Las crónicas de Dragon Fangs

By ROXESCRIBE

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Seis aventureros son contratados por una poderosa organización para una crucial misión de rescate. Los mercen... More

1. Un sueño y una prueba
2. El caballero plateado
3. Un equipo
4. Sombras en la noche
5. Magia o espadas
6. Una sonrisa muy dulce
7. Garras pluma y pelo
9. El secreto de la cabaña
10. Nada es lo que parece
11. El Concejo de Xolaris
12. Se busca vivo o muerto
13. La misión
14. El viaje

8. Un buen truco

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By ROXESCRIBE

El sol había dejado de ser una bola incandescente en el cenit y se acomodaba poco a poco detrás de ellos, pronto empezaría su descenso final, y Lilen no podía estar más agradecida.

El día había transcurrido con lentitud, y aunque el resto del equipo no compartiera el sentimiento, ella estaba más que dichosa de darle la bienvenida a la noche. Con cada segundo que pasaba sus ojos se agudizaban más, cada borde se hacía más claro, cada pequeño detalle adquiría definición. La tensión que su cuerpo había acumulado desde que salieran de la posada empezaba a deshacerse.

Fräey y ella se acercaron al límite en el que los árboles terminaban de forma abrupta para darle espacio al claro. Los varones se quedaron atrás en un intento de no delatar su avance, incapaces de igualar su ligereza de pasos. Ellas se acomodaron silenciosamente y observaron por un rato la cabaña de roca que se sentaba en el centro del amplio claro.

Era pequeña, apenas tendría una o dos habitaciones. No salía humo de la chimenea, y las ventanas estaban selladas con tablones de madera. A un lado de la edificación, un pozo en aparente desuso completaba la escena.

No podía escuchar nada además de los sonidos propios del bosque.

Miró a la chica a su lado, que respondió negando la cabeza antes de empezar a volver con el resto. La siguió.

—Está abandonada —declaró la medio elfo.

—¿Qué tan seguras están de eso? —preguntó Dantalion.

—Muy seguras —contestó Lilen—. No se ve ni se escucha nada. Las ventanas están tapiadas.

—Entonces avanzamos a buscar pistas —el paladín empezó a andar.

Dantalion lo detuvo con un gesto.

—Podría ser una ilusión —dijo—. Muchos magos esconden sus guaridas con una apariencia distinta para despistar visitantes indeseados. Lo más seguro es que sólo podamos ver la apariencia real cuando nos acerquemos, pero eso nos pondría en evidencia, y desventaja.

El sol aún no estaba tras ellos, entre las escamas plateadas, las armaduras y el ruido, cualquiera que vigilara vería a los dragonborn o al humano tan pronto pusieran un pie en el claro. Si alguien iba a acercarse y tratar de pasar desapercibido debía ser ella misma... O quizás la medio elfo.

—No tenemos que ir todos —dijo la chica antes de que Lilen pudiera hablar—. Yo podría acercarme con cuidado, echar un vistazo y volver. Ustedes pueden cubrirme desde aquí.

—Esa es una mala idea —replicó Animam cruzándose de brazos—. Es muy arriesgado, no deberíamos separarnos. Si eres vista van a acribillarte antes de que ninguno de nosotros pueda hacer algo.

—Por favor —bufó ella impaciente—. No hay nada allí.

—No estamos seguros, es un claro. Te verían de inmediato —dijo Tálandar—. Vas a hacerte matar, niña, pero el problema real es que vas a arruinar nuestro factor sorpresa.

—Yo no...

—Es lo más estúpido que he escuchado.

La medio elfo entrecerró los ojos, pero en lugar de contestar negó con la cabeza y se apartó sin decir una palabra. El otro dragonborn fue tras ella.

—¿Qué sugiere que hagamos entonces, señor Glämdring? —le preguntó Lilen despacio—. Con todo respeto, creo que subestima la gravedad de que terminemos acribillados cuando todos caminemos directo a una trampa.

—Lilen tiene razón —dijo el mago, mirando a la elfo de reojo—. Si hay una ilusión, puede que esta gente sea más peligrosa de lo que pensábamos, y caer en una emboscada sin saber en lo que nos metemos sería la peor situación.

—Necesitamos saber si en verdad hay algún tipo de ilusión, y no tiene sentido arriesgar al equipo entero para lograrlo. Ninguno de ustedes tres puede pasar desapercibido bajo el sol, ni moverse de forma sigilosa, y me imagino que no desean esperar a que caiga la noche.

—Yo podría esperar sin problemas —replicó Tálandar.

