Santa's helper || MinSung

By xcrazzypizzax

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Donde Jisung es un ayudante de Santa problemático, y Minho es un tipo normal al que no le gusta la navidad. ... More

second

first

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By xcrazzypizzax

Navidad.

Sí, esa época del año caracterizada por los días de frío, las chimeneas encendidas, y los adornos colgados. Cuando las personas parecen ponerse una máscara de alegría, y salen a las calles con la ilusión latente en su organismo, a la espera de que las centelleantes luces de colores, y los repetitivos villancicos de cada año, estén saturando cada rincón, y zona, de la ciudad.

La mirada preocupada de los adultos cae en cada escaparate, en busca de cualquier detalle que puedan comprar para sus seres queridos; y los niños más pequeños corretean por los supermercados, con la mirada encendida al contemplar las largas, y altas, filas de juguetes que se yerguen en cada tienda a la que vayan.

Los dulces colman en las pastelerías, y mercados, y se venden con la misma rapidez y facilidad que cualquier juguetito o objeto navideño.
Las neveras son atiborradas por comida que va dirigida a aquellas dos noches del año, específicamente en diciembre, en la que la magia flota en el ambiente y la emoción, porque lleguen las doce, aumenta a la vez que las agujas del reloj giran.

Los pequeños de la casa abandonan la mesa familiar antes de medianoche, y los adultos no tardan en imitarlos alguna hora después, sumergiendo cada casa del lugar en un profundo silencio.

Y cuando el reloj marca aquella hora tan anhelada, el mundo parece detenerse, y empezar a correr con velocidad en cierto lugar helado al norte del mapa; lugar, en el que cierto hombre grandullón, y sus múltiples ayudantes, trabajan todo el año, sin descansar, preparando todo para la emocionante noche del veinticuatro de diciembre a las doce, es decir, el veinticinco.

Más conocido como Navidad.

–¡Queda apenas una semana para navidad, Jisung, muévete! –exclamó el pecoso, caminando acelerado por la extensión del lugar, mientras en sus brazos cargaba con una gran caja, posiblemente saturada de juguetes.

El mencionado solo pudo resoplar, agachándose con pereza para tomar con cierta dificultad una caja similar a la de su compañero, y comenzar a desplazarse sin mucho ánimo hasta la habitación del trineo, en la cual apilaban los regalos que iban terminando a lo largo del año, preparándolos para la gran noche que, por fin, iba a llegar.

Y ¿qué era Jisung, específicamente? El chico nunca tuvo mucha idea, pero los llamaban Ayudantes de Santa. Solían ser chicos, y chicas, con apariencia joven y personalidad noble; amantes del amor, la paz, y la felicidad ajena; dispuestos a pasar todo un año trabajando para que millones de niños alrededor del mundo recibieran sus tan merecidos regalos navideños.
Su trabajo era arduo, duro, y muy pocas veces descansaban; no obstante, no se quejaban, puesto que no solían cansarse. Era como un don; uno magnífico si se trataba de trabajos como el suyo.

A todos parecía encantarles la idea de la felicidad ajena, de la alegría infantil, y de la magia en estas épocas; pero a cierto chico de cabello naranja, y mejillas esponjosas, no conseguía convencerle del todo eso.

¡Y no significa que él deteste estas fiestas, o que le desagrade su trabajo! De hecho, no hay cosa que le guste más que la navidad, y participar exclusivamente en la creación de regalos, o repartir a los niños entre la lista de malos, y buenos. Era divertido, ajetreado, pero divertido.

No obstante, Jisung no está a favor de varios puntos, en concreto uno, que le lleva carcomiendo la mente durante todos sus años de trabajo. ¿Cuál es? La respuesta es sencilla: No recibir el reconocimiento que merece, tanto él, como sus compañeros de trabajo.

¡Oh, venga ya! Él, junto a los demás, son quienes hacen los regalos, vigilan las actitudes de los niños, y llenan los sacos que serán llevados en el trineo. Aseguran que el mecanismo de este mismo vaya correctamente, e incluso lo  prueban para que nada salga mal.
¿Y Santa Claus? Él solo lleva los regalos, y come galletitas.

Que, ojo, es un trabajo pesado, y las ganas no deben faltar para estar veinticuatro horas sobrevolando la tierra para que la esperanza, y la alegría, por estas fechas, jamás se pierda. No obstante, él hace solo su trabajo porque quiere; Jisung en más de una ocasión se ofreció voluntario para echar una mano en la entrega de presentes, y nunca le permitieron cumplir ese deseo.

Han amaba con todo su corazón el trineo, los regalos, y la fecha. Había escuchado miles de mitos acerca de cómo pasan las navidades los humanos, de lo bonitas que se ponen sus calles durante esos días, y el ambiente mágico que se crea en las casas. Sabía lo de los árboles adornados, las chimeneas encendidas, y la nieve cayendo sobre el pavimento.

Él quería ver todo eso, era su sueño, y estaba seguro de que algún día lo cumpliría.

