Tú, Mi Pesadilla ©

By NataliaAlejandra

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LA VIDA DE CELESTE SE CONVERTIRÁ EN UNA HORRIBLE PESADILLA. DESPERTAR SERÁ IMPOSIBLE PORQUE, ENTONCES, YA TOD... More

Nota y sinopsis
CALENDARIO DE PUBLICACIÓN
Recordatorio
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Epílogo
Natalia Hatt en la 41.ª Feria Internacional del Libro de Buenos Aires (editado)
Llamado a creadores de FanArt (Concurso)

Capítulo 8

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By NataliaAlejandra

Me desperté desnuda en mi celda, cubierta solo con la única manta que estaba en  el catre cuando llegué. Una bandeja con algo de comida estaba esperando sobre la silla. La verdad es que estaba muerta de hambre. No me habían dado nada desde ayer a la noche. Rápidamente me vestí con la ropa del día anterior. Ya pediría que me trajeran otra vestimenta y también necesitaba una buena ducha. Usé el retrete, me lavé las manos y me senté a desayunar. Aquello no era tan malo para ser que estaba presa.

Me sentía bastante débil, pero parecía que mi cuerpo se estaba acostumbrando, porque cada vez que Devin se alimentaba de mí, lo sentía menos. Tal vez había creado una cierta resistencia. O tal vez no, y Devin simplemente estaba absorbiendo menos energía de mí.

—Señorita Gómez, se la interrogará en unos minutos —me informó una mujer policía desde la puerta de mi celda.

—Quiero un abogado —repliqué, aunque lo único que quería era más tiempo para pensar qué decir en mi interrogatorio.

—Ya tiene uno, su madre se lo ha conseguido. Hablará con él antes de ser interrogada.

Claro, era de imaginarse que mi madre buscaría en el menor tiempo posible el mejor abogado que estuviese disponible. El problema era que yo no podía confiarle la verdad a absolutamente nadie. ¿Cómo podría ayudarme mi abogado si yo no podía sincerarme y contarle todo para probar mi inocencia?

Pronto me llevaron a una habitación donde él me estaba esperando. Era un hombre esbelto, de unos cincuenta años, que me aconsejaría sobre qué decir durante mi interrogatorio, y cómo actuar. Se llamaba Harry, y era un amigo de mi padre.

Me preguntó sobre lo que había pasado, y le conté simplemente lo que había hablado con los detectives el día anterior. Le dije que no sabía cómo podría haber llegado mi navaja allí, aunque posiblemente la había perdido el día que había ido a ver al padre Felipe, cuando había abierto mi bolso para meter el agua bendita y demás cosas que él me había entregado. Sabía que Harry no me creía del todo, pero estaba dispuesto a aceptar mi historia, por suerte.

Cuando los detectives me interrogaron, no cambié en nada mi versión, y les comenté sobre haber llevado la navaja en el bolso cuando había ido a ver al sacerdote.

—¿Por qué llevarías una navaja? —me pregunto el detective con cara de perro, a quien descubrí lo llamaban Detective Morris.

—Me sentía perseguida después de esa sesión de ouija —contesté—. Por eso tomé una navaja de mi padre y la llevé a todas partes conmigo.

Los detectives tomaron nota de mi declaración. Por supuesto que no me creían. Sin embargo me merecía el beneficio de la duda hasta que se encontrasen más pruebas que demostrasen lo contario. Luego de horas de hacerme preguntas, que estaban dirigidas a hacerme confesar un crimen que no había cometido, me llevaron de vuelta a mi celda. A la tarde podría tener visitas, me dijeron. Ya no aguantaba estar allí, y esperaba poder salir pronto. Pero de momento ya me había resignado a que no me dejarían ir a ninguna parte.

Al mediodía y después de comer, me permitieron darme una ducha y cambiarme. Mi madre me había traído algo de ropa y unas revistas, aunque no la habían dejado verme, ya que podría venir a la tarde. Y la verdad es que, aunque moría de ganas de verlos a ella y a mi padre, me rompía el corazón saber el mal rato que estarían pasando a causa de mí.

—¡Necesito hablar con ella!  —escuché a una mujer decir en el pasillo.

—Hermana, sabe que no puede verla. Este no es el horario de visitas.

—¡Es importante! —insistió la mujer. Pronto tenía a una monja de edad bastante avanzada en la puerta de mi celda. El guardia, resignado, la estaba dejando entrar.

