Dancing with the devil

By ZaynxLiam4ever

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🚨 ESTA HISTORIA NO ME PERTENECE. TODOS LOS CRÉDITOS A @BooDarkness🚨 Sumario: Es 1967 y Liam está harto de... More

Nota
Dancing With The Devil
Prólogo. I/III
Prólogo. II/III
Prólogo. III/III
II. "Dios Te Bendiga."
III. "Mal Personificado."
IV. "Niño favorito".
V. "Ataque al corazón."
VI. "Los Castrati."
VII. "Lengua afilada."
VIII. "Danza con el diablo." PARTE I/II.
VIII. "Danza con el diablo." PARTE II/II.
IX. "Intercambio de almas."
X. "Amar al diablo duele."
XI. "Halloween."
XII. "Confesiones a la medianoche."
XIII. "Fuego interior."
XIV. "El príncipe del inframundo."
XV. "Puro pero culpable."
XVI. "Rompe corazones."
XVII. "A la hora de mi muerte."
XVIII. "Camino al Descenso."
XIX. "Hogar, agridulce hogar."
XX. "La promesa del diablo."
🌹 - 🌹| P A R T E II. |
XXI. "Por Los Buenos Tiempos."
XXII. "Así es cómo se siente."
XXIII. "Que empiece el show."
XXIV. "Nuevo comienzo."
XXV. "Vacío."
XXVI. "Confesiones con el diablo."
XXVII. "Ojo por ojo."
XXVIII. "Consecuencias infernales."
XXIX. "La nueva y la última."
XXX: "El ángel de la muerte". Final I/II
XXX: "El ángel de la muerte". Final II/II
Epílogo. Parte I/II
Epílogo. Parte II/II
Extra I. "El otro lado".
Extra II.
Mis otras historias en @Deanuu
Nota x2

I. "Invocación."

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By ZaynxLiam4ever

Dominique-nique-nique era, simplemente, un pobre caminante que iba cantando. En todos los caminos, en todas partes, solo hablaba del buen Dios. Solo hablaba del buen Dios.

Cierto día, un hereje le arrojó a unas zarzas pero nuestro padre Dominique le convirtió con su alegría.

La francesa y religiosa melodía resonaba en el comedor de aquella enorme y protegida casa. Estaba tan fuerte y se había repetido tantas veces que incluso era bastante pegadiza. Karen y Ruth Payne lavaban los platos entre pequeños tarareos algo desafinados, Geoff Payne bendecía el hogar entre murmullos bajos, y a cualquiera le sorprendería saber que todos los días era lo mismo. Misma rutina, misma protección de Dios, pero diferente bando.

Pues Liam Payne, el menor de la casa, se encontraba encerrado en su habitación del sótano, y mientras todos creían que estaba estudiando o, tal vez orando y repasando la biblia, en realidad se encontraba en el baño de su habitación, con la tina llena de agua caliente, cuatro velas rojas encendidas a su alrededor y a oscuras. Completamente.

Él se encontraba semi desnudo, con su pequeño y corto cuerpo dentro del agua, con su suave y pálida piel ardiendo como el infierno. Su respiración estaba agitada, pero intentaba calmarse mientras llevaba su trasero a la punta de la bañera para poder acostarse y meter su cuerpo debajo del agua.

Lo hizo, pero aún no estaba preparado para hundirse completamente. Dejó de inhalar, soltando el aire lentamente mientras pensaba mentalmente unas palabras.

Eres el rey de las tinieblas, y te entrego mi cuerpo.

Para que elijas mi destino hoy.

Eres el rey de las tinieblas, y te entrego mi vida.

Para que elijas mi destino hoy.

Eres mi rey de las tinieblas, y te entrego mi alma.

Para que elijas mi destino hoy.

Cuando finalizó de decir aquello seis veces, sin siquiera tomar aire nuevamente cerró sus ojos y hundió su cabeza lentamente, soltando unas cuantas burbujas por sus labios mientras sus oídos se tapaban y el ruido del agua se hacía presente.

