Donde habitan los demonios

By lizquo_

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Annie vivió un romance de cuento de hadas. Hasta que la carroza se convirtió en calabaza. Y el príncipe en... More

Antes de leer
1: Los ojos de Al Capone
2: El conejillo de indias
3: Stanley Humphrey era un santo
4: Veni, vidi, vici
5: El diablo también escribe cartas
6: Sentir diferente
7: Jaws, igual o peor
8: Prácticas hedonistas
9: Caída dantesca
10: Cita con Lucifer
11: Verdad o reto
12: Cese al fuego
13: La escalera
14: El oro más brillante
15: Negro, sedoso, quemado
16: Puedes llorar, si quieres
17: Dalila
18: La decisión peor tomada
19: Bienvenida a Stanley
20: Si fuera yo
21: No lo olvides
22: El silencio de los culpables que un día fueron corderos
23: Código de conducta
24: El discurso
26: El talón de Devon
27: La adrenalina
28: Desastres en el pueblo llano
29: Agnus Dei
30: Aceite de almizcle
31: VIP
32: El regalo perfecto
33: Después de la tormenta
34: Benjamin Lincoln
35: Silencioso y mortal
36: La cura (capítulo final)
Epílogo: Reminiscencia
Secuela

25: 친구

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By lizquo_






Calle abajo, en solitario y en silencio, el sol cala más sobre mis hombros. Benjamin no ha dicho nada todavía y tengo el presentimiento de que está esperando a que lleguemos al muelle. Ya caminamos cerca de doscientos metros, lejos de Hazel y de las personas que se opusieron a que habláramos a solas. Las opiniones de Keyla y Sandy fueron muy certeras —y duras— respecto a mí.

—Deberíamos volver, si no piensas empezar —digo, deteniéndome.

En la acera, una pareja cruza a toda prisa y nos echa un vistazo justo cuando Ben se rasca la ceja con el dedo índice.

Ha señalado la callejuela privada por la que se accede a una parte del río al que no me acercaría de estar sola. Un suspiro cargado de poca serenidad brota desde mis labios, mientras doy pasos pesados a través del callejón, con Benjamin siguiéndome.

—Quería explicarte qué pasó entre Catherine y yo... y no pude hacerlo a tiempo... Quería... —Él cierra los ojos con fuerza, y hace un mohín.

Un poco confundida, me guardo las manos en las bolsas de mi suéter.

Pongo la mirada en la extensión del agua...

—No tienes que hacerlo.

—Quiero.

Vuelvo a soltar el aire.

—Y en realidad no hay mucho qué explicar; la gestación se produce a través del coito, en este caso. Tampoco me preocupa, sinceramente. —Arrugo las cejas tras darme cuenta de la verdad que acabo de decirle.

Sí: es verdad; no significó nada que, después de dejarme, como si nada y mientras yo estoy pasando un duelo absurdo, él hubiera compartido la cama con su novia. Suena raro; en otra realidad me habría tenido que doler esa traición, esa parte en la que sus hechos no encajan lo que dijo sentir. Y en el fondo, sé que no es porque tenga una naturaleza mala.

Sino porque es un hombre incapaz, justo como Keyla dijo.

—Vine para pedirte perdón. Solo eso, An. Y porque creo que, además de a ti, le he fallado a un montón de personas. —Tiene los ojos llenos de lágrimas—. No me gusta en lo que me convertí en estos meses.

—Bueno, mejórate. Me haría sentir bien saber que lo estás haciendo genial. Aún te deseo lo mejor.

Una sonrisa forzada se estira en sus labios.

—No sé por qué Catherine te citó allí, ni si la obligaron, pero necesito descubrirlo; tengo que encontrar al que la forzó a llevarte allí porque si no me va a consumir la culpa de saber que lo hizo por lo que le dije un día antes de la fiesta.

