Promise┊Chaelisa

By PassionKisser

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Donde Roseanne y Lalisa son amigas desde pequeñas, y mantienen la promesa de no olvidarse jamás. ➷Personajes... More

Prólogo
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By PassionKisser

El silencio inundó el lugar en cuanto pronuncié esas dos palabras; la mirada que me brindaba ahora la menor era tan extraña... Sus ojos se movían rápidamente por todo mi rostro, detallándolo y buscando alguna señal que le dijera que era una broma, que mentía.

Señal que, por supuesto, no iba a encontrar.

Sus labios se entreabrieron y temblaron ligeramente antes de que su lengua saliera para humedecerlos. Sus ojos subieron a los míos y tragó saliva antes de hablar

—¿Roseanne... Park?

—La misma —pronuncié con una voz apenas audible que dudaba que fuese mía.

—No... No es... Tú no... ¿Cómo es posible? —susurró, aún con esa expresión sorprendida y aterrada.

—No lo sé —contesté de la forma más honesta posible. Mi mirada y mi voz volviéndose más dulce en un intento por calmarla.

—¿Cómo sé que me dices la verdad? —su postura volvió a ser defensiva, recogió sus piernas y las abrazó a su cuerpo mientras me enviaba una mirada desdeñosa. 

Y ahí estaba otra vez, esa Lisa desconfiada y ruda.

«Oh, Lili. ¿Qué te hicieron?»

—Te estoy diciendo la verdad —aseguré. Sin embargo, y pese a mis intentos, ella seguía desconfiando de mi palabra.

—No te creo.

—Lili, soy yo, Rosie —murmuré, estirando mis brazos hacia ella—. ¿Recuerdas? Rosie pooh, ¿ardilla? Así me llamabas.

Su mirada desdeñosa empezó a cambiar lentamente, pero su postura aún se mantenía defensiva.

Al instante supe lo que debía hacer.

—Si lo recuerdas, ¿verdad? —me arrodillé delante de ella con una sonrisa nostálgica—. Yo recuerdo esa vez que subimos esa colina que quedaba cerca de tu casa para llegar a nuestro lugar secreto, que no era tan secreto porque tus padres y mi tía lo conocían. Ese día empezamos a rememorar como nos conocimos y tú olvidabas la mayoría de las partes, yo tenía que corregirte cada cierto tiempo —reí, recordando como cuando éramos pequeñas solía golpear a Lisa en la cabeza con suavidad mientras la llamaba tonta y le explicaba las cosas que realmente pasaron—. Siempre fuiste muy olvidadiza.

Lisa me observó con desconfianza unos instantes, antes de sonrojarse y reír levemente, apartando la mirada.

—No es mi culpa. Cuando estaba contigo siempre me distraía.

—¿Así que ahora es mi culpa? —levanté una ceja.

—No estoy diciendo que lo es. Rayos, aún después de tanto tiempo sigues acomodando las cosas a tu antojo.

—No estoy acomodando las cosas. Que tú no sepas expresarte no es mi culpa.

—Y tú sí que sabes hacerlo, ¿verdad? —preguntó con diversión—. Porque que yo recuerde, eras la peor para hablar con las personas. Hubo una vez, cuando íbamos a comprar dulces... Había un niño que te parecía lindo, era el nieto del vendedor y estaba detrás del mostrador con él, ni siquiera pudiste decir hola y te escondiste detrás de mí —recordó con burla—. Cuando el niño te sonrió y apretaste mi brazo creí que te ibas a hacer pipí ahí mismo.

—¡Yah!, ¡Lisa! —y sin quererlo, mi mano se lanzó de inmediato hacia su cabeza, dando un rápido y ligero golpe. La rubia cubrió su cabeza con ambas manos y rió.

«Tal y como solíamos hacer antes...»

—Era solo una niña, ¿de acuerdo? Tonta...

El silencio volvió a inundar el lugar, sin embargo, no era un silencio incómodo y molesto como el anterior, este era de alguna forma, mucho mejor.

Lisa y yo permanecimos observándonos a los ojos, diciéndonos silenciosamente cuanto añorábamos estos momentos juntas.

—¿Sabes? Extrañaba esto —murmuró ella, en cuanto yo volví a tomar asiento en el suelo—. Te extrañaba.

—Yo también te extrañé mucho, Lisa... Enserio. 

Sonreímos al mismo tiempo.

