Crescent Moon ➳ Seventeen

By snowcoups

4.8K 857 38

"Tras una larga temporada sin verse, Yoon Jeonghan y Choi Seungcheol buscan la forma de infringir las estrict... More

Prólogo
«Capítulo 1»
«Capítulo 2»
«Capítulo 3»
«Capítulo 4»
«Capítulo 5»
«Capítulo 6»
«Capítulo 8»
«Capítulo 9»
«Capítulo 10»
«Capítulo 11»
«Capítulo 12»
«Capítulo 13»
«Capítulo 14»
«Capítulo 15»
«Capítulo 16»
«Capítulo 17»
«Capítulo 18»
«Capítulo 19»
«Capítulo 20»
«Capítulo 21»
«Capítulo 22»
Final

«Capítulo 7»

215 39 0
By snowcoups


Los miembros de Adamās miraron al castaño.

—Este no es lugar para novatos —dijo Baekho. Las dos cicatrices idénticas que le surcaban la mejilla parecían más hondas bajo la luz mortecina de los faroles.

—Llevo más de un año yendo a clase con vampiros —a Jeonghan le tembló la voz, pero deseó con todas sus fuerzas que el mayor lo atribuyera a la emoción, no al miedo. Aquel hombre era un cruel asesino de vampiros y costaba mirarle a la cara—. Necesito saber con exactitud a qué me enfrento realmente.

—Supuestamente, en Septendécim se comportan. Deberías seguir con los que también son unos críos.

—Yo creo que puede aguantarlo —dijo Seungcheol tras pasar el brazo por la espalda de su pareja. El apoyo del mayor pareció poner fin a la discusión, y fuera como fuese, Baekho dejó de protestar. Si alguien más tenía alguna objeción, no la expresó en alto.

El pelinegro pareció preguntarle a Yoon con la mirada por qué estaba tan decidido a unirse a ellos, pero los dos sabían que iban a tener que dejar esa conversación para después.

Los miembros de Adamās murmuraban en voz baja mientras se ponían las chaquetas mirándose con cara de cansancio y subiéndose a la van del grupo de cacería. Aquella noche iban a intentar matar a una vampira, y aunque ellos no lo sospechaban, Jeonghan pretendía impedírselos si es que podía.

El castaño se subió a la parte trasera de la camioneta junto a Seungcheol, Soonyoung, Hansol, Chan y Baekho. Una vez listos, la señora Choi comenzó a retroceder la camioneta para sacarla del estacionamiento mientras Jihoon sacaba un mapa del compartimiento que estaba en frente del asiento de copiloto.

—¿Qué hacemos? —preguntó el hijo de los vampiros.

—Empezamos en donde la hemos visto por última vez y le seguimos el rastro desde ahí.

La ciudad estaba completamente en silencio. Hasta los universitarios más juerguistas se habían ido a dormir o se habían llevado la fiesta a sus dormitorios. Aunque la plaza ya estaba tranquila cuando habían huido de la vampira, ahora no se veía ni un alma y todas las casas tenían las luces apagadas.

Cuando los vehículos estuvieron aparcados cerca del lugar donde habían visto a la vampira por última vez, todo el mundo comenzó a desplegarse a pie. La pareja se quedó junta, naturalmente. La madre del humano les lanzó una mirada al alejarse, pero no puso ninguna objeción. El pelinegro no dijo nada hasta tener la certeza de que estaban solos, caminando por una callejuela a varias manzanas de los vehículos.

—Bueno, imagino que nuestro plan es encontrar a la vampira y avisarle antes de que la cojan, ¿O me equivoco?

Jeonghan sintió una ternura tan inmensa hacia su novio que por un segundo olvidó dónde estaban, el peligro al que se enfrentaban y los motivos que los habían llevado hasta allí. Le cogió una mano con suavidad y el mayor se volvió primero sorprendido, pero luego sonrió cómplice. El castaño sintió una descarga eléctrica que lo atraía hacia él.

—No podemos distraernos. Tenemos trabajo que hacer —interrumpió Choi.

—Trabajo —repitió rozando los dedos con los labios del otro—. Hagámoslo...

Los dos empezaron a andar con decisión.

—Dijiste que se había ido hacia el norte —empezó a hablar—. ¿Cómo lo sabes?

—Veo lo que otros no ven —Yoon vaciló—. Mi visión nocturna está mejorando.

