El honor de un caballero

By Kusubana

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No era secreto que él se mirara caballero, la palabra la usaban hasta en las críticas del diario, pero cuando... More

El pasado regresa
Nieve en los recuerdos
La embarcación de los recuerdos
Resaca en un camerino de tercera
Dulce Candy
De regreso, ¿a casa?
El presente agobia
El castillo del lago
La verdadera historia de un amor
La luz de una vida
Reencuentros en la nieve
Las culpas de un hijo
Las culpas de un padre
El fin de la nevada
Cascabeles en el aire
Muérdago en la ventana
Champagne & Limousines
Quedan dos asientos
La última nevada

El cuento viajero

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By Kusubana

El micrófono emitió un leve pitido en señal de interferencia de algún tipo. Retrocedió un poco para acallar el ruido y el silencio en la sala se volvió abrumador, todos los ojos estaban sobre él, todos los oídos a la expectativa de lo que diría y las cámaras de los reporteros enfilándose para la mejor toma, la del punto cúspide del discurso donde la concurrencia estallaría en aplausos.

—Charles Dikens escribió A Christmas Carol hace menos de un siglo. Y lo hizo sin creer en la Navidad. A veces me pregunto si su opinión cambió después de terminar, o en cuanto vio los teatros llenos y la propaganda relacionada no hizo más que confirmar la hipocresía del mundo. La tendencia a ponerse máscaras de solidaridad y caridad durante una única vez al año, el día que las ofensas se olvidan, se envían cartas a parientes que no se han visto en mucho tiempo y todos se sientan en la misma mesa para volver a enfadarse por la mañana...

Ni siquiera se molestó en sacar la hoja mecanografiada de su saco. El discurso que había preparado desde hacía días desviviéndose en dar las gracias por el apoyo prestado, los donativos y más, quizás hasta se había quedado en el abrigo, no lo revisó. No tenía planeado sabotear su propio evento ni llamarlos en cara mentirosos embusteros, no tenía ese derecho, pero en ese momento se le figuró que esas líneas tan minuciosamente preparadas no estaban de acuerdo a la ocasión, que carecían de sentido, y optó por empezar a dar orden a sus pensamientos y sentimientos... ¿En público?

Sonrió ampliamente quebrantando la tensión que había generado con su primera declaración.

Sí. En público. Terry Grandchester al desnudo. ¡Qué gran titular!

—Pero siempre llego a la conclusión de que su juicio, al final, no pudo sino trascender en la obra misma, todo su pensamiento, su sentir, de alguna manera quedó en sus personajes y no solo sobre esta corta novela de Navidad ¿Cuál fue su vocación? ¿Cuál fue su trabajo? Relatarnos su tiempo, las necesidades a las que muchos estaban ciegos... Tras cien años no termina de pasar de moda, y continúa dándonos la lección sobre la necesidad de lidiar con los fantasmas que nos amargan la vida, de cortar las cadenas que nos atan a nimiedades y es por ello que la elegí como la obra a representar este año.

Nadie en el salón emitía siguiera una tos incómoda, miraban al hombre frente a todos los invitados, prescindiendo del micrófono que le habían ofrecido. Ya se había retirado de la actuación asumiendo el cargo de director de la compañía, pero nadie podía negar que su voz envolvía el salón con claridad. Resultaba ser un gran orador y un gran improvisador, Eleanor Baker, quien había leído el discurso original dando una escueta aprobación, sonreía por ello con una felicidad auténtica. Casi podía intuir el objetivo de Terry con tan abrupto cambio. No era ciega, no era tonta, ya había visto a Susana y a Candy, demasiado como para fingir que nada pasaba.

¡Adelante Terry! ¡Que el público sepa la esencia de una verdadera tragedia! Y aprenda que el mundo no termina por ello, el caballero de reluciente armadura abraza la derrota al igual que la victoria, y aunque marche lánguido por el embate que le han dado a su corazón, sabe mantener el camino a la siguiente aventura, porque si permanece mordisqueando los pedazos que deja atrás, morirá sin la satisfacción de haber vivido siquiera.