Felix y él no tardaron en llegar a la habitación del trineo, depositando ambas cajas a los laterales de este, y estirando su cuerpo tras eso.
Los ojos del mayor de ambos revolotearon con curiosidad por toda la extensión, encontrándose las miles de cajas, llenas hasta los topes de juguetes, irrumpiendo su visión cada dos por tres.
Suspiró cansado, pero hinchó el pecho con orgullo; había sido uno de los años en los que más empeño había puesto, solo para obtener la mejor puntuación entre todos sus iguales, y lo había conseguido. Su nombre lideraba en aquella lista que se semejaba a la de niños buenos, salvo por el hecho de que esta estaba ocupada por el nombre de los Ayudantes que mejor habían hecho su trabajo en ese largo año. Era la primera vez de Jisung, incluso, saliendo. Su nombre siempre estuvo en el final.

–¿Sabes, Felix? –sonrió el de cabello naranja, siendo atendido enseguida por la interesada mirada de su menor– Este será mi año. Viajaré con Santa alrededor del mundo, y repartiré junto a él los regalos de los niños. ¡Seré uno de los responsables de que la esperanza navideña siga viva! –elevó la voz con entusiasmo, alzando los brazos a su vez.

El rubio de lindas constelaciones en las mejillas, y sonrisa más cálida que el sol, enarcó una de sus cejas con un matiz semejante a la mofa, cruzando los brazos mientras una pequeña sonrisa se extendía entre sus gruesos labios.

–Claro, ¿Cómo el año pasado, Sung? –inquirió con sarcasmo, observando como la sonrisa del mayor temblaba, amenazando por desaparecer. Había sido un golpe bajo

–Por eso estoy diciendo que este será mi año –masculló, intentando seguir pareciendo confiado–, no deberías echarme cosas en cara, idiota, se supone que eres mi amigo. No se te va a caer la boca solo por animarme de vez en cuando, eh.

–Solo digo lo que siento, Jisung –se encogió suavemente de hombros, haciendo una muequecita con los labios–. Creo que tienes una creciente obsesión por viajar junto a Santa... Es decir, ¡Este año entraste en el top 10 de buenos trabajadores! Por favor, Jisung, siempre te reías de los que aparecían ahí.

–Fue por... ¿El espíritu navideño? –buscó una excusa, diciendo aquello con duda, para después sonreír con aparente inocencia.

Felix lo miraba con cansancio, rodando los ojos tras eso mientras soltaba un largo suspiro.

–Está bien, Sung. Sabes que yo te apoyo en lo que quieras hacer –cedió el rubio, dándose la vuelta para terminar de colocar la caja que aún tenía en los brazos–, solo trata de no desanimarte, ni hacer ninguna estupidez, cuando te sea negada la petición.

–No hará falta, Lix, tengo el presentimiento de que este año saldrá todo como lo tenía planeado –aseguró con confianza, sonriendo ampliamente nada más terminar de hablar.

–Si estás tan seguro... –murmuró el pecoso, encogiéndose nuevamente de hombros– Ven, ayudame a traer la caja que quedó en el taller.

Jisung asintió, y ambos caminaron hombro con hombro hasta el lugar indicado, dejando de lado la conversación anterior, para centrarse únicamente en los últimos arreglos que debían hacer antes de que llegase la tan esperada hora.

Era la última semana, nada podía salir mal.

∞🌨️∞

–Y por eso, jefe, me veo con la obligación de pedirle, con todo mi respeto y buena fe, que me deje acompañarlo a la entrega de regalos. Y si usted no me deja, lo haré yo por mi propia cuenta, tú elijes –finalizó Jisung su discurso, con una postura segura, y una mirada decidida. Terminó sonriendo, cambiando drásticamente su pose a una tranquila, con las manos en sus caderas, y una pierna adelantada de la otra–. Así le diré cuando esté en su despacho –aseguró, dándose una última mirada en el reflejo del espejo, antes de girar sobre sus talones para regresar sobre sus pasos al pasillo que conectaba todas las habitaciones.

Había estado practicando durante muchos días y hoy, por fin, y con una semana de antelación, entraría en el despacho de Santa Claus, cuyo nombre realmente sabían todos, pero al muy engreído le encantaba que lo llamasen por el popular, y le haría saber que estaba dispuesto a subirse junto a él en ese trineo.

La cuestión es que, quizás, no tiene tanta determinación como le hubiera gustado y, hay una infinidad de posibilidades, lo más probable es que se quedase en blanco nada más cruzar el umbral de aquella gran puerta. Pero no pasaría nada, porque lo que importa es intentarlo, y no se iba a dar por vencido cuando ya estaba a punto de llegar el gran día. Insistiría lo que hiciera falta, Santa no es tan mal tipo.

Mientras caminaba por los pasillos, pudo observar como una brillante cabellera rubia, y unas mejillas a rebosar de manchitas, entraban a su campo de visión con una mirada ausente, y la atención fijada en los miles de pensamientos que ocupaban su cabecita.
Cuando sus oscuros ojos chocaron con los del pelinaranja, no dudó en sonreír ampliamente, con una notable burla que no pasó desapercibida para el mayor.

