Tomb Raider: El Legado

By Meldelen

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Anna, hija de Lara Croft y Kurtis Trent, ha manifestado de forma inesperada el legado de los Lux Veritatis po... More

Capítulo 1: Lady Croft
Capítulo 2: Hogar
Capítulo 3: Fractura
Capítulo 4: Silencio
Capítulo 5: Don
Capítulo 6: Pulso
Capítulo 7: Asesino
Capítulo 8: Huesos
Capítulo 9: Juguemos
Capítulo 10: Promesa
Capítulo 11: Barbara
Capítulo 12: Elegida
Capítulo 13: Destino
Capítulo 14: Retorno
Capítulo 15: Vísperas
Capítulo 16: Estallido
Capítulo 17: Ratas
Capítulo 18: Dolor
Capítulo 19: Belladona
Capítulo 20: Dreamcatcher
Capítulo 21: Demonio
Capítulo 22: Annus Horribilis
Capítulo 23: Frágil
Capítulo 24: Verdad
Capítulo 25: Rabia
Capítulo 27: Votos
Capítulo 28: Otra vez
Capítulo 29: Foto

Capítulo 26: Monstruo

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By Meldelen

No hubo nada entre el momento en que perdió el conocimiento y el momento en que lo recuperó. Nada. Ni visiones, ni sueños, proféticos o no, ni flashbacks. La negrura más absoluta.

Y cuando volvió en sí, seguía sin ver nada. Todo estaba oscuro. La cabeza le dolía, muchísimo. La garganta le ardía, como llena de fuego líquido. No sabía dónde estaba. No sabía qué le pasaba.

- A... ayuda.- gimió. Su voz estaba ronca, rota, como si hubiese estado chillando durante horas.- Ayuda. S... socorro. P-por favor. Por favor.

Una mano áspera, cálida, la acarició. Anna empezó a sollozar. Creía tener los ojos abiertos, pero no veía nada. Sintió las lágrimas caer, ardientes.

- Tranquila, Anna. Tranquila. Estoy aquí.

- Mamá.- ella sollozó de alivio, de alegría – Mamá, estás aquí.

- Sí, soy yo. Estoy aquí. Y aquí quiere decir el hospital. Estás ingresada.

Agarró con fuerza su mano. Sí, era ella. Sus manos ásperas, estropeadas de escalar rocas, accionar mecanismos y disparar armas de fuego. Queridas manos.

- Mamá, yo... no veo nada. No veo nada. ¡Estoy ciega!

-No, cariño, no lo estás. Es un efecto secundario a... algo que te ha pasado. Pero se irá. Recuperarás la vista.

- ¿Qué... qué me ha pasado...? – y entonces se tensó. Lo recordó. Oh, Dios mío. No, no, no, no.

- Tranquila, Anna. – la mano la aferró con más fuerza, cálida, reconfortante. Notó que le acariciaba el cabello.- Tienes que relajarte.

Se echó a temblar. Estaba recordando.

- Ella... ella es... ¿está...?

- Está viva, Anna. No ha muerto. Maggie Hartman está viva.

Se echó a llorar al oírlo, de puro alivio. Estaba viva. No la había matado. ¡No la había matado!

- Mamá – sollozó – mamá, por favor, no le digas a papá lo que he hecho... no se lo digas...

Las manos de su madre la acariciaban, ásperas, reconfortantes.

- Lo siento Anna. Tenía que saberlo. Es tu padre. Y además, yo... necesitaba su experiencia... que me dijera que te ibas a poner bien... que no estabas ciega para siempre.

Humillada, avergonzada, culpable, Anna siguió llorando con sus débiles fuerzas.

- Lo siento... perdóname... yo no quería.... Yo... no quería matarla... perdóname... díselo... dile que no quería matarla...

- Shhh, es suficiente. Descansa, Anna. Tienes que descansar.

Qué vergüenza, pensó. Qué dirá papá de esto. Y ellas... lo vieron todo. Qué pensará de mí Kat ahora. Dios mío. Morirme. Quiero morirme.

(...)

Cómo odiaba los hospitales. Dios santo, cómo los odiaba.

Lara salió al pasillo después de que Anna recibiera otra dosis de sedantes. Se apoyó en la pared con ambas manos y respiró hondo.

- Annus horribilis.- murmuró – Dame fuerzas para soportar esto.

- Amén. – dijo una voz cálida, amable, afectuosa.

A su lado, pacientemente sentado en el sofá, el padre Dunstan, sombra amiga, perpetua compañera en dificultades, cerró la Biblia y sonrió.

- Quién me iba a decir que después de tantos años volverías a invocar al Padre.

- No sé a quién invocaba.- Lara se frotó los ojos – La vida era más fácil antes. Tumbas y viajes y artefactos, únicamente. Nada de hijas ni maridos ni familias en peligro.

Dunstan rio suavemente.

- Tener seres queridos implica responsabilidad. Y el sufrir por ellos, sí.- el sacerdote se levantó lentamente – Así es el amor, con todo lo que nos ilumina, también nos lleva a través de la oscuridad. Ningún amor que no sea verdadero lleva consigo esa dulce carga. – sonrió – Entonces, ¿cómo está nuestra pequeña Anna?

Lara se encogió levemente de hombros y se frotó los ojos otra vez.

- Aún no ve. Está ciega. – suspiró, agotada. – Kurtis dijo que recobrará la vista...

- Entonces la recobrará. Él ha pasado por esto. Debemos tener fe en su experiencia. – la sonrisa del sacerdote se ensanchó. ¿De qué se reía tanto? – Por cierto, querida, ¿he oído bien?

- ¿Oído bien? ¿El qué?

- Te has referido a él como marido.

- ¿Yo?

- Has dicho, "nada de hijas ni maridos ni familias en peligro."

- ¿He dicho eso? – Lara se llevó la mano a la frente, como si le doliera la cabeza, pero las comisuras de sus labios temblaron ligeramente – Debo estar muy cansada. Ya no sé ni lo que digo. – alzó la vista, y la leve sonrisa voló de su rostro – Oh, no.

Miraba hacia el pasillo. El sacerdote se dio la vuelta. Una mujer de mediana edad, elegantemente vestida, se acercaba a ellos pisando fuerte, taconeando con violencia contra el suelo de linóleo. Al padre Dunstan no le hacía ninguna falta que le dijeran quién era. La mujer tenía el rostro hinchado, y el maquillaje corrido, de tanto llorar.

- Lady Hartman. – dijo Lara, saludándola educadamente, con voz queda.

