Mansfield Park Jane Austen

By MoonGreen823

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Siendo una niña y debido a la abundancia de hijos y a la escasez de medios para mantenerlos, Fanny Price es... More

CAPITULO I
CAPITULO II
CAPITULO III
CAPITULO IV
CAPITULO V
CAPITULO VI
CAPITULO VII
CAPITULO VIII
CAPITULO IX
CAPITULO X
CAPITULO XI
CAPITULO XII
CAPITULO XIII
CAPITULO XIV
CAPITULO XV
CAPITULO XVI
CAPITULO XVIII
CAPITULO XIX
CAPITULO XX
CAPITULO XXI
CAPITULO XXII
CAPITULO XXIII
CAPITULO XXIV
CAPITULO XXV
CAPITULO XXVI
CAPITULO XXVII
CAPITULO XXVIII
CAPITULO XXIX
CAPITULO XXX
CAPITULO XXXI
CAPITULO XXXII
CAPITULO XXXIII
CAPITULO XXXIV
CAPITULO XXXV
CAPITULO XXXVI
CAPITULO XXXVII
CAPITULO XXXVIII
CAPITULO XLIX
CAPITULO XL
CAPITULO XLI
CAPITULO XLII
CAPITULO XLIII
CAPITULO XLIV
CAPITULO XLV
CAPITULO XLVI
CAPITULO XLVII
CAPITULO XLVIII

CAPITULO XVII

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By MoonGreen823


Fue, ciertamente, un día de triunfo para Tom y María. No se habían hecho la ilusión de alcanzar la victoria sobre la reserva de Edmund, y quedaron encantados. Ya nada podía estorbarles en la realización de su ilusionado plan y se felicitaron mutuamente, en secreto, por la flaqueza de los celos a que atribuyeron el cambio, con toda la alegría de sus deseos satisfechos por todos conceptos. Edmund podía mostrarse todavía serio y decir que no le gustaba el proyecto en general y que tenía que desaprobar la obra elegida en particular: ellos habían logrado su objetivo. Edmund intervendría en la función, y a ello lo había arrastrado únicamente la fuerza de sus inclinaciones egoístas. Edmund había descendido de aquel punto de elevación moral en que se había mantenido hasta entonces, y ellos se sintieron tan mejorados como contentos con el descenso.

Se portaron, no obstante, muy bien con él a la sazón, sin traslucir más exultación de la que traicionaban unos rasgos en las comisuras de los labios, y parecía que consideraban la decisión un recurso tan salvador para librarse de la intromisión de Charles Maddox como si antes se hubieran visto forzados a admitirle contra su voluntad. Afirmaron que "llevarlo a cabo exclusivamente dentro de su círculo familiar era lo que más habían deseado; un extraño entre ellos hubiera constituido el fracaso de su diversión". Y cuando Edmund, refiriéndose a este mismo aspecto de la cuestión, insinuó sus esperanzas con respecto a la limitación de público, todos se mostraron dispuestos, en la euforia del momento, a prometer cualquier cosa. Todo era jovialidad y estímulo. Tía Norris se ofreció para hacerle el traje. Mr. Yates le aseguró que la última escena de Anhalt con el barón se prestaba a mucha acción y mucho énfasis y Mr. Rushworth se encargó de contar el número de parlamentos que tendría a su cargo.

-Tal vez- dijo Tom- Fanny estaría más dispuesta a complacernos ahora. Quizás tú podrías convencerla.

-No, está completamente resuelta. Es seguro que no aceptaría.

-¡Ah!, muy bien.

Y no se dijo más. Pero Fanny se sentía otra vez en peligro, y su indiferencia ante el peligro comenzaba a flaquear.

