30 Días en detención ©

נכתב על ידי jennifferplopez

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Ella tan fuego y él tan decidido a quemarse... ❝Nunca se está lo suficientemente jodido ni lo suficientemente... עוד

Sinopsis.
Prólogo.
Epígrafe + Dedicatoria.
Reparto.
Booktrailer + Playlist.
Conociendo a los personajes.
Capítulo 01.
Capítulo 02.
Capítulo 03.
Capítulo 04.
Capítulo 05.
Capítulo 06.
Capítulo 07.
Capítulo 08.
Capítulo 10.
Capítulo 11.
Capítulo 12.
Capítulo 13.
Capítulo 14.
Capítulo 15.
Capítulo 16.
Capítulo 17.
Capítulo extra.
Capítulo 18.

Capítulo 09.

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Capítulo nueve – Acuerdo de paz.


🏫🏫🏫


Me lleva el diablo.

Llevo toda la hora de receso buscando a Miley para proponerle “casualmente” darle tutorías, pero no la encuentro por ningún lado y ya casi sonará la campana para entrar a las últimas clases del día.

No sé cómo podré convencerla para que acepte, pero debe de hacerlo, o yo estaré jodido. También le prometí al maestro Crover que haré todo lo que esté en mi alcance para ser su “amigo”.

Me encojo de hombros mentalmente. Tampoco es que me esté obligando, la verdad es que esa chica despierta cierta curiosidad que yo como el curioso que soy quiero saciar.

La campana suena y todo el alumnado empieza a dispersarse dirigiéndose a sus respectivas clases. Ruedo los ojos recordando que las clases que siguen son con la intensa de la maestra Clenton.

Doy una última revisada por el patio del instituto en busca de esa chica sangrona y mal hablada, pero no la encuentro, así que decido dirigirme a mi salón, dónde tal vez la vea.

—¡Flavio! —escucho la voz chillona de mi mejor amiga y detengo mi andar para esperarla a ella y a Dorian quien la acompaña.

—¿Qué hay, chicos?— saludo.

—Nos quedamos esperandote en la hora del almuerzo, bro— dice Dorian.

—Sí, ¿Dónde estaba metido el nerd sexy del School Brunx?— cuestiona Paty juguetona.

—Andaba buscando a Miley— respondo sin mucho interés. Nos detenemos en el pasillo de los casilleros para que cada uno busquemos nuestros libros y materiales para la siguiente clase y dejar los anteriores.

—¿Y cómo para qué?— pregunta Paty muy curiosa.

—Resulta que tengo que darle tutorías en matemáticas— digo después de cerrar mi taquilla y esperar a que mis amigos lo hagan.

—Que pesadilla, bro —se ríe Dorian.

—Ni hablar— bufo—. Pero si no lo hago, el maestro Crover me hará un reporte que amenaza con manchar mi expediente académico y evitar que gane la beca.

Una vez Paty y Dorian terminan hacemos nuestro recorrido por los pasillos.

—Todavía no puedo creer que no haya querido ser mi amiga— interviene la rubia indignada.

—Acostumbrate, no a todos le tienes que caer bien— Dorian rueda los ojos con aburrimiento.

—Insípido— le insulta.

—El problema es ella, Paty— la tranquilizo— es un tanto... peculiar.

Ella se encoge de hombros.

Vamos casi llegando al salón de la señorita Clenton cuando de pronto centro mi vista en la ventana del aula abandonada que usualmente ningún profesor utiliza y logro distinguir una figura. Me detengo y achico los ojos para enfocar mejor.

«Ahí estás, gruñoncita».

—¡Hey, chicos!— llamo a los dos que están discutiendo y van más por delante de mi así que me toca alcanzarlos—. Este... Adelantense ustedes, yo voy a buscar mi cuaderno de apuntes que lo olvidé en mi taquilla— miento y ellos fruncen el entrecejo.

—Pero puedes apuntar en cualquier otro, Flavio —responde Dorian.

