El Café Moka de París

By RollitodeSushii

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En serio necesitaba ese empleo. Luego de que mi padre fuera acusado de fraude, no tuve más remedio que huir... More

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Dra. Kelly Coba Vargas
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~ DANIEL ADACHER ~
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Capitulo 64
Capítulo 65 + Epílogo

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By RollitodeSushii

Intento no pensar en Daniel Adacher detrás de mí, intento caminar como si mis piernas no estuvieran temblando y como si mi cabeza no estuviera a punto de estallar de puro miedo. Invitar a Daniel había sido un impulso como método de evasión a una situación que, en realidad, pudo haber terminado de una forma sencilla.

Me detengo frente a la puerta y giro hacia él. Me alegra ver que luce casi tan incómodo como yo y que quizá eso de actuar por instinto no había sido solo mi problema, después de todo; él había aceptado.

—Beca y Kleyton son... Entusiastas —Siento que debo advertirle—. Y pueden ser un poco intensos, pero son buenas personas.

Daniel arquea una ceja.

—¿Tanto como Dakota?

—Casi.

Daniel saca aire de golpe y asiente, preparado para lo que viene. Quiero decirle que ni rezando siete aves Marías sería capaz de soportar un encerrón con Beca y Kleyton, pero prefiero que lo descubra por sí mismo.

Cruzo los dedos porque Beca contenga su odio hasta que Daniel vuelva a cruzar la puerta esta noche.

—¡Dany! ¡¿Quieres explicarme por qué rayos no contestas el celular?! ¡La función de un teléfono móvil es mantener la comunicación! ¡Se suponía que...!

Pero a pesar de todos mis esfuerzos por silenciarla no lo hace hasta que se percata del imponente Daniel Adacher detrás de mí.

—¿Eres el imbécil que le ofreció dinero gratis por largarse?

Bueno, que Beca no era la mayor fan de Daniel Adacher no era ninguna novedad, pero, a decir verdad, esperaba que pudiera mantener la raya frente a él.

Es evidente que me falta conocer un poco más a Beca.

—Bex, no es necesario...

—Daniel Adacher. —Daniel le tiende la mano, pero Beca solo arquea la ceja y sus manos forman pequeños y graciosos, para nada temibles, puños a los costados.

—Sé bien quién eres. —Beca me mira furiosa—. ¿Qué hace aquí?

Dios, ¿puede abrirse la tierra y engullirme lentamente? Si me escupe en las islas Marías con un mojito y un salvavidas sexy, mejor.

No tengo tanta suerte, ¿verdad?

—Nos encontramos en... —Aquí viene la mentira. Odio mentirle a Beca—. La cafetería. —Le lanzo una mirada a Daniel, que parece inquebrantable-— Sí, en la cafetería... Yo estaba leyendo y... hum... Él llegó y se ofreció a traerme.

Pero Beca tenía un radar de mentiras cuando se trataba de mí. Así que no me sorprende verla arquear una ceja y mirarme con el reto escrito en las facciones.

—¿Él se ofreció a traerte?

—Rebeca, ¿podemos hablar?

Ajá, que sepa que no estoy nada feliz. Aunque, en secreto, me siento orgullosa de ella.

Daniel trata de huir retrocediendo lentamente.

—Creo que es mejor que yo...

—No —respondo escuetamente, ante de hacerle una seña a Kley, que no tarda mucho en estrecharle la mano, aunque sin quitarle la mirada fría de encima.

Dejo a los hombres en lo suyo y me llevo a Beca a la sala, que en realidad está a solo unos pasos de la entrada y no siquiera se divide de la cocina por algo más que la barra.

—¿Podrías, por favor, ser un poco más...?

Beca cierra los ojos y me corta de golpe con la mano en alto.

—No digas «amable».

Hago una mueca. Me ha quitado la palabra de la boca.

—¿Cordial?

Beca abre los ojos solo para amenazarme de muerte.

Alzó las manos y trato de explicarlo todo con premura:

—Solo por hoy, por favor, te prometo que voy a contarte todo. Solo tienes que saber que hoy... Ha sido diferente...

—Ay, no.

—¿Qué?

—Estás enamorada —me acusa, con una mirada de hielo.

La miro como si hubiera perdido la razón. Una invitación a pasar adentro no era una propuesta de matrimonio o algo por el estilo. Solo era pura... cordialidad.

Y también un miedo evasivo, pero de eso luego hablaremos.

—¡Por supuesto que no! —siseo con enfado, mirando hacia Daniel para asegurarme de que no está escuchando ni una palabra de nuestra pequeña discusión.