Mientras el resto del grupo vagaba sin rumbo fijo, Seungcheol apartó la rama de un arbusto y pudieron ver varias ramas que alguien había quebrado sin querer al pasar. Además, encontraron el rastro de una pisada en el suelo embarrado y vislumbraron un cabello color miel lacio y caído entre la maleza. Aquello el pelinegro se lo debía en parte a sus poderes vampíricos, pero también a su destreza como rastreador. Durante todo aquel tiempo, parecía como si Adamās solo le habría enseñado a pelear, pero lo cierto es que le habían dotado de conocimientos que nadie imaginaba. Eso, sumado a sus poderes vampíricos, era una combinación formidable. Tampoco le faltaban armas, pero tenía algo centelleante en el cinturón.

—¿Qué llevas ahí?

—Mi mejor puñal —respondió el mayor con cariño. Se levantó el faldón de la chaqueta para enseñarle el puñal que llevaba en un costado. El filo era casi tan ancho como un cuchillo de carnicero—. Lo tengo desde los diez años.

—¿De veras que es necesario?

—Prefiero llevarlo y no necesitarlo que no llevarlo y necesitarlo. Esa vampira puede no ser un problema, pero recuerda cómo se ha puesto cuando se vio acorralada.

Cuando salieron a una calle más comercial, Seungcheol comenzó a relajarse.

—Es menos probable que haya venido aquí.

—No estoy seguro —respondió Jeonghan señalando el cartel iluminado que acababa de ver. Tenía una insignia de un escudo y una cruz que obviamente pertenecía a un hospital—. Los hospitales tienen bancos de sangre.

—Claro. Es como una barra libre. No puedo creer que no se nos haya ocurrido antes —le sonrió como si su novio hubiera obrado un milagro—. Vamos.

Cuando llegaron al hospital, las puertas de cristal se abrieron automáticamente para dejarlos pasar.

—¿Qué están haciendo aquí? —los detuvo un vigilante del centro.

—Es nuestra abuela —dijo Seungcheol tan sincera y trágicamente que Yoon tuvo que morderse el labio para contener la risa—. No le queda mucho tiempo...

El vigilante les hizo una seña para que pasaran, por lo que apretaron el paso. Los hospitales no cerraban nunca, pero a aquellas horas había poca actividad. Unos cuantos enfermeros y celadores vestidos de azul se les adelantaron y algunos los miraron con recelo, pero, siempre y cuando anduvieran con determinación, nadie cuestionaría su presencia allí.

—Banco de sangre —masculló el mayor—. ¿Dónde tendría un hospital un banco de sangre?

—Vamos a mirar en los ascensores. Normalmente, tienen carteles que indican lo que hay en cada planta —y efectivamente, el panel colocado junto a los botones del ascensor les informó que las donaciones de sangre podían hacerse en la planta inferior, que estaba bajo tierra.

La planta subterránea no era muy distinta a la planta baja, pero en ella se respiraba otro ambiente. La iluminación era ligeramente más mortecina, quizá porque había uno o dos fluorescentes que habían empezado a fallar. El aire estaba impregnado de olor a desinfectante y reinaba una calma mayor. Parecía que no hubiera nadie aparte de ellos dos.

—¿No es en el sótano donde la mayoría de los hospitales tienen el depósito de cadáveres? —susurró Jeonghan.

—No irás a decirme que tienes miedo a los muertos, ¿No? —el otro se puso a andar por el pasillo, asomándose a todas las habitaciones—. Vas a clase con ellos todos los días.

—No es eso —replicó mientras reflexionaba.

La sala donde se hacían las donaciones de sangre estaba cerrada, lo cual no era raro a esas horas de la mañana. Habían forzado la puerta contigua.

—Bingo —el pelinegro se llevó la mano instintivamente al puñal de su cinturón.

Entraron en el banco de sangre, que era básicamente una sala grande llena de congeladores. Habían unos cuantos microscopios y diversos aparatos médicos en un lado, quizá para realizar análisis clínicos, pero estaba claro que aquel lugar era principalmente un almacén. En un rincón había dos grandes congeladores. La puerta de uno de ellos estaba abierta y dentro habían un montón de bolsas de sangre listas para utilizarse en las transfusiones urgentes. Las bolsas estaban desordenadas, algunas tiradas en el suelo y varias abiertas y vacías. En el linóleo, había una brillante estela de gotas y manchas de sangre húmeda.

