Relatos cortos

By Criis_Tedder

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El primer relato se titula Ceniza y lo escribí en 2015. En 2016 se llevó el primer premio en el Premi Poble B... More

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CENIZA

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By Criis_Tedder

**Estoy empezando a subir relatos viejos para amenizar la cuarentena a la gente. CENIZA fue escrito en 2015 y en 2016 ganó el PRIMER PREMI POBLE DE BENETÚSSER**



Esta noche los ángeles no saldrán y surcarán el cielo rozando sus alas con las nubes. Esta noche los grillos no cantarán con su propio instrumento. Esta noche el viento no azotará las copas de los árboles con su melódica fuerza. Esta medianoche ella no se levantará sudando y chillando porque no oirá a los grillos cantar; no oirá cómo se agitan las hojas de los árboles del jardín; no sentirá cómo los ángeles surcan el cielo.

Pero ella lo ha hecho.

Suda con nerviosismo y respira acelerada y acaloradamente. Escucha cómo el viento mueve las cortinas a través de su ventana medio abierta con el deseo de escuchar los sonidos que caracterizan cada noche.

Pero ese sonido no es normal.

El vidrio de su ventana chirría a medida que aprecia una fina y larga línea que se extiende desde un extremo a otro, de derecha a izquierda, en su ventana.

Se abraza a sí misma mientras tiembla y tirita. Sus labios se han teñido de morado y sus dientes castañean entre sí. Acerca la manta de su cama y se arropa con ella, intentando resguardarse del frío que se filtra por la ventana abierta. La puerta de su habitación, en cambio, está cerrada; sin embargo, da débiles golpes contra el marco de la puerta.

Cada vez se siente más perdida. En un ataque de ansiedad, empieza a gritar frenéticamente los nombres de sus padres, una y otra vez. Pero no responden. Brusca y repentinamente, se deshace del calor de las mantas y salta de la cama. Descalza, se aproxima a la puerta y acerca su mano al pomo para girarlo y abrir la puerta. Justo en ese instante, los pequeños trozos de vidrio de su ventana estallan y se despegan entre ellos, como mil piezas de un puzle. Ella contempla cómo su ventana se rompe en mil pedazos, cómo los cristales caen sobre ella como misiles y aterrizan en el suelo produciendo chirriantes sonidos en el suelo de su habitación. Aterrizan sobre ella, sobre su cuerpo, sobre su piel, desgarrando su fino pijama. Algunos se le clavan en la piel y se arrastran sobre ella, abriendo grandes abismos en su piel. Siente cómo la sangre brota de ella, cómo se mancha el desgastado pijama. Contempla su cuerpo teñido de rojo aterrorizada, impactada. Con un grito ahogado en su garganta, mira hacia lo que era su ventana. Y ahí está. Quiere gritar y chillar pero las palabras no le salen y sus cuerdas vocales no responden. Quiere salir corriendo, marcharse y desaparecer de ahí pero no puede. Las piernas tampoco le responden y le fallan, le tiemblan y siente que en cualquier momento se desmayará.

A medida que Helena se acerca a ella, siente cómo todo su cuerpo se acalora. Dalia olvida por completo toda la sangre que cubre su cuerpo, todas las heridas que lo adornan, el pijama roto que viste. Lo olvida todo. Olvida su miedo y que las piernas le fallan, y entonces echa a correr. Escaleras abajo corre frenéticamente, con miedo de tropezarse y caer, dándole a Helena la posibilidad de alcanzarla. Pero no puede pasar. Dalia no puede dejar que eso suceda. Cuando llega a la primera planta de su casa se queda inmóvil en el centro del pasillo sin saber hacia dónde ir. Acerca sus dedos a los dientes y sin quererlo, se muerde las uñas a la vez que sus dientes castañean contra su uña. A pesar del ruido que producen sus dientes, puede escuchar la voz de Helena diciéndole:

—Sé que estás ahí...

