Zero Hour ➳ Jeongcheol

By snowcoups

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"El equipo SILVER de los P.L.E.D.I.S. (Police of Laboratory Equipments with Defense and International Service... More

Prólogo
«Capítulo 1»
«Capítulo 2»
«Capítulo 3»
«Capítulo 4»
«Capítulo 5»
«Capítulo 6»
«Capítulo 7»
«Capítulo 8»
«Capítulo 9»
«Capítulo 11»
«Capítulo 12»
«Capítulo 13»
«Capítulo 14»
«Capítulo 15»
«Capítulo 16»
«Capítulo Final»
Epílogo

«Capítulo 10»

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By snowcoups


Cruzaron por la puerta del norte y se encontraron bajo el fresco aire nocturno. Seungcheol sintió un auténtico alivio y respiró profundamente. Hasta ese momento no se había dado cuenta de lo mucho que temía que no fueran capaces de salir del complejo de la corporación HANA. Por desgracia, vio en seguida que aún no habían escapado, al menos no exactamente.

La puerta del observatorio se abría hacia un paseo largo y estrecho que iba directo hasta otro edificio, a unos cincuenta metros. A ambos lados del paseo había agua, algún tipo de embalse o lago que lindaba con el lado este del complejo. Se alejaron del observatorio. Luego se volvieron para mirar dónde habían estado y se pasaron unos minutos intentando averiguar cuál era su situación en relación con el vestíbulo y las salas que habían visitado. Era una tarea imposible.

Seungcheol nunca había tenido mucho sentido de la orientación y, al parecer, Jeonghan tampoco. Finalmente se rindieron y dirigieron su atención hacia el alto edificio de aspecto inquietante que se alzaba al otro extremo del sendero. Caminaron hacia allí. Seungcheol seguía respirando grandes bocanadas de aire dulce y húmedo. Era tarde, probablemente faltaba poco para el amanecer, pero no había ningún cielo por el que juzgar, sólo un gran manto de nubarrones grises cargados de lluvia.

—¿Dónde crees que estamos? —preguntó.

—Ni idea —respondió Jeonghan—. Espero que en alguna parte haya un teléfono.

—Y una cocina —añadió Seungcheol. Estaba muerto de hambre.

—Ojalá —exclamó el rubio con tono anhelante—. Cargada de pizza y helado.

—¿Pepperoni?

—Hawaiana. Y helado de menta con chispas de chocolate.

—Ew —protestó el mayor, haciendo una mueca. Estaba disfrutando de la conversación. No habían tenido mucho tiempo para conocerse, aunque sentía que algo los unía, una conexión distinta y agradable—. Y probablemente también te gustará la comida roja.

—¿Comida roja?

—Sí, ya sabes. Ese color rojo antinatural. Lo ponen en el ramen, en el kimchi, los pasteles de arroz, hasta en la sopa...

Jeonghan sonrió de medio lado.

—Me has pillado. Me encanta ese picante artificial de porquería.

Seungcheol puso los ojos en blanco.

—Adolescentes... Porque eres un adolescente, ¿no?

—De hecho, tengo 20 —respondió el rubio, en un tono ligeramente defensivo. Antes de que el mayor le pudiera preguntar cómo había llegado a los P.L.E.D.I.S a su edad, añadió—: Soy uno de esos niños prodigio, licenciado y todo eso. ¿Y tú qué edad tienes, abuelo? ¿Treinta?

Le tocó el turno a Seungcheol de ponerse ligeramente a la defensiva.

—Veinticinco.

Jeonghan rió.

—¡Vaya, qué vejestorio! Déjame que te traiga la silla de ruedas.

—¡Calla ya! —le replicó Seungcheol sonriendo.

—¡He dicho que dejes que te traiga la silla de ruedas! —fingió gritar, burlándose.

