ATENEA

By littlepuzz

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Los hombres viven obsesionados por la inmensidad de lo eterno, por eso nos preguntamos... ¿Tendrán eco nuestr... More

CAPÍTULO I
CAPÍTULO II
CAPÍTULO III

CAPÍTULO IV

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By littlepuzz

A la mañana siguiente, acompañada por Eudoro, entré en la tienda de mi padre, quien estaba sentado en su cama, bebiendo vino y comiendo algo de fruta.

- Mi Señor - habló Eudoro- Ya han iniciado la marcha.

- Nosotros nos quedamos - respondió él.

- Estamos listos.

- Cuando Agamenón se lo implore, Aquiles saldrá.

- Como ordenes - dijo Eudoro, para después lanzarme una mirada sutil y salir de la tienda, dejándome a solas con el.

Mi padre, furioso, lanzó su copa, estrellandola contra el suelo.

- ¿Lista para luchar? - preguntó- ¿Lista para matar? ¿Para quitar la vida?

- ¿Qué clase de pregunta es esa? - cuestioné- Para ello hemos venido.

- Aquellos a los que he matado, de noche se me aparecen - murmuró sin mirarme- En la otra orilla de la laguna Estigia, allí están - hizo una gran pausa y finalmente me miró- Me esperan a mí... Dicen, "Bienvenido, hermano".

Caminé hasta él y me arrodillé, haciendo que me mirara.

- Todos aquellos a los que has matado... Siempre ha sido por la misma razón - murmuré, poniéndome de nuevo en pie- O tú o ellos, matar o morir... Tan simple como eso.

- Los hombre somos un deshecho - soltó, haciéndo que soltase un suspiro- Te he enseñado a luchar, pero no por qué luchar.

- Lucho por tí - dije enfurecida, llevándome las manos a la cabeza.

- ¿Y que ocurrirá cuando me haya ido? - preguntó en un susurro, mientras se ponía en pie.

- Eso no ocurrirá - negué rápidamente.

- Tú no sabes eso...

- ¿Por qué haces esto? - solté enfadada, con mis ojos llorosos clavándose en él.

- ¡Los soldados luchan por Reyes a los que no conocen! - exclamó con ira-  Hacen los que se les ordena, mueren cuando se les ordena morir.

- Un soldado obedece - dije con firmeza.

Él sonrió levemente y se acercó a mí, para limpiar las lágrimas que se escaparon de mis ojos.

- No quiero que desperdicies tú vida obedeciendo a un loco.

******

Aunque Aquiles nos había prohibido luchar, los Mirmidones, junto con Patroclo, nos encontrabamos en una de las colinas cercanas al campo de batalla, desde donde podíamos observarlo todo.

En cuanto escuché las enormes puerta de Troya abrirse, mi mirada se clavó en los dos jinetes que atravesaban al gran ejército troyano, reconociendo al instante al menor de los príncipes de Troya.

Fue en el momento en el que sus caballos se detuvieron, cuándo Agamenón, acompañado por los Reyes de Grecia, aparecieron en el campo de batalla, junto con los miles de soldados griegos.

Una vez que estuvieron a unos metros de distancia, ambos hermanos bajaron de sus caballos y avanzaron lentamente para llegar hasta ellos.

Fue en ese momento cuando la mirada de Paris se desvió hacia la colina y mi mirada se clavó en la suya al instante, haciendo que un escalofrío recorriera mi cuerpo y ganándome una mirada curiosa de mi padre.

- ¿Todo bien, Atenea? - preguntó mi padre en un susurró.

- Sí, padre - respondí, sin apartar la mirada ni un segundo de la escena. 

Tras unos minutos, ambos bandos se separaron y segundos después, Menelao con su escudo y espada en mano, estaba listo para pelear contra Paris.

Este, sin embargo, miraba temeroso a su hermano, sabiendo que este sería su fin.

Héctor, le entregó la espada y tras eso le dio un corto abrazo, para luego ver como su hermano menor, caminaba hacia Menelao.