—Gracias —dijo la mujer en un tono seco, y esperó a que el guardia se fuera antes de hablar. Yo me estaba preguntando qué haría una monja en mi celda. ¿Estaría ella relacionada con el padre Felipe?

—Ya sé que no mataste al padre Felipe —me dijo la monja con una leve sonrisa en su rostro.

—¿Cómo lo sabe? —le pregunté con curiosidad.

—Porque yo era su confidente —contestó—, y él me ha contado todo sobre tu problema. Estoy segura que fue ese maldito rhycolas quien lo ha hecho.

Me alegraba saber que había alguien quien estaba seguro de mi inocencia. Definitivamente eso logró tranquilizarme un poco.

—¿Cómo se llama? — pregunté.

—Soy la hermana Esther, y era tía de Felipe. No hay mucho que pueda hacer para ayudarte, querida —continuó la monja, haciendo que mis esperanzas disminuyesen un poco—, pero tengo algo para que leas. Felipe me había dejado un sobre para ti, en caso que algo le sucediese.

—¿Qué hay adentro? —pregunté con curiosidad.

—No lo sé—dijo la hermana Esther, dándose la vuelta—. Felipe me prohibió leerlo. Pero tú debes leerlo ahora, ya que de las tres a las cuatro de la tarde el demonio no podrá monitorear tus pensamientos. Es una debilidad que debes aprovechar.

—Gracias —le dije con sinceridad. Esa mujer se estaba arriesgando mucho al venir a verme.

—Ten mucho cuidado —respondió ella, y luego llamó al guardia para que volviera a abrirle la puerta. Miré el reloj que mi madre me había traído. Eran las tres y cinco. Debía apurarme a leer todo lo que había dentro de ese sobre, aprovechando que Devin no sabría que lo había hecho.

Dentro se encontraban varias páginas de libros antiguos y una carta dirigida a mí.

Querida Celeste:

 

Si estás viendo esta carta, es porque seguro he muerto. Creo que he estado indagando en cosas que no debería, y eso puede llegar a costarme muy caro. Pero es mi deber impedir que el mal prospere. Por eso me he encargado de hacerte llegar esto luego de mi defunción, para que sepas a lo que te estás enfrentando.

Según he podido averiguar, este fin de semana será iniciado un nuevo cazador de demonios en este pueblo. En principio pensé que el rhycolas estaba encaprichado contigo, por algún extraño motivo. Pero ahora pienso que está aquí debido a la iniciación del nuevo cazador, para impedirla. Lo más seguro es que tú tienes alguna relación con él, y que el demonio te haya elegido a ti para poder llegar a él y acabarlo.

Lee las páginas que adjunto para ver más información sobre este tipo de demonios  y sobre los cazadores. Puede que te resulte más fácil entender todo si lo haces.

Es de suma importancia que no dejes que el demonio impida la iniciación del cazador, ni que lo mate. Solo hay uno por generación, dentro de cada linaje, y es importante que este sobreviva.

Espero poder verte alguna vez en el paraíso, Celeste. Tienes una buena alma. No dejes que sea corrompida.

Con mucho cariño.                                              

Padre Felipe

 

Lágrimas corrían por mi cara. Estaba muy emocionada que el Padre Felipe se hubiera preocupado tanto por mí como para arriesgar su vida investigando todo lo posible para ayudarme. Nunca dejaría de estarle agradecida, ni me olvidaría de lo valeroso que había sido. Pensé en las palabras en esa carta, tratando de darles sentido. Lo primero que se me ocurrió fue que era una prueba contundente de que yo no lo había matado. ¿Pero podría usarla? ¿No iría contra las reglas de ese maldito demonio? Lo más posible era que Jessica terminase pagando si yo utilizaba esa carta en mi defensa.

La leí nuevamente, y allí fue cuando lo entendí todo: Devin no me había elegido por capricho. Me había elegido porque Ned estaba enamorado de mí, y yo era quien podría ayudarlo a llegar a él. Ned era el cazador, y Devin quería terminar con él.

“¡No! ¡No puede ser!”, exclamé para mis adentros. Debía impedir que eso sucediera. Miré la hora, las tres y media. Debía apresurarme a leer los demás papeles, antes de que Devin pudiera monitorear mi mente nuevamente. Era bueno saber que había un horario en el que no podía hacerlo.