–¡Ahí va nuestro más persistente muchacho, a por su first win! –exclamó el menor, señalándolo con el índice sin borrar la mueca de felicidad de su rostro– ¡Las gradas se vuelven locas! ¡Los espectadores esperan ansiosos el gran final! –se movía alrededor de Han, quien se había detenido para poder escuchar con atención las tonterías del rubio– ¡Jisung! ¡Jisung! –susurraba con ánimo, imitando el vítore de miles de personas. Terminó soltando una carcajada, y lo abrazó por los hombros, dándole un ligero apretón– Estamos contigo, Sung, traenos este año las buenas nuevas.

–No hables en plural, niño –se quejó, entrecerrando los ojos en su dirección mientras se separaba de él con un ligero empujón– y deja de montar estos espectáculos. El primer año hizo gracia, el tercero ya comienza a ser repetitivo –farfulló, cruzando los brazos.

–Yo también soy persistente, a mi estilo –se excusó. Parecía no poder dejar de sonreír con diversión– ¿Vas ahora al despacho del jefazo?

–Sí –asintió–, y espero salir con una respuesta afirmativa de su parte. Este año me lo he ganado, he sido el mejor ayudante, con diferencia.

–No te quito la razón, Sung, pero recuerda que le gusta hacer su trabajo solo –puntualizó Felix, enseriandose al instante–, es un amante empedernido de la felicidad ajena, y más cuando él es el causante. Qué se le va a hacer.

–¡Pero a mí también me hace feliz que los niños conserven el espíritu navideño! –se quejó, frunciendo el ceño– Además, que yo ayudo con la creación de los juguetes, y el listado de niños.

–Pero no es suficiente para ti... –masculló, apretando los labios tras eso. Suspiró con cansancio, y dejó caer sus hombros; no podía hacerlo cambiar de idea– Está bien, Jisung, pero debes recordar que tu trabajo también es necesario... Es tan importante como la entrega de regalos. No lo subestimes solo porque no sea tan reconocido por los demás...

–No lo subestimo –refunfuñó, observando como su amigo giraba sobre sus talones, y continuaba con el camino que recorría antes de encontrarse con él.

Jisung lo imitó, y continuó andando hacia el despacho de su "jefe", aligerando el paso para llegar antes.
Cuando estuvo frente a la puerta, lo primero que encontró fue la pequeña figura de cierto pelinegro, apoyada en la puerta de su superior, vigilando quién quería entrar, y lo que ocurría por esa zona del pasillo. Han sonrió con burla, y se plantó frente a él; Seo lo observó silencioso, y soltó un suspiro al comprender qué pasaba.

–¿Tercer año consecutivo? –indagó el pelinegro, alzando una de sus cejas, expectante.

–Este año se puede –aseguró el pelinaranja.

–El bagre no se rinde.

–Tal cual –soltó una risita, negando suavemente con la cabeza– ¿Me dejarás pasar, Guardián Todopoderoso Del Templo De Santa Claus?

–Claro que sí, Pequeña Rata De Las Alcantarillas Del Norte –se echó hacia el costado, dejando vía libre para que el contrario pudiera entrar.

–Gracias –murmuró Jisung, caminando hacia el interior de la sala sin apartar sus orbes del cuerpo más pequeño–... Tú y yo debemos hablar acerca de ese mote que me has puesto –fue lo último que pudo decir, antes de que se cerrase la puerta tras sus espaldas.

Caminó con seguridad por el pequeño pasillo que había antes de llegar a la sala en la que se encontraba aquel chico. A medida que se acercaba más, sus pasos comenzaron a volverse dudosos, y la confianza cayó en picado, pero no iba a darse la vuelta. Por favor, no era la primera vez que lo intentaba.
Cuando sus pies tocaron el suelo cubierto por una gran alfombra color vino, y sus ojos se fijaron en el brillante cabello del chico que había ido a ver en cuestión, una sonrisa incómoda no tardó en extenderse entre sus labios.

–Hey... Buenas tardes –saludó con nerviosismo, llamando en seguida la atención del contrario.

–Oh no... Tú no –se lamentó él, en un quejido, mientras se reacomodaba en su asiento para mirar el día en su calendario de mesa, confirmando así la  razón por la que aquel chico se encontraba dentro de esas cuatro paredes.

–No estaría mal que disimularas un poco tu desagrado por mi presencia –masculló Jisung, sentándose frente a él.

–No, hombre, no –negó con velocidad. No quería causar mal entendidos–. Me alegra ver tu cara por mi despacho, lo que me entristece es ver tu cara por mi despacho en estas fechas –admitió–, pero haré como que no sé por qué estás aquí, y me sorprenderé cuando me hagas tu petición –sonrió amablemente, apoyado completamente la espalda en la silla en la que estaba sentado–. Empecemos de nuevo –carraspeó–: ¡Oh, Han! Que inesperada sorpresa verte por aquí. Dime, ¿Necesitaba algo?