La mujer parecía dispuesta a arrojarse sobre Lara, pero el sacerdote la detuvo, colocándole una mano en el hombro. El aura de autoridad que el hombre consagrado llevaba consigo por el mero hecho de ser sacerdote funcionó. La mujer se detuvo, se mantuvo a distancia.

- ¡Tú! – masculló, con el rostro desencajado - ¡Tú y tu... tu hija...!

- ¿Cómo está Maggie? – murmuró Lara, con el rostro serio, súbitamente inexpresivo.

La mujer se retorció como si la hubieran pinchado. El padre Dunstan apretó su hombro con más fuerza.

- ¡No te atrevas a pronunciar su nombre! – le gritó - ¡Tú... tú...anormal! ¡Monstruo! Siempre has sido un monstruo. Y tu hija es otro monstruo. Vives como un animal y la has educado como el animal que eres. ¡Bestia! Tus padres hicieron bien en echarte de casa... en retirarte tu herencia. Es lo menos que te merecías. ¡Asesina! ¡Y tu hija, también, otra asesina!

- Basta.- la voz del sacerdote irlandés se volvió severa. – Basta ya, lady Hartman. Con insultos y amenazas no vas a ayudar a Maggie.- la dama lo miró, confusa a través del velo de sus lágrimas - ¿O yo tampoco puedo pronunciar su nombre?

La mano de Dunstan seguía apoyada en su hombro. Ella no la retiró. Parpadeó y sollozó.

- Mi niña... mi Maggie... ella está en coma.- miró de nuevo a Lara - ¡Está en coma! ¿Lo oyes, Lara Croft? Porque no pienso llamarte lady. Tú no eres una lady. ¡Mi hija querida está en coma! ¡Llena de tubos, vegetal! Con las marcas de los dedos de tu hija en su cuello. ¡Bestia asesina!

- Lady Hartman.- el padre Dunstan elevó la voz – Si no controlas tu ira y tus modales tendrás que irte. Lady Croft es difícilmente culpable de lo que ha sucedido entre vuestras hijas.

Ella inspiró fuertemente, sorbió los mocos.

- ¡Claro que es culpable! ¡Esa mujer es una asesina! – la señaló con el dedo - ¡Pero si ha matado a cientos de personas en todo el mundo! ¡Si todos los saben! ¡Hasta a su propio mentor mató! Pero ser libra gracias a sus amigos corruptos... ¡y si Dios es justo, un día también la matarán a ella! – Dunstan la agarró con firmeza, pero sin hacerle daño, y empezó a empujarla hacia atrás - ¡Si Dios es justo tu hija, bastarda podrida de tu vientre podrido, también se morirá! ¡Veremos entonces qué te parece!

- Anna está sedada. – dijo de pronto Lara, y su voz era monocorde, mortecina – Pero ha estado consciente. No puede ver debido al ataque que ha sufrido, pero me ha dicho que siente lo que ha sucedido, que no quería matarla. Me ha pedido que os diga esto. Y que la perdonéis.

- ¿Perdonarla? – aulló la furiosa lady, retorciéndose en el abrazo firme del sacerdote. Un montón de gente venía corriendo por el pasillo. Médicos y enfermeros, incluso personal de seguridad - ¿Perdonarla? ¿Mi hija está vegetal, por su culpa, y yo la tengo que perdonar? ¡Así reviente! ¡Así revientes tú también! ¡Y el padre que la engendró! ¡Así reventéis todos!

Hizo falta sostenerla entre cuatro personas para lograr administrarle un calmante y llevársela. Lara soportó la lluvia de improperios con la cara inexpresiva, impertérrita, sin alterarse.

- Bueno, eso no ha sido nada cristiano.- suspiró el sacerdote, cuando por fin se llevaron a la mujer y se quedaron solos – Intenta no hacer mucho caso de lo que ha dicho, querida. Es la voz del dolor hablando a través de ella. Se arrepentirá de sus palabras.

Lara tenía la mirada perdida. Parpadeó levemente.

- ¿Lara? – de nuevo aquel toque cálido, sanador, en su hombro.- Querida, ¿estás bien? Vamos, necesitas descansar. Te invitaré a lo que me pidas.

- Tenía razón.

- Eh, ¿quién? – se volvió hacia ella, confuso.

Lara lo miró entonces, y en su mirada había una tristeza infinita.

- Kurtis. Tenía razón. Respecto a esto... respecto a este horror. – se pasó la mano por la frente. – Y pensar que le he tratado con tanta dureza. Y pensar que no tuve paciencia con él. Ahora veo de qué tenía miedo. – suspiró de nuevo - ¿Cuántos años hace que no me confieso contigo?

Él apoyó, esta vez, ambas manos sobre sus hombros.

- Tú no tienes que confesarte conmigo, querida mía. Simplemente ven, y tomemos algo. Y cuéntamelo todo.

(...)

Lara no había tenido una figura paterna normal, natural, porque lord Henshingly Croft difícilmente había hecho las funciones que un padre debería haber supuesto para su hija. Después de que él la expulsara de su lado, Lara había encontrado en otros hombres lo que su padre nunca le había dado. En Winston. En Werner, por más que le pesase. Y en el padre Dunstan. Cada uno de los tres más paternales de lo que un padre de verdad nunca hubiese sido.

Así que, durante horas, se sentó con el sacerdote irlandés en una cafetería y se lo contó todo. Desde Sri Lanka. Desde la pelea. Desde Istanbul y Bathsheba, desde Egipto y Loanna, desde el atentado, y Selma, y la muerte de Marie, y todo lo que él aún no sabía. Y él la escuchó en silencio, sin decir nada, sin interrumpir, porque no hay buen sacerdote que no sepa escuchar.

Finalmente, Lara dejó la taza sobre el plato y suspiró de nuevo, frotándose los ojos. El padre Dunstan observaba la calle a través del cristal. Había empezado a llover.

- ¿Le has pedido perdón? – dijo de pronto. – A Kurtis, por supuesto.

Ella asintió levemente.

- Lo hice, sí. Era lo mínimo que le debía.

- ¿Y él? ¿Te ha perdonado?

- Sí, creo que sí. Él siempre... siempre perdona. No importa lo que le haga.

- Y tú... ¿le has perdonado a él?

Lara se cubrió el rostro con las manos.

