Lucy Weasley y la Orden del F...

By AliciaMoon_7

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TERCER LIBRO DE LA SAGA LUCY WEASLEY Lord Voldemort ha vuelto, y Albus Dumbledore ha reunido la Orden del Fé... More

1. La cena del desastre
2. Jonathan el loco
3. El número doce de Grimmauld Place
4. Los peores espías del mundo
5. Las peleas
6. Recuerdos
7. Rob Terrible y las malas noticias
8. Harry, incomprendido
9. Preguntas
10. La limpieza
11. La absolución
12. Luna Lovegood
13. La canción del Sombrero Seleccionador
14. Dolores Umbridge
15. Quidditch y charlas en el fuego
16. Respeto
17. Cabeza de Puerco
18. El decreto de enseñanza número 24
19. El Ejército de Dumbledore
20. El león y la serpiente
21. La historia de Hagrid
22. El adorno encantado
23. Hospital San Mungo de Enfermedades y Heridas Mágicas
24. Navidad en la sala reservada
25. Las lecciones del cuaderno
26. El doce de julio de 1985
27. El permiso
28. El centauro
29. El chivatazo
30. Los fuegos artificiales
32. Un pantano portátil
33. El gigante
34. TIMOS
35. El escape
36. El departamento de Misterios
37. El velo
38. Lord Voldemort
39. Lucy Weasley y Marcus May son unos lloricas
El perro y el barquero [Especial]
40. La tarjeta
AVISO

31. El peor recuerdo de Snape

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By AliciaMoon_7

Snape había abandonado el despacho, diciendo que la clase de Oclumancia continuaría el próximo día, pues habían encontrado a uno de sus alumnos de Slytherin en los baños del cuarto piso, muy aturdido.

Harry recogió sus cosas y se dispuso a marcharse, cuando se quedó mirando el pensadero de Snape. ¿Qué cosas podría ocultar el profesor?

Las luces plateadas temblaban en la pared. Avanzó un par de pasos hacia la mesa dándole vueltas al asunto. ¿Y si lo que Snape estaba decidido a ocultarle era información acerca del Departamento de Misterios?

Harry miró hacia la puerta; el corazón le latía más fuerte y más deprisa que nunca. ¿Cuánto podía tardar Snape en volver?

Harry siguió andando hacia el pensadero, se plantó delante de él y observó su contenido.

De pronto, alguien llamó a la puerta, sobresaltándolo. No dijo nada, de modo que la persona al otro lado se asomó con sigilo, y el chico respiró aliviado al ver de quién se trataba.

—Lucy —dijo—. ¿Qué haces aquí?

—Venía a buscarte —replicó ella—. He visto a Snape y a Malfoy subir corriendo las escaleras. ¿Qué estabas mirando?

—El pensadero de Snape —dijo Harry en voz baja.

Lucy se apresuró a cerrar la puerta con cuidado; caminó hasta el pensadero, lo miró con curiosidad, y luego sonrió.

—¿Qué cosas oscuras esconderá el gran Severus Snape? —se volvió hacia Harry, quien vaciló un momento, y luego volvió a sacar la varita mágica.

No se oía nada ni en el despacho ni en el pasillo, así que dio un ligero golpe en el pensadero con la punta de su varita. La sustancia plateada empezó a arremolinarse muy deprisa. Harry se inclinó sobre ella; Lucy lo imitó, y vio que se había vuelto transparente. Estaba mirando desde arriba el interior de una sala, a través de una ventana circular que había en el techo...

«¡El Gran Comedor!»

Inspiró hondo y hundió la cara en la superficie de los pensamientos de Snape en cuanto vio a Harry hacerlo. Inmediatamente, el suelo del despacho dio una sacudida y cayeron de cabeza dentro del pensadero. Se precipitaban en una fría oscuridad, girando con furia sobre sí mismos, y entonces...