Una vez que tuvo a Paris en frente, Menelao tiró su escudo a un lado y comenzó a atacar con fiereza al chico, quien con movimientos lentos y torpes, lograba esquivar la espada del griego.

Los golpes de Menelao eran duros y salvajes y, Paris, en un intento de protegerse, tropezó y cayó al suelo, quedando desarmado y haciendo que Menelao soltara una sonora carcajada.

- Arriba - susurré, dando un paso al frente desde mi posición- Vamos...

El muchacho volvió a ponerse en pie y comenzó a atacar a Menelao con golpes torpes. El griego, rápidamente, consiguió quitarle el escudo, dejándolo así sin protección.

Paris en un despiste del griego, le dio un fuerte golpe en el rostro, haciendo que este se desestabilizara, pero en consecuencia, Menelao atacó con tanta ferocidad al príncipe que en pocos segundos volvió a desarmarlo y consiguió cortar la pierna del chico, haciendo que este cayera al suelo arrodillado. 

Mi cuerpo se tensó al instante, mientras observaba a Paris intentar retroceder aún estando en el suelo, pero fue cuando Menelao colocó su espada sobre el cuello del chico, cuando m corazón dio un vuelco y una sensación de miedo recorrió todo mi ser.

Menelao estaba levantando su espada, dispuesto a dar el golpe final, cuando Paris, como pudo, se puso en pie y comenzó a correr, en un intento de llegar hasta su hermano.

- ¿¡Y por esta rata es por quién me has abandonado!? - escuché gritar a Menelao, supuse que dirigiéndose hacia Helena- ¡Lucha! ¡Ponte en pie!

Paris llegó junto a su hermano y cayó de rodillas junto a el, al mismo tiempo que Menelao avanzaba hacia ellos.

- ¡Eres un cobarde! - gritaba Menelao enfurecido- ¡Pelea! ¡Hemos hecho un pacto! 

- Pelea Paris - murmuré- Vamos, lucha con él...

- ¡Los troyanos han violado el acuerdo! - dijo Agamenón a sus soldados - ¡Preparaos para atacar!

Todo el ejército griego, al escuchar las palabras de su Rey, se preparó, dispuesto a atacar.

- ¡Esto no es honor! ¡Es un acto indigno de la realeza!- gritaba Menelao, mientras se acercaba cada vez más a los hermanos- ¡Si no lucha, Troya está perdida!

Héctor negó con la cabeza al tiempo que decía algo que no logré escuchar.

- ¡La lucha no ha terminado! - rugió Menelao- ¡Aparta príncipe Héctor! ¡Morirá a tus pies! ¡Me da igual!

- ¡Es mi hermano! - exclamó Héctor.

Menelao, con la ira inundando su cuerpo, levantó su espada, pero el mayor de los hermanos, con rapidez, sacó su espada y la clavó en el estómago de Menelao, haciendo que el cuerpo sin vida del griego, cayera segundos después al suelo.

Sin apartar la mirada de Paris ni un solo segundo, escuché el grito de Agamenón retumbar por todo el campo de batalla y acto seguido, los griegos estaban atacando al bando troyano.

Héctor ayudó a su hermano a ponerse en pie y una vez que estos llegaron hasta los caballos, el menor de los hermanos, se subió y atravesó con rapidez al ejército de Troya, para así protegerse tras las inmensas murallas de la ciudad.

- ¡Arqueros! - gritó Héctor a todo pulmón, haciéndo que estos se prepararan para disparar.

- Están demasiado cerca de la muralla - le dije a mi padre.

- Vuelve insesato... - murmuró este.

Los griegos se avalanzaron con ferocidad sobre el ejército troyano, y estos aún siendo un número mucho menor fueron capaces de retenerlos, mientras que los arqueros, desde la latas murallas, causaban innumerables bajas en el bando enemigo.

- Rehacer la línea - dijo mi padre furioso, moviéndose de un lado a otro.

- Los están masacrando... - dije en un susurro, haciendo que Aquiles se llevase las manos a la cabeza.

- ¡Primera línea! - gritó Héctor- ¡Avanzad!