- Creo que le perdoné en el instante en que me caí contra aquella pared. O cuando vi la expresión de su rostro. O la forma en que se miró las manos, y lo que éstas habían hecho. – Se pasó la mano por la frente, retirando un mechón de cabellos – Es poco comparado con el dolor que le causé. La forma en que le hablé. Cómo me burlé de su dolor, de su miedo. Le llamé cobarde. Me reí en su cara. Él estaba pidiéndome que me casara con él y me reí en su cara.

- Se ofreció a ti, en toda su vulnerabilidad, para que vieras que todo lo que te había dicho era muy serio. – dijo el sacerdote, todavía mirando hacia la calle. Sabía que nunca se debe mirar directamente a los ojos a quien está confesando sus pecados. – Pero él ya te ha perdonado. ¿Por qué te sientes mal todavía? Ya puedes perdonarte a ti misma.

Lara se encogió de hombros. Fijó la mirada en la marca del carmín de sus labios en el borde de la taza de té.

- No creo que me lo pueda perdonar. Me siento sucia, inmunda. Y él ni siquiera ha tenido que esforzarse para probar lo equivocada que estaba. Todo ha sucedido sin que él lo intentara siquiera. – se dobló levemente sobre la mesa – Un enemigo del pasado volvió a nosotros, nos atacó. Casi mató a Selma, y a todos nosotros con ella. Marie se ha ido también, aunque fue a causa de su enfermedad. Y luego otro enemigo del pasado, peor, más terrible, volvió y casi mató a Kurtis, que estaba defendiendo a mi hija y a mi madre. Y ahora esto. – volvió a cubrirse el rostro con las manos – No sé cómo luchar contra algo que no veo. Sólo quiero que termine. No lo soporto más.

Notó las manos del sacerdote aferrando sus manos. Apretándolas. Con fuerza. En silencio.

- Si esto era necesario para que abriera los ojos, es suficiente. Ya basta. Me ha quedado claro.- prosiguió Lara – Kurtis tenía razón. Ahora entiendo su zozobra, su miedo. Ahora entiendo por qué se alejó de mí, hace tantos años. Ahora entiendo sus silencios, sus dudas. He aprendido la lección. Si algo o alguien me está castigando, es suficiente. Haz que pare.

Haz que pare, pensó, y déjame luchar con armas que yo sepa usar. Líbrame de esta impotencia, de esta inutilidad. Se le escapó un sollozo, de rabia, de frustración.

- No es un castigo, Lara.- los dedos del sacerdote le acariciaron las manos.- Dios no actúa así. Todos nos equivocamos, pero una lección así sería demasiado dura, demasiado cruel. No lo acepto. En cambio, intenta centrarte en lo que has aprendido. Intenta pensar en cómo se os ha bendecido. Tú puedes creer lo que quieras, pero yo no dejo de ver la mano de Dios protegiéndoos en todo esto. Kurtis está vivo. Anna está viva. Han sufrido, pero se recuperarán. Incluso esa pobre niña sigue viva. Voy a rezar por ella. Para que despierte, para que vuelva. Pero tú, mi querida niña, perdónate a ti misma, y deja de atormentarte. Ellos te van a necesitar, y siempre has sido la más fuerte de los tres. Y siempre lo serás.

Lara se incorporó sacó el rostro de entre las manos.

- Entonces, hay algo que debo hacer. Antes que nada.

- ¿De qué se trata, querida?

- Debo hablar con Catherine Kipling.

(...)

La segunda vez que despertó, empezó a distinguir algo. Sombras. Figuras sin forma, apenas moviéndose en la oscuridad. No era nada, pero era más que la negrura sólida anterior. Se revolvió, pudo incorporarse, frunció el ceño, intentando enfocar algo.

Había alguien a su lado.

- ¿Mamá?

- Soy yo, peque.

Al oír la voz de su padre, enrojeció hasta las orejas. De vergüenza, de humillación. Y tuvo una reacción de lo más infantil: agarró el borde de la sábana y se cubrió con ella.

- Vete. Vete, por favor. No quiero que me veas.

- Pero yo quería verte, peque. – su mano grande, cálida, le acarició los cabellos. Anna se quedó quieta durante unos momentos. Luego, Kurtis la oyó farfullar:

- ¿Cómo has venido? Tus... tus piernas...

Él suspiró.

- De la única forma en que podía venir.

Anna se dio la vuelta, estiró la mano, tanteó. Él se la cogió y la llevó hacia un borde metálico, frío, junto a la pernera de su pantalón.

- Papá, vas en... en silla de ruedas... pero si tú la odias...

- Pero era necesario. Quería verte.

Los ojos azules, bellísimos, aún ciegos, se llenaron de lágrimas.

- No deberías haber venido. Me da vergüenza. He hecho algo horrible, papá...

- Lo sé.

- Maggie Hartman está en coma. Y Clarice Rochford... está en shock. No habla. Y he sido yo... papá, yo les he hecho esas cosas horribles.

- ¿Por qué lo hiciste, Anna?

Estuvo callada durante unos momentos. Luego sollozó:

- Por Kat.

- ¿Tu amiga?

- Esa... Maggie. Le hizo daño. Le quiso quitar un cuaderno y le retorció el brazo. Vi su piel sin querer... estaba horrible, morado, marcado. Me puse furiosa...

- Y fuiste y te vengaste.

- ¡Ella no quería decírmelo! No me dijo quién había sido. Dijo que le daba miedo, que yo le asustaba.- seguía sollozando - ¡Me dijo que... que yo había cambiado, que la asustaba! Ya no confiaba en mí. Me partió el corazón.

Kurtis permaneció en silencio unos instantes. Lo oyó respirar hondo.

- Y entonces averiguaste quién había sido por tu cuenta.

- S-sí...

- ¿Cómo lo hiciste?

La voz de su padre era calmada, tranquila. No estaba enfadado. No se había enfurecido con ella.

- No lo sé, papá. N-no... no lo sé.

- Tiene que haber un punto de partida, Anna. Por favor. Esfuérzate en recordar.

Ella bajó la cabeza.

- Creo que... que... fue... el moratón. No sé. Cuando la toqué. S-sentí su dolor. L-lo noté. Cómo había sufrido. Cómo le dolía aún. M-me ponía tan furiosa... Luego... me quedé pensando en ello y... entonces...

- Lo viste.

- ¡La empujó contra la pared, le retorció el brazo! No hacía falta tanto por un cuaderno robado. Es una sádica. Había disfrutado haciéndole daño... s-simplemente porque Kat saca buenas notas... ¡simplemente porque ella no se defiende! ¡Siempre la han molestado por eso! Pero esta vez... ¡esta vez, fueron demasiado lejos!

