Una noche en mi cama

By AshlieMichelleOrtizM

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La estudiante de enfermería y camarera Lilith Foster no pasa por su mejor momento. Su ya desesperada situació... More

prologo
Capítulo 1
capitulo 2
capitulo 3
capitulo 5
capitulo 6
capitulo 7

capitulo 4

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By AshlieMichelleOrtizM



El hielo que cubría el corazón de Scott se resquebrajó un poco al ver cómo aquella mujer desolada, totalmente destrozada, se deshacía en lágrimas delante de él.

Sus sollozos de desesperación lo removieron por dentro. Si pudiera dar con la cabrona de su compañera de piso, le haría pagar por todo lo que estaba sufriendo Lilith. Incapaz de reprimirse, Scott se acercó a ella, la abrazó y la puso de pie con sumo cuidado.

Ella le rodeó el cuello con los brazos y apoyó el rostro sobre su pecho. Estaban cuerpo contra cuerpo y Scott sintió el estremecimiento de aquella frágil figura, que trataba de apoyar parte del peso de su desesperación en su hombro.

—Tranquila. Todo saldrá bien. Yo cuidaré de ti. Scott acarició el pelo negro y sedoso de Lilith, consciente de que lo había dicho totalmente en serio.

No lo decía para tranquilizarla ni para aliviar su dolor, lo decía porque quería cuidar de esta mujer que había soportado con un coraje digno de admiración los múltiples apuros y vicisitudes que la vida le había deparado.

Sin duda era una persona muy especial y faltó poco para que sus lágrimas le emocionaran. Tomó aire y abrazó con más fuerza su esbelta cintura. Recorrió su espalda con una mano y trazó relajantes círculos para calmarla. Lilith se sentía muy a gusto en sus brazos.

Al inhalar la seductora fragancia de ella se empalmó. Olía a una mezcla de primavera y de Lilith: una fragancia natural y cautivadora que le hizo la boca agua. Deseó que su sexo masculino se estuviera quietecito mientras apretaba contra su pecho el dócil y suave cuerpo de Lilith.

Sabía que no era un buen momento para ponerse cachondo, pero le parecía inconcebible estar a un kilómetro de ella sin ponerse como una moto. Scott quería que todos los problemas de Lilith desaparecieran, que se esfumaran sin dejar rastro, como si jamás hubieran existido. —Lo solucionaremos, Lilith. Yo te ayudaré. Se apartó de él secándose las lágrimas con ambas manos.

—Te he mojado entero —susurró entre sollozos secándole con la mano la parte delantera de la camisa. A Scott le entraron ganas de ponerse a llorar cuando Lilith se apartó de él, pero se limitó a decir: —Da igual. Tras recuperar la compostura Lilith afirmó con determinación: —De nada sirve seguir lloriqueando como un bebé. Tengo que ir a buscar un albergue.

Ahora mismo estoy en la ruina. —Déjate de albergues. Quédate aquí. Tengo espacio de sobra —repuso Scott tratando de guardar las formas, aunque, si Lilith se empeñaba en irse, estaba dispuesto a sujetarla para impedírselo. No dejaría que pisara un albergue.

Puede que ahora estuviera arruinada, pero era una situación temporal—. Sé sensata. Necesitas ayuda y yo estoy dispuesto a ayudarte. Puedes quedarte aquí hasta que acabes el semestre. —¿Por qué? ¿Por qué querrías que me quedase aquí? No me conoces de nada. Le hubiera gustado responderle que sí que la conocía, que sabía quién era desde el primer momento que la vio.

Había despertado algo en él, un sentimiento franco y primitivo. —Necesitas ayuda. A todos nos pasa alguna vez. Yo tuve la suerte de tener a mi hermano. —Scott, no puedo aprovecharme así de ti.

«Que sí, que sí. Y siempre que quieras».

Scott volvió a sentarse para ocultar una erección que iba en aumento y tuvo la suerte de que ella también se sentara para coger la taza de café. —No te estarías aprovechando de mí. Tan solo estarías dejando que te ayudara un poco.