—Aún no está seca. Hace poco que ha estado aquí.

—Ya se fue —dijo Choi—. Maldita sea.

—Quizá no. A lo mejor ha querido descansar después...

—¿Descansar?

—Hasta los humanos disfrutan echándose una siesta después de dar un atracón. Además, cuando la vimos, estaba agotada, como si llevara días huyendo. Si ha tenido ocasión de comer, estará más calmada y podremos hablar con ella.

—Tenemos que estar completamente seguros de que es inofensiva antes de dejar que se vaya.  No es que no me fíe de tu criterio, ¿Si? Solo deberíamos asegurarnos.

—Por eso hablaremos con ella.

—Lo dices como si supiéramos dónde está.

—Creo que lo sabemos. Está en algún sitio donde pueda descansar sin que la molesten, algún sitio donde a nadie le sorprendería verla si la encontrara. Piénsalo, Seungcheol.

—Oh, no...

—Oh, sí.

Podía que Jeonghan llevara casi toda la vida rodeado de muertos, incluyendo a sus padres, pero eso no quita que el depósito de cadáveres le pareciera tétrico. No le entró pánico ni nada por el estilo, pero esos sitios tienen algo tremendamente triste. Todas esas vidas, emociones y esperanzas reducidas a etiquetas escritas en portezuelas de acero.

La pareja se quedó unos segundos en el umbral de la puerta antes de entrar. En tres mesas alargadas que ocupaban el centro del depósito habían tres bolsas para cadáveres. La primera era demasiado grande y la última parecía demasiado corta. La del centro parecía ser la más probable.

Con vacilación, Jeonghan cogió el cierre de la cremallera y Seungcheol se puso a su lado con el puñal en mano. El menor bajó la cremallera, notando una especie de corriente eléctrica en la muñeca con cada diente que iba separando. Una mano salió disparada de la bolsa y agarró la del hijo de vampiros con fuerza. El humano quiso abalanzarse sobre la dueña de aquella mano, pero lo detuvieron.

La vampira se sentó, mirándolos. Estaba menos pálida que antes y la marca de nacimiento del cuello era menos evidente ya que alimentarse la había rejuvenecido. Se había soltado el pelo color miel para dormir y sus despeinados cabello le enmarcaban el rostro. Sin quitar el ojo de encima a Seungcheol, se dirigió al otro.

—¿Por qué lo has traído aquí?

—Está conmigo. Solo queríamos encontrarte.

—Para matarme.

Jeonghan negó con la cabeza.

—Estamos aquí para asegurarnos de que no representas ningún peligro.

—¿Cómo? —ella ladeó la cabeza confundida, como si hubiera hablado en otro idioma—. Escucha, corres peligro.

—Seungcheol jamás me haría daño.

—Más peligro del que imaginas —insistió—, y más del que imaginas tú, chico.

—Acabas de alimentarte de sangre. Se nota que has comido porque nos cambia el color y nos hace más fuertes.

—Ahora soy más fuerte —convino la vampira, que seguía fulminando a Choi con una mirada cargada de odio.

—Él no está aquí para hacerte daño.

—Ya veo —respondió mirando el puñal.

Incómodo y a disgusto, Seungcheol volvió a enfundar el puñal. Cuando habló, lo hizo en tono cortante.

—La familia Irie. ¿No tuviste nada que ver con eso? Nosotros creíamos que sí.

—La gente comete estupideces —dijo la vampira en un tono extrañamente soñador. Despacio, se deshizo de la bolsa apartándola con los pies, como una niña saliendo de un saco de dormir.

—Necesito saber quién lo hizo —dijo el pelinegro—. Un ser mortífero anda suelto por ahí, haciendo mucho daño. Si sabes quién ha estado merodeando por aquí, tienes alguna conexión con esa banda. Dímelo, yo puedo ocuparme y tú puedes, bueno, tú puedes irte a hacer lo que haces.

En lugar de responder, ella miró al castaño con sus grandes ojos castaños.

—¿Sabe lo que eres?

—Lo sabe todo. Dinos lo que necesitamos saber y nos aseguraremos de que no corras ningún peligro jamás.