- Y entonces fuiste y le diste una paliza.

El silencio pesó entre ellos durante unos instantes. A Anna le temblaban los labios. Kurtis le cogió la mano con suavidad.

- Sólo quería... sólo quería darle una lección. Lo juro, papá. Por la Luz. Yo no quería llegar tan lejos... papá, por favor... tienes que creerme...

- Te creo.

- Le había hecho bastante daño. ¡No tenía ningún derecho a hacerle daño!

- Desde luego que no.

- Así que quería darle una lección como... como se la di a Clarice Rochford. También se estuvo metiendo con ella. Así que cogí unas tijeras y le dije que si se acercaba a Kat le cortaría el pelo y le marcaría la cara de por vida con ellas. Papá... papá, yo sólo... era de boca... no iba a hacerlo... bueno, lo del pelo sí, porque crece otra vez... pe-pero lo de cortarla...

- Lo sé, Anna.

- Por favor, no se lo digas a mamá.

- No se lo diré. Por favor, continúa. Tengo que saberlo todo.

Respiró varias veces, tragó saliva.

- Clarice aprendió la lección. No se acercó más a ella. De hecho, cuando me vio venir, se meó encima. Ella siempre se había burlado de todas, nos había maltratado a todas... y ahora se meaba con sólo verme a mí. Me miraba como si... como si fuera un monstruo, papá. Como si yo fuese el mismísimo demonio. Como... ese íncubo que nos atacó.

Kurtis no respondió, pero apretó con fuerza su manita, tan pequeña en comparación.

- Sólo quería darle una lección.- continuó – A Maggie. Un par de puñetazos. Unas cuantas patadas. No sé, ahora que lo pienso, era una estupidez. Iba a acabar de nuevo en el despacho de la directora... ya estuve antes, ¿sabes, papá? Pero abuela Angeline no os dijo nada porque no quería complicar las cosas. Y el resultado es que ella... ella...

Sorbió los mocos ruidosamente. Kurtis seguía sin decir palabra.

- ... ella me dijo cosas horribles. Ya las había oído antes. Pero no las soporto, papá. Cuando me las dicen, me pongo furiosa. No puedo controlarme.

- ¿Qué cosas?

- Que mamá es un marimacho y una puta. Que se ha acostado con miles de hombres. Que yo no tengo padre y ni ella sabe de quién vengo. Que sus padres hicieron bien en echarla de casa, porque es una asesina, y una vagabunda. Y que yo soy una bastarda. Y una inútil.

Volvió a sollozar, llena de rabia.

- Todo eso no son más que mentiras, Anna, y lo sabes perfectamente. ¿Por qué dejas que te moleste?

- ¡Porque no quiero que lo digan! ¡Son insultos! Insultan a mamá, a ti y a mí. ¿Por qué nos insultan? ¿Por qué no pueden dejarnos en paz?

- Envidia. Amargura. Complejo de inferioridad. No vamos a perder tiempo en buscar razones, que las busquen ellos.

- Pues yo también amenacé a Clarice por eso. Y me funcionó. Dejó de meterse conmigo, y con mamá.

- Si tuviéramos que amenazar y herir a todos los que se burlan... - Kurtis suspiró – Tienes que aprender a reservar tus energías para los que realmente pueden hacernos daño. Las palabras se las lleva el viento.

Anna había palidecido, pero de pronto, el rubor volvió a teñir sus mejillas.

- Pero me hizo daño. Le hizo daño a Kat. Y después de insultar a mamá, se burló de ella... y dijo que le había gustado, hacerle daño. Que lo había disfrutado. No pude soportarlo, papá. Quiero a Kat. Muchísimo. No puedes imaginártelo. Cuando le hacen daño, yo simplemente...

Y entonces cerró los puños, en un gesto visible, específico.

- Perdiste el control, peque.

- Sí. Perdí el control. No pude contenerme. Quería hacerle daño. Quería hacerla sufrir. Como ella había hecho sufrir a Kat.

- Hiciste más que eso, Anna.

La joven abrió las manos, bajó los ojos como si las mirara, aunque en realidad no veía.

- Primero, empecé a pegarle... con todas mis fuerzas. Le hice bastante daño. Y eso que ella es fuerte... pero la machaqué. Luego... no sé qué me pasó... estaba... estaba furiosa...

- Lo sé.

- Quería hacerla sufrir. Estaba sangrando. Luego empezó a chillar, y luego a llorar. Tendría... tendría que haber parado.

- Tendrías que haber parado, sí.

- Pero no podía, papá. Simplemente.... No sé... no... no podía parar. No... - soltó un sonoro sollozo – Papá, es horrible, pero yo... yo... la agarré por el cuello. Y entonces supe que... que podía matarla. Si quería. Y yo quería, papá. ¡Yo quería matarla! ¡Y se lo dije! ¡Le dije que la iba a matar!

Se dobló en dos y le vino una arcada, pero no tenía nada que vomitar, el estómago estaba vacío.

- Tranquila. – su voz la acarició, serena, impertérrita. Los brazos de su padre la sostuvieron, otra vez sanos, otra vez fuertes. – Tranquila, Anna.

- ¡Pero yo no... no quería! Es decir, yo... no sé, no sé cómo explicarlo. No era yo. Papá, tienes que creerme, no era yo.

- Te creo. Siempre te he creído, Anna.

- Y entonces, no sé... no sé qué pasó... yo... la cabeza me iba a estallar... tenía calor... no veía, estaba... todo borroso... tenía muchísimo calor... y ella se estaba ahogando... quería parar, pero no podía... me... me estaba gustando lo que hacía. No podía parar. Sabía que podía matarla. Y... y quería. A ella. A Clarice, aunque no había hecho nada esta vez. Quería... arrasar el patio, destruirlo todo... hundir la escuela entera... y sabía que podía hacerlo.

- Sí, Anna. Podías hacerlo.

- ¡Y me estaba gustando! – Anna se echó a llorar - ¡Me estaba gustando! ¡Nunca me había sentido tan bien!

- Lo sé.

- Y en ese momento lo sentí. Salió de mí. De dentro. – se llevó las manos al pecho, se tocó el tórax – Salió de mí, despedido. Una fuerza... algo que no había sentido nunca. Salió y arrasó con todo. No lo pude controlar, papá. Lo siento. No podía controlar eso.

- Lo sé.

- Y empezó a doler, a doler muchísimo. La cabeza... el cuerpo... todo me dolía. No podía respirar. Estaba quemándome... sentía como si me estuviera muriendo. Y al mismo tiempo me agradaba, me producía... eh...