Ladeo el rostro sin comprender. Luce tan desesperado que incluso tratar de darle algún consuelo se siente mal. Me cruzo de brazos y cambio el peso de mi cuerpo de una pierna a la otra. Ben está mirando el río. Una ráfaga helada de viento me sacude los mechones rebeldes del pelo y, al tiempo que busco al muchacho que yo creía conocer, ese del que estuve enamorada, empiezo a contar los segundos.

—Lo que tengas que hacer —suspiro— no me involucres en ello.

Sin hacerme esperar me giro sobre los talones, segura de que la actitud de Ben podría malinterpretarse. Si le sigo la corriente más de uno creerá que estaba aguardando por la oportunidad perfecta para regresar con él... Y no es así.

No obstante, todos mis planes de dejar las cosas como están se escabullen tan rápido él me rodea la cintura, para decirme al oído—: Te quiero, y eso es lo único que me importa.

Extrañada, me zafo de su abrazo y doy varios pasos torpes hacia el frente del callejón. Enarco una ceja sin comprender a qué vino su repentino cambio; hace unos segundos pensé que quería pedir disculpas debido al accidente de su novia muerta, pero es obvio que las necesidades de Benjamin siguen siendo muy diferentes de las mías.

—Espero que no bromees más con estas cosas. Ya detente. Hace meses que demostramos lo débil que era nuestra relación, y que quede claro: jamás te pedí mucho. Solo quería vivirlo, contigo, sin sufrir.

Cabizbajo, pero sin dejar de mirarme, Ben responde, y no sé a dónde se fue su aflicción—: Eres la muchacha más lista que conozco. No serías tú si, de no ser yo, el siguiente fuera Devon.

Tuerzo una sonrisa.

Bastante adolorida por sus palabras, tomo una inspiración de aire y le espeto—: Era lista para ti porque me enredé contigo, ¿verdad? Escúchate...

—Todo el mundo sabe que están envueltos en algo. Si no, ¿para qué habría de poner tanto interés en ti cuando podría tener a quien él quisiera?

—Eres imbécil... Cada cosa que ha hecho Devon por mí ha sido en beneficio tuyo. El pobre tonto, creyendo que me esperarías y que, defendiéndome, tú tomarías el valor necesario. Quién iba a decir que acabaríamos congeniando así gracias al cariño que ambos te tenemos. —Niego con la cabeza—. Piensa bien lo que dices. —Y me acerco dos pasos a él, mirándolo con fijeza y cero amabilidades—. No dejes que el orgullo te consuma.

Benjamin traga saliva varias veces y solo entonces, después de notar que no será capaz de decir nada en su defensa, quizás porque sabe que no estoy mintiendo, mira en otra dirección. Me concentro en la línea de su mandíbula mientras cavilo sobre la euforia y el enojo que hay en esas suposiciones. Debió de sacar conclusiones después de que me atacaran en la fiesta.

Devon lo hizo marcharse y yo me quedé allí, abrazada de él, como si no necesitara a nadie ni nada más.

Al entrar en el café, varias personas reparan en mi presencia. Voy directo a la barra y mi hermana señala las escaleras, así que emprendo el camino hacia allá, segura de que Keyla se encuentra esperándome, con un humor que le durará toda la tarde. En un inicio, creí que era celos alrededor de Ben, que me mira y me busca. Pero ahora me lo estoy pensando seriamente: sus celos son por ella o por su hermano.

Si es por ella, también lo entendería; me he dado cuenta de que no tiene muchos amigos, que la mayoría de las personas la encuentran espeluznante y que ningún muchacho se atrevería a cortejarla por ser nieta de quien es, la hija de una mujer internacionalmente poderosa que no repararía ni un segundo en demoler, como ella misma dijo, edificios enteros para protegerlos.

Cuando entro en el salón que conforma la segunda planta del café, veo directamente a Keyla y a Eliot, sentados en el sofá. Rebusco en los otros asiento y cuento mentalmente; veinte personas a lo sumo. Sin embargo, ninguna de ellas llama tanto mi atención como el par de chicos apostados cerca del anuncio, que brilla por las noches.