Lilith soltó un resoplido antes de tomar un sorbo del tibio café. —Es más que «un poco». Aún me quedan más de cuatro meses en la universidad y no tengo dinero, ni ropa, ni nada de nada. Scott

le hubiera respondido que por él podía pasearse desnuda y a sus anchas por el piso, pero en lugar de eso contestó: —Nina te comprará algo de ropa. No te preocupes. —Respiró profundamente antes de añadir—: Solo tengo una condición. Si me prometes eso, te ayudaré en todo lo que necesites. —¿Cuál? —preguntó mirándolo con cautela por encima de la taza. —No quiero que trabajes mientras estudias.

Scott tuvo que reprimir una sonrisa al ver la transformación del rostro de Lilith, que lo miraba ahora con un gesto testarudo e implacable.

No iba a ser fácil convencerla, pero él tampoco pensaba darse fácilmente por vencido. —No puedo dejar el trabajo. Lo necesito para vivir. No tengo nada — afirmó con rotundidad. —No trabajarás.

Yo te ayudaré en el plano económico. Ya pasas cuarenta horas a la semana en la universidad y eso sin contar lo que estudias en casa. Esa es mi oferta. La toma o la dejas. Scott se negaba a quedarse de brazos cruzados mientras ella malvivía. Tan solo había dormido una noche como Dios manda y ya casi se le habían quitado las ojeras. Scott quería ser testigo de cómo desaparecían por completo y de cómo se alimentaba en condiciones.

Aunque su interior fuera duro como el acero, Lilith tenía un cuerpo frágil. —Pero yo... —Ese es el trato, ¿lo tomas o lo dejas? Scott se quedó contemplando su rostro: vio cómo se le ponía la cara roja y la mirada de desprecio que le dedicaba.

Aunque le latía el corazón cada vez más rápido y se había quedado sin respiración, Scott no hizo el menor ruido. Era una estrategia arriesgada, pero Lilith no tenía adónde ir.

¿Qué alternativa le quedaba? A pesar de todo, por un momento —un instante que le pareció una eternidad—, estuvo convencido de que Lilith le iba a mandar a la mierda.

Él le estaba dando órdenes, diciéndole cómo vivir su vida, y su instinto le pedía que se rebelde. Lilith soltó un resoplido de frustración. La expresión de Scott era inquebrantable e inflexible. Estaba claro que no había margen de maniobra.

O lo hacían a su manera o no lo hacían. ¿Tenía alternativa? Podría buscar un albergue, pero entonces tendría que abandonar temporalmente los estudios y eso supondría tirar por la borda todo el curso. —¿Qué pasaría con mi seguro médico? ¿Y con el subsidio por desempleo? ¿Y con el restaurante? —Mamá se las apañará. Tiene camareros que quieren trabajar más horas. —Lilith se estremeció, pues sabía que Scott estaba en lo cierto.

Tenía compañeros que estaban deseando trabajar a jornada completa—. Me encargaré de que mantengas el seguro. No dejaré que pierdas la cobertura médica.

Escudriñó los ojos de Scott tratando de averiguar lo que pensaba, pero aquel hombre era un misterio para ella.

¿Por qué hacía todo esto? ¿Podía fiarse de él?

Apenas lo conocía. Pero confiaba en Helen, y Helen adoraba a sus hijos. —De acuerdo, lo haré. Pero tendrás que tomar nota de todos los gastos porque te devolveré el dinero en cuanto pueda. —No hay trato. —

Me acabas de decir que solo había una condición. Como le habían empezado a temblar las manos, Lilith agarró con fuerza la taza de café y la inclinó para tomarse hasta la última gota. —Puesto que tratas de modificar las condiciones iniciales me veo obligado a añadir una cláusula —repuso Scott encogiéndose de hombros. —¿Qué sacas tú con todo esto? Voy a invadir tu intimidad, a quedarme con tu dinero, ¿y tú no obtienes nada a cambio? —le preguntó atónita, desconcertada ante semejante acuerdo. —No quiero tu dinero. ¿No puedes dejar que te ayude sin cuestionar mis motivos? Quiero ayudar. Eso es todo —enfatizo con irritación e impaciencia. Le dio el último trago al café y, al dejar la taza sobre la mesa, pegó un manotazo. —No puedo aceptarlo, así como así. Quiero darte algo a cambio de tanta molestia. Siempre me he mantenido a mí misma.

Estaba nerviosa y se levantó para recoger las tazas. Las llevó al fregadero y las pasó por agua antes de meterlas en el lavavajillas. Lo cierto era que debería estar besándole los pies como muestra de gratitud, pero, por alguna razón, estar en deuda con Scott le molestaba.