- Placer.

- Me gustaba, papá. – se ruborizó aún más.- Me hacía sentir entera, pletórica. Me sentía como... como el ser más poderoso del universo.

Y lo eres, hija mía. Lo eres.

Ella dejó caer los brazos, se volvió hacia él.

- No estás enfadado conmigo. – era una afirmación, no una pregunta.

Oyó a Kurtis suspirar. Estiró las manos hacia él. Intentó tocarle el rostro. Él se puso a su alcance. Le acarició las mejillas, hirsuta por la barba de tres días.

- ¿Qué haces, Anna?

- Comprobar si estás triste. No quiero que estés triste. Por favor, perdóname.

- Anna, no tendría sentido enfadarme contigo, ni tener que perdonarte nada. Tú no tenías ningún control sobre lo que acaba de suceder.

Las lágrimas empezaban a secarse en sus mejillas.

- También a ti te ha pasado, ¿verdad?

- Claro que sí. – dijo él – Es el Don.

Y no le dijo que era el Don en un estado tan puro, tan poderoso, tan raro... que sólo una vez él había sido capaz de convocarlo. Hacía muchísimo tiempo. Antes de Lara. En Nueva York. Cuando derrotó a Lucifer. Cuando pudo sacar alas, volar hasta el cielo y descender de nuevo, más humano, más mortal. Pero todavía único. Todavía de la semilla de los ángeles.

Un poder así sólo se veía una vez en una generación. Y él lo había tenido.

- Lux Veritatis mecum.

Lo dijo sin pensarlo, casi con nostalgia, aunque no echaba de menos ese horror. Quizá la parte positiva que había tenido aquel poder. El usarlo para hacer el bien.

- Papá...

- ¿Sí?

- Tengo miedo, papá.

Abrió los brazos. Ella lo notó y se refugió en ellos.

- No lo tengas. – la abrazó con fuerza. Su hija estaba cálida, viviente. Llena de Luz. – Estoy contigo. Nunca te abandonaré.

(...)

Estuvo media hora esperando en el café, viendo pasar la gente bajo la lluvia torrencial. Cuando por fin empezó a pensar en marcharse, la vio llegar. Empujó la puerta con ambos brazos, entró, se retiró la capucha mojada. Al verla, sentada, esperándola, mirándola fijamente, dudó un instante. Lara esperó con paciencia. Por fin, se le acercó.

Catherine Kipling era bonita, y delicada. Una auténtica lady. Pero había algo en ella que obligaba a Lara a no descartarla tan rápidamente como alguien aburrido, anodino, indigno de consideración. Entendía por qué polos tan opuestos como ella y su hija Anna se atraían. Aquella chispa de inteligencia en los ojos. El aire de madurez.

No, aquella muchacha no tenía nada de estúpida.

- Lady Croft.- saludó educadamente, y se sentó frente a ella.

- Gracias por venir, Kat. ¿Quieres pedir algo?

- Oh, no. – ella sacudió los rizos – No quiero, gracias. No tengo hambre.- frunció levemente el ceño – De hecho, no como demasiado últimamente. – luego la miró fijamente – Mi madre no quería que viniera. He venido sin su permiso.

Lara suspiró.

- Lo siento. Tu madre y yo siempre nos hemos llevado... bien. Algo raro en nuestra casta.

- Tiene miedo, está asustada.

- ¿Y tú, Catherine? ¿Estás asustada?

Clavó en ella sus ojos verdes. Qué ojos tan bonitos. Pero más que eso, la inteligencia, la serenidad que destilaban. La estaban estudiando. Atentamente.

- Nos hemos conocido todos estos años, Kat.- le dijo afectuosamente – Has sido amiga de Anna desde que erais muy jóvenes las dos. Odiaría pensar que esto se ha echado a perder.

La joven miró por la ventana durante unos momentos. Luego volvió a girarse hacia ella.

- No, lady Croft. No se ha perdido nada. Se lo aseguro.

- Llámame Lara, por favor, de ahora en adelante.

Ella asintió. Luego musitó, con un hilo de voz:

- ¿Cómo... cómo está Anna?

Lara se reclinó sobre el asiento acolchado.

- Ayer la llevamos a casa. Está descansando la mayor parte del día, pero se recuperará.

- ¿Sigue ciega?

- Poco a poco va reconociendo formas. Está recobrando la vista.

Tras unos segundos de silencio, Kat volvió a hablar.

- ¿Qué le pasó a Anna, lady... digo, Lara? – se pasó la lengua por los labios.

- Esperaba que tú pudieras aclararme algunos puntos.

Los ojos verdes se agrandaron.

- ¿Y-yo? Yo no sé qué...

- Técnicamente, Anna ha tenido un ataque epiléptico. La ha dejado temporalmente sin vista, que recuperará progresivamente. Una crisis de epilepsia desencadenada por una brutal pelea con una compañera de clase.

Kat palideció, pero no dijo nada. Lara se inclinó hacia ella.

- ¿Lo crees?

- Por supuesto que no.

- Ah. – Lara se echó hacia atrás de nuevo. – Ya decía yo. ¿Y por qué no lo crees? Habla con franqueza, no tengas miedo.

Kat bajó la mirada y se fijó en las migas que cubrían la mesa.

- Una crisis de epilepsia... - dijo, al fin - ... no explica la hierba del patio, que se quedó carbonizada como si la hubieran quemado con un lanzallamas. Tampoco explica que todo el claustro se haya quedado agrietado y amenace con ruina, de modo que no quede otro remedio que derribarlo. Ni que todos los cristales de las ventanas explotaran... - alzó de nuevo sus bonitos párpados, miró a Lara – Tampoco explica que Clarice se haya quedado muda de puro terror y que Maggie esté en coma, con las marcas de los dedos de Anna en la garganta.

La exploradora británica asintió calmada.

- No eres ninguna estúpida, Catherine Kipling. – se inclinó de nuevo hacia ella – Así que dime, por favor, ¿por qué mi hija hizo eso?

A la adolescente le empezaron a temblar los labios. Miró a su alrededor. Lara le puso la mano en el brazo, afable.

- Por favor, no te asustes. No te estoy amenazando ni quiero intimidarte. Es que ella no habla conmigo... - sacudió la cabeza – Se lo ha dicho a su padre, eso sí. Pero ahora quiero saberlo por tu boca. Por favor.

Kat suspiró y, finalmente, se levantó la manga, descubriendo el antebrazo.

