El honor de un caballero

By Kusubana

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No era secreto que él se mirara caballero, la palabra la usaban hasta en las críticas del diario, pero cuando... More

El pasado regresa
Nieve en los recuerdos
La embarcación de los recuerdos
Resaca en un camerino de tercera
Dulce Candy
De regreso, ¿a casa?
El presente agobia
El castillo del lago
La verdadera historia de un amor
La luz de una vida
Reencuentros en la nieve
Las culpas de un padre
El fin de la nevada
Cascabeles en el aire
Muérdago en la ventana
Champagne & Limousines
El cuento viajero
Quedan dos asientos
La última nevada

Las culpas de un hijo

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By Kusubana

Uno de los perros de Richard seguía ladrando luego de que empezara a oscurecer y continuaba haciéndolo ya bien entrada la noche, y nadie a ciencia cierta conocía el motivo, aunque Madeleine apuntaba que solo quería fastidiar ya que Terry estaba acaparando a Richard y eso había despertado cierto celo en los consentidos canes.

Aún con eso, el actor había conseguido conciliar el sueño, si bien la sensación de borrachera no la tenía ya, el alcohol no se había desaparecido así como así, aunque resistió más que su medio hermano, igualmente terminó cediendo tras la última ronda de whisky que el Duque ofreció para amenizar.

"Debes controlar tu modo de beber"

Y eso no se lo dijo nadie más que él mismo.

Susana, por otra parte, seguía despierta, culpa parcial de los ronquidos de Terry que estaba mal acomodado. Haciendo un esfuerzo monumental se incorporó y se arrastró lo más cerca que pudo de él. Si no conseguía acomodar la postura de su cuello, ella sería incapaz de dormir lo mínimo necesario como para levantarse temprano en su camino a Edimburgo, pues como bien había advertido Terry, Albert propuso la salida, con lo que no contaba ni uno ni otro, era que se había extendido toda la familia Grandchester.

Al respecto, solo Edward torció la boca, pero con el total apoyo de su madre y el leve asentimiento de su padre, no le quedó más que consentir aquello.

El equilibrio de la rubia actriz era precario, sin una pierna le resultaba difícil no irse de lado pero solucionando el problema como de costumbre, sentada al lado de Terry le miraba dormir con la expresión tranquila ¡Cuán importante debía ser Albert para él!

Una sola tarde con él había bastado para regresarle la jovialidad a su vida, y cuando Candy regresara, sin duda, su esposo sería más dichoso todavía. Cuán humillada podría sentirse por aquello, cuán celosa por haber resultado por sus medios incapaz de ofrecerle un consuelo y un amor eterno que satisficiera al hombre que tanto amaba.

¡Una tarde! ¡Solo una tarde y ella tuvo catorce años de intentos fallidos!

Terry se quedó muy quieto, incapaz de siquiera tragar saliva, los ojos bien abiertos. Entreabrió los labios pero no pudo decir nada porque eso y más se merecía.

Los ojos azules de su esposa destellaban en la oscuridad, el blanco de su ropa de dormir brillaba con la escasa luz que había, no podía ver su expresión pero se sintió tan aterrado como resignado. ¡Tan infeliz había hecho a la pobre, que cansada de verse inmersa en lamentaciones de un pasado que nunca fue, había optado por seguir las tragedias de las que tanto se había enamorado!

¡Maldita fuera la incertidumbre que la condujo a poner fin a la miserable vida de su esposo con una almohada en la casa que le vio crecer! Los diálogos de Desdémona venían a su mente con la misma intensidad con las que ella ensayaba en otros años cuando su vida en el teatro brillaba:

"Con todo eso, te tiemblo. Tu mirada me aterra. Y no sé por qué es mi temor, pues de ningún crimen me reconozco culpable. Y sin embargo, tiemblo."

¡Él la había condenado! ¡Él le había permitido que en su juventud ella se acercarse a su melancolía a sabiendas de que Candy aguardaba por él! ¿Por qué no la apartó como a otras mujeres? ¿Por qué dejó que se hiciera las ilusiones suficientes como para intervenir por su vida aquél fatídico día de invierno?

Otelo respondía a las primeras declaraciones colocando las palabras imaginariamente en la voz de su esposa:

"En seguida. Confiesa, pues, tus culpas, una por una, que aunque las niegues con los más firmes juramentos, no has de disminuir en un ápice mi firme convicción. De todas maneras, morirás."

