La Bruja de Plata

By Alatiel86

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Solitaria una bruja de cabellos grises se interna en el legendario Mirkwood en busca de sus recuerdos para en... More

La bruja de plata
Mirkwood darkness
Una campana en el bosque
El lamento de la dama Gris
En el reino del bosque

Curuni

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By Alatiel86

No recordaba dónde se encontraba, ni por qué se hallaba allí. Solo una especie de sueño, si sueño fue, muy extraño del cual solo retenía en la mente una frase dicha por una voz muy amada por ella, pero de quien no recordaba el nombre tan siquiera:- Aún no es tiempo mi querida amiga, encuentra a los tuyos- le había dicho y el resonar de esa voz dulce y cristalina le había embalsamado el corazón agrietado por tantos años en soledad. Al abrir los ojos se descubrió sobre una cama mullida. Su cuerpo estaba muy adolorido, cada hueso y artículación gritaban de agonía. Al parecer había sido curada y su cuerpo aseado meticulosamente. No llevaba encima la andrajosa y sucia ropa que llevaba cuando cayó en el bosque, sino una túnica de fina lana azul, su trenza grís estaba límpia y tejida con esmero y su pierna vendada con lino y emplastos de Athelas. Las cicatrices que solía cubrir con vendas en sus brazos estaban cubiertas por una camisilla fina de blanca seda. Cuando intentó levantarse, logró apenas ahogar un gemido.

- Hiril nin, no debería hacer movimientos bruscos por algunos días más. El veneno de las arañas es muy potente y necesitará más tiempo para recuperar la naturalidad de sus movimientos.- Era la voz de Anathor, el sanador real, quien la observaba con curiosidad y se dirigía a ella con atento cuidado.

- Gracias Maese Elfo. - Contestó la anciana tras fijarlo en su mirada aun vacilante por unos segundos.-De seguro le debo la vida, no tengo como agradecérselo. Los Valar sepan recompensar su amabilidad.- Confesó la mujer con sincero aprecio.

- No es a mi a quien debe agradecer, Hiril nin. Quien la ha traido vendrá pronto, pues desea verla antes de llevarla ante el Rey.

-¿Acaso nos encontramos en el reino del boque verde, buen señor? Dedujo la anciana mirando a su alrededor. Las estancias eran acogedoras, sobrías en su elegancia. La penumbra fresca de las paredes en roca tallada con esmero se alargaban en intrincadas bóvedas a modo de frondas de árboles. La luz natural entraba al parecer, por reflección de ocultos espejos iluminándolo todo.

-Así es, Hiril nin. Este es el reino de los elfos del bosque verde, gobernados por Thranduil Oropheion. Ahora me retiro. Ha llegado su verdadero salvador, el príncipe de nuestro reino, mi señor Legolas.- Con esto salió tras realizar una venia hacía el elfo que acababa de entrar al aposento sin hacer ruido.

-Mael govannen, Ioreth (Salve, Señora) .- Saludó el alto elfo con la mano sobre el corazón- Le nathlam hí ( Seaís bienvenida aquí)-.

- Hanna (gracias mi señor), Hur nin-. Respondió con un tartamudeo nervioso la mujer de grises cabellos, arrobada por un largo momento. El joven elfo era muy hermoso. Los elfos en general tenían armoniosos rasgos, pero este le enternecía el corazón tan solo con contemplarlo. Los ojos eran de un azul transparente como el cielo límpido al medio día. El brillo en su mirada era dulce y sonriente, sin afectaciones. Los cabellos dorados, resplandecían con luz solar, sus rasgos perfilados de una nobleza que hablaba de un linaje antiquísimo en los altos nombres de los sindarín. - Nai Eru lye mánata ( Eru te bendiga)- completó con verdadera gratitud y un regocijo desconocido al contemplar por primera vez a su salvador. La luz del elfo la llenaba de un regocijo olvidado.

Legolas la estudió brevemente. La mujer tenía rasgos humanos, pero como el propio Anathar le había advertido, la constitución de este ser en particular escapaba a la de los simples mortales. Una anciana humana común no habría sobrevivido al veneno de las arañas, ni siquiera una elfa se habría recuperado con tal rapidez. ¿Quien sería realmente esta anciana?, se preguntaba. Mas no notaba en ella ninguna maldad. Los ojos oscuros de la dama parecían emanar sinceridad aunque estaban apagados, como si estuviesen velados por angustias sin cuento. Así los rasgos de su rostro, nobles pero gastados como si fuese una estatua antigua que hubiese sobrevivido a edades infinitas contra la intemperie sin perder su belleza.

-Te llevaré hasta mi padre, Señora. A él no le gusta esperar demasiado. El sabrá decir cuál será vuestro destino. Sin embargo, no os espanteis a despecho de su fama, aunque el Rey Thranduil, no es muy afectuoso con los extraños, es un rey justo y no os hará daño ¿Podeis caminar?-.

- Athon dir, Hur nin ( Lo haré con lentitud, Mi señor)- Confesó la mujer.

-Marie-( Está bien) Le respondió Legolas.- Yo te llevaré, si me lo permitis. Sin mayor dilación el elfo la alzó sin ningún esfuerzo,y la llevó en brazos con sumo cuidado,cual una princesa elfa a través de los corredores de las estancias hasta llegar a la imponente sala del trono en el corazón de las estancias. Legolas la depositó con gentileza y antes de abrir las puertas le dijo en apenas un susurro.