Seungcheol no pudo evitar reír. Aquel rubio parecía tener un gran sentido del humor, tomando en cuenta que podía bromear en una situación tan peligrosa como la que vivían ahora. Cuando se sorprendió a sí mismo admirando su belleza y las bellas líneas de expresión que Jeonghan mostraba al reír, cayó en cuenta de que estaba perdido. Todo de él le atraía, sin dudas.

Camino unos pasos hacia Jeonghan con lentitud, y el corazón le comenzó a latir de sobremanera cuando notó que el rubio ya se había dado cuenta de su cercanía, dejando de reír. Un sentimiento casi olvidado se plantó en el pecho del pelinegro debido al rubor carmesí que empezó a crecer en las mejillas contrarias. Cuando finalmente estuvo frente al menor, Seungcheol acercó su rostro hacia aquellos dulces labios que se mantenían fruncidos por los nervios. Jeonghan había cerrado los ojos, por lo que el mayor no dudó un segundo más. Le hubiera dado un beso en ese mismo momento, pero algo terrible llamó su atención.

En frente de una pequeña caseta de guardia a la derecha de un sendero, había un cuerpo, tendido en el suelo.

"Parte de un cuerpo" pensó Seungcheol, y su buen humor se evaporó en un segundo mientras detenía cualquier acción, incapaz de no mirar.

Por su parte, Jeonghan abrió los ojos cuando el beso se tardó en llegar, y solo se encontró con la mirada seria de Seungcheol. Rápidamente, y aún avergonzado, se giró para seguirle la vista al mayor y saber qué es lo que lo había alarmado tanto.

El cuerpo que vieron yacía boca abajo y le faltaban las piernas y un brazo, lo que hacía que el cadáver pareciera estar hundido en el espeso charco de sangre que lo rodeaba.

No volvieron a hablar hasta que llegaron al edificio; el recordatorio de la tragedia que había ocurrido allí los había serenado. Era imposible tenerla presente en todo momento; pensar constantemente en el horror del brote viral haría que les fuera demasiado difícil funcionar, y reírse de vez en cuando proporcionaba una válvula de escape importante, incluso necesaria, para seguir manteniendo la cordura, pero el amor era algo que no se podían permitir, al menos no por ahora. Por otro lado, si podías mirar el cuerpo de un hombre muerto y seguir riendo o besar a alguien, entonces la salud mental se convertía en algo por lo que preocuparte de una forma totalmente diferente.

Llegaron al desconocido edificio y aflojaron el paso para estudiar su trazado. Había pequeños senderos que partían del paseo principal, justo frente al edificio, flanqueados de flores y árboles que hacía tiempo que se habían secado. Los senderos desaparecían tras setos mal cortados. Quedaban unas cuantas farolas sin romper, pero sólo conseguían que las sombras fueran aún más oscuras. No era el entorno más atractivo, pero Seungcheol no vio ningún zombie u hombres sanguijuelas, por lo que le pareció mucho mejor que el edificio anterior.

Unos amplios escalones daban a una puerta de dos hojas. Seungcheol se quedó vigilando los sombríos senderos mientras Jeonghan subía hasta la puerta y trataba de abrirla.

—Está cerrada con llave —informó.

—Lo que faltaba —exclamó Seungcheol, y siguió al menor hasta arriba. Intentó abrir la puerta también y decidió que la madera era fuerte, pero la cerradura no tanto—. Ponte a un lado, Jeonghan.

Cuando el menor se puso a un lado, Seungcheol bajó su centro de gravedad y le dio una fuerte patada a la cerradura, luego otra. A la tercera, oyeron cómo se astillaba la madera, y a la quinta la puerta se abrió de golpe y la barata cerradura de metal saltó por los aires. Ambos atravesaron el umbral y miraron hacia el interior. Después de todo por lo que habían pasado, Seungcheol pensaba que ya nada lo sorprendería, pero se equivocaba.

Era una iglesia, y tan ornamentada como cualquier otra que hubiese visto, desde la vidriera en lo alto de la pared tras el altar hasta los brillantes bancos de madera. Y también estaba destrozada; al menos la mitad de los bancos estaban volcados, y sólo se podía ver gracias a un enorme agujero en el techo, no lejos de donde se hallaban.