Lisa volvió a pasar sus ojos por todo mi rostro, esta vez, detallándolo desde una perspectiva diferente.

—Te ves hermosa —fue el susurro que salió de sus labios.

«Oh Dios, no puedo creerlo»

Llevé ambas manos a mi rostro, en un intento por ocultar el gran sonrojo que había provocado.

«Después de tanto tiempo, ella aún tiene el poder de hacerme sonrojar así.»

Ella sonrió con ternura, sus labios formando esa sonrisa que tanto había deseado ver todo este tiempo. 

—Y veo que te dejaste el cabello castaño —añadió, inclinando su cabeza ligeramente—. Sigue siendo largo, y lindo. Me gusta.

—Sí —murmuré con una pizca de nerviosismo—. Tú lo dejaste crecer... Y ahora es rubio —dije, observándola a ella esta vez.

Aún sin borrar su sonrisa, asintió con entusiasmo.

—Te dije que lo haría, ¿no? No sé cómo no me reconociste.

Un recuerdo de nuestra infancia, días antes de que ella se fuera, llegó a mi mente.

—¡Rápido, Rosie! —una Lisa pequeña, con el cabello castaño y corto, me animaba a continuar en la cima de una colina.

—Ya voy, ya voy —había dicho yo, pequeña y con el mismo corte de cabello que mantenía hasta la actualidad—. Sabes que no puedo correr tan rápido. 

Esa misma semana, recordé, había tenido una lesión en el tobillo a causa de un tropezón en el parque con una piedra que no había visto, por lo que no podía moverme demasiado.

—Oh, sí. Lo siento —la pequeña Lisa corrió hacia mí y me tomó de la cintura, ayudándome a subir lo que restaba de la colina—. Ya está —murmuró, una vez estuvimos arriba—. Vamos.

Caminando lado a lado, nos adentramos en una pequeña casa de madera que el padre de Lisa había construido para nosotras, y tomamos asiento en el suelo. La de cabello cortó sacó unas cajas que estaban aisladas en la esquina y de ella sacó lo que parecían ser dos muñecas de trapo incompletas.

—¿Qué es eso? —pregunté.

—Son muñecas de trapo.

—Pero... Lisa, no tienen cabello. ¡Ni ropa!

Dirigiéndome una mirada, Lisa rió.

—Eso lo sé, tontita.

—¿Entonces cómo vamos a jugar? 

—No vamos a jugar con ellas.

—¿Ah no? —inquirí, completamente confundida—. ¿Y para qué las trajiste aquí?

—Porque nosotras vamos a hacer su ropa y su cabello.

—¿Nosotras? —abriendo la boca en asombro, recibí una de las muñecas que Lisa tendía para mí—. ¿Cómo? 

—Con esto —sacó otra caja que tenía dentro algo de foamy, lana, tijeras, marcadores y papeles de colores.

—¿Por qué quieres pasar este tiempo haciendo más muñecas, Lili? Creí que querías aprovechar todo el tiempo que nos queda juntas para jugar.

Lalisa me observó unos instantes, una mueca triste surcó su rostro y tomó su muñeca entre sus manos, mirándola antes de hablar.

—Rosie... ¿Sabes que no vendré por mucho tiempo, verdad?

Tragando saliva, contesté.

—Lo sé.

—Tal vez no nos veamos más hasta que crezcamos y seamos tan viejas como mi abuelita —masculló, haciendo una mueca graciosa—. ¿Te imaginas? Al menos podríamos compartir papillas. Yo te diré, "Rosie, te cambio mi papilla de mango por la tuya de manzana" y tú dirás "Solo si es baja de azúcar".

Solté una risa ante sus ocurrencias y la golpeé ligeramente en el brazo.

—Tonta.

—¿Qué? Es lo que mi abuelita siempre me dice. No puede comer dulces tampoco, mami dice que le hacen daño. 

—Eso es terrible. ¿Cómo puede vivir tu abuelita sin dulces? —llevé ambas manos a mi boca.

—No lo sé, Rosie. Pero es terrible. No podremos compartir dulces tampoco.

—Lisa, eres una exagerada —negué levemente con mi cabeza—. No vamos a vernos otra vez cuando tengamos cientos de años como tu abuelita. Vamos a vernos cuando seamos grandes como... Como... Como adolescentes.