Tomé una hoja amarilla de un libro viejísimo. Esta hablaba sobre los cazadores de demonios:

Un cazador de demonios engendra a otro, todos vienen de la misma línea genética desde los primeros tiempos: La simiente de Enoc. Enoc tuvo siete hijos varones, los cuales se desparramaron por la tierra. En cada generación habrá siete cazadores de demonios, en distintos confines del mundo. Y así será hasta el final de los tiempos. Si uno de esos siete cazadores muere o no es iniciado, el poder de los demás seis decrece y los deja a merced de los demonios que quieren acabar con ellos.

 Muchas veces han crecido sin padre, ya que su padre cazador ha de tener la responsabilidad de recorrer millas y millas para cumplir con sus responsabilidades. Tienen una inteligencia sorprendente, y una fuerza superior a la normal aun cuando no han sido todavía iniciados.

Un cazador se inicia el primer sábado 15 de luna llena luego de haber cumplido sus dieciocho años. Solo podrá iniciarse si ha llevado una vida pura hasta ese momento, y si no ha tocado mujer alguna. Luego de la iniciación, podrá tomar a la mujer que engendrará al siguiente cazador de demonios: Una mujer virtuosa destinada a cumplir ese propósito. Su elegida.

Dejé de leer el papel porque ya eran casi las cuatro de la tarde y entonces debería esforzarme en pensar en otra cosa para no alertar al demonio. Pero ahora lo sabía todo, y sabía por qué el demonio había hecho las cosas que había hecho.

Ned iba a iniciarse como cazador de demonios el día siguiente, y debía ser puro para hacerlo, pero él pensaba que había tenido relaciones conmigo, por lo cual estaba seguro que no podría iniciarse como cazador, ya que no sería digno.

“¡Mierda!”, maldije para mis adentros. Él era la única esperanza que tenía de salvar a todas las personas que me importaban, pero no podría iniciarse porque pensaba que se había acostado conmigo, y yo no podía decirle que en verdad no habíamos tenido relaciones porque si lo hacía, estaría desobedeciendo una de las órdenes del demonio, y eso resultaría en la inminente muerte de mi amiga Jessica. ¡Dios! ¿Qué iba a hacer? Necesitaba pensar en algo de manera urgente.

Pronto escondí debajo del fino colchón de mi cama los papeles que el buen Padre Felipe me había enviado. Debería encontrar el momento para seguirlos leyendo. De momento, lo único que podría hacer sería soportar una tarde de visitas, y posiblemente más interrogatorios. Ya deseaba que el día terminase, aunque en esos momentos más que nunca, lo que menos deseaba era que llegasen las doce de la noche.

***

 La visita de mi madre fue una tortura. Ella me exigió que le contase absolutamente todo lo que estaba sucediendo. Aunque sabía que ninguna de las muertes había sido mi culpa, sí sabía que algo raro había estado pasando y pensaba que yo ocultaba más de lo que estaba diciendo. Era cierto, aunque ella no podía siquiera llegar a imaginarse cuál era la verdad.

En todo momento, evité pensar en la información que me había enviado el sacerdote. Estaba segura de que Devin no leería cada uno de mis pensamientos, pero era evidente que estaría monitoreando mi actividad mental para ver si ocurría algo fuera de lo normal. En realidad, yo no tenía forma de saber qué tanto él podía meterse en mi mente desde la distancia. Sabía que podía leer mis pensamientos cuando quería y también podía inducirme pesadillas. Pero no estaba del todo segura de qué más podía hacer con mi mente.

Él había influenciado de alguna forma a Rose para que saltase del balcón, y a Mary para que se pusiera delante de esa camioneta, pero nunca había influenciado mi mente de esa forma, al menos que yo supiera. ¿Cómo había hecho para influenciar a Rose y a Mary? ¿Podría hacer eso en otras circunstancias además de cuando quería que alguien muriese?

—Seguro estás protegiendo a Jessica —dijo mi madre con un fuerte suspiro.

—¿Por qué crees eso? —pregunté.

—Porque hay evidencias que prueban que alguien empujó a tus amigas.

—¿Qué? —pregunté con incredulidad.

—Ambas autopsias revelaron que fueron empujadas —contestó mi madre—. Pero yo sé bien que tú nunca lo harías. Seguro ha sido Jessica.

—¿Cómo sabes lo de las autopsias, mamá? —pregunté.

—Recién cuando entraba, lo escuché en el pasillo. Los detectives van camino a detener a Jessica. Creen que ella y tú son cómplices. O que una está cubriendo a la otra.

