Tomb Raider: El Legado

By Meldelen

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Anna, hija de Lara Croft y Kurtis Trent, ha manifestado de forma inesperada el legado de los Lux Veritatis po... More

Capítulo 1: Lady Croft
Capítulo 2: Hogar
Capítulo 3: Fractura
Capítulo 4: Silencio
Capítulo 5: Don
Capítulo 6: Pulso
Capítulo 7: Asesino
Capítulo 8: Huesos
Capítulo 9: Juguemos
Capítulo 10: Promesa
Capítulo 11: Barbara
Capítulo 12: Elegida
Capítulo 13: Destino
Capítulo 14: Retorno
Capítulo 15: Vísperas
Capítulo 16: Estallido
Capítulo 17: Ratas
Capítulo 18: Dolor
Capítulo 19: Belladona
Capítulo 20: Dreamcatcher
Capítulo 21: Demonio
Capítulo 22: Annus Horribilis
Capítulo 23: Frágil
Capítulo 24: Verdad
Capítulo 26: Monstruo
Capítulo 27: Votos
Capítulo 28: Otra vez
Capítulo 29: Foto

Capítulo 25: Rabia

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By Meldelen

Durante un breve tiempo, cosa de un mes, las cosas fueron bien. Tranquilas. Mejorando lentamente, pero mejorando. La recuperación de Kurtis fue paulatina, progresiva, pero fue recuperación. Ethan resultó ser lo que necesitaban: un profesional discreto, sincero, respetuoso y dedicado en su trabajo, pero eventualmente, alguien con quien se podía conversar y estar a gusto. Siguió empeñado en no residir de forma continua en la mansión Croft. Tampoco hizo el menor gesto o comentario acerca de nada que no fuese estrictamente profesional o le fuese preguntado en primer lugar. No se podía pedir más.

Hasta que de pronto, las cosas se torcieron de nuevo, porque así les iba con su maldita suerte. Y todo empezó con un evento aparentemente fútil, que sin embargo tenía su importancia intrínseca.

Kat apareció magullada.

(...)

- ¿Qué es eso?

La voz estridente de Anna la hizo dar un salto. Rápidamente, se cubrió el antebrazo con la manga del uniforme. Se lo había subido inconscientemente para recoger la mochila del suelo. Pero qué idiota soy, pensó la joven lady Kipling, furiosa consigo misma.

- No es nada. – contestó, encogiéndose de hombros y colgándose la mochila en la espalda. – Vamos, llegamos tarde a Biología.

Dio un paso adelante, pero Anna la detuvo, cogiéndola – delicadamente, eso sí – por el hombro. Oh, no, pensó Catherine. Esos ojos. Conocía muy bien esos ojos. Y su expresión. Últimamente, le estaban empezando a dar miedo. Aunque no por ella misma.

- Kat.- dijo Anna, muy seria. – Enséñame el brazo. – ante su indecisión, añadió en voz baja. – Por favor.

Suspirando, la niña – no, la muchacha ya – se subió la manga y le mostró el antebrazo. La piel mostraba una mancha azul en el centro, rosada en los bordes interiores y ya amarillenta en los exteriores. Oyó a su amiga respirar hondo.

- ¿Quién te ha hecho eso?

- Nadie. Me caí. En casa.

- Kat – jadeó Anna – a mí, al menos a mí, no me mientas. Sé que no te has caído en ninguna parte. Dime la verdad, por favor.

- No es importante.- Kat se cubrió de nuevo el moratón.

Anna dejó caer la mochila de golpe.

- Es importante. ¿Quién ha sido? ¿Tu padre? ¿Tu padre te ha...?

- No.- Kat suspiró, y se frotó la frente con el dorso de la mano.- Ya sabes que mi padre sólo pega a mi madre, no a mí.

- Hasta el día que empiece a pegarte a ti también.

- Déjalo, Anna. Por favor. Él no ha sido. – intentó avanzar, pero Anna le cortó el paso de nuevo. Respiraba agitadamente.