No suscitó menos sonrisas en la rectoría que en el Parque Mansfield el cambio de actitud de Edmund; miss Crawford estaba sumamente encantadora en su risueño semblante y acogió la noticia con una recuperación tan instantánea de su buen humor, que solo podía producir un efecto en él: "Es indudable que he procedido con gran justicia al respetar tales sentimientos", decía "estoy satisfecho de mi decisión". Y la mañana transcurrió entre satisfacciones muy gratas, aunque no muy sanas. Una ventaja se derivó de todo ello para Fanny: ante la formal insistencia de Mary, su hermana, la señora Grant, se avino con su habitual buen humor a encargarse del papel para el que se había requerido la colaboración de Fanny; y este fue el único acontecimiento de la jornada algo satisfactorio para ella. Pero hasta esto, al serle comunicado por Edmund, hubo de aportar una buena dosis de amargura a su corazón; pues resultó que era a miss Crawford a quien debía agradecérselo...que era la amable intervención de miss Crawford lo que había de promover su gratitud; y de los merecimientos de miss Crawford por haber puesto su empeño en ello se habló con mayor admiración. Fanny estaba a salvo. Pero paz y seguridad no se correspondían en este caso. Nunca más lejos de su espíritu la paz. No podía acusarse de haber obrado mal, pero sentía inquietud por todo lo demás. Lo mismo su corazón que su criterio se rebelaban contra la decisión de Edmund; no podía explicarse su inconsecuencia, y verle feliz dentro de la misma la hacía sufrir. Su espíritu era un hervidero de celos y agitación. Miss Crawford compareció con un semblante que parecía insulto, y permitiéndose unas expresiones tan amistosas al dirigirse a ella, que a duras penas consiguió dominarse para corresponder con calma. Todos cuantos la rodeaban aparecían contentos y atareados, dichosos e indispensables; cada cual tenía su motivo de interés, su papel, su traje, su escena favorita, sus amigos y aliados...Todos tenían ocasión de emplearse haciendo consultas y comparaciones o de divertirse con las jocosas incidencias que se producían. Solo ella estaba triste y era insignificante. No tomaba parte en nada. Podía irse o quedarse, podía estar en medio del ruidoso ajetreo de los demás o retirarse en la soledad del cuarto del Este, sin que notaran su presencia o ausencia. Casi se sintió inclinada a pensar que cualquier cosa hubiera sido preferible a aquello. A la señora Grant se le concedía no poca importancia: se hacía honroso comentario de su carácter jovial; su gusto y su tiempo eran tomados en consideración; su presencia se hacía necesaria; se la solicitaba, se la atendía, se la elogiaba... Y Fanny estuvo, al principio, a punto de envidiarle el papel que ella misma había rechazado. Pero con la reflexión se impusieron mejores sentimientos y se le hizo evidente que la consideración de la señora Grant exigía un respeto que a ella nunca le hubieran otorgado; y que, aun en el caso de haber sido objeto de la mayo deferencia, nunca hubiera podido sumarse con tranquilidad de conciencia a un plan que, teniendo solo en cuenta la rectitud de su tío, había de condenar en su totalidad.

El corazón de Fanny no era absolutamente el más amargado entre todos los que latían en su tomo, como no tardó en descubrir, Julia era también una víctima, aunque no sin culpa.

Henry había jugado con su corazón; pero ella había permitido demasiados galanteos, e incluso los había buscado, con unos celos de su hermana tan razonables que hubieran debido bastar para salvaguardar sus propios sentimientos; y ahora, obligada por la evidencia a reconocer que él prefería a su hermana, aceptaba el hecho sin alarmarse lo más mínimo por la situación de María ni intentar nada racional para sosegar su espíritu. Se limitaba a permanecer sentada en taciturno silencio, envuelta en una rígida gravedad que por nada se dejaba amansar, o bien, admitiendo las galanterías de Mr. Yates, hablaba con forzada jovialidad solo con él y ridiculizando la actuación escénica de los otros.

Durante un par de días, a partir del de la afrenta, Henry Crawford hizo algunos intentos para borrarla mediante la usual ofensiva de frases galantes y halagadoras, pero no le preocupaba tanto el caso como para preservar a despecho de la actitud altanera y despectiva con que tropezó de momento; y, como no tardó en encontrarse demasiado atareado con su participación en el reparto de la obra para que le diera tiempo a sostener más que un flirt, le fue cada vez más indiferente el enfado, o más bien lo consideró un feliz suceso, como discreto término de lo que a no tardar hubiera podido hacer concebir esperanzas en alguien más aparte de la señora Grant. A ésta no le agradaba ver a Julia excluida del reparto y sentada en un rincón, desairada; pero como no era asunto que estuviera directamente relacionado con su felicidad; como Henry era quien mejor podía enjuiciar la suya, y puesto que él mismo le aseguraba, acompañándose de una sonrisa altamente persuasiva, que ni él ni Julia habían pensado jamás seriamente el uno en el otro, ella no podía hacer más que renovar sus advertencias con respecto a la hermana mayor, rogarle que no arriesgara su tranquilidad dedicando a María una exclusiva admiración y, después, tomar parte en todo aquello que procurase alegría a la juventud en general y que, de un modo tan particular, había de ser motivo de placer y diversión para los dos hermanos que tanto quería.

-Casi me sorprende que Julia no este enamorada de Henry- fue el comentario que hizo a Mary.

-Yo diría que lo está- contestó miss Crawford, con indiferencia-. Me imagino que las dos hermanas están enamoradas de él.

-¡Las dos! No, no, esto no puede ser. No vayas a insinuárselo siquiera a Henry. Piensa en Mr. Rushworth.

-Harás mejor en decírselo a María Bertram que piense en Mr. Rushworth. Puede que esto le hiciera algún bien a ella. A menudo pienso en las propiedades y en la posición holgada de Mr. Rushworth, y desearía que estuvieran en otras manos; pero nunca pienso en él. Otro hombre representaría al condado con semejante patrimonio; otro hombre prescindiría de una profesión y representaría al condado.