Los soldados obedecieron a su líder y poco a poco hacían retroceder a los griegos.

Fue entonces cuando mi mirada se clavó en Ayax.

El corpulento hombre acababa con la vida de todo aquel que se atreviera a ponerse frente a él.

Él príncipe Héctor, al percatarse de su presencia, corrió hacia el a toda velocidad, subido en su caballo, pero Ayax, con un fuerte golpe de su escudo, hizo que el príncipe cayera al suelo.

Una vez que este logró ponerse en pie, no dudó en atacar a Ayax, quién con golpes lentos pero salvajes, se defendía sin ningún problema.

La ferocidad con la que Ayax atacaba, hizo a Hector caer en una ocasión, pero este fue de detener el mazo del griego con un escudo, cuando este ya estaba a escasos centímetros de su rostro.

En el momento en el que Héctor apartó el escudo, dispuesto a ponerse en pie, y para sorpresa de Ayax, el príncipe clavó una lanza en el torso del soldado.

- No... - susurré, mientras mis ojos se llenaban de lágrimas y daba un paso al frente, al tiempo que mi padre pasaba un brazo por mis hombros, pegándome a él.

Aún así, Ayax, sacando fuerzas de flaqueza, volvió a atacar a Héctor, pero este volvió a clavar su espada en el cuerpo del griego, haciendo que el cuerpo de Ayax cayera al suelo, sin vida.

Aquiles me apretaba con fuerza contra su pecho, mientras que un sollozo se escapaba de mi garganta.

En un arrebato de furia, me separé de él y, lanzando miles de maldiciones y arrasando con todo a mi paso, me marché de allí, no sin antes escuchar la voz de Agamenón retumbando por todo el campo de batalla.

- ¡RETIRADA!

******

Una vez que llegamos al campamento, mi padre y yo nos metimos a su tienda. 

Me senté en uno de los pequeños troncos, en un rincón de la sala, para que segundos después, él se sentase frente a mí.

- Ayax era un hombre valiente - murmuró, haciendo que mis ojos se volvieran a llenar de lágrimas- Ha muerto peleando, tal y como habría querido.

- Así es la guerra... - murmuré- Luchamos. Intentamos que no nos maten, pero a veces lo hacen - lo miré- Eso es todo.

- Aten...

- Hoy, más que nunca, he sido consciente de que no lucho porque odio lo que tengo delante - lo interrumpí- Sino porque quiero proteger a los míos - susurré- Protegerte a tí.

- No tienes que preocuparte por mí - dijo acariciando mi rostro con delicadeza.

- Te equivocas - dije poniéndome en pie y avanzando hasta la pequeña mesa- Si tú mueres y yo vivo, no me quedaría nada... Nadie que me importe - lo miré - Tú eres mi hogar.

Él se levantó y lentamente se acercó a mí.

- Tú hogar está aquí - murmuró, poniendo su mano sobre mi corazón.

Aquiles me envolvió entre sus brazos con fuerza y cuando nos separamos, ambos nos miramos con una leve sonrisa y los ojos brillantes.

Acto seguido volví a acercarme a la mesa para coger algo de fruta, mientras sentía su mirada, curiosa, sobre mí. 

- ¿Puedes dejar de mirarme así? - cuestioné, llevándome una uva a la boca. 

- ¿Así como? 

- Pues... Intentando descifrarme. 

- ¿De qué conoces al príncipe de Troya? - preguntó sin rodeos.

- Lo conocimos en el templo - respondí- Tu también estabas allí. 

- No me refería a Héctor - dijo apoyándose en uno de los postes de madera- Hablo de Paris. 

- No sé de qué me hablas - respondí, al tiempo que me disponía a salir se la tienda, pero su brazo se interpuso, impidiendome salir. 

- Yo creo que lo sabes muy bien - sonrió falsamente- Habla. 

Rodé los ojos y solté un fuerte suspiro. 

- Me lo encontré en el templo - expliqué- Buscaba a su prima - él me miró sin entender - Briseida. 