- Si no me lo dices, lo averiguaré por mí misma.- masculló, alterada – Puedo hacerlo por mí misma. Puedo y quiero, y lo haré.

- Por favor – la voz de Kat tembló. – Por favor, Annie, te lo pido. No me crees más problemas.

Quizá fue por el diminutivo, aunque en cualquier otra circunstancia lo hubiese odiado. Anna se ablandó. Dejó caer los hombros, abatida.

- ¿Que yo no te cree problemas? ¿Yo? – su voz sonó triste, casi llorosa. Señaló hacia su antebrazo. – El problema ya está ahí. ¿Y dices que yo soy el problema?

Kat sacudió los rizos dorados, negando fervientemente.

- No, claro que no. Es que... tú ya tienes demasiadas cosas. Lo has pasado muy mal últimamente. No quería molestarte con tonterías.

- No es una tontería. Me importa. Tú eres mi mejor amiga... tú... tú eres la única amiga que tengo. Si alguien te hace daño, no me ayuda para nada no saberlo. No hacer nada. – volvió a respirar con fuerza, sintiendo que la ira la invadía – Dime quién te ha hecho eso. Por favor. Por favor.

Kat suspiró y miró a su alrededor con expresión desdichada.

- Si te lo digo, me prometerás que no harás nada.

- Sabes que no puedo prometerlo, Kat. Es más. En cuanto lo sepa, iré a por esa hija de puta y la machacaré. Lo juro.- escupió entre dientes.

Su amiga suspiró, y la miró con tristeza. Incluso con decepción.

- Por eso no quiero decírtelo. Porque harás exactamente eso. Y no quiero que lo hagas. Es más, no me ayudas nada así. Lo empeoras todo. – suspiró, y bajó la mirada – Me das miedo, Anna. Lo siento, pero tengo que admitirlo. Desde que has vuelto... quizá un poco antes... has cambiado. No eres la misma. Hay algo en ti. Algo oscuro. Y no me gusta. Me asusta.

El silencio se espesó en torno a ellas. Sorprendida, pues Anna no era dada a callarse las cosas, Kat alzó la vista. Y la dejó helada la reacción de su amiga. Ésta había palidecido, tanto que hasta los labios parecían azules, y éstos le temblaban. Parpadeó rápido un par de veces, luego se le llenaron los ojos de lágrimas y bajó los parpados, reprimiendo un sollozo que le subía por la garganta.

Por una vez, Kat reprimió el impulso de abrazarla. Miró, en lugar de eso, las venas hinchadas en su cuello.

- Y sólo para que no hagas ninguna estupidez por tu cuenta.- le advirtió, porque sintió que debía advertirle – No ha sido Clarice Rochford. ¿Me has oído? No ha sido ella. Clarice no se me acerca, ni a mí ni a nadie, desde antes de que te fueras. Es más, te mira con cara de terror, y a mí también de paso. No hace falta que la amenaces de nuevo. ¿Entendido?

Suspirando, dio media vuelta y se alejó, rápidamente, como si huyera.

Anna esperó a estar completamente sola. Luego dio rienda suelta a su rabia y lloró, con furia, con resentimiento.

(...)

Kurtis asió la barra de acero con los dos brazos y sin más, se impulsó hacia arriba. Lentamente. Progresivamente. Más arriba. Más fuerza. Empezó a elevarse por encima de la barra, primero la cabeza, luego el torso. Más arriba. Más fuerza.

Descendió lentamente. Respiró con fuerza. Volvió a elevarse. Los músculos se tensaron, las venas y las articulaciones se le marcaron profundamente en la piel. Una película de sudor le cubrió la piel. Empezó a enrojecer. Respiró de nuevo. Se elevó aún más. Más arriba. Más fuerza.

Ethan le observó, boquiabierto. Al cabo de unos segundos, cerró la boca, tragó saliva, y la volvió a abrir.

- ¿Sabes? – le dijo – Vas al ritmo natural y esperable. No necesitas machacarte así, tan pronto. Deberías tomártelo con calma.