Estaban de pie en medio del Gran Comedor, pero las cuatro mesas de las casas habían desaparecido, y en su lugar había más de un centenar de mesitas, orientadas hacia el mismo sitio, y en cada una de ellas, sentado con la cabeza gacha, había un estudiante que escribía en un rollo de pergamino. Sólo se oía el rasgueo de las plumas y, de vez en cuando, un susurro cuando alguien colocaba bien el trozo de pergamino. Era evidente que se trataba de un examen.

El sol entraba a raudales por las altas ventanas y caía sobre las cabezas de los alumnos. Lucy miró atentamente a su alrededor. Snape tenía que estar por allí; se recuerdo era suyo.

Y, en efecto, allí estaba, sentado a una mesa colocada detrás de ellos. El adolescente Snape tenía un aire pálido y greñudo, como una planta que no ha visto mucho la luz. Su cabello, lacio y grasiento, caía sobre la mesa; y mientras escribía, tenía la ganchuda nariz pegada al trozo de pergamino. Harry se colocó detrás de Snape.

—«DEFENSA CONTRA LAS ARTES OSCURAS. TIMO.» —leyó.

Snape debía de tener quince o dieciséis años. Su mano iba rápidamente de un borde al otro del pergamino.

—¡Cinco minutos más!

Lucy giró la cabeza y vio la parte superior de la cabeza del profesor Flitwick, que se movía entre las mesas, a escasa distancia. El profesor pasaba junto a un muchacho de cabello negro y despeinado... Muy negro y muy despeinado...

—Harry —llamó Lucy, y señaló al muchacho—. Harry, ¡es James! ¡Es tu padre!

Su amigo se volvió de inmediato, y en cuanto lo vio, salió corriendo con Lucy pisándole los talones, hasta llegar junto a el estudiante.

James empezó a enderezarse; dejó la pluma encima de la mesa, cogió la hoja de pergamino y se puso a releer lo que había escrito.

Harry se colocó frente a la mesa y miró a su padre a la edad de quince años. Era como un reflejo, pero con algunas diferencias: los ojos de James eran castaños, la nariz, un poco más larga que la de Harry, y no había ninguna cicatriz en la frente, pero ambos tenían la misma cara delgada, la misma boca, las mismas cejas; James tenía también el mismo remolino que Harry en la coronilla, las manos podrían haber sido las de su hijo, y Lucy estaba segura de que medirían más o menos lo mismo.

James dio un gran bostezo y se pasó la mano por el pelo, despeinándoselo aún más. Entonces, tras echar un vistazo hacia donde estaba el profesor Flitwick, giró la cabeza y sonrió a un muchacho que estaba sentado cuatro mesas más atrás.

Lucy sonrió con emoción al ver a un joven Sirius haciéndole a James una señal de aprobación con el pulgar. Sirius estaba cómodamente repantigado, y se mecía sobre las patas traseras de la silla. Era muy atractivo; el oscuro cabello le tapaba los ojos con una elegante naturalidad que ni James ni Harry habrían conseguido, y una chica que estaba sentada detrás de él lo miraba expectante, aunque Sirius no parecía haber reparado en ese detalle.

Si él y la tía Irma hubieran llegado a tener hijos, Lucy estuvo segura de que habría tenido primos guapísimos.

Y dos asientos más allá del de la chica estaba Remus. Estaba muy pálido (tal vez se acercaba la luna llena) y muy concentrado en el examen; mientras releía sus respuestas, se rascaba la barbilla con el extremo de la pluma, con el entrecejo ligeramente fruncido.

Harry no tardó en señalar dónde estaba Colagusano: un chico menudo con cabello castaño claro y nariz puntiaguda. Parecía nervioso, se mordía las uñas, tenía la vista fija en la hoja de pergamino y no paraba de mover los pies. De vez en cuando, miraba con ansiedad la hoja del examen de su vecino.

