ocasiones más útil a su hijo. Ella no sabía más que hacer que deslizarse quedamente y contemplarle; pero cuando el enfermo estaba en condiciones de hablar, de que le hablaran o que le leyeran, Edmund era el preferido. Tía Norris le mortificaba con sus cuidados, y si Thomas no sabía reducir el tono ni la voz al nivel de su extenuación e irritabilidad. Edmund lo era todo en todo. Al menos así quería considerarle Fanny, que notó que su estimación por él ara mucho más fuerte que nunca a l saber cómo cuidaba, sostenía y animaba a su hermano enfermo. No era tan solo la debilidad del reciente achaque lo que había que cuidar; también había, según pudo ahora Fanny descubrir, nervios muy alterados que calmar y ánimos muy abatidos que levantar; e imaginaba que había, además, un espíritu muy necesitado de un buen guía.

En la familia no había antecedentes de tisis, por lo que Fanny se inclinaba más a esperar que a temer por su primo..., excepto cuando pensaba en Mary Crawford; porque Mary le daba la impresión de ser la niña de la suerte, y para su egoísmo y vanidad sería una gran suerte que Edmund se convirtiera en el hijo único varón.

Ni siquiera en el cuarto del enfermo era olvidada la dichosa Mary. La carta de Edmund llevaba esta posdata:

"Sobre el asunto de mi interior, había ya empezado una carta cuando hube de ausentarme por la enfermedad de Tom; pero ahora he cambiado de idea, pues temo la influencia de sus amistades. Cuando Tom mejore, iré yo mismo."

Tal era el estado de las cosas en Mansfield, y así continuó, sin modificarse apenas, hasta Pascua. El renglón que a veces añadía Edmund en las cartas de su madre, bastaba para poner al corriente a Fanny. La mejoría de Tom era de una lentitud alarmante.

Llegó Pascua... singularmente retrasada aquel año, como Fanny había advertido con pesar en cuanto se enteró de que no tendría oportunidad de abandonar Portsmouth hasta que hubiera trascurrido. Llegó Pascua y nada sabía aún de su regreso. Su tía expresaba a menudo el deseo de tenerla a su lado; pero no llegaba aviso ni mensaje de su tío, del cual dependía todo. Suponía que no consideraba oportuno aún dejar a su hijo; pero era una terrible demora para ella. Abril tocaba a su fin. Pronto se cumplirían tres meses en lugar de dos, que se había alejado de todos ellos, y que venía pasando sus días como en una condena, aunque les quería demasiado para desear que lo interpretasen exactamente así. Sin embargo, ¿quién podía decir hasta cuando no habría ocasión para acordarse de ella o iría a buscarla?

Su impaciencia, su anhelo, sus ansiad de estar con ellos eran tales, que de continuo le traían a La memoria un par de líneas del "Tirocinium", de Cowper: Con qué intenso deseo clama por su hogar, era la frase que tenía siempre en los labios con la más fiel descripción de un anhelo que no podía suponer más vivo en el pecho de ningún escolar.

Cuando iba camino de Portsmouth, gustaba de llamarlo su hogar, se deleitaba diciendo que iba a su casa; esta expresión le había sido muy querida, y lo era aún, pero tenía que aplicarla a Mansfield. Aquel era su hogar. Así lo había establecido hace tiempo, en el abandono de sus meditaciones secretas; y nada más consolador que hallar en su tía el mismo lenguaje: "No puedo menos que decirte lo mucho que siento tu ausencia del hogar en estos momentos angustiosos, de verdadera prueba para mi espíritu. Confío y espero, y sinceramente deseo, que nunca más vuelvas a estar tanto tiempo ausente del hogar". Frases estas que ya no podían ser más gratas para ella. Aun así, eran para saborearlas en secreto. La delicadeza para con sus padres hacía que pusiera mucho cuidado en no traslucir aquella preferencia por la casa de su tío. Siempre pensaba: "Cuando vuelva a Northamptonshire" o "cuando regrese a Mansfield haré esto y aquello". Así fue durante un largo tiempo; pero, al fin su anhelo se hizo más intenso, desbordó toda precaución y Fanny se sorprendió de pronto halando de lo que haría cuando volviese a casa, casi sin darse cuenta. Se lo reprochó interiormente, se puso colorada y quedó mirando al padre y a la madre, llena de temor. No hacía falta que se inquietara por eso. No dieron muestra de disgusto, ni siquiera de que la habían oído. No sentían nada de celos por Mansfield. Tanto les daba que prefiriese estar aquí o allá.