—Sí, además ya vamos tarde —añade Patricia.

—Saben que me gusta mantener todo ordenado, voy, lo busco, y llego al curso, ustedes adelantense.

—Bueno, como quieras —Dorian habla aún confundido y se da media vuelta retomando el camino, Paty trata de seguirlo, pero la detengo para darle mis materiales y que los transporte al aula.

—Llevame esto, por favor, ya los alcanzo— asiente y se retira.

Suspiro.

Detesto faltar a clases, pero me temo que tratar de convencer a cierta gruñona tardará un poco. Vuelvo al aula donde la encontré y sin tocar la puerta que estaba cerrada, entro.

La encuentro con la vista puesta en unos papeles, sentada sin cuidado alguno sobre una silla y descansando sus pies en otra. Va vestida con unos ajustados jeans que, a pesar de que no está de pie, puedo ver qué hace cosas buenas por sus piernas, y una camiseta blanca holgada que muestra parte de su plano abdomen.

Frunzo el ceño con asco cuando me percato de lo que retienen sus labios y camino hacia ella más de prisa.

—¿Estás fumando, Miley? —si mi presencia la toma por sorpresa no lo demuestra. Normal en ella.

Arruga su nariz con lo que creo es molestia y con la cosa esa aún en sus labios responde desganada.

—No— con sus dedos retira el cigarrillo, expulsa el asqueroso y tóxico humo y por último me mira fijamente—. Es una metáfora.

El sarcasmo es notable en su voz, pero reconozco la referencia a su último comentario por lo que sonrío con confusión.

—¿Leíste el libro?— cuestiono. Ella bufa.

—No, ví la película.

Ruedo los ojos y tomo siento frente a ella con la mirada fija en su cigarro.

—En la escuela está prohibido fumar, ¿Lo sabías?

—Ajá— repite la acción anterior, pero ahora se inclina hacia adelante y expulsa el humo en mi cara.

—¿Entonces por qué lo haces?

—Porque quiero, Favio— rueda los ojos— Las reglas están para romperse.

—Flavio— corrijo y ella me mira sin entender—. Mi nombre es Flavio, no Favio.

—Como sea, me tiene sin cuidado.

Al fin decide apagar el cigarrillo aplastando la colilla en el pupitre y luego lanzándolo a una papelera.

Ridículamente logra entrar.

—Se pueden dar cuenta— advierto y ella me mira con fastidio.

—No si el nerd social y popular no se va de lengua larga a contarlo— responde refiriéndose a mí.

Estrecho los ojos.

—No soy un nerd— refuto con molestia.

—Si eso te deja más tranquilo— estira sus piernas poniéndola a cada lado del borde de mi asiento quedando en una posición muy peligrosa para sacar de sus ajustados pantalones una cajetilla de chicles y luego llevar dos a sus labios pintados de rojo cereza.

Aclaro mi garganta y miro de ella a los chicles. No es que quiera, pero una persona educada al menos brindaría.

Vuelvo a aclarar mi garganta y eso hace que me vea.

—No pienso compartir mis chicles contigo —dice de manera obvia.

—Eso es muy grosero— me cruzo de brazos— igual no quería.

Sueno infantil, lo sé, lo sé, pero enfoquemosnos en lo tacaña que es Miléfica.

—Ajá, llorica— rueda los ojos y llevando sus dedos a su boca saca su masticada bola de chicle y me la ofrece—¿Quieres?

Arrugo mi nariz con repugnancia.

—¡No, asquerosa! —joder, esta y Dorian se pueden juntar.

Se encoge de hombros y vuelve a mascar su asqueante bola de chicle unos segundos más antes de lanzarla también a la papelera.

—Eso fue asqueroso— digo después de unos minutos de silencio sin poder superarlo.

Bufa.

—No seas un llorón, compartes saliva con chicas, o chicos— puntualiza—. Y tu boca ha estado posiblemente en una vagina, o pene— vuelve a puntualizar— ¿Y te de asco mascar el chicle que anteriormente estuve masticando yo? Es algo carente de sentido.

