El Café Moka de París

By RollitodeSushii

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En serio necesitaba ese empleo. Luego de que mi padre fuera acusado de fraude, no tuve más remedio que huir... More

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Dra. Kelly Coba Vargas
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Capitulo 64
Capítulo 65 + Epílogo

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By RollitodeSushii

—El efecto Dunning-Kruger —repite Dany como quien habla con un nene de dos meses.

—Ah, claro, Dunning-Krueger.

Kruger —corrige con fastidio—. Sabes, Danya, no tiene nada de malo no saber algo. No tienes de qué avergonzarte...

—No estoy avergonzada. Ni estoy mintiendo, sé bien quién es ese Dunning-Kruger.

Pero Dany no es ningún tonto. Mentirle no tiene sentido.

Él cruza los brazos sobre el pecho e inclina la cabeza en mi dirección.

—No me hagas hacer la pregunta.

Resoplo y me resigno a quedar como idiota frente a un niño, pero no me siento tan mal, con Dany todos quedamos como idiotas de vez en cuando.

—Está bien, cerebrito, escúpelo.

Dany sonríe y comienza la letanía:

—El efecto Dunning-Kruger es una especie de situación en la que algunas personas con escaso conocimiento o habilidad específica sufren de un sentimiento de superioridad. Está basado en una serie de experimentos realizados por Justin Krueger y David Dunning a finales de la década de los noventa.

—¿Por qué es tan importante?

—Ellos demostraron que las personas más brillantes creían estar en la media, mientras que los más inútiles creían estar entre los mejores. Darwin decía que la ignorancia frecuentemente proporciona más confianza que el conocimiento.

—Claro que lo hace, ¿cierto, Danya? —tienta Dakota, bajando las escaleras sin su bastón y con la frente en alto.

Era como una nueva versión de Morticia Adams, pero más escalofriante y en rubio.

Iba a responder cuando el móvil me salvó de embarrarla hasta el fondo.

—¿Dean? ¿Pasa algo?

Me pongo de pie y me alejo de la sala hasta quedar completamente sola frente al pasillo junto a las escaleras.

—¡¿Que si pasa algo?! ¡Papá está furioso! ¿Quieres decirnos ahora qué le hiciste?

—¿Hacerle algo? Además de esconderme por su culpa no sé qué más he hecho —siseo intentando contener la ira acumulada.

—¡Pues está furioso y quiere verte!

—Pues qué pena, no pienso dejarlo todo por ir a verlo otra vez.

Lo escucho refunfuñando al otro lado de la línea, pero antes de que pueda objetar algo, Set, nuestro hermano menor, toma el móvil y comienza a gritarme como un adulto.

Los quince años que tiene no los aparenta.

—Creo que no lo estás entendiendo niña. Él quiere verte ahora.

—¡Lo entiendo perfectamente! Quiere que ponga mi vida en pausa para asentir obedientemente y agachar la cabeza cuando alce la mano. Olvídalo. No voy a perder más de mi vida por él.

—Danyanette, si no vienes...

Corto la llamada.

No necesito escuchar a mis hermanos apoyar a su padre como si fuera un rey. Si había algo que Ben no necesitaba, eso, definitivamente, debía ser apoyo moral.

Nada menos.

—¡Largo de aquí! —grita Dakota antes de echarse a correr escaleras arriba.

No deja de sorprenderme la facilidad con la que la chica se mueve dentro de la casa sin ayuda y en su estado. Ni siquiera yo puedo correr de esa manera con la vista bien intacta.

—¿Pasa algo? —pregunto al llegar a la sala, donde Dany y un extraño me miran preocupados—. ¿Quien eres?

—Es el profesor de Braille. Papá creé que Dakie necesita uno.

Mis labios formaron una «O» y corrí a tender le la mano al hombre. Parecía mayor, aunque no lo suficiente para mostrarme intimidada. Vestía de traje como si esta fuera una reunión de negocios importante.

—Danyanette Collins.

—Ethan Pram. —Hace lo propio y me estrecha la mano—. Usted debe ser la nueva niñera.

Sonrío.

Esto de «ser la nueva niñera» no me gusta nada. Suena a mil niñeras pasando por las filas y desertando en el intento una y otra vez. Suena a que seré la próxima.

—Dakota no quiere tomar más clases. No ha aprendido nada en un mes —me explica Dan con una mirada preocupada.

—¿Y ya intentaron hablando con ella?

Porque tengo la sospecha de que en esta casa apenas se hablan para comer.

—¡No dejo de hacerlo! No escucha a nadie, ni siquiera a su hermano.

