"El sueño de un Ángel"

By Maavalof

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Ella, está cansada de escuchar siempre los mismos comentarios y recomendaciones para conservar su salud físic... More

Introducción
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Dedicatoria y agradecimientos

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By Maavalof

Cerca de la seis de la mañana, salen del bar cayéndose de borrachos para llegar juntos a casa de Santiago, donde los espera Estela un poquito enojada.

-Santiago López, ¿me puedes explicar qué significa esto? -pregunta Estela furiosa, al verlos entrar a la casa.
-¡Estelita! ¿Cómo estás? Cuánto tiempo sin verte -exclama Alex, al abrazarla bruscamente.
-¡Suéltame! ¡Apestas a alcohol!... ¿de dónde vienen y por qué están borrachos? -pregunta molesta, alejándose de Alex.
-Estela, yo te quiero como a una madre, pero, por fa, no grites que me está estallando la cabeza -responde Alex tropezándose una y otra vez, mientras Santiago permanece callado y serio.
-¿Y tú? ¿De cuándo acá llegas borracho a las siete de la mañana? -exclama Estela, al dirigirse a su hijo.
-No, no son las siete... ¡son las seis cincuenta y nueve! Y no estoy borracho, simplemente... -aclara Santiago, y repentinamente comienza a reírse sin parar-. Simplemente salí a tomar una copa con Alex porque tu adorada nuera no quiso salir conmigo. Prefirió quedarse con su amiga Aidé. Entonces, si ella se queda con Aidé, yo me quedo con Alex -exclama Santiago, al abrazar a su amigo y reírse con él.
-Cuando Mariela se entere de esto te va a matar, ¡y yo no haré nada para defenderte! -advierte seriamente Estela.
-Maya sabe que salí con Alex -responde enseguida el hijo.
-Lo que no sabe es que se emborrachó y llegó a las seis cincuenta y nueve de la mañana -añade Alejandro, muriéndose de risa.
-Y no tiene por qué enterarse, al menos que alguien le diga -comenta Santiago, volteando a ver a su mamá.
-¡Eres un irresponsable!... Imagínate que tu hija te viera así -dice muy molesta Estela.
-¡Mi princesa! Voy a verla -dice el doctor, subiendo las escaleras.
-¡Que princesa ni que nada!... Vete a dormir ya, por favor, Santiago, no tengo ganas ni fuerzas de estar lidiando con borrachos -exclama ella bastante cansada.
-No me regañes que no soy ningún niño -le dice Santiago, al abrazarla.
-¡Pues eso pareces!... Vete a dormir ¡ya! -responde Estela verdaderamente molesta.

Alex y Santiago suben con trabajo las escaleras, pues los tequilas que traen encima les impiden mantener el equilibrio. Ambos ríen descontroladamente, mientras Estela los observa y se queja de su escándalo.

El doctor Carmona entra a su habitación y segundos después se queda completamente dormido, mientras que Alex se duerme en el cuarto de visitas.

Por su parte, la escritora se levanta a las nueve para arreglarse, ya que su novio quedó de pasar por ella para pasear con la pequeña Marijó. Sin embargo, dan las diez, las once, las dos y el doctor Carmona no se presenta ni se comunica con su novia.

Todo esto le parece muy extraño a Maya y hasta presiente que algo anda mal con Santiago. Intenta llamarlo al celular, pero está apagado, y la joven comienza a molestarse.

Llama a casa de su pareja, y es atendida por Estela.