 —No, mamá —dije, sacudiendo la cabeza—. Yo no estuve cuando Rose saltó del balcón, y ella lo hubiera dicho si alguien la hubiese empujado. Además, yo vi cuando Mary cruzó la calle. Algo tiene que estar mal en los resultados.

—Los resultados de las autopsias nunca salen mal, hija —afirmó mi madre, levantándose de la silla al ver la hora. Ya se le había acabado el tiempo.

—¿Mamá? —dije antes que ella se fuera de mi celda.

—¿Sí, querida?

—Prometo que saldré de aquí.

—Lo sé, mi niña. Sé que harás lo correcto y podrás salir de aquí. —Luego de decir esto, se fue.

¿Hacer lo correcto? Seguramente para ella eso era incriminar a Jessica de los crímenes que se suponía que ambas, o alguna de las dos había cometido. Nunca haría eso. Además, no me serviría de nada. Devin quería que yo estuviera encerrada hasta el sábado de noche. Él tenía grandes planes, y para que ellos salieran bien, yo debía estar en cautiverio. Él había calculado todo hasta el más mínimo detalle para que nada le saliese mal. Aunque sus planes habían salido a la perfección, debía de haber una forma de desmoronarlos… Pero yo no tenía todo el tiempo del mundo para hacer planes de contraataque,  y el tiempo se me acababa.

No tuve más visitas. Mi padre y mi hermano no habían querido ir a verme. Pude relajarme un rato, teniendo mi mente casi en blanco, mirando el techo de la celda, hasta que escuché unos gritos en el pasillo.

—¡Yo no he sido! ¡Juro que yo no he sido! —gritaba Jessica. La estaban trayendo a la sección de celdas.

—Eso se probará en un juicio —dijo el policía que la traía.

Ambos pasaron delante de mi celda. Jessica me miró con ojitos tristes, como pidiéndome por favor que buscase la forma de sacarnos a las dos de allí. Yo la miré llena de resignación. No había nada que pudiera hacer por las dos en ese momento.

La encerraron en la celda al lado de la mía. No podíamos vernos ya que solo había barrotes a la entrada de cada celda, donde se abrían, y la pared que las separaba era maciza; pero yo sabía que podríamos oírnos si nos hablábamos. Esperé a que el policía se fuera antes de hacerlo.

—¿Me oyes, Jessica?

—Sí —contestó ella entre sollozos.

—¿Estás bien? —pregunté.

—No —replicó—. Siento que estoy viviendo en una pesadilla desde esa noche que jugamos a la ouija. Y esta pesadilla parece que nunca terminará —se podía oír que Jessica lloraba. Yo no podía culparla. Mi vida también era una pesadilla, aunque peor… y había comenzado antes: la noche en que Devin había entrado en mi vida. Ahora sabía por qué lo había hecho, pero eso no lo hacía más fácil de aceptar.

—Saldremos de aquí, Jess —le prometí con la voz serena. Sentía la obligación de hacerla sentir mejor.

—¿Tú lo crees, Cele?

—Claro que sí. Nosotras no hemos hecho nada. Pronto lo descubrirán y nos dejarán salir. Todo habrá sido solo un mal trago.

—No lo sé, Celeste. Me temo que ese demonio de la ouija está detrás de todo, y me matará a mí también como lo ha hecho con Rose y Mary. Tal vez si estoy presa no lo haga. Tal vez esté segura aquí —dijo con la voz entrecortada. Me dolía mucho ver sufrir así a mi amiga. Había sido demasiado fuerte a través de todo lo que había estado pasando, pero ir a prisión había terminado de romperla.

—Mañana nos enviarán a prisión estatal, ¿sabes? —continuó Jessica.

—¿Qué? —pregunté sorprendida.

—Supuestamente tienen suficiente evidencia para inculparnos a ambas, a no ser que alguna confiese que lo ha hecho todo, supongo.

—¿Sabes a qué hora? —pregunté, tragando saliva.

—No, no me lo han dicho. Creo que más bien cerca del atardecer.

—Esperemos que no —dije—. ¿No podremos salir bajo fianza? —pregunté.

—Tu madre lo estuvo averiguando… y le dijeron que debía pagar un millón de dólares para que te dejaran salir. Es imposible.