Intentando resistir ante la falta de aire hizo lo posible para mantenerse en el fondo de la tina, abrió sus ojos entre dolorosos parpadeos, intentando acostumbrarse al leve ardor mientras observaba como las luces de las velas siguen de la misma forma. Su pecho arde, le urge respirar y cuando está a punto de volver a salir nota como las luces se esfuman, dejando todo completamente a oscuras.

Está funcionando.

Sintió su corazón dar un vuelco y burbujas escaparon de su nariz ante el pánico. ¿Realmente está sucediendo? Un cosquilleo se hace presente en su pecho y, luego de contar hasta seis, comienza a dejar el agarre para mantenerse debajo del agua, su cuerpo subiendo un poco más, sin dejarlo pegado al fondo. Tiene que funcionar, tiene que funcionar...

De repente siente como si un cuerpo más caliente que el agua se instalara sobre el suyo, manteniendo su espalda pegada al fondo. No puede ni siquiera arquear ésta, algo o alguien lo está abrazando con fuerza. Liam solloza en seco e intenta quedarse tranquilo, saber que nada puede salir mal ya que está realmente pasando lo que había leído en aquel libro bastante oculto en el lado oscuro de la biblioteca de su pueblo. Se abrazó a éste cuerpo que no lograba ver debido a la oscuridad y se limitó a esperar.

Solo faltaba perder el conocimiento...y estaba bastante cerca.

Aún con sus ojos viendo entre la nubosidad y oscuridad bajo el agua, su mente comienza a nublarse de a poco, sin entender cuales son sus pensamientos y con la desesperación de querer subir a la superficie, pero ese cálido y pesado cuerpo sobre él no se lo permitía para nada.

Iba a morir. Iba a morir. No debió hacerlo.

Cuando ya no lo soportó, incluso antes de inhalar perdió la conciencia. Desgraciadamente y, al parecer, murió.

Liam despertó de una manera lenta en la bañera, su cuerpo estaba adolorido, ardiendo, y se sentía terriblemente mareado. El sonido del agua le dejaba más atontado, su visión se hacía presente poco a poco y, a pesar de la nubosidad, podía notar que fuera del agua había luz.

Un momento...

¿Qué hacía aún bajo el agua?

Se desesperó y, apenas salió del agua tosió lo suficiente, jadeando en una profunda inhalación.

Incluso la primer respiración se volvió extraña.

Era como un malestar en lo profundo de su pecho, como un sentimiento de vértigo todo el tiempo y un pitido en su oído izquierdo que apenas le permitía escuchar con claridad algún otro sonido.

Miró alrededor, notando las velas apagadas y la luz del baño prendida. No comprendía. Se acurrucó unos segundos, abrazando sus piernas y temblando, viendo un punto fijo en el agua, la cual ahora estaba helada. Los pensamientos ya no eran tan inconscientes, ahora estaba recordando qué había sucedido y... ya no quería estar más allí.

Asustado y algo anonadado salió rápidamente de la bañera, intentando procesar lo ocurrido mientras se envolvía en una toalla y caminaba a tropezones fuera del baño. Apenas abrió la puerta del baño alguien golpeaba la puerta de su habitación urgentemente. El pequeño envolvió mejor su cuerpo con la enorme toalla y caminó a paso torpe hasta la puerta, abriéndola.

Su madre lo observó como si acabara de ver al mismísimo diablo. —Jesús. Hijo, ¿qué te pasó? —el rostro de Liam se contrajo ante la sorpresa y vergüenza de tener algo que no se diera cuenta; algo así como un moco. —¿Te sientes bien?

—¿Qué?, ¿qué tengo? —susurró, tocando su propia cara y caminando hasta el espejo de la esquina de su cuarto, observando su reflejo mientras sus ojos mieles se agrandaban un poco más de lo normal y sus pupilas se dilataban debido al susto.

Se veía pálido como una servilleta, con sus labios secos y lo blanco de los ojos levemente irritado. Mordió su labio inferior y estuvo por hablar, pero una terrible sensación de vértigo lo invadió y, gracias a su madre, no cayó al suelo.