-Hola, Maya, ¿cómo estás? -pregunta Estela al teléfono.
-Bien, señora. ¿Y usted? -contesta la escritora sonriendo.
-Muy bien, hija. ¿En qué te puedo ayudar? -pregunta amablemente Estela.
-Lo que pasa es que Santiago quedó de pasar por mí para salir con Marijó, pero ya es tardísimo y no llega... ¿Estará por ahí? -comenta desconcertada Maya.
-Ay, hija... -exclama apenada Estela.
-¿Qué pasa? -pregunta Mariela.
-Santiago está durmiendo -responde Estela.
-Pues, ¿a qué hora llegó anoche? -pregunta Maya, algo seria.
-Es que no llegó anoche, llegó hoy a las siete de la mañana -dice Estela, y Mariela se enoja aún más.
-¡Borracho! -supone la escritora, y su suegra lo confirma.
-¿Quieres que lo despierte? -dice Estela.
-No, gracias -contesta Maya.
-Maya, me da mucha pena, de verdad -asegura Estela, con sinceridad.
-No se preocupe, señora, usted no tiene la culpa... ¿Puedo pedirle un favor? -le dice Maya.
-Claro que sí. ¡Dime! -contesta Estela con una sonrisa.
-Cuando despierte su hijo, si es que despierta hoy, dígale que no venga por mí porque no iré con él a ningún lado -dice seria Mariela.
-Así lo haré, hija -promete Estela.
-Y, por favor, discúlpeme con Marijó -añade Maya.
-No te preocupes, hija. Veré qué le invento a la niña -responde Estela.
-Yo voy a estar con mi familia en el restaurante de mi tía Betty, si usted necesita algo, ahí puede localizarme -se ofrece muy amable la escritora.
-Gracias, Maya -responde Estela.
-O ¿no le gustaría darse una vuelta por allí con Marijó? -propone repentinamente la escritora.
-Me encanta la idea, hija, porque la pobre anda nada más dando vueltas esperando que el papá despierte o le abra la puerta -responde la señora.
-Perfecto. Nos vemos allí más tarde -indica la joven, con una leve sonrisa.
-Gracias, hija -responde Estela.
-A usted -termina Maya.
-¿Qué pasó? -pregunta Cecy, al ver enojada a su hermana.
-Pasó que Santi, tu cuñadito, llegó a su casa a las siete de la mañana cayéndose de borracho -responde bastante molesta Mariela.
-¡O sea, que tomó bien y bonito! -exclama Ricardo, riéndose.
-¡Aaaggghhhhh! ¡Me dan ganas de matarlo! -clama Maya furiosa.
-¡Tranquila! Mejor vamos con mi tía Betty -dice Cecilia, para animar a su hermana.
-Claro que me voy a ir. No me voy a amargar por culpa de un borracho -responde enseguida Mariela.
-Hermanita, ¡tú te amargas con o sin borracho! -le dice Ricardo, al dirigirse los tres a la puerta.

Antes de salir, Mariela pide a su hermana dejar su teléfono celular en casa, ya que no piensa responderle ni una llamada a su pareja en lo que resta del día.

Mientras el doctor Carmona duerme una larga siesta, la escritora Valencia trata de distraerse y divertirse junto a su familia, aunque no se le olvida el coraje de saber que su novio pasó la noche tomando.

La ausencia de Santiago en la comida familiar es notada por los invitados, quienes preguntan a Mariela el motivo por el que su novio no se encuentra con ellos esa tarde.

La escritora respira profundo y con una sonrisa responde que su pareja no pudo ir por tener que atender otros asuntos, aunque por dentro quisiera mandar a volar a todos.

Cerca de las tres, llegan al lugar Estela y Marijó, a quienes Betty recibe y atiende con muchísimo cariño. La escritora se acerca a la pequeña para saludarla y platicar con ella y su abuelita.

Aunque Marijó se divierte con Carlos, Marco y Palomita, no deja de extrañar la presencia de su papá.

-Abue, ya me aburrí. ¡Quiero a mi papá! -exclama la niña, algo inquieta.
-Marijó, ya te dije que tu papá está enfermo y no va a venir -responde enseguida la abuela.
-Amor, ¿qué te parece si vamos al parque con Andrea y Ricky? -propone cariñosamente la escritora.
-¡Me encanta la idea! -contesta Marijó emocionada.
-Déjame hablar con ellos y nos vamos. ¿Va? -dice Mariela sonriendo.
-¡Va! -contesta Marijó, y se va corriendo.
-¿Me la puedo llevar? -pregunta Maya a su suegra.
-Por supuesto que sí, mi amor -acepta Estela.

Mariela pide a Andrea y Ricardo que la acompañen a dar una vuelta con la pequeña Marijó.

El doctor Carmona despierta a las cuatro de la tarde, y al darse cuenta de que está solo en casa, intenta comunicarse al celular de su madre, pero está apagado; marca a la casa y al teléfono de su novia, y nadie responde.

-Bueno, ¿y ahora? ¿Me van a aplicar la ley del hielo todos? -se dice Santiago, sin entender por qué nadie responde.

Después de aventar el teléfono a la cama, entra a darse un buen baño que lo reanima y ayuda a reponerse de la resaca que trae a cuestas.

En el restaurante de Betty el ambiente es muy agradable, la familia se la está pasando genial, al igual que los demás clientes del lugar.