Por supuesto, si no fuera tanto lo que pedían, mi madre ya me hubiera sacado de allí. La libertad bajo fianza impide irte a ninguna parte hasta que llegase el día de tu juicio, al que sí o sí debes presentarte, y aunque sabía que, en mi caso, en un juicio seguramente se me encontraría culpable, deseaba con todas mis fuerzas que mis padres pudieran encontrar el dinero para sacarme de allí. Era de vida o muerte; no podía seguir encerrada.

Pronto ambas nos quedamos en silencio. No había mucho que nos pudiéramos decir. Todo resultaba abrumador y no había posibilidades de salir de ese lugar.

Las horas comenzaron a pasar, y decidí dormirme una siesta. La verdad era que aún me sentía débil después de lo de la noche anterior, y necesitaba descansar. No sabía si Devin aparecería, pero no me importaba esperarlo despierta. Él se haría notar si llegaba.

***

Estaba caminando por un largo pasillo blanco. Se sentía bien estar en ese lugar, sentía mucha paz. Una figura vestida de blanco me estaba guiando por delante, y yo la seguía. No sabía quién era, pero sí sabía que me estaba llevando a un lugar seguro.

Entré a una habitación blanca, mas en todas sus paredes habían crucifijos. La figura blanca se dio la vuelta para mirarme: era el padre Felipe.

—¡Padre Felipe! —exclamé, alegre al verlo.  Pero enseguida me di cuenta que algo no estaba del todo bien. Eso no podía ser real.

—Sí, ya sé que estoy muerto —dijo el padre Felipe con la voz serena—. Estás soñando. He venido aquí para ayudarte. Tú realmente estás necesitando ayuda divina, y se me ha permitido intervenir. Pero tenemos poco tiempo.

No entendía demasiado lo que estaba sucediendo, pero le creí cuando me dijo que era un sueño. Igualmente, me alegraba ver al padre Felipe y saber que, aunque estuviera muerto, estaba bien y se preocupaba por mí.

De pronto me comencé a asustar. Devin podría estar mirándonos.

—El… el demonio —dije—. Se enojará si ve que estamos juntos en mi sueño.

—Descuida —dijo el sacerdote, sentándose en el suelo—. No pude verte aquí ni sabrá de qué estamos hablando. Pensará que estás en uno de esos momentos en los que el cerebro no sueña. —Suspiré aliviada. Era bueno saberlo.

—He leído su carta y parte de los documentos que me envió—le dije, sentándome frente a él—. Sé que Ned es el cazador y que ha de iniciarse este sábado de noche… pero el demonio le ha hecho creer que ha tenido relaciones conmigo y entonces él piensa que no puede iniciarse.

—Así es —dijo el sacerdote—. Y lamentablemente, los cazadores se inician por su cuenta. Tienen todo un proceso que seguir, un ritual que hacer, y cuando este termina adquieren sus poderes. Ned no llevará a cabo el ritual ahora porque piensa que no es digno de ser un cazador, que no cumple con los requisitos. Además, ha perdido el libro donde guardaba las indicaciones sobre del ritual.

—¡Oh, mi Dios! —exclamé—. ¡Ese es el libro que el demonio me ha hecho robarle! —El padre Felipe asintió.

—El demonio no podía entrar en casa de Ned ya que las moradas de los cazadores y de los futuros cazadores están protegidas ante toda clase de demonios y encantamientos. Te necesitaba para entrar allí. Y para poder comunicarse contigo te puso una especie de semilla que le permitía ver por tus ojos y oír por tus oídos. También le permitía hablar dentro de tu mente.

—¡¿Aún tengo eso?! —pregunté alarmada.

—No, eso solo dura en tu sistema por un par de horas y luego se disuelve. No te preocupes.

—¿Cómo sabe tanto usted? —pregunté.

—Cuando morí se me informó de todo lo que estaba sucediendo, y se me ha enviado a ayudarte.

—¿Quién lo ha enviado? —pregunté. El padre Felipe me sonrió amablemente.

—Sé que tienes curiosidad por saber, pero en este momento es mejor que sepas solo lo necesario. Al menos hasta que el demonio esté acabado y nos aseguremos que habrá una nueva línea completa de cazadores.

—Comprendo —contesté—. Ahora… ¿Cuál es el plan?

El padre Felipe y yo hablamos por un buen rato, discutiendo sobre cuál sería el plan ideal para actuar. No sería nada fácil, lo tenía muy claro, pero no era imposible, y ahora tenía mis esperanzas renovadas. Habría sacrificios que hacer, pero aquello era lo correcto. No solo por el bien de las personas que me importaban, sino por el bien de la humanidad. No podía dejar que los demonios tomasen el control de la tierra.