Lucy buscaba a su padre por todas partes, cuando Flitwick chilló:

—¡Dejad las plumas, por favor! —los alumnos obedecieron, pero entonces el profesor rodeó los ojos—. ¡Weasley, la pluma!

Por un momento Lucy se sobresaltó, pero luego siguió la mirada del profesor hasta una mesa cinco puestos por delante de James, y divisó una cabeza pelirroja.

—¡Sólo una palabra, profesor, por favor! Es lo único que me queda... Y... ¿qué? ¡No, mierda! ¡La tinta, se me ha acabado la tinta!

El muchacho se volvió en su asiento, y Lucy y Harry se quedaron con una sonriente boca abierta. El joven William parecía una versión masculina de Lucy: el pelo de un fuerte color anaranjado, las piernas largas y ágiles, la cara pecosa, con nariz delgada y alargada, y los ojos grandes y brillantes de un intenso color verde claro, al igual que el ojo izquierdo de Lucy. Sobre la mesa tenía tres pergaminos de por lo menos veinticinco centímetros escritos por ambas caras, cubiertas por su fina y pequeña letra. Nervioso, Will se mordía el labio, buscando ayuda con la mirada.

—¡Pilla, Comadreja! —gritó de pronto James.

Se puso de pie y le lanzó a Will su bote de tinta. Él lo atrapó al vuelo, mojó la punta de la pluma y terminó de escribir aquella palabra. Aliviado, dejó la pluma sobre la mesa. El profesor Flitwick negó con la cabeza.

—¡Por favor, quedaos sentados en vuestros sitios mientras yo recojo las hojas! ¡Accio!

Más de un centenar de rollos de pergamino salieron volando por los aires, se lanzaron hacia los extendidos brazos del profesor Flitwick y lo hicieron caer hacia atrás. Varios estudiantes rieron. Un par de alumnos de las primeras mesas se levantaron, sujetaron al profesor por los codos y lo ayudaron a levantarse.

—Gracias, gracias —dijo jadeando—. ¡Muy bien, ya podéis iros todos!

James se había puesto en pie de un brinco, había guardado su pluma y su hoja de preguntas en la mochila y se la había colgado del hombro, y esperaba que Sirius se le acercara.

Lucy vio a Snape no lejos de allí; iba entre las mesas hacia las puertas del vestíbulo, y seguía repasando la hoja de preguntas del examen. Cargado de espaldas pero anguloso, tenía unos andares agitados que recordaban a una araña, y su grasiento cabello se movía alrededor de su rostro.

Mientras, los padres de los chicos y sus amigos se habían reunido ya, de modo que se apresuraron a seguirlos.

—¿Te ha gustado la pregunta número diez, Lunático? —preguntó Sirius cuando salieron al vestíbulo.

—Me ha encantado —respondió Remus enérgicamente—. «Enumere cinco características que identifican a un hombre lobo.» Una pregunta estupenda.

—¿Crees que las habrás puesto todas? —preguntó a su vez James fingiendo preocupación.

—Creo que sí —repuso él muy serio, mientras se unían a la multitud que se apiñaba alrededor de las puertas—. Pero me habría bastado con tres. Uno: está sentado en mi silla. Dos: lleva puesta mi ropa. Tres: se llama Remus Lupin...

Colagusano fue el único que no rió.

—Yo he puesto la forma del hocico, las pupilas y la cola con penacho —comentó con ansiedad—, pero no me acordaba de qué más...

—¡Mira que eres tonto, Colagusano! —exclamó James con impaciencia—. Te paseas con un hombre lobo una vez al mes y no...

Remus le propinó a James una colleja.

—¡Ay!

—Baja la voz —le dijo.

Lucy volvió a girar la cabeza. Snape seguía cerca, absorto todavía en las preguntas de su examen, pero aquél era su recuerdo, y si Snape decidía tomar otro camino cuando salieran a los jardines, ellos no podrían seguir a sus padres. Sin embargo, cuando los merodeadores echaron a andar por la ladera de césped hacia el lago, vio con alivio que Snape los seguía.

