El honor de un caballero

By Kusubana

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No era secreto que él se mirara caballero, la palabra la usaban hasta en las críticas del diario, pero cuando... More

El pasado regresa
Nieve en los recuerdos
La embarcación de los recuerdos
Resaca en un camerino de tercera
Dulce Candy
De regreso, ¿a casa?
El presente agobia
El castillo del lago
La verdadera historia de un amor
La luz de una vida
Reencuentros en la nieve
Las culpas de un hijo
El fin de la nevada
Cascabeles en el aire
Muérdago en la ventana
Champagne & Limousines
El cuento viajero
Quedan dos asientos
La última nevada

Las culpas de un padre

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By Kusubana

El Duque soltó un suspiro cansado y pasó un trago de saliva. Cerró los ojos y Terry sintió que se desesperaba más a cada segundo que pasaba porque no decía nada. Si tenía que reconocer algo, era que toda la curiosidad que de más joven había sentido al respecto de esa charla, se había esfumado reemplazándose por aquél diálogo con Candy, el que nunca imaginó y en esos momentos acaparaba cada parte de su imaginación.

No obstante, sabía que el Duque no ahondaría en detalles y posiblemente, "que habló con ella" sería lo único que diría al respecto.

—Alguna vez Eleanor te habrá dicho que la dejé porque mi familia arregló un matrimonio para mí.

Terry no entendió la frase por unos instantes pero pudo aterrizar el comentario poco después.

—Sí.

—No fue así, no exactamente.

Las cejas del actor se contrajeron sin comprender de qué iba.

—¿Ella mintió?

—No. En absoluto —se apresuró a defenderla como no lo había hecho en años —. Ella te dijo la verdad que le conté —volvió a tragar saliva, Terry le ofreció un trago de whisky, pero el otro declinó aunque por unos instantes sintió que lo iba a necesitar.

—Yo... yo ya estaba casado cuando fui a América.

El vaso se le resbaló de las manos a Terry pero consiguió sujetarlo antes de que cayera, su mente barajeó escenas frente a sus ojos. Violentamente se puso de pie y la antipatía que creía poder mantener durante aquella conversación se esfumó súbitamente.

¡¿Cómo no iba a odiar la cara de cerdo a Eleanor?!

Por unos instantes en que su respiración se aceleró casi se sintió de parte de su madrastra. Una cosa sería un hijo antes del matrimonio y otra un hijo fuera del matrimonio.

—¿A qué viene eso ahora? —reclamó tragándose el alcohol de un solo golpe antes de hablar y buscando la botella para volver a servirse.

—Por eso no podía casarme con Eleanor.

—No sigas hablando, no tiene caso, eso ya ha pasado, iremos a Edimburgo con Albert, y cuando regresemos, Susana y yo tomaremos viaje de regreso a América.

El más joven levantó los brazos y empezó a pasearse de un lado a otro mientras su corazón bombeaba con fuerza ¿Por qué se había alterado? ¿Por qué le venía importando eso?

Porque terminaba de afirmar que era un bastardo completamente digno del desprecio de los Grandchester.

Las palabras las repitió mentalmente, despacio, concibiendo el significado en aquellas letras, sintiéndose tan insignificante ante ello que los ojos se le llenaron de lágrimas a medida que encajaba sentimientos y se veía a sí mismo como la corona de bufón que por años había llevado la madre de Richard. Se dejó caer en el sillón.

Por primera vez en su vida, el drama de su nacimiento lo encajaba en un contexto más grande que Eleanor, el Duque y él mismo.

—Era más fácil decir que naciste antes de casarnos.

—Ya no sigas...

—Pensé que diciendo eso podía ser menor el daño al honor de Eleanor y Catherine.

Terry se sentía con ganas de ponerse ebrio otra vez.

Y tal vez así lo haría. Tomó la botella, su vaso, dio las buenas noches y subió por las escaleras hasta su habitación.

Susana lo escuchó y lo vio entrar aunque no se había encendido luz alguna, quería preguntar por aquello que lo había levantado de golpe, pero se sintió acobardada al ver en los ojos de su esposo un brillo horrible que enmudecería a cualquiera.

—Todo iba tan bien —masculló Terry pasándose el whisky como si de agua se tratara y rondando de un lado a otro de la pieza —¡¿Por qué no se quedó callado?! ¿Por qué no se llevó el secreto a la tumba? ¡Si de verdad quería cubrirle la espalda a todos tan sencillamente se hubiera guardado su secreto!

Estaba hecho una furia, el juego de té yacía en pedazos sobre el mármol cercano a la chimenea apagada y pronto le hizo compañía la mesa entera.

La cobardía de Susana pronto se amoldó a un miedo total. Sentada como estaba, se arrastró hasta el final de la cama con los ojos bien abiertos y ni una palabra en los labios, enajenada a eso que había desatado su furia no sabía qué responder a lo que reclamaba.

—Terry...

— ¡¿Qué ganaba con decírmelo?! ¡¿Por qué no mentir un poco e inventarse una novela?!

—Terry...

—¡¿Quiere que vaya y me disculpe con esa cerda por haber nacido?!

—¡Terry! ¡Por favor!

Giró violentamente revelando a su esposa aquellos ojos de animal herido que ha luchado y lo seguirá haciendo hasta desangrarse. Esa mirada tan terrible que heló la sangre a la mujer que casi caía de la cama en su afán de alcanzarlo para calmarle.

Con los gritos y destrozos, los demás no tardaron en ponerse de pie. Madeleine, primera en llegar frente a la puerta dudaba sobre si entrar o no, pero al escuchar el grito de Susana se imagino la más horrible de las escenas y sin pensárselo irrumpió en la alcoba marital seguida de Albert y Edward.

Terry no la había golpeado como imagino inicialmente, pero ella si había gritado y ahora tenía las manos sobre la boca.

—Maldigo el honor de un caballero que le es fiel a todos menos a uno mismo —dijo arrastrando las palabras. Susana echó a llorar.

Los demás decidieron retirarse sin pronunciar palabra.

Terry no durmió en toda la noche, nadie lo hizo.

A la mañana siguiente la enfermera y la mucama debieron armar las maletas con suma rapidez, claramente se marchaban y nadie pretendía interponerse en su camino. Si bien apenas llegaron al puerto, cayeron en cuenta que estaban a dos días antes de Navidad, y no habría trasatlánticos hasta después de año nuevo por dos razones: nadie quería ir a América, y si la tripulación era poca, no tenía sentido suspender las fiestas solo por unos cuantos locos que querían ir a un país quebrado con problemas de todo tipo.

Se acomodaron pues, en un modesto hotel con bonita vista sugerido por Albert en un escueto comentario.

Terry, tan sombrío como molesto y ebrio aún, se había dejado caer en uno de los sillones de ratán que conformaban la minúscula sala de estar. Susana había, de repente, cobrado cierto interés por la papelería, que revisaba minuciosamente. Pronto apareció la sirvienta anunciando que "la otra habitación" estaba lista.

La señora asintió y con la ayuda de la enfermera movió la silla de ruedas hacia afuera del cuarto.

—¿A dónde vas? —preguntó Terry mirando de reojo.

—Dormiré en otra habitación.

—Pero si hay dos aquí.

—Terry. Quiero el divorcio —dijo la rubia marchándose al fin.

El actor se quedó como congelado, procesando las palabras que acababa de pronunciar quien fuera su esposa por catorce años.

Las cosas se tornan feas, pero bueno, ¿Qué sería de Candy Candy sin drama?

¡Gracias por leer!

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