Inesperadamente, a las cinco llega Gerardo, acompañado de sus dos hijos. La escritora se sorprende muchísimo y se acerca a saludarlos sonriente.

-¡Hola, hermosa! -exclama Gerardo, al abrazar a Maya fuertemente.
-¿Cómo estás? ¡Qué sorpresa verte por aquí! -responde ella.
-Muy bien. Vine a comer con mis hijos -comenta Gerardo, mientras sus hijos observan a Maya de pies a cabeza.
-Yo también vine con mi familia a comer -dice sonriendo Mariela, mientras Marijó se aproxima a ella.
-Maya, ya me quiero ir -exclama la niña impaciente.
-Ya nos vamos, princesa -contesta Maya, mientras la niña observa a Gerardo.
-¿Quién es él? -pregunta de pronto Marijó.
-Es mi amigo Gerardo, el entrenador de boccia... ¿Te acuerdas? -explica la escritora.
-Sí, ya me acordé -dice la niña.
-¿Te han dicho que eres una niña preciosa? -le dice Gerardo, al dirigirse a Marijó.
-Sí, gracias -responde un poco chiveada Marijó, y abraza a Maya.
-¿Y Santiago? -pregunta Gerardo, ante la ausencia del doctor.
-No pudo venir -asegura Maya, algo seria.
-Ya me quiero ir -repite la pequeña, bastante inquieta.
-Ya, amor. Ve por Andrea y Ricky y diles que ya nos vamos -indica la escritora, y la niña obedece enseguida.
-¡Me encanta cómo te ves de mamá!... Siempre he admirado el cariño con que cuidas a tus sobrinos, y ahora a Marijó -comenta Gerardo, con una sonrisa.
-Gracias -contesta ella, con una ligera sonrisa.
-Ya, Maya, ¡vámonos! -dicen Ricky y Andrea al acercarse.
-Nos vemos -dice Mariela, al despedirse de Gerardo.

Enseguida, Maya, Andrea, Ricardo y Marijó salen del restaurante y suben al auto para trasladarse al parque de Coyoacán.

Al llegar, los jóvenes pasean por el lugar con la niña y se entretienen con el show de unos excelentes mimos; compran helados para todos y se sientan a charlar en una de las jardineras, mientras Marijó juega con otros niños que andan por allí.

De nuevo Santiago intenta comunicarse con su madre y con la escritora, pero no logra su objetivo.

Como acordaron, todos se reúnen en la iglesia para asistir a misa y después retirarse a casa.

Maya aprovecha para entregar a Marijó sana y salva a Estela, después de una tarde de paseo y diversión.

Concluida la misa, Estela y su nieta se dirigen a casa, donde las espera Santiago un poco de malas.

-¿Dónde estaban? -pregunta Santiago serio, al ver a su madre.
-¡Sssshhh! ¡Bájale a tu tonito! -ordena enseguida Estela.
-¡Papito, te extrañé mucho! ¿Ya te sientes mejor? Mi abue me dijo que estabas enfermo -exclama Marijó, abrazándolo fuertemente.
-Ya me siento bien, princesa -asegura él, volteando a ver a su madre.
-¿Dónde andaban? ¿Por qué no me contestas el teléfono? -pregunta Santiago a Estela.
-Llevé a la niña a dar una vuelta porque estaba muy aburrida. Y el teléfono no te lo contesté porque se quedó sin batería -responde Estela repentinamente.
-Sí, pa, fuimos a comer al restaurante de la tía de Maya y luego Maya me llevó al parque con Andrea y Ricky -le cuenta la niña con alegría.
-¡Así que estuvieron con Maya! -exclama él.
-Sí, y nos divertimos mucho. Pero te extrañamos -cuenta Marijó.
-Pues ella no me extraña tanto, llevo horas marcándole y no me contesta -responde Santiago.
-Debe de ser porque está furiosa -exclama Estela, al irse a la cocina.
-¿Qué le dijiste? -pregunta su hijo, yendo tras ella.
-Nada -contesta ella, al abrir el refrigerador y sacar los ingredientes para la cena.
-Estela, te conozco. ¿Qué le dijiste a Maya? ¡Seguramente le fuiste con el chisme! -exclama Santiago.
-Óyeme, a mí no me hablas así... Y yo no le fui a decir nada a Maya, ella fue la que habló porque tú jamás llegaste a su casa. ¡Lo único que hice fue decirle la verdad! -responde Estela, evidentemente molesta.
-¿De qué verdad hablan? -pregunta Marijó.
-Si no querías que Maya se enojara, entonces no te hubieras ido con Alejandro, ni hubieras llegado a la hora que llegaste -continúa regañando Estela a su hijo.
-¿De qué están hablando? -repite Marijó, sin entender nada.
-De nada, María José. Por favor, ve a lavarte las manos para cenar -ordena Estela seriamente.
-¿Por qué nunca me quieren decir lo que pasa? -les grita la niña, al salir corriendo de la cocina.
-Es la última vez que le miento a mi nieta para tapar las tonterías que haces... Y si Maya está molesta, el único que tiene la culpa eres tú por ser un irresponsable -le dice Estela viendo a su hijo a los ojos.
-¡Yo no soy ningún irresponsable! -se defiende de inmediato él.
-Claro que lo eres por el simple hecho de emborracharte sabiendo el daño que te haces a ti, a Mariela y a tu hija -responde ella, dejándolo sin palabras.
-Y le das de cenar a tu hija porque yo ya me voy a dormir -indica Estela, y sale de inmediato de la cocina.