—Bueno, el examen estaba chupado —decía Sirius—. Me sorprendería mucho que no me pusieran un «Extraordinario».

—A mí también —añadió James—. ¿Y tú, Comadreja? ¿Qué tal te ha ido?

—He puesto todo lo que sabía —dijo Will, como si estuviera recordando cada una de las líneas que había escrito.

—¿Algo así como un libro entero y sus anexos? —rió Sirius—. Nunca he visto a nadie quedarse sin tinta en un examen.

—Es que me he puesto nervioso.

—¿Más que cuando Roxie anda cerca?

A Will se le puso la nariz colorada de inmediato, y al verlo, sus amigos se echaron a reír. Él se tapó con las manos, poniéndose aún más colorado.

—Ay, nuestra calabacita se hace mayor —dijo James con tono maternal, pasándole un brazo por los hombros y llevándose una mano al pecho—. Pronto se casará y tendrá un hijo cada año.

Lucy rió ante aquel comentario.

—Papá no, pero el tío Arthur sí —dijo, sacándole a Harry una pequeña risa.

—¡Cornamenta! —le reprendió Will avergonzado, dándole un codazo.

James rió, mientras se metía la mano en el bolsillo y sacaba una indómita snitch dorada.

—¿De dónde has sacado eso?

—La he robado —afirmó James sin darle importancia. Empezó a jugar con la snitch, dejándola volar hasta que se alejaba unos treinta centímetros, y luego la atrapaba; sus reflejos eran excelentes. Colagusano lo contemplaba admirado.

Se detuvieron bajo la sombra del haya que había a orillas del lago, y se tumbaron en la hierba. Snape también se había sentado en la hierba, bajo la densa sombra de unos matorrales. Seguía repasando la hoja del TIMO, de modo que Harry y Lucy también se sentaron en la hierba. El sol hacía brillar la superficie del lago, a cuya orilla se habían instalado el grupo de risueñas chicas que acababan de salir del Gran Comedor; se habían quitado los zapatos y los calcetines y se estaban refrescando los pies en el agua.

Remus había sacado un libro y se había puesto a leer. Sirius miraba a los estudiantes que se paseaban por los jardines, con un aire un tanto altivo y aburrido, pero con elegancia. Por su parte, Willian había sacado un trozo de papel y un lápiz, y empezó a dibujar apoyado en la tapa de un libro. James seguía jugando con la snitch, y cada vez dejaba que se alejase un poco más; la pelota siempre estaba a punto de escapar, pero él la atrapaba en el último momento. Colagusano lo observaba con la boca abierta. Cada vez que James la atrapaba de una manera particularmente difícil, él soltaba un grito de asombro y aplaudía. Tras cinco minutos, Will parecía cansado de aquello, porque cada vez que Colagusano daba un grito, él se sobresaltaba ligeramente, y el trazo que dibujaba quedaba sucio en lugar de definido.

—Guarda eso, ¿quieres? —acabó diciendo Sirius cuando James atrapó la snitch de un modo magnífico y Colagusano lo vitoreó—, antes de que Peter se haga pis encima de la emoción.

Colagusano se ruborizó ligeramente, pero James sonrió.

—Si tanto te molesta... —dijo, y se guardó la pelota en el bolsillo. Lucy tuvo la certeza de que Sirius era la única persona por la que James habría dejado de presumir.

—Me aburro —comentó Sirius—. ¡Ojalá hubiera luna llena!

—¿Te aburres? —se extrañó Remus desde detrás de su libro—. Todavía nos queda Transformaciones; si te aburres puedes preguntarme la lección.

Pero Sirius soltó un resoplido y dijo:

—No necesito el libro, me lo sé de memoria.

—Esto te animará, Canuto —comentó James en voz baja—. Mira quién está allí...

Sirius giró la cabeza y se quedó muy quieto, como un perro que ha olfateado un conejo.

