El honor de un caballero

By Kusubana

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No era secreto que él se mirara caballero, la palabra la usaban hasta en las críticas del diario, pero cuando... More

El pasado regresa
Nieve en los recuerdos
La embarcación de los recuerdos
Resaca en un camerino de tercera
Dulce Candy
De regreso, ¿a casa?
El presente agobia
El castillo del lago
La verdadera historia de un amor
La luz de una vida
Reencuentros en la nieve
Las culpas de un hijo
Las culpas de un padre
El fin de la nevada
Cascabeles en el aire
Muérdago en la ventana
Champagne & Limousines
El cuento viajero
La última nevada

Quedan dos asientos

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By Kusubana

Aún había bastante movimiento en las calles, cerca de ahí había un hotel que ofrecía una gran fiesta y los invitados ya llegaban aparcando sus autos. Bajaban elegantes mujeres con vestidos que sobrepasaban el costo de sus joyas y sus parejas iban con trajes a juego.

Desde el auto podía verles, escuchar sus risas, los coros de villancicos apostados en las esquinas junto con algunos duendes y un San Nicolás haciendo sonar sus campanas en la entrada de la tienda departamental.

El taxista se condujo hábilmente entre el tránsito, Susana supuso que tenía prisa por terminar ese último viaje y regresar a casa para la cena.

—Lamento importunarlo, ya debería estar con su familia — susurró.

El hombre rió sinceramente.

—Descuide, es un buen día para trabajar. Además, no me apetece llegar a cenar pollo frito delante del televisor.

—¿Usted no celebra las fiestas?

—Mi esposa me abandonó hace unos meses, y se llevó a mis hijos con ella, así que no, no las celebro.

—¡Oh! ¡Lo siento tanto! —se apresuró a decir completamente roja por la vergüenza.

—Está bien, se fue con un tipo rico, los chicos tendrán por primera vez buenos regalos de Navidad. —dijo con un toque de amargura en la voz, aunque realmente se esforzaba por creer que era lo mejor.

—Yo también me he separado de mi esposo, hace un año, pero nosotros nunca tuvimos hijos — agregó de modo conciliador. El hombre miró solo por un instante el retrovisor encontrando el reflejo de la rubia, aún bastante apenada, pero notó que decía la verdad y no se trataba de un comentario por compromiso.

—Supongo que es lo mejor, a veces quienes sufren más son los chicos, porque tienen que cargar con todos los rencores de los padres.

Susana asintió, por mucho que le hubiera gustado tener un bebé, sabía que era imposible que un niño fuera feliz con ellos dos como padres, y efectivamente, ahora tendrían el problema sobre con quien pasar las fiestas. Lo más doloroso sería sin duda, que se hubiese enterado que su matrimonio no era un lazo de amor, sino un gesto de caballerosidad.

La nieve empezó a caer con suavidad, depositándose sobre el parabrisas mientras esperaban turno para cruzar la calle. El conductor se frotó las manos para quitase la sensación de frío que lo embargó de pronto.

—¿Y por qué alguien querría separarse de una dama tan hermosa y amable? —preguntó tras un rato de silencio.

Ella volvió a sonrojarse y tartamudeó un poco antes de responder algo en concreto, pues hacía tanto tiempo que estaba lejos de los escenarios que había olvidado por completo lo que era recibir un halago.

—No soy amable.

—¡Claro que lo es! Mi esposa era una arpía, no sé que le vi. Pero la veo a usted y no me explico porque se atrevería a dejarla.

Sonrió tristemente pensando en que quizás fue ella la que le pidió divorciarse, pero en primer lugar él no quería casarse, solamente le devolvió esa libertad que tuvo robada por tantos años.

—No soy amable —repitió.

El barrio apareció al doblar una esquina, había luces aunque en menor cantidad que en el bullicioso centro, coronas, adornos, y un par muñecos de nieve que saludaban con sus manos de rama a los transeúntes. Había un exceso de autos aparcados, la mayoría de los vecinos recibían a sus familiares, aunque los que habían salido de viaje se habían asegurado de dejar una buena parte de espíritu navideño en sus casas.

Al final de la acera había una casa poco más grande que las demás, pero su aspecto era gris, acentuado por su austera decoración consistente en un par de luces en la planta baja y una corona en la puerta. El camino estaba completamente obstruido por la nieve, parecía que de aquél lado de la ciudad la nevada había sido más intensa.

Susana suspiró. El frío hacía que le doliera la herida de la pierna, y la nieve le limitaba la estabilidad al caminar, pagó el importe y se armó de valor para salir. Tan solo un par de pasos después, pudo constatar que llegar al pórtico sería verdaderamente imposible.