—No es lo mismo— me defiendo —y solo para aclarar tu duda, siempre vaginas, nunca penes.

—Porsupuesto que no es lo mismo lamer los fluidos corporales de otra persona a comer algo que salió de la boca de otra— niega— lo primero es peor, aunque tampoco es que sea del todo malo — ladea su cabeza para observarme detalladamente —y con respecto a tu orientación sexual, que bueno que te diste cuenta que Dorian no es tu tipo.

Dibuja una sonrisita diminuta de burla.

—Eh, que Dorian es mi amigo —frunzo el ceño. Ya quisiera Dorian tener esa suerte.

—Bah, pensé que follaban en secreto.

Vuelve a prestar toda su atención a su cuaderno dejándome confundido. ¿Son ideas mías o la sangronita está de buen humor hoy?

La veo tratando de llenar los ejercicios que dejó a primera hora el maestro Crover, estrategia para que pudiera acercarme a ella y ofrecerle mi ayuda. Claro, y yo voy directo al matadero.

—¿Cómo vas con las matemáticas?— cuestiono. Ella me devuelve una mirada suspicaz.

—¿Cómo vas con tu vida amorosa? —pregunta.

—Del asco —respondo sin pensar.

—Exacto —señala con su lápiz.

Cuando al fin entiendo su punto entrecierro los ojos.

—Ja, ja. Muy graciosa— ironizo.

Encoge un hombro.

—¿Qué quieres, Franco? Me estorbas— gruñe. Okay, esta es la Miley que conozco.

—Nada— miento.

—¿Me vas a decir que solo viniste a cuestionar por qué fumo en una aula abandonada?

—Sí, sobretodo porque es horario de clases, a la que claramente estás faltando—decreto.

—¿Y tú quién eres, el director?— me fulmina con la mirada— ah, y por si no te has dado cuenta, tú también estás faltando a clases.

—Por tu culpa— la acuso.

—No te pedí que anduvieras detrás de mi culo como perrito faldero— se encoge de hombros— no te necesito.

—Yo creo que sí— señalo su cuaderno donde sus hojas descansan estrujadas y manchadas de borrones.

—Lárgate— gruñe.

—Obligame— la reto y arquea una ceja. Supongo que no se lo esperaba.

—Te encanta tentar tu suerte, ¿Eh querubín?— cruza sus brazos por delante de ella.

Lo de querubín hace cosas buenas por mi ego, pero lo dejo pasar.

—Entre otras cosas— hago alarde con mi mano.

Bufa.

Checo la hora y me doy cuenta que ya voy quince minutos retrasado y teniendo en cuenta que es la hora de la señorita Clenton, no creo que me convenga.

—¿En serio que ni fuera de detención me libro de tí?— el aburrimiento cruza sus facciones— eres como una garrapata.

—Teoricamente hablando, las garrapatas solo aparecen en animales, ¿O sea que tú eres uno?— dibujo una sonrisa triunfante y ella trabaja en una Floristería. Irónico, ¿no?

—Lárgate antes de que se agote mi poquita paciencia — vuelve a centrar su atención en su cuaderno, ignorandome.

Me inclino hacia ella para poder ver sus ejercicios, que fueron los mismos que resolví en cinco minutos. Tomo el borrador que descansa a una esquina de la mesa y borro lo que hizo, me dedica una mirada asesina.

—Solo intento ayudarte— me defiendo.

—¿Por qué?— arquea una ceja.

—¿Debe de haber un porqué?— cuestiono.

—Nadie hace nada sin esperar algo a cambio— refuta—. Creo que hasta está escrito en la biblia— se lleva un mechón de su pelo para depositarlo detrás de su oreja.

—Solo te veo en un apuro y podiendo ayudarte, lo hago, no seas tan recelosa— debo admitir que me siento incómodo por la manera deliberada en la que miento, por lo que me remuevo en mi asiento.