—Fantástico —dijo con voz queda—. Quejicus.

Harry y Lucy se volvieron para ver a quién miraban. Snape se había levantado y estaba guardando la hoja del TIMO en su mochila.

—Si no recuerdo mal —dijo James con una sonrisa—. Todavía no ha recibido su merecido por haber insultado a las gemelas el mes pasado...

—Muy cierto —coincidió Sirius con la misma expresión—. Se merece un castigo, ¿no, Comadreja?

William los miró pensativo.

—Creo que ya lo recibió la semana pasada.

—¿Sí? —preguntó James—. Pues yo no me acuerdo.

Su amigo pelirrojo se encogió de hombros.

—Adelante, fierecillas.

Cuando Snape salió de la sombra de los matorrales y echó a andar por la extensión de césped, Sirius y James se pusieron en pie.

Will, Remus y Colagusano permanecieron sentados: Remus seguía con la vista fija en el libro, aunque no movía los ojos y entre sus cejas había aparecido una pequeña arruga; Will siguió dibujando sin siquiera inmutarse, y Colagusano miraba a Sirius y a James y luego a Snape con avidez y expectación.

—¿Todo bien, Quejicus? —preguntó James en voz alta.

Snape reaccionó tan deprisa que dio la impresión de que estaba esperando un ataque: soltó su mochila, metió la mano dentro de su túnica y cuando empezó a levantar la varita, James gritó:

—¡Expelliarmus!

La varita de Snape saltó por los aires y cayó con un ruido sordo en la hierba, detrás de él. Sirius soltó una carcajada.

—¡Impedimenta! —exclamó señalando con su varita a Snape, que tropezó y cayó al suelo cuando se lanzaba a recoger su varita.

Muchos estudiantes se habían vuelto para mirar. Algunos se habían levantado y se acercaban poco a poco. Unos parecían preocupados; otros, divertidos.

Snape estaba tirado en el suelo, jadeante. James y Sirius avanzaron hacia él con las varitas levantadas; James giraba de vez en cuando la cabeza para mirar a las chicas que había sentadas al borde del lago. Colagusano también se había puesto en pie y había pasado junto a Remus y Will para ver mejor.

—¿Cómo te ha ido el examen, Quejiquis? —preguntó James.

—Me he fijado en él, tenía la nariz pegada al pergamino —aseguró Sirius con maldad—. Su hoja debe de estar llena de manchas de grasa; no van a poder leer ni una palabra.

Varios estudiantes que estaban mirando rieron; era evidente que Snape no tenía muchos amigos. Colagusano rió con estridencia. Snape, por su parte, intentaba levantarse, pero el embrujo todavía duraba, de modo que forcejeaba como si estuviera atado con cuerdas invisibles.

—Esperad... y veréis —dijo entrecortadamente contemplando con profundo odio a James—. ¡Esperad... y veréis!

—¿Qué veremos? —preguntó Sirius impávido—. ¿Qué vas a hacer, Quejicus, limpiarte los mocos en nuestra ropa?

Snape soltó un torrente de palabrotas mezcladas con maleficios, pero como su varita había ido a parar a tres metros de él, no pasó nada.

—Vete a lavar esa boca —le espetó James—. ¡Fregotego!

Inmediatamente empezaron a salir rosadas pompas de jabón de la boca de Snape; la espuma le cubría los labios, le provocaba arcadas y hacía que se atragantara...

—¡DEJADLO EN PAZ!

James y Sirius giraron la cabeza. Inmediatamente, James se llevó la mano que tenía libre a la cabeza y se revolvió el cabello.

Era una de las chicas de la orilla del lago. Tenía una poblada mata de cabello rojo oscuro que le llegaba hasta los hombros, y unos ojos almendrados de un verde asombroso, iguales que los de Harry.

«¡Lily!» supo Lucy de inmediato.