—No, no podemos esperar la noche —dijo el hombre, dedicándole al otro una mirada con el ceño fruncido—. Sería más seguro acercarnos, pero es mejor que sepamos a qué nos enfrentamos antes de que llegue el momento de decidir cómo y dónde vamos a pasar la noche.

»Que vaya una de ellas.

Lilen asintió.

—A menos que usted tenga una idea mucho mejor —miró al dragonborn a los ojos.

Él guardó silencio por unos momentos y después le dirigió una sonrisa.

—Pues ahora que lo pones así, de hecho creo que sí tengo una mejor idea —dijo—. Sólo necesito unos momentos para hacer un hechizo.

Lilen y el humano se miraron por un momento, ignorando el destello de emoción que brilló en los ojos del tiefling ante la propuesta del otro.

—¿Seguro que es una mejor idea? —masculló el hombre cruzándose de brazos.

—Te doy mi palabra.

—Está bien, brujo, pero más te vale que valga la pena —advirtió él.

Lilen se acercó de nuevo al borde del claro, sólo para asegurarse de que nada los tomaba por sorpresa, mientras Tálandar se hacía un lugar al pie de un árbol enorme, y sacaba objetos varios de su bolsa ante la atenta mirada de Dantalion, que le interrumpía cada dos segundos con preguntas y observaciones que anotaba con pluma veloz en uno de sus enormes libro.

Varios metros detrás del brujo, el otro dragonborn hablaba quedo con la chica. Lilen sólo podía ver su espalda, y la cadencia del movimiento sutil de sus brazos cuando hacía gestos al hablar. Fräey lo miraba atentamente, aún con los brazos cruzados pero un semblante mucho menos agrio, asentía y de vez en cuando respondía un par de palabras escuetas. Por un momento, desvió la mirada más allá de la enorme forma de su interlocutor y vio a Lilen a los ojos antes de volver a mirar al dragonborn.

La elfo regresó su atención al claro, que permanecía igual de inamovible, y la otra se acomodó en silencio a su lado poco después.

—¿Qué está haciendo? —le preguntó haciendo un gesto hacia el brujo.

—No estoy segura. Dijo que tiene un hechizo que nos ayudará.

—Qué ridículo —negó con la cabeza—. Eso nos va a delatar.

Se refería a los delgados hilos de humo que se desprendían del pequeño brasero que había encendido. El olor del incienso llegaba hasta ellas, y probablemente empezara a entrar al claro.

—No hay nadie con quien delatarnos —dijo Lilen, mirando de regreso a su compañera de vigilia—. Tú y yo sabemos que no hay nadie allí.

»Déjalo que haga lo que le plazca. Se dará cuenta al final de que está desperdiciando sus recursos y nuestro tiempo. Con suerte eso hará que escuche mejor a la próxima.

La mestiza bufó, le respondió con una mirada de desdén y volvió su atención al claro.

Lilen no dijo más, era demasiado mayor para tomar ofensa con su repelencia. Podía entender su frustración, aunque de una forma foránea y abstracta, la bravuconería que no alcanzaba para disimular el deseo por no ser subestimada, un anhelo de respeto que casi parecía vibrar fuera de ella.

Era muy joven para comprender aún que es imposible impresionar a aquellos que están tan llenos de sí mismos que no hay espacio dentro de ellos para nadie más; pero tendría largos años, muchos más que ninguno de ellos, y entendería que el respeto es algo que se encuentra al honrar a los demás, y que la única forma de honrar a aquellos como el brujo, es hacerse a un lado y permitirles cometer los errores que con tanto anhelo persiguen en su arrogancia. 

Lilen no la juzgaba por no saber la lección, porque en sus maneras y forma de conducirse era evidente que había pasado quizás su vida entera entre hombres, pero aprendería esa paciencia tarde o temprano, así como Lilen lo había hecho, porque aunque quisiera pretender que no eran lo mismo, la sangre de los eladrin corría por las venas de ambas, el kólema era el legado de su pueblo, su credo, que les había hecho perdurar por todas las edades, bendecidos con la lentitud de la parsimonia mientras tantas otras vidas no eran más que un parpadeo, fuera que vivieran en la oscuridad más profunda, o en brillantes torres de perla y marfil.

Pero hasta que aprendiera, seguiría envenenándose con su enfado.

—Pero qué demonios... —la voz de Animam les hizo volver la atención.

El dragonborn estaba sentado de piernas cruzadas, con los ojos en blanco, y repitiendo palabras en un lenguaje incomprensible pero con vocablos que a ella se le hacían familiares, en medio de un trance que parecía profundo, igual que llevaba haciendo los últimos diez minutos, pero el humo del incienso había dejado de elevarse en espirales hacia la copa de los árboles, y en su lugar había hecho una nube turbia a su alrededor a través de la que apenas alcanzaban a ver su figura.