Dalia se sobresalta y sin mirar muy bien hacia dónde ir, se dirige a su derecha y entra en la última habitación de su casa. Una vez abre y cierra la puerta, se respalda en la pared y respira algo más tranquila con los ojos cerrados. De todas formas, el corazón aún le golpea el pecho y siente que se lo partirá; sobre todo con la cantidad de heridas que tiene ahora. Deja arrastrar su espalda por la pared y cuando se sienta en el suelo, abre los ojos tanto como puede y contempla la cama de sus padres. Cuando los ve a ambos abrazados en la cama, juntos, se dibuja una sonrisa en su rostro. Se levanta con cuidado del suelo y se acerca a la cama, cojeando. Cuando llega junto a ella, le roza con el dedo índice el lateral del rostro de su madre. Está de espaldas y la obliga a girarse, sacudiendo un poco su brazo. Y cuando le mira, le gustaría no haberlo hecho.

Dalia se hecha hacia atrás y cae al suelo, impactada. Su madre y su padre... no respiran. La sangre recorre sus rostros, manchando las sábanas que su madre siempre lavaba. No puede creer que todo eso esté sucediendo, no puede creer que todo eso le esté ocurriendo a ella. No tenía que pasarle. Con la mano junto al cuello, sobre su clavícula y sintiendo cómo su corazón quiere desgarrarle la piel de tanto palpitar, se levanta a duras penas del suelo, vuelve a acercarse a la cama, y los vuelve a observar. Son ellos, sí. Los mira con melancolía en su mirada y un translúcido brillo en sus ojos. Una lágrima salta de su ojo derecho, seguida de otra. Y mientras llora, abraza a sus padres.

—No, no... - murmura desconsolada –No me hagáis esto... Os... necesito...

Ella solloza sin límite, acunando a sus padres entre sus brazos, dedicándoles besos que nunca les ha dado. Llorándoles como nunca ha llorado a nadie.

-Enternecedor – susurra una voz a sus espaldas.

Dalia, reconociendo esa voz como solía hacer, se vuelve a sus espaldas.

Helena descansa su espalda en el marco de la puerta. Dos alas negras sobresalen de su espalda, una mira hacia Dalia y otra hacia el pasillo. Dalia la mira sin saber qué decir exactamente, solo sabe que tiene ganas de irse de allí, pero ante todo de alejarse de Helena.

—Por favor, Helena, márchate... —susurra Dalia apretando los ojos, con las lágrimas escapando de ellos.

Helena se acerca a ella lentamente. Camina a su alrededor y en ocasiones sus alas rozan el cabello de Dalia y la espalda, produciéndole cosquillas.

—¿Qué creías cuando hicimos el juramento? —Helena acerca su boca al oído de Dalia.

Dalia se estremece al sentirla tan cerca y su cuerpo se tensa.

—¡Responde! —le grita ella a la vez que posa sus dedos sobre la espalda de Dalia y termina clavándole las uñas entre los omóplatos. Dalia grita de dolor— ¿Ya tenías planeado alejarte de mí en aquel entonces? —a Dalia le parece que Helena suaviza un poco su voz cuando aparta su boca y sus dedos de su espalda.

—N-no —tartamudea—. Yo no te he traicionado, Helena. Sabes que yo nunca lo haría...

Pero Dalia no sigue hablando porque Helena vuelve a clavarle las uñas en la espalda y esta vez puede sentir como se le desgarra la piel.

—Por favor... Para.

—Me lo estaba pasando muy bien. ¿No quieres seguir jugando, como en esos momentos tan agradables que pasamos juntas? —pregunta Helena con cierta sorna, situándose frente a Dalia.

Dalia voltea su mirada y, cabizbaja, responde:

—Todo eso ya es historia.

—¿Cómo? No te he escuchado bien. ¿Puedes alzar la voz?

Dalia grita. Helena intenta hundirse dentro de ella para hacerla sufrir, sin necesidad de contacto.

—Ya nada volverá a ser igual —Dalia mira a Helena, desafiante, mientras se aparta un mechón de pelo que aparece entre ella y Helena.

Helena, sin responder, alza la barbilla. Vuelve a caminar alrededor de Dalia.