¡Sus pecados! Tristemente no podía responder como la heroína de aquella obra, su pecado no era amarle sino haber rechazado por años el cariño que ella le profesaba manteniendo sus sentimientos enlazados al recuerdo de una enfermera pecosa. Culpable de que se confinara a una silla, culpable de que no pudiera tener un hijo con el cual consolarse, culpable de que se consumiera desde joven al no poder hacer nada más por su condición, culpable de no darle a tiempo el amor que merecía...

¡Baja la almohada Susie! ¡Acaba el tormento que te carcome! ¡Dame el merecido castigo por tu desdicha que yo no me moveré ni lucharé por mi vida que ya no es mía! Porque desde el momento en que me salvaste de tan trágico final, te perteneció enteramente...

—Ya que estás despierto, ¿puedes levantarte para que te ponga la almohada?

Susana estaba con la almohada en lo alto sobre el rostro de Terry, habría querido ponérsela por debajo para que dejara de roncar y ella pudiera dormir un poco, pero él había tardado bastante en reaccionar y ella estaba por perder el equilibrio. Lentamente, Terry se incorporó un poco y ella puso la almohada bajo su cabeza mulléndola un poco de dos manotazos.

—Vuelve a dormir, tenemos que madrugar.

El otro obedeció, aunque igualmente lento y aturdido, mirándola acomodarse entre las sábanas, cerrando los ojos cansados, tan tranquila como si todo aquél drama jamás hubiera pasado, pues para ella no había ocurrido en realidad. Se sintió avergonzado por creer que Susana hubiera siquiera pensado en matarle mientras dormía.

Se arropó sintiendo aún el cuerpo frío, de verdad se había asustado. Escuchó al perro siguiendo con su nada agraciada serenata, como siguiera así, pondría histéricos a los caballos...

¡Los caballos!

Se levantó de golpe asustando a su esposa que no pudo ni terminar de preguntar lo ocurrido cuando él ya había salido con los zapatos en mano para calzarse en el camino.

¡¿Cómo se le pudo olvidar?!

¡Claro que no llego caminando hasta San Pablo!

Al estar todas las luces de la casa apagadas dio algunos tropiezos, pero rápidamente alcanzo las escaleras parcialmente vestido, despertaría a Bill, tomarían el auto y esperaba que los animales sobrevivieran la nevada que había caído, o que en su defecto, algún piadoso viandante se los hubiera llevado a su casa esperando el reporte de desaparecidos, incluso agradecería si un ladrón se los hubiera llevado antes para venderlos en otro lado ¡Todo menos encontrarlos congelados!

¿En dónde dormían los sirvientes?

Esa era una buena pregunta para empezar, no podía recordar haber visitado a alguno cuando vivía ahí así que no tenía ni idea, por lo que detuvo su carrera en medio del vestíbulo ¿El vigilante estaría afuera?

La luz se encendió, él giró el rostro en dirección a la puerta no pudiendo esconder su sorpresa tanto como su desagrado con la situación. Todos los días que llevaba ahí, habían bastado para mantener la entereza, el mentalizarse, el tratar de convencerse "no está ahí" para evitar problemas, pero finalmente el encuentro era ineludible, el Duque de Grandchester estaba esperándole en el vano de la puerta.

—¿Cómo llamo a mi chofer? —preguntó para emprender una elegante huida. El anciano inclinó la cabeza dándole las buenas noches, aunque no tenía mucho tiempo de haberlo visto, la cortesía ante todo, por el gesto, su hijo no estaba seguro de qué sentir.

—Sucede que Richard y yo dejamos los caballos abandonados.

—Hacerles cabalgar un trecho tan largo fue desconsiderado, habría sido más factible llegar en tren.

—Tomamos tren, no le pedí a Bill que nos llevara para que no hicieran preguntas, no sería la primera vez que Richard y yo hacíamos cabalgata nocturna, los dejamos cerca de la estación.

Nuevamente el hombre asintió avanzado con ayuda de su bastón hasta la sala de estar donde ocupó el sillón de una plaza junto a la chimenea.

—Lo sé —dijo el hombre —. La madre de Richard siempre tiene uno o dos caballerangos cerca de él, uno regresó con los caballos y el otro los siguió a Londres. Así supe en dónde buscarlos por la mañana.

Terry resopló molesto con la obsesión protectora de la mujer, pero al mismo tiempo se sintió aliviado de saber que los animales habían pasado el mal clima calientitos en su caballeriza. Enseguida frunció el ceño, la resaca le estaba pegando, pero podía pensar con algo más de claridad a la esperada, y prueba de ello era que había notado el hecho de que supuestamente uno los había seguido a Londres...