A pesar del enojo, Santiago prepara rápidamente la cena de su pequeña y enseguida sube a buscarla a su recámara para cenar juntos.

-Marijó, ya está la cena -le dice entrando a la habitación.
-No tengo hambre -contesta con indiferencia la niña.
-¿Por qué, mi amor? -pregunta él, acercándose a su hija.
-Porque tú siempre me mientes y porque ya entendí lo que pasó anoche, y por qué mi abue y Maya están enojadas contigo -le grita la pequeña.
-¿Ah, sí? Y según tú, ¿qué pasó? -pregunta él.
-¡Te fuiste con mi tío Alex y no llegaste a dormir!... Ahora entiendo que lo que escuché en la mañana no fue un sueño, eran tú y mi tío que venían llegando -recuerda Marijó llorando.
-Efectivamente, salí con Alex pero no es para que te pongas así, mi vida -dice Santiago e intenta acariciarla.
-Claro que sí, porque seguramente volverás a salir como antes, ¡a llegar muy, muy tarde o no llegar! -se queja ella, al impedir que la toque.
-Eso no va a pasar, María José. ¡No digas tonterías! -responde seriamente él.
-¡No son tonterías! -exclama la niña, al meterse a su cama y taparse de pies a cabeza.
-Si no vas a cenar, ¡báñate! -ordena Santiago.
-Ya me bañé hace rato -contesta ella de inmediato.
-¿Te leo un cuento? -propone él, sentándose a su lado.
-¡No quiero! -exclama Marijó muy enojada.
-Bueno, pues ponte la pijama, ¿no? -dice él.
-¡Déjame en paz! -grita la niña, al llorar bajo las sábanas.

El padre sale de la habitación velozmente y se encierra en su recámara, azotando la puerta.

-¡Ahora resulta que no puedo salir con mis amigos porque arde Troya! -exclama Santiago, bastante indignado.
-Ahora voy con Maya, ¡con ésta me va a ir peor que con las otras dos! ¡Qué angelito ni qué nada! Ésta enojada ¡es una fiera!... ¡En qué lío me metí, Dios mío! -dice en voz alta, al tomar el teléfono y llamar a casa de su novia.
-Buenas noches -responde al teléfono Sara, desde su recámara.
-Suegrita, buenas noches -le dice Santiago, educadamente.
-Ah, eres tú... ¡Ya resucitaste! -comenta burlándose Sara.
-No me diga eso, suegra -exclama él apenado.
-¿Y qué quieres que te diga? -pregunta ella.
-Me puede decir si está por ahí Maya -le pide Santiago.
-Está encerrada en su cuarto. Voy a ver si me abre -responde Sara, al levantarse de su cama.

La madre de Mariela entra a la habitación de su hija y le comenta que el doctor está en el teléfono y quiere hablar con ella.

-Dile que no estoy. ¡Que me fui al infinito y más allá! -exclama Mariela, al cubrirse con las cobijas.
-Dice que se fue al infinito y más allá -comunica Sara a su yerno.
-Ya entendí, ¡y la escuché!... Gracias, suegra. Buenas noches -se despide Santiago.

Santiago avienta el teléfono, apaga la luz y se acuesta a dormir.

-¡Por lo menos, el regaño de Maya me lo ahorré para mañana! -se dice el doctor, y luego se queda dormido.