- ¿Y lo dejaste marchar? - cuestionó enfadado. 

- Tú dejaste marchar a Héctor - recriminé- ¿Qué diferencia hay? 

- Que si estamos en esta guerra es por su impudicia - soltó furioso- Podrías haber acabado con todo esto. 

- Sabes de sobra que eso no es así- lo encaré- La codicia de Agamenón va mucho más allá de que la esposa de su hermano lo haya abandonado - me acerqué a la pequeña mesa, para coger algo de beber- Ambos sabíamos que la guerra no acabaría con la muerte de uno de ellos, Agamenón aprovecharía cualquier oportunidad para su intento de conquistar Troya y así ha sido - volví a mirarlo - La muerte de Paris no habría supuesto nada. 

El soltó un fuerte suspiro y se llevó las manos a la cabeza. 

- ¡No puedes andar "jugueteando" con el enemigo! 

- ¿Y tú qué? - rugí - ¿Debo recordarte que Briseida es una troyana?

- No es lo mismo.

- ¿Ah, sí? - cuestioné, riendo falsamente- ¿Y por qué no?

- El amor es debilidad, Atenea.

- No quiero escuchar eso otra vez - dije, alejándome de él.

- ¡Pero lo harás! - exclamó, haciendome pegar un respingo- Tener sentimientos por el enemigo hace que estés en peligro.

- Eres el único que está hablando de amor - caminé hacia la salida- Yo soy más que capaz de separar los sentimientos del deber - antes de salir de la tienda, me giré para mirarlo- Tú eres el que no está listo para afrontar los tuyos.

******

Tras haber recogido los cadáveres del campo de batalla y haber realizado el correspondiente funeral, Agamenón se reunió en sus aposentos con Ulises y Nestor.

- En Troya se estarán riendo de mí - dijo poniendose en pie- ¡Ebrios de victoria! - exclamó enfadado- Creen que zarparé al romper el alba.

- Tal vez sea lo mejor - murmuró Ulises.

- ¿Huir como una rata? - cuestionó.

- Los hombres creen que hemos venido aquí por la esposa de tu hermano - dijo el Rey de Ítaca- Él ya no la necesita.

- ¡La sangre de mi hermno aún mancha la arena y tú le insultas!

- No es un insulto decir que un muerto está muerto.

- Si huimos ahora, perderemos la credibilidad - habló Nestor- Si Troya nos vence tan fácilmente, ¿cuánto tardarán los Ikitas en invadirnos?

- Si nos quedamos aquí, lo haremos por una causa justa - dijo Ulises- Para proteger a Grecia, no tú orgullo. Tú combate personal con Aquiles y Atenea nos debilita.

- ¡Aquiles solo es un hombre!- gritó Agamenón- ¡Y Atenea una niña!

- Héctor solo es un hombre - habló Ulises - Y mira lo que nos ha hecho.

- ¡Porque Héctor pelea por su patria! ¡Aquiles y su hija luchan únicamente por ellos mismos!

- ¡Me trae completamente sin cuidado su lealtad! - exclamó Ulises enfadado- ¡Lo que a mí me interesa es que ganan batallas!

- Tiene razón - intervino Nestor- La moral de la tropa es baja.

- Pero... Aunque pudiera hacer las paces con ellos, no me harían ni caso - dijo dando vueltas de un lado para otro - Cada vez que me hablan es como si me clavaran sus espadas.

- Yo hablaré con ellos - dijo Ulises.

- Atenea obedecerá a su padre, solo es leal a él  - le dijo Nestor a su Rey - Aquiles te pedirá a la chica

- Por mí que se la quede - ambos acompañantes se quedaron en silencio- No la he tocado.

- ¿Dónde está? - preguntó Ulises.

- Se la he dejado a mis hombres - admitió Agamenón- Necesitaban divertirse un poco tras el día de hoy.

******

Me encontraba subiendo una de las grandes dunas, para llegar al templo, cuando escuché los gritos de una mujer retumbar por todo el campamento.

Al instante reconocí su voz e instintivamente corrí de vuelta a la base.