El menor lo miró en silencio, inexpresivo, causando así que el chico pálido hiciera un ademán con la mano para que continuase con la conversación. El pelinaranja suspiró con cansancio, antes de seguirle el juego:

–¿Puedo ir este año a repartir regalos contigo?

–¡No me esperaba esa petición! –dramatizó, llevando una mano a su pecho, mientras abría los ojos con asombro fingido– Pero debo denegar la propuesta. Gracias, siguiente.

–¡Oh, venga ya! –exclamó, alzando los brazos con indignación para después dejarlos caer sobre sus muslos. El mayor solo podía observarlo en silencio– ¡Chris, este año lo hice todo bien, me lo merezco!

–Tshu –chistó, frunciendo ligeramente el ceño–, el nombre.

–Chan.

–¡El otro!

–¡No te voy a llamar Santa si me sé tu nombre real, se me hace ridículo! –exclamó impaciente. El mencionado simplemente apretó los labios, y dio un ligero golpe en la mesa, apartando la mirada, rendido– ¿Por qué no puedo acompañarte en la entrega? ¡Yo creo que me lo merezco! Tanto yo, como mis compañeros de trabajo. ¿Tan egoísta vas a ser?

–No soy egoísta, solo soy un hombre de costumbres –se encogió ligeramente de hombros, levantándose de su asiento con una mirada severa.

–Tanta costumbre y todo eso, pero bien que has implantado una maquinaria avanzadísima, incluso para los humanos, en el trineo –enarcó una de sus cejas–. ¿Dónde quedaron los renos y la magia?

–No debería estar dándote información que no te incumbe pero me has fastidiado con ese comentario y me veo en la obligación de cerrarte la boca –anunció–. Lo primero; los renos siguen estando, y lo segundo; toda la tecnología instalada es para una entrega más rápida, y efectiva, y está hecha por tus compañeros. Además de que solo se usa en casos ultra mega necesarios.

–Pero-

–Ya está bien, Jisung. Aprende a recibir un no como respuesta, y vete de mi despacho –demandó, sin ningún rastro de humor en su expresión, y una postura determinada señalando hacia la gran puerta por la que había ingresado antes.

Jisung se quedó silencioso durante unos segundos, antes de fruncir el ceño con coraje, y levantarse bruscamente de la silla, dándose la vuelta para caminar hacia la salida no sin antes dedicarle su mirada más venenosa al que, en principio, debía ver cómo jefe.
Salió de allí con pasos fuertes, y una expresión agria en su esponjoso rostro, cerrando la puerta con fuerza cuando ya hubo estado en el exterior del despacho, provocando así que el chico bajito de cabellos oscuros diera un brinco por la impresión del ruido. No se lo esperaba.

Changbin volteó a verlo con intriga, suponiendo que el plan no le había salido tan bien como al pelinaranja le hubiera gustado. No se esperaba verlo tan afectado, los dos años anteriores no se lo tomó tan a lo personal, pero supuso que la impotencia se había acumulado y terminó explotando aquel día.
El mayor carraspeó, dispuesto a brindarle un poco de apoyo emocional a aquel, ahora, colérico chico.

–No pasa nada, Sung, siempre puedes intentarlo el año que viene... –murmuró el de mandíbula en 'v', recibiendo una negación por parte del delgado– ¿Te vas a rendir? –parecía sorprendido, e incluso un poco dolido. Se había acostumbrado a que esto ocurriera consecutivamente.

–Yo jamás me rindo, Changbin, jamás –recalcó la última palabra, antes de alejarse de allí con una postura confiada y un ceño arrugado.

Changbin lo siguió con la vista durante unos buenos segundos, antes de que desapareciera de su visión al girar una esquina. De aquel mismo lugar, en cuanto Jisung se volatilizó, el rubio cabello de cierto pecoso apareció en su campo de visión. Miraba hacia atrás con extrañeza, siguiendo el rastro del pelinaranja, antes de plantar su interrogante mirada en los oscuros orbes del pelinegro.

–Supongo que lo intentará de nuevo el año que viene –fue lo único que tuvo que decir para que Felix pudiera comprender qué ocurrió, recibiendo la información con una expresión comprensiva, y dos leves asentimientos que matizaban el sentimiento.

De todas formas, Seo solo esperaba que Jisung no hiciera ninguna idiotez. Realmente parecía muy enfadado al irse.

∞🌨️∞

La joven figura de cierto pelinaranja se coló, sin ningún tipo de problema, en la habitación del trineo cuando las luces se hubieron apagado, y sus compañeros optaron por ir a tomar un descanso, bien merecido, antes de continuar con los preparativos.

Escabullirse no había sido un trabajo tan duro, ni mucho menos largo, por lo que no pudo matizar bien su plan antes de llegar al umbral de aquella amplia habitación.
Ahora se encontraba mirando aquel moderno trineo, el cual había cambiado, y evolucionado, al mismo tiempo que lo hacían los aparatos de la época. Poco quedaba de ese cacho de madera tirado únicamente por renos mágicos, que va, ahora disponía de decenas de aparatos que ayudaban a que la entrega fuera dinámica, y más sencilla que con anterioridad.