Al otro día, la joven con discapacidad se levanta desde temprano y se arregla para asistir a su sesión de hidroterapia con su hermana, la Morena.

Santiago va a dejar a su hija al colegio y luego llega a la clínica para comenzar una jornada más de trabajo.

Como siempre, Maya entra a la piscina con ayuda de Cecy y acata todas las órdenes de Bruno, quien al parecer se encuentra de peor humor que de costumbre. De pronto, llega por primera vez al área de hidroterapia Santiago.

Silenciosamente se aproxima a la parte de la tina donde está tomando la terapia su pareja y empieza a observar cada movimiento que ella realiza.

Después de unos minutos el doctor Carmona centra su atención en las acciones y palabras de Bruno, pues hay algo en su actitud que no le inspira confianza.

-Ahora entiendo por qué Maya dice que hay algo que le molesta de este tipo -piensa Santiago, observando la actitud del terapeuta.

Mariela se da cuenta de la presencia de su novio poco antes de concluir la rutina de ejercicios.

Al terminar, Bruno se despide de Maya muy seriamente y empieza a trabajar con otro paciente más, sin importarle que Cecilia necesite ayuda para sacar a su hermana del agua.

Santiago acerca rápidamente la silla de ruedas de su novia a la piscina, cubre a Maya con una toalla y la carga en brazos para sentarla en la silla.

-¿Estás bien? -pregunta el doctor, mientras coloca los apoyapiés de la silla.
-Sí -responde la escritora.
-Gracias, cuñado -le dice Cecy, algo cansada.
-¡Ese tipo está loco! ¿Cómo te deja sola sabiendo que necesitas ayuda para salir del agua? ¿Siempre hace eso? -pregunta Santiago, bastante molesto.
-Cuando está de malas -responde Cecilia.
-¿Ya me crees cuando te digo que no me gusta nada? -argumenta Mariela.
-Discúlpame, amor, creí que estabas exagerando y que eran pretextos para no venir -dice él apenado.
-Seguramente mi mamá y yo también exageramos -comenta Cecilia.
-Discúlpenme, cuñis, no pensé que fuera para tanto. ¡Lo siento! -se lamenta Santiago.
-Es que ése es el problema. ¡Tú nunca piensas nada! -dice Mariela viéndolo a los ojos.

Las hermanas entran a los vestidores para cambiarse de ropa, dejando a Santiago con la palabra en la boca.

El doctor baja al estacionamiento del hospital, donde espera a su pareja y su cuñada.

-¿Te vas con él? -pregunta Cecilia a su hermana, al ver a Santiago junto al auto.
-¿Tengo otra opción? Si no lo hago, va a estar llorando como niño toda la tarde en la casa -responde Maya, mientras se aproximan al auto.
-¿Para qué le haces tanto al cuento si al rato van a estar los dos como si nada? -cuestiona Cecilia.
-Mira, cállate porque tú te pones igual o peor cuando es Jorge el que se va con sus amigos y llega a las doce del día siguiente -exclama Maya, y la Morena comienza a reírse.
-¡Somos del nabo, Mariela Valencia! -le dice Cecy al oído, y ambas se carcajean.

La Morena deja a su hermana con su novio, se despide de ellos, sube a su auto y sale del lugar enseguida.