Kurtis no respondió. No podía. Respiró con fuerza de nuevo, soltó un gruñido. Descendió. Y volvió a elevarse. Más alto. La camiseta se le empapó de sudor, se le pegó a la piel.

- Bueno.- Ethan se encogió de hombros – Al menos tu brazo está completamente curado y de vuelta a su función normal. Más que normal. Extraordinaria.

Oyó un sonido suave a sus espaldas y se volvió. Lara había entrado y observaba a Kurtis en la barra de ejercicios. Abrió los labios levemente, sonrió.

- Podemos estar tranquilos. – dijo Ethan - ¡Nunca había visto a nadie empeñarse tan fervientemente en su rehabilitación! Qué fuerza de voluntad.

Ella asintió, pensativa, sonriendo para sí, como un chiste secreto. No dejó de observarlo hasta que por fin Kurtis descendió del todo y volvió a sentarse en el banco de donde se había elevado. Suspiró y se dobló, sudoroso, sobre las piernas todavía extendidas e inmovilizadas, todavía inservibles. Pero hacía poco les habían dado una buena noticia, y es que la columna no había resultado especialmente dañada. Volvería a caminar. Desde entonces, Kurtis se entrenaba como lo había hecho antes... al menos, la mitad del cuerpo que sí le respondía.

- ¿Cómo sientes el brazo? – le preguntó ella.

Kurtis estiró y dobló la articulación. Salvo la ya difusa marca dejada por las heridas curadas, no quedaba nada en particular que destacar. Nada excepto la marca de los pinchazos y los goteros, que, sin embargo, estaban en el otro brazo, el sano. Ahora ambos parecían idénticos.

- Bien, supongo.- respondió él, respirando de nuevo – Un poco débil, lejos de mi marca original. Pero cada vez mejor.

Y como si les dirigiera un mudo reproche, miró de nuevo sus piernas inútiles, y frunció el ceño.

- Paciencia.- le recomendó Ethan – Ésas van a costar más, ya lo sabes. Te las rompiste por varios lados. Esta noche repetiremos los masajes y los ejercicios.

Y aquellos masajes y ejercicios no tenían nada de placenteros, pero Kurtis se limitó a asentir y no protestó.

Lara se separó del marco de la puerta, donde había estado apoyada, y avanzó hacia él. En su trayectoria se hizo con la silla de ruedas, la acercó.

- No. – Kurtis musitó, y negó con la cabeza, enfadado.- No, por favor.

- No seas crío.- Lara le colocó la silla de ruedas al lado – Ethan y yo no podemos ir cargándote de un lado a otro, pesas horrores. Aquí el orgullo no tiene ningún sentido. Además, ha venido alguien a verte.

- ¿Quién?

- Un viejo amigo, que se muere por verte.

(...)

La joven colegiala, alta y fuerte como un armario, cruzó el patio rápidamente y fue a sentarse bajo un arco de piedra , en la sombra, en una esquina resguardada. Luego sacó con rapidez un pequeño cuaderno, lo abrió por una página que tenía marcada y lo dejó caer en el regazo de su amiga, sentada a su lado.

Ésta bajó la mirada, cogió el cuaderno y leyó rápidamente lo que estaba escrito.

- Maggie, tienes que mejorar tu letra.- bufó, con desprecio, Clarice Rochford – Mucho. ¿Qué narices es esto?

- Las respuestas de la última prueba. Correctas. Sólo tenemos que memorizarlas.

- ¿Y cómo sé yo que son buenas?

- Porque se las he quitado a esa idiota de Catherine Kipling. Ella nunca se equivoca.

Durante un momento, Clarice se quedó inmóvil. Luego clavó en ella una mirada de pánico.

- ¿Qu-quién has dicho?

- La Kipling. Esa rubia tonta y flojucha. Pero es buena en mates. Bueno, es buena en todo, empollona de mierda. Hizo el examen la semana pasada.

Clarice inspiró profundamente, cerró el cuaderno de un golpe y se lo devolvió.

- Llévate esto. No lo quiero.

Maggie parpadeó, estupefacta.

