Emma: La calma precede la tor...

By Madam_Negrere

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Tras acabar las enseñanzas básicas ha llegado el momento que todo estudiante espera: aprender la verdadera ma... More

1.-Volver a empezar.
1.-Volver a empezar, parte 2.
1.-Volver a empezar, parte 3.
2.-Eythera.
2.-Eythera, parte 2.
3.-Cosas del primer día.
3.-Cosas del primer día, parte 2.
4.-De excursiones y eso.
5.- Margaritas de Tigreen y capas largas, magníficas clases de vuelo; parte 1.
5.- Margaritas de Tigreen y capas largas, magníficas clases de vuelo; parte 2.
6.-Clase de recuerdos que dan miedo.
7.-De octubre, el último sábado.
8.-Los mellizos Donovan
9.- ¿Y quién eres tú?
10.- Un espeso humo color cian, parte 1.
10.-Un espeso humo color cian, parte 2.
11.- La jornada de esoterismo, parte 1.
11.- La jornada de esoterimo, parte 2.
12.- Atlaea, parte 1.
12.- Atlaea, parte dos.
12.- Atlaea, parte 3.
13.- No digamos adiós, solo "hasta la próxima".
14.- ¿Ya estás pensando otra vez en meterte en problemas?
15.- Peligro en el Archivo
16.- Una noche muy larga y una mañana de rumores.
17.- Por fin, llegó el día.
18.- Las Pruebas
18.- Las pruebas, parte 2.
19.- Las Hogueras.
20.- La selección de familias.
21.-Un poco sobre aquella noche.
22.-Lo que en realidad pasó aquella noche, parte 1.
22.- Lo que en realidad pasó aquella noche, parte 2.
Capítulo 23: La Torre Efímera de Elde
23.-La Torre Efímera de Elde, parte 2.
24.- La vuelta
24.-La vuelta, parte 2.
Capítulo 25: El Punffle y Dala Sur
capítulo 26: El regreso de Azel, parte 1.
El regreso de Azel, parte 2.
Capítulo 27: Los desbaratados planes de Leyla y Vanesa, parte 1.
Los desbaratados planes de Leyla y Vnaesa, parte2
Capítulo 28: El secreto de Ethan (o uno de ellos)
El secreto de Ethan, parte dos
Capítulo 29: Poco para la acción
Capítulo 30: Aquello que una vez sucedió.
Aquello que una vez sucedió, parte 3.
Capítulo 31: Un regalo valioso
Capítulo 32: El Último, parte uno.
El Último, parte 2.
El Último, parte 3.
EPÍLOGO

Aquello que una vez sucedió, parte 2.

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By Madam_Negrere

Las agudas notas de su violín resonaban por todo el amplio salón, liberadas por un arco que se balanceaba sobre las finas cuerdas, con un movimiento demasiadas veces repetido como para dar lugar a error. La música solía calmarla, pero aquella vez, ni siquiera su melodía favorita podía traspasar las densa nube de culpabilidad, ansiedad y nervios que sentía sobre ella en esos momentos. Era incapaz de calmar el creciente palpitar en su corazón, encogido por la incertidumbre, y el miedo.

Permaneció quieta, sin poder apartar la mirada del cuerpo inmóvil que yacía en el sofá, y que era socorrido por un extraño hombre con capucha, de el cual no se había molestado en saber siquiera su identidad. Sabía que era amigo cercano de su madre, tenía que serlo, pues era a él a quien su madre le había pedido que recurriera ante cualquier emergencia. Y esa sin duda lo era. Tampoco el hombre, visiblemente preocupado, se había molestado en presentarse. Era bastante notable que la situación estaba requiriendo de toda su atención, y que apenas podía apartar su mirada del extraño y desconocido mejunje que estaba preparando sobre la encimera de la cocina, pero su actitud de no saber que hacer y su indiferencia hacia ella solo hacía que se sintiera más culpable y desconsolada por momentos.