—No sé qué es lo que pretendes apareciendo en mi casa —replica Dalia, pero Helena no responde—. Vete.

—¿Quieres que me vaya? —pregunta mientras acaricia la espalda de Dalia.

Ella asiente, paralizada.

—¿No quieres que me quede un poquito más? ¿No me invitas a cenar?

—Es tarde —responde Dalia— y no quiero verte.

—Es cierto que una elección puede cambiarnos. Tú has cambiado.

-Yo no he cambiado. Soy la misma.

—Mírame —Helena obliga a Dalia a mirarla, alzando su barbilla y se da la vuelta, mostrando su espalda con sus alas negras—, ¿no quieres unas así?

-Ya las tuve —protesta Dalia— y eran blancas; igual que las tuyas cuando nos conocimos.

—Siempre me ha gustado el negro —responde girándose.

—Quiero que te vayas. No quiero verte.

—Pero, Dalia —dice Helena ignorando las palabras de la humana —¿dónde te has dejado las alas?

—Ya lo sabes. Sé que jamás debí mentir de esa manera, me merezco este castigo de seguir con esta vida pero... No tengo ganas de que tú irrumpas en ella.

—Es fácil decirlo.

—Vete.

Helena sigue caminando por la habitación.

—Quiero que salgas de aquí —pero Helena sigue ignorándola— ¡YA!

Pero Dalia no es consciente del tornado de llamas que la rodea. Un subidón de adrenalina se introduce en su cuerpo sin previo aviso. Siente que todo le quema sin llegar a arder. Al principio piensa que va a morir, que esto es el final, pero no lo es. Es el principio.

—Da...Dalia ¿qué estás haciendo? Tú no... No deberías hacer eso.

Por un instante, Helena parece aterrada. Se sienta acuclillada en el suelo, rodeada por sus alas. Tiene miedo. A medida que Dalia se acerca a ella, en primera apariencia normal, rodeada de ese tornado de fuego, Helena se cubre el cuerpo con sus alas. Ésta última intenta alejarse de ella, sintiendo como el calor que mana de las llamas está cada vez más cerca. Finalmente, acorralada en la habitación y sin escapatoria alguna, se ve intimidada ante la escalofriante y acusadora mirada de Dalia.

—Ya me iba... —susurra Helena.

Pero Dalia, sin escucharla si quiera, sigue caminando hacia ella con la mirada clavada en Helena.

Plumas negras aterrizan en el suelo junto a Helena, rodeándole y entonces, se mira las alas. Las acaricia suavemente, con dolor, y las nota chamuscadas y calientes. Si Dalia no se hubiera acercado tanto...

—¿Te arrepientes de no haberte ido antes? —pregunta Dalia con su habitual tono.

Helena no responde y cada vez está más asustada. Siente que todo da vueltas. Quiere marcharse, abrir las alas y echar a volar; pero ahora no puede. No tiene el espacio suficiente para salir de esa habitación. De todas formas, sus alas se descomponen a una velocidad vertiginosa y le aterra pensar que Dalia es capaz de hacer que sus alas desaparezcan para siempre.

—No eres un ángel, Helena.

Helena solloza en la oscuridad de la habitación, iluminada por las llamas que adornan el contorno de Dalia.

—Sí lo soy... -musita ella con un hilo de voz, desviando la mirada.

—No —Dalia se acerca más a Helena mientras ella grita el nombre de Dalia—, ya no lo eres. Eres un demonio.

—No, Dalia, no...

—Lo siento, Helena.

Sin esperar más, Dalia se deshace de ese tornado de llamas. Al principio tenía la sensación de que ella también se quemaría con él. Pero no. Aquel tornado de llamas ha aparecido para protegerla de Helena y de cualquier Ángel Oscuro. Pero Helena ya no es un Ángel Oscuro; ahora es un demonio.

Dalia, con la máxima concentración dentro de ella, se deshace del tornado, dirigiéndolo hacia Helena.

—¡DALIA!

Pero Dalia ya no responde. Ella observa cómo las llamas consumen a Helena, dejando sus cenizas bajo los pies de Dalia.

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