No estaba acostumbrada a que le regalaran nada, a que nadie le regalara nada. Era una superviviente que hacía malabarismos para mantenerse al menos un paso por delante de la pobreza.

Esta situación le resultaba totalmente ajena y la aturdía. Al darse la vuelta Lilith se chocó con el musculoso cuerpo de Scott, que la impedía avanzar sin ejercer el más mínimo esfuerzo.

El tío era como un bloque de cemento: duro e inamovible. Para no perder el equilibrio Lilith apoyó las manos en sus fuertes y musculados bíceps: —Perdona —masculló, pero Scott no se apartó. —Solo quiero una cosa a cambio, Lilith—le susurró con voz sugerente mientras parecía olfatear su aroma. Entonces colocó las manos de un golpe sobre la encimera y le cerró el paso.

Scott era como una olla a presión de testosterona y todas las hormonas de su cuerpo de mujer se elevaron excitadas para ponerse a su altura, respondiendo con entusiasmo a la llamada masculina.

La tenía rodeada, apresada como a un esclavo. Lilith se derritió por dentro, deseando someterse a su dominación y dejarse caer en sus fornidos brazos.

«Pero ¿qué...?». ¿Qué querría de ella?

Scott se acercó aún más y ella se estremeció al sentir el calor que irradiaba su cuerpo. Descalza medía metro setenta, pero él la superaba en altura, fuerza y potencia.

Scott agachó la cabeza y le rozó la oreja con los labios. —Tú. En mi cama. Una noche. Es todo lo que quiero, todo lo que necesito.

Una llamarada de fuego recorrió el cuerpo entero de Lilith al oír aquel susurro seductor. —¿Yo? —Se le escapó un chillido mientras los labios hambrientos de Scott le recorrían el cuello y el anhelo la hacía estremecerse por dentro y humedecer las braguitas.

—Tú. Una noche —repitió bajando las manos hasta sus caderas, acariciando la bata de seda, explorando con avidez sus formas femeninas.

Lilith dejó caer la cabeza a un lado dándole vía libre para explorar la sensible piel de su cuello. Santo Dios, cuánto placer. Y qué bien olía. Cuando la boca de Scott descendió hacia la suya, perdió por completo la capacidad de pensar.

Scott no preguntaba, exigía. Empujó con la lengua la puerta de sus labios hasta que cedieron.

Ella se dejó llevar y Scott se apropió de su boca con exigentes lengüetazos. A Lilith se le escapó un gemido; aquel beso la hacía sentir extasiada y abrumada, y su reacción impulsiva fue de deseo.

Empujó la lengua y la enroscó con la suya, explorándolo, catándolo... Siguió abrazándola con pasión mientras le desataba la bata y amasaba imperioso su cuerpo entero, pero sobre todo sus pezones duros, que reaccionaban con entusiasmo.

Para aumentar su deseo fue combinando las caricias con los pellizcos hasta que logró que perdiera el control por completo. Le metió entre las piernas el muslo, aquel fornido músculo enfundado en unos vaqueros, y ella se frotó contra él, atormentada por el deseo.

Lilith recorrió su cabello oscuro con las manos y, cuando la ola de placer se hizo aún más intensa, se agarró a él con fuerza. Scott separó su boca de la de ella y empezó a jadear como si acabara de correr un maratón.

—Madre mía, Lilith, me pones a cien. Eres brutal. ¡Y tan receptiva! A Lilith le palpitaba el cuerpo entero y Scott le posó la mano en el vientre antes de repetir: —Quiero una noche. Lilith pegó un respingo cuando los dedos de Scott le tocaron el sexo, que estaba empapado. Retiró el muslo para explorarla con más facilidad y poder estimular a sus anchas el anhelado trocito de carne rosada. —Estás tan húmeda, tan dispuesta... —susurró trazando círculos en el clítoris—.

Huelo tu excitación y me estoy poniendo a mil. Quiero tenerte. —Oh, sí... Por favor. Lilith se dejó llevar por las sensaciones.

Le ardía cada terminación nerviosa de su cuerpo y, para no perder el equilibrio y poder mantenerse de pie, apoyó las manos en los robustos hombros de Scott. —Eres tan dulce... —le murmuró Scott al oído.