Apretó el puño y dejó de tocar, y ni siquiera el repentino cese de la música, que era lo único capaz de llenar aquel atronador silencio, hizo que el hombre se volviera hacia ella y le dirigiera palabra alguna. Pero era normal que no lo hiciera. Su madre había caído en ese estado por su culpa, y mientras el encapuchado estaba haciendo todo lo que estaba en su mano para traerla de nuevo a la realidad, ella solo podía dedicarse a tocar esa estúpida canción. Se mordió el labio, furiosa, aún sin saber cómo era posible que todo hubiera terminado así. Ella solo había querido sorprender a su madre, felicitarla por su arduo trabajo, demostrarla cuánto la quería pese a que no la viera demasiado. Cómo había podido no ser consciente de que su madre era alérgica a esas setas, cómo podía no saber que la irían a hacer daño. Pero ni siquiera sabía lo que había comprado. Cómo había sido tan estúpida para no preguntarle a aquel forastero tan siquiera el nombre del alimento... Y entonces abrió mucho los ojos, y recordó lo que aquel vendedor le había entregado junto con los hongos. Una dirección. La localización de la tienda donde podría encontrar más. Probablemente aquel hombre sabría que hacer, tenía que conocer algún tipo de antídoto que pudiera ayudarla. Solo tenía que ir al lugar que marcaba aquella nota arrugada e irregular de papel.

Respiró hondo, y volvió a mirar en la dirección del extraño que estaba en su cocina, y que le daba la espalda. Estaba segura de que ni siquiera notaría que se había ido. No oiría ni cómo la puerta se cerraría tras ella. Así que, convencida de que aquello era lo único que podía hacer para ayudar a su madre, y que era responsabilidad suya arreglar el problema que había causado, corrió escaleras arriba hacia su habitación, en busca de su mochila de viaje y de la vieja y desmejorada escoba que un día había cogido prestada del almacén de su madre, quien la había dado ya por perdida. No era la primera vez que volaba, solía hacerlo siempre que Minerva no estaba, lo cual era la mayor parte del tiempo, y, en un pueblo tan pequeño como lo era Kicrom, aunque era fácil que los rumores se extendieran, también lo era ocultarse de las cuatro miradas curiosas que componían aquella calle principal; sobre todo si se trataba de Emma, quien era terriblemente silenciosa y escurridiza cuando se lo proponía. Aunque aquella noche tampoco se esmeró demasiado en que pasara desapercibido que se había ido. Solo quería llegar cuanto antes a su destino.

El trayecto fue largo, y la prisa que tenía solo sirvió para que el tiempo pasara más lento aún. Por eso, cuando por fin llegó a aquel pueblo al que le había llevado el mapa mágico que había cogido del despacho de su madre, después de recorrer a oscuras y con frío los solitarios caminos, se sintió incitada a saltar de su escoba y correr calle arriba, aunque sus pasos sobre los charcos pudieran despertar a los vecinos. Sin embargo, se limitó a bajarse de la escoba y agarrarla con fuerza, mientras comenzaba a recorrer con lentitud la distancia que le separaba de su destino. El frío de aquella noche no era un frío normal. Era más duro, más cortante, más desolador, y teñía todo el viento en un radio de al menos un kilómetro. El frío de aquella noche bien habría podido congelar el corazón de cualquier persona que hubiera osado mostrarse ante él. Pero, sin embargo, no había ningún alma en las silenciosas y oscuras calles del pueblo. Nadie salvo ella, que caminaba por la avenida principal, acompañada tan solo del sonido de sus propios pasos, y por el incesante ruido del goteo de un desagüe pegado a la acera. Los adoquines medio salidos, las farolas tintineantes, las contraventanas cerradas, que ocultaban el interior de miradas indiscretas, y la peluda rata que acababa de pasar corriendo frente a ella, provocaban un ambiente siniestro y quejumbroso a su alrededor, a la vez que contradictoriamente tranquilo. Su mirada no se apartó un segundo del frente, ni siquiera para observar las casas muertas que se sucedían a ambos lados. La calle principal terminó en la nada, y un camino de tierra apareció frente a ella, mostrando que allá donde se dirigía, ya no era parte del pueblo.

La chica comenzó a ascender por aquel camino hasta lo alto de la colina, justo en cuya cumbre se alzaba una gran mansión. Poseía multitud de balcones, protegidos por verjas negras; grandes ventanales con las cortinas corridas y pequeñas ventanitas a medida que subía de piso. Su color era predominantemente oscuro, y alcanzaba su plenitud en el negro tejado de gran inclinación, tan profundo como el cielo sin estrellas de esa noche, que casi se confundía con él. A pocos metros de la puerta de madera principal, se hallaba una puerta más pequeña, que daba entrada a través de una verja también oscura que rodeaba toda la casa, y que la apartaba de visitantes indeseados. A su lado, en cada extremo, dos grandes árboles se erguían, frondosos, y de esa hoja que no se cae.

Aunque la chica ni siquiera lo sospechara, aquella mansión llevaba coronando aquella colina desde mucho antes de lo que cualquier