Era triste para Fanny perderse todo el encanto de la primavera. Antes, no sabía los placeres que le quedarían vedados si pasaba marzo y abril en una ciudad. No sabía, antes, hasta qué punto la habían deleitado el brote y el crecimiento de la vegetación. ¡Cuánto había fortalecido, así su cuerpo como su espíritu, contemplar el progreso de esa estación que no puede, a pesar de sus veleidades, dejar de ser cautivadora! ¡Y observar sus crecientes encantos, desde las primeras flores en los rincones más cálidos del jardín de su tía, hasta el verdecer de los plantíos de su tío y la gloria de sus bosques! Perderse todos esos placeres no era una bagatela; verse privada de ellos por hallarse recluida en medio del ruido, gozando de aquel confinamiento, del mal aire y de malos olores en sustitución de la libertad, la naturaleza, la fragancia y la vegetación, era infinitamente peor. Pero aún eran débiles estos estímulos de pesar comparados con el que le producía la convicción de que le echaban de menos sus mejores amigos y el anhelo de ser útil a los que la necesitaban.

De hallarse en casa hubiera podido prestar algún servicio a todos y cada uno de sus moradores. Tenía la seguridad de que hubiese sido útil a todos. A todos habría ahorrado algún esfuerzo, mental o manual; y aunque solo fuera para sostener el ánimo de su tía Bertram, preservándola de los males de la soledad, o del mal todavía mayor de una compañera inquieta, oficiosa, demasiado propicia a exagerar el peligro con objeto de encarecer su importancia, habría sido una gran ventaja que ella estuviera allí. Se complacía en imaginar cuánto hubiese podido leer para su tía, cuanto hubiese podido hablarle, intentando al mismo tiempo hacerle comprender el bien que sin duda representaba lo que estaba ocurriendo, y preparar su ánimo para lo que pudiera ocurrir. ¡Y cuántos viajes arriba y abajo de la escalera le hubiera ahorrado, y cuántos recados le hubiera hecho!

A Fanny le causaba asombro que las hermanas de Tom pudieran continuar tranquilamente en Londres, en aquellas circunstancias; o a lo largo de una enfermedad que, con distintas alteraciones en cuanto a gravedad, llevaba ya un proceso de varias semanas de duración. Ellas podían volver a Mansfield cuando quisieran; para ellas el viaje no entrañaba ninguna dificultad, y Fanny no podía comprender cómo permanecían ausentes. En caso de que a María Rushworth se le antojase que existieran obligaciones incompatibles, no había duda de que Julia podía abandonar Londres en el momento que ella eligiera. A lo que parecía, según una de las cartas de tía Bertram, Julia había ofrecido volver si la necesitaban; pero eso fue todo. Era evidente que prefería quedarse donde estaba.

Fanny se sintió inclinada a considerar la influencia de Londres muy contrapuesta a todos los nobles afectos. Veía la prueba de ello en miss Crawford, tanto como en sus primas. El afecto de Mary por Edmund había sido noble, el aspecto más noble de sus sentimientos; en su amistad hacia la misma Fanny no hubo, cuando menos nada censurable. ¿Dónde quedaba ahora uno y otro sentimiento? Llevaba Fanny tanto tiempo sin recibir carta de ella, que tenía algún motivo para no hacer gran caso de una amistad que daba tan pocas señales de vida. Llevaba varias semanas sin tener noticias de miss Crawford ni de sus demás conocidos residentes en la capital, excepto las que recibía a través de Mansfield, y empezaba a sospechar que nunca llegaría a saber si Mr. Crawford había marchado de nuevo a Nortfolk, mientras no se encontrasen, y que nada más sabría de Mary aquella primavera, cuando vino la siguiente carta a resucitar viejas sensaciones y crear algunas nuevas:

"Perdóneme, querida Fanny, tan pronto como pueda, por mi largo silencio, y muéstrese como si pudiera perdonarme en el acto. Esta es mi humilde petición y mi esperanza, pues es usted tan buena que estoy segura de recibir mejor trato del que merezco, y le escribo ahora para suplicarle una inmediata contestación. Necesito saber cuál es el estado de las cosas en Mansfield Park; y usted, sin duda alguna, está en perfectas condiciones de contármelo. Bruto tendría que ser quien no se condoliera por a pena que les aflige; y por lo que me han dicho, es muy poco probable que el pobre Tom llegue a restablecerse por completo. Al principio poco caso hice de su enfermedad. Le consideraba una de esas personas que se inquietan e inquietan a los demás por cualquier indisposición sin importancia; y me preocupé más que nada por los que debían cuidarle; pero ahora me han asegurado confidencialmente que se trata de algo grave, que los síntomas son de lo más alarmante y que parte de la familia, por lo menos, está en el caso. De ser así, es seguro que usted está incluida en esa parte de la familia, la de las personas con discernimiento, y por lo tanto le ruego que me diga hasta qué punto ha sido bien informada. No hace falta que le diga cuánto me alegraría si resultara que ha habido un error, pero la noticia me impresionó tanto que, lo confieso, todavía ahora me estremezco sin poderlo evitar. Ver segada la vida de un hombre tan magnífico, en la flor de la juventud, e algo tristísimo. El pobre sir Thomas lo sentirá tremendamente. Yo misma siento una tremenda inquietud ante el caso. ¡Fanny, Fanny: ya veo que se sonríe maliciosamente! Pero, por mi honor, jamás he sobornado a un médico en mi vida. ¡Pobre muchacho! Si es que habrá de morir habrá dos "pobre muchachos" menos en el mundo; y con el rostro muy alto, y sin temblor en la voz, diría ante quien fuese que ni la riqueza ni la dignidad podrían caer en manos que lo merecieran que las de Edmund. Fue una loca precipitación la de las pasadas Navidades, pero el mal en unos poco días puede borrarse en parte. El barniz de los dorados pueden ocultar muchos borrones. No habrá más pérdida que la del "esquire" a continuación de su nombre. Con un afecto auténtico como el mío, Fanny, se podría pasar por alto mucho más. Escríbame a la vuelta de correo; juzgue de mi ansiedad y no se burle de ella. Cuénteme toda la verdad, puesto que usted la sabe de fuente original. Y ahora no se moleste en avergonzarse de mis sentimientos ni de los suyos. Créame, no solo son naturales; son filantrópicos y virtuosos. Dejo a su conciencia que examine si no combinaría mejor con todas las posesiones de los Bertram un "sir Edmund" que cualquier otro "sir" imaginable. De haberse hallado los Grant en casa no la hubiese molestado a usted; pero actualmente es usted la única a quien puedo acudir para saber la verdad, pues a sus primas no las tengo al alcance. La joven señora Rushworth ha pasado la Pascua con los Aylmers, en Twickenham (como usted sabrá, sin duda), y todavía no ha vuelto; y Julia está con los primos que viven cerca de Bedford Square, pero he olvidado el nombre y la calle. Sin embargo, aun pudiéndome dirigir a ellas, siempre la preferiría a usted, pues me ha llamado la atención que sean tan enemigas de interrumpir sus diversiones como para cerrar los ojos a la verdad. Supongo que las vacaciones de Pascua de María Rushworth no se alargarán mucho ya; no hay duda de que habrán sido para ella unas vacaciones completas: los Aylmers son gente agradable, y teniendo ausente al marido, es indudable que se ha divertido. He de creer que ella misma ha sido quien ha animado a Mr. Rushworth para que fuera a Bath a recoger a su madre; pero ¿cómo van a congeniar ella y la suegra en la misma casa? A Henry no le tengo a mano, de modo que nada puedo decirle de su parte. ¿No cree usted que Edmund hubiese venido a Londres hace tiempo de no haber sido por la enfermedad de su hermano? Suya siempre.