-Creo que pronto lo tendremos en el Parlamento. Cuando vulva sir Thomas, creo que lo presentará por algún distrito; pero hasta ahora no ha tenido a nadie que lo pusiera en camino de hacer algo.

-Sir Thomas tendrá grandes proyectos en cuanto se haya integrado al seno de la familia- dijo Mary, cerrando una pausa-. ¿Recuerdas la "Dedicatoria al Tabaco", de Hawkins Browne, imitando a Pope?

"¡Bendita hoja!, cuyas aromáticas emanaciones confieren modestia al estudiante, carácter al lector!

Yo voy a parodiarles:

¡Bendito caballero! Cuya dictatorial presencia confiere prestigio a sus criaturas, carácter a Rushworth.

¿No lo consideras así, hermana mía? Parece que todo depende del regreso de sir Thomas.

-Encontrarás muy justa y razonable la importancia que se le concede cuando lo veas ocupando su lugar en la familia, te lo aseguro. No creo que obremos demasiado bien sin él. Tiene un modo de ser digno y mesurado, muy propio del jefe de una casa como la suya, y mantiene a cada cual en su sitio. Lady Bertram parece más un cero a la izquierda ahora que cuando está él; y es el único que puede mantener a raya a la señora Norris. Pero... sobre todo, Mary, no creas que María Bertram está por Henry. Estoy segura de que ni siquiera Julia está por él, pues de lo contrario no se dedicaría a coquetear con Mr. Yates como lo hizo anoche; y, aunque Henry y María son muy buenos amigos, me parece que a ella le gusta demasiado Sotherton para ser inconstante.

-Poco apostaría yo a favor de Mr. Rushworth, si Henry se decidiera antes de las proclamas.

-Si abrigas esta sospecha, algo será preciso hacer. En cuanto se haya consumado la representación de la pobra le hablaremos con mucha seriedad y haremos que nos dé a conocer sus intenciones. Y si no tienen ninguna intención, le obligaremos a que se marche a otra parte por una temporada, por muy Henry que sea.

Julia sufría, sin embargo, aunque no lo notase la señora Grant y aunque su pena escapara igualmente a la observación de su propia familia. Ella había amado, amaba todavía, y albergaba dentro de sí todo el sufrimiento que un temperamento apasionado y un espíritu altivo puedan conocer ante el desengaño de una preciada aunque absurda ilusión, unido a una fuerte sensación de injusticia. Su corazón destilaba ira y rencor, y sólo era capaz de rencorosos consuelos. Su hermana, con la que siempre había departido en un plano de cordialidad, se había convertido ahora en su mayor enemigo...las dos quedaron recíprocamente distanciadas; y Julia no era capaz de superar el deseo de que aquellos devaneos, que se llevaban adelante entre su hermana y Henry, tuvieran un calamitoso desenlace, que a María le sobreviniese un castigo por su comportamiento tan indigno para consigo como para Mr. Rushworth. Sin que existiera una sustancial incompatibilidad de carácter o diversidad de gustos que les impidiera ser buenas amigas mientras sus intereses no fueron encontrados, las dos hermanas, ante una coyuntura como la que ahora se les presentaba, desconocían la ternura o los principios indispensables para ser generosas o justas, para sentí vergüenza o compasión. María saboreaba su triunfo, persiguiendo sus fines sin preocuparse por Julia; y ésta no podía ver las distinciones que Henry le hacía a su hermana sin confiar en que aquello crearía una atmósfera de celos y desembocaría al fin en un escándalo público.

Fanny veía y compadecía en gran parte los sufrimientos de Julia; pero entre ellas no existía ninguna corriente exterior de compañerismo. Julia no hacía confidencias y Fanny no se tomaba libertades. Eran dos sufrientes solitarias, o unidas solamente por el conocimiento que Fanny tenía de los pesares de la otra.

El hecho de que ni sus dos hermanos ni su tía advirtieran la desazón de Julia y fueran ciegos a la verdadera causa de tal estado de ánimo debe atribuirse a que todos tenían la atención concentrada en sus respectivos motivos de primordial interés. Cada uno tenía mucho que hacer y pensar por su cuenta. Tom estaba entregado a los asuntos de su teatro y no veía nada que no se relacionase directamente con él. Edmund, entre el papel que debía hacer en la obra y el que correspondía al mundo real, entre los merecimientos de miss Crawford y el camino a seguir, entre el amor y la consecuencia, estaba igualmente abstraído; y tía Norris estaba demasiado ocupada en procurar y dirigir los pequeños complementos generales para la compañía, orientando la confección del extenso vestuario en un sentido de estricta economía, por lo que nadie le daba las gracias, y ahorrando con deleitosa integridad, unos chelines aquí y allá al ausente sir Thomas, para que pudiera dedicar algún tiempo a vigilar el comportamiento o velar por la felicidad de sus sobrinas.

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