Los Deseos de Demetrius (�...

By Donatella1212

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Un nuevo siglo empieza. En pleno año 2000, Demetrius Strauss lucha por salir a flote después de la muerte de... More

Prólogo
El Universo
El paquete
Retroceder
La cita fallida
El autosabotaje
El crucero
Demasiado tarde
Aceptando culpas
Una noche en un millón
Frustración
El plan
La ansiedad
Disputas
No hay nada como la familia
Trascender
La sexualidad pasó de moda
La verdad sobre Matheus
Vivir en pecado
Las frustraciones
Momentos
Mathilde se come el mundo
Perdiendo la razón
El santo desorden
El suicidio
Si fuese por el sexo
Relación directa con la ilusión
Nostalgia de último momento
Sacude tus cimientos
Aire fatuo
Gélida como la nieve
Amistad fallida
Felino
Sorpresas
Lo real y lo efímero
Epílogo
Portada y booktrailer

Salvaje e imparable

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By Donatella1212

  Llegamos al restaurante, por un momento nos quedamos en silencio y luego Mathilde se desmoronó al ver a su hermano. Le dijo que estaba con un desaliento por causa de Monique y que eso había apuñalado su amistad.

—Yo me siento desamparado por no poder hacer nada. Estoy molesto porque esto va en contra de mi moral, también estuve en contra de lo que sabemos sobre Monique. Así me siento y estoy sumamente enfurecido —dijo Matheus y luego descargó su furia dando un puñetazo a la pared —.¡Estoy harto de que todo sea tan complejo!

Lo que hizo fue desconcertante. Estaba sentado frente a él, conteniendo una respiración agitada. Él echó su cabeza hacia atrás y pensé que iba a llorar como un niño.

—Olvídala. Monique está con ese rastrero y se va a casar. Ella hace lo que el tipo dice, obedece a la manipulación que ejerce sobre la mente de ella —dijo mi esposa sintiendo la impotencia en sus hombros.

—Me duele el corazón de solo pensar en que se casará con ese sátrapa —agregué.

Cerré los ojos y cuando los abrí, el rubio estaba coqueteando con la camarera. La pelirroja se parecía a Monique. De inmediato mi esposa me sujetó el brazo y me dijo al oído que la muchacha era la media hermana de Monique.

Le eché otra mirada a la moza. Por un momento sentí que mi respiración de agitaba al compás de mis latidos.

—Encargué unos mariscos con ensalada de lechuga, pepino y tomate —dijo Matheus, curvando la comisura de sus labios.

—¡Qué delicia!, me crujen las tripas —dije esperando que la chica se alejara de la mesa.

—Esa chica es pariente de Monique —susurró Mathilde.

—¿De qué estás hablando, tonta? —inquirió el rubio.

—Dije que la camarera es la media hermana de Monique.

—Acaso no te diste cuenta que las dos son pecosas, pelirrojas de ojos verdes —agregué.

Matheus echó una mirada furiosa.

—Son prácticamente dos gotas de agua —chilló mi esposa.

—¿Y qué?, Patty también es pelirroja.

—Pero tiene ojos celestes y es dientona —exclamó Mathilde.

Como respuesta, su semblante se tornó pálido como la nieve.

—Es igual a Monique. Es obvio que son parientes —dije.

—No te atrevas a pedirle el número telefónico a esa chica. Te lo advierto —ordenó su hermana.

—Esta chica tiene una tez aceitunada. No se parece en nada a Monique —inquirió.

Luego de oir su excusa, exploté:

—Cuando venga con la comida, por favor no la mires...

—No se preocupen. Mi visión cambió y se volvió más nítida. Me di cuenta que no debo insistir. Tengo a Boyd y es una fija —dijo el rubio en un tono risible.

—¿Por qué? ¿Para no estar solo? ¿Eso realmente deseas? ¿Quieres vengarte del vendedor ambulante o quieres vengarte de Monique? ¿Alguna vez pensaste que tu novia se apartó de tu lado porque te chapaste a otra muchacha? No eres más que un desconsiderado —dije y le retruqué su jugada.

—Ahora me metieron en una trampa mortal, ¿sabías? Todos me juzgan al mismo tiempo.