Hago un esfuerzo monumental para no encaminarme hacia Dev y Bryant...

Finjo aburrimiento al sentarme al lado de Keyla, que hace un aspaviento para pedirle a Eliot que guarde silencio.

—Te tardaste. —No es una pregunta la suya.

Arqueo las dos cejas, también fingiendo sorpresa.

Pero la verdad es que ya me lo esperaba.

—Sí, Ben... No quiero hablar de ello.

—Ni nosotros. A este paso lo único que saldrá de su boca son más cosas que lo harán quedar...

—Por favor, cambia de tema.

—Ben necesita tomar decisiones, y necesita hacerlo pronto —insiste ella—. Puede formar parte de tu vida, pero tendría que entender que alguien ya le ganó terreno.

—Nadie ha ganado ni perdido nada, Keyla, no digas disparates.

—Como sea —dice—. Escuché decir a Josh que la familia de Catherine pidió indemnización a la escuela.

Gabrielle, la hermana de Ovady, deja una bandeja en la mesita del centro. Capuchino, late, francés y dos turcos. En ese momento, regresan Dev y Bryant, ambos vestidos con ropa cómoda, aunque este último luce la chaqueta de Stanley.

Al marcharse, noto que Gabrielle ya no me sonríe y que me mira por encima del hombro antes de bajar las escaleras. Desafortunadamente, parece ser que Keyla intenta mirar a través de mí, porque me toca la rodilla con la mano y hace una seña, las cejas fruncidas.

—Hermana del tipo que dejó las palomas en la casa de mi madre —digo.

Le doy un trago a mi café, y miro a Devon a la espera de que no diga nada más.

—Deberías decírselo a Sandy —comenta Eliot.

—Haría un escándalo y entonces pondríamos sobre aviso al que la atacó en las duchas —dice Dev, con la voz ronca por haber recién bebido de su café—. La miró como si supiera que su culo está en nuestras manos.

—Nunca tuve motivos para pensar que me haría algo así —acepto, mirando el lugar por el que acaba de irse—. Ella no...

—Es hermana de Ovady, y ya. No seas ilusa, Anabelle.

Sacudo la cabeza.

—Ustedes no vinieron hoy a discutir un libro...

—Tampoco eres dueña del café —replica El.

Bry se baja los lentes y al último termina quitándoselos. Ni siquiera Keyla repara en la aparente imperfección de su rostro. Pero yo, ahora que sé la verdad, veo en él algo más que un ser humano con una cicatriz; probablemente, es una de las personas que rápidamente se ganaron mi confianza en este grupo y uno de los culpables de que me sienta más segura ahora.

—Igual y puedo pedir la expulsión de más de uno aquí —le apunto con el dedo solo unos segundos.

—Quiero esas galletas de jengibre —dice Eliot mientras se incorpora.

Keyla, como si acabara de recordar algo, también se levanta al tiempo que dice—: También se me antojan.

Clavo los ojos en Bryant a sabiendas de que en menos de lo esperado se pondrá de pie y se irá detrás de ellos, y así tendré que enfrentarme a la sola presencia de Devon, que no ha dicho nada significativo en lo que tengo aquí, desde que volvió al sofá.

Enarco una ceja hacia Bry al ver que finalmente se marcha detrás de los otros, casi corriendo.

Me repantigo en el sofá, curiosa, por si voy a escuchar algo importante. Mi postura no es tensa y, pese a ello, el interior me abrasa cada músculo, desde los pies hasta la cabeza. La charla que mantuve con Ben aún se repite en mi mente con esa insistencia típica de las cosas que no tendrían que importar y aun así te quitan la calma.

Su forma de abordarme fue muy hosca y deshonesta, sobre todo si se trata de su amigo. Hubo un momento en el que, incluso, me sentí vulnerable frente a él, y mi padre siempre ha dicho que la baja autoestima es el arma de los depredadores.