—Papá se rindió, pero sigue pagando las clases.

—Y yo sigo viniendo —añade Ethan.

Perfecto. Una niña discapacitada, mimada y deprimida. El paquete que necesitaba para hundirme más profundo.

—De acuerdo. Entonces tienes que dar la clase.

Ethan me mira como si fuera un perro verde.

—Intenta hablar con ella una vez más, dile que puede tomar la clase con nosotros. Dan y yo aprenderemos Braille hoy.

No tuve que preguntarle a Dan qué le parecía la idea. Aprender, para un niño como él, era un regalo y no iba a negarse un extracurricular de Braille.

Ethan me mira como si estuviera loca (de la misma forma en la que me miran todos desde que llegué a París) pero termina a cediendo a regañadientes cuando Dan asiente en señal de aprobación y me roba el título de adulto con autoridad.

Bueno, no puedo culparlo. Dan destila más autoridad que cualquiera de nosotros en esa sala.

Cuando Ethan deja la sala, le confieso a Dany mi siguiente movimiento.

—¿Crees que tu padre quiera unirse?

Dany ríe bajito y niega con la cabeza.

—Ni de chiste.

Siento que me poncho como un globo mal amarrado. Incluso así, rendirme sin intentarlo nunca ha estado en mis planes.

—Lo intentaré de todos modos.

—Buena suerte —canturrea incrédulo mientras me dirijo a la oficina de Daniel Adacher a paso decidido.

Y luego toco la puerta.

Y todo el valor que parecía haber acumulado se va evaporando mientras espero una respuesta.

Vuelvo a llamar y no obtengo nada.

Entonces abro la puerta lentamente y encuentro a Daniel discutiendo en inglés por teléfono.

Con una mirada fulminante me recuerda que no debería estar ahí, que su oficina es como el Barrio Rojo de Ámsterdam y yo soy como una pequeña americana de cinco viajando como turista.

«Es importante», artículo sin voz.

Daniel gira la silla y me da la espalda. No sé cómo interpretar el gesto, así que decido quedarme. La reprimenda no se irá aunque yo lo haga, no ahora que me ha visto entrar sin recibir el pase.

Estoy con medio cuerpo dentro del está que de arena movediza y ahora más me vale dejar a la naturaleza seguir su curso.

Mientras Daniel discute sobre algunos tipos de armas para la agencia, yo comienzo a mirar todo a mi alrededor. Daniel es un fiel lector, tiene cinco estantes alrededor llenos de libros en varios idiomas, la mayoría en idiomas que no puedo descifrar. En cada estante hay al menos dos fotografías en porta retratos. En la primera lo encuentro a él con una sonrisa de oreja a oreja, rodeando con un brazo a un hombre mayor que parece bastante malhumorado y lo mira como si fuera ridículo. Me recuerda a Ben, así que pasó de largo a la siguiente fotografía, donde encuentro a un muy animado Dany sobre la espalda de Daniel en una feria de la ciudad. En la siguiente fotografía Dakota sonríe a la cámara, no usa lentes, tiene unos enormes y hermosos ojos azules. Parece feliz y no puedo resistir, la tomo para mirarla de cerca y siento la pena creciendo al centro de mi pecho como una super Nova. Era solo una niña.

—Una regla, solo hay una regla a seguir y es tu misión imposible.

La voz de Daniel Adacher detrás de mí me hace saltar y soltar el marco de la fotografía. Se habría roto si Daniel no la hubiera cogido al aire.

—En realidad hay un manual enorme con tres tomos que me dicen bien cómo hacer mi trabajo —recuerdo.

—No esperaba que pasaras de la tercera página —admite sin pena—. ¿Vas a decirme que es eso tan importante? Espero que la casa se esté incendiando.

Ladeo la cabeza y lo miro de frente.

—Sabes a lo que me refiero.

Cruzo los brazos y camino hasta su escritorio.

—Dakota tiene un mes sin tomar sus clases de Braille.

—Ya lo sé. Tiene a dos psicólogos trabajando en eso.

—Eso es perfecto... Pero pensé en que...

—No.

Giró hacia él y lo miro incrédula.

—¡Ni siquiera he dicho...!

—No.

—¡Pero es una gran idea!

—Sí, como la idea desvestirnos detrás de un contenedor de basura para luego acusarme de acoso sexual y huir, o la idea de esconderse debajo del escritorio para casi costarme un negocio, o la idea de colarse a mi baño y quedar en ropa interior cuando estoy desnudo, o la idea...