El joven nunca entendió mucho ese cachivache, ni todas las funciones que implementaba con la gran cantidad de botones, pero tampoco le hacía falta entenderlo para profundizar su plan de intromisión en el viaje intercontinental.

Él dijo que sería su año, y no porque un chaval altanero cuyo parecido estaba alejado años luz de la definición habitual de Papá Noel le haya dicho que no, se rendiría. Por lo tanto, no dudó en mandar a volar su plan "A", para comenzar a maquinar el "B". Pero debía saber bien como era el trineo por dentro, para ver en qué lugar podría caber de una forma mínimamente cómoda.

Tenía pensado colarse unas horas antes de que Chris partiera, en la parte trasera del trineo, escondido entre los múltiples sacos de regalos, y saliendo de su escondite en cuanto fuera imposible regresarlo al Polo Norte.
Era consciente de que si salía bien, o mal, la repercusión sería un tanto similar, ya que el enfado y la desconfianza del chico pálido hacia su persona solo iría en aumento, y perdería cualquier oportunidad en el futuro para acompañarlo de forma legal. Pero tampoco le tomaba mucha importancia, él solo quería saber qué se sentía una vez en la vida. Era un capricho, nada más.

Miraba el vehículo desde afuera, analizando con frialdad dónde podría meterse para no ser visto por nadie, cuando la puerta sonó, indicando que alguien estaba entrando.
No lo pensó mucho, y saltó dentro del trineo en un intento de esconderse, sin darse cuenta de que cayó sobre un mando con un gran botón color rojo que, curiosamente, tenía una pegatina en la que, con letras grandes y llamativas, expresaba que no se debía pulsar.

Han lo miró entre intrigado, y asustado. Esperaba que no sirviera para nada, pero no pudo estar más equivocado, y solo se percató de aquello cuando una trampilla se abrió en el suelo del trineo, provocando así que su cuerpo cayera sin ninguna interrupción por lo que parecía ser un agujero profundo, que terminó con él encerrado en una especie de caja. En cuanto esta cerró sus alas, la sensación de estar siendo transportado a  gran velocidad no pasó desapercibida por el pelinaranja que, en su muy incómoda posición, y con el corazón latiendo desembocado al no comprender qué pasaba, estaba comenzando a sentir náuseas.

Tras un golpe brusco, y un silencio abrumador, la sensación de velocidad se detuvo.
Jisung se mantuvo en silencio; con su corazón chocando sin compasión contra sus costillas, y los sentidos alerta a la espera de escuchar algo más que no fuera el maldito sonido de sus descontrolados latidos suplicando que dejara salir al órgano vital de su cuerpo.
Podía notar, incluso, como corría la sangre dentro de su organismo. La tensión era prácticamente palpable, y el silencio ancestral que reinaba en el lugar no lo calmaba en absoluto. La postura en la que se encontraba también influía en su incomodidad, y las piernas comenzaban a dormirse, provocando ese conocido cosquilleo.

No aguantó más, y salió del extraño compartimento en el que fue encerrado, aunque con considerable lentitud y bastante pánico al no saber en dónde se encontraba.
Salió gateando, debido a que había terminado tumbado en el suelo, y miró a su alrededor con lentitud, su miedo haciéndose más profundo al no reconocer el lugar en el que estaba.

Escaneó con pausa la habitación. Había una gran mesa, dos sofás, una televisión encendida, y una chimenea en llamas.
Tragó duro al comprender que estaba muy alejado de su hogar, y mirando fugazmente hacia la ventana, ni si quiera pudo ver la típica capa de nieve que siempre abundaba en el Polo Norte.
Se puso de pie inseguro, sin dejar de mirar su alrededor con miedo. No entendía dónde estaba, ni mucho menos qué había ocurrido, ni como había llegado a, lo que parecía ser, ese salón.

–¡Quieto o llamo a la policía!

Una segunda voz, voceando aquello a sus espaldas, lo hizo helarse en su sitio.

No estaba solo.

–Vale... Vale, relájate –murmuró el ayudante, levantando con falsa tranquilidad los brazos, en señal de paz, antes de girarse con suma tardanza hacia el otro chico.

El desconocido tenía agarrado con firmeza lo que parecía ser una sartén, y estaba vestido con unos simples pantalones de pijama. Su cabello estaba despeinado, y sus pies descalzos. Era más que obvio que estaba durmiendo, o a punto de hacerlo.

–¿Quién eres? ¿Qué haces aquí? –su tono era más tranquilo, pero la fuerza en su voz seguía siendo la misma. Parecía haber bajado un poco la guardia al descubrir que se trataba de un adolescente.

–Soy Han Jisung, y también me gustaría saber la respuesta a la segunda pregunta –admitió, asintiendo suavemente, pero sin dejar de tener las manos en alto, y los ojos fijos en el rostro del chico. No quería crear malos entendidos bajando la mirada a su abdomen descubierto.