—Liam, bebé. —Karen lo sostuvo de la cintura y lo ayudó a caminar hasta la cama, sentándolo y haciendo lo mismo. —¿Te sientes mal? ,¿has comido? —el pequeño de cabello castaño se limitó a asentir mientras su estómago le hacía saber con un leve cosquilleo que se encontraba extremadamente nervioso. Su madre torció la boca mientras le tocaba la frente, suspirando y poniéndose de pie. —Voy a tomarte la temperatura, ponte cómodo.

Cuando salió del cuarto Liam no dudó en acostarse de inmediato, suspirando de alivio al no sentirse tan mareado y metiendo un dedo dentro de su oreja izquierda, intentando destaparla, sin éxito. ¿Siquiera estaba tapada? ¿No se supone que debía de sentir como si estuviera hablando dentro de un balde y no como si alguien gritara en su oído?

A decir verdad, sonaba como si alguien estuviera tocando la cuerda aguda de un irritante violín.

Estaba muy callado y su madre lo notaría si no asimilaba lo que había sucedido: había hecho el ritual de invocación, había visto como las velas se apagaban por sí solas y había sentido el peso muerto de un cuerpo sobre él. Era lo suficientemente inteligente para saber que si aguantas mucho la respiración te desmayas, podría haber inhalado y haberse ahogado. Entonces, si se ahogó, ¿cómo es posible que se haya vuelto a levantar? Eso no sucede seguido a nadie, y aún menos si se ve como si realmente hubiera muerto.

Su madre volvió luego de unos minutos con un termómetro en su mano izquierda. Comenzó a sacudirlo con fuerza y luego lo puso en la axila de su hijo, tocándole los brazos y mejillas, notablemente preocupada.

—¿Mamá?, ¿qué sucede? —Liam preguntó en un débil susurro.

La bonita mujer le dedicó una sonrisa. —Nada, cielo. No creo que tengas fiebre, estás... estás congelado. ¿Seguro que comiste?

—Tu me viste hoy. Todos comimos antes de ir a la iglesia.

—¿No te sientes enfermo, cielo? —Nuevamente el pequeño negó ante aquella pregunta, provocando que sus cabellos mojados se muevan y se peguen contra su rostro. Le estaba mintiendo, se sentía pésimo. Él jamás le había mentido a su madre.

—Me voy a cambiar. —Susurró, sentándose lentamente y parpadeando con lentitud, intentando acostumbrarse a la sensación de vértigo.

De inmediato su madre se puso de pie, caminando hacia la puerta. —Intenta mantener tu brazo quieto o la temperatura no saldrá bien. —Dijo antes de cerrar la puerta suavemente detrás suyo.

Liam suspiró y se refregó los ojos con sus pequeñas y débiles manos antes de abrir las puertas de su armario y tomar su pijama: una camiseta gris, un pantalón holgado del mismo color y unos calcetines largos y blancos. Cuando terminó, secó su cabello con una toalla y tiró esta al cesto de ropa sucia.

Dio media vuelta y caminó entre balanceos hasta su mesa de noche, tomó el collar plateado con el crucifijo y se lo puso en el cuello, pasándolo por su cabeza como si fuera una prenda de vestir. Era una prenda de vestir para él: se lo había sacado solo para lo que hizo.

Sus ojos se llenaron de lágrimas. ¿Por qué lo hizo?

Era obvio. Jamás alguien lo podría culpar.

A pesar de que parecía tener una gran vida, con una madre comprensiva y la familia perfecta, cada uno de ellos tenían sus lados oscuros.

Su padre... era un buen padre, pero definitivamente era un mal esposo. Una vez el pequeño Liam entró sin permiso a la habitación de sus padres, y su madre lloraba mientras sus manos estaban en una de sus mejillas, la cual estaba roja y levemente hinchada. Su padre se puso pálido y le ordenó al castaño que saliera del cuarto.

¿Dónde estaba Dios para ayudarlo cuando rogó que su padre no vuelva a lastimar a su madre?

Su familia eran sus padres y su hermana, Ruth. Luego estaban sus tíos y sus seis primos, los cuales jamás dejaban de molestarlo y decir cosas verdaderamente ofensivas. Todos ellos eran importantes en la iglesia ya que eran el coro de esta, y tenían voces de ángeles. Lucían como estos, ya que además de ser bonitos físicamente, también se encargaban de predicar, orar y ayudar a personas enfermas.