—¿Qué tal, Evans? —la saludó James con un tono de voz mucho más agradable, grave y maduro.

—Dejadlo en paz —repitió ella. Miraba a James sin disimular una profunda antipatía—. ¿Qué os ha hecho?

—Bueno —respondió James, e hizo como si reflexionara acerca de la pregunta—, es simplemente que existe, no sé si me explico...

Muchos estudiantes que se habían acercado rieron, incluidos Sirius y Colagusano, y Will sonrió con satisfacción, pero Remus, que seguía en apariencia concentrado en su libro, no se rió, y tampoco lo hizo Lily.

—Will —llamó la chica. Su compañero levantó la vista del dibujo—. ¿Vas a dejarlos hacer lo que quieran?

El pelirrojo miró a Snape, con la boca llena de jabón.

—Tú no sabes las cosas que él ha hecho —dijo William, dejando sus cosas a un lado y poniéndose en pie—. Él también ha dejado a su amiguito Dolohov hacer conmigo lo que le ha parecido. ¿Por qué yo no puedo hacer lo mismo con mis amigos?

—Severus y Dolohov son dos personas distintas —señaló Lily.

—Sí, lo sé, y es una pena que se lleven tan bien; juntos parecen más escoria que separados.

La pelirroja parecía querer replicar, pero se contuvo al ver aquel peculiar destello que sólo aparecía en los ojos de William.

—¿Ves, Evans? —dijo James de pronto—. Lo único que estoy haciendo es defender a Will de este imbécil.

—Te crees muy gracioso —afirmó ella con frialdad—, pero no eres más que un sinvergüenza arrogante y bravucón, Potter. Déjalo en paz.

—Lo dejaré en paz si sales conmigo, Evans —replicó rápidamente James—. Vamos, sal conmigo y no volveré a apuntar a Quejicus con mi varita.

A sus espaldas, el efecto del embrujo paralizante estaba remitiendo y Snape se arrastraba con lentitud hacia su varita, escupiendo espuma de jabón.

—No saldría contigo ni aunque tuviera que elegir entre tú y el calamar gigante —le aseguró Lily.

—Mala suerte, Cornamenta —exclamó Sirius con viveza, y se volvió hacia Snape—. ¡Eh!

Demasiado tarde: Snape apuntaba con su varita a James; se produjo un destello de luz, un tajo apareció en la cara de James y la túnica se le manchó de sangre. James giró rápidamente sobre sí mismo: hubo otro destello, y Snape quedó colgado por los pies en el aire; la túnica le tapó la cabeza, y con un movimiento de varita, James le bajó los pantalones, dejando al descubierto unas delgadas y pálidas piernas y unos calzoncillos grisáceos.
Muchos de los curiosos vitorearon a James; Sirius, James y Colagusano rieron a carcajadas.

Lily, cuya expresión de rabia había vacilado un instante, como si fuera a sonreír, gritó:

—¡Bajadlo!

—Como quieras —convino James, y apuntó hacia arriba con su varita.

Los pantalones de Snape volvieron a subirse de un fuerte tirón, y luego cayó al suelo como un montón de ropa arrugada. Se desenredó de la túnica y se puso rápidamente en pie, con la varita en la mano, pero Sirius exclamó «¡Petrificus totalus!» y Snape volvió a caer de bruces, rígido como una tabla.

—¡DEJADLO! —gritó Lily, que ahora también enarbolaba su varita. James y Sirius la miraron con cautela.

—Evans, no me obligues a echarte un maleficio.

—James —le advirtió Will con seriedad.

—¡Pues retírale la maldición! —dijo Lily.

James exhaló un hondo suspiro, se volvió hacia Snape y pronunció la contramaldición.

—Ya está —dijo mientras Snape se ponía trabajosamente en pie—. Has tenido suerte de que Evans estuviera aquí, Quejicus...

—¡No necesito la ayuda de una asquerosa sangre sucia como ella!