- ¿Quéee? ¿Cómo que...?

- ¡Que te lo lleves, te he dicho! Devuélveselo a la palurda. Y nunca, nunca vuelvas a meterte con ésa. No vale la pena. ¡Y menos por un asqueroso examen!

Vio a su amiga guardarse el cuaderno, con gesto enfurruñado.

- ¡Pues vaya! – espetó - ¡De nada, Clarice! Me esfuerzo en conseguirte ayuda para el examen y me sales con éstas...

- ¡Quítale el cuaderno a quien quieras, menos a Catherine Kipling! ¿Está claro? Y si lo haces, no me vengas luego con el cuento.

Maggie seguía enfurruñada. Escarbó en la tierra del jardín con la punta de su zapatito de charol.

- A ti lo que te pasa es que le tienes miedo a la Croft... ¡AY! – dio un chillido y se retorció, pero Clarice le había agarrado por la trenza.

- ¡Pues sí! – escupió la bonita lady Rochford - ¡Sí! ¡Le tengo miedo a la Croft! ¡Croft está loca! Loca, ¿me oyes? Y harías bien en no meterte con ella...

La soltó. Maggie dejó escapar un quejido y se frotó el cuero cabelludo.

- No sé qué te haría esa estúpida marimacho... hija de una bruta y de Dios sabe qué padre. Si te ha hecho la vida imposible deberías decirlo...

- No pienso decir nada. No voy a hacer nada.- Clarice apretó los dientes - ¡Y tú tampoco! Así que no le toques ni un pelo a la Kipling.

- ¿Por qué? ¿Por ser su amiguita del alma? Pues llegas tarde a eso...

- ¿¡Qué!?

Clarice la miraba de nuevo, pálida, furiosa. Maggie se echó a reír.

- Tuve que obligarla, a la muy idiota. No quería darme el cuaderno. Así que le di un buen escarmiento...

- ¿Qué... qué le hiciste? ¿Qué has hecho, idiota?

- ¡Vale ya, Clarice! No fue nada. Le retorcí un poco el brazo. Le habré dejado un buen moratón... es tan flojucha...

Clarice se levantó de golpe, blanca como una pared. Retrocedió dos pasos, mirándola con horror.

- ¡Tú estás loca! ¡Loca!

- Para loca estás tú. No ha sido nada. ¿Y qué puede hacerme, ella o la Croft? De verdad no te reconozco, Clarice...

- ¡Aléjate de mí, pirada!

Clarice dio media vuelta y agarró con fuerza su mochila. Saliendo al patio bajo las arcadas, se alejó a paso apresurado, mirando hacia atrás, frunciendo el ceño. Y de pronto miró hacia adelante y se quedó clavada en el sitio.

Anna Croft venía en su dirección. A toda velocidad. Dando unas zancadas imposibles. El rostro enrojecido. Los dientes apretados. Los ojos, aquellos ojos azules tan fríos, saliéndose de las órbitas. La cara retorcida en una monstruosa mueca. Demoníaca. Como si en verdad estuviese loca.

Clarice Rochford tuvo que cambiarse las bragas ese día, porque se orinó allí mismo, al instante, de puro miedo, y eso que todavía no había visto nada, y eso que Anna ni siquiera había empezado. Más tarde, cuando en verdad se volvió horrible, no le quedaba nada en la vejiga que vaciar. No se lo dijo a nadie jamás, por supuesto. Aunque de todos modos nadie se hubiese fijado en un detalle tan nimio, considerando el horror que Anna desencadenó después.

Las rodillas le flaquearon, dejó caer la mochila sobre la hierba, alzó las manos, aterrada, en un patético gesto de súplica, de frágil defensa.

- ¡Yo no he sido! – chilló, aterrada, patética, con una voz llorosa y aflautada - ¡¡Yo no he sido!! ¡Te lo juro, Croft! ¡Yo no la he tocado!

Anna se detuvo a pocos pasos de ella. Cerró los puños, colgando a ambos lados de su cuerpo. Le crujieron los nudillos. Retorció la boca en una mueca rabiosa, horrible.