Afortunadamente, Kleyton se ha relajado y parece llevar una conversación normal con él. Si bien, no parecen mejores amigos, al menos no lo mira como si quisiera su cabeza colgada en la repisa en una placa de metal.

—¡Explicalo!

La miro. Sé que no va a rendirse hasta que le diga la verdad, pero de ninguna manera puedo hablarle sobre la deuda con Scott. Beca no necesita más problemas. Yo no necesito darle otro motivo para seguir mordiéndose las uñas. No quiero ser dolor.

—¿Puedes, por favor, confiar en mí? Dame unas horas. Solo eso.

Cruzo los dedos sin que Beca pueda verlo. Me tiene con el alma en un hilo un par de segundos antes de que asienta y caminé de regreso hacia Daniel. Me invade un miedo aterrador cuando se planta frente a él y anuncia que ha olvidado un maletín en la oficina y lo necesita para terminar su trabajo en casa. La oficina de Beca no queda lejos, así que confío en que llegaran seguros cuando ella y Kleyton desaparecen en medio de la noche.

—Es mi mejor amiga —le explico a Daniel—. Te odia.

—Sí, eso parece.

Le indico con un gesto que me siga a la isla de la cocina y, mientras comienzo a preparar dos tazas de café, continúo con mi charla breve.

—Lo sabe todo de mí. No tengo secretos con Beca... —Me doy cuenta de lo que he dicho y lo miro de reojo. Daniel arquea una ceja y yo tengo que aclarar—: De acuerdo, quizá todavía tengo algunos secretos como la deuda con Scott, pero nada grande.

—¿Scott no es un pez gordo?

—¿Scotty? —Giro para verlo de frente y resoplo—. ¡No! Scott solo es un hombre que se pudre en dinero con mucho tiempo libre y un séquito de imbéciles que solo buscan coger su cadáver primero para comerse sus ojos o algo así.

Daniel me mira fijamente, tiene ese gesto calculador, ese gesto que solo le veía cuando se trataba de negocios y que nunca usaba conmigo. Ahora lo hacía, claro, y no me gustaba nada.

—Como sea. Beca es una buena chica, solo está un poco... molesta, supongo. ¿Café cargado?

Daniel me mira confundido antes de fruncir el ceño y mirar la cafetera junto a mí. Cuando parece entender lo que pretendo hacer, intenta contener una risa tenue que se le escapa de todos modos y lo hace reír con simpatía.

—¿Dije algo gracioso?

Daniel carraspea y niega con la cabeza intentando aplacar su recién descubierta empatía, pero falla estrepitosamente cuando vuelve a reír bajito.

Ahora sí estoy confundida.

—Para nada. —Nuevo carraspeo. Ahora sí toma el control y me mira con renovada seriedad—. Un café cargado, por favor.

—¿Qué tiene de gracioso un café cargado? —mascullo para mí misma mientras preparo el café en su taza.

No tengo que verlo para saber que está sonriendo. El ambiente se siente más ligero ahora y es todo lo que necesito para desinhibirme y mirarlo mal.

—Con crema y dos de azúcar por favor.

—Eso arruina por completo el sentido del «café cargado». ¿Quieres que le agregué leche, también?

No espero una respuesta, en realidad espero que el sarcasmo sea evidente en mi voz, pero al parecer Adacher no está tan familiarizado con la ironía.

—Por favor —responde.

Niego con la cabeza.

—Ya no es un café negro o un café cargado. Lo has echado a perder. Ahora es un café para bebés.

Contrario a lo que espero, Daniel ríe bajito.

—La cafeína me da insomnio —explica.

—A mí también. —Adacher arquea una ceja en torno a mi café cargado—. Pero soy cabezota.

Preparo el café y permanecemos en silencio un rato. Hasta que me acerco a la barra y le entrego la taza de café, me doy cuenta de que examina entre manos una pequeña navaja china, desplegable y de una sola hoja.

—¿Siempre cargas con eso?

Daniel alza la mirada y señala con un dedo hacia el microondas.

—Estaba ahí.

De inmediato siento que un escalofrío me recorre la espalda. Ni Beca ni yo usábamos navajas chinas para... bueno, para nada en realidad.

Intento conservar la calma y encontrar una explicación lógica a todo esto.

—Quizá sea de Kleyton. —La tomo sin preguntar y comienzo a examinarla.

Se ve horrible, parece esa clase de navajas a las que quieres sacarles la vuelta cuando te las encuentras en el piso a media calle.

La arrojó sobre la barra detrás de mí y vuelvo mi atención a Daniel. No necesito que se me disparen los nervios justo ahora.

Es de Kleyton. No hay otra explicación.