Los dedos se le relajaron lentamente y le soltó la mano. La lámpara que colgaba del techo estaba detrás de ella, convirtiéndole el sedoso cabello en una especie de aureola. Tenía pocos años cuando murió, quizá solo trece.

Justo cuando la vampira abría la boca para hablar, la puerta del depósito se abrió de golpe. Todos dieron un respingo y a Jeonghan se le encogió el corazón al ver a Soonyoung y Jihoon en el umbral. El primero tenía una ballesta preparada y el otro sostenía una estaca.

—¡Apártense! —gritó Kwon—. Han llegado los refuerzos.

La vampira chilló, un sonido de otro mundo. Como el grito de un halcón abatiéndose sobre su presa. Corrió a esconderse en un rincón, detrás de la mesa de autopsias.

—Una trampa —gritó ella—. Como siempre.

El castaño quiso decirle que no habían tenido intención de que ocurriera aquello, pero su novio lo agarró por los brazos para que guardara silencio. Empezó a retroceder, poniéndolo fuera del alcance de la ballesta de Soonyoung.

Ninguno de ellos habló con la vampira. Jihoon permaneció en el umbral de la puerta mientras el mayor avanzaba lentamente, con una expresión que ya no tenía nada de dulce. Era buena persona, pero estaba a punto de hacer algo horrible y Jeonghan tenía que detenerlo a como de lugar.

Con una rapidez cegadora, la vampira extendió un brazo y se vio un vertiginoso destello metálico una milésima de segundo antes de que el chico que sostenía la ballesta gritara y retrocediera hasta la pared. Mientras este se desplomaba, la vampira saltó hacia delante con una fuerza sobrehumana, arremetiendo contra el más bajo de ellos y cayendo al suelo del pasillo encima de él.

—¡Jihoon! —gritó Seungcheol corriendo hacia él, pero la vampira no tenía intención de matar y menos aún pelear. Salió huyendo y oyeron el eco de sus viejos zapatos golpeando el suelo embaldosado—. ¡Ocúpate de Soonyoung, Jeonghan! —gritó mientras corría tras ella junto a Lee.

Cuando el menor vio la cara de sufrimiento del herido, fue inmediatamente a su lado.

—¿Es grave?

—Bastante —hizo una mueca de dolor—. Debía de ser un cuchillo para hacer autopsias. No creo que el brazo esté roto, pero... ¿Hay mucha sangre?

—Sí, pero no te ha dado en la arteria —si fuera así, la sangre le estaría saliendo a borbotones de la herida—. No voy a sacarte cuchillo. Esto es más de lo que podemos tratar con nuestro botiquín de primeros auxilios. Deberíamos ir al servicio de urgencias.

—¿Y cómo vamos a explicar exactamente esto a los médicos? —el chico gimió apoyando la cabeza contra la pared—. No, tenemos que salir de aquí.

—¡Necesitas atención médica!

—Hay más material en el cuarto de curas. Podemos resolverlo. Tú solo ayúdame a levantarme, ¿Bien?

Sin decir más nada, le pasó el brazo sano por detrás de su cuello y lo sacó al pasillo. Allí había más luz, y por primera vez en días vio el rojo intenso de la mancha de sangre de una belleza indescriptible.

Entonces, sintió hambre.

No era la misma hambre que había sentido al besar a Seungcheol. Era distinta, pero igual de fuerte. La sangre de Soonyoung olía a galbi, a playa y a todas las cosas maravillosas que deseaba y llevaba tanto tiempo sin disfrutar. Cuando respiraba por la boca, casi podía notar su sabor a hierro y la mano que tenía en su hombro registraba todos los latidos de su pulso. A Jeonghan le dolía la mandíbula, como si estuvieran a punto de salirle los colmillos. No podía pensar, no podía hablar, no podía hacer nada salvo desear beber.

«¡Ya basta!»

Volvió la cabeza hacia el otro lado cerrando los ojos con fuerza.

—Aguanta. Sé que tiene mal aspecto —masculló Kwon.

—No hace falta que me consueles —respondió avergonzado—. El herido eres tú.

—Pero sé que asusta, sobre todo si no estás acostumbrado —el chico tragaba saliva entre cada exhalación—. Nunca habías visto nada igual.

Recordó el aspecto que tenía Seungcheol después de la primera vez que lo mordió y cómo se había desplomado como un fardo a sus pies.

—Supongo que tengo que acostumbrarme.