Afortunadamente, he pasado muy bien acompañada las fases del duelo tras nuestra ruptura.

Devon, que se inclina para dejar la taza de café sobre la mesa de centro, apoya sus antebrazos en las piernas. Va vestido con vaqueros, camiseta y un anorak azul.

—Sé que no debería ser yo quien lo dijera, pero hablar con Benjamin te hacía falta —dice de pronto.

Con una ceja elevada, pongo la atención en su rostro, buscando cualquier atisbo de broma. Porque de todas las cosas que no me apetecen ahora mismo, que Dev haga de intermediario entre Ben y yo es la primera.

Niego con la cabeza, sin saber por qué estoy tan decepcionada.

—No pienso darte las gracias por concretar una cita con él —espeto—. Para la próxima pregúntame si eso es lo que yo quiero.

—Creo que todavía no lo entiendes —suspira Dev.

Por un momento, me pienso bien qué responder.

Al segundo siguiente mando al diablo toda la prudencia.

—Devon, no tengo que entender nada para suponer que tú crees que volviendo con Benjamin mi vida se arreglará mágicamente. No lo hará. Esto es mío, y además no soy el tipo de persona que termina una relación y la retoma cada dos días. En lo que a mí respecta, Ben y yo ya no formamos parte de la misma ecuación desde el momento en el que me usó para amenazarte.

—Yo ya me he olvidado de eso —repone él, en tono monocorde—. Tendrías que hacer lo mismo.

—Menos mal que a mí tú no me dices qué hacer.

—No es lo que estoy buscando —Su mirada está puesta en mí—. Le dije que vendríamos a Hazel a esta hora para que pudiera disculparse contigo. Eso dijo que quería hacer, y no soy nadie para negárselo.

—Si no eres nadie para negarle nada Ben, imagínate lo que eres para mí.

—Estás siendo inmadura, Annie.

—En realidad —suspiro, levantándome, eufórica y enojada— lo que estoy siendo es coherente con mis decisiones y mis actos. Jamás pensé que harías algo así. Mira... el buen samaritano.

Tienen que pasar algunos segundos para que yo pueda apartar la mirada de él, ya que se ha cubierto el rostro con las manos. Luego, con semblante de cansancio, se yergue.

Él avanza hasta quedar a un paso de mí.

—Pensaba que te gustaría cerrar ese ciclo.

—Ya. Pero Ben no quiere cerrar nada, y al parecer eres ingenuo cuando se trata de tu mejor amigo.

Su ceja se enarca, y de pronto parece curioso.

—Reconozco que no soy muy objetivo a veces, pero tengo la impresión de que algo ocurrió para que te haya molestado así... Y no estoy tratando de que me cuentes nada.

Sonrío, acobardada por lo que implica saber que esta mañana se puso loción y huele de maravilla. Aún recuerdo la sensación de estar pegada a su pecho, hundida ahí, en sus brazos.

Aprieto los ojos y me regaño internamente.

—Le he dejado claro que no me ofende el embarazo de Catherine, y no demostró mucha alegría por ello. A decir verdad, creo que pensaba que íbamos a mantener una relación a escondidas, como si esta tragedia, en lugar de separarnos definitivamente, pudiera reunirnos.

Dev, mirándome, se cruza de brazos, y pregunta—: ¿Habló sobre mí?

—Habló de rumores. No específicamente de ti.

—En fin, lo lamento. Pensé que en esta ocasión me diría la verdad.

—Dime... —susurro, observando atentamente la cicatriz de su sien—. ¿Cómo se dice amigo en coreano?

—Chingu —murmura Dev, las cejas fruncidas.

Asiento.

—Bien, así sea friend, o chingu, Ben ya no es más el que conocías. —Le pongo una mano en el hombro—. Será mejor que no hables de mí con él, porque no quiero enterarme de que van a los golpes otra vez.