–¿Te estás haciendo el graciosillo? –inquirió el dueño de la casa, frunciendo, aún más si era posible, el ceño– Dime qué haces aquí, en seguida, si no quieres que llame a los oficiales –Han se quedó callado, sin saber cómo explicarle todo lo que había pasado– ¡Ahora! –alzó la voz, señalándolo con el arma provisional que había encontrado en la cocina. Casi parecía una amenaza.

–¡Espera! –exclamó el menor, con nervios– Es difícil de explicar, por no decir que va a ser demasiado increíble... Y no en el sentido de genial, simplemente es que no te lo vas a creer.

–Intentalo, no te queda de otra –masculló el castaño–. Estás en casa de otra persona sin su consentimiento, más te vale decir el por qué, por muy increíble que sea.

–Vale... A ver –bajó las manos a la vez que el otro chico su arma, aunque no la soltó–  Verás, yo estaba en el Polo Norte, ideando mi plan para acompañar este año a Santa en la entrega de regalos...

–¿Qué...?

–Shh, no hables –lo silenció–. Te dije que sería increíble, déjame terminar de explicar todo y luego te cedo la palabra a ti –determinó, ganándose un lento asentimiento por parte del desconocido.

Y así, con paciencia y cuidado, el ayudante de Santa comenzó a contarle la historia desde el principio más alejado; explicándole el nacimiento de ese plan, y el por qué quería viajar junto a Chris.
El castaño lo observaba en silencio, incrédulo ante toda la información que estaba recibiendo de golpe; más aún, cuando en esta se mencionaban renos voladores, tecnología avanzadisíma, y ayudantes te Santa Claus que hacían su trabajo solo por conservar el espíritu navideño en los corazones de los más pequeños.
El de mejillas esponjosas continuaba hablando, intentando explicar cada mínimo detalle de su huida, hasta llegar al desenlace de todo, que era él cayendo en un oscuro agujero, que terminó siendo un túnel hasta aquella caja extraña que lo había atrapado, y mandado de alguna forma, posiblemente mágica, hasta la casa de ese pobre chico, que antes trataba de seguir con su vida sin ningún duende mágico irrumpiendo en su casa.

–... Y esa es la razón por la que me encuentro en estos momentos bajo el techo de tu humilde, y sosa, casa –finalizó el menor, sonriendo ampliamente nada más dejar de hablar.

–Ujum... –asintió con letargo, cualquier tipo de miedo que pudo tener antes desaparecido– ¿Y pretendes que me lo crea?

–Pues la verdad es que sí –asintió Jisung, con un ligero movimiento de cabeza en aprobación–, no te he dicho la verdad, y te he contado la historia de mi vida, para que pienses que miento.

–Una lastima que sea así –masculló Minho, dejando sobre la mesa que tenía al lado aquella sartén que había estado agarrando–. Mira, chico, no me gustan mucho las bromas, mucho menos si tratan de Papá Noeles cuyo nombre es Chanban...

–Chan, o Chris, pero te has hecho un lío con Changbin –lo corrigió– . No pasa nada, es comprensible, se parecen.

–... Y de chicos encerrados en cajas mágicas que, por algún motivo, conducen hasta mi sala –continuó Minho, sin detenerse a escuchar la explicación del menor–. No tengo idea de cómo has entrado a mi casa

–Te lo acabo de explicar –canturreó.

– Pero sin duda no voy a seguir aguantando a un niñato que va de graciosillo –finalizó, alzando una ceja–. Vete a casa, niño, y deja de molestar a la gente con cuentecitos mágicos y mierdas así. Te acompañaré a la puerta.

–¡No! ¡Espera! –lo detuvo, con inquietud– ¿Tan difícil es creer lo que digo?

–Eh... ¿Sí?

–¿Acaso no crees en la navidad?

–¿Quién coño cree en la navidad a estas alturas de la vida? Jisung, por Dios –espetó con irritación, perdiendo la poca paciencia que había intentando reunir para no echar al chaval de su casa a la fuerza.

–¡No estoy mintiendo! –aseguró, dando un par de pasos hacia atrás cuando vio como el contrario comenzaba a acercarse de forma peligrosa hacia él– ¿Por qué lo haría?

–Los adolescentes de hoy en día sois raros, vete tú a saber qué ocurre por vuestras despiadadas cabecitas.

–¡Que soy un ayudante de Santa Claus! –chilló, exasperado– De hecho, tienes la prueba de que aparecí aquí en una caja, ahí están los restos –lo señaló, tragando con nervios cuando los ojos del castaño se fijaron en el lugar señalado.

–Wow, una caja como otra cualquiera está en mi salón –masculló, con asombro fingido. Volvió a mirar al pelinaranja, y se encogió suavemente de hombros–. Procura llevártela cuando te vayas de aquí.

La mano del castaño se cerró con firmeza en una de las muñecas del pelinaranja, sacándole un jadeo asombrado cuando comenzó a jalar de él hacia la puerta de salida.