Y aunque mi mente me juegue una mala treta asaltando me con pensamientos como: ¿Por qué Kleyton traería un arma consigo? ¿Por qué la olvidaría a mitad de la cocina?

Venga ya, Dany, puedes preocuparte por eso después, queda una larga noche para procesar todo tipo de información. De todas formas queda claro que, después de lo que ha pasado hoy y con la cafeína que está por entrar me al sistema, ni de chiste voy a poder dormir.

Daniel tarda unos segundos en despegar la mirada de la navaja china, parece debatirse entre la idea de ir por ella para seguir examinando la de cerca o quedarse con lo que ha visto y comenzar a prestarme atención. Cuando su mirada cruza con la mía y entiende que comienza a comportarse raro, sonríe y abandona la misión.

—Así que... Aquí vives.

Quizá sea solo yo, pero siento la incomodidad de Daniel como si fuera vapor en el aire.

Le entrego la taza de café y asiento.

—Con Beca.

—¿Antes de esto vivías con tus padres?

Intento no tensarme ante la mención de mis padres y lucho por mantener una fachada impenetrable, como la de Daniel.

—Sí, vivía con mi madre.

El tema de los padres y los hijos abandonados es uno que no suele tomarse con facilidad y Daniel Adacher todavía no se ha tomado la confianza de pedirme explicaciones al respecto.

Él solo asiente.

—Danyanett. —Hago una mueca pero me ignora—. No suelo meterme en la vida privada de mis empleados, pero me gustaría que no volvieras a hacer tratos con imbéciles como Scott.

—Descuida, capitán. —hago un gesto barriendo la mano al aire—. Aprendí mi lección cuatro segundos después de cerrar el trato.

Cuando Scott deslizó su sucia mano sobre mi brazo desnudo.

—Muy bien. En adelante, si necesitas dinero puedes pedírmelo...

Mi gruñido bajo lo silencia y logra que me mire confundido.

—No necesito tu dinero, puedo arreglarlo sola...

—No pretendía...

—No. —Alzo la mano—. Sé que no lo hacías, pero no necesito más dinero, solo fue una mala racha.

Pues vaya mentira que me he aventado. Alguien debería darme un premio porque, a pesar de que sé que Daniel no me ha creído, consigo que termine asintiendo y desviando la mirada hacia la ventana.

—Es tarde.

Asiento lentamente y espero sentada mientras Daniel bebe de un trago el café caliente.

No me molesto el ocultar mi cada de terror.

—¿Sabes que consumir bebidas calientes aumenta considerablemente el riesgo a padecer algún cáncer de esófago?

Asiente.

—Ya me lo ha dicho Dan.

Qué gusto, porque la información era suya. Con Dan había aprendido más de lo que pude haber absorbido en la universidad. Era un niño realmente impresionante.

—Es un niño brillante —le recuerdo cuando lo acompaño a la puerta.

—Lo es —responde con una sonrisa orgullosa.

No sé qué decir. No sé cómo se supone que se debe despedir a alguien que te ha pagado una deuda gorda y se ha venido un café en una cocina que mide la mitad de lo que mide su armario.

—Nadie me había invitado un café antes.

Es mi turno de arquear una ceja.

—¿En serio? —Asiente—. Es una pena, el café de París es el mejor.

Daniel sonríe y yo no puedo evitar hacer lo mismo. Luego nos damos cuenta de lo ridículo e impropio de la situación y carraspea nos, desviamos la mirada y nos despedimos. Bueno, Daniel se despide y yo acepto que se vaya con un gesto de la mano.

—Puedes llevar tus cosas mañana, si quieres...

—Sí, es una buena idea...

—Sí, lo es...

—Ahí estaré...

—Excelente...

—Muy bien...

Es obvio que la situación se ha tornado incómoda y ninguno de los dos sabe bien como actuar, pero después de mi última línea, Adacher sonríe con simpatía y sale de la casa con elegancia. Odio que parezca siempre que el mundo le pertenece, pero al menos me queda la satisfacción de que esta noche ha hecho el tonto casi tanto como yo... Casi.

La corona es mía.

Cierro la puerta con llave y pego la espalda sobre ella. Suelto el aire que no sabía que estaba conteniendo hasta ahora.

Dios, por alguna razón siento que acabo de desbloquear un nuevo nivel en el videojuego de mi vida. Y no se siente tan bien.

La neblina lúpica es como nosotros le llamamos al déficit cognitivo asociado al Lupus. Consiste en lagunas mentales, pequeñas crisis que nos bloquean momentáneamente, pero que, cuando nos esforzamos, se disipan las dudas como un manto de neblina.

Al menos la mayor parte del tiempo.