Hablando de demonios, me desperté justo a las doce de la noche. Como era de esperarse, Devin estaba a mi lado; esta vez sentado en la silla con la que contaba mi celda, con las piernas cruzadas.

—Buenas noches, Celeste —me saludó—. Veo que tus horas de sueño están bastante desfasadas. —Simplemente lo miré, sin sorprenderme que él estuviera allí, sin miedo y sin contestar a su comentario. Devin se levantó y se acercó a mí, comenzando a acariciar mi mejilla con su fría mano.

—Estás distinta, Celeste —dijo con una sonrisa torcida. Puse el rostro serio, no estaba dispuesta a revelar nada de lo que ahora sabía, ni de lo que tenía planeado. Debía mantener mi mente en blanco sin pensar en esas cosas, por mi bien.

—¿No me tienes más miedo? —preguntó, mirándome con sus brillosos ojos azules.

—No —contesté, sacando mis dotes actorales. Nunca había dejado de temerle, sabía muy bien las cosas de las que él era capaz.

—¿Segura? —preguntó. Su rostro lo decía todo. A él le encantaba verme retorcida de miedo, el cual también le servía de alimento, así como mi energía vital.

Asentí. Una sonrisa malvada llenó su rostro. Estaba sintiendo el terror que de a poco comenzaba a inundarme. Yo luchaba por ser fuerte, pero era en vano; ese demonio siempre me había aterrorizado. Había matado a dos de mis amigas, y mataría a más si era necesario. Me mataría a mí y lo mataría a Ned. ¿Qué más motivos necesitaba para temerle?

—Es en vano intentar ser fuerte, Celeste —me dijo, quitándome mi manta de encima y mirándome de arriba abajo—. Tarde o temprano terminarás rindiéndote por completo, y dejarás que te consuma entera.

Simplemente lo miré, sintiendo un nudo en mi estómago. Él me hacía dudar sobre la resolución que había tomado, sobre la fortaleza y las esperanzas que había recuperado. Y más que nada, me hacía dudar de mi misma y de lo que yo valía.

—Ven conmigo —dijo Devin, mientras extendía su mano a la puerta de la celda, abriéndola con un chasquido. ¿Me sacaría de la cárcel? No podía ser ya que eso iría contra sus planes. Me levanté, sabiendo que de nada me serviría rehusarme, y lo seguí mientras él salía de mi celda, pensando que si tal vez el guardia nos veía, era imposible explicar aquello.

—No te preocupes, Celeste —dijo él en tono calmado, un tono que en vez de tranquilizarme me asustaba aún más—. Nadie nos verá, ni nos oirá. Todos duermen profundamente, en un sueño que les he inducido.

Lo seguí sin saber a dónde me llevaría, ni qué planes tenía. Uno nunca podía saber con certeza lo que Devin tenía en mente, nunca. Lo que sí se podía saber, era que fuese lo que fuese que esa oscura mente estuviese planeando, no sería nada bueno.

 Cuando ambos estábamos en el pasillo, Devin abrió la puerta de la celda de Jessica, y me indicó que lo siguiera adentro de ella. ¿Qué iba a hacer allí? Nada me aterrorizaba más que la sola idea de que Devin le hiciera algo a mi mejor amiga. Jessica dormía plácidamente sobre su cama. Se le veía el delineador de ojos corrido por tanto llorar. Pero al fin se había dormido o tal vez, mejor dicho, Devin la había hecho dormirse, ya que era muy posible que ella hubiera estado teniendo problemas para conciliar el sueño con todo lo que estaba sucediendo.

—Mírala —me indicó Devin—. Tu única y última amiga. ¿Qué tan lejos irías por ella?

—Haría lo que fuese por ella —dije con seguridad, caminando para ponerme entre ella y él. Devin soltó una carcajada.

—No te creas que podrás detenerme por ponerte delante de mí. No seas tonta, Celeste. Yo puedo y haré lo que desee con ella y contigo.

—¿Qué hacemos aquí? —pregunté con determinación, deseando que ya terminase todo y que Devin desapareciese de una vez.

—Córrete —me ordenó él sin responder a mi pregunta. Por supuesto, obedecí, dando unos pasos hacia atrás. Devin se acercó más a ella, y extendió su mano sobre su mejilla. Pude ver como de las puntas de sus dedos salían garras. El solo hecho de verlas me llenó de terror. ¿Qué le iba a hacer a Jessica?

