CAPÍTULO 20
—Sí —confirmó Lug—, tu misión y la del grupo es proteger a esa chica. Las implicaciones de nuestra intervención ya han sido consideradas y las he juzgado aceptables, dadas las circunstancias.
—¿Qué circunstancias? —entrecerró los ojos Liam con desconfianza.
—Liam, no tengo tiempo ahora de explicarte toda la trama que hay detrás de esto. La irás descubriendo de camino, como en cualquier incursión normal. Pero si las condiciones de este trabajo no te parecen satisfactorias, todo lo que tienes que hacer es tomar mi mano y te devolveré a tu habitación en la escuela de las Marismas.
Liam guardó silencio por un momento, considerando:
—No, está bien, la ayudaré —decidió al fin.
Bernard suspiró, visiblemente aliviado.
—¿Tienes el mapa? —le preguntó Lug a Bernard.
El bibliotecario asintió.
—Muéstraselo —le pidió.
Bernard extrajo una llave pequeña de su pantalón y se dirigió a un gabinete de madera semioculto entre dos anaqueles de libros. Abrió la puertecita y sacó un tubo de cuero, que llevó hasta su escritorio. Corrió los desordenados papeles, abrió el tubo y sacó un pergamino, extendiéndolo sobre el escritorio.
Liam se acercó y estudió el mapa con atención. Era increíblemente detallado, con cientos de leyendas explicativas de accidentes geográficos, ciudades, caminos y hasta nombres de personas y advertencias.
—Estamos aquí, en el palacio de Marakar, en el imperio del mismo nombre —explicó Bernard, señalando un punto en el mapa—. Y este lugar es Caer Dunair, donde deben llevar a Sabrina para que esté a salvo —indicó el nombre encerrado en un grueso círculo de tinta roja.
Liam asintió, escrutando el mapa y calculando la mejor ruta para ir de un punto al otro. Bernard lo dejó examinar el mapa con tranquilidad y se alejó hacia el otro extremo de la oficina, desde donde Lug le hacía un gesto insistente con la mano para que se acercara a hablar con él.
—¿Qué te parece el muchacho? —le susurró Lug a Bernard.
—Mi opinión sobre él no es la que importa, Lug y lo sabes. ¿Por qué lo trajiste a la biblioteca? Pude darte el mapa simplemente a ti para que se lo pasaras.
—Quería que lo conocieras —se encogió de hombros Lug—. Creo que tienes derecho.
Liam simuló seguir interesado en el mapa, pero su atención estaba completamente puesta en la conversación susurrada de los otros dos.
—Por un momento, creí que no iba a aceptar —dijo Bernard.
—Yo nunca tuve dudas —le retrucó Lug—. El destino es inexorable en casos como este.
—No será fácil —le advirtió Bernard.
—Lo sé.
—Y habrá violencia —siguió el bibliotecario.
—Están preparados, no te preocupes.
Los dos guardaron silencio por un momento.
—Dime algo —comenzó Lug—. ¿Estuviste ahí cuando...?
—Sí, estuve hasta el final —respondió el otro con el rostro grave.
—Quiero saberlo —le tomó la mano Lug a Bernard de forma repentina.
—No, no quieres —se soltó abruptamente Bernard de la mano de Lug—, y menos en este momento —lo reprendió con vehemencia.
—Lo siento —dijo Lug, desviando la mirada al piso.
Bernard se alejó de Lug y se acercó a Liam, tratando de sonreír para disimular su turbación ante el exabrupto con Lug. Liam simuló no haberse dado cuenta de nada y puntualizó:
—La ruta más conveniente parece ser cruzando este puente y tomando este camino ancho hacia el norte, la... Vía Vertis —leyó con dificultad las pequeñas y estilizadas letras.
—Sí, sí, eso es correcto —aprobó Bernard.
—Parece un viaje largo —comentó Liam.
Bernard volvió al gabinete de madera y extrajo un pesado y voluminoso saco de cuero, entregándolo a Liam:
—Aquí hay suficiente dinero para costear el viaje — le dijo.
—Esto es generoso —dijo Liam al notar el peso del saco.
—No tanto —meneó la cabeza Bernard—. No tengo suficiente plata ni posesiones para pagar el servicio que van a brindarme, la ayuda para Sabrina.
—Debe quererla mucho —comentó Liam.
—Como si fuera mi hija —dijo Bernard.
—La protegeremos, no se preocupe —prometió Liam.
—Gracias —hizo una inclinación de cabeza el bibliotecario—. Una cosa más, una cosa importante.
—¿Sí? —inquirió Liam.
—Debes aprender su nombre, su nombre completo.
—¿Qué?
—Por favor —rogó Bernard.
—Claro, claro —respondió Liam.
—Sabrina Margaret Madeleine Eleonora Isabel de Tirso. Hija del emperador Ariosto de Tirso y princesa heredera al trono de Marakar. Repítelo, Liam.
—Sabrina Margaret Madeleine Eleonora Isabel de Tirso —recitó Liam—. Hija del emperador Ariosto de Tirso y princesa heredera al trono de Marakar.