—Mira el altar —susurró Jeonghan.

Seungcheol asintió con la cabeza. No tanto el altar como lo que había a su alrededor. Sobre la plataforma en la parte delantera de la iglesia había cientos de velas consumidas, estatuas religiosas derribadas y grandes ramos de flores muertas. Resultaba escalofriante.

—A mí ya me vale largarnos de aquí —dijo Seungcheol, y alzó la voz ligeramente al darse cuenta de que también estaba susurrando—. Podríamos inspeccionar el jardín y ver a dónde van a parar esos senderos.

Jeonghan asintió y dio un paso atrás. Y entonces algo enorme y negro descendió hacia ellos desde el techo abovedado, algo que lanzaba un chillido increíblemente agudo, que revoloteaba, planeaba y agitaba unas enormes alas polvorientas.

El tiempo pareció pasar a cámara lenta, lo suficiente para que Seungcheol pudiera verlo claramente. Era alguna especie de murciélago, pero mucho, muchísimo más grande que los normales. La cosa tenía, como mínimo, la envergadura de un cóndor.

En el último instante, el bicho se elevó y voló como enloquecido hacia la oscuridad de lo alto, pero ya se había acercado lo suficiente como para que una oleada de su pútrido aliento los alcanzara.

Seungcheol agarró a Jeonghan con un brazo y cogió los pomos rotos de la puerta con el otro. Cerró la puerta como pudo, deseando no haberla forzado, y se dio cuenta al instante de que no importaba. Podían oír al gigantesco murciélago atravesar el agujero del techo, podían oír sus enormes garras despellejadas arañando las tejas.

—¡Vamos! —gritó Seungcheol.

Bajaron los escalones corriendo, y Jeonghan torció hacia la derecha seguido del mayor. Hacia ese lado parecía haber más protección; parte del sendero que circundaba la casa estaba cubierto. Giraba bruscamente dos veces, y en esos puntos quedaba oculto por setos y plantas descuidadas.

Jeonghan era rápido, pero Seungcheol no le iba a la zaga, muy motivado por la imagen de unas alas correosas envolviéndolo y unas garras rasgándole la carne...

—¡Allí! —Jeonghan aminoró la marcha y señaló en una dirección.

A la derecha del camino, un poco más adelante, había lo que parecía ser un ascensor situado junto a la pared de la iglesia. Seungcheol no estaba seguro de si sería lo mejor, pero podía oír claramente el golpeteo de las alas en algún punto sobre su cabeza y el agudo chillido del murciélago en busca de una presa. Siguió a Jeonghan hasta el ascensor, agradeciendo en silencio que las puertas se abrieran al tocarlas.

Era pequeño, casi no había sitio para los dos. Se empotraron dentro y vieron que sólo iba hacia abajo.

"Mejor así"

Seungcheol no tenía ningunas ganas de visitar el campanario de la iglesia para ver si el murciélago loco tenía algún pariente cercano.

Jeonghan apretó el botón para cerrar las puertas. Justo antes de que se cerraran, un zombie trastabilló hacia ellos desde ninguna parte, una mujer que extendía unos dedos desollados hasta mostrar el hueso. Gimió, enseñando unos dientes negros, y entonces las puertas se cerraron, apartando las manos de la zombie y el chillido de alta frecuencia del murciélago infectado.

Ambos se dejaron caer contra las paredes del pequeño ascensor. Oían los gritos hambrientos de la zombie a través de las puertas, el chirriante arañazo del hueso de sus dedos contra el metal. En unos segundos, a sus gemidos graves y ásperos se le sumaron otros, y luego unos terceros, todos gimoteando de ansia y frustración.

Tenían dos opciones, Bl o B2. Seungcheol miró a Jeonghan, y éste negó con la cabeza, pálido. Afuera, los zombies seguían arañando las puertas. Seungcheol apretó el Bl. El ascensor no se movió.