—De acuerdo, de acuerdo, lo sé: no he tenido muy buenas ideas últimamente, pero esta en serio, en serio creo que puede funcionar.

—Danya, tu trabajo no es pensar en soluciones para equilibrar a nuestra familia, tu trabajo consiste en evitar que Daniel y Dakota se metan en problemas cuando están solos, porque no deberían estar solos.

No puedo evitar fruncir el ceño, cruzar los brazos y lanzarle dagas con la mirada.

—¿Eso hacían las otras niñeras?

—Sí, se limitaban a hacer su trabajo.

—Bueno, supongo que tampoco te habían visto desnudo en el baño ni te habrán salvado el culo en alguna reunión con empresarios de Brasil.

—Tampoco tenían una boca tan floja.

—Gajes del oficio.

Daniel suspira cansado, se masajea la sien y decide que es mejor idea darme tribuna libre. Supongo que le ha quedado claro que la única forma de deshacerse de mí es despidiéndome o escuchándome. Me alegra que haya elegido la segunda opción antes que la primera.

—¿Qué propones?

—Bueno... Daniel y yo tomaremos las clases de Braille y..., pensé... en que tal vez tú querrías unirte... ¡Sería muy bueno para tu convivencia con Dany y...!

La mano en alto me silencia de golpe.

—No tengo tiempo para tomar clases de Braille y Daniel tampoco. Su clase de música comienza en media hora.

—¡Podemos reprogramarla!

—Tiene una agenda establecida...

—Estoy segura de que querrá usar su tiempo libre para aprender otro tipo de lenguaje...

—Un lenguaje que no necesita...

—¡Dakota lo necesita!

—¡Y por eso es que las clases son para ella!

—¡Ella se siente sola! —exploto—. ¿Tienes idea de lo horrible que es cuando tu cuerpo falla y tienes que buscar nuevas formas de adaptarte a un mundo que no acepta a las personas diferentes? ¡Está sufriendo, Daniel! Es la única invidente en esta casa, es la única mujer en esta casa, es la única que toma clases de Braille, es la única que domina cada rincón de esta casa pero allá afuera no puede vivir sin un aparatejo, es la única que ha tenido que abandonar su vida por completo. Dime si esa niña. —Señalo a la fotografía en el librero—. Se parece tan solo un poco a la que tienes ahora en casa, a la que está encerrada en su habitación huyendo de un profesor empollón de cuarenta años.

Daniel arquea los brazos sobre el escritorio y me mira directo inclinándose un poco al frente.

—Hago lo que puedo, Danya.

—Lo que haces no es suficiente. No para Dakota.

Entramos a un duelo de miradas en el que me juego la credibilidad que he ganado hasta el momento. Sé que Daniel lo entiende, sé que he podido mostrar mi punto, sé que ha causado mella en ese iceberg que tiene dónde debería estar su corazón y espero que como una semilla en algodón, germine pronto.

Afortunadamente (y contra todo pronóstico), consigo mi objetivo.

—Está bien. Si crees que acompañarla con esto puede funcionar, adelante, tomen esas clases.

—No va a funcionar sin ti.

Daniel ríe por lo bajo y niega con la cabeza antes de alejarse dele escritorio.

—No tengo tiempo.

—Tendrás tiempo para ir a su funeral cuando el dolor acabe con ella —suelto sin remordimiento.

Daniel gira y me mira otra vez. Parece furioso por lo que acabo de decir, pero no me arrepiento de nada. Sé que no estoy mintiendo, no quiero ser ave de mal agüero, pero una adolescente con el nivel de soledad que tiene Dakota es una bomba con cronómetro de cuenta regresiva.

Me encojo de hombros y salgo de la oficina pasándolo de largo y reprimiendo el impulso de pedirle disculpas.

Me digo que es lo correcto. Un cierre épico... Y también salgo porque temo que explote contra mí y me deje en la calle. Instinto de supervivencia, le llaman.

—¿Qué dijo papá? —Salta Dany apenas pongo un pie en la Sala Magna.

—Dijo que podíamos hacerlo.

—¿Él vendrá con nosotros? —La ilusión en su mirada me rompe el corazón y tengo que hacer un esfuerzo monumental para no mentirle dándole falsas esperanzas.

En momentos como ese me entran ganas de correr a golpear a Adacher con un popote en los ojos.

Sonrío sin ganas y no tengo que responder, Dan es un niño listo que atrapa el mensaje al instante.

Ethan, el profesor, baja las escaleras derrotado. Él tampoco tiene que decir nada. Lo entendemos.

—Estamos listos para comenzar con nuestra primera clase.