Entonces empezó a lamerle el cuello a un ritmo que imitaba lo que le gustaría hacer en otro sitio; exactamente en el mismo sitio al que Lilith deseaba que llegara pronto, pues ardía en deseos de sentir aquella lengua de terciopelo entre sus muslos.

Tanto lo deseaba que comenzó a bambolear las caderas para lograr que el contacto fuera más intenso, para sentir más el roce de aquellos dedos maravillosos que la estaban volviendo loca. —Scott, necesito... —Sé lo que necesitas. ¡Exactamente lo mismo que yo! Pero de momento solo puedo ofrecerte esto.

Trazó otro círculo en su pubis hambriento y deslizó los dedos entre sus pliegues empapados hasta encontrar el lugar exacto que necesitaba que le tocaran.

Ella empezó a jadear cada vez más alto a medida que él aumentaba el ritmo y la intensidad. Tenía la sensación de que, si no la penetraba de inmediato, se moriría, y tuvo que expresar su frustración con un gimoteo, pues Scott no cejaba en aquella erótica tortura: con una mano le amasaba los pechos y con la otra asaltaba implacable el inflamado clítoris. —Sí, oh, sí... Aunque Lilith sabía que esa voz ardiente y excitada era la suya, le costaba reconocerla.

Esa voz aguda imploraba que la satisficiera, pero la boca de Scott se tragó sus gemidos como si quisiera poseer cada ápice de su gozo. Lilith reaccionó mordiéndole el labio y se abrió de piernas para invitarlo a que la poseyera, para entregarse en cuerpo y alma. Apretó las

entrañas y sintió que el inminente clímax se acercaba desde la punta de los pies. Arrancó su boca de la de él, dejó caer la cabeza hacia atrás y gimió desatada, invadida por un potente orgasmo, engullida por unas olas de placer que jamás había experimentado.

Apoyó la cabeza en el hombro de él mientras las olas de placer continuaban produciéndole espasmos. —Dios mío, ¿qué ha sido eso? —jadeó mientras Scott le cerraba la bata y apoyaba su exhausto cuerpo contra el de él. —Placer. Acabas de catar una muestra de lo que podríamos experimentar en la cama —respondió con tranquilidad mientras la mecía balanceando ligeramente su musculoso cuerpo—. Me gustaría pasar una noche contigo, Lilith.

No estás obligada a hacerlo, pero tú también lo deseas. Te ayudaré sea cual sea tu decisión. Tú decides si estás dispuesta a concederme lo que deseo. Pero te advierto una cosa... Me gusta controlar la situación.

Lilith que aún no se había recuperado y era incapaz de pensar con claridad, preguntó vacilante: —¿Qué quieres decir exactamente? —Sumisión absoluta —susurró con una voz sugerente y vibrante que revelaba una pasión desenfrenada—. Piénsatelo.

Dime que sí y te daré todo el placer que soy capaz de ofrecer. —Pero es que... no tengo mucha experiencia. Te defraudaré. Llevaba más de cinco años sin acostarse con nadie y solo había mantenido relaciones sexuales con una persona: su exnovio.

Después de salir cinco años juntos habían acabado muy mal. —No quiero acostarme con una mujer experimentada; quiero acostarme contigo —afirmó con rotundidad mientras se apartaba un poco para dejarle espacio. Lilith se fijó en la tensión que reflejaban los ojos de Scott y en los surcos que perfilaban su boca.

Bajó la mirada a su entrepierna y vio que el paquete apenas le cabía en los vaqueros. Scott se inclinó hacia delante y la besó en la frente. —Ya lo decidirás más tarde.

Hoy has tenido un día muy largo y necesitas recuperarte de la enfermedad. Descansa. Come. Relájate. Estaré arriba, en la sala de informática, si me necesitas. Nina no tardará en llegar con tu ropa. Puedes quedarte con la bata.

Te sienta muy bien. Pero que sepas que me empalmo cada vez que te la veo puesta. Fantasearé con las deliciosas reacciones con las que has respondido a cada una de mis caricias y con todos los dulces sonidos que has emitido mientras te corrías en mis brazos.

Lilith se aferró a la encimera que tenía a sus espaldas con tanta fuerza que los nudillos se le quedaron blancos. Scott se dio media vuelta, se alejó sin prisa y salió de la cocina como si no hubiera pasado nada, tensando y destensando los perfectos músculos del trasero y de la espalda.