—Esa piel tan perfecta… —expresó él, pasando la garra de su dedo índice por la mejilla de Jessica—. Sería una lástima arruinar ese bonito rostro.

—¡No! —exclamé—. ¡No le hagas daño! ¿Qué quieres que haga? —No podía ver esa escena. Simplemente no lo soportaba. Devin retiró sus garras de la cara de mi amiga, y me dio una sonrisa que lucía un tanto infantil, aunque para nada inocente.

—Quiero que mates a alguien, Celeste —me dijo.

—¡¿Qué?! —pregunté, incrédula.

—Sí, Celeste. Debes matar a alguien —Devin me miraba con sus ojos brillosos de la excitación y una sonrisa torcida. Estaba disfrutando el sufrimiento que su tortura psicológica me causaba.

—¿A quién? —pregunté.

—Al guardia que está durmiendo en el pasillo. Quiero que lo seduzcas y lo mates lentamente —dijo él, alargándome un pequeño cuchillo y una copa—. Luego me traerás parte de su sangre en esa copa.

¡Mi Dios! ¿Qué estaba a punto de hacer? Si me negaba, mi amiga estaba acabada. Aún no podía desobedecer ninguna de las órdenes que Devin me había dado o que me daría.  No era el momento. Mi estómago se revolvía ante la sola idea de derramar sangre de una persona inocente. ¿Era egoísta elegir la vida de mi amiga ante la de aquel guardia que ni idea tenía que la muerte lo estaba aguardando? Posiblemente sí lo era, pero si tenía que elegir entre la vida de él y la de mi amiga, elegía mil veces la de Jessica.

—Está bien —dije, tomando el cuchillo y la copa. El cuchillo lo metí en el bolsillo de mi pantalón, y dejaría la copa a unos metros del guardia antes de despertarlo. No podría llevar nada en mis manos.

Yo no era así. ¿Qué estaba a punto de hacer?

—No hay marcha atrás, Celeste —me recordó Devin—. Mátalo, o tu amiga muere en su lugar.

Pensar que yo había sido una chica completamente inocente hasta el momento en que ese demonio había entrado en mi vida... Ya no recuperaría esa inocencia perdida. Pero ese demonio pagaría por todo lo que me había hecho. Lo pagaría.

Caminé lentamente por el pasillo hasta ver al guardia, quien dormía en el suelo, recostado contra la pared. Era un hombre con cabello oscuro, musculoso, de unos treinta años, quizás un poco menos. Solo rogaba para mis adentros que no tuviera hijos, ni una familia que sufriese por su muerte. Esto era tan difícil… Estuve a punto de darme la vuelta al verlo allí, tan tranquilo, sin saber lo que le esperaba. Pero recordé las palabras de Devin: “no hay marcha atrás, Celeste”.  Y fueron esas palabras las que me dieron el valor para cometer un crimen atroz. Un crimen que dejaría mi alma aún más manchada, tal y como Devin quería que estuviera.

—Hola, guapo —dije, sentándome sobre la falda del guardia, quien abrió sus ojos mostrando mucha sorpresa.

—¿Qué haces tú aquí? —me preguntó, con los ojos bien abiertos. Yo le di una sonrisa seductora, y apoyé mi mano en su entrepierna.

—Pues me estaba sintiendo sola y necesitaba compañía —le dije. Me daba mucha vergüenza lo que estaba teniendo que hacer, pero mi actuación parecía muy convincente. Él, al menos, se la creyó.

—Solo necesitabas llamarme, hermosa —me dijo él, guiñándome el ojo. Ya estaba, lo había seducido. Así de fácil. Ahora, yo no sabía qué nivel de seducción querría el demonio, por lo que decidí ir más lejos y comencé a subir mi mano por su entrepierna, abriéndole la bragueta de su pantalón. Él de inmediato posó sus manos en mis pechos, a lo que yo respondí con una mirada severa.

—No, señor, no se toca. Ahora dejará que yo haga todo.

Comencé a tocarlo, sintiéndome sucia. Él cerró sus ojos dejando que yo siguiera con lo que estaba haciendo. Ni bien encontré las esposas que tenía abrochadas al pantalón, lo esposé. Él abrió sus ojos con aprehensión, creo que había comenzado a sospechar de mis planes.

—Shhh… no te preocupes  —le dije guiñándole el ojo—. Me gusta invertir los roles.