Ella me observa desconfiada por unos minutos más para luego escogerse de hombros. Supongo que eso es un pase libre a su manera.

Trato de entablar conversación mientras le explico lentamente y de una manera más simple el proceso para resolver las ecuaciones, pero no responde ninguna de mis preguntas, ni trata de seguir la conversación, toda su atención está puesta en el cuaderno.

En un impulso reviso la hora y maldigo mentalmente, me voy a meter en un problemón por faltar a clases, eso es seguro.

Miley parece darse cuenta de movimiento.

—Si estás muy apurado puedes irte, eh— habla.

—Ya, voy media hora retrasado, no importa— trato de quitarle importancia al asunto encogiendo un solo hombro.

Siento como me escudriña el rostro deliberadamente y una sonrisita de medio lado se dibuja en mi rostro sin despegar la mirada del cuaderno.

Tampoco quiero desaprovechar esta oportunidad en la que Miléfica parece estar muy habladora.

Hace un sonido ahogado con la garganta en forma de afirmación.

—La atención abajo— digo.

—¿En qué sitio?— cuestiona con un deje de doble sentido.

—En el cuaderno— añado.

Quince minutos después ya ha logrado entender todo, aunque he tenido que escuchar muchas maldiciones en el proceso.

—Gracias— muestra un falso desinterés— supongo.

—A la orden— respondo.

Levanta su mirada acompañada de un entrecejo levemente fruncido.

Sus ojos oscuros son como dos pozos atrayentes e hipnotizantes, son hermosos de una manera tan sutil y a la vez arrolladora. Imposible de explicar.

—¿Te estás ofreciendo?— cruza sus brazos por encima de su pecho haciendo que sus pechos quieran salir a saludarme.

«Yo encantado».

—¿Ah?— creo que me perdí y cómo no, pendiente a sus pechos. Ella es muy consciente de las miradas furtivas que le estoy dando, pero parece que lo disfruta.

—Dijiste “A la orden”— imita fatalmente mi voz—. Por lo que estás de ofrecido.

—Ofrezco mis servicios de inteligencia, nada más, aunque— me atrevo a barrerla con la mirada—. Contigo puedo hacer una excepción.

Bufa.

—Guardate tus inútiles técnicas de ligue para alguien lo suficientemente estúpida como para caer con ellas, querubín.

Ahí está otra vez ese nombrecito.

—¿Primero Bambi cachondo y ahora querubín? ¿Por qué?— cuestiono curioso.

—Debería grabarte cuando estás modo bobo observandome, ¿Crees que no me doy cuenta?— levanta de manera leve una de las camisuras de sus labios, lo más cercano que le he visto a una sonrisa. No puedo evitar quedar prendado observando esa seña hasta que la cambia por una de aburrimiento—. Ahí está otra vez, que fastidio.

Me recompongo sacudiendo mi cabeza y percatándome de que evadió lo de querubín.

—No sé de qué hablas— la imito poniéndome de pie mientras ella recoge todos sus útiles y los adentra sin cuidado alguno en su mochila.

—Seh, como digas— le resta importancia. Tienta con sus palmas sus bolsillos delanteros y saca de uno de ellos la misma cajetilla de chicles, saca uno y me lo ofrece— te lo ganaste.

Entrecierro los ojos sintiendo que me está tratando como un niño que hizo bien sus tareas y está siendo premiado por eso, aún así sin poder evitarlo sonrío y lo tomo.

—Supongamos que no me siento algo ofendido porque me estás recompensando mis servicios con un chicle— digo de manera suspicaz.

—Supongamos— responde mientras se cuelga su mochila de un solo hombro.

—Oye, ¿no has pensado en recibir tutorías de matemáticas?— pregunto fingiendo estar desinteresado.

Su semblante se vuelve rígido.

—¿Y tú no has pensado en dejar de meterte en los asuntos ajenos y ocuparte de tí?— ataca.

Levanto las palmas de mis manos en gesto de inocencia.