- Ya lo sé.- habló en voz baja, lenta, calmada. Terrible. – Ya lo sé. Quítate de en medio, Rochford. Esto no va contigo. - Alzó la vista y la clavó en Maggie, varios metros por detrás de Clarice – Vengo a por ella.

(...)

El hombre fornido, vestido de traje y avanzando vacilante, apoyado en un bastón, empujó la puerta del balcón y salió a la terraza. Apoyando todo el peso en su pierna sana, abrió los brazos.

- ¡La madre que me parió! ¡Mira quién anda ahora en silla de ruedas!

Kurtis frunció el ceño.

- ¿Quién? – masculló. Señaló el objeto mencionado a pocos pasos de él, que estaba sentado en un diván de la terraza - ¿Eso? Lo tenemos para decorar la esquina.

El coronel Matthew Kendrick soltó una carcajada, cojeó hasta su viejo amigo y se agachó para abrazarlo con fuerza, palmeándole la espalda.

- ¿Has visto? – se irguió de nuevo, resplandeciente – Yo tampoco me he quedado en una maldita silla de ruedas. ¿Sabes cómo?

Se levantó, orgulloso, la pernera del pantalón. Allí, donde antes había estado su pierna, se veía una estructura metálica, que hacía las veces de prótesis.

- Se te debe haber ido la paga de legionario en eso, ciborg. – dijo Kurtis – Pero me alegro de verte de pie... o lo que sea.

El coronel se rio nuevo y se sentó, cuidadosamente, vacilante, a su lado.

- Y una porra. No ha salido de mi paga - explicó, rebuscando en su chaqueta – La Legión se ha hecho cargo. Herido en acto de servicio. O lo que sea. No me ha costado ni un duro. ¡Es titanio del bueno! Aún me estoy habituando, es un tanto incómodo. Pero mejor que pasarse la vida sentado. ¿Quieres? – le ofreció uno de sus puros habanos.

Kurtis sacudió la cabeza.

- No... puedo.

- ¿Cómo que no puedes? ¿La jefa te ata tan corto? Aunque por una mujer como ésa, yo dejaba de fumar ahora mismo, que me muera si miento.

El exlegionario se palmeó el pecho.

- Me clavé mi propia costilla. Me he recuperado, pero ya no será lo mismo. Lo único que le falta a este pulmón para explotar es que le siga metiendo más mierda.

- Joder, Trent, cuánto lo siento.- miró su cicatriz en el brazo, se fijó en sus piernas, y entonces guardó el puro.- Entonces yo tampoco fumo. A la salud de tu pulmón.

- Gracias Matt. Me alegro de verte tan recuperado.

Durante un momento, el silencio se espesó entre ellos dos. Luego, el coronel señaló de nuevo hacia sus piernas.

- ¿Qué te ha pasado, chaval?

- Me caí.

- Juraría que es la primera vez que te pasa. En tu vida te has roto un hueso.

- Pues sí, es la primera vez.

Había una mirada inteligente, aguda, en el rostro envejecido del coronel.

- Todos estos años hemos sido amigos, Trent. He visto cosas extrañas... a tu alrededor, y nunca he dicho nada de nada.

Por eso sigues vivo, pensó Kurtis, aunque en el fondo sabía que hacerle daño a Matt Kendrick era un precio que no hubiese querido pagar en ningún caso.

- Algo me dice – aventuró el coronel – que una de esas cosas extrañas te ha pillado esta vez.

- No a mí. Venía a por mi hija.

- ¿Está bien la niña?

- Sí. No consiguió lo que quería.

- Bien hecho. El hombre que no defiende a su familia no es hombre. Y todo lo que uno haga es poco.

Kurtis rio suavemente.

- Tú ni siquiera estás casado, Matt.

- Por falta de oportunidad, amigo, por falta de oportunidad. De haber encontrado a una mujer adecuada, me habría casado y habría echado decenas de críos al mundo – la risa de Kurtis se intensificó - ¡Eh, no te rías! Vergüenza debería darte a ti, tontaco, tener una mujer como ésa – añadió, señalando hacia el interior de la mansión Croft – y no casarse con ella.