Avancé ccon rapidez entre los hombres, abriéndome paso hasta que llegué a su posición, justo para ver como uno de los hombres de Agamenón acercaba una barra de metal ardiendo al cuerpo de Briseida.

- ¡Atenea! - gritó uno de ellos, para advertir a sus compañeros, pero con un rápido movimiento, le arrebaté la barra y la pegué a su cuello, quemando aquella zona.

Acto seguido,rajé el cuello del griego que retenía a la muchacha.

Los hombres a mi alrededor se quedaron inmóviles, mientras que yo me acerqué a la joven y me arroillé frente a ella.

- ¿Estás bien? - pregunté, mientras ella se apartaba el pelo de la cra, para dejarme ver las heridas de su rostro.

- Gracias... - susurró levemente.

- ¡Atenea!- escuché los gritos de mi padre - ¡Atenea!

Una vez que aparareció, clavó su mirada en nosotras y a toda velocidad se acercó, arrodillándose frente a Briseida.

- Está muy débil - dije en un susurro.

Aquiles asintió levemente y tomó a la chica entre sus brazos, para después caminar hacia su tienda. Antes de que entrara y aún con Briseida entre sus brazos, lo llamé.

- Padre- me miró y yo sonreí levemente- Afrontalos.

******

Cuando llegué al templo, pude distinguir la figura de Paris en las sombras. 

En cuanto se percató de mi presencia, una sonrisa de asomó por sus labios y rápidamente se levantó para acercarse a mí. 

- Pensaba que no vendrías - dijo cuando estuvo frente a mí. 

- No me gusta el hecho de que alguien pueda morir por mi culpa, pudiendo acabar yo misma con el problema- dije, haciendo que se estremeciera, debido a mi frío tono de voz- Así que... ¿Qué quieres, Paris? 

- Por ahora, no morir- dijo riéndose, acercándose a mí y cogiendo mi mano- Ven, quiero enseñarte algo. 

- ¿Qué? - dije, mientras intentaba deshacerme de su agarre, en vano- ¡Paris! 

Ignorando mis quejas, me arrastró fuera del templo y comenzamos a caminar a través de las dunas de arena que daban a la playa. 

- ¿Se puede saber donde vamos? - cuestioné, por enésima vez, levantando la voz. 

- Baja la voz - susurró- Los griegos están tras esas montañas de arena - dijo señalando una de las dunas- Y por ahora, no quiero morir. 

Una pequeña carcajada se escapó de mi boca y el me lanzó una mirada fulminante, así que me calle al instante. 

Por extraño que pareciera, no quería que el pequeño príncipe troyano muriera, ni quería morir yo, en un intento por protegerlo. 

- Ya hemos llegado - murmuró Paris, sacándome de mis pensamientos y haciéndome mirar el hermoso paisaje que tenía frente a mí. 

El agua cristalina del mar se extendía hasta donde la vista no podía alcanzar, mientras la Luna se reflejaba sobre ella y los grandes cañadas se extendían por toda la arena, hasta las cercanas rocas que cortaban su paso. 

Avancé unos pasos, maravillada por el paisaje que mis ojos observaban y me giré para mirar a Paris, que me miraba con una sonrisa reluciente en su rostro. 

Antes de que pudiera decir nada, salí corriendo, colina abajo, mientras escuchaba las súplicas de Paris detrás de mi, pidiendo que me detuviera. 

Paris llegó a mi lado y notaba como me observaba detenidamente, mientras yo seguía observando el agua. 

- ¿Te gusta?- preguntó, a lo que yo asentí levemente - Mis padres solían traernos a esta playa a Héctor y a mí - dijo, desviando su mirada hacia el mar - A mi madre le encantaba venir, era como, la desconexión de estar en el Palacio... - agachó la cabeza- Pero... Desde que ella murió, mi padre se niega a venir - murmuró, mirándome- Supongo que le recuerda mucho a ella... 

- Paris, no tienes que hablar de esto si no quieres. 

- No - negó- Eres la primera persona a la que traigo aquí. 