-Buena Señora, si eres sabia recordad hablar con toda verdad ante el Rey. No hay cosa que más odie que le oculten las cosas-. Y sin mediar más palabras la dejó con suavidad ante el trono del Rey del bosque verde.

Ella aun confundida por la cercania del elfo, se demoró algunos momentos en reunir energías para hacer lo que intentó fuera una correcta venia ante el Rey. Se sentía teriblemente cansada y adolorida, pero aun mantenía la agradable sensación de calidez y seguridad que el amable gesto de Legolas le había trasmitido.

-Le suilon, Aran Sindaron ( Os saludo, Rey de los Sindar)- Dijo con la voz más clara que encontró en su garganta reseca. Cuando alzó los ojos encontró al último rey de los Eldar a menos de un metro de ella, fijándola con una mirada gélida, de un azul tan puro como el de Legolas, pero desprovisto de toda calidez, una frialdad de témpano que brillaba con la sabiduría de miles de soles trascurridos y perdidas acumuladas, que lo habían hecho extremedamente precavido. El rey elfo era tanto o más hermoso que su hijo, así como alto era el firmamento y helado en las alturas de los astros. Pasaron largos minutos en que la mirada del rey no le permitió desviar sus ojos, le estaba atravesando el alma sin siquiera decirle una palabra. Finalmente, cuando creyó que habría de estar congelada por la eternidad bajo los ojos agudos del elfo, este le dió la espalda y rompió el contacto visual permitiéndole respirar de nuevo.  Un momento después, el rey elfo volvió sobre sus pasos y con gesto soberbio le preguntó:

-¿Cuál es tu nombre mujer?, ¿a qué has venido a mi reino?- Contéstame con sinceridad, pues de tus palabras pende la seguridad de tu cuello-. Amenazó el rey sin dejar de observarla.

-Curuni, me llamaban los hombres del norte- Contestó la dama de cabellos cenicientos- la anciana hechicera. He pasado muchas vidas mortales recorriendo los agrestes territorios de Rhun y las heladas Montañas Azules con el apelativo de Lindir, la cantante, así como en las amables colinas de los hobbits, en las llanuras inmensas de los Mearas y los bosques silenciosos de Fangort recibí el nombre de Sinwynn, la Dama gris, y en el agreste territorio de los antiguos dunedain me llaman simplemente Ioreth, la anciana sabia. Mas de eso ya tanto que ni yo misma podría decir cuál es mi verdadero nombre. Si alguna vez tuve uno, habría de ser Laithrania (olvidada), pues la soledad y el olvido como una maldición han sido mi única compañia constante, Anar nin-. Respondió la mujer con voz clara, con el timbre dulce de un sonido que el rey creía haber sepultado para siempre.

Thranduil escuchaba atento su respuesta juzgando cada inflexión de su voz y pestañeo de la trasparente mirada. La mujer no mentía. Mas era la voz misma lo que le confundía y no lo que decía lo que le inquietaba de ello. Un registro de voz que encontraba en él un eco, el resonar de una armonia en la memoria del rey que despertaba penas enterradas hace milenios ¿Sería ese el poder de la hechicera que tenía ante sus ojos? De Saruman, el mago blanco, conocía la fama de conquistar a sus oyentes con su encantadoras palabras. No le extrañaría que el de esta bruja fuera avivar con su voz recuerdos terribles. Ironía amarga la de los Valar era esta que la condenaba, si era verdad esto, la de desconocer su propia identidad.

-No me has contestado a qué has venido, Curuni, arriesgándote a perder la vida o algo peor al internarte en el reino escondido de Mirkwood.- Continuó Thranduil inflexible en su ferrea determinación.

-Mi señor, he arriesgado mi ya gastada vida tras el vasto trasegar por el amplio mundo de Oesse, durante años sin cuento, he visto alzarse y caer reinos mortales, enanos y elfos y he recogido en mi memoria las amplias historias de dolores, glorias y gozos ajenos por milenios. Mas el peso de los siglos y la densa oscuridad que pulula en los caminos ensombrecen mi espíritu como un mal sin remedio, ya no se alegra mi alma con las canciones como antaño y cada día me torno más grís, olvido cada vez más, en lugar de recordarlo todo, y ya temo quedar petrificada un día de estos en algún camino polvoriento sin saber siquiera a donde dirigirme. El sabio maiar que me ha encontrado perdida en Fangort un día, el pardo Radagast, me ha dado como única salida, tras consultar a las estrellas, que llevara mis pasos hasta vuestro reino.- Finalizó la anciana con un timbre de resignación que de nuevo hizo retumbar en el pecho del rey Sindarín un angustia igualmente aguda que había hecho todo por olvidar.

- Bruja grís, no hay nada en este pueblo para tí. Pronto el tiempo de los elfos quedará atrás y estás estancias también quedarán vacías. Nadie te reconoce en este sitio ¿Qué esperas encontrar aquí? La atacó el rey con cruel sentencia.

- Nada me queda y pronto, cuando olvidé todo gran Rey, seré tan solo polvo y cenizas.- Sentenció la mujer, y en esta frase derramó toda su tristeza- Una roca tallada serán todos mis restos. Permitidme os lo ruego, pasar estos últimos días en vuestro reino en busca de lo que el destino me depará según los designios de los Valar, Anar Eldar, Señor del tiempo.- Rogó ella sin más armas que su inmensa congoja ante el pétreo corazón del elfo.

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