A unos pasos, se encontraron con la señora Choi en el aparcamiento, quien los llevó inmediatamente de regreso. Soonyoung resultó tener únicamente una herida superficial, pero siguió necesitando que le cogieran de la mano mientras la mujer se la cosía. Seungcheol y los demás regresaron dos horas después. Nadie tuvo que preguntar cómo había ido la cacería, porque parecían abatidos. Todos estaban exhaustos y el sol justo acababa de salir.

—¿Ha escapado? —susurró Jeonghan cuando su pareja lo abrazó.

Él le rozó la mejilla con el dedo pulgar mientras asentía.

—Siempre preocupándote por todo el mundo —y dicho aquello, besó dulcemente su frente delante de todo el grupo, lo cual hizo sonreír a Soonyoung por primera vez desde que salió del hospital.

Después de que la disciplina del grupo se rompió, Baekho no dio ninguna otra orden y, al parecer, no había nada más que hacer hasta más tarde.

Varios miembros del grupo se dirigieron de forma cansina hasta una hilera de camastros de hierro colado. La señora Choi encendió un hornillo y se dispuso a cocinar el desayuno para unos cuantos mientras Jihoon comenzó a catalogar metódicamente todas las armas con ayuda de Hansol y Chan. La pareja acompañó al herido hasta el camastro del cuarto de curas.

—Lo siento —dijo él cuando lo ayudaron a acostarse.

—¿El qué? —preguntó Jeonghan—. No es culpa tuya.

—Ya, pero ahora estoy ocupando el único sitio donde ustedes podrían haber estado solos. Debe de ser una molestia.

—Por esta vez, te perdono —dijo el mayor—. ¿Quieres desayunar?

—Manda a alguien con unas cuantas tortitas. Si no tienen, que se las inventen —exagerando el gesto, Kwon se puso perezosamente el brazo sano detrás de la cabeza—. ¿De qué sirve que te apuñalen si no puedes utilizarlo para hacer chantaje emocional?

Mientras el pelinegro iba a informar a su madre que el herido quería desayunar, el hijo de vampiros entró al baño. Era un cuartito de ladrillo gris próximo al cuarto de curas, más tosco que los aseos de la mayoría de las gasolineras. Cuando salió, Seungcheol se alegró tanto de verlo que el menor sintió su corazón acelerarse.

—El tiempo que pasas con tus seres queridos no es nunca suficiente —soltó Soonyoung de repente—. Salgan a dar una vuelta. Exploren la ciudad. No se preocupen por mí. Deberían disfrutar el uno del otro.

—Es temprano —dijo Baekho. Había rodeado la tela alquitranada que tenían detrás—. No veo qué se puede hacer por ahí a estas horas. Es más seguro si se quedan aquí.

—Las cafeterías están abiertas —el pelinegro cogió posesivamente a Jeonghan de la mano—. No estamos en aislamiento y puedo ir si quiero. Esa es la regla.

—Váyanse, pues —el hombre parecía querer discutir, pero no lo hizo.

Eran libres, así que salieron sin ningún propósito ni rumbo. Todo indicaba que iba a ser un magnífico día. Ahora que por fin volvían a estar solos, hubiera sido un buen momento para ponerse a hablar de los asuntos secretos que tenían pendientes de comentar, pero hablaron de todo un poco menos de eso. Por extrañas que fueran sus vidas, lo que compartían en aquel momento era lo más parecido a la «normalidad» que podrían tener jamás. Pasar un día juntos sin nada de que preocuparse era todo lo que podían esperar compartir.

En la cafetería discutieron sobre si las galletas de chocolate eran mejores que el bizcocho o viceversa, y se turnaron para mojarlos en el café con leche. Estuvieron sentados en un banco de la plaza durante un par de horas, inventándose historias sobre las personas que pasaban por delante. Sabían que sus vidas eran probablemente más extrañas que nada de lo que pudieran inventar sobre otra persona, pero eso no quitó diversión al juego.

En la librería, compararon sus libros de infancia preferidos. Resultó que a los dos les encantaba «Las crónicas de Narnia».

—Nunca me di cuenta de que eran cristianos —confesó Jeonghan—. Ahora me parece tan evidente que me siento estúpido por no haberlo visto. Pero, ya sabes, no creo que mis padres me hablaran mucho de la Iglesia.