Mary."

"P.D. Había empezado ya a doblar la carta cuando llegó Henry; pero no me trae ninguna información que me evite mandársela. María Rushworth sabe que se teme una recaída; Henry la vio esta mañana y dice que hoy vuelve la joven señora Rushworth a su casa de Wimpole Street; la veja ha llegado ya. Ahora no vaya a intranquilizarse con raras suposiciones, porque él había pasado unos cuantos días en Richmond. Lo hace así todas las primaveras. Tenga la seguridad de que no le importa nadie más que usted. Para demostrarlo repite con más vehemencia, lo que le dijo en Portsmouth sobre lo de acompañarla a casa, y yo me sumo a él con toda mi alma. Querida Fanny, escríbanos enseguida y díganos que acepta. Será magnífico para todos, y un pequeño aumento de personas con quien relacionarse podría ser de gran utilidad para ellos. En cuanto a usted se refiere, sin duda considera que es tanto lo que la necesitan allí, que no puede en conciencia (con lo concienzuda que es usted) mantenerse alejada, teniendo modo de acudir. No tengo tiempo ni paciencia para transmitirle la mitad de los mensajes que Henry me da para usted; bástele saber que el móvil de ambos y cada uno de nosotros es un inalterable afecto".

El disgusto de Fanny por casi todo el contenido de esta carta, unido a su extrema renuencia, gracias a aquel viaje, a juntar a su autora con Edmund, la incapacitaban para juzgar imparcialmente si debía o no aceptar el ofrecimiento final. Para ella, particularmente, era de lo más tentador. Encontrarse, acaso a los tres días trasladada a Mansfield, era una imagen que se le ofrecía como la mayor felicidad; pero hubiera representado un gran inconveniente deber esa felicidad a unas personas en cuyos sentimientos y conducta, especialmente ahora, veía aspectos tan condenables: os sentimientos de la hermana, la conducta del hermano; la desalmada ambición de ella, la insensata vanidad de él. ¡Mantener todavía la relación, acaso el flirteo, con la esposa de Rushworth! Se sintió abochornada. Había llegado a considerarle mejor. Afortunadamente, empero, no tuvo que seguir luchando para decidirse, entre inclinaciones opuestas y dudosas nociones del deber; no era ocasión para determinar si debía o no mantener separados a Edmund y a Mary. Podía recurrir a una regla que lo resolvería todo. Su temor de sir Thomas y el miedo a tomarse con él una libertad, le hicieron ver en el acto, claramente lo que debía hacer. Debía rechazar la proposición. Si su tío quisiera, mandaría por ella; y si Fanny ofreciera un regreso anticipado, sería por su parte una presunción que casi nada podría justificar. Dio las gracias a miss Crawford, pro con una decidida negativa. Dijo que su tío, según ella tenía entendido, se proponía recogerla personalmente; y que puesto que la enfermedad de Tom se había prolongado tantas semanas, sin que durante ese tiempo la considerasen a ella necesaria en absoluto, había de suponer que su regreso no sería bien acogido en aquel momento y que sin duda resultaría un estorbo.

Lo que le contó respecto del actual estado de su primo se ajustaba exactamente a lo que ella creía sobre el particular, y por lo tanto supuso Fanny que esta información llevaría al exaltado espíritu de Fanny en confiar en todo lo que estaba deseando. Al parecer perdonaría a Edmund su condición de clérigo bajo ciertas condiciones de riqueza; y ésta, sospechó Fanny, era toda la conquista sobre unos prejuicios, de la que Edmund estaba dispuesto a congratularse con tanta facilidad. Mary sólo había aprendido a pensar que nada importa sino el dinero.

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