- Cierra el pico, Matt, y no te metas en mi vida.

- Yo sólo lo digo.

- Pues ya lo has dicho.

Durante un momento no dijo nada más. El coronel observaba la campiña inglesa, la belleza de las colinas de Surrey alrededor de la mansión.

- Dios mío, me quedaría aquí.

- Puedes... la mansión tiene muchísimas habitaciones.

- No, gracias. Ya sé la felicidad en la que vives, no necesito que me la restriegues por la cara. – cambió de tema abruptamente – Hablando de mujeres espléndidas, hace unas semanas me visitó una ciertamente destacable.

- ¿Quién?

- Una inspectora de policía.

Kurtis puso los ojos en blanco.

- Así que te ha encontrado.

- No puedo decir que la visita me resultara desagradable. – Matt chasqueó la lengua – Me gustan las mujeres con carácter.

- Y qué, ¿logró sacarte algo con su carácter? Porque ésa es dura de manejar.

- Nada, pero me hizo pasar un buen rato.- Kurtis soltó un bufido. – Creo que ahora anda por Nueva York, fastidiando a algún viejo conocido tuyo.

Pobre Marty.

- Pues que se quede allí.- masculló Kurtis – Que se quede una buena temporada.

(...)

Lo que ocurrió después, Clarice lo recordaría como en una nebulosa rojiza, horrenda, como el mal recuerdo de una pesadilla, de algo que no parece real, pero que sí lo fue y que la acompañaría el resto de su vida. Quiso quitarse de en medio, como Anna le había ordenado, pero en lugar de eso se le doblaron las rodillas como si fueran de mantequilla y se desplomó sobre la hierba, temblando, llorando de puro terror. Soltando un suspiro de exasperación, Anna la rodeó y se dirigió hacia la alta Maggie, que la esperaba con el ceño fruncido y los brazos en jarra.

Estúpida, pensó, ¿por qué no corre? Pero ni ella misma sabía por qué pensaba tal cosa. Clarice ni siquiera podía recordar que le tuviese tanto terror a Anna. Pensándolo bien, unos cuantos mechones de pelo cortado no eran nada comparado con los horrores que esa cara le suscitaban. El miedo había llegado de pronto, magnificado, exagerado. Pero justificado, como se vio después.

- ¿Qué quieres, imbécil? – escupió Maggie - ¿Vienes a vengarte? ¿Ya se ha chivado tu amiguita del alma?

- No se ha chivado.- respondió Anna lentamente. Calmadamente – No se ha chivado, porque no ha querido decirme que eras tú. Pero lo he visto. He visto lo que le has hecho. He visto cómo se lo hiciste.

Maggie parpadeó, sorprendida. ¿Lo ha visto? Pero no podía ser. Ella estaba sola con la Kipling, cuando le retorció el brazo, cuando la hizo gritar, apretándola contra la pared. No había nadie más. Tiene que haberse chivado. ¿Qué dice esta loca?

- ¿Te ha gustado? ¿Lo has disfrutado? – la voz de Anna se elevó ligeramente, empezó a temblar. Respiraba rápidamente. - Te gusta hacer daño a la gente, ¿verdad?

La muchacha fornida la observó con el ceño fruncido, empezaba a inquietarse. Pero estaba decidida a no dejarse asustar, como esa llorona de Rochford.

- Me ha gustado.- admitió, y se encogió de hombros – Sí, me ha gustado hacerle daño a esa empollona de mierda. Me divertí retorciéndole el brazo a esa empollona de mierda. Lloró y suplicó como una patética. ¿Tiene mucha marca? Pobrecilla. ¿Se la has besado ya? ¿Le has dado besitos en su pobre bracito de empollona?

Anna notó cómo empezaban a zumbarle los oídos. Inspiró profundamente. Se estaba ahogando. Se ahogaba.

Oyó a alguien sollozar. Clarice Rochford.

