TAINTED I: Corruption (+18) [...

By Angry_popcorn

165K 14.3K 15.8K

¡Ey! No vas a encontrar nada parecido por ahí, así que entra y échale un vistazo porque lo bueno empieza en e... More

[0]
[1]
[2]
[3]
[4]
[5]
[6]
[7]
[8]
[10]
[11]
Epílogo (Parte 1/2)
Epílogo (Parte 2/2)
'Agradecimientos'
'Una última cosa...'

[9]

7.9K 893 1.2K
By Angry_popcorn

Repito.

¿Quién es Kacchan?

¿Qué es un Kacchan? ¿Eso se come?

Pero no me hace falta preguntarlo en voz alta cuando la enorme mano de Zero atrapa la cabeza de Midoriya y cubre su cara por completo. Sus dedos se crispan, tirando del pasamontaña y agrandando las aberturas de los ojos para dejar al descubierto las características pecas de mi camarada peliverde.

—Deku... No digas mi nombre en público, maldita sea —gruñe, profundo y amenazador—. Y ya deja de usar ese apodo de la infancia cuando estemos trabajando.

—E-Está bien, pero ¿qué haces...?

—Esperad, ¿os conocéis? —intervengo y Midoriya me mira a través de los dedos de... ¿Kacchan? ¿Zero?

¡Qué diablos! ¡Estoy más perdida que un pulpo en un garaje! ¡Ya explíquenme!

El rubio ceniza chasquea la lengua y retira su mano del rostro de Midoriya, quien nos hace un gesto para que le sigamos. Seguramente para hablar en confidencialidad y alejarnos de las personas que están sacando del edificio y deteniendo en la acera. Izuku nos conduce hacia unos furgones de policía y los numerosos autos nos mantienen fuera del rango de visión de ojos indiscretos y oídos demasiado atentos.

—Aquí podemos hablar —Midoriya nos comunica y empieza a girar sobre sus talones en busca de algo que no encuentra, hasta que sus ojos parecen brillar y salta al interior de un furgón para agarrar dos mantas que nos ofrece tras descender del vehículo.

Al fin y al cabo, yo muestro más piel de la que debo en pleno invierno y el rubio ceniza está exponiendo su torso desnudo y solo lleva unos vaqueros además de sus zapatos.

—¡Oh, estás herida! —Midoriya se percata del corte en mi brazo al ayudarme a echar la frazada térmica sobre mis hombros—. ¡Y tu labio...! No te preocupes. Ya hemos avisado a las ambulancias y están de camino. No tardarán mucho-

—Deku, informa —el rubio ceniza corta su murmullo a la vez que yo intento calmar a Midoriya diciéndole que estoy bien.

—¡Sí! —se yergue, adoptando una postura policial—. En cuanto Todoroki perdió la comunicación y Hatsume no pudo volver a restablecerla, Endeavor ya tenía preparado los convoyes para dar luz verde y entrar al edificio. La orden era mantener el menor número de bajas posibles, rescatar al infiltrado y a ser posible capturar al objetivo-

—¿Lo tenéis? —le interrumpo, ansiosa—. ¿Tenéis a Fourth Kind?

Midoriya sonríe y su dulce sonrisa es luz, pureza e irradia optimismo.

—Lo tenemos —me confirma y yo cierro el puño con fuerza, sintiéndome orgullosa— A él y otros muchos más que estaban en la lista.

No he sido un auténtico desastre y no he provocado que la operación fracase. Es tal la sensación de satisfacción que las mejillas me duelen de tanto sonreír porque, finalmente, hemos conseguido atrapar al expolicía corrupto y lo vamos a meter entre rejas.

Siento que una mano grande me revuelve el cabello, seguramente convirtiendo mi cabeza en un nido de pájaros que me será imposible de peinar. Pero al mirar al causante de mi nuevo estilo él me devuelve una sonrisa orgullosa y hace un leve asentimiento, como si con ese gesto aprobase mi misión.

Todavía no me creo que él también sea policía y, además, de rango de teniente, cuando ha estado partiéndose la cara a golpes con un luchador mentalmente inestable y tiene las secuelas del combate en su cuerpo.

¡Baku-bro!

Una voz masculina que se aproxima llama la atención del rubio ceniza y yo me asomo por detrás de él para ver a un hombre pelirrojo corriendo hacia nosotros. Su cabello en punta se dirige en todas direcciones, pero destacan las dos especies de cuernos que nacen de su frente y que remarcan la pequeña cicatriz en su párpado derecho.

Oi, ¿qué diablos haces aquí, pelo tieso?

El apodado sustituye su cara de preocupación por una sonrisa amigable que muestra una hilera perfecta de anacarados dientes. Baja la mano —con la que saludaba o llamaba la atención del rubio ceniza a mi lado— para acelerar su paso con amplias zancadas y alcanzarnos.