«¿De verdad acaba de pasar lo que acaba de pasar?»,

susurró perpleja con la esperanza de que el día entero no fuera más que una pesadilla de la que se despertaría en la cama de su minúsculo piso.

Scott Hudson era un peligro para su salud y tenía que alejarse de él; cuanto más, mejor. Cuatro meses.

¿Sería capaz de superar esta prueba?

Estiró la columna y se ajustó la bata. Era una superviviente y sobreviviría. Scott le había explicado que acostarse con él no era una condición si no que. No tenía por qué ocurrir. Lilith respiró hondo tratando de relajarse.

Haría todo lo que estuviera en su mano para ayudar a Scott excepto acostarse con él. Cocinaría, limpiaría y le echaría una mano en todo lo que necesitara.

Llevaba toda la vida velando, por lo que encontrarse de pronto sin nada que hacer iba a ponerla un poco de los nervios. Seguro que encontraba otras maneras de recompensarlo. «Quieres hacerlo. En el fondo sabes que le deseas». Agitó la cabeza tratando de silenciar sus díscolos pensamientos.

Tener una relación con Scott Hudson no era una buena idea. El genio multimillonario era la clase de hombres que la dejaría hecha polvo. Aquí tenía la prueba: ni siquiera se habían acostado y ya le había puesto el mundo del revés.

«Lo malo es que ahora sabes que sería una noche increíble que jamás olvidarías».

Sí, sería increíble. De eso era precisamente de lo que tenía miedo Lilith. De que fuera demasiado memorable. Negó con la cabeza y entonces se acordó de que debería haber ido a la clínica por la mañana.

«¡Mierda! Tengo que llamar a Maddie. ¿Cómo he podido olvidarme?».

Todos los sábados por la mañana Lilith acudía como voluntaria a la clínica infantil gratuita de la doctora Madeline Reynolds.

Había empezado un año antes y no había faltado ni un solo sábado. Aunque aún no tenía licencia para ejercer como enfermera, echaba una mano en todas las tareas para las que estaba capacitada y, de ese modo, Maddie podía atender a más niños.

Lilith se abalanzó sobre un teléfono inalámbrico que había en la encimera de la cocina y marcó a toda prisa el número de la clínica.

Le explicó a Maddie lo que le había ocurrido y le pidió disculpas por no haber ido. —Aunque obviamente valoro mucho que vengas a ayudarme, no tienes las obligaciones de un empleado, Lilith. ¿Estás bien? ¿Necesitas alojamiento?

La voz de Maddie transmitía preocupación y Lilith se sintió arropada. Maddie era tan generosa, tan atenta... Pero no pensaba complicarle la vida a su amiga. Maddie invertía todo el dinero que podía en la clínica gratuita y eso que prácticamente acababa de terminar la carrera de Medicina.

Su amiga le había comentado más de una vez, medio en broma, medio en serio, que cuando se jubilara seguiría pagando los créditos que había solicitado para poder hacer la carrera. —No. Estoy bien. Un... amigo me está echando un cable —respondió con la esperanza de que su voz no la traicionara.

Se hizo un silencio tras el cual Maddie afirmó con gravedad: —Si necesitas algo, me llamas. Lo harás, ¿verdad? —Sí, te lo prometo. ¡Hasta el sábado! —Cuídate.

Si por casualidad te encuentras con la zorra de tu excompañera de piso, no dudes en llamarme. Le pegaré una buena paliza —dijo Maddie indignada. Lilith se echó a reír. —Vas a tener que hacer cola porque estoy tan cabreada que la paliza se la daré yo.

Tras insistir un par de veces en que se las apañaría sin problemas Lilith colgó el teléfono. Seguidamente cogió aire y se dispuso a ir a su piso para ver qué quedaba de sus bienes.

«Saldrás de esta. Has luchado mucho para llegar hasta aquí. Cuatro meses son pan comido. Ya habrá tiempo para recuperar lo que te han quitado».

Mientras buscaba la habitación de invitados en la que estaban sus pocas pertenencias, un cosquilleo le recorrió la espina dorsal, pues presentía que los cuatro meses que tenía por delante supondrían un desafío mayor que los

retos a los que se había enfrentado hasta ese momento. ¡Pobreza! ¡Soledad! ¡Rechazo! ¡Inestabilidad! ¡Miedo! Todo eso parecía fácil comparado con pasar varios meses junto a Scott Hudson. Le iba a costar mucho resistirse a la tentación.

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