—El que nos siguió... ¿Cómo es?

—Creí que lo habían descubierto, es un joven irlandés, típicamente pelirrojo.

Terry fingió demencia agitando la mano en gesto teatral que causó una media sonrisa que no percibió en su padre. Sí, lo habían descubierto, pero para cuando lo vieron los dos ya estaban muy ebrios y cómo se acercó mucho, seguramente para llevarlos de regreso, se habían lanzado contra él creyéndolo ladrón.

—Está bien, no le hicieron daño grave aunque deberán disculparse, los dos.

Terry se sintió como niño pequeño, pero no porque le hiciera disculparse, eso lo iba a hacer de todos modos, sino porque lo había descubierto en su "travesura" y con mucho detalle.

—Entonces me regreso a dormir —sentenció completamente dispuesto a dejar al anciano en la sala.

—Quiero hablar contigo, Terruce.

Lo venía venir.

¿Fingía dolor de cabeza? Era buen actor.

Se sintió extraño, se había reído fuera de sus pensamientos y enseguida se asustó por el humor con el que había tomado esa petición. Cuando tenía quince, tal vez hasta los diecisiete, había imaginado esa escena muchas veces, la primera vez en que el Duque le dirigía la palabra para una conversación privada de hombre a hombre donde desenterrarían el pasado. Él gritaría, le exigiría toda la verdad, le reprocharía todas y cada una de las veces en la que con su lánguida autoridad lo había dejado a merced de su madrastra, incluso tal vez le habría dado un puñetazo en la cara llamándolo por todo insulto que recurriera a su mente.

Pero en ese momento con toda calma y serenidad tomó lugar frente a él. Una vez que tomó de la mesa de servicio la botella nuevamente llena de whisky, el Duque declinó e incitó con un gesto a Terry que hiciera lo mismo, más no se armó del valor suficiente para hacerle notar que por una noche había sido suficiente. Ya no tenía ninguna autoridad sobre él, aunque tal vez nunca la había tenido y reconocerlo le era doloroso a su viejo pecho.

El actor aguardó, su vaso ya estaba servido, pero no lo tomó al instante, miraba expectante por dónde iba a empezar ¿Vendría Eleonor a tema? ¿De cómo se conocieron? ¿Por qué no se casaron? ¿Por qué ella lo abandonó? ¿O se limitaría simplemente a un sermón melancólico tras años de no verlo?

La expresión de aquél arrugado rostro era la misma que recordaba, aún con los años y la enfermedad encima, su espalda estaba mínimamente encorvada, los ojos cerrados, el rostro sereno. Solo faltaba que la recta nariz permaneciera escondida tras las páginas de un periódico.

¿De verdad los leía? Porque recordaba verlo pasar horas sin cambiar de página.

—¿Qué puedo decirte que no hayas ya deducido por tu cuenta? —habló finalmente. Terry se encogió de hombros pues eso era una competa verdad, ya había entendido las reglas de los matrimonios arreglados, el porqué Eleonor no lo podía cuidar, el porqué nunca fue bien recibido por su madrastra; cuidar al hijo de "la otra mujer" debió ser humillante, sí, incluso eso entendía.

—Cuando Madeleine me fue a buscar a América, creí que te encontraría tendido en cama y que recibiría tu último aliento. Pero no estás tan mal —sentenció luego de que a ninguno de los dos se le ocurriera cómo proseguir el tema. El anciano dibujó una sonrisa.

—Hablé con la señorita Ardley, ahora es la señora Ardley, pero en aquél entonces era aún la hija adoptiva.

El actor abrió mucho los ojos, de todas las cosas que se le ocurrieron, jamás le había cruzado por la mente que Candy conociera a su padre, se sintió nervioso, las mejillas se le acaloraron ¿De qué habían hablado? ¿Habría hecho ella lo mismo que con Eleonor?

—Suponía que no te lo dijo.

Terry siguió completamente mudo.

—Y también he hablado ya con Susana.

Eso sí lo sabía, su misma esposa se lo había comentado aunque aseguró que no habían hablado de él.

—Es descortés comparar a una dama —siguió hablando su padre con palabras ligeramente pausadas, quería armar muy bien el diálogo pues tal vez jamás querría volver a verlo terminada esa obligada visita.

El reloj marcó las tres de la mañana con sus campanadas programadas.

*Desdémona, nombre de la protagonista de "Otelo; el moro de Venecia" del buen -y muy citado en Candy Candy- Shakespeare.

¡Gracias por leer!

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