De acuerdo, aprender Braille es más difícil de lo que creí. Mis dedos tienen la gracia de un luchador de zumo en estudio de ballet. ¡Todos los puntitos se sienten iguales! Y la inflamación que todavía tengo en las puntas de los dedos no ayuda a mi deteriorada sensibilidad. Me estoy quedando muy por detrás de Daniel y creo que Ethan está a nada de arrojarme el libro a la cabeza.

—No, no, no, ¡no! —refunfuña Ethan por enésima vez—. No es tan difícil, la «A» es el primer punto, ¡el único punto!

—¡Sé reconocer una A!

—Leíste «Krroz» —recuerda Dany mientras sigue leyendo su texto como quien ha nacido para ello.

A veces tener a un Cerebrito al lado podía ser sumamente molesto.

—¡La «K» se parece mucho a la «A»! —intento defenderme, pero sé que todo lo que pueda decir será en vano.

—¡No se parecen en nada, Danya! —ataca Ethan tirándose de los pelos como caricatura japonesa—. ¡En nada!

Un poco teatral, si me lo preguntan. No es para tanto.

—Mis dedos ahora mismo no son tan sensibles....

—¿Tienen espacio para uno más? —interrumpe una voz masculina en alguna parte de la sala.

Me retiro el vendaje oscuro de golpe y encuentro a Daniel detrás de Ethan, a pocos metros de nosotros. Dany hace lo mismo y lo mira ilusionado.

Ethan tuvo la brillante idea de meternos en el papel vendándonos los ojos con pañuelos negros. Todavía no pillaba bien de qué iba aquello porque ni con los ojos bien abiertos habría podido rescatar a la «A» de la «K», pero creo que lo hacía sentir como un buen maestro y eran sus reglas, así que agua pasa.

Intento salvar a Adacher cuando Ethan gira hacia él y le hago un gesto negativo con la cabeza, artículo un enfático: «Huye» sin voz y me degollo el cuello con el pulgar para dejarle claro que está ya no es una opción viable.

—¡Por supuesto que tenemos espacio para uno más!

Daniel me mira y niega con la cabeza.

—Saben qué, acabo de recordar que tengo un par de...

—¡Bah, no diga más, señor Adacher! —silencia Ethan, guía do a Daniel hasta el sofá junto a mí y lo sienta como a un títere.

Daniel no parece muy convencido con la idea, pero al menos se presenta cooperador.

—¡Iré por otro pañuelo! —chilla entusiasmado Ethan.

Una vez que deja la sala, Daniel me mira de frente.

—Del uno al diez ¿qué tan malo es?

Fijo pensarlo un poco.

—Siendo diez lo peor, un once.

Adacher gruñe y acuna la cara con las manos.

—Danya está exagerando, esto es muy divertido, papá.

Daniel separa dos dedos y mira al Cerebrito por los espacios.

—A ti te divierte todo lo que tenga números.

—Cierto, no puedes confiar en sus parámetros —lo apoyo.

—¡Los números son divertidos!

—Uy, sí, la siguiente semana tengo un concierto de números, la A se casará con la K y tendrán puntitos en Braille, que nadie puede leer, ¡no puedo esperar! Jamás escucharás a alguien decir algo así.

—Eso es porque los números no cantan y las letras no se casan o tienen sexo.

Daniel suelta una risa estrangulada por la cuna de sus manos y yo cambio de color a rojo.

—¡Aquí lo tengo! —grita Ethan, ondeando el pañuelo al aire.

No me había dado cuenta de que era un poco afeminado hasta que Daniel-hasta-cansado-me-veo-como-modelo apareció.

—Tiene ocho años, ¿cómo sabe sobre sexo? —le siseo a Daniel

—Sabe más sobre sexo que tú y yo juntos, ya no le preguntes —responde igualmente.

—Muy bien, señor Adacher —Ethan se acerca por detrás e intenta ponerle la venda, pero Daniel adivina sus movimientos y la toma antes de que pueda acercarse demasiado—. Comenzaremos con el abecedario otra vez, seguro que a Danya le sienta bien el repaso.

Me puse mi vendaje intentando ignorar el comentario despectivo de Ethan. Ya vería sin con alguien con el coeficiente intelectual cerca del promedio podía memorizarlo todo tan rápido.

Ethan comenzó a describir nuevamente las letras, en ratos nos permitía echarle u a mirada al tablero en Braille y al tablero con los puntos en tinta y todo se volvía más sencillo... Por unos minutos.

—Arroz —lee Daniel a la primera.

—¡Ay, por favor! —me quejo.