Pero para ellos Liam era la excepción. Le encantaban molestarlo, empujarlo, culparlo, burlarse y hacerlo sentir como la nada misma.

¿Dónde estaba Dios cuando le hablaba todas las noches, pidiendo cambiar para caerles bien a sus primos y poder, al menos, tener un amigo?

Finalmente -y lo peor de todo para el pequeño castaño- estaba el saber que estaba enfermo, pero no poder hacer nada al respecto. Las mujeres no le atraían, ni siquiera cuando su madre le obligaba llevar al cine a Sidney Preston, la hija del sacerdote. Esa chica era perfecta y, oh, Liam simplemente no sentía ninguna atracción hacia ella.

Sabía que había algo malo con él, sabía que no iba a poder darle a sus padres una familia numerosa porque, simplemente, rogaba jamás tener que tocar a una mujer si era mentira el sentir algún tipo de atención hacia éstas. Sabía que un hijo no era cualquier cosa, y definitivamente no tendría una farsa de familia como la que, poco a poco, se ha dado cuenta que siempre tuvo.

¿Dónde estaba Dios cuando rogaba ser normal?

Luego estaban Dylan y Parker, los torpes que le molestaban en la escuela. Ellos eran geniales -según las personas de la escuela- por usar diferentes peinados y tener mucho dinero, también les encantaba usar a Liam como al blanco de su frustración y enojo, de los problemas que no podían resolver. Lo pateaban, lo empujaban, rompían sus deberes y lo metían en problemas.

¿Dónde estaba Dios cuando lo golpeaban vilmente?

Fue allí cuando todo se juntó en un problema solo: la escuela y lo vulnerable que se sentía en ella, el como su madre se desesperaba por no ser avergonzada por su hijo, "el maricón" , sus primos burlándose de su forma de ser, de su forma de sentir, pensar y soñar. Su padre revelando su verdadera cara y que el único amigo que tenía era Dios... y este parecía no querer oírlo.

Así que decidió tomar sus propias decisiones: pasarse al lado oscuro, probar a la ciencia. Iba a invocar, iba a probar que nada de lo que decían era real, y que aunque Dios parecía hacer oídos sordos lo estaba escuchando.

Pero todo era bastante real, o eso parecía... y estaba asustado. En verdad lo estaba.

Su madre volvió a entrar luego de unos largos minutos y se sentó a un lado de él en la cama, le quitó el termómetro entre tarareos de aquella canción francesa y vio la temperatura, deteniendo toda cosa que se encontraba haciendo y viendo con expresión neutra el pequeño aparato que había puesto debajo del brazo de su hijo.

El ceño de Liam se frunció mientras el miedo crecía en su pecho. —¿Mamá?, ¿t-tengo fiebre?

Su madre parpadeó una vez antes de subir la mirada hacia él. Lucía asustada, pero rápidamente dejó escapar una nerviosa risa y sacudió con fuerza el termómetro.

—Me daba como si estuvieras sin temperatura, amor. —Dijo entre risitas, volviendo a poner el aparato debajo del brazo de su hijo. —Intenta no moverte, mientras podríamos orar a Dios para que no tengas fiebre. Te hará sentir mejor.

Liam amaba orar con su madre, pero tenía un fuerte nudo en la garganta como para hacerlo.

—No moví el brazo. —Susurró, bajando la mirada y suspirando entrecortado.

Sabía que algo andaba mal.

Pasaron los minutos esperando y su madre no dijo ni una palabra hasta que ya se hizo la hora justa y le sacó con tranquilidad el termómetro de debajo del brazo a su hijo. Observó la temperatura y esta vez sí que estaba pálida. Liam se inclinó e intentó ver que era lo que marcaba, pero Karen fue más rápida y se puso de pie en un instante.

—Voy a buscar otro. —Salió a pasos torpes de la habitación de su hijo, subiendo los escalones de manera apresurada.

Una vez que Liam estuvo solo comenzó a observar de manera paranoica a su alrededor, sintiendo como si una mirada fija estuviese sobre su pequeño y delgado cuerpo. Se encogió en su lugar y movió sus pequeños pies hasta que su madre entró nuevamente a la habitación.