Eleanor sabía de eso, ella hubiera preferido vivir junto al hombre que amaba antes que cualquier otra gloria en los escenarios, y aunque no permaneció llorando en el puerto nunca tuvo el valor para pelear por su felicidad.

—Tú puedes, Terry —susurró.

—Yo mismo he luchado con mis fantasmas, estoy lejos del récord de Ebenezer Scrooge que lo consiguió en una sola noche, pero puedo asegurar que finalmente lo he conseguido. Mis espíritus de las Navidades quizás no sepan que lo han logrado pero ¡Finalmente esta noche las visitas han terminado! Mi padre murió hace un año, un par de noches antes de Navidad, quisiera decir que estuve ahí sostenido su mano hasta que se enfrió, pero soy actor, no escritor, no inventaré una escena conmovedora, aún así, conozco cuáles fueron sus últimas palabras: Lo único de lo que un caballero puede arrepentirse, es de arrepentirse.

Susana estaba esperando su abrigo, pensaba marcharse cuando antes para no volver incómoda la gran noche de Terry, pero el encargado del closet se estaba demorado demasiado, por lo que oyó la apertura del discurso de Terry con claridad pese a estar ya en el vestíbulo. El corazón se le oprimió al escucharlo, definitivamente ella no era uno de los espíritus que mencionaba, aún así, el tema de la muerte de su padre la conmovió demasiado, especialmente porque no tuvo la oportunidad de prestarse para el duelo. Tampoco había hecho público aquello, porque si bien la relación con Eleanor Baker finalmente se había descubierto, lo referente al Grandchester que le había dado apellido siempre se negó, así que nadie de los presentes, salvo los más cercanos, sabían de su defunción.

Sintió sus ojos llenarse de lágrimas, la voz de Terry era clara y ajena a las dudas o falsedad, esa noche había terminado para él el suplicio, y aunque significaba quizás su ruptura definitiva, le gustaba la idea de que aquello del arrepentimiento, lo dijera en parte por su matrimonio, pero era tan solo una fantasía a la que se aferraba.

El encargado llegó anunciando también la llegada del taxi.

—Gracias por todo, Terry...

—Toda mi vida estuve lleno de arrepentimientos ocultos bajo una máscara de indiferencia, incluso cuando escuché que eso había sido lo último que dijo, solo fui capaz de escudarme con un insulso sarcasmo. Tal vez ahora que creo haber entendido a lo que se refería, existe la posibilidad de que solo se trate de una interpretación distinta, pero lo que he podido comprender es lo que quiero compartir esta noche como la más grande revelación.

Candy se recargó contra un muro sin dejar de mirar cada uno de los movimientos del retirado actor que, tanto con sus ademanes como con su voz, mantenía a la audiencia presa de un poderoso hechizo, la magia de la autenticidad, y el magnetismo del hombre que es libre.

Sintió enajenarse por un momento al recordar las pocas veces que Terry dejaba de actuar como un chico rudo. El Terry que había amado cuando los días en San Pablo eran tan duros como maravillosos. El Terry que nunca podía alcanzar pero que siguió amando durante las travesías de América. El actor estrella que se reunió con una enfermera titulada...

Tanto habían cambiado los dos que le había dolido demasiado notar que a su reencuentro, ya no eran más que dos viejos conocidos que quizás nunca se conocieron lo suficiente. Aún con todo y eso, quería estar ahí, en esos momentos en que finalmente Terry dejó que lo alcanzara. No solo ella, sino todo el mundo.

—Lo hiciste, Terry.

—Nadie está exento de errores, nadie es dueño de las decisiones absolutamente correctas, nadie es capaz de ganar el beneplácito completo de aquellos que mantienen sus ojos expectantes de lo que se haga o deje de hacer. Aún así... arrepentirse es aceptar que sabíamos que teníamos otras opciones y no las tomamos, arrepentirse deja en claro que no somos capaces de remediar la situación.