—Bien. Pues que sea B2 —dijo Seungcheol, y confió en que no se hubieran quedado atrapados.

Apretó el botón. El ascensor dio una ligera sacudida y comenzó a descender suavemente. Seungcheol puso en frente de Jeonghan, preparó la escopeta y confió en que las puertas no estuvieran a punto de abrirse ante una horda de criaturas infectadas, ansiosas por una cena tardía.

Las puertas se deslizaron sin hacer ruido y dejaron a la vista un corredor cubierto de escombros, pero deshabitado. Seungcheol volvió a apretar el botón de B1 esperando encontrar otra opción, pero ni siquiera se cerraron las puertas del ascensor. Al parecer, podían elegir entre volver con el murciélago y los zombies o explorar el segundo nivel del sótano. Seungcheol optó por la exploración.

Salió cautelosamente, con Jeonghan a su espalda. Como en la mansión del centro de formación, la decoración y la arquitectura eran refinadas y probablemente de gran valor. El suelo era de mármol, cascado en algunos puntos pero pulido hasta brillar; en el pasillo se alineaban elegantes columnas de apoyo, y las entradas eran altas y arqueadas. A su izquierda había una escalera que ascendía, obstruida por tozos de roca y fragmentos de mampostería. Otra puerta se encontraba un poco más adelante, justo donde el corredor torcía abruptamente hacia la derecha.

Se detuvieron ante la escalera, pero era inútil, los escombros se apilaban hasta el techo. Si querían regresar arriba, tendría que ser con el ascensor. Pero de momento, Seungcheol no quería volver arriba. Parecía que el continuo aluvión de criaturas desagradables, peligrosas y espantosas no iba a acabar nunca, y estaba más que dispuesto a tomarse un respiro.

—Los que estén a favor de no más monstruos... —dijo el mayor en voz baja.

—Me apunto —contestó Jeonghan con un tono igualmente bajo.

El rubio le lanzó una sonrisa, pero pareció forzada. Seungcheol podía notar que se encontraba bastante asustado.

Empezaron a recorrer el pasillo, aplastando escombros con las botas al avanzar. Jeonghan se quedó junto a la primera puerta mientras Seungcheol inspeccionaba el resto del corredor. Había otra puerta, con un cierre de combinación, y una posible tercera puerta. Seungcheol no estaba seguro, parecía como si el corredor simplemente acabara de pronto ante una pared azul, pero había en ella una especie de elaborada hornacina. Dos estatuas puestas de frente recortaban un perfil de alguien que se parecía mucho al doctor Awaji. No había ninguna cerradura, pero debajo del busto localizó una depresión del tamaño del puño de un niño, como si faltara una pieza.

"Fantástico. Más cerraduras con truco" pensó Seungcheol, fastidiado, mientras regresaba a donde se hallaba Jeonghan.

"¿Qué les pasaba a esta gente?
Si tenían que ser tan listos, ¿por qué no se quedaban con los crucigramas?"

Por suerte, la primera puerta no estaba cerrada. Entraron y se encontraron en otra elegante y descuidada habitación, cubierta de estanterías con libros. Una manchada alfombra oriental cubría el suelo de la primera parte del cuarto. La sala tenía más o menos la forma de una U. Varias lámparas estaban encendidas, lo que la convertía en la habitación más iluminada de las que habían entrado en toda la noche. Además de los estantes, había varias mesas bajas y un pequeño escritorio con una antigua máquina de escribir. Seungcheol se acercó a la mesa más cercana y cogió un trozo de papel.

—«No creo que haya problemas, pero he tomado precauciones —leyó—. Para esconder una hoja, ponla en el bosque. Para esconder una llave, haz que parezca una hoja»

—Bueno, eso lo aclara todo —se burló Jeonghan, y el mayor asintió con un gesto.

"Insisto, ¿qué le pasaba a esta gente?"

El rubio miró por las estanterías mientras Seungcheol recorría la sala. Se fijó en un gran agujero que había en el techo. Estaba alto, pero usando una de las mesas...