Ay, diosito, qué lindo es el tal 'pelo tieso'.

—Recibimos el aviso de Shindō y luego nos enteramos de que había otra operación encubierta en marcha aparte de la nuestra —el pelirrojo explica cuando llega hasta nosotros y jadea casi inaudible al recuperar el aliento.

—¿Dónde está él? —Zero exige saber y, ya que estamos, yo también porque me cayó bien el tipo.

—Salió a tiempo en cuanto se percató que algo no iba bien —señala con el pulgar a su espalda, supongo que a alguno de las decenas de furgones que nos rodean—. Está prestando declaración ahora, pero he venido a buscarte en cuanto he sabido que-

—Lo que sea, está bien —interrumpe la perorata del pelirrojo y se rasca la mejilla mientras frunce el ceño, luciendo pensativo—. Iré para allá y todos me pondréis al corriente, así ahorraremos tiempo.

Creo que va a marchase, dejándome con Midoriya, pero me señala con su dedo índice conforme se inclina ligeramente hacia mí.

—No te vayas muy lejos porque no he terminado contigo —me notifica y, con esa sentencia, gira sobre sus talones y se aleja con el pelirrojo que vino a buscarle.

No me atrevo a contrariar ninguna orden más por esa noche, así que permito que Midoriya me escolte hacia una de las ambulancias que acaban de llegar para que sanen mis heridas. Por el camino me explica lo alterado que estaba Todoroki —mi enlace a través del comunicador— cuando supo que algo iba mal; la tensión que provocó entre él y su superior —y padre—, Endeavor, al exigir que entraran a buscarme para sacarme lo antes posible; lo ansioso que se puso hasta que Endeavor cedió a regañadientes y se arriesgó al mandar prematuramente a las tropas policiales, sabiendo que si las enviaba antes de tiempo las cosas podrían haberse resuelto muy mal para ambos bandos.

Un enfermero se ocupa de la herida de mi brazo, desinfectándola, mientras permanezco obedientemente sentada en el escalón trasero de la ambulancia. Me he negado a subir al interior y volver a estar encerrada entre cuatro paredes metalizadas, así que le he pedido con amabilidad que me atienda de este modo, con mis piernas balanceándose en el aire y sintiendo calambres en mis gemelos por el uso de los tacones.

Mi labio inferior es otro cantar... y parezco una cobra eludiendo la bola de algodón humedecida con alcohol, poniendo así de los nervios al pobre enfermero que solo quiere realizar su trabajo para continuar con otros heridos. Midoriya ha recibido una llamada de Endeavor y ha tenido que marcharse con la promesa de que volverá en cuanto termine para que no me quede sola, pero entiendo, sin reprocharle nada, que todavía la operación continua y él tiene obligaciones que cumplir.

Una vez que el asistente médico concluye conmigo, me ayuda a cubrirme de nuevo con la manta y se disculpa por irse. La felpa no es demasiado grande, así que logro cubrir desde mis caderas hasta los hombros, pero tiro un poco más de ella hacia arriba para crear una improvisada capucha y convertirme una oruga de "caderas a cabeza". Mis piernas expuestas por los pantalones cortos y las inútiles medias de rejilla sienten las mordidas del frío de la noche y la leve brisa que me pone la piel de gallina, sin remedio, ya que al girarme y mirar por encima de mi hombro no he visto nada en el interior de la ambulancia con la que pueda protegerlas del frío.

Me quedo embobada observando las luces policiales y los colores rojizos y azulados que proyectan con intermitencia, el correteo aligerado de más policías que llegan a la escena y cooperan con los ya apostados. La magnitud del edificio donde he estado pasa desapercibida al creer que se trata solamente de un sencillo bar nocturno, pero donde hay mucho más que ver a través de las gruesas puertas que lo preceden.

Y aquí me encuentro, disfrutando del ronroneo del motor de los furgones, el sonido distante de las sirenas de policía y la quietud de la noche cuando veo que una figura se aproxima a mi posición. El cabello rubio ceniza ha quedado oculto bajo un gorro de lana y el abrigo que porta mantiene su cuerpo alejado del frío. Una de sus manos está detrás de su espalda y parece que oculta algo, pero en la otra lleva varios objetos que no distingo desde lejos hasta que está lo suficientemente cerca como para que aprecie las prendas de ropa que descansan en su antebrazo.

—Primero toma esto —me ofrece un uniforme cuando se detiene frente a mí y yo desplazo la manta que me cubre a un lado.

