El Espíritu del Invierno

By tormentadelluvia

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PRIMERA PARTE: Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
SEGUNDA PARTE: Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
TERCERA PARTE: Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41

Capítulo 11

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By tormentadelluvia

ELYSA LEVANTO SUS PIERNAS, quejándose ante el dolor a lo largo de sus músculos, y se inclinó hacia adelante lo suficiente para abrazar sus rodillas. Todavía el amanecer no había llegado, y la superficie estaba ligeramente perlada de rocío congelado. Tembló de frío, observando a su lado el conejo muerto y un reguero de vómito rosado. Cuando recordó lo que había pasado, hizo una mueca de disgusto.

Ella aún podía revivir esas horribles arcadas. Los órganos dentro de ella se retorcían, de hambre y de dolor.

Se miró a sí misma. Sus manos estaban manchadas de sangre seca y tenía rastros de vómito en el cuello y la boca. Temblando de frío, frotó sus ojos y descubrió a Invierno acostado sobre sus patas.

Al principio creyó que dormía, pero él tenía los ojos abiertos. Fijamente en ella. Reprimió un escalofrío, sin saber si lo que sentía era miedo o anticipación.

El lobo se levantó, estirando un poco las patas traseras, desperezándose. Abrió la boca, sacando su lengua y chocando su aliento sobre el rostro de Elysa cuando se acercó ligeramente. Era como si él esperara a que ella levantara una mano y lo apartara lejos.

Elysa permaneció quieta, sintiendo el calor que desprendía del cuerpo del lobo.

No quería apartarlo. Y no sentía miedo. Era algo más.

Quiso rodearlo con sus brazos, pero se obligó a dejarlos inertes a sus costados. Invierno acercó su hocico, volviendo a olfatear su boca. Con lamidas cariñosas, limpió una parte de la comisura de sus labios. Elysa dio un respingo, casi imaginándose que él era una persona y la estaba limpiando con una lengua humana. «Los Lobos antiguamente eran humanos», chilló una voz dentro de ella.

Pero él... él era tan cálido y reconfortante.

Así que ella cerró sus ojos. La lengua del lobo comenzó a limpiarle parte de su cuello, hasta llegar a su herida. Cuando la olfateó, le dio unas lamidas ásperas en la carne que poco a poco iba cicatrizando.

«Ya no duele», pensó ella con alivio. Invierno se apartó despacio, observando el rostro de Elysa.

Ella abrió sus ojos, sintiéndose más tranquila.

—Gracias —le susurró.

Él... él seguro la entendía. Y nunca se sintió tan agradecida. Aquel lobo blanco y misterioso le había salvado la vida más de una vez. Dos veces, en total, pero ni siquiera el número importaba, porque Elysa se sentía como si le debiera la vida por ello.

Pero se sentía muy cansada, demasiado cansada para hacer otra cosa que dormir. Así que se recostó, con los dientes castañeando y hecha un ovillo en el suelo. Invierno la miró impasible desde arriba, mientras Elysa cerraba sus ojos poco a poco, obligándose a dormir para que dejara de sentir tanto frío.

Su imagen era tan cálida que pronto su cuerpo comenzó a entrar en calor.

No. Los recuerdos no eran calientes. Alguien estaba cerca de ella, compartiendo su calor. Ella espió con uno de sus ojos. Invierno estaba hecho un ovillo, de una manera lobezna, a su lado. Y más cuerpos se le sumaron.

Los sonidos —pisadas sobre las hojas secas y gemidos bajos en la garganta— se intensificaron cada vez más, aproximándose. Toda la manada la rodeaba, con sus cuerpos tan calientes que el viento gélido dejó de enfrentarla y sus dientes pararon de castañear. Si no se hubiera sentido tan agotada, ella probablemente hubiera extendido sus manos y habría acariciado a los lobos hasta el cansancio. Rodeada de ellos, parecía que si un tornado pasara cerca de allí, ella no le temería, porque los lobos la protegerían.

«¿Esto es lo que se siente estar protegida?», preguntó su mente adormecida. La sensación era embriagadora. Uno de los lobos se estiró, acurrucándose contra su espalda, bostezando con pereza. El calor que comenzó a desprender de su cuerpo la hizo flotar directo hacia el sueño.

Aún a medio desmayarse del cansancio, con la calidez rodeándola, su estómago rugiendo de hambre, sus heridas en proceso de cicatrización, en medio de la intemperie y con los músculos adoloridos, era consciente de cada lobo.

Como si estuvieran conectados.

A través de sus párpados, podía ver una luz blanca frente a ella. El hocico de Invierno estaba cerca de su boca, así que cuando sumergieron en un sueño profundo, ellos compartieron el aliento.

Y los demás le compartieron el calor y algo más que ella no supo identificar.

***

Elysa se dio cuenta que la lluvia no afectaba en mínimo a los lobos. Parecían impermeables al agua, porque las gotas de lluvia resbalaban de sus pelajes como si fueran alérgicos a ellos. Y siempre permanecían cálidos como el fuego.