—Calma, fiera. Es solo una sugerencia— me defiendo.

—Pues métete tu sugerencia por donde no da el sol, y déjame en paz— trata de pasar por mi lado para salir del aula, pero llevo mi mano a su hombro para retenerla.

Fulmina mi mano en su hombro y la retiro rápidamente.

—Oye, en serio lo digo de buena onda, estás a punto de graduarte, pero si no refuerzas esa materia podría resultar difícil— me encojo de hombros y ella entrecierra sus ojos acompañados por sus largas, espesas y oscuras pestañas.

—¿Por qué te importa eso?— lleva sus manos a su cintura.

—Eres mi... ¿Amiga?

Una carcajada sarcástica hace eco en el salón.

—No te confundas, Favio, porque amigos no somos.

—Es Flavio. Además, nunca es tarde para empezar una amistad— puntualizo.

—Borra es nefasta idea de tu pequeño cerebro, no va a pasar.

Arqueo una ceja.

—¿Segura?

—Nunca he estado tan segura, una persona — me mira de punta a punta— como tú, no se llevaría bien con una persona como yo— termina.

—Yo me llevo bien con todo mundo— hago alarde.

—No todos soportamos esa personalidad tan asquerosamente positiva, y ridículamente social— arruga su nariz.

—Por ahora me conformo con que aceptes la tutorías, debes de admitir que conmigo aprendes de una— me cruzo de brazos.

Veo como duda y al fin asiente cansada.

—Pero nada de preguntas personales, ni de ningún otro tipo que no sean de las clases, nada de hacerte el graciocito conmigo, ni de que intentes ser mi amigo. Nada de eso— me señala con su dedo dejándome ver sus uñas perfectamente pintadas de rojo.

—Bueno...

—Ah— me interrumpe—. Y que no sea más de dos días, suficiente tengo con verte todos los días en detención— arruga sus labios.

—Se supone que el de las reglas soy yo, pero de acuerdo. Solo pido que no sea los fines de semanas— acoto.

—Tranquilo, tampoco es que tenga ganas de verte hasta los días que se supone, me libro de tí.

Achico mis ojos observándola.

—Pero debes dejar de ser tan gruñona conmigo— advierto— Hagamos un acuerdo de paz.

—¿No puedes pedir algo más sencillo?— rueda los ojos— eso dependerá de tí.

—Pero si a tí te molesta hasta que respire— reclamo.

—Pues no lo hagas— gruñe.

Voy a responderle cuando escucho que la puerta se abre estruendosamente y ambos llevamos la mirada hacia la Señorita Clenton y por detrás vemos los estudiantes transitando.

¿Ya sonó la campana y no la escuchamos?

—¿Se puede saber qué es más interesante que ir a tomar mi clase? —pregunta viéndome directamente e ignorando a Miley quien pone su típico semblante en blanco.

Es como si activase un interruptor cuando está delante de otras personas para que no vean más que su rostro carente de facciones. Eso pasaba al principio cuando nos enfrentabamos, ahora al menos me muestra su ceño fruncido, su nariz arrugada con asco, o sus rodadas de ojos.

Camina hasta pasar a la señorita Clenton quien le clava sus largas uñas en su brazo. Yo me quedo estoico viendo cómo Miley arque una ceja y con la mano de su brazo libre, se quita de encima sus garras.

—No me vuelvas a tocar— gruñe.

—Crees que por tu situación puedes manipular a todos los maestros del instituto e incluso al director, pero yo conozco tus mañas, niñita— habla con desdén.

—Y yo conozco tu fetichismo de enrollarte con todo el alumnado del instituto. Supongo que estamos a mano, ¿No?— le murmura no lo suficientemente bajo como para que yo no pueda escuchar.

—Espero que vayas derechito a detención, no puedes estar faltando a mi clase cada vez que te dé la voluntad— le amenaza ignorando el comentario de Miley.