Lo había dicho para que Seungcheol se riera, pero en cambio, él lo miró serio.

—¿Te afectan ahora? Las cosas religiosas, quiero decir.

—¿Si leo sobre ellas? No, ni probablemente lo harán nunca. El problema son los símbolos visuales.

Estaban sentados en el suelo de la sección de libros de texto, lejos de todos los clientes. Como las clases ya habían empezado, era poco probable que los interrumpiera algún estudiante, por lo que podían hablar tranquilamente.

—Seungcheol, ¿Has notado algún cambio? Ya sabes... ¿Poderes?

—Me noto más fuerte y corro más deprisa. Jihoon y Hansol lo han comentado, pero no sospechan nada, solo creen que estoy entrenando duro. Me refiero a que soy fuerte, pero no es que haga nada fuera de lo normal. La señora Ha dijo que empezaría a notar algunos inconvenientes además de ventajas, pero de momento nada.

—Quizá de momento no, pero pronto lo harás. Dijiste que has planteado dejar Adamās.

—Sí, pero no sé qué podría hacer después. ¿Podría ponerme a trabajar así nomás? Esto es lo único que sé hacer, y no creo que lo mío tenga muchas salidas profesionales —suspiró—. Jeonghan, ni siquiera he ido al Instituto, a menos que cuentes el año en Septendécim. He leído y estudiado por mi cuenta, pero no es lo mismo. Todos estos manuales universitarios son como un mundo desconocido para mí al que nunca podré acceder.

—Hay formas de hacerlo sin ir al Instituto. Podrías presentarte a un examen que equivale al grado de secundaria, es fácil.

—¿Y luego qué? No podría conseguir una beca y mi madre jamás me pagaría los estudios. Cualquier dinero que tenga es para Adamās. Puede que lograra salir adelante, pero no sé —tragó saliva—. Supongo que no he renunciado a la idea, pero no me parece probable.

Nada de lo que le dijera le ayudaría a sentirse menos atrapado de lo que ya se sentía. Yoon no tenía ninguna información que darle, ningún consuelo que brindarle, así que se limitó a cogerle de la mano.

—¿Qué te gustaría estudiar?

—Derecho, creo.

—¿Derecho? No te veo con un maletín y un traje elegante.

—Me lo pondría si eso me permitiera poner a los malos entre rejas —intentó sonreír—. En Septendécim ya llevé ese uniforme tan absurdo, ¿No?

—No te rías, yo tengo que seguir llevándolo.

—A mí no me hace falta preguntártelo. Tú estudiarías astronomía —el castaño asintió—. ¿Qué es lo que te gusta tanto de la astronomía? Me has enseñado todas las constelaciones que hay, pero nunca me has dicho por qué observas las estrellas.

Jeonghan se abrazó las piernas y apoyó la barbilla en las rodillas, reflexionando. Aunque sabía la respuesta, era importante decirla de un modo que él pudiera entender.

—Mis padres, en cuanto creyeron que podía guardar un secreto, me hablaron de cuál era realmente mi condición cuando yo era muy pequeño. Hicieron que pareciera algo especial. Creí que mi secreto era mágico.

El pelinegro pareció querer hacer una pregunta, pero debió de ver que le estaba costando encontrar las palabras justas, porque lo observó en silencio.

—La primera vez que me di cuenta de que no era ni mágico ni divertido, la primera vez que supe que había algo malo en ser... —miró a su alrededor. Aquella zona de la librería seguía vacía, pero, de todos modos, evitó decir la palabra «vampiro»— Eso... Fue la primera vez que supe que no moriría nunca, pero que todos mis amigos sí lo harían. Se harían viejos y se irían, y yo me quedaría solo. Eso me asustó, porque me di cuenta de que, de todas las personas que quería en el mundo, serían poquísimas las que podría conservar.

Dulcemente, el mayor le puso una mano en la mejilla. Yoon tragó saliva para deshacer el nudo que se notaba en la garganta antes de continuar.

—De manera que intenté pensar en lo que sí podría conservar. En si había algo que estaría siempre conmigo.

—Las estrellas —dijo el pelinegro—. Supiste que siempre te quedarían las estrellas.

El hijo de los vampiros asintió y supo que su novio lo había entendido todo. Lo tomó en sus brazos y lo estrechó con tanta fuerza que por un momento creyó que este también estaría siempre con él.