Generalmente tenemos episodios esporádicos algunas veces, pero cuando los niveles de adrenalina aumentan, los autoanticuerpos penetran con más facilidad hacia nuestro sistema nervioso central y producen lagunas mentales más intensas. La mayoría de los médicos no le dan mucha importancia a estas crisis, porque en la mayoría de los casos esto no supone un peligro para la vida de quien lo padece. Sin embargo, para el paciente en crisis es un chapuzón seguro a la piscina de la depresión y la impotencia. Es no recordar tu nombre por un par de segundos, es olvidar cómo atar tus agujetas, es hablar pausado porque ya olvidaste las palabras que necesitabas para alzar la voz, es olvidar cómo escribir una letra y, sobre todo, es no tener la fuerza para decirle al mundo a tu alrededor por qué necesitas un respiro.

Y ahora que la niebla me nubla la visión no puedo recordar mi firma.

—¿Hay algún problema? —pregunta Daniel, mirándome por encima del marco de sus anteojos.

Me había llamado temprano para darme el primer pago del mes. Descontando el adelanto que ya le había pedido y la deuda de Scott, quedaba poco, pero era una cantidad razonable. Lamentablemente, la neblina me estaba jugando una buena y no tenía ni idea de cómo salir de esa.

—Para nada. —Intento sonreír, aunque sé que más bien me ha salido como una mueca—. ¿Importa si lo firmo después?

Daniel frunce el ceño y se quita los anteojos para prestarme toda su atención.

Genial.

—El descuento de Scott está incluido porque tú lo pediste...

—Lo sé, lo sé, no hay... ningún problema con eso.

Me muerdo el labio intentando encontrar alguna excusa para mi renuencia, pero la verdad es que no la encuentro.

—¿Entonces?

—Entonces. —Me encojo de hombros y me pongo de pie dispuesta a salir pitando de ahí—. Voy a firmarlo en casa, no es nada personal, pero prefiero hacerlo así, dicen que es de mala suerte firmar en la oficina de tu jefe, lo escucho todo el tiempo y no es que yo sea supersticiosa ni nada por el estilo, pero creo que no debemos buscarle tres pies al gato, más vale prevenir que lamentar. No quisiera tener que conseguir otro trabajo ahora porque la verdad es que no creo conseguir otro por la misma paga... No es que cuide a Dan por dinero ni anda de eso, en realidad amo cuidar a Dan, pero también tengo que sobrevivir y, aunque Dakota no es la mejor compañía, le he cogido cariño y el trabajo se ha vuelto agradable.

Ni siquiera me doy cuenta de que he caminado hacia la puerta hasta que mi mano está tocando la perilla.

Daniel tiene cara de no entender si está hablando con un perro de tres cabezas o con un ser humano que ha bebido mucho chocolate.

—Gracias.

Me apresuro a salir antes de terminar hablando de más... más, cuando a medio paso me frena un cuerpo grande y hace que pierda el equilibrio.

Estoy por cuestionarme la idea de ir a visitar a un médico que me revise la coordinación o algo así, cuando alzo la mirada y reconozco el rostro del hombre que me sostiene por los hombros como un robot.

Es Andrés.

¡Es Andrés!

El vocalista de The Masks, ¡una de mis bandas favoritas!

No tengo idea de cuánto tiempo me he quedado mirándolo anonadada hasta que siento una mano sobre mi hombro y alguien me aparta sutilmente.

—Veo que ya conociste a nuestra nueva niñera.

—¿La que pidió el pequeño Cerebrito?

¡Y también lo llama Cerebrito! ¡He encontrado a mi alma gemela!

—La misma. —Daniel me hace a un lado con cuidado, creo que tiene un poco de miedo de que me desmaye en cualquier momento, lo cual está completamente justificado, si puedo ser sincera hasta siento que me fallan las rodillas—. ¿Dónde están los chicos?

—En la cocina, cantándole a Dakota hasta que explote.

¡Estaban cantándole a Dakota!

No pude reprimir un chillido agudo antes de salir corriendo hacia la cocina, dónde encontré a cuatro chicos entonando una de mis baladas favoritas.

Dakota, niña loca, se cubría los oídos con ambas manos, como si escuchara algo que le lastima los oídos.

Qué atrevimiento.

—Es fan, ¿verdad? —escucho que pregunta el vocalista a la distancia.

Los chicos caen en cuenta de que hay un nuevo miembro en la cocina y se silencian de golpe.

—Oh, no, no, por favor no se detengan, yo solo estoy... —Parpadeo tratando de entender si lo que veo es real—. Alucinado.

—Espera —Carlos entrecierra los ojos y me mira directo—. ¿Nos conocemos?