—Mi prima es adolescente —contestó la de cabello corto—. Ella se tiñe el cabello de azul y lo tiene largo y lindo. También se viste como quiere, ella es genial.

—¿Azul? Me gusta el azul, pero creo que no me lo teñiría de ese color.

—¿Por qué no?

—Porque parecería un arándano y si me miro al espejo me daría hambre.

Ambas reímos.

—Un lindo arándano —comentó Lisa, haciéndome sonrojar.

—Ya. ¿Tú de qué color te lo teñirías?

—Uhm... Amarillo.

—¿Amarillo? ¿No se dice rubio?

—Eso, ¡Seré rubia! 

—¿Por qué?

—En nuestra clase de inglés hay una niña rubia, ¿recuerdas? —contestó, levantando ambos hombros y observando la muñeca entre sus manos—. Ella es muy linda, todos hablaban sobre lo linda que era y lo femenina que podía llegar a ser, y pensé... pensé que si soy rubia... tal vez así dejen de decirme que parezco un niño.

—Lisa... Tú no pareces un niño —comenté, frunciendo el ceño en enojo. Desde que Lisa se juntaba conmigo, esos niños habían hecho todo lo posible por molestarla también.

—Eso es lo que tú dices, Rosie. Pero las otras personas piensan diferente.

—¿Y qué importa lo que piensen ellos? Son unos tontos.

—Si dices que ellos son tontos, entonces toda la sociedad lo es.

—Lisa...

—También voy a vestirme con esos zapatos geniales y esas camisetas que presentan por la televisión —dijo, intentando cambiar de tema—. Y esos pantalones cools que tienen muchos adornos. 

Yo reí ante su entusiasmo y asentí.

—A mí también me gustan.

—Entonces hay que vestirnos iguales algún día.

—¡Sí! —asentí con entusiasmo.

—Cuando volvamos a vernos —aseguró, tomando un rollo de lana de color amarillo y empezando a cortarlo con las tijeras—. Mi cabello será rubio y me vestiré como una modelo. Me veré grandiosa. Que no se te olvide, ¿eh? 

—Y yo seré... Bueno, de color chocolate —reí.

Lisa me observó unos segundos y sonrió.

—Tú, Rosie... Tú serás igual de hermosa que ahora.

Salí de mi trance, encontrándome con la sonrisa alegre de Lisa.

—Y tenía razón, ¿sabes?

—¿En qué? —pregunté.

—En que sigues siendo igual de hermosa que antes.

Nuevamente el sonrojo surcó mi rostro.

—Bueno, también tenías razón al decirme que serías como una modelo. Luces asombrosa, Lalisa.

—Lo sé —fue su respuesta, mientras me guiñaba un ojo y se ganaba una patada de mi parte. No tan fuerte, obviamente—. Auch. 

—Eres tan tonta. 

Ambas reímos otra vez, y el silencio volvió a estar presente. No obstante, Lisa volvió a romperlo tras unos segundos.

—¿Puedo abrazarte?

—¿Es necesario preguntar? 

Ella sonrió y tomó uno de mis brazos, tirándome hacia ella en un abrazo efusivo. Sus brazos rodeando con fuerza mi cintura y los míos su cuello. 

A los pocos segundos de abrazarnos, sentí como las manos de Lisa empezaban a acariciar mi espalda con delicadeza, en un gesto tan íntimo y delicado que no pude evitar sonreír, escondiendo mi rostro en el hueco entre su cuello y sus hombros.

Antes, cuando nos abrazábamos, manteníamos la misma posición que ahora.

Era una costumbre que esperaba no se desapareciera.

—No sabes cuanta falta me hiciste, tonta —murmuré.

—Tú también me hiciste mucha falta, Rosie. Más de la que puedes imaginar —susurró, estrujándome con más fuerza entre sus brazos y posando su cara en mi hombro.

Deseé que ese momento nunca acabara.

Lastimosamente, todo lo bueno tiene su final, y tuvimos que separarnos porque se hacía tarde y debíamos comer algo antes de ir a clases.

...

—¡Jisoo, no creerás lo que...! ¿Qué haces? 

Eran aproximadamente las siete cuando volví al apartamento y me encontré en una posición extraña.

Jisoo llevaba en su espalda un bolso lleno, en el que estaba segura, llevaba ropa dentro, mantenía un pie sobre el sofá y el otro en el suelo mientras batallaba con su perro, Dalgom —a quien habíamos recogido de la veterinaria justo ayer—, para quitarle el control remoto de los dientes. 