-¿Qué quieres? -pregunta la escritora, al mirar seria a su pareja.
-Perdóname por lo de ayer, por favor, amor -ruega Santiago, tomándola de la mano.
-¿Sabes por qué odio tanto a mi papá? -comenta ella, al soltarlo.
-Por ser un alcohólico, Maya, pero yo no lo soy -contesta él.
-Eso yo lo sé, y créeme que si no fuera así, no estaría contigo -asegura ella, muy molesta-. No eres alcohólico pero ¿por qué emborracharte? ¿Por qué no decir "ya no" cuando ves que ya no puedes? ¿Por qué excederte? ¿Por qué seguir tomando cuando ya sabes que vas a perder el control? ¿Por qué? -insiste Maya, mientras él baja la mirada.
-Por idiota -exclama él.
-No me molesta que tomes, y aunque me molestara, no soy nadie para prohibirte nada. Lo que me purga es que te emborraches y no llegues a tu casa. ¡Me revienta! Y lo sabes muy bien y aun así ¡te vale y haces lo que quieres! -sigue Maya verdaderamente molesta-. Tú y yo hemos salido miles de veces con tus amigos y con los míos, con mi familia, hemos tomado, llegamos tarde, hacemos mil cosas y nunca te pasas de alcohol, ¿por qué cuando te vas solo tiene que ser diferente? -agrega ella.
-Mariela, yo también tengo derecho a salir con mis amigos así como tú te vas con Aidé, Jisela, Cata, Luz Elena, Viviana... -dice Santiago.
-¡Claro que tienes derecho! Pero no por eso te vas a exceder. ¿O acaso yo me emborracho cuando salgo sin ti? -contesta Mariela.
-No, no, pero entiende que tenía meses que no salía con Alex solos los dos -exclama él.
-Sí, Santiago, sé qué es eso. Yo paso también meses sin salir con mis amigas pero no por eso tomo de más cuando las veo -señala ella, al respirar profundamente.
-Además, con quien quería salir esa noche era contigo -confiesa Santiago, como un reproche.
-¡Ahora resulta que cada vez que no quiero salir contigo, te vas a tomar!... No es la primera ocasión que haces esto, Santiago, la vez pasada pasó exactamente lo mismo -responde muy indignada la escritora, y él guarda silencio.
-Mira, ya vámonos de aquí, por favor -concluye Maya, cansada de esa discusión.

Santiago sube a su pareja al coche y sale del hospital cerca del mediodía.

Camino al colegio de Marijó, los novios continúan discutiendo sobre lo ocurrido la noche del sábado, y es que no es la primera ocasión que pasa algo así.

Ya en la escuela, el doctor baja del coche y entra a recoger a su hija.

-Hola, mi amor. ¿Cómo te fue en clases? -pregunta Santiago, al cargar y abrazar a Marijó.
-Bien -contesta un poco seria la niña.
-Adivina quién vino conmigo y te está esperando en el carro -dice él, caminando a la salida.
-No tengo idea -exclama Marijó desanimada.
-Maya -le dice el papá.

La niña sale corriendo hacia el auto de su papá, donde la espera Maya con una enorme sonrisa.

-¡Hola, mi vida! ¿Cómo te fue? -saluda la escritora a Marijó.
-Bien, Mayita. ¡Qué bueno que viniste! -dice la niña, mientras su padre arranca el auto.
-¿Me llevas al parque? -pregunta Marijó sonriendo.
-¿Hoy? No, princesa -contesta Maya con cariño.
-¿Por qué? -insiste la pequeña.
-Porque apenas es lunes, amor, y tienes tarea. Además, hoy te toca ir al árabe -le recuerda Mariela.
-¿El próximo fin sí? -pregunta Marijó.
-Claro -asegura la escritora.
-¿Con Ricky y Andy? -exclama Marijó emocionada, mientras su padre conduce.
-¡Va qué va! -contesta Maya sonriendo.
-Bueno, cuéntenme. ¿Quién estuvo ayer en la comida? -les dice de pronto él.
-Mi tía Betty, Andrea, Ariadna, Toño, Paulina, Paloma, Marco, Palomita, Carlos, mis hermanos, mi mamá... -responde tranquilamente Maya.
-¡Y tu amigo Gerardo! -añade la niña, y Santiago voltea de inmediato.
-Así que viste a Gerardo y no me habías dicho nada -comenta él, un poco molesto.
-Mira, Santiago, en estos momentos no estás ni para hacerte el indignado, ni para exigir explicaciones... ¡No me tienes tan contenta! -se queja enseguida Mariela y el resto del camino permanecen los tres en silencio.

Al entrar a casa de Santiago, Maya nota algo de tristeza en la actitud de Marijó.

-¿Pasa algo, princesa? Te noto triste -pregunta la escritora, frente a la niña.
-No estoy triste. Estoy enojada con mi papá -contesta seriamente la niña.
-¿Por qué, mi vida? -pregunta Maya.
-Porque no quiero que vuelva a ser como antes -dice Marijó molesta.
-Eso jamás va a pasar, mi cielo. ¡Te lo aseguro! -promete Mariela, al tomar su mano.
-¡Te juro que eso no va a suceder nunca, mi amor! -asegura Santiago, al mirar a su hija a los ojos-. ¡Te amo, princesa!... ¡Las amo a las dos! -agrega él, al abrazar a Marijó y tomar de la mano a Maya.
-Yo también te amo, papito -dice Marijó, mientras llega Estela en silencio.
-Señora, buenas tardes -saluda Maya.
-Hija, ¡qué bueno verte aquí! -responde Estela y la abraza.
-Princesa, ve a cambiarte de ropa -indica Santiago a su hija, y ella obedece.
-¿Te quedas a comer, Maya? -invita Estela a su nuera.
-Si me invita... -exclama Maya sonriendo.
-¡Claro que sí! Preparé algo delicioso. ¡Te va a encantar! -comenta Estela, dirigiéndose con ella al comedor.
-¿Qué hiciste, madre? -pregunta Santiago yendo tras ellas, pero su madre lo ignora por completo.