–¡No, no, detente! –forcejeaba, ayudándose con la mano libre, y clavando los talones en la madera del suelo.

Al llegar a la zona de la puerta, el castaño tiró de él con rapidez y fuerza, empujándolo hacia la salida, y soltando del agarre, provocado que cayera en el suelo de la entrada de su casa. La puerta seguía cerrada

–¿¡Qué diablos te pasa, niño imbécil!? –rugió el mayor, con cansancio, mirando desde arriba el delgado cuerpo del menor, que temblaba con sutileza– ¡Ya da igual si tu historia de mierda es de verdad o no, la cosa es que estás en mi casa, y yo no te quiero ver aquí! ¡Largate! ¡Dile a Papá Noel y a sus renitos que vengan a por ti, pero déjame tranquilo!

–Pero no tengo donde ir –balbuceó el menor, sobando con suavidad la zona de su muñeca que había sido agarrada. Le dolía un poco, y se le había quedado una marca roja, producto del férreo agarre.

–Que lastima –se encogió de hombros, caminando con desinterés hacia la puerta, y pasando por al lado del cuerpo más delgado que aún se encontraba sentado en el suelo, con la mirada gacha. Admitía que le daba algo de lastima, pero no le gustaban los graciosillos, y no se creía nada de lo que había escuchado–, pero tranquilo, seguro que puedes encontrar algún... Lugar... En el cual dormir.

Ambos miraron con asombro las oscura calles de la ciudad siendo bañadas por una cortina espesa de millones de gotitas de agua, que golpeaban con fuerza y determinación cada objeto, y ser vivo, que estuviera a esas horas deambulando por la zona.

–¿En serio vas a ser tan malo como para dejarme ir solo bajo esta manta de lluvia? –indagó Jisung, observando turbado por la puerta el panorama medioambiental que arrasaba las calles de aquella ciudad. Por fin se había levantado del suelo.

–Eh... –lo miró de reojo, topándose con la expresión desolada del menor contemplando la lluvia. El castaño carraspeó apartando la mirada, y se cruzó de brazos, frunciendo el ceño. Debía ser duro– ¡Claro que sí! No eres... No eres de mi incumbencia. Ni si quiera te conozco, y has aparecido de la nada en mi casa... No tengo por qué ser compasivo contigo –masculló, bajando la voz a medida que las palabras salían de su boca.

–Pero... Ahg, está bien –cedió Jisung, tragando con fuerza el nudo que se había instalado en su garganta, y el cual amenazaba con hacerse más grande. Se arrepentía tanto de haber subido a ese estúpido trineo–. Estoy seguro de que estabas en la lista de niños malos cuando eras pequeño... –masculló, mientras salía de la casa, y se quedaba en el porche de esta durante unos segundos, pensativo. ¿En serio debía salir a la intemperie?

–Yo nunca estuve en ninguna lista, porque Papá Noel no existe, abre los ojos a la realidad, idiota –recriminó, cruzando los brazos mientras se apoyaba en el marco de la puerta, observando fijamente el delgado cuerpo del chico dudando de su siguiente paso.

–Vale,  amargado, ya no me hables –refunfuñó por lo bajo. Que su cara fuera linda no le daba el derecho de ser tan estúpido.

Jisung cerró los ojos con fuerza, antes de dar un paso al frente, quedando bajo las gotas de lluvia que, ahora, golpeaban insistentemente el desabrigado cuerpecito del de piel bronce.
Comenzó a alejarse de la casa, bajo la atenta y arrepentida mirada del castaño, que mordía sus labios con inquietud a medida que veía el cuerpo más pequeño a más distancia de él. Se notaba desorientado, y no paraba de dar tumbos hacia los lados, buscando por qué zona ir.

–Vale, Minho, no debes preocuparte por él, no lo conoces –murmuraba para sí mismo, a la vez que cerraba la puerta y se alejaba de ella–, seguro que estaba mintiendo y ahora se está dirigiendo a su casa... Sí, segu-

La luz de un rayo entrando por la ventana de su cocina, y el sonido del trueno sonando segundos después, lo hizo girarse con velocidad hacia la salida, corriendo hacia esta con necesidad antes de abrir la puerta de manera brusca, buscando con apuro, entre la oscuridad de la noche, y las horribles gotas de agua, la figura del chico que había estado minutos antes en el suelo de su sala. Cuando dio con ella, no evitó soltar un grito llamándolo:

–¡Hey, niño, ven aquí anda! –ordenó, observando como el pelinaranja detenía su paso, y se daba la vuelta para mirarlo con interrogante– Está... Lloviendo mucho –masculló, lo suficientemente alto para que el menor lo escuchaste y corriera en su dirección con una gran sonrisa en el rostro.

–Le diré a Chris que te meteré en la lista de niños buenos aunque seas un adulto amargado, gracias –fue lo primero que dijo cuando llegó a su lado, dispuesto a entrar nuevamente al interior de la casa, y antes de ser detenido por la mano del dueño– Hey... –se quejó.