—La mayoría son de biología —comentó Jeonghan—. Mamíferos, insectos, anfibios...

—Ven a ver esto —dijo Seungcheol.

Mientras Jeonghan giraba la esquina, el mayor cogió la mesa más cercana y la empujó bajo el agujero. No era suficiente.

—Podría subir yo —propuso Jeonghan—. Echar una ojeada y encontrar una cuerda o algo para que puedas subir.

Seungcheol frunció el entrecejo.

—No sé. La última vez que fuiste a mirar...

—Sí —repuso Jeonghan, pero su expresión era firme.

Estaba dispuesto a ir, incluso ansioso por intentarlo, y tenían que hacer algo. Seungcheol se subió a la mesa y entrelazó los dedos para ayudarlo. El rubio subió después, puso el pie derecho entre las manos del otro y una mano sobre su hombro. Era ligero como una pluma; probablemente Seungcheol podría inmovilizar a dos como él sin demasiado esfuerzo.

Lo subió con facilidad y Jeonghan desapareció de su vista a través del agujero. Un segundo después, se asomó por él.

—Parece tranquilo, pero está oscuro —informó—. Tiene pinta de laboratorio, hay muchos estantes y un par de escritorios. Déjame ver qué encuentro.

Volvió a desaparecer. Seungcheol esperó, mirando hacia el agujero en todo momento y recordándose que Jeonghan sabía cómo arreglárselas solo. Ya había demostrado tener más fortaleza y capacidad que muchos soldados veteranos que había conocido, y si había algún problema, sólo tendría que saltar y él lo atraparía. No había nada de que preocuparse.

Jeonghan lanzó un grito corto y agudo, y la sangre de Seungcheol se le heló en las venas.

—¡Jeonghan! —gritó, con la mirada clavada en el negro agujero del techo.

Parecía un laboratorio, un laboratorio que se hubiera usado intermitentemente durante la última década y que no se hubiera limpiado en todo ese tiempo. Había una gruesa capa de polvo sobre el suelo y los estantes, pero en algún momento se habían movido cosas y habían dejado marcas. Eran señales detrás de las sillas, huellas de dedos en botellas de especímenes. Jeonghan echó una rápidamirada a lo que lo rodeaba y luego se inclinó sobre el agujero. La expresión de Seungcheol era tensa, expectante, y muy preocupada.

Su corazón se puso cálido al instante.

—Parece tranquilo, pero está oscuro. Tiene pinta de laboratorio, hay muchos estantes y un par de escritorios. Déjame ver qué encuentro.

Se volvió y recorrió de nuevo la sala con la mirada. Notó que era más grande de lo que había pensado, parte de ella quedaba oculta tras una gran estantería que dividía el área en dos. No lo hubiera notado de no ser por una lucecita azulada y pálida que parecía emanar de la sección oculta. Con la nueve milímetros en la mano, pasó al otro lado y... lanzó un grito.

Casi estuvo a punto de disparar al monstruo radiante que flotaba, en el interior de un tubo frente a él antes dedarse cuenta de que no estaba vivo.

—¡Jeonghan!

—¡Estoy bien! —contestó, contemplando la espeluznante criatura—. Me he llevado una sorpresa, eso es todo. Estoy bien.

Se acercó al espécimen de tamaño humano que flotaba en el tubo lleno de un líquido claro e iluminado por dentro. En realidad habían cuatro de esos tubos, todos en fila, y cada uno contenía un horror ligeramente diferente. Las cosas de dentro habían sido humanas alguna vez, pero habían sufrido alteraciones quirúrgicas y seguramente las habrían infectado con el virus.

Intentó pensar en alguna descripción para darle a Seungcheol, pero eso no se podía describir.

Miembros horriblemente deformados colgaban de torsos musculosos y apedazados; los rostros casi irreconocibles mostraban terribles expresiones de angustia y deseos de sangre. Eran horripilantes.