- Patética.- jadeó Anna – Tú eres patética. Tú y todas las que hacéis daño a los que son mejores que vosotras. A las que son más débiles. Vosotras, hijas de lords y ladies como yo, pero que os comportáis como basura. Sí, sois basura. – alzó los brazos, abrió y cerró los puños – Y a la basura sólo hay una forma de tratarla.

Oyó reírse a alguien. Era ella. Se estaba riendo. En su cara.

- ¡Uuuuh, qué miedo me das! La flacucha Croft. Marimacho. Tu madre es una fulana cualquiera, que no sabe ni con qué hombre te tuvo, y tú eres igual. Vete con tu novia, marimacho de mierda. Vuélvete con ella y bésale el bracito...

Una niebla roja le cubrió los ojos. Se abalanzó sobre ella. Lanzó un puñetazo en dirección a su cara. Acertó.

Maggie soltó un grito y retrocedió, cubriéndose la nariz con las manos. Un hilo de sangre apareció entre los nudillos. Sin detenerse, Anna se abalanzó de nuevo sobre ella, volvió a golpearla. La pateó. Le dio de puntapiés en las espinillas. La agarró por el pelo, se lo retorció.

En honor a su contrincante, hay que admitir que se defendió. Devolvió los golpes. Le partió el labio. Le desgarró la blusa. Le arrancó el pelo. Pero Anna no se detenía. Los golpes seguían lloviendo. Y era fuerte, sorprendentemente fuerte. Y estaba rabiosa, fuera de sí.

- ¡Para ya! – gritó Maggie - ¡Para ya, loca! ¡Loca de mierda!

El siguiente puñetazo le dio en el estómago. Se quedó sin aliento, se dobló. Una patada en las piernas, cayó al suelo. Anna se tiró sobre ella, siguió golpeándola. No veía nada. Intentó respirar por la nariz. No podía.

- ¡Socorro! – chillaba alguien de lejos. ¿Clarice? - ¡¡SOCORRO!! ¡Que venga alguien! ¡¡Ayuda!! ¡¡Se ha vuelto loca!!

Maggie alzó las manos, clavó las uñas en el rostro de Anna, la arañó con fuerza. La desgarró. Intentó meterle los dedos en los ojos. No pudo. Sintió un mordisco en las manos.

- Voy a matarte.- la oyó jadear – Voy a matarte.

Las manos de Anna se le enroscaron alrededor del cuello. Por fin llegó el miedo.

- ¡Para! – chilló - ¡Vale, vale, me rindo! ¡No lo volveré a hacer! ¡No volveré a tocar a Kat! ¡Lo juro! ¡Lo... lo... jur....!

Las manos le apretaron la garganta. No podía respirar. No podía.

Más fuerte. Más fuerte.

(...)

Lara subió más tarde con ellos. El coronel quiso levantarse para recibirla, pero ella se lo impidió con un gesto.

- No son necesarios los formalismos conmigo, coronel.- sonrió – No con los amigos.

Matt renunció a levantarse, pero dijo:

- Querida, si no se es formal con una dama como tú, no vale ser la pena formal en absolut... ¡aj! – se encogió - ¡Eh, Trent, cuidado con ese codo! ¡Que ya tengo una edad!

- Entonces deja de comportarte como un jodido crío, Matt.

- ¿Siempre es tan celoso? – se volvió hacia Lara.

- Sólo cuando coqueteas con ella delante de mis narices.- gruñó el exlegionario.

- Los dos sois críos.- concluyó Lara, sentándose en el diván, y lanzó una mirada de reojo a la silla de ruedas – Todavía no he logrado que te sientes en ella más de 15 minutos.

- No la necesito.

- Lo que tú digas. – Lara se reclinó en el respaldo y cerró los ojos. Matt la miraba en silencio.

- Creo, lady Croft...

- Lara.

- Creo, Lara, que te vendría bien volver a una de tus tumbas.

Ella sonrió, divertida, y se frotó los ojos.

- Yo también lo creo. Hace casi un año... y empiezo a estar cansada. Esto no es lo mío.