—Bien, muy bien —aplaudió Bernard—. Ahora sí estamos listos.
Bernard enrolló el mapa y lo guardó con cuidado nuevamente en el tubo de cuero. Liam lo tomó y lo puso en su mochila, junto con el saco de monedas. Los tres salieron de la oficina, atravesaron la enorme biblioteca y desembocaron en la galería por donde Liam y Lug habían llegado.
—¿Cómo lo haremos? —preguntó Liam a Bernard—. Es decir, ¿usted va a presentarnos a la princesa y le explicará que nos ha contratado para protegerla?
—Oh, no —respondió Bernard, horrorizado—. No, no, ella no debe saber nada sobre este contrato y menos que yo lo he arreglado.
—¿Entonces? ¿Cómo espera que la saquemos de aquí? ¿Pretende que la secuestremos? Porque por lo que ha descripto de ella, no creo que sea fácil convencerla de hacer viaje semejante sin un motivo claro.
—No te preocupes, Liam, todo se dará naturalmente —le respondió el bibliotecario con confianza.
—¿Naturalmente? —hizo una mueca de descreimiento Liam.
Y como si todo el universo hubiera acordado que ese era el momento justo para confirmar las palabras de Bernard, se escuchó un grito y un golpe, seguido del sonido de cristales rotos. Liam se asomó a una de las ventanas de la galería, que estaba en la planta baja del palacio y miró hacia arriba, justo a tiempo para ver a una joven con una larga trenza negra, arrojarse por la ventana desde el primer piso, para aterrizar en una pila se sacos de grano en el patio principal.
La muchacha se recuperó con increíble rapidez de la caída y bajó de un salto hasta el suelo. Tres guardias se le abalanzaron para detenerla. Ella repelió a dos con expertos y precisos disparos de una pequeña ballesta que había desenganchado de su cinto. El tercero la agarró del cuello y comenzó a sofocarla. De la nada, apareció Bruno y noqueó al guardia, liberando a la chica. A cubierto detrás de una columna, Dana disparaba flechas sin parar, amedrentando a los demás guardias.
—¡Mierda! —exclamó Liam—. ¿Qué diablos...?
Justo cuando vio a Augusto acercarse por el lado derecho del patio con su espada en alto, Liam sintió la mano de Bernard sacudiéndolo del hombro:
—Por el lado izquierdo están los jardines, busca un limonero en flor, detrás de ese árbol hay una puerta secreta, cubierta por enredaderas, que los llevará al bosque —le gritó las instrucciones.
—¿Qué...? —fue lo único que atinó a decir Liam.
—¡Vete, ya! ¡Corre, Liam! ¡Corre! —lo empujó Bernard.
Liam salió corriendo. Cuando encontró la puerta que conectaba la galería con el patio, se volvió un momento hacia Lug:
—¿No vienes?
—Bernard y yo debemos atender otros asuntos —le dijo Lug—. ¡Vete de una vez! ¡Apresúrate!
Liam salió disparado por la puerta.
—¡Buena suerte! —le gritó Lug a modo de despedida.
Liam entró en el patio, corriendo a toda velocidad:
—¡Sígueme! —le gritó a Augusto, mientras, sin siquiera intentar frenar el envión que traía, pasó junto a la muchacha, tomándola del brazo y tironeándola hacia él: —Por los jardines —le dijo, jadeante.
Ella comprendió que este nuevo defensor desconocido le estaba indicando una ruta de escape y se dejó arrastrar por él. Augusto los siguió, repeliendo guardias de camino con la espada. Dana y Bruno se les unieron enseguida. Cruzaron los jardines a toda velocidad, esquivando macizos de flores y fuentes de agua, internándose luego entre árboles y arbustos, liderados siempre por Liam.
—¿A dónde nos llevas? —preguntó Augusto.
—Limonero —señaló Liam el árbol en flor que se elevaba a apenas cinco metros de donde estaban.
Pasaron el árbol y se chocaron con un muro cubierto con enredaderas.
—No hay salida —dijo Bruno, preocupado, mirando hacia atrás para comprobar qué tan cerca estaban los guardias.
—Sí, sí —buscó Liam entre las enredaderas frenéticamente—. Hay una puerta secreta.
Finalmente la encontró. Estaba cerrada con un grueso candado.
—Gus, el candado —le indicó a su amigo.
Augusto tomó el candado en su mano y cerró los ojos. El mecanismo obedeció sus órdenes mentales y se abrió. Empujó con fuerza la puerta que seguramente llevaba años cerrada y logró abrir una brecha con la ayuda de Bruno y Liam. El grupo atravesó la abertura en fila india y Augusto volvió a cerrarla con el candado desde el otro lado.
—¿Quiénes son ustedes? —preguntó la joven de la trenza negra.
—Dana, Bruno, Augusto y yo soy Liam, mucho gusto —hizo unas presentaciones rápidas Liam.
—Sabrina —se presentó ella—. Me temo que enviarán más soldados —anunció.
Liam observó el sol para ubicar los puntos cardinales.
—Vamos —se internó por el bosque Virmani hacia el norte. Los demás lo siguieron sin demora.