Hubo silencio por un instante, en el que la nariz de Will se volvió roja como la sangre, y sus ojos soltaban chispas. Lily parpadeó y, fríamente, dijo:

—La próxima vez no me meteré donde no me llaman. Y por cierto —añadió—, yo que tú me lavaría los calzoncillos, Quejicus.

—¡Pídele disculpas a Evans! —le gritó James a Snape, apuntándolo amenazadoramente con la varita.

—No quiero que lo obligues a pedirme disculpas —le gritó Lily a James—. Tú eres tan detestable como él.

—¿Qué? —gritó James—. ¡Yo jamás te llamaría... eso que tú sabes!

—Siempre estás desordenándote el pelo porque crees que queda bien que parezca que acabas de bajarte de la escoba; vas presumiendo por ahí con esa estúpida snitch, te pavoneas y echas maleficios a la gente por cualquier tontería... Me sorprende que tu escoba pueda levantarse del suelo, con lo que debe de pesar tu enorme cabeza. ¡Me das ASCO! —exclamó, y dio media vuelta y se marchó de allí a buen paso.

—¡Evans! —le gritó él—. ¡Eh, EVANS!

Pero Lily no miró hacia atrás.

—¿Qué mosca le ha picado? —dijo James intentando en vano fingir que era una pregunta hecha al azar, y que en realidad no le importaba.

—Leyendo entre líneas, yo diría que te encuentra un poco creído, amigo mío —apuntó Sirius.

—Está bien —aceptó James con gesto de fastidio—. Está bien...

Cuando miró a un lado, reparó en que Will ya no estaba allí; el pelirrojo llegó frente a Snape, le dio un empujón que lo tiró al suelo de nuevo y le apuntó con la varita.

—Primero gritas «bestias» y luego «sangre sucias»—le dijo con tono amenazante—. Ya veo te cansas, ¿eh?  —De la punta de su varita surgió un pequeño destello rojo que se incrementaba por momentos—. Que sepas, Quejicus, que con mis amigos no se mete nadie. ¿Te queda claro?

Nadie dijo una sola palabra. Will y Snape se miraban como si estuvieran teniendo una batalla mental; los ojos del primero parecían dos chispas verdes y abrasadoras, que Severus trataba de mirar con fijeza. Sin embargo, varias veces vaciló.

James se apoyó sobre el hombro de William y observó a Snape un momento.

—¿Qué podemos hacer, Comadreja?

Will, con la vista fija en el futuro profesor de Pociones de su hija, bajó la varita lentamente con una mueca de desprecio.

—Si no puede ser él al completo, que sean sus calzones —declaró—. Los quiero colgados en los aros del campo de quidditch.

Tras una mirada de odio compartida con Snape, William se dio la vuelta y regresó junto a Remus, mientras sus otros tres amigos y algunos de los que se había quedado acercado estallaban en maliciosas carcajadas.

—Ya habéis oído —exclamó James—. ¿Quién quiere ver cómo le quito los calzoncillos a Quejicus?

Pero Harry y Lucy no llegaron a saber si James le quitó los calzoncillos a Snape y les colgó en el campo de quidditch o no, pues una mano se había cerrado alrededor del brazo de cada uno con la fuerza de unas tenazas. Lucy giró la cabeza para ver quién los estaba sujetando, y vio, con horror, al Snape adulto de pie detrás de ellos, lívido de rabia.

—¿Os divertís?

Lucy notó que se elevaba por el aire; los soleados jardines se evaporaban a su alrededor; subía flotando por una gélida oscuridad, y la mano de Snape seguía sujetándola a ella y a Harry con fuerza por el brazo. Entonces, con la sensación de que caía en picado, como si hubiera dado una voltereta en el aire, sus pies dieron contra el suelo de piedra de la mazmorra de Snape, y se encontró de nuevo plantada ante el pensadero que había en el oscuro despacho del que, en la actualidad, era su profesor de Pociones.