—Ahí viene la muchacha —dije—. Cállense.

El rubio aspiró aire por la nariz y dijo que iria al toilette.

No dije nada y me dispuse a comer el manjar que habían traído a la mesa.

—Creo que está delicioso. Quisiera volver a comer aquí —sugirió, y lo dijo en serio.

Con las manos sosteniendo los cubiertos, alcé la vista por arriba de la ventana y los vi en la vereda.

—Mira, miraa —dije señalando el ventanal.

—Pero que hijo de pu... —dijo con voz ronca, mirandome fijamente a mis ojos.

Mi corazón se agitó dentro de mi pecho al ver a mi cuñado a los besos con la moza.

Matheus entró como si nada por la puerta del local y tomó asiento.

—¿Qué esta pasando? —dijo Mathilde sin vacilación o temor.

La boca de mi cuñado se curvó en una sonrisa leve.

—¿Por qué besaste a la muchacha? —reclamó Mathilde.

—Nosotros no vimos nada —mentí—. Simplemente para terminar de cenar en paz. ¿Acaso esperabas que te espiaramos?

Algo se cruzó por su mente. Una cara de satisfacción que nunca había visto en él hasta entonces.

—Amigos, yo soy así. Yo no siento ese ardor de culpa.

—Hummm, no tengo certeza de eso. No finjas más —dijo Mathilde con brusquedad.

El rubio resopló y nos mostró un boleto de colectivo con un número de teléfono escrito con birome azul.

—Parece que quieres que se pudra todo con Monique —contesté, poniéndome de pie para ir a la caja y pagar la cena.

Fui directamente a pagar y le dije rápidamente a la muchacha que mi amigo tuvo un gran amorío con su hermana. La chica me miró con el ceño fruncido y sus ojos verdes y líquidos cayeron frente a mí.

—Vamos —Mathilde me tomó del brazo —. Vayamos a casa.

Incapaz de evitarlo, Matheus le hizo una seña con la mano a la camarera para que saliera al estacionamiento del restaurante.
Aunque yo sabía que debía marcharme, me resistí para ver lo que iría hacer la mujer.

La joven aceptó y salió con una mirada fantasmagórica, cuando se acercó y le dió un suave beso prolongado y profundo. El jugueteo de sus labios estaba durando más de cinco minutos.

La escena fue extraña y hasta me estremeció. Luego la mujer endureció su rostro y le pegó violentamente un puntapié  en sus partes íntimas. Al ver eso, la tensión sexual se cortó, como si fuese un corte de cebolla al medio.

En ese momento la súbita agitación de mi piel me hizo sentir culpable. Era aterrador ver al rubio sollozando de dolor. Él se estiró hacia abajo y deslizó la palma de su mano sobre su entrepierna.

—Matheus tenemos que hablar —dije preocupado.

—Otro día...

—¡Demetrius! ¡Cállate! —chilló mi esposa desde el interior del fitito.

Un sentimiento de culpa atenazó mi garganta.

—Amigo, mascullé con la muchacha algo poco amable. Le dije que tuviste un amorío con Monique. Siento que quiero vomitar.

—Te perdono —contestó de manera evasiva—, no debí hacer mi voluntad.

—¿Te duele mucho? —dije en voz baja.

—Me dió un puntapié con toda su ferocidad. Obviamente que me estoy muriendo de dolor. Pero no olvides que tengo su número y que sé dónde trabaja.

Matheus estaba histérico y a la vez feliz por haber tenido un logro a medias en el restaurante. Empecé a pensar seriamente en una clase de objeto conmemorativo para mi cuñado, que diga: El mujeriego del año. Cuando se lo dije, él me salpicó con agua fría en el rostro y dijo que le tenía animosidad.

Yo pasaba los días encerrado en mi oficina intentando encontrar una forma de que los clientes usen la computadora como recurso para obtener cupones de descuento, mientras que el rubio y Boyd estaban de franco. Me habían dicho que irían a un centro de carreras de caballos y luego al casino. Ellos dos siempre actuaban bajo la discreción de las apariencias convencionales. Son personas que no son de clases dispares, y por ello, supongo, que tenían química.