—Annie, no estés tan segura de lo que dices.

—Y tú no te engañes a ti mismo. No me hagas favores románticos con tal de aparentar que no nos saltan los voltios cada vez que discutimos. Ya sea en público, en clase o con nuestros conocidos, todos saben que la situación ya es lo bastante incómoda, como para que hagas de celestino. —Vuelvo a sonreír. Devon hace lo mismo—. No te vendría mal repasar el Cirano.

—Muchacha insolente —Dev me mira regresar al sofá.

Se deja caer a mi lado esta vez, ya que le he dado otro sorbo a mi café.

Ninguno de los muchachos ha vuelto.

—Tengo una pregunta qué hacerte.

—No doy clases de coreano —me espeta sin hacerse esperar.

Lo miro de soslayo, completamente contrariada.

—Oye, no te salgas por la tangente. Lo que quiero saber es cómo le hiciste para convencer al detective de hacer privada la investigación.

—No lo soborné si es lo que estás pensando.

—Jamás creería eso, menos sobre ti, Al.

—Ya —se ríe él.

Cielos, su sonrisa empieza a fastidiarme.

Ahora entiendo lo que dice cuando habla de no poder aplacar la atracción. A veces, cuando se te antoja una golosina, la desenvuelves con el cuidado de saber que será para ti al estar totalmente desnuda, pero en nuestro caso, caer en la tentación de esta simple atracción es como desenvolver un caramelo a sabiendas de que comerlo nos provocará diabetes.

O un infarto.

O la muerte.

—Anda, cuéntame.

—Es uno de los pocos oficiales que tienen un currículum decente. No se vendería. Y tiene dos hijas de tu edad.

—Ya veo.

—Sí, e incluso le prometí que hablaría con mi madre para conseguirle una beca, pero se negó. Claro, no es una buena referencia pedirle que investigue un intento de violación al mismo tiempo.

—Mmm, quizás no fuiste muy convincente.

Dev niega con la cabeza y tras echarla atrás, en el sofá, y mirarme, dice—: Estaba ansioso, no me importó la sutilidad.

—Lo entiendo, y te agradezco. Lo que me recuerda... —Sentada aún, me giro a mirarlo—. ¿Debo regalarte algo como compensación?

Sé que he hecho una pregunta equivocada cuando una sonrisa, de lado, se tuerce en sus labios. Todo su rostro adopta una expresión taciturna, concentrada, y a la vez tan dulce... como esos dulces de los que hablaba. Los dulces que te provocan la muerte.

—No me hagas esas preguntas.

Encogida de hombros, intento sonreír.

Pero él está demasiado serio como para hacerlo sin darle a entender que no entiendo...

—Quiero decir...

Me aclaro la garganta al no poder hablar.

Él se incorpora y nuestras rodillas, derecha e izquierda respectivamente, se tocan. Hay un instante en el que me imagino acabando la distancia que nos separa para regañarlo fuertemente por enviarme a Ben, como si fuera su trabajo arreglar mi vida amorosa.

Pero, lo que hago, es bajar la vista al suelo.

—Sé lo que intentas decir —dice Dev, en voz baja.

Por principio, creo que estoy alucinando, pero luego me doy cuenta de que es real; sus dedos sujetan un mechón de mi pelo, del lado derecho, y me lo colocan detrás del oído.

Me fuerzo a mirarlo a los ojos, y él lo hace conmigo.

—¿Qué podría hacer, para agradecerte, entonces?

Él frunce los labios hasta que se han tornado tan delgados que apenas se ven.

Busco otro punto para mirar que no sea su boca...

—No sé qué te podría pedir —dice al final—. Lo único que se me ocurre... —Otra sonrisa forzada— me está prohibido.

Suelto el aire poco a poco.

Recostada en el sofá, miro al techo, y admiro su perfil desde aquí, consciente de que esperaba que dijera otra cosa. 

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