Una sonora carcajada se escapó de mi garganta y me gané una mirada sería por su parte. 

- Lo siento - dije, agachando la cabeza y jugando con mi pelo - Es difícil creerse eso. 

- Ya... - murmuró- Ni siquiera Helena ha Estado aquí. 

- ¿Tengo que sentirme privilegiada? - cuestioné, mientras me quitaba los zapatos y los dejaba a un lado. 

- ¿Qué haces?- preguntó, mientras me observaba como desabrochaba el lazo de mi vestido, de espaldas a él- Tapate.

- Vamos, Paris - murmuré, al tiempo que lo dejaba caer al suelo - No es la primera vez que ves a una mujer desnuda, y por supuesto, no va a ser la última. 

Giré mi cabeza levemente para poder mirarlo, y con un suave gesto de cabeza, le indiqué que me siguiera. 

Mientras yo me adentraba en el agua cristalina, escuché como el muchacho maldecía entre susurros y poco tiempo después apareció junto a mí. 

Ambos nos quedamos en silencio y mientras yo sentía la mirada de Paris sobre mi, yo miraba hacía el horizonte. 

- ¿Que hay acerca de tí? - preguntó Paris- ¿Por qué estas en esta guerra, Atenea? 

- Porque un estúpido príncipe troyano decidió secuestrar a la mujer del hermano del estúpido Rey de Grecia - dije riéndome, haciendo que el pusiera una mueca enfadada. 

- ¿No puedes ponerte seria ni por un momento? -soltó seco, haciendo que la sonrisa en mi rostro se borrará al instante. 

- Sabes... - murmuré- Tienes suerte de haber conocido a tu madre. La mía murió al darme a luz - lo miré - Mi padre tuvo que criarme solo.

- Esto... Yo... 

- He crecido toda mi vida rodeada de guerra - lo interrumpí- Viendo a mi padre pelear contra guerreros de todo el mundo - volví a mirar al horizonte - Los Mirmidones, he crecido a su lado, junto a todos esos hombres - sonreí- Cogí una espada por primera vez cuando tenía 3 años.  Desde aquel entonces, mi padre me entrenó como a uno más de sus hombres, eso sí, impidiéndome pelear junto a él - solté un suspiro- Aunque siempre he desobedecido su orden y he acabado luchando en alguna guerra absurda por Agamenón. 

- No son guerras absurdas si para tu patria y para tú Rey son importantes. 

- El no es mi Rey, Paris - negué, mientras abrazaba mi propio cuerpo - Lucho por mi padre, no por un Rey codicioso que lo único que quiere es conquistar el mundo. 

Él me miró , para que segundos después una sonrisa se asomara en sus labios. 

- ¿Qué pasa?- pregunté avergonzada. 

- Eres diferente - soltó, sin apartar la mirada de mí- Eres valiente, dices lo que piensas y no te dan miedo las consecuencias de tus actos... Ni de tus palabras - dió un paso hacia mí- Si Agamenón escuchase eso... 

- Agamenón ya lo sabe - sonreí- Yo solo sigo órdenes de mi padre y eso jamás va a cambiar. 

El soltó una pequeña risa y miró hacia el horizonte, dejándome ver su rostro herido. 

- Lo de hoy con Menelao... 

- Ya se lo que vas a decir - me interrumpió- Se que soy un cobarde, Atenea, no hace falta que me lo recuerdes. 

- Todo aquel que no sabe manejar un arma y aún así se planta frente a su enemigo, muestra su valía- dije avanzando, hasta colocarme frente a él, haciendo que me mirase- Fuiste valiente enfrentandote a él, aun sabiendo que no tenías ninguna posibilidad. 

- Estaba dispuesto a morir por amor - dijo, haciendo que una pequeña risa se escapase de mi boca - ¿Qué te hace gracia? 

- Dices que morirías por amor - murmuré- Pero no sabes nada de la muerte, ni sabes nada del amor. 

- ¿Y tú? - preguntó, haciendo que lo mirase extrañada - ¿Qué sabes tú del amor? 