Durante la comida, Maya y su suegra charlan larga y amenamente, siendo Estela quien atiende en todo momento a su nuera y la ayuda con mucho gusto a tomar los alimentos.

Después de comer, Santiago y su pareja salen rumbo a casa de los Valencia, y en el camino ella continúa con una actitud indiferente hacia él.

-Ya, perdóname, ¿no? -ruega el doctor, al agacharse frente a su novia-. ¿No crees que ya fue bastante regaño por una noche de copas con mi mejor amigo?... Entre mi mamá, Marijó y tú llevan más de veinticuatro horas regañándome -se queja Santiago y ella comienza a reír, ya fuera de la casa.
-Ya dime que me amas, ¡no seas mala!... Me muero por tocarte, abrazarte, acariciarte, besarte... -insiste él, al acercarse lentamente a besarla en los labios.

Finalmente, la escritora accede y corresponde a ese beso con todo su amor. Segundos después, sale Cecilia, y al verlos besándose se acerca enseguida a ellos.

-¿Qué te dije hace rato, Mayita? -pregunta la Morena a su hermana.
-¡Ya déjame!... Sólo recuerda lo que yo te contesté -exclama la escritora, y ambas ríen.
-¿De qué hablan, mujercitas? -interviene Santiago.
-De cosas de mujeres -le dicen las dos al mismo tiempo.
-¿Ya te vas a la academia? -pregunta Maya.
-Sí, ¿tú qué harás? -dice Cecy, abriendo la puerta de su auto.
-Voy a escribir mi próxima columna -dice Mariela.
-¡Me parece perverso! -agrega Cecy, y sube al coche.
-¿Quién está en la casa? -pregunta Santiago.
-Sólo mi nana... ¡Se portan bien! -les dice la Morena, al marcharse.

Los novios entran a la casa y, luego de saludar a Carmen, suben hasta la recámara de la escritora; se recuestan en la cama, y conversan muy cómodamente.

A solas, los apasionados besos y caricias se hacen presentes, confirmando una vez más que lo mejor de una discusión de pareja es sin duda, la reconciliación.

-Es hora de irme, amor -dice Santiago entre besos.
-No. ¡Quédate aquí conmigo! -exclama Mariela, sin dejar de besarlo y abrazarlo.
-Tengo que trabajar, mi vida. He estado todo el día fuera de la clínica. Alex debe de estar más que furioso -comenta él.
-Olvídate de Alex y piensa sólo en mí, en mis besos, mis caricias... -dice ella, mientras muerde sus labios y acaricia su espalda.
-No respondo de mis actos si me quedo, Mariela Valencia -advierte él, susurrándole al oído.
-No, mejor vete -exclama de inmediato ella, y se aleja.
-Es lo que te estoy diciendo... Ya me voy. ¡Te amo! -responde Santiago, levantándose de la cama.

Santiago se retira de la habitación, mientras su pareja ríe a carcajadas desde la cama.

-Ay, Dios mío, cada día que pasa lo que siento por Santiago es más y más fuerte -se dice la escritora, bastante acalorada-. ¡Aguanta, Mayita! Ya falta poco para que llegue el momento... ¡Diosito, ayúdame a controlar todo esto que siento cuando estoy tan cerca de él! -ruega con un profundo suspiro.

Mariela sonríe en silencio en su habitación, mientras suspira una y otra vez por el amor de su vida.

-Mientras tanto, tengo el tema perfecto para mi próxima columna: "Sexo y discapacidad... ¿Son compatibles?" -se dice con una sonrisa traviesa.

De prisa llama a su nana para que la ayude a levantarse y encender su laptop. Con la inspiración a todo lo que da, la joven redacta su nota en menos de una hora, y es que el tema que eligió le fascina y le resulta interesante y lo ve con naturalidad, aunque sabe que muchos lo van a considerar como algo escandaloso.

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