Enfundo mis piernas en un traje azul marino de policía que me va varias tallas grande y seguidamente paso mis brazos por las mangas de la chaqueta del mismo color y textura. El sonido de la cremallera me resulta extrañamente relajante, dado que me siento yo misma con un uniforme y no forzada a vestirme como una promiscua porque —lo confieso— no me gusta exhibirme demasiado. Lo de esta noche fue pura actuación, nada más. Manipulación, engaño, se puede denominar de muchas maneras, pero para ser espía hay que carecer de escrúpulos, ser una buena mentirosa y una talentosa actriz. Morrearme con un peligroso desconocido es un subidón para la libido, pero me gusta ir a lo seguro —a lo legal— por muy atractivo que sea mi villano.

Apenas he vuelto a sentarme en el borde del saliente de la ambulancia cuando un gorro de lana —igual al que lleva Zero— es forzado a encajarse en mi cabeza.

—Y ahora esto —añade mientras mis manos están ocupadas colocando adecuadamente el gorro.

La mano que resguardaba detrás de su espalda se extiende delante de mi rostro, ofreciéndome un vaso de papel cartón, con tapa de plástico y boquilla de apertura incluida, como los que tomo en la oficina cada mañana para soportar la jornada laboral.

Sé que mis ojos deben estar brillando de la emoción y que mi estómago ha rugido al oler el aroma del café. Mi cara de sorpresa y felicidad no debe tener precio, sobre todo cuando tomo el vaso con delicadeza, casi sin poder creer que esta bebida de los dioses esté en mis manos y vaya a caldear y avivar mi maltrecho cuerpecito.

—No tiene espuma, pero sí leche y azúcar —escucho su risilla ronca y orgullosa que no me pasa desapercibida.

Me siento como una niña recibiendo un regalo de navidad tras vivir una noche en el infierno.

—¿Cómo...?

Él agita su muñeca para quitarle importancia al detalle que ha tenido conmigo, mostrándose despreocupado en cierto modo..., pero la comisura de su boca revela una pequeña sonrisa cargada de pedantería.

—Simplemente soy el mejor. Acéptalo.

—Eres mi héroe, maldita sea —exhalo mientras mis fríos dedos comienzan a calentarse por el calor del recipiente.

—Pues tu héroe y superior al mando se presenta —se señala orgullosamente con el pulgar y continua—. Me llamo Katsuki Bakugō, y soy teniente de policía. No un jodido stripper, ni un princeso ni ninguno de los malditos calificativos que usaste contra mí.

Uh... esos apelativos debieron dolerle.

Je, je...

El sexi oficial continúa hablando con su permanente ceño fruncido, pero he desconectado por un segundo de su ególatra discurso. En mis pensamientos se ha filtrado una suculenta imagen mental donde él aparece con su uniforme de policía y va haciendo un torpe striptease mientras se ruboriza como un tomate.

Casi se me escapa una tonta sonrisa por el imaginativo escenario, pero la contengo mientras asiento con la cabeza, simulando escucharle.

¡Mueve ese trasero, Lord Explosión Murder! ¡Ua! ¡Ua!

—Con mi rango he entrado en nuestra base de datos y ya he comprobado tu perfil policial —él prosigue y yo regreso de mi ensoñación—. Sé en qué oficina trabajas y me han puesto al día de la jodida operación encubierta en la que estabas metida hasta el cuello, novata.

—No soy novata —replico, fingiendo un mohín por el sobrenombre que tantas veces me llamaron en cuanto salí de la academia—. Cambié de departamento y me ofrecí para esta misión porque era la más adecuada.

—Y apta al parecer, ya que te trasladaste después de que ese traidor de Fourth Kind desapareciera de su distrito. Gracias a ese detalle ese cabrón no pudo reconocerte como un subordinado.

Aplaudiría si tuviera las manos libres, pero me decido a alzar las cejas para emular su soberbia, aunque realmente debo parecerme a Donald Trump con los pelos locos que llevo.

Le he dado un poco de tiempo a mi café para menguar su temperatura y no quemarme la lengua en cuanto le dé el primer sorbo. Necesito aclarar mi mente y mis ideas, calmar la agitación de mi estómago y nutrirme con un poco de cafeína que servirá de combustible en mis venas.

Cuando giro el vaso entre mis manos para que la boquilla quede orientada hacia mi veo una serie de números escritos con rotulador permanente que contrastan con notoriedad ante la claridad del envase. Lo identifico enseguida como un número de teléfono, así que alzo la vista hacia el rubio ceniza, pidiendo una explicación con la mirada.

—¿Tu número? —me aventuro a insinuar.

Bakugō me sostiene la mirada, pero acaba desviando sus ojos al echar su cabeza hacia atrás y suspirar de manera audible. Ahueca la parte posterior de su cuello, rascándolo con las uñas antes de hacer un claro gesto de obviedad con su mano.

No sé si le ha dado un arrebato de vergüenza o cree que soy jodidamente densa.

—No lo pierdas porque no volveré a dártelo —amenaza, pero casi puedo asegurar, que no apostar porque ya he tenido suficiente por esta noche..., que solo lo dice para asegurarse de que lo guarde.

Así que en ciertos ámbitos es un poco inseguro...

Interesante.

Creo que me apetece molestarle un poquito con eso.

—¿Por qué me lo das? —pregunto con fingida inocencia.

Pero él se da cuenta de mis intenciones porque la comisura de su boca tiembla, pretendiendo seguirme el juego al ocultar una sonrisa maliciosa.

—Porque me dijiste, y cito textualmente: fóllame, rubio oxigenado —su manera de imitarme me hace gracia, pero estoy demasiado abochornada por la mención de ese fingido y exagerado espectáculo que solo puedo hacer un discreto facepalm—. Así que voy a demostrarte que la tonalidad de mi cabello es jodidamente natural.

Está bien... me ha salido el tiro por la culata. Lo admito.

Muerdo el interior de mi labio inferior para contener mi sonrisa avergonzada, pero al hacerlo el dolor pulsante fuerza una mueca extraña en mi cara, ahora caliente y ruborizada porque Bakugō no contiene su lengua al recordarme mis palabras.

—¿No crees que vas un poco rápido? —tanteo, queriendo hacerme la interesante.

Él suelta una corta risotada, burlándose, y sé que se está preparando para lanzar su mejor artillería contra mí y desbaratar todas mis excusas o pretextos si intento rechazarle.

Pero, recapacitemos... ¿por qué sería tan tonta de hacer eso?

Un poquito de por favor... Que una mujer adulta le gusta divertirse de vez en cuando.

—Retrocedamos los acontecimientos para verlo desde otra maldita perspectiva, novata —alza su dedo índice, preparándose para enumerar sus argumentos uno a uno con sus falanges—. Te he invitado a un café, te he besado, nos hemos salvado el culo mutuamente y tú te lanzaste primero a mis brazos —se encoge de hombros, pero su gesto desprovisto de interés no coincide con el brillo de astuto de su mirada y su pícara sonrisa—. Nada mal para nuestro primer encuentro, ¿no crees?

Tengo que bajarle de la cúspide de su insufrible ego por dos motivos: porque llevo soportándolo parte de la noche, y porque recientemente he descubierto que también me gusta discutir con él.

—¿Llamaste beso a esa brusca invasión a mi boca?

Su ojo se crispa por un microsegundo y fuerza una sonrisa dentuda para no verse tan golpeado en su orgullo masculino. No ha debido entusiasmarle que menospreciara sus técnicas para besar, pero su expresión furibunda vale oro después de meterse conmigo e intentar —fructíferamente— avergonzarme. Siento que he ganado esta partida, pero intuyo que Bakugō es un digno contrincante que no dudará en contratacar hasta ganar la guerra.

—Soy un buen besador —refunfuña y da un paso más cerca, por lo que me veo obligada a inclinar la cabeza ligeramente hacia atrás si quiero seguir mirándole a los ojos y no verme intimidada por su altura—. El mejor sin ninguna maldita duda, ¿oíste?

—Ya, ya... lo que tú digas —le provoco, porque sabe que me estoy aguantando la sonrisa y eso le enfurece todavía más.

Tengo un problema si pienso que eso es jodidamente adorable y no temible, pero es que me recuerda demasiado a un pequeño Pomerania que ladra sin parar y no muerde.

No obstante, él tiene pinta de morder con fuerza y no soltar a su presa hasta saciarse...

Un escalofrío atraviesa mi columna ante mis calenturientos pensamientos, pero me digo que es por la temperatura ambiente y no por mis hormonas revolucionadas.

¡Diablos, señorita! ¿Qué le sucede esta noche?

—Te probaré que es cierto. Ya verás —cruza sus definidos brazos por delante de su pectoral y alza la barbilla para verse más formidable—. Te dejaré sin aliento hasta que te desmayes de la impresión. No, joder, mejor aún... —sonríe ampliamente, confiado y yo enarco una de mis cejas, expectante—. Me bastaría con un rato de besuqueo para que no pudieras olvidarte de mí y me colocaras el primero en la lista de contactos de tu teléfono.

Quiero reírme de su osadía, de verdad que sí, pero encuentro su personalidad arrogante, tosca y obstinada muy atrayente. Se ve tan decidido y determinado, a pesar de su comportamiento hostil, que tengo que ser flexible y reconocer que no es de esos tipos que se rinde fácil y da su brazo a torcer. Valoro su honestidad, aunque he llegado considerarla grosera y antipática. Sin embargo, me animó cuando más asustada estaba, me hizo pensar en otra cosa que no fuera el peligro inminente que nos acosaba y se ha preocupado por mi estado desde que arriesgué mi tapadera —y mi vida— por él.

Podría llamarlo retribución o quid pro quo porque nos hemos salvado mutuamente. Tengo que ser sincera porque sin él no habría salido de allí con vida.

—Está bien que seas idiota, porque, lo confieso, no me disgusta, pero ¿por qué abusar? —me mantengo en mi línea de desafío y, sin embargo, sé que él se ha quedado con la parte importante de mi insinuación—. ¿Por qué ese afán de romper récords?

Si no me disgusta su carácter... eso quiere significar que...

—Cuando tengo claro un objetivo, voy a por él hasta conseguirlo —sentencia, regresando la sonrisa socarrona que también me contagia.

—Brindo por eso —respondo, alzando el vaso antes de llevármelo a los labios.

Le doy un sorbo a mi café, pero el calor del líquido ataca con crueldad la herida de mi labio inferior, viéndome obligada a retirar el recipiente de mi boca sin apenas saborear la bebida.

Auch... —me quejo, pasando la punta de la lengua por el corte para aliviar la sensación de ardor.

Los ásperos dedos de Bakugō se apoderan de mi mentón y alzan mi rostro para contemplar mi labio hinchado y enrojecido. Su pulgar acaricia justo por debajo de la zona dolorida, provocándome un extraño —pero agradable— cosquilleo.

—Hijo de puta —masculla entre dientes, haciéndolos chirriar cuando aprieta su mandíbula. Estoy de acuerdo con ese apelativo para Muscular, así que no digo nada mientras observo su cambio de actitud.

Su sonrisa ha desaparecido, siendo sustituida por una fina línea de labios apretados y un ceño fruncido que acentúa sus ojos rasgados. Su expresión arrogante se ha esfumado, junto con el ambiente cómico y relajado, cuando le veo arrugar tan profundamente sus cejas en su centro que sus ojos se entrecierran.

—No lo vi venir —lo reconozco, erré un instante y me golpearon—. Fue culpa mía por confiarme.

—Lo siento.

Pestañeo, confusa por su disculpa, pero al mirarle a los ojos él rehuye los míos enfocando hacia otra parte. ¿Alguien le habrá dicho alguna vez que sus ojos son realmente expresivos en cuanto a mostrar sus emociones por mucho que intente ocultarlas? Porque ahora mismo denotan culpabilidad y no sabe cómo lidiar con eso.

—No fue tu error, joder. Te fallé y me siento responsable porque yo te di la idea —reitera, retirando el toque cálido de su mano en mi piel—. Estaba atento al más mínimo movimiento de ese bastardo... pero actuó tan rápido y sin mostrar previamente sus intenciones que no llegué a tiempo para impedir que te golpeara.

—Ninguno pudo predecir eso, Zero-

Bakugō —me corrige y yo agito la cabeza hacia los lados, sin acostumbrarme todavía a su nombre real.

—Eso, perdón. Todavía estoy un poco...

—No importa —dice, desplazándose para sentarse a mi lado en el saliente trasero de la ambulancia.

—Como decía, no pude evitar el golpe y fue imposible meterse en la cabeza de ese desgraciado para averiguar sus intenciones cuando parecía estar muy acostumbrado a menospreciar a las mujeres —intento diluir el estado pesaroso que nos embarga codeando su costado, pero él se mantiene impasible—. Sin embargo, le dimos su merecido y ya no volverá a hacer daño a nadie más.

Bakugō apoya los codos en sus rodillas y se inclina ligeramente hacia delante para descansar el peso de la parte superior de su cuerpo en sus piernas, con la mirada perdida hacia el frente y el ceño fruncido por la culpabilidad o por no estar conforme con mis palabras de consuelo. Quizás siente algún tipo de responsabilidad hacia mí o algo... No lo sé, pero él no debe soportar esa carga sobre sus hombros.

—No puedo estar de acuerdo —me rebate, empujando su labio inferior en un enojado puchero—. Tal vez hayamos capturado a ese pedazo de mierda y a otros tantos de su calaña, pero donde tú has conseguido tu propósito, yo he fracasado en el mío.

Ladeo la cabeza y le doy una mirada inquisitiva, esperando una explicación.

Él chasquea la lengua y hace crujir sus dedos antes de entrelazarlos con tanta fuerza que sus nudillos se ponen blancos.

—Mi equipo y yo investigábamos a un hijo de puta muy peligroso perteneciente a la yakuza —Bakugō murmura con tono sombrío. Viéndose molesto—. Es el líder de una organización delictiva conocida como los Ocho Preceptos de la Muerte, quienes llevan un tiempo cometiendo actos de violencia en los barrios bajos —gira su rostro para mirarme con fijeza y no lo había visto tan serio en toda la noche como en estos instantes—. Dirigen el inframundo criminal en todo Japón: dinero, drogas, trata de personas... lo peor que puedas imaginarte.

¿Peor que lo que he visto hasta hoy? No quisiera dudarlo... pero tampoco deseo comprobarlo.

—Finalmente tuvimos una maldita pista de a qué se dedicaban ahora esos cabrones —gruñe con resignación y no me atrevo a interrumpirle con preguntas al ver que sus hombros se tensan—. Drogas de diseño, lo último en el mercado químico de sustancias estupefacientes. Un sinfín de mierdas que chutarse y meterse en el cuerpo para quedar como simples despojos que balbuceaban y babeaban sin descanso. Tch... La cuestión es que había que encontrar a los cabecillas y mantener un ojo puesto en los distribuidores. Así que la solución fue introducirme desde lo más bajo e ir ascendiendo sin que se notara demasiado mi presencia... Pero no pude evitar ser un maldito perfeccionista y destacar por encima de los demás extras que competían contra mí.

—¿Y la mejor idea que tuviste fue convertirte en luchador y recibir palizas?

—¿Crees que no pensé en más opciones? —inquiere, enarcando una ceja.

Le contemplo con una expresión neutra, indiferente, con mis labios ligeramente separados porque no sé si es una pregunta retórica o me está dejando vía libre para responder una de mis tonterías.

—No lo sé. Tú dime.

Me decido por la segunda opción y él resopla por su nariz, pero la sonrisa ladeada que rompe con la dureza de su expresión se filtra como una burla por mi primera pregunta y no como una ofensa.

—Soy un hombre de acción, nena. Mi primer impulso es atacar y mientras lo hago pienso en las posibles estrategias —alza sus hombros y deja caer ligeramente su cabeza entre ellos para mirarme de soslayo—. No soy bueno con las palabras porque detesto terriblemente mentir, así que mis puños se encargan de expresar lo que quiero y no lo que pienso.

Tiene que estar dándose cuenta de mi mirada reticente y el modo en que arrugo las cejas con extrañeza. Supongo que hay cierta lógica en lo que dice, sobre todo si se muestra tan seguro en definirse como un tipo impulsivo, pero también intuyo que esa confianza es la base para mantenerse fuerte ante las vivencias que ha tenido que experimentar.

Yo he pasado una sola noche infiltrada y quiero arrancarme hasta la piel porque me siento sucia... contaminada por la depravación y maldad que he visto.

Bakugō se aclara la garganta, queriendo reclamar de nuevo mi atención sobre él cuando he debido espaciarme por unos segundos y rememorar las escenas que han pasado frente a mis ojos. Por inercia le ofrezco el café, todavía conectando las neuronas de mi cerebro para volver a escucharle, pero me equivoco al creer que podría estar sediento y que su paladar pudiera estar tan seco como el mío dado que él rechaza la bebida caliente, simulando una expresión de asco al arrugar su nariz y sacar la lengua como si lo que estoy bebiendo le resultara asquerosamente dulce.

—En resumen... —prosigue, saltando de su asiento para ponerse en pie, de nuevo frente a mí—. Ahora tengo que lidiar con jodido papeleo y comprobar si el cabecilla, Chisaki, está entre los detenidos, aunque ni siquiera sé si ese cabrón apareció por el local.

Chisaki... creo haber escuchado ese nombre antes...

—¿Cómo es él? —indago, ya que siento la necesidad de ayudarle en lo que pueda después de todo lo que Bakugō ha hecho por mí.

Él se lleva una mano al mentón y rasca pensativamente la línea de su mandíbula, imagino que buscando la descriptiva adecuada para ese sujeto.

—Se ve como un tipo normal, supongo. Del montón de escoria que has encontrado ahí dentro —Bakugō comienza, con la mirada perdida en las luces policiales—. Delgado, cabello corto color mierda, ojos alargados y amarillos... No puedo darte más detalles de su rostro porque suele llevarlo cubierto con una máscara-

—¿Con forma de pico de ave? —suelto sin pensar, ya que recuerdo haberme fijado en el bar en un hombre que coincide con la descripción que Bakugō me está dando, pero que no me asegura una confirmación exacta—. O más bien... como de médico de la peste negra. Sí, yo diría eso...

Estoy mirando el vapor humeante que sale de la boquilla de mi taza de café, distraída, ya que he sentido un déjà vu teniendo esta conversación con Bakugō. Ahora que lo pienso concienzudamente Shiragaki también habló de drogas y la yakuza... por lo que intuyo que Bakugō estará detrás de ellos siguiéndoles la pista. Me encuentro en el limbo de mis pensamientos hasta que un par de manos grandes y ásperas palmean mis mejillas, abarcando mi rostro entre ellas para alzarlo y que mis ojos se conecten con otros carmesíes. Me sobresalto por su inesperado contacto, pero me relajo ante su expresión rebosante de júbilo, por lo menos así lo noto al regresar la sonrisa ladeada que resaltar sus facciones masculinas.

—¿Te fijaste si llevaba guantes en sus manos? —inquiere en un tono esperanzado.

—Sí. Blancos —confirmo y él amplia su sonrisa hasta mostrar los dientes.

Inesperadamente él se inclina y mis ojos se agrandan como reacción, ya que puedo jurar que su intención directa era besarme al bajar su vista hacia mis labios. Sin embargo, él se detiene a milímetros de mi rostro, rozando la punta de su nariz con la mía. Creo que me he quedado sin respiración, pues siento la suya abanicar mis labios sin que yo haga intento alguno por apartarme; tan solo le miro, ligeramente boquiabierta porque sus hermosos rubíes finalmente me han atrapado y no puedo —ni quiero— escaparme de su atracción. Intento no bizquear cuando fuerzo mi enfoque ante la repentina cercanía, pero él vuelve a moverse con rapidez y presiona sus labios en mi frente, dejándome aturdida.

Dios, ¿cuán jodidamente impulsivo puede ser este hombre?

—No te haces una jodida idea de lo que eso significa para mí, ¿cierto? —le escucho reírse entre dientes cuando se aparta, pero aun así mantiene sus cálidas manos en mis mejillas—. No está todo perdido.

—¿A qué ha venido esto? —le cuestiono acerca del beso en la frente y él me ignora, presionando un poco más sus palmas contra mi piel. Debo de verme como un pescado boqueando, así que le frunzo el ceño.

—No suelo decir esta mierda a menudo, pero te has ganado mi respeto y mi atención —su sinceridad me abruma, pero por mucho que me halague necesito una explicación.

—No me adules y respóndeme, Bakugō.

—Tengo que irme —habla y libera mis mejillas al mismo tiempo.

Le llamo de nuevo cuando está a punto de marcharse, alzando mi mano para intentar agarrarle de la manga de su chaqueta, sin éxito, pues barro el aire con mis dedos y Bakugō se gira hacia mí —caminando de espaldas y alejándose— mientras señala al edificio detrás de él.

—Debo volver —anuncia con firmeza y con energías renovadas—. Ese cabrón todavía puede estar en el interior de ese tugurio.

Aprieto la taza de café entre mis manos en auténtica señal de frustración porque él no me está escuchando, así que dejo el recipiente en la base del vehículo, procurando que no se vuelque.

—Bakugō, razona —salto de la ambulancia y voy tras él, decidida a detenerle—. Acabas de salir a duras penas de ese edificio, estás herido y ni siquiera llevas el equipo de asalto adecuado —él abre la boca para replicarme, pero ya le he alcanzado y no dudo en agarrarle del cuello de la chaqueta para bajarlo a mi altura—. Además, Chisaki pudo marcharse hace horas, ya que le vi antes de tu pelea con Twice. Usa la cabeza, maldito terco.

—No me jodas —se queja, sosteniendo mi muñeca para darme a entender que le suelte—. No pienso perderle. Me niego a dejarle escapar.

—Avisemos al operativo primero. Los refuerzos podrán encargarse de-

—¡Pero soy el jefe y es mi cometido! ¡Mi misión! —se señala, alzando la voz con impotencia, pero dejo de mirarle y me concentro más allá, detrás de él, hacia un destello que capto en una de las ventanas superiores del edificio.

Después la explosión ilumina la calle por completo, convirtiendo la noche en día.

El fogonazo de luz es tan intenso que me veo obligada a cubrir mis ojos con mi antebrazo. El cuerpo de Bakugō hace de escudo cuando me refugia en su pecho y me estrecha contra él para protegerme de la onda expansiva. Siento su mejilla y una de sus manos presionándose en mi cabeza sin hacerme daño, sus músculos tensos y rígidos, su corazón acelerado y bombeando con frenesí... y si su ronca voz me pareció retumbante no tiene comparación con la ensordecedora explosión que ha causado el caos a nuestro alrededor y que incluso agitó mi interior y disparó mis latidos hasta la arritmia cardíaca.

A las sirenas de los coches policiales se les une el estallido de los cristales y los gritos de alarma de nuestros compañeros y los detenidos. Los cascotes que caen sobre algunos vehículos aparcados junto a la acera hacen saltar sus alarmas debido al impacto. Pero todo eso lo percibo con distorsión... demasiado impactada con el hecho de que hallan implosionado una bomba cuando finalmente todo parecía estar en orden.

¿Queda algo más por experimentar esta noche? Porque esa no la vi venir.

Cuando Bakugō se incorpora y gira su cuerpo —y a su vez, el mío— pasados unos segundos de cautela, ambos nos quedamos observando las llamas que sobresalen de los marcos destrozados de las ventanas, lamiendo el ladrillo hasta ennegrecerlo. La construcción sigue en pie y casi de una pieza, así que los daños han debido producirse en su interior

—Discutir conmigo te ha salvado la vida, otra vez.

Esa frase casi me da un óscar, dado que es el momento ideal para decirla, aunque un "te lo dije" también hubiera estado acertado... o al menos es lo que yo considero. Contrariamente a mis pensamientos, Bakugō resopla y frota mi cabeza con sus nudillos, instándome a no lo molestarle con mis comentarios en estos precisos instantes.

—Ya cállate, mujer —murmura, pero su tono no es hostil, si no resignado porque sabe que tengo razón.

Observando los desperfectos, el rubio ceniza se separa de mí para cortar distancias con otro policía que pasa cerca de nosotros. Le da unas cuantas órdenes mientras yo me mantengo al margen, contemplando como un camión de bomberos —del cual no me había percatado antes— dirige un potente chorro de agua hacia el edificio en llamas.

Oi —Bakugō reclama mi atención y le miro, inclinando la cabeza en un asentimiento para hacerle saber que le escucho—. Quédate en la ambulancia hasta que vuelva Deku.

—Pero-

—No seas tozuda y haz lo que te digo —me corta en un santiamén, pero yo le doy una mirada escéptica como si le dijera "¿En serio? ¿Tú de entre todos me llamas testaruda? ¡Mira quien fue a hablar!" y él parece comprender lo que digo sin necesidad de intercambiar palabra porque se pasa una mano por el rostro, previniendo otra discusión—. Si te quedas más tranquila estaré fuera del perímetro mientras coordino a los demás. ¿Contenta?

—Ten cuidado —es mi respuesta, pues estoy satisfecha con su decisión y espero a que la cumpla.

Bakugō me contempla fijamente unos segundos antes de asentir en silencio. El policía lo acompaña cuando retoma su caminar y su figura desaparece entre el resto de los operativos que trabajan sin descanso. Por mi parte, regreso diligentemente a la ambulancia y me dispongo a agarrar el vaso de café cuando me percato de que hay algo distinto. Algo ha cambiado.

Justo debajo de mi café hay un objeto que antes no estaba ahí.

El vaso hace de perfecto pisapapeles de una pluma rojiza, bastante alargada a mi parecer, que no ha podido simplemente colarse por debajo por casualidad. El viento arrastra porquería del suelo, sí, pero no hace levitar vasos de café que están casi llenos.

—No grites ni hagas movimientos bruscos —una voz desconocida habla desde un lateral del vehículo, poniendo todos mis nervios alerta.

Y es entonces cuando un solo pensamiento vuelve a mi cabeza con más fuerza.

Ah shit, here we go again... x2

***


Nota de la autora: De esto que estás llegando al final... PERO DECIDES CAMBIARLO PARA METER A MÁS PERSONAJES :D

No se preocupen, es bromi. Esto no se alargará mucho más.

Continue Reading

You'll Also Like

1.9K 90 13
𝟐 𝒄𝒉𝒊𝒄𝒐𝒔 𝒔𝒊𝒏 𝒊𝒎𝒑𝒐𝒓𝒕𝒂𝒏𝒄𝒊𝒂 𝒂𝒍𝒈𝒖𝒏𝒂, 𝒔𝒐𝒏 𝒗𝒊𝒄𝒕𝒊𝒎𝒂𝒔 𝒅𝒆 𝒃𝒖𝒍𝒍𝒚𝒊𝒏𝒈 𝒚 𝒑𝒒? 𝒔𝒐𝒏 𝒎𝒂𝒍𝒗𝒆𝒔𝒕𝒊𝒅𝒐𝒔, 𝒇�...
175K 20.2K 35
En donde Emma Larusso y Robby Keene sufren por lo mismo, la ausencia de una verdadera figura paterna.
45.2K 5.5K 8
Compartir un apartamento es toda una experiencia, sobre todo si se generan situaciones de todo tipo... a cada cual más inverosímil. Pues bien, imagin...
1.3K 162 13
Natsuki Shigaraki, la hija de los Reyes de Arcelia, Hanae Shimura y Hizashi Shigaraki, futura heredera al trono, comprometida con Shoto Todoroki, el...