Me estaba costando cada vez más seguir siendo creíble. Esta era la peor tortura que yo hubiera tenido que soportar. Nada se comparaba con el dolor que me infligía el  tener que hacer esto, pero me resistía a dejar que el demonio acabase con mi amiga. Por ningún motivo dejaría que mi mejor amiga muriese, como lo había ocurrido con las otras dos, por ser demasiado estúpida y cobarde.  

Comencé a desnudarlo, haciendo un esfuerzo para llevar mis labios a su cuello y besarlo. Me avergonzaba de mi misma, pero era un sacrificio necesario. Una vez que lo tuve desnudo, corté un trozo de su camisa y lo amordacé y le vendé los ojos. Estaba sorprendido, pero no opuso resistencia. La mordaza era para que él no gritase ante lo que le iba a hacer, y la venda en los ojos… simplemente para luego no tener que ver sus ojos suplicantes fijos en mí. No podría soportarlo.

Tomé el pequeño cuchillo y miré su brilloso filo con mucha aprehensión. Yo no era una asesina. Sentía que no podía hacerlo, pero algo dentro de mí me decía que más sufriría ante la muerte de Jessica si dejaba vivir a ese bastardo, que tenía anillo de casamiento y se dejaba seducir por una chica a la que se suponía debía mantener prisionera. Si uno de los dos se merecía más vivir, esa era mi mejor amiga y no él.

No lo dudé más y llevé el cuchillo a su pecho. Devin quería una muerte lenta. Debería desangrar al guardia. Esa era la muerte más lenta que se me ocurría con lo que tenía disponible.

Él luchó cuando le efectué el primer corte, pero no podía escapar. Quería gritar, pero la mordaza impedía que sus intentos de grito fueran oídos. Estaba perdido.

Seguí cortando su cuerpo, con grandes lágrimas en mis ojos y mi estómago cada vez más revuelto mientras lo hacía. Ríos de sangre corrían por su piel y se desparramaban en el suelo, y cuando pensé que había realizado ya demasiados cortes, tomé la copa y la puse al costado de su cuerpo, en un lugar donde caía una gran cantidad de sangre, porque le había cortado una arteria, y la llené por completo sin dificultad.

Me quedé parada al lado de él por un rato, esperando un indicio de que había muerto. Su respiración ya se había aminorado, y poco a poco su flujo de sangre iba disminuyendo. En cualquier momento, estaría acabado. Mis ropas estaban también llenas de sangre. No sabía cómo lo explicaría si alguien me veía así.

En un momento, al tomar verdadera consciencia de las implicaciones de lo que había hecho, mi estómago no puedo más, y comencé a vomitar en el suelo, varias veces, mientras un amargo llanto me invadía por completo. Quedé sentada en el pasillo una vez que no tuve más nada en el estómago para devolver, con la copa de sangre a mi lado, abrazándome a mis rodillas, evitando mirar el cuerpo inmóvil y ensangrentado del guardia.

No pasaron ni diez minutos cuando escuché un aplauso a unos pasos de mí.

—Muy bien, Celeste. Así se hace —dijo Devin con una sonrisa malévola y los ojos más brillosos que nunca. Y yo, ahora más que nunca, deseaba acabar con esa abominable criatura del mal. Si hubiera tenido la forma, lo hubiera hecho. No podía sentirme peor. Era la peor basura del mundo… por su culpa.

Devin tomó la copa y comenzó a beber de ella hasta finalizarla.

—Sangre derramada por una humana virgen e inocente… mmm… exquisita —dijo, lamiéndose los labios—. Ahora, levántate y vuelve a tu celda.

Sí, había sido demasiado pensar que él ahora tal vez me dejaría ir. Me levanté teniendo que realizar un gran esfuerzo y caminé hasta mi celda, viendo como la puerta se cerraba detrás de mí.

—Hasta mañana, Celeste —se despidió Devin, antes de desaparecer. Eran las tres de la mañana en punto.

Me quité las ropas ensangrentadas y las oculté bajo el colchón, sin saber qué hacer con ellas. Me lavé lo mejor que pude con el agua del lavabo, y me puse ropas limpias antes de derrumbarme nuevamente en mi cama a llorar amargamente, como nunca había llorado, prometiéndome a mí misma que el demonio sufriría muchísimo cuando se me diese la oportunidad de acabar con él. Encontraría la forma de matarlo aunque fuera lo último que hiciera en esta vida.

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