Observó cada movimiento de la mujer mayor y vio como esta dejó otro termómetro bastante diferente al anterior en su axila. Se acercó a su hijo y le envolvió en sus brazos, comenzando a rezar en voz alta. Liam hubiera sentido tranquilidad si no se sintiera tan mal.

—Cura a Liam para que pueda tener fuerzas y sentirse mejor en este hermoso día. Tu fuerza es increíble, Señor... —se detuvo en cuanto el reloj de la pared marcó la hora exacta y se apartó, tomando el termómetro de la axila de su hijo y viendo la temperatura que marcaba en este.

La mano de la mujer comenzó a temblar a la vez que cortaba su respiración, parpadeando rápidamente. El termómetro no tardó en caer sobre la cama de su hijo.

—¿Mami?, ¿qué pasa?, ¿qué tienes? —Sollozó Liam. Ya era normal en él asustarse y llorar del miedo. A pesar de ser un adolescente, lucía todo lo contrario.

Ni siquiera recibió una respuesta, su madre salió corriendo de la habitación. —¡GEOFF! ¡GEEEEEEEEOFF! ¡AL AUTO, VE AL AUTO! ¡HAY ALGO MAL CON LIAM!

—Bien. ¿Liam Pa...Payne? —El nombrado asintió con timidez al Doctor Jenkins. —Tu temperatura está bien, solo te ves un poco mal porque aún no has ingerido azúcar. Te recomiendo comprar una caja de jugo de naranja y algún dulce: chocolate, una paleta, lo que sea. Te sentirás mejor y verás que no es nada grave. —Le sonrió de manera amplia. Daba un poco de miedo.

—¿E-está seguro que no tiene nada? Podr-ría jurar q-que parecía muerto, incluso el t-t-termómetro lo demostró. —Su madre tartamudeó mientras hablaba y se abrazaba a su marido, el cual suspiraba y la acunaba en su pecho.

El doctor Jenkins se giró hacia ellos, sonriendo de la misma manera en la cual le sonrió a Liam. —Señor y Señora, les aseguro que su hijo está bien. Es un caso extraño, lo admito, pero está en perfectas condiciones. Para que se queden tranquilos tienen que saber que estamos aquí siempre, y que si algo así o similar a ello llega a suceder pueden venir y lo tendremos veinticuatro horas en observación. ¿Les parece?

Los Payne estuvieron de acuerdo, incluso Liam. Cuando iban saliendo y lo saludaron, su doctor lo vio de manera fija y el menor pudo jurar haber visto sus ojos volverse rojos y sus pupilas agrandarse, pero lo ignoró. Tal vez solo se encontraba paranoico por no decir lo que había hecho aquella mañana.

Iban por el pasillo del hospital y decidió comprarse una cajita de jugo de naranja de un pequeño puesto que había allí. Su madre le dio un billete y corrió felizmente hasta este, pidiéndole a la anciana que atendía lo que quería. Le entregó su billete y tomó la caja con el sorbete, dando un sabroso trago.

Quítatelo, quítatelo ahora...

Fue un susurro claro y escalofriante, como si estuviera realmente cerca de su cuerpo, pero cuando vio a su alrededor no había nadie más que dos mujeres con niños inquietos y sus padres y hermana esperándolo en una esquina, a la salida de aquel lugar.

Vio como uno de los niños se le acercaba y le jalaba del pijama, provocando que lo vea. Liam le sonrió con timidez y alzó ambas cejas. ¡Amaba a los niños!

—No quiero asustarte pero...el hombre de negro está diciéndome que necesita que te quites esa cosa del cuello. —Apuntó a su crucifijo.

La sonrisa de Liam se borró poco a poco y el miedo se reflejó en su rostro mientras veía fijamente al niño, el cual alza la mirada detrás del castaño, agrandando sus pequeños ojitos marrones a alguien mucho más alto que se encontraba allí.

El niño retrocedió para finalmente salir corriendo, Liam solo se giró un poco y caminó apresuradamente, sin girarse ni un segundo a ver qué había detrás suyo.

Lo único que ha notado y lo ha dejado más pálido de lo normal es una sombra que sigue a la suya por las paredes: alta y más oscura.

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