- Oh.- murmuró Lara, mirando el cardenal que ya empezaba a clarear. El amarillo se desvanecía, el rojo había pasado a amarillo, y el azul estaba rojo ahora. – Maggie Hartman te hizo esto. – afirmó, más que preguntó.

Kat asintió y volvió a cubrirse rápidamente el brazo.

- Y mi hija lo vio. – terminó Lara.

- Yo no quería que lo viera, lady... Lara. No tenía intención. Fue un accidente que lo viera.

- ¿Cuánto llevaba esa niña haciéndote daño?

- Sólo esta vez.

- No me lo creo.

Kat se ruborizó.

- Bueno... me ha pasado con otras... chicas. Aunque normalmente no llegan tan lejos. Pero Maggie... es un poco bruta. Y le gusta hacer daño.

- ¿Cuántas veces te han hecho daño, Kat?

Ella bajó la cabeza.

- ¿Qué importa eso ahora?

- Importa muchísimo. ¿Saben tus padres que en la escuela te agreden?

La oyó inspirar profundamente, sacudió los rizos.

- No. Y, por favor, no digas nada... la... Lara.

- Lo siento, Kat, pero tu propuesta es inaceptable. Si tus compañeras te están hiriendo deberías haberlo dicho. ¿Quién te está defendiendo? Mi hija, ¿verdad?

La joven bajó la cabeza, los rizos rubios le cubrieron el rostro.

- ¿Qué hay entre mi hija y tú, Kat?

Catherine Kipling levantó la cabeza, la miró estupefacta. Luego se ruborizó de nuevo, intensamente.

- No, yo... yo no... lady Croft... Lara... somos amigas. Amigas. N-no sé qué quieres decir... o lo que piensas...

- Lo que yo piense da igual, Kat. – Lara seguía hablando calmadamente – Quiero saber si Anna estaba al corriente de lo que te pasaba y si te ayudaba.

- S-sí.

- ¿Cuándo empezó todo esto, Kat? Necesito saberlo.

La muchacha suspiró, no sin cierto alivio. El rubor empezó a bajarle.

- Hace bastante tiempo. La gente... siempre se mete conmigo. N-no sé muy bien por qué...

- No necesitas la falsa modestia conmigo, Kat. Eres lista, eres guapa, y eres buena en todo lo que haces. Suficiente para que te ataquen. ¿Qué más? ¿Cuándo empezó Anna a implicarse en esto?

Ya se había ruborizado otra vez. Es tímida, pensó Lara. Tal vez la esté presionando demasiado.

- Con Anna también se metían, lady... Lara. Así que estábamos también juntas en esto. Ella... bueno, ehm... ella nos defendía a las dos.

Lara estaba sonriendo. Kat se ruborizó aún más.

- Por favor, no le diga nada... ella sólo quería ayudar...

- ¿Decirle nada? Si estoy orgullosa de ella. Tú estabas sola e indefensa, y ella estuvo ahí para ti. Dime, ¿qué hizo? No omitas nada.

Kat se puso seria.

- No quiero causarle problemas a nadie, lady... Lara.

- No lo harás. No puedes complicar las cosas más, Kat.- ante su duda, Lara suspiró y dijo – Anna ha sido expulsada del colegio. No volverá allí.

- Oh, no... - Kat se llevó las manos a la boca.

- No te preocupes. Aunque no hubiese sido así, la hubiese sacado yo misma de aquel lugar. Estaba sufriendo allí... y no me decía nada. He tardado demasiado en saberlo. Y quiero darte las gracias, Kat. Por estar allí para ella. Por estar con ella. No estuvo sola... gracias a ti.

Otra vez le subió el rubor hasta las orejas. Pero había una expresión desdichada en su rostro. Me he quedado sola, pensó, asustada. Y Anna. No volveré a ver a Anna. El dolor de ese pensamiento fue más intenso que cualquiera que le hubiesen infringido físicamente.

Viendo su expresión, Lara estiró la mano, la apoyó en su brazo, la apretó afectuosamente.

- No te preocupes. Seguirás viéndola. Ni se me ocurriría separaros.

Respiró aliviada. Luego se apartó el cabello de la cara.

- ¿Qué más quieres saber... Lara?

- Todo lo que no has dicho, Kat, y que crees que, por el bien de Anna, yo debería saber. – la exploradora británica sonrió de nuevo – O simplemente, cualquier cosa que quieras contarme y que nunca le dirás a tu madre.

Kat sacudió la cabeza.

- Antes quiero saber qué... qué era aquello. Aquella cosa. Lo que... le ha pasado a Anna.

- No puedo decírtelo, Kat, lo siento. Eso... eso a lo que te refieres, es suyo. Es algo personal. Sólo ella debe contártelo, si así lo decide. Yo no tengo derecho a hacerlo.

- Pero ella no...

- ¿No te lo ha dicho? Dale tiempo, Kat. Para ella es algo nuevo, y difícil.

- Yo soy... yo...

- ¿Su mejor amiga? Claro que sí. Por eso no dudo que te lo dirá, en cuanto se sienta preparada para hacerlo. Si es que así lo decide.

- ¿Y si no me lo dice?

- Si no lo hace, es por una buena razón. Y esa razón serás tú, y nada más que eso.

- Lady... Lara, por favor...

- No. – Lara negó categóricamente – Lo siento. Perdóname, Kat. Pero ya has visto lo que les ha pasado a Clarice y a Maggie. Si ella decide que quiere protegerte, mantenerte a raya de eso... entonces yo no soy quién para arruinar sus planes.

Kat apoyó los brazos en la mesa y se dobló sobre ellos. La vio retorcer la boca en un sollozo contenido. De nuevo le apretó el brazo, con afecto, cuidando de hacerlo con el que estaba sano.

La conmovía el cariño que tenía aquella niña por su hija. No esperaba que la amistad fuera tan sincera, tan profunda, tan pura.

- Estaba recordando – confesó la colegiala, de pronto – que la hice llorar. Cuando le dije que me daba miedo, ella se echó a llorar. Me temo que la he herido. Se piensa que la veo como... como...

- Como un monstruo.- terminó Lara por ella.

- Yo no vi lo que le hizo a Clarice y a Maggie. Pero vi cómo estaba el claustro después... me apañé para colarme hasta allí. Hizo algo terrible... es verdad. Y me da miedo, es verdad. Quise evitar que hiciera alguna barbaridad, pero... no me imaginé...

- No es culpa tuya, Kat. Lo que Anna es ahora está fuera de tu mundo. De tu control o influencia.