Esa tarde, el humano lo llevó de regreso a Septendécim en la vieja camioneta de su madre. Llegaron cuando atardecía, aunque hacía tan mal tiempo que casi parecía de noche. La niebla se había cernido sobre las colinas, impidiendo ver a más de unos metros de distancia y pintando el mundo de un gris blanquecino. No era que Seungcheol pudiera llevarlo hasta la misma puerta, pero paró en una carretera secundaria junto al bosque que bordeaba el Internado. Desde allí era fácil volver andando y Jeonghan sabía que pronto tendría que disimular para evitar que Seungkwan o Seokmin le hicieran preguntas, pero apuró en los brazos del mayor el mayor tiempo posible. Se besaron hasta que las ventanillas de la camioneta se empañaron por dentro y el castaño deseó que aquello no se terminara nunca. Aún así, se notaba la proximidad de Septendécim, como si la sombra del edificio estuviera proyectándose sobre ellos.

—No puedo pasarme otros seis meses sin verte —murmuró el mayor con la boca pegada a los cabellos marrones de su novio—. Tenemos que vernos pronto.

—Cuando quieras, ya lo sabes. Envíame un correo electrónico.

—No dará resultado. No nos dejan tener ordenadores portátiles ni nada parecido —suspiró—. Podría intentar ir a la Biblioteca de vez en cuando, pero nunca sé cuándo van a ponernos en aislamiento. Cuando eso ocurre, tenemos que quedarnos en la base y no podemos salir bajo ningún concepto.

—Entonces, ¿Cómo se supone que vamos a vernos?

—Concertaremos cada cita sobre la marcha. Esta vez decidimos dónde nos vemos la próxima. La próxima, decidimos la siguiente y acudimos a la cita pase lo que pase. No podemos fallarnos.

—Sé que podemos hacerlo, y el mes próximo nos viene muy bien —dijo Jeonghan. Cuando el otro lo miró sin comprender, continuó—. La plaza. Septendécim tiene programado un fin de semana allá. ¿Te acuerdas?

—Por supuesto, es perfecto —el mayor sonrió encantado con la idea, pero luego vaciló—. Espera, pero va a haber mucha gente que puede reconocerme.

—No si nos citamos en un sitio apartado. ¿Qué te parece en la orilla del río? A nadie se le va a ocurrir pasearse por ahí salvo a Mingyu, y si él te ve, no va a ser el fin del mundo.

—Preferiría mantenerlo al margen de todo esto por su propio bien, pero, sí, podemos hacerlo. Además, lo más probable es que se quede con el chico que me dijiste, Wonwoo.

Ambos sonrieron encantados con su solución, y luego, volvieron a besarse. El humano tuvo al hijo de vampiros abrazado durante varios largos minutos. La niebla se había espesado incluso más, lo que indicaba que la noche estaba al caer.

—Tengo que irme —explicó el menor—. Debería haberlo hecho hace un rato.

—Anda, date prisa. Esto no es una despedida, amor, no por mucho tiempo.

Se besaron una vez más y el pelinegro le puso una mano en el corazón a Yoon, quien se estremeció pero logró apartarse de él, bajar de la camioneta y echar a correr. A sus espaldas, oyó el motor poniéndose en marcha y las ruedas alejándose.

«Se ha ido»

El corazón le dolía y dejó de correr para mirar atrás mientras las luces traseras de la camioneta se perdían en la niebla.

Detrás de él, se oyó una voz suave.

—Bueno, Jeonghan, supongo que no tengo que preguntarte quién era.

El mencionado quedó helado al escuchar aquella voz, y al dar la vuelta lentamente, se encontró con Jisoo.

Continue Reading

You'll Also Like

583K 78.6K 46
Una sola noche. Dos mujeres lesbianas. ¿Un embarazo? ¡Imposible!
179K 15.1K 35
|𝐀𝐑𝐓𝐈𝐒𝐓𝐒 𝐋𝐎𝐕𝐄| «El amor es el arte de crear por la sensación misma, sin esperar nada a cambio,más allá del placer mismo del acto creativo...
4.7K 714 5
- mayormente ficción - muchísimo fluff
500K 51.2K 128
La verdad esta idea es pervertida al comienzo, pero si le ves más a fondo en vastante tierno más que perverso. nop, no hay Lemon, ecchi obviamente, p...