—¿Y bien? —les preguntó Snape, que les apretaba el brazo tan fuerte que los dedos de Lucy se volvieron rojos; pasaba la mirada de un alumno a otro con rabia—. ¿Os lo habéis pasado bien?

—N-no —contestó Harry, tratando de liberarse de su agarre.

Snape daba miedo: le temblaban los labios, estaba blanco como el papel y enseñaba los dientes.

—Tu padre era un tipo muy gracioso, ¿verdad? —dijo el profesor, y zarandeó a Harry hasta que le resbalaron las gafas por la nariz.

—¡Déjelo en paz! —saltó Lucy, dando tirones para soltarse de la mano de Snape.

Él empujó a Harry con todas sus fuerzas y éste cayó estrepitosamente contra el suelo de la mazmorra. Luego se volvió hacia Lucy, y se miraron igual que se miraban Will y Snape en el recuerdo.

—Tu tío era también muy simpático, ¿no crees, Weasley? —cerró aún más la mano alrededor de su brazo, y a Lucy empezó a dolerle—. Y tu padre era desde luego muy empático.

—E-él dijo que usted...

—¡Da igual lo que dijera! —soltó a Lucy con violencia. Sin apartar la mirada el él, la chica ayudó a Harry a ponerse en pie—. No le contéis a nadie lo que habéis visto —añadio con tono amenazante.

—No —repuso Harry—. No, claro que no...

—¡Largo de aquí!

Lucy y Harry salieron disparados hacia la puerta, la pelirroja oyó un tarro estrellándose contra algo, pero no le dio tiempo a descubrir sobre qué. Harry abrió la puerta de un tirón, echaron a correr por el pasillo y no pararon hasta estar a tres pisos de distancia de Snape. Entonces se detuvieron a recuperar el aliento.

Al contemplar a Harry, Lucy supo que no le apetecía volver a la Torre de Gryffindor. Pensó en lo que acababa de ver; ciertamente, Sirius y el señor Potter parecían tan arrogantes como Snape solía decir. Y su padre...

Tú no sabes las cosas que él ha hecho.

Él también ha dejado a su amiguito Dolohov hacer conmigo lo que le ha parecido.

Es una pena que se lleven tan bien; juntos parecen más escoria que separados.

Lucy no sabía que su padre y Dolohov ya se habían enfrentado en el colegio. Le había sorprendido que él y Snape se llevasen bien, y aquello le llamó la tención. También parecía que Will y Snape su tenían un rencor mutuo. Ella ya sabía que se habían llevado mal siempre, pero se preguntó de dónde habría salido. Y lo que le había pedido William a James estaba tan cargado de desprecio que le había asustado.

Si no puede ser él al completo, que sean sus calzones.

Los quiero colgados en los aros del campo de quidditch.

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¡Capítulo largo e intenso, raritos!

Personalmente, hay algo en este capítulo que me encanta. No sé el qué, pero me encanta.

¿Cómo ha sido vuestra entrada al año nuevo?

La mía pues... No sé, ha sido normal.

Contando con que Lucy se lanzó encima de mí para desearme feliz año y por su culpa mi vestido negro de Mickey Mouse ultra chido se ha manchado de vino, pero bueno.

Ella ha acabado con la camisa empapada por culpa de un perro negro, un tropiezo de Neville y la copa de champán de Harry.

En fin, que para año nuevo traigo el fanart más pedido en la historia del universo de Lucy Weasley:

EL BESO NEVUCYYYY.

Siento la calidad, pero la cámara de mi móvil no es la mejor.

¿Qué os parece?

No sé si alguien lo sospechó al leerlo o no, pero por sea caso lo confirmo: sí, fue Neville el que acortó la escasa distancia que había entre él y Lucy.

Qué tierno AHHHH.

Bueno, ahora os dejo.

Que sepáis que os amo.

¡Feliz año!

Un saludo, Alicia Moon.

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