- Por favor, no le digas que me da miedo... la herí muchísimo... no debí decirle...

- No se lo diré. Pero no debes tenerle miedo. Ella nunca te hará daño. Nunca.

Y si se parece algo más a su padre, pensó en silencio, morirá por ti, si hace falta. Pero jamás te hará daño. No intencionadamente.

- De alguna manera, lo vi venir.- suspiró la muchacha, y abrió las manos – Hace meses Anna tuvo una fuerte pelea con Clarice, porque... en fin, eh...

- Me insultó. Ya lo sé, Kat. Conozco perfectamente los insultos dirigidos a mí, a Anna o a su padre. No es nada nuevo. No significan nada para nosotros dos, aunque a Anna la enfurecen.

- Ese día – continuó Kat – o quizá después, varias compañeras la agarraron y le pegaron. Acabó en el despacho de la directora...

- Lo sé. Mi madre me lo ha contado. Con bastante retraso, debo decir. Pero no puedo culparla. He tenido... mis propios problemas.

Aunque no debería haberlos puesto por delante de mi hija, se recriminó en silencio.

- Y entonces Anna agarró unas tijeras y amenazó a Clarice.

Lara parpadeó.

- ¿Cómo?

- Le dijo que, si volvía a tocarme, o a insultarte a ti, le cortaría el pelo y le rajaría la cara. Por favor, por favor, no te enfades con ella. Anna sólo quería ayudar.

- No me enfado, ya te lo he dicho. Estoy orgullosa de ella. – miró hacia la ventana – Ahora entiendo todo. Clarice captó el mensaje, pero Maggie te atacó y ella se enteró. Ahí empezó todo.

Kat no respondió. No había más que decir. Durante un momento, el silencio pesó entre ellas dos. Finalmente, la muchacha rubia añadió:

- Sé que no lo aceptarás, pero aun así, quiero que sepas... que siento haber sido la causa de todo esto.

- Tú no has sido la causa de nada. Anna es apasionada, feroz, y leal. Te quiere con locura, ahora lo veo. – Kat volvió a ruborizarse. ¿Cuántas llevaba? – Y el hecho de que esto haya tenido un desenlace tan fatal no tiene que ver contigo para nada. Simplemente ella es distinta, y su furia puede causar más daño que la de otros. – la miró de nuevo – Gracias, Catherine Kipling, por venir. Pase lo que pase, siempre serás bienvenida en mi casa. Las puertas de la mansión Croft siempre estarán abiertas para ti.

Lara nunca decía esto a la ligera. Farfullando un leve agradecimiento, Kat comenzó a levantarse, pero entonces la madre de Anna la sujetó de nuevo por la mano.

- Una cosa más – le dijo – y esto es importante. Tienes que hablar con tu madre. Decirle lo que te pasa. Lo que te ha pasado. Todo.

- No me atrevo, Lara.

- Tienes que hacerlo. Tienes que protegerte. No puedes tolerar que te hagan daño, Kat. No debes convertirte en una víctima más. Mi hija no podrá estar siempre defendiéndote, ni tú quieres eso.

- No, claro que no.

- Pues entonces habla con tu madre. Dile la verdad. Habla con ella y luego ve a la policía y cuéntale el resto.

- ¿El... resto? – Kat enrojeció, pero esta vez de rabia, de humillación.

- Anna me lo ha contado. Lo que sucede en tu casa. No puedes tolerarlo ni un segundo más.

La muchacha se levantó y recogió su abrigo.

- Catherine Kipling. – Lara alzó la voz, severa – No bromeo. O le dices a tu madre que tus compañeras te atormentan y, a continuación, comunicas a la policía que tu padre le está pegando a tu madre, o lo haré yo. Te doy una semana, y es demasiado. No esperaré más.

La muchacha se ajustó el abrigo, se subió la capucha. Luego la miró fijamente. Con aquellos ojos inteligentes.

- No tendrás que hacerlo, Lara. Adiós. Y gracias.

(...)

Cuando volvió a casa era tarde, ya oscura noche. Ethan se había retirado, dejando a Kurtis cómodamente encamado. Parecía dormir, como también dormía Anna, tranquila, sin sueños, en su habitación.

Lara se dio una ducha , se secó el pelo y regresó a la cama envuelta en el batín. Al inclinarse sobre Kurtis para ver cómo estaba, éste abrió los ojos.

- No duermes.- le dijo.

- No, no mucho.- admitió él. - Ya me conoces.

- ¿Te encuentras bien? ¿Tienes dolor? Las piernas...

- Estoy bien. Sólo quedan ellas. En cuanto me dejen en paz, las pondré a trabajar de nuevo. – acarició el rostro de Lara. - ¿Dónde has estado?

Lara se sentó a su lado, le contó el encuentro con Kat, sin omitir nada. Luego se quedó un momento en silencio.

- Pobre niña.

- ¿Quién? ¿Kat?

- Va a sufrir. Tanto si Anna la mete en este... este caos... como si no lo hace.

- No seas tan negativo. Anna no puede estar sola siempre. - Se inclinó hacia él. El pelo, parcialmente húmedo, acarició su brazo – Ningún Lux Veritatis puede estar solo siempre.

- Supongo que tienes razón.- le apartó el pelo con delicadeza.

Lara se fijó entonces en una jeringuilla preparada que había sobre la mesilla.

- ¿Qué es eso? – la examinó – Es tu dosis nocturna de sedantes. Por eso estás despierto. ¿Por qué Ethan no te la ha puesto?

- Quería esperarte despierto. Porque...

- Mentiroso. Estás vigilando a Anna.

- Cuidándola, Lara. Cuidándola.

- Poco puedes hacer desde esta cama, con tus piernas rotas.

- Haré más que si estoy inconsciente.

Lara suspiró, bajó la mirada, le dio la razón. Y luego, de pronto, sin poder contenerse, añadió:

- Todo esto... todo esto que ha pasado...

- Lara. Hablaremos de Anna mañana. Ahora no.

- Siempre has tenido razón. Kurtis.

- Basta, Lara. Ya te has disculpado. Con una vez es suficiente.

Las manos de él subían y bajaban, acariciándola, recorriendo sus brazos. Luego tomó un mechón de sus cabellos castaños, lo enrolló en un dedo y lo besó distraídamente, como solía hacer.

