El honor de un caballero

De Kusubana

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No era secreto que él se mirara caballero, la palabra la usaban hasta en las críticas del diario, pero cuando... Mais

El pasado regresa
Nieve en los recuerdos
La embarcación de los recuerdos
Resaca en un camerino de tercera
Dulce Candy
De regreso, ¿a casa?
El presente agobia
El castillo del lago
La verdadera historia de un amor
La luz de una vida
Reencuentros en la nieve
Las culpas de un hijo
Las culpas de un padre
Cascabeles en el aire
Muérdago en la ventana
Champagne & Limousines
El cuento viajero
Quedan dos asientos
La última nevada

El fin de la nevada

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De Kusubana

El divorcio.

Al principio pensó que no había escuchado correctamente, pero Bill le corroboró la información momentos después de que las tres mujeres dejaran la habitación en total silencio, muy lejos de gritos y reclamos, más como la petición cansada y derrotada para un acuerdo de paz tras una ardua batalla que no ocurrió más que en su propia mente enturbiada por el alcohol.

—Susana me está dejando.

El chofer, jardinero, mensajero y asistente en general se reservó el comentario hilarante que se le ocurrió enseguida a tal declaración de lo evidente, y esperó con toda calma la indicación para ir en búsqueda de la señora para llevar una conversación como mandaba la ley de la cordialidad civilizada, porque, en todos los años que llevaba de servicio en la casa Grandchester solo los últimos días habían sido insufribles. Siempre y en todo momento una sensación de tranquilidad emanaba del matrimonio ¿Todo se iría a la borda por ese viaje? No sería justo, no desde su punto de vista. Sin embargo, terminó por quedarse solo en la estancia, el actor se retiraba a su habitación a dormir sin pronunciar objeción al respecto de lo que parecía ser una inminente separación.

Terry cerró la puerta a su espalda y refutó la idea de bajar al bar, así terminaría molido a golpes, Bill no le permitiría seguir bebiendo más de lo que ya tenía en la mano. Resopló fastidiado con la nueva ocurrencia de Susana, no haría nada al respecto, para cuando regresaran a América y el Duque volviera a ser un recuerdo impronunciable seguirían sus vidas con la misma parsimonia de los últimos catorce años, salvo porque Albert le escribiría de vez en cuando ya que la tensión entre ellos había sido liberada. Caminó despacio y con ligero tambaleo hasta el ventanal, recargó la mano en el marco de madera y escuchó el aire frío chocar contra el cristal.

Rápidamente giró sorbe sus talones, sacó de una maleta su chaqueta, una bufanda y un gorro, regresó hasta las puertas de cristal y las abrió de par en par para salir al balcón, afuera el viento helado le hizo doler las mejillas y cerrar los ojos. Con una vieja habilidad casi olvidada se encaramó por la columna decorativa hasta alcanzar el techo.

Ocupaban las habitaciones del último nivel, así que se decidió a escapar de su inocente custodio por el tejado.

Cuidando de no resbalarse avanzó hasta alcanzar una chimenea, seguramente la de su propia habitación, el suave humo que desprendía calentaba los ladrillos rojos. Decidiendo a última hora que no bajaría al pueblo, recargó la espalda en aquella estructura tibia.

Susana le había pedido el divorcio.

Cansada, harta, herida, derrotada, esa mujer decidía marcharse por su voluntad, rompía el compromiso que lo ataba a ella, le entregaba su soltería para que siguiera lamentándose con ella, daba la deuda por saldada, y la única pregunta que se le venía a la mente era, ¿por que no se sentía ni libre ni mejor?

Richard miró al mayordomo y al chofer de la casa salir corriendo.

Arriba se escuchaban los gritos de su madre hacia una de las sirvientas, todos en la casa corrían de un lado a otro y a él la sensación de resaca le seguía impregnada en la garganta y retumbando en la cabeza, pero apenas entendió que se trataba de su padre, el sopor se esfumó rápidamente haciéndole correr por los pasillos hasta la habitación del mismo, sin embargo, antes de siquiera tocar la puerta, su hermano mayor le detuvo por el brazo jalándolo con tal fuerza que pese a que era más bajo por algunos centímetros y menos esbelto ,consiguió hacerle retroceder.

—Madre ha pedido que no entremos —sentenció con severidad —. Suficientes problemas han traído tú y Madeleine como para pretender siquiera que...

—¿Qué ha pasado? ¿Papá está bien? —la joven recién se levantaba y anudaba su cabello en una trenza, por respuesta Edward soltó a Richard para acertar con la mano diestra una bofetada en el rostro de su hermana.

—¡Todo esto ha sido tu culpa! ¡Ese bastardo nunca debió entrar a esta casa! ¡Ni siquiera llegar a este país!

La joven no objetó nada, y por el contrario agachó la cabeza para recibir más duras palabras de su hermano que la tenía por el brazo, sujetándola con fuerza y con menos delicadeza la agitaba gritándole en la cara, reprochando la innecesaria visita del "bastardo".

Terry buscó en la bolsa de la chaqueta, tanteando el metal frío con la punta de los dedos, el más secreto y oculto de sus tesoros estaba ahí, y dudaba como nunca sobre si sacarlo o no. Quedarse o seguir. Catorce años decidió quedarse, si Susana iba en serio ¿Que haría? ¿Seguir? ¿Hacia dónde?

¿Con quién?

Rió despectivo para sí mismo, ir con Albert y pedirle que se divorciara de Candy, en absoluto, no era una opción.

Cubrió sus ojos con el antebrazo apenas fue consciente de que habían escapado alguna lágrimas. Tenía la nariz constipada tanto por el frío como su sentimiento.