Mierda.

Niego con la cabeza inmediatamente y abro los ojos delatándome en el acto.

Se los dije, soy una mala mentirosa.

Hace un año, Beca y yo fuimos a uno de sus conciertos, pero terminamos peleando con un grupo de adolescentes que no dejaban de empujarnos en la tercera fila. Beca quiso vengarse y empujó a una chica que también quiso vengarse y empujó a Beca otra vez. La bebida de Beca le cayó encima empapándole la ropa. Ella no se quedó conforme y me arrebató la bebida para arrojarse la a la chica. Pronto, las personas al rededor nos quedamos sin comida porque todo se convirtió en una guerra de comida, con pretzels, gaseosas, pizzas y cerveza. Queda de más decir que detuvieron el concierto para parar la pelea que creció rápidamente ganándose la primera plana en una revista de espectáculos.

Ni Beca ni yo estábamos orgullosas de esa pelea y, a pesar de que yo fui espectadora inicial, no podía quedarme a ver como un grupo de cinco adolescentes le lanzaban comida a mi amiga, me uni al instante y algunos justicieros más vieron que no era una batalla equitativa y se unieron a la guerra robando la comida de las personas alrededor.

Dios, qué vergüenza.

—¡Sí, yo te conozco!

—No sé de qué hablan... —Podía correr a ocultarme, seguramente eso sería lo más sensato, pero la curiosidad me carcomía las entrañas—. ¿Es una nueva canción? Conozco todas sus canciones y esa no existe. ¿Van a sacarla pronto?

—¡Sí, es la chica Tercera Fila!

—¡Es cierto!

—No, no es cierto...

—Sí, sí es cierto. —Noah, el baterista me señala—. Tu cara no salió en las revistas pero tu amiga fue la instigadora. Las vi desde que comenzó el concierto.

Hago una mueca.

—¿Instigadora?

—Vive con su abuela y cuatro gatos, no seas dura —explica Andrés.

—¿Eres una de las locas de la tercera fila? —pregunta Daniel frunciendo el ceño—. ¿Por qué no me sorprende?

—¡Qué agradable coincidencia! —festeja Andrés con los brazos abiertos a los costados, como si quisiera darme un gran abrazo.

Sin embargo, Carlos le baja las manos de un manotazo.

—De agradable nada. —Se señala el cabello castaño, furioso—. Tardé tres días en quitarme el olor a cerveza.

—Venga, ese es tu olor natural —interviene Adrik, que hasta el momento había permanecido observando todo en silencio.

—Fue todo un horrible, horrible accidente, pero no fue nuestra culpa.

Carlos resopla y camina hacia el refrigerador.

Andrés sonríe.

—Fue un concierto que jamás olvidaremos.

—Sí, porque se echó a perder, ni siquiera llegamos a la mitad. —La mirada acusadora que Carlos me lanza antes de hundir la cara en la nevera me deja bien claro que no va a perdonarme con mucha facilidad.

Venga que al menos sabían quién era. No todos tienen la oportunidad de existir frente a sus estrellas favoritas.

—¿Qué hacen aquí?

—Nosotros...

—Vienen a atender unos negocios —interviene Daniel colocando una mano sobre el hombro de Andrés, que se silencia de inmediato y le lanza una mirada de disculpa.

—Sí, eso, negocios.

Entrecierro los ojos en su dirección y noto como Noah siente la repentina urgencia de lavarse las manos en el fregadero y Andrés encuentra el techo extremadamente interesante.

—No quiero a nadie rondando cerca de mi oficina —advierte Adacher—. No olvides la cita de Daniel, irá al dentista a las cinco.

—¿Y cómo puedo olvidarlo si has instalado una aplicación en mi móvil que me lo recuerda cada día?

De acuerdo, estoy de mala leche pero él se lo ha buscado. Mira que no dejarme saborear a mis hombres. Muy mal.

Andrés y Adrik sueltan una carcajada, Noah asiente y es el único que agrega un comentario a mi favor:

—En su defensa debo decir que esa aplicación puede volver loco a cualquiera.

Daniel rueda los ojos.

Los miro confundida. ¿Daniel será capaz de someter a esos chicos de la misa forma en la que lo hace conmigo? ¿Qué clase de negocios podría tener con ellos? No era músico ni nada de eso, lo sabría porque conocía casi todo sobre la banda, hasta iba a tatuarme el logo una noche que caí en depresión y solo su música me daba consuelo... Luego entré en razón y di media vuelta. Gracias al cielo.

Dicho lo anterior, los chicos se despiden mirándome con un poco de pena y siguen a Daniel por el pasillo.

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