—Interesante —dijo Lilen. Recordaba haber visto a una de las sacerdotisas rebeldes realizar un hechizo parecido en secreto, tratando de entrar en comunión más profunda con uno de los dioses prohibidos, pero nunca supo cómo había terminado. Su madre había tenido demasiado miedo de dejarla ver, de que intentara replicar lo que hacían.

Una porción de la nube se separó del resto y formó un pequeño torbellino que se aquietó como un pequeño estanque, que empezó a compactarse y tomar una forma sólida, y unos momentos después la voluta de humo tomó la forma de un animalito pequeño, quizás con rabo, que empezó a dar vueltas alrededor del dragonborn sobre el esbozo de cuatro patas, como si de un cachorro curioso se tratara, dándole a su dueño la bienvenida a casa.

La figurilla se hacía más y más sólida mientras todos ellos la miraban atentos, y pronto se dejó notar que además de las cuatro patas y el rabo, un par de alas estaban plegadas sobre su lomo. El brujo dejó de hablar y el humo empezó a disiparse de inmediato, dejando al descubierto al dragonborn y, como si siempre hubiera estado ahí, a un pequeño acompañante.

Lo que saltó al regazo de Tálandar meneando la cola en satisfacción fue una cosa pequeña, del tamaño de un gato, pero cubierto de escamas plateadas como las de su amo y con un rostro decididamente dracónico.

—¿Qué es eso? —preguntó Animam.

—Conozcan a Bladeric —respondió el dragonborn con una sonrisa de oreja a oreja mientras se ponía de pie, la pequeña criatura se apresuró a buscar lugar sobre su hombro.

—¿Es un dragón bebé? —preguntó Amahrot acercándose.

—No. Los dragones bebé son del tamaño de personas —respondió Dantalion, cuyos ojos seguían absortos cada movimiento de la criaturilla, aunque su mano siguiera moviéndose veloz sobre las páginas de su libro—. Y no pueden ser conjurados de forma alguna.

—Es un dragoncillo —explicó Tálandar—. Aunque esa es sólo su forma, y pude haber elegido otra. En realidad es un espíritu de otro plano, un pequeño ayudante.

—Tengo que aprender a hacer eso —Dantalion empezó a juguetear con el animalito, completamente embelesado.

Fräey negó con la cabeza y robó un vistazo al claro antes de dirigirse al brujo.

—Bonito truco —dijo—. ¿Piensas hacer algo con él o vamos a pasar la noche esperando que salga algo de la casa vacía?

—No comas ansias —contestó él acercándose a ellas—. Lo mandaré ahí y hará el trabajo mucho mejor de lo que alguna de ustedes dos hubiera podido.

—¿Es lo suficientemente inteligente para saber lo que debe hacer? —preguntó Lilen. Estiró una mano, incapaz de resistir la curiosidad, y acarició la cabeza del animalito, que se frotó contra ella y soltó un pequeño gorjeo. Las escamas eran lisas, brillantes, y sorprendentemente sólidas bajo su tacto, no era una ilusión, el dragonborn había hecho aparecer algo vivo del humo de un incienso, algo que podía ayudarlos. ¿Qué otra cosa podría conjurar de esa forma?

—Es muy listo, pero también estamos conectados —dijo él—, veo y escucho a través de él, así que será justo lo que necesitamos.

—Maravilloso, envíalo antes de que el sol termine de ocultarse —dijo Animan detrás de ellos. Dantalion y el paladín también se habían acercado y el grupo entero contuvo el aliento mientras el dragoncillo alzaba el vuelo y se adentraba en el claro sin que el brujo le diera señal alguna.

Lo vieron trazar círculos cada vez más cerrados y bajos en el cielo, esperando el momento en el que la prometida trampa mágica se detonara, o Tálandar les dijera que había visto tras el telón de la ilusión, pero nada sucedió.

Bladeric aterrizó en el techo y de allí saltó al alfeizar de una de las ventanas tapiadas, y después de unos segundos se escabulló dentro a través una rendija. Tálandar hizo un gesto molesto unos minutos después.

—¿Qué pasa, qué hay adentro? —preguntó Amahrot.

Tálandar miró a Lilen.

—Parece que tenían razón, está abandonada —dijo frunciendo la boca.

Lilen miró a Fräey con una sonrisa, la otra rodó los ojos y salió al claro por toda respuesta; el resto del equipo la siguió.


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