Al final decidió sacar la armónica y llevársela a los labios, dejando que el tiempo siguiera su curso, hasta cerca del amanecer.

El ruido de las tejas lo sobresaltó, rápidamente con la manga buscó borrar en un solo movimiento la prueba de su debilidad preguntando de quién se trataba. Fijó la mirada en el recién llegado, ocultando la molestia de su mirada bajo la visera del gorro, al igual que el movimiento de sus cejas al contraer la expresión, era Richard. El enorme hijo menor de su padre, que además, tenía un ojo morado.

—¿Qué haces aquí? —preguntó el actor de bruscas maneras sin despegar la espalda de la tibia chimenea.

—Papá ha muerto.

Terry abrió mucho los ojos sorprendido por la noticia, había dejado al hombre en buen estado y sin señal alguna de agonía y, sin embargo, había sucumbido al día siguiente.

—Una recaída —se explicó el muchacho sacando su pañuelo para limpiarse la nariz, él también había llorado, pero a diferencia del mayor, no le molestaba que se notara.

—Por la mañana será sepultado. Madeleine y yo, queremos que estés ahí.

Terry chasqueó la lengua y desvió la mirada.

—No me interesa.

Y advertido sobre la respuesta, Richard se decidió a tomar asiento a su lado, insistiría, o lo llevaría a rastras, con su diferencia de tamaños y edad no debería ser tan imposible, además, abajo estaba su mayordomo y Albert, que aunque había declinado para ser él quien informara la noticia, se contaba con su ayuda si se ponían difíciles las cosas.

—No voy a ir —repitió Terry regresando la boca al instrumento que hacía años ya no llenaba la sensación de vacío que lo embargaba de vez en cuando, cuando se detenía a mirar el pasado.

Richard emitió un quejido cuando se movió para buscar una posición más cómoda en la pendiente del tejado. Se sujetó el costado y entrecerró los ojos para calmar el dolor que le punzaba. Hasta entonces, Terry reparó en su estado y en voz baja le preguntó la razón.

—Peleé con Edward —respondió entre dientes el otro —. Es un imbécil creído que se siente mejor que los demás porque ya es un Lord. — agregó volviendo a sacar su pañuelo para limpiarse nuevamente la nariz.

—El título te da ciertos beneficios —comentó Terry sin ánimos, esperando que el otro se hartase y se marchara por su cuenta —, y obligaciones.

Se hizo un momento de silencio incómodo, el actor sospechaba a qué iba dirigido el muchacho, pero tampoco tenía intenciones de sobrellevar una conversación para atacar o defender a la madre de ninguno, que era la situación principal por la que no habían vivido juntos como feliz familia. Pero la falta de palabras, lejos de terminar la charla no hacía más que armar de valor al joven para terminar de decir lo que había ido a decir, sobre todo porque al final, su padre había muerto sin ganarse el perdón de su hijo favorito.

Porque Terry era el favorito. Por donde quisiera verlo, y como quisiera imaginarlo, era él el único concebido con la fuerza de una pasión desbocada.

—Antes de morir me dijo algo —escupió al fin tensando su enorme cuerpo dolorido.

—No me digas —Terry seguía sin interesarse y menos aún, importándole.

—Lo único de lo que un caballero puede arrepentirse, es de arrepentirse.

—Vaya lección de vida, te ha dejado en este mundo como un hombre de bien, aquél que engañó a su mujer con otra —el veneno pronunciado por el actor sí llegó a su compañero, pero este, lejos de sentirse herido, sintió algo de pena por el otro, habían llegado hacía un rato, Bill le había puesto al tanto y Albert le había indicado que estaría arriba, guiado principalmente por la armónica.

—Cuando murió mi abuelo, el padre de mi madre, no tuvo más hijos que a ella. Has de saber que las leyes prohíben a las mujeres heredar, mi abuela trató de casarse, pero, ya era mayor así que fue difícil. Mi padre... nuestro padre, siempre fue un noble de rango menor, y no tenía más que el título, ella necesitaba un esposo, él dinero, fórmula infalible para continuar el Ducado de Grandchester.

La saliva en la boca de Terry se volvió más amarga de lo que estaba.

—Si se divorciaba de ella, la dejaba en la calle.

—¿Qué pretendes con esto? ¿Que convierta en héroe nacional al Duque? ¿Es eso? ¡El noble caballero que sacrificó todo para salvar a una mujer!

Richard negó con admirable paciencia. Sus ojos se enrojecieron un poco, pero no por furia, sino por llanto reprimido.

—Solo quiero hacerte saber lo mucho que te envidio. Mamá buscó el embarazo para ver si podía cambiar las cosas, pero nosotros cuatro jamás pudimos llenar el vacío que dejaron tu madre y tú. Jamás. Y tiene menos sentido que nosotros cuatro estemos en su funeral cuando nunca fuimos lo más importante, quien debería darle un último adiós, sería pues, la gente que él quería.

Terry agachó la cabeza sintiendo que no era capaz de responder.

La borrachera volvía a disiparse.

—¿Cómo sabías lo del matrimonio de tus padres?

—Mamá me lo contó hace un rato. Madeleine envió una carta a la señora Eleanor.

Terry volvió a abrir mucho los ojos sintiendo la sangre agolparse en sus mejillas.

—¡¿Que hizo qué?!

—Tal vez demasiado tarde, pero mamá se siente en paz con ella.

Enseguida, Richard se puso de pie para bajar del tejado no sin algo de trabajo debido a sus dolencias, cerca de la orilla, por un segundo iba a resbalar, pero Terry, también ya de pie, le sostuvo del brazo.

—¿Al menos ganaste?

Richard se encogió de hombros.

—No se verá nada bien durante la ceremonia.

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