- Yo también he aprendido algo. – confesó al fin – Porque tú también tenías razón, Lara. Siempre la has tenido. Paralizado de miedo, de terror por lo que le pueda pasar a Anna, no la ayudaré. Será igual que matarla. Anna es poderosa, muy poderosa. Lo acaba de demostrar. Más de lo que nunca fui yo. La enseñaré a manejar ese poder. Con suerte y con nuestra ayuda, y la de esa muchacha, su amiga, espero que sea más feliz de lo que fui yo... antes de ti. Y ya está. No tengo nada más que decir. De momento.

- Gracias, Kurtis. Gracias. - murmuró las palabras de forma casi inaudible. Y entonces le cogió las manos y se las besó – Pero me queda algo que decirte. Sólo una cosa más.

- De acuerdo.

- La respuesta es sí.

Él la observó en silencio, confundido. La miró durante unos momentos, esperando que ella dijese algo más. Pero no lo hizo.

- No lo entiendo.

- La respuesta es sí, Kurtis. A la pregunta que hiciste.

- ¿Qué pregunta?

- Me preguntaste si, en caso de que me lo pidieras, me casaría contigo. Pues bien, la respuesta es sí.

Kurtis se quedó mudo, mirándola en silencio, sosteniendo todavía sus manos. Su rostro había adquirido esa expresión. Tan suya. El rostro de dique, que contenía un mar de emociones. Un dique que no acertaba a romperse. Cómo adoraba esa expresión.

- Con quién me voy a casar, si no es contigo, hombre irrepetible. Pensaba que nadie merecía semejante honor... o que el honor en sí mismo no significaba nada. Pero tú has roto todos los esquemas. Tú eres único. Si alguien merece este honor, eres tú, hombre irrepetible.

- Lara... - farfulló él al fin - ... yo...

- No digas nada.- ella apoyó dos dedos en sus labios. – Aquel día, yo traspasé todos los límites. Fui cruel y mezquina. Me revelaste algo secreto, algo que anhelabas en silencio, y yo me reí en tu cara.

- Lara...

- Silencio. No me interrumpas, por favor. Quiero que sepas que... que no me reí de ti. No me reí porque tu pregunta fuera estúpida. Sólo me pilló por sorpresa. No me lo esperaba. Estaba confundida. Era un mal momento.

- Ya lo sé, Lara. – él la sostuvo por los brazos, de esa forma tan particular, como si estuviera hecha de cristal – Ya lo sé. Déjalo, no tiene importancia.

- Sí que la tiene. Me importa muchísimo. – ella bajó la cabeza, afectada. Los mechones de cabello cobrizo la cubrieron parcialmente – Quiero que lo sepas. Que la respuesta es sí. Por si...

Se quedó sin voz. Notó los dedos de Kurtis apartarle el cabello, acariciarle la cara. Sentía la piel ardiendo.

- ¿Por si quiero volver a preguntarlo?

- No tienes que hacerlo si no quieres.

- Ya lo sé. Yo tampoco me lo esperaba. – confesó – No lo tenía previsto. Salió de mí, abruptamente. Como otras cosas que tenía enterradas. Por ejemplo, que me hubiese gustado que Anna no estuviese sola. Que tuviese... hermanos. Varios.

Lara se cubrió el rostro con la mano. Rio, cansada.

- Nunca me lo dijiste.

- Porque sabía que tú no querías. ¿Para qué iba a proponerte algo que no querías?

Ella se había ruborizado.

- Odiaría saber que eso te ha hecho desgraciado.

- No es para tanto. Tú y Anna sois suficientes para llenarme la vida. De alegrías y de disgustos. – la acarició de nuevo – Estás ardiendo. ¿Te has ruborizado?

- Qué va.- masculló ella – Sabes que no me ruborizo.

Le ardía la cara. Qué cosa más rara. Debe ser la edad. Me estoy haciendo vieja.

- Es tarde para uno de tus anhelos ocultos.- dijo, no sin una leve tristeza. – Pero el otro aún es posible. Si aún lo quieres.

- Maldita sea, y yo sin poder arrodillarme.

Ella se echó a reír, y lo abrazó con fuerza. Ya podía hacerlo, sin causarle dolor.

- Sólo dime por qué. Tengo curiosidad. Hemos estado bien todos estos años. O eso creía. Yo... no sabía...

- Ni yo mismo lo sé. Creo que me estoy haciendo viejo. Estoy cansado de ser invisible, de estar a raya...

- ... tú no estás a raya, Kurtis. Nunca has sido invisible.

- A tu hija le dicen que no tiene padre. Y de ti... bueno, ya sabes.

- ¿Desde cuándo nos importa la opinión de los demás?

- A ella eso la hace sufrir. Así que hazme real... oficial. Sería por ella... y por mí. A los demás les pueden dar por saco, ya lo sabes.

- No es justo. Tú siempre has sido real... - le sostuvo el rostro y lo besó en la boca. Dulce. Suavemente. – Pero está bien. Acepto.

- ¿No tengo que pedírtelo? ¿Intentar arrodillarme? Maldita sea, ni siquiera tengo un anillo...

- No hace falta. Ya te he dicho que la respuesta es sí.

Lo besó de nuevo. Y otra vez. Y más largo. Más dulce. El corazón empezó a latirle más deprisa.

Las manos de él se deslizaron por debajo del batín. La acariciaron. Lara jadeó.

- ¿Te he preguntado si tenías dolor?

- Lo has hecho.

- ¿Podrías...?

- Sí.

Las manos de él abrieron la bata. No llevaba nada debajo. Notó sus labios en el esternón, en la clavícula. Echó la cabeza hacia atrás, suspiró. La mano ascendió por la cara interior de su muslo, la acariciaron al llegar a su destino. Los labios se cerraron sobre los pezones. Dios mío. Gimió profundamente.

- Lara.

- ¿Sí? – jadeó ella.

- Tienes que ser tú la que...

- Lo sé. – se despojó de la prenda de un tirón, la arrojó al suelo. Luego apartó la sábana que cubría a Kurtis. Se cernió sobre él. – Pero no quiero hacerte daño.

- No vas a hacerme... ay. – Lara había estirado la mano hacia la jeringuilla y la había clavado suavemente en su brazo. Notó el líquido frío entrar en su torrente sanguíneo. No era nada estimulante. – Como esto me quite sensibilidad, me voy a enfadar.

Lara dejó caer la jeringuilla de nuevo en la mesa, se echó los cabellos hacia atrás, se elevó sobre él. Tan hermosa, tan radiante. Dios, cómo la quería.

- Entonces no hay tiempo que perder. – susurró, y descendió sobre él.

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