—Iré porque me da la gana, no porque tú mandas. Ah, y que no se te vuelva costumbre tocarme— con ese comentario sale del aula.

Camino hacia la puerta tratando de pasar desapercibido y fallando en el intento.

—Tú no te mueves de aquí hasta que yo te diga, Flavio Montés— advierte.

—Pues diga rápido, que voy tarde a detención.

—Entonces te preocupa llegar unos minutos tardes a tu castigo, pero no faltar a mi clase. Que interesante— asiente.

—Lo que sucede es que se me fue el tiempo ayudándola con unos ejercicios de matemáticas, no planeaba faltar— me encojo de hombros como si de algo sirviera.

—Pero lo hiciste, no te conviene estar rodeado de esa niñita, Flavio, eres uno de los mejores estudiantes del instituto y ella no es más que una nula, no obedece a sus superiores y falta cada vez que le viene en gana. Rodeate de personas que te sumen— culmina.

—Solo estaba ayudándola, lo siento por faltar a clases, no se repetirá— me disculpo para poder irme ya de aquí, no me gusta lo que está diciéndome porque parte de mí está de acuerdo, ¡joder! La ví fumando en el aula, falta a clases sin preocuparle una mierda y amenaza a una profesora.

—Hablaré con el maestro Crover para que te sume un día más a detención, y así sucederá cada vez que decidas faltar a una de mis clases por estar por ahí perdiendo el tiempo. Date cuenta de que si te sigues rodeando de personas así te irá muy mal.

Supiro mientras la señorita Clenton sale del aula dejándome hecho un lío. Sé que por más calenturienta que sea tiene razón.

Salgo rápido del curso y me doy de bruces con Paty quien iba risueña por el pasillo, cuando levanta la mirada y se percata de quién soy me golpea con su puño.

—Bien que llegaste— reclama— no sabes la pesadilla que fue esa última hora, la mestra estaba insoportable.

—Lo sé, me la acabo de encontrar.

—Espero que en la noche me cuentes dónde estabas metido, ahora voy a inscribirme al comité como organizadora de actividades— habla de manera rápida, lo hace cuando está o muy nerviosa, o muy emocionada.

Me pasa mis libros que llevaba en sus manos y como puedo los acepto. Abro mi puño cuando siento algo dentro de él y recuerdo que aún sostengo en él el chicle que me dio la sangrona. Paty lo ve y se le ilumina la cara.

—¡Gracias!— lo toma incluso cuando no se lo ofrecí y se marcha.

Camino hasta dejar mis libros y cuadernos en mi taquilla y luego voy al salón de detención, donde nadamás entras me encuentro en la primera silla con Dorian.

Saludo y me detengo frente a él.

—¿Ahora qué hiciste?

Rueda los ojos con aburrimiento.

—La profesora esa parece que estaba en sus días, o simplemente a falta de pene, porque explicó algo rápido y me hizo una pregunta, como no respondí— abre sus brazos en los aires— aquí estoy.

Frunzo el ceño. Aquí todos los maestros conocen el problema de Dorian, así que me parece muy injusto que haya mandado a Dorian para acá solo porque no haya podido responder una pregunta.

Reviso el aula y veo a Miley sentada en el pupitre que se ha vuelto el centro de la disputa de ambos, al lado de ella hay un asiento vacío, pero las palabras de advertencia de la señorita Clenton vuelven a mí y tomo asiento detrás de mi amigo.

La observo por encima de mi hombro y la veo frunciendo el ceño, aunque cuando se percata de que la observo se recompone. Seguro le parece raro que no vaya a molestarla, pero creo que debo centrarme en mí, solamente.

Así pasa la hora de detención, de mi mente no se van las palabras de la señorita Clenton, pero tampoco la curiosidad que arde en mí cuando observo a Miley Grey.

¿En qué lío me estoy metiendo?


🏫🏫🏫

Cadena por las que necesitamos un tutor como Flavio. X1

Hey, cucarachones, gracias por las 80 mil visitas.💕

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