Por otro lado, también estaba pensando en hacer una misa para papá y otra para el tío Lalo, entonces decidí llamar por teléfono a mi madre para ver lo que pensaba al respecto.

—Mamá, he pensado mucho en esta idea —expliqué—. Sería muy bueno, verdaderamente apropiado honrar las memorias de nuestros seres queridos. Además, los vecinos podrán asistir.

Mi madre se mostró entusiasmada.

Queria darle a mamá algo que nunca le había dado y se trataba de la paz mental. Ella siempre fue una mujer lacónica. Su cariño era abstracto, pero se podía sentir tan solo con una mirada.

Recuerdo una noche de lluvia torrencial en que estábamos sentados en la alfombra peluda de la sala. La estufa eléctrica encendida calentaba el ambiente. Papá había dicho que quizás algún día esto mismo se repita en veinte años y estaríamos juntos frente al calefactor con sus nietos, observando por la misma ventana un gran aluvión como en ese preciso instante.

Hoy día, ya no podemos compartir esas especulaciones sobre el futuro. Mi mediocre persona asumía que nada de eso sucedió mientras él estaba con vida. Ya no podemos mirarnos y sonreirnos como ayer.

Cuando llegué a casa, abrí la caja de madera donde había guardado todas las cartas con los pésame. Nunca había remitido esas notas de afecto. Después de todo eran cartas depresivas y medrosas, al leerlas por primera vez, me dije a ni mismo: «Intenta ser feliz con el presente... No juzgues a la gente por insensateces.»

Mathilde estaba cantando a viva voz mientras preparaba la cena y de pronto me vió con cara larga.

—Si no dejas de ponerte triste te saldrán erupciones en todo el cuerpo, pero sobre todo en el pecho. Y no querrás soportar el tratamiento.

—¿De qué hablas, amor?

—¿Recuerdas esas manchas rojizas que me habían salido por el estrés? —inquirió mi esposa.

—No.

Mathilde demostró impotencia por no entender de lo que me estaba explicando. No añadió nada más y se sentó en el taburete de la cocina.

—Ya lo recordé, perdón. Fue cuando falleció Rubí.

La noche parecía espectral, sobre todo porque habíamos invocado a los recuerdos de nuestros amados familiares fallecidos.

—Sí, acudí todas las semanas durante veinte días al consultorio del dermatólogo. Incluso un día me habias acompañado. El médico me untaba una emulsión de color amarillento verdoso y luego me cubría con pequeños parches de gasa.

De pronto sonó el teléfono. Matheus quería venir a casa para jugar a la lotería. Mencionó que habían ganado ese juego de mesa en una feria. Mathilde se llevó las manos a la nuca y luego corrió a apagar la hornalla.

—¡Qué bueno que la sopa de verduras no se quema!  —gritó.

—Nena, estoy famélico. Mi estómago está chillando. Sírveme la sopa caliente —dije en un tono risible.

—Jodete. Esperemos cinco minutos más. Así comemos todos juntos.

—¡Cielo!, ¿Ahora te cae bien tu nueva cuñadita?

—¡Ay, me dejaste temblando! —dijo mostrándome la mano— mirá cómo tiemblo con lo que me decís.

—Amor, es un chiste.

—¡Pero cállate!

—Si, pero... la pobre de Monique va ser reemplazada por tu archienemiga.

—¿Y qué?

—Solo digo...

—Las dos son mujeres. ¿Qué diferencia hay?

—Mathilde, no tires indirectas, ni digas nada grave por favor.

—¡Ay, si, pobre Monique? —dijo irónicamente —, seguro que en estos momentos esta comiendo la salchicha del salchichero.

—¡Mathilde! —dije ojiplático.

—Monique...tan dulce que es... ¿por qué no me dejas de joder con tantas pavadas? Ya soy mayor de edad y no necesito a nadie que me diga que decir.

—Mathilde...—dije y puse los ojos en blanco.

—Bueno, al fin y al cabo ella no volverá con Matheus y... no estaría mal que mi hermano se case con otra. Total todas son unas víboras de mala muerte. Éstas no caminan, solo serpentean...

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