–Estate quietecito, niño mágico, no vas a entrar a mi casa empapado. Me niego a secar luego el suelo –musitó, resentido. No se podía creer que estuviera haciendo eso por un desconocido– Quédate aquí, y vete quitando las zapatillas y la ropa. Te traeré un pijama –avisó, empujándolo con suavidad para que entrase en el interior, lo suficiente solo para poder cerrar la puerta y que se cambiase a gusto.

Tímidamente, y lleno de vergüenza, Jisung le hizo caso y comenzó a desvestirse. Encima que lo había dejado entrar a su casa, y al parecer quedarse (porque le estaba dando un cambio de ropa), no podía quejarse y negarse ante una petición. No era su estilo.

Cuando Minho volvió, Jisung estaba solo en ropa interior, observando con suma atención su entorno.
El mayor alzó una ceja al verlo, parecía tan indefenso y perdido, que incluso consiguió transmitirle un poco de ternura.

–Está bien, mini Santa, aquí tienes la ropa –avisó, lanzándole un pijama grueso que tenía desde hace años, y dejando unos calcetines blancos en el suelo, para que se los pusiera al terminar de vestirse.

–Deja de llamarme con motecitos estúpidos –se quejó el de cabello naranja, poniéndose los pantalones bajo la, ciertamente, intensa mirada del mayor–, tengo nombre, de hecho te lo sabes –cuando acabó con su labor, alzó la vista en su dirección, percatándose así de que ahora llevaba camiseta– ¿Y tú? ¿Tienes nombre?

–Minho –respondió, concentrado en los movimientos del pelinaranja. El menor se detuvo y lo miró con insistencia, como pidiendo algo más– ¿Qué? ¿También debo decir mi apellido? –el de mejillas esponjosas asintió, y el mayor resopló con ganas. Niño pesado– Lee Minho –cedió, a la vez que el contrario metía la cabeza en la camiseta, con los brazos extendidos hacia arriba, dejando a plena vista su delgada cintura, y definido abdomen–, aunque no comprendo el interés por el apellido ¿A quien le importa? Tú ni si quiera me dijiste el tuyo.

–Bueno, a mí tu apellido sí me interesa –admitió nada más sacar la cabeza por el agujero de la camiseta, y a la vez que estiraba la parte de abajo de esta, colocándola–, sin embargo yo tengo la leve sospecha de que a ti mi nombre, y mi apellido, te importan igual de poco.

El castaño lo observó en silencio, con los brazos cruzados, y los ojos entrecerrados. Chico listo. ¿En qué momento decidió que sería buena idea aceptarlo en su hogar?

–Más te vale buscar una solución a tu problema durante esta noche, niñato –empezó a hablar Lee, arrugando en profundidad su ceño–. No me importa si sigues con tus historietas sobre Papá Noel, o es algo más bien personal con tu familia, pero mañana espero verte partir, porque si no tú y yo vamos a tener un problema severo –advirtió. Jisung asintió con un suave atisbo de temor, y tragó duro–. Dormirás en la habitación del fondo a la derecha, la de en frente es la mía. Como note que tienes pensado hacer algo malo, no dudes que tendrás a la policía aquí más rápido de lo que tú te crees. Ahora, vamos a dormir, está siendo una noche demasiado horrible, y estoy cansado.

Se dio la vuelta, caminando sin mirar atrás hacia su cuarto, el cual era el que antes le había indicado. Jisung siguió sus pasos con miedo, sin tener idea de qué podría hacer mañana para regresar a su casa, o tan si quiera encontrar un lugar en el cual quedarse hasta tener un plan para contactar con el Polo Norte.

Cuando ambos estuvieron en las puertas de sus respectivas habitaciones, Minho le dio una última mirada de advertencia al menor, que soltó un suspiro cansino.

–Relájate, hombre, ya estoy más que amenazado –se quejó–, literalmente podría haberme hecho pis encima antes si continuabas mirándome de esa forma. Estate tranquilo, no haré nada raro.

–No la líes, zanahorio –advirtió, y cerró su puerta de un golpe seco nada más entrar a la habitación.

–Ni li liis, zinihirii –lo imitó por lo bajo, resoplando antes de entrar a la habitación– ¿Tanto le va a costar creerme? ¿Qué se supone que quiere que haga mañana?

Se preguntó a sí mismo, gateando por la cama singular, antes de meterse bajo las cálidas mantas. Debía descansar al menos un poco, algo le decía que mañana no sería un día tranquilo precisamente

N/a Hihi~

Vale, solo espero que esto os guste aaaaaa ❤️

Ojalá este capítulo no os haya parecido largo, porque el siguiente es, literalmente, tres veces más largo xd.

Quiero agradecer a CosmicSeo por haber aceptado trabajar conmigo 🥺❤️ Es una gran chica, sus historias son magníficas, y escribe como los ángeles.

El siguiente capítulo, en su gran mayoría, es escrito por ella uwu

Creo que en un par de horas subiré la siguiente parte~

Gracias por leer ❤️❤️

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