Albert bebió de su copa brindando por la victoria de Terry contra el demonio que acongojaba su corazón. Él mejor que nadie, sabía que aquella actitud rebelde, de que no le importaba nada, no era más que la fachada que mantenía a salvo a su verdadero yo; inseguro, expectante de la opinión que se formaba sobre él, aterrado bajo la duda de la naturaleza de su existencia, acomplejado por la marginación a la que fue sometido por ser un hijo bastardo.

A lo lejos, las campanas empezaron a sonar, anunciando las nueve de la noche. En ese momento pidió un deseo, quería serle de ayuda, como no pudo serlo por tantos años que estuvieron separados. Su gran amigo finalmente se decidía a volar y en esos momentos quería demostrar que sus alas rotas, finalmente habían sanado. Ahora quedaba el camino para reconstruir lo destruido, recuperar lo perdido y continuar.

—Un paso a la vez, Terry.

—Vivir sin arrepentimientos, es dar cara a las consecuencias de nuestras decisiones, aún si es doloroso... es darlo todo cada segundo, a cada persona, porque cuando el espíritu de las Navidades futuras llega... no hay vuelta atrás. Es en el teatro donde damos vida a historias que fueron y no fueron, es en este espacio donde podemos conceder el lujo del arrepentimiento; en la tumba de la amada, o en la tumba propia... Gracias, Albert, por tener paciencia para un niño problemático y ser el amigo que más necesitaba. Gracias Candy, por ser el ángel que mantiene noble un corazón... Gracias, Sussie, por todo lo que me diste... Eleanor, realmente me alegra haber nacido.

Nadie dijo nada por unos momentos en que afuera, un coro de niños entonaba un canto sobre la esperanza en el futuro. Sus voces armonizadas, suaves por la distancia y mezcladas con las campanas dieron la pauta perfecta al actor. Terry bajó los brazos, había estado haciendo ademanes, su cuerpo se relajó visiblemente e inclinó el rostro, como si con aquello solamente estuviera terminando de liberar todo el peso acumulado sobre sus hombros.

—¡Quiero vivir en lo pasado, en el presente y en el porvenir!

Levantó una mano exclamando estas palabras con tal contundencia que cada pieza de cristal pareció vibrar.

El público que había presenciado tales declaraciones, no pudo sino aplaudir, medianamente consternado, de todo el discurso habían comprendido menos de la mitad y cuando se dio la apertura para la presentación triunfal, avanzaron entre risas divertidas por tan extrañas palabras.

—¿Nos vamos? — preguntó Albert poniéndole la mano sobre un hombro.

Terry negó.

—Vayan ustedes. Debo hacer algo.

Albert no contradijo en absoluto y le dejó marchar.

—¿Ahora serás tú la que se esconde, Candy? —pregunto sin girarse siquiera, pero consciente de que se encontraba detrás de él.

—¿Quieres que te diga la verdad?

—No me mentirías de cualquier forma.

—Ansiaba mucho este momento, y aunque estoy feliz por la nueva fortaleza de Terry... Lo siento, Albert, no debería molestarte con estas cosas.

—Está bien. Archie y Annie se adelantaron, y ya que curiosamente Terry no estará en su debut como director, realmente no creo se note mucho nuestra ausencia. Hay que dar una vuelta en el parque, hubo mucho esmero con la colocaciones de luces, y el árbol de la plaza es el más grande que se ha puesto hasta ahora. ¿Vienes?

—¡Albert!

—Si nos preguntan, te contaré; un viejo cascarrabias recibe a tres espíritus que representan las navidades del pasado, del presente y del futuro. Al final se vuelve un hombre benévolo ya que contempla que a su propia muerte, nadie derrama una lágrima por él.

Candy hizo un mohín apretando su puño.

—¡Conozco la obra! ¡Pero de eso no se trata!

Albert rió y se quitó el corbatín del elegante traje que llevaba.

—De todos modos ya no nos dejaron entrar, acaban de cerrar las puertas —agregó señalando el sitio, donde precisamente, los asistentes cerraban los accesos.

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