El hombre vio su trastabille y bajó a toda prisa, al tomarla en brazos fue que se percató de la prótesis, aunque no hizo comentarios al respecto. Abrió la puerta una mucama bastante sorprendida por la presencia de la señora, sin embargo, les condujo hasta la sala de estar sin decir nada, en donde se encontraban además, una enfermera y una anciana señora vestida completamente de negro. Ambas se pusieron de pie para poder recibir a los recién llegados.

—¿Te has sentido mal? — preguntó la mayor de las mujeres.

—No, es solo que decidí mejor cenar en casa —dijo Susana permitiendo que le quitaran las medias empapadas y los zapatos.

—Creo que deberá cambiarse el vestido también —propuso la asistenta ayudándola a ponerse de pie para salir del salón y llevarla hasta su habitación.

Susana se detuvo por unos instantes, miró al hombre para enseguida dirigirse a su madre.

—Espero que no te moleste que haya traído un invitado.

—¡Oh, no señora, no es mi intención causarles molestias!

La anciana movió la cabeza de un lado a otro mientras se acercaba a él.

—No son molestias. Mi nombre es Mary Ann Marlow —dijo extendiendo su mano.

—August McNaspy.

—¿Conoció a mi hija en la fiesta?

—... No exactamente.

La anciana le indicó que tomara asiento y tomó la tetera para servir una taza. Su hija y la ayudanta salieron de la sala para cambiarse de ropa como habían anunciado.

—Lamento mucho decirle que en esa casa no se consume alcohol.

—No se preocupe señora, no bebo.

—Hace bien.

En el tiempo que le tomó a Susana reaparecer ya cambiada, no hubo mayor conversación entre los dos, que se limitaban a beber su té casi por turnos, la anciana no hacía nada en particular, pero él se había dedicado a mirar la decoración, que era una buena colección de medias de lana, figurines de duendes tejidos con gran habilidad y otra dotación de carpetas tejidas con ganchillo e hilo muy fino.

—Mi madre me enseñó, y yo de verdad lo intenté con mi hija, pero Susana —soltó un suspiro, aunque no de desolación absoluta, pues enseguida sonrió con la dulzura de una madre que ha aprendido a comprender las limitaciones de su descendencia.

—Suele suceder, según mi padre, yo debería ser médico, igual que mi abuelo y que él mismo, pero al final terminé conduciendo un taxi.

La mujer endureció el rostro, aunque solo por unos momentos.

—Así es, señora —dijo inclinándose al frente —. No soy ningún invitado especial, solo soy el chofer.

—¡Oh! No era mi intención...

—No importa, no pretendo la mano de su hija, alguien como ella merece algo mejor.

Mary Ann bajó el rostro.

—Ella ya tenía lo mejor, pero es demasiado necia, y una romántica sentimental, insiste en que en ningún diccionario merecer puede interpretarse como amar y que la necesidad de los tiempos modernos pide algo más que un compromiso para felicidad.

El hombre miró por la ventana con aire distraído.

—Ya lo sabré yo...

—No se qué espera encontrar ahora, el tiempo de los caballeros con honor ha terminado, con su condición actual y a su edad...

—No debería decir eso. Su hija es muy hermosa, y bueno —no terminó la idea, Susana entraba al salón ya cambiada con un vestido más sencillo, aunque extrañamente más atractivo.

—Supongo —dijo la anciana dando una escueta aprobación—, que podemos ir a cenar como es debido.

El comedor, en el salón contiguo, se encontraba decorado con mayor esmero y un gran cuidado, demostrando un gusto impecable respecto a lo que se consideraba claramente elegante sin llegar a lo banal. La mesa era de seis plazas, todas estaban dispuestas y el hombre pensó que habría más invitados. Él provenía de una familia poco más desordenada de lo que se consideraba prudente, pero había sido educado a aceptar ciertos protocolos, como por ejemplo la asignación de lugares.

Tal como sospechó, la anciana tomó la cabeza de la mesa, a su derecha, Susana fue acomodada y la enfermera y la ayudanta, tras asegurarse de que todo estaba en orden, tomaron los lugares frente a ella, por lo que quedaban dos asientos...

—Al lado de mi hija siempre había estado mi anterior yerno, y frente a mí, mi difunto esposo — señaló la mujer mayor complicando la decisión que tenía sobre cuál de los dos tomar.

La campana de la puerta sonó, y una de las dos jóvenes que ayudaban en la casa se puso de pie para abrir. Susana aprovechó la distracción para indicarle a su acompañante que tomara el lugar de su ex esposo.

—Espero no haberlo ofendido habiéndolo obligado a aceptar mi invitación —susurró —. Pero es que no me hacía a la idea de que pasara la Navidad solo.

Sin embargo, él no tuvo oportunidad de responder, el recién llegado era formalmente anunciado, y August McNaspy comprendió que le correspondería el sexto sitio en la mesa.

—¡Terry! —exclamó Susana intentando fallidamente ponerse de pie.

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