- Ya te dije que el amor nos hace ser débiles. 

- Te ví en aquella colina - murmuró, clavando su mirada en la mía- Segundos antes de que la batalla comenzase - hizo una larga pausa, poniendome nerviosa- Te ví tensarte en cuanto me viste aparecer en el campo de batalla, te ví apartar la mirada cuando tenía la espada de Menelao sobre mi cuello... - se acercó más a mi- Quieres que todo el mundo piense que esto no va contigo, pero a mí no me engañas. 

- No sabes nada - murmuré, mientras sentía su respiración sobre mi rostro, debido a su cercanía. 

- Te equivocas.

Paris me miró durante unos segundos y antes de que pudiera decir nada, comencé a caminar hacia la orilla. 

- ¿Dónde vas? - preguntó confuso. 

- Es tarde - respondí- Deberíamos volver. 

Ignorando al joven príncipe, volví a vestirme y comencé a caminar de vuelta al templo, para acompañar a Paris y que ningún soldado griego le hiciera daño.

El silencio reinaba entre nosotros y una vez que llegamos al templo, ambos nos miramos durante un instante, pero acabé apartando la mirada.

- ¿Por qué has elegido esta vida? - preguntó, rompiendo el gran silencio que se había creado y ganándose una mirada curiosa de mi parte.

- ¿Qué vida? - cuestioné.

- La de gran guerrera.

- Yo no la elegí - dije- Nací para ello y eso es lo que soy - murmuré- No puede huir de algo con lo que has vivido siempre - el silencio volvió a reinar entre ambos - Debo irme.

En cuanto me giré dispuesta a marcharme, el agarre de mi brazo me hizo detenerme y cuando me giré para volver a mirar a Paris, este estrelló sus labios contra los míos.

Cuando fuí capaz de reaccionar, lo empujé, separándolo de mí.

Él me miró confuso y antes de que pudiera decir algo, me abalancé sobre el, para besarlo con fiereza.

Paris agarró mi cintura con fuerza y me pegó más a él, mientras, con torpeza, subíamos las escaleras del templo.

Paris aprisionó mi cuerpo en una de las paredes, y mientras mis manos viajaban por el torso del chico sin parar, Paris sujetaba mis caderas con fuerza pegándome más a el, para finalmente alzarme, enredando mis piernas en su cintura.

Una pequeña risa se escapó de mis labios, cuando escuché los gruñidos del chico debido a la herida de su pierna, pero volvió a unir nuestros labios haciéndome callar.

El príncipe me besaba con urgencia, entonces aparté mis labios de los suyos y bajé mis besos a su cuello, haciendo que soltara varios gemidos.

Interrumpimos nuestros besos y caricias, cuando Paris me dejó unos segundos en el suelo, para poder desabrochar el bordón de su pantalón, mientras yo desabroché los tirantes del sedoso vestido, haciéndo que cayera al suelo.

Paris repasó mi figura con su mirada y antes de volver a unir nuestros labios, volvió a alzarme sin esfuerzo alguno, para finalmente unir su cuerpo con el mío.

******

Fue en la madrugada cuando me desperté y observé a Paris dormido a mi lado, ambos tirados en el suelo del templo.

Con delicadeza, aparté uno mechón de cabello que caía por su frente, haciendo que el chico abriera los ojos lentamente. 

Una sonrisa se asomó por sus labios en cuanto su mirada se cruzó con la mía. 

- Ahora sí que debo irme - dije en un susurro. 

- No - negó, tirando levemente de mi brazo, para que me tumbase junto a él- Aún no. 

- Ya es tarde, Paris - dije incorporandome- Y no querrás que tu amada Helena se preocupe. 

La expresión sonriente del chico cambió al instante y un semblante serio se instaló en su rostro.

- ¿Dejarías todo esto? - dijo, al tiempo que se ponía en pie, haciendo que me quedase quieta y me girase lentamente para mirarlo.

- ¿Tú dejarías Troya? - pregunté, haciendo que apartase la mirada- Ya lo suponía.



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Newwwww cappppp

Espero q os 🖤


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