- Una pena, que hayas tenido que acabar de niñera de éste.

- Que te den, Matt. No es mi niñera.

- Tu enfermera, entonces.- miró a su alrededor – Me hubiera gustado saludar a vuestro pequeño engendro. ¿Por dónde anda? ¿Qué tal tu salud?

- Ella está bien, coronel, gracias. Aunque – Lara se incorporó, miró hacia el cielo, luego hacia el camino, y frunció el ceño. – Ya debería estar de vuelta.

- Bah, deja que la cría se distraiga y juegue un poco. Tiene que haberlo pasado muy mal últimamente.

No te imaginas cuánto, pensó Lara, pero no llegó a decirlo.

(...)

Más tarde, cuando la interrogaron para preguntarle qué había pasado, Clarice Rochford no pudo contestar. Se quedaba bloqueada y rompía a llorar. Estrés postraumático, dijeron, con humanidad y comprensión. No se la puede forzar. Hablará cuando pueda, y si no puede, entonces no debe hablar. Ante todo, su recuperación.

Pero que no pudiese contar lo que había visto no significaba, por desgracia, que no lo hubiese visto. Y lo que vio no se hubiese podido explicar con palabras.

Recordaba haber visto a Anna Croft estrangulando con sus propias manos a Maggie Hartman. Recordaba ver su expresión brutal, sádica – aunque ni ella sabía lo que esa palabra significaba – mientras lo hacía, la boca retorcida, salivando, los ojos saliéndosele de las órbitas, mientras mascullaba que la iba a matar.

No le quedó duda de que iba a hacerlo, de que lo estaba haciendo. Matándola. Ese monstruo.

Maggie pataleaba e intentaba librarse de sus garras aferrándole la garganta, pero con toda su fuerza y estatura, no podía. No podía. Por una vez, la flacucha Croft era más fuerte que alguien.

Aquel día Clarice aprendió que el sonido más horrible del mundo es el de una persona que se está asfixiando, que no puede respirar, que lucha por hacerlo, y que está perdiendo el combate.

Rochford, que sí podía, gritó con todas sus fuerzas. Pidió ayuda. Gritó incluso a Anna, pidiéndole que parara, que se detuviera. No valía la pena. No por un brazo retorcido. No por Kat Kipling.

Pero se calló abruptamente. Algo estaba pasando. Algo extraño. Había algo alrededor de Anna, una extraña aura rojiza – puede que anaranjada – cálida, más tarde ardiente. Como el fuego de un horno. Una especie de campo magnético, o energético, alrededor de ella. Sólo que ella no se daba cuenta.

Maggie se estaba empezando a poner azul, los ojos desorbitados, sus movimientos cada vez más débiles.

Y entonces el aura estalló.

Como golpeada por un látigo enorme, Anna soltó el cuello de su contrincante y se dobló hacia atrás, brusca, brutalmente, hasta casi tocar el suelo con su cabeza. Soltó un grito horrible, alcanzó a ver sus ojos en blanco, antes de que una onda expansiva, que pareció arrancar de su propio cuerpo, barriera todo a su alrededor, incluyendo a Maggie y a la propia Clarice, que salieron despedidas hacia atrás como muñecas de trapo arrojadas al aire, que abrasó la hierba y sacudió la estructura del claustro.

Las columnas se agrietaron. Las ventanas estallaron al unísono, generando una lluvia de cristales rotos. El cuerpo de Maggie desapareció en el interior del pasillo, entre una lluvia de mochilas, lápices y cuadernos. La propia Clarice se sintió volar y golpear contra una columna, y estamparse contra el suelo, Dios mío, qué dolor, y ni siquiera perdió el conocimiento entonces.

Aún estuvo unos segundos consciente, lo suficiente para ver a Anna doblarse de nuevo hacia adelante, sangrando por la boca, por la nariz, los oídos, y luego desplomarse de cara sobre la hierba chamuscada, mientras su cuerpo seguía agitándose, como presa de espasmos epilépticos.

Luego, se desmayó.

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