Dany suelta una risita y Ethan casi se arrodilla sobre la alfombra con los brazos al cielo.

—¡Te lo dije! —señala el Cerebrito muy alegre por tener la razón... Qué raro.

¿Puedo culpar a la neblina lúpica de mí intento fallido de memorización con un nuevo sistema que reprime uno de mis sentidos? Sí. ¿Lo haré? Ni de chiste. ¿Hotel? Trivago. ¿Mierda? Este método de aprendizaje.

—Veré tutoriales en YouTube —digo arrojando la venda a un lado.

Lo siguiente que encontré fue la mirada en envenenada de un hombre traicionado. Ethan parecía querer sacarme los ojos con los dedos.

No era mi culpa que fuera un profesor fuera de mis lineamientos. YouTube nunca falla.

—Con Danya hay que empezar con palabras cortas como los bebés: «, no, mamá, papá, queso» y no con oraciones tan complejas como «¿qué mierda creen que están haciendo?».

La repentina aparición de Dakota nos sobresalta a todos excepto a Daniel, que parece haberla notado desde que asomó la nariz por la puerta de su habitación.

—Una semana de castigo por eso —advierte Daniel sin inmutarse por la presencia de Dakota—. ¿Aquí dice «Avena»?

—¡Sí, sí! —celebra Ethan como quien ve triunfar a su primer hijo en la escenografía de la obra.

—¿Que hace Ethan aquí? Le dije que se fuera.

—Bueno, después de que lo amenazaras con acariciarle el cuello con un cúter, decidimos aprovechar las clases de Braille nosotros —respondo.

—¿Daniel tomando clases de Braille? ¿No tienes algo que firmar en tu oficina o te has quedado sin alguien a quien gritarle y Danya es el blanco perfecto ahora?

Daniel retira la venda de sus ojos y clava la mirada en su hermana menor.

—Ya pagamos las clases de todo el año y si tú no vas a usarlas...

—Sí, señor, respecto a eso. —Ethan se ajusta la corbata y se para derecho—. El contrato estipula que sería profesor de una persona, no de tres, así que...

—Te estuve pagando todo el mes cuando solo venías a saludar a Dakota.

—Después de que le lanzara la plancha del cabello en la cabeza, yo lo llamaría «sobrevivir» —susurra Dany.

—Yo igual —concuerdo con el niño.

—¿Estás cobrándome tres extras?

—Cuatro —corrige Ethan y me señala—. Esa mujer vale por dos hasta que no pueda diferenciar la «A» de la «K».

Todos me miran mal, incluso Dakota gira hacia mí y siento cómo me juzga a través de sus lentes de sol.

—¡Solo tengo un problema con los espacios!

—Y está de oferta —añade—, debería cobrarla por tres con esa lengua suelta.

—Ya déjalo, Danya —sugiere Dany.

—¿Qué es lo difícil de leer en Braille? —reta Dakota—. Cualquiera puede hacerlo.

—Tú te quedaste a la mitad del abecedario...

—Porque es un método estúpido, creado por un ciego estúpido que quería integrarse a un mundo todavía más estúpido. Tengo mejores cosas que hacer con mi tiempo —sisea con rencor—. Esto tiene la marca de Danya por todos lados, pero te lo digo ahora: eres la niñera, no eres ni mi madre ni mi amiga, así que limítate a hacer tu trabajo y...

—¡Ya basta, Dakota!

—¡Eso es lo que quiero! ¡Quiero que esto termine! —le grita a Daniel—. Deja de pretender que te importa, nunca lo hizo, si mamá no hubiera muerto estarías en esa oficina sin saber cuándo es mi cumpleaños. Solo deja de pretender que te importa.

Dakota echa a correr a su habitación otra vez, dejándonos a la deriva de un silencio sepulcral.

—¿Entonces el punto arriba es la «A» y el punto abajo es la «K»?

—Dios santo —gruñe Ethan.

Dany me muestra el pulgar en alto y Daniel se pone de pie. Lo detengo con una mano y niego con la cabeza.

—Dale tiempo.

Daniel niega con la cabeza.

—Dakota tiene razón, esta es una mala idea y no voy a quedarme aquí mientras mi hermana está sola sintiéndose miserable.

Intenta huir otra vez pero vuelvo a detenerlo.

—Confia en mí. Dale espacio. Hablaré con ella.

Daniel me mira dudoso. Dany ladea la cabeza y nos mira con atención. Ethan está a nada de lanzarme el libro de Braille a la cabeza.

Tengo una idea.

Solo espero no arrepentirme de esto.

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