Más allá de las filas de monstruosidades humanoides había una vitrina de especímenes llena de tubos mucho más pequeños. Jeonghan se inclinó y vio que dentro de cada tubo había una sanguijuela. Hizo una mueca de asco y estaba apunto de alejarse cuando se fijó en que uno de los tubos era diferente. La sanguijuela de dentro era... No era una sanguijuela.

Se acercó a la polvorienta puerta de vidrio, sacó el tubo diferente y lo alzó para que le diera la tenue luz. El tapón del tubo estaba pegado o soldado, y la cosa de dentro tenía forma de sanguijuela, pero estaba esculpida o tallada, y era de un intenso azul cobalto.

"¿Por qué alguien haría una falsa sanguijuela y luego la pondría...?"

Parpadeó al recordar el trozo de papel que Seungcheol había leído: «Para esconder una hoja, ponla en el bosque. Para esconder una llave...»

Jeonghan volvió al agujero y levantó el tubo para que lo viera Seungcheol.

—Creo que he encontrado la llave hoja —dijo, y se lo lanzó—. O supongo que debería decir la llave sanguijuela.

Seungcheol atrapó el tubo y lo observó.

—Estoy seguro de que encajará en una de esas puertas. Baja y vamos a verlo.

—El tapón no sale, creo que... —se detuvo al ver a Seungcheol tirar el tubo al suelo junto a la mesa.

El mayor le sonrió, y luego aplastó el tubo con su bota. El vidrio crujió, y un segundo después, Seungcheol tenía la talla en la mano.

—Resuelto —dijo—. Ven.

Jeonghan se mordisqueó el labio inferior y saltó hacia los brazos de Seungcheol, quien lo atrapó con seguridad y en seguida, se dirigieron al laboratorio.

Mientras miraba por el suelo, Jeonghan se rascaba la nuca. Había montones de archivadores y papeles por todas partes.

—Ve a probar la llave tú. Yo voy a ver si encuentro otro mapa.

Seungcheol frunció el entrecejo.

—¿Estás seguro?

—¿Tienes miedo de ir solo? —preguntó el menor, sonriendo ligeramente.

—No quiero ir sin ti —corrigió el pelinegro, devolviéndole la sonrisa. Cuando Jeonghan soltó una carcajada, suspiró—. De acuerdo. Volveré en un minuto. No te vayas muy lejos. Si necesitas algo, llámame.

Jeonghan le dio unos toquecitos a la radio.

—Ningún problema.

Seungcheol lo observó durante un instante más y luego se alejó. Jeonghan contempló el laboratorio de nuevo y se fijó en el mayor de los dos escritorios de la sala.

—Bueno, doctor Awaji, veamos si nos has dejado algo que nos sirva —dijo, y se acercó al escritorio sin saber que lo estaban observando muy, muy atentamente, mientras cogía una hoja de papel y comenzaba a leer.

—¡Esto no puede ser!

El joven apretó los puños, furioso. Los niños intentaron calmarlo, subiéndosele hasta los hombros, pero él apartó las sanguijuelas sin hacerles caso.

Jeonghan estaba leyendo las notas personales del doctor Awaji. Había encontrado el amuleto que llevaba al santuario interior del doctor y se lo había dado a Seungcheol. Todo lo que tenían que hacer era coger el teleférico, abrir una o dos cerraduras y estarían fuera de allí. Pero parecía que no querían dejar en paz la memoria del doctor Awaji, que tenían que violar las pocas cosas privadas que había dejado atrás.

—A no ser que los detengamos —dijo a los niños, mientras contemplaba cómo Seungcheol usaba la pequeña talla para abrir las habitaciones del doctor Awaji y Jeonghan removía sin ningún cuidado sus papeles privados.

Observar a esos dos había sido una divertida distracción, pero se había acabado. El mundo tendría que enterarse de la verdad sobre la corporación HANA sin ellos.

Era hora de enviar a los niños a jugar.

¡Gracias por leer!

Si tienen alguna duda, no duden en consultarme

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