—¡Dame el control, Dalgom! ¡Mamá necesita salir! 

El perro ladró y apretó el agarre del control entre sus dientes, luchando con todas sus fuerzas contra su madre para ganar.

—¡Ya te dije que el maldito control no es un hueso, perro loco! —replicó Jisoo, sorprendiéndome aún con su capacidad para entender a su perro.

Era eso o se había vuelto loca.

Dalgom volvió a ladrar algunas cosas, cuando Jisoo bufó y volvió a halar el control.

—Bien, bien. ¡Pero solo tendrás dos y si sueltas el control ahora! —volviendo a ladrar hacia ella, Dalgom haló el control—. ¡Bien, joder! No tengo tiempo para esto. Serán 3.

Bufando, el perro haló el control con tanta fuerza que pensé que iba a dañarlo. Por suerte, eso no pasó y Jisoo sostuvo el agarre.

—¡Cuatro, cuatro!

Finalmente, Dalgom pareció estar conforme con la respuesta y soltó el control, haciendo que Jisoo cayera de espalda contra el sofá, y se bajó de él con la cola en alto dirigéndose hacia la cocina.

—¿Estás bien? —pregunté, cuando me acerqué a comprobar si aún vivía.

—Maldito perro embaucador —gruñó, soplando para quitar mechones de cabello de su rostro.

—¿De quién lo habrá aprendido? —pregunté con diversión, lanzándome hacia el sofá—. ¿Por qué peleaban, de todas formas?

—¡Porque alguien es un mimado e inmaduro y ha estado actuando como si fuera de la realeza desde que llegó! —casi gritó y lanzó una mirada hacia atrás, obligándome a mirar.

Dalgom ladró hacia ella algunas cosas y Jisoo jadeó ofendida.

—¡¿Qué quieres decir con que lo aprendiste de mí?! ¡No volveré a llevarte a ningún peluquero, maldito perro malagradecido! —el perro se levantó de su asiento y se adentró en la cocina con la cola en alto, ignorando por completo a su dueña—. ¡Vuelve aquí!, ¡No he terminado de insultarte! 

Sin embargo, Dalgom no volvió.

Yo reí ante la expresión frustrada de mi amiga.

—Míralo. Les das todo de ti, una buena educación y una buena vida, y así es como te lo pagan, ignorándote y tratándote como si fuera su esclava.

—Bueno, tú fuiste quien quiso meterlo a esa veterinaria llena de perros exclusivos.

—Yo solo quería que mi bebé tuviera el mejor trato posible. Pero tienes razón, no volveré a llevarlo allí. Esos perros mimados influyeron mucho en él ya.

Negué con la cabeza ante las locuras de ese par, y tomé el control remoto para revisarlo.

Al parecer no había sufrido tantos daños como creí.

—¿Qué le prometiste?

—Cuatro galletas de ese lugar de mierda —bufó, levantándose de su asiento—. No sé qué le ve, parece como si tuvieran droga porque no ha parado de comerlas desde que llegó y me hizo comprarle cinco paquetes más.

—¿Y dices que no es mimado?

—Cállate, no ayudas.

Jisoo se adentró en la cocina, dejando su bolso en el sofá y salió segundos después con Dalgom pisándole los talones.

—Toma, y no me jodas más —lanzó las galletas al recipiente de comida de su perro, quien empezó a degustarlas de inmediato.

La pelinegra tomó el bolso y se lo colgó en el hombro para caminar hacia la puerta.

—¿A dónde vas?

—Saldré. Te quedas a cargo del pequeño demonio.

—¿Cómo que me quedo a cargo del pequeño demonio? ¡Es tu hijo, no mío!

—Pero tú vives aquí también, así que más te vale alimentarlo o tendremos problemas tú y yo —me señaló con su dedo índice y yo bufé.

Ella sabía que no sería capaz de dejar a Dalgom sin comida.

—Como sea. ¿A dónde vas?

—Iré a casa de una... Amiga —carraspeó, y de inmediato supe lo que pasaba.

—Bien, disfruta con tu amiga —dije, feliz porque al fin había logrado superar su extraña obsesión con Jennie.

—Lo haré —sonrió y, dando un último vistazo de advertencia a su perro, salió de la casa, cerrando de un portazo.

Hoy no fue un mal día, después de todo...

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