Ella se dio cuenta, observando muy de cerca, que debajo de aquel pelo largo y grueso, había una especie de lana que iba creciendo a medida que la temperatura descendía. Naturalmente, ellos se adaptaban a las estaciones con normalidad. Cosa que los humanos no podían, y lo envidiaban terriblemente.

Dentro de todo, ella estaba aliviada porque no había otra ropa encima de ella más que un viejo pantalón y una camisa desgarbada. Los cánidos la ayudaban a mantenerse caliente.

Pero eso no era lo más importante. Si Elysa calculaba mentalmente, había pasado más de tres días sin comer. Se acarició los brazos, desconsolada. Ella no podía comer carne, no cuando esta estaba cruda. Si hacía una fogata, posiblemente haría enfadar a los Lobos o daría una señal de humo en el cielo gritando; ¡OIGAN, ESTOY AQUÍ!

Existían dos enemigos principales de los lobos en el mundo: el fuego y los humanos.

Cosa que Elysa sabía perfectamente, ya que de pequeña se tragaba todo tipo de información sobre ellos. Sabía que en una manada siempre tenía que haber un Alfa y una Omega. Diaurmuid y Gráinne habían sido el Alfa y Omega que se habían enlazado con sangre y sangre con el Rey Aengus y la Reina Tayen.

Eso le hizo preguntar... ¿Invierno era el Alfa de la manada? Resultaba muy probable. Pero lo que sí no sabía, era quién era la Omega de la manada.

Tratando de sacar todas sus preguntas y conclusiones de la mente, Elysa se puso de pie y comenzó a caminar en línea recta. Si había una cosa que tenía que hacer, era conseguir comida para ella misma. Tenía la sensación de que los lobos la entendían cuando ella les hablaba pero no les pediría frutas o verduras para comer. Era algo ilógico y Elysa tenía ganas de hacer algo por su propia cuenta.

Así que caminó, observando todo lo que se cruzaba a su paso. Los lobos, detrás de ella, la seguían con tranquilidad, jugueteando entre ellos y marcando el territorio en los árboles a medida que avanzaban. Algunas veces, uno de los lobos se apartaba y volvía con un hueso para mordisquear o alguna rata como bocadillo. Otras veces, el lobo no volvía y aullaba para anunciar que se había extraviado.

Y Elysa lo entendía todo.

Desde las sonrisas, las posturas y las expresiones de sus cuerpos y rostros; absolutamente todo.

Alaska, la loba marrón, y Fénix, el lobo negro que lucía rojizo a veces, era la pareja de la manada. Eran enigmáticos y jamás peleaban.

La manada en realidad nunca peleaba. Se respetaban mutuamente, incluso cuando se provocaban un rasguño o una herida, se lamían entre ellos hasta que ninguna gota de sangre resbalaba.

Cinder era la loba que más le gustaba a Elysa. Ellas a veces cruzaban alguna que otra mirada, pero Elysa se daba cuenta de que era la loba más sociable de todos. Se acercaba exclusivamente a cada uno y se comunicaba hasta el cansancio. Unas veces lamía las orejas de Suka, hasta que él corría a su manera veloz para escapar lejos de ella. Bota, el lobo negro con la mancha blanca en su pata, era el más cachorro de todos. Ahí fue cuando Elysa se dio cuenta de que Cinder era la más adulta.

Era como una madre en la manada. Ella estaba siendo maternal con todos.

Incluso con Invierno.

Pero Invierno tenía actitud indiferente. A veces, cruzaba algunos juegos con Bota o Yukon, el lobo—zorro. Dentro de todo eso, él volvía al lado de Elysa, como un imán. No se separaba de ella, ni siquiera cuando se metió en un arrollo para asearse un poco.

Al principio le había dado vergüenza desnudarse frente a sus ojos atentos. Pero ella realmente necesitaba darse un baño y limpiar su ropa sucia manchada de sangre y tierra.

Y él... él después de todo era un animal, ¿verdad?

Era un lobo.

«Ellos son lobos. Ellos no son nada más que lobos que alguna vez fueron humanos.»

Los fragmentos de la historia que le contaban a los niños, incluso a los más grandes, resonaban en su mente. Se llamaba "La vida pasada" y antiguamente era un relato que mostraba el peor lado de los Dioses Cánidos. Se contaba que un grupo de hombres que practicaba Magia Negra y odiaba a los Lobos, había difundido esa historia para demostrar el desprecio que les tenían y para que la gente dejara de creer en ellos.

No había dado resultado, hasta que la Ruptura —la tragedia de la Familia Real—, había ocurrido.

Desde ese día, La vida pasada era un cuento que todo el mundo sabía de memoria y lo repetían muchas veces antes de irse a dormir. Algunos le daban una melodía, los bardos lo cantaban en las tabernas y los músicos solitarios lo combinaban con sus finos instrumentos.

Elysa los oía todo el tiempo. Pero nunca había creído la historia al pie de la letra. Si ellos tuvieran aquel instinto fiero y hambriento que los obligaba a cazar todo a su paso, ella ya no estaría allí. Tal vez su cuerpo hubiese terminado como un reguero de piel y huesos blanquecinos a un lado del bosque; pero ella estaba completa, respirando y buscando por algo de comer.

No tardó mucho en encontrarse con un campo abierto. Moras, frambuesas y manzanas era todo lo que estaba cultivado en aquel fragmento de tierra. Elysa corrió sin pensárselo dos veces, callando a su subconsciente que le advertía y siguiendo a sus instintos hambrientos.

Ella tenía el instinto fiero y hambriento ahora.

Con las manos abiertas, arrebató a las altas y finas plantas unas cuantas frambuesas. Se las devoró sin masticar, cerrando los ojos. Cuando las sintió por fin dentro de ella, corrió hacia otra planta llena de moras, manchándose los dedos de color violeta. A esas sí las masticó.

Los gritos y palizas de Demothi se reproducían en su mente.

Pero ella no les hizo caso.

Él no estaba allí. Demothi estaba muerto, muerto para siempre.

Y ella era feliz, porque podría arrancar de las plantas y de los árboles todo lo que ella quisiera.

Haciendo una especie de canasta con su camisa después de comer lo suficiente para explotar, recogió todas las manzanas y frambuesas que pudo. Agregó algunas moras, apresurándose, ya que sabía que el dueño de aquel campo vendría en cualquier momento.

Al darse la media vuelta, casi se tropezó con Invierno. Sin estribos, el lobo olfateó lo que llevaba entre brazos. Lamió una mora con curiosidad, sintiendo el sabor dulce y jugoso de la fruta.

—Hey, eso es mío —protestó Elysa, con el ceño fruncido.

Invierno la miró. Ella podía jurar que vio preocupación en su rostro. Retrocedió dos pasos lejos de ella, lamiendo su boca. Elysa se rió cuando vio su lengua morada. Al escuchar su risa, Invierno se volteó para verla. Sus orejas se levantaron atentas y los ojos de él brillaron.

Señalando con su hocico al lugar por donde habían venido, gimió, insistente.

Le hizo caso, trotando con energía, sintiendo pronto fuerzas y ánimos lo suficiente como para hacer una carrera.

Eso era lo que necesitaba.

Comida.

Ahora, sus pensamientos estaban despejados y el estómago dejó de retorcerse dentro de ella.

—¡Ladrón! ¡Ladrón!

Una anciana se precipitó corriendo en su dirección, sosteniendo un palo lleno de clavos afilados. Para ser una ancianita desdentada, sus pasos eran firmes y rápidos. Elysa gritó de advertencia y oyó que algunos de los lobos ladraron alterados. La anciana se detuvo de repente, muerta de miedo.

Sus piernas temblaron y lucía como si caería al suelo en cualquier momento.

—¡Lobos!

Parecía un loro, repitiendo una y otra vez la misma palabra entre gritos desgarradores y discordantes. Elysa gritó a su vez, entre asustada y divertida. Invierno dio dos saltos en el lugar y giró alrededor de Elysa, nervioso.

Ella corrió, soltando risas y grititos, mientras seguía por detrás a los otros lobos que huían sin pensarlo. No, ellos no huían de miedo.

Huían de la anciana, pero de una manera pacífica y divertida. La lengua se les salía de sus fauces y se mordisqueaban las orejas cuando otros se iban en la dirección equivocada.

Ellos... ellos bien podrían deshacerse de ella. Pero no lo hicieron.

«Asesinos», la palabra retumbaba en su mente, y describía muchas cosas menos a los lobos.

Si ellos hubiesen sido unos asesinos como todos creían que lo eran, entonces habrían matado a la mujer que intentaba lastimarlos con un palo filoso.

Invierno, cumpliendo su papel de Alfa y guía delante de todos, volteó para observar a Elysa detrás de ellos, mientras corría con sus patas fuertes y hábiles.

Todos tenían la boca abierta, en una sonrisa. Una sonrisa a una manera muy lobezna. Y Elysa tenía una sonrisa a una manera muy humana. La brisa gélida del viento chocaba contra sus rostros.

Elysa recordó que tuvo días en donde tenía dos caminos para elegir.

Y ninguna de ellas le brindaba la libertad que deseaba.

Allí, se preguntaba, qué hubiera pasado si toda su vida se habría basado en obedecer órdenes de Demothi. Se preguntaba qué hubiera pasado si hubiese dedicado toda su vida en tener hijos y compartir una cama con Donovan.

Pero allí... ni siquiera en esos momentos, hubiera imaginado que había un tercer camino, oculto entre aquellos dos.

Esta era la vida que estaba teniendo ahora. En aquel momento, Elysa se daba cuenta de que nunca había tenido idea de lo que era la libertad y ser libre.

Porque todo lo que era allí, con los lobos, era eso.

Y para conseguir aquella libertad, en realidad no necesitaba a nadie.

Se necesitaba a ella misma. Junto a los lobos.

La sensación la llenó por completo. Le hizo abrir la boca, reír, agrandar sus ojos y sentir su corazón latir fuerte contra su pecho.

Su mente gritaba. Gritaba de alegría y regocijo.

Libre.

Eso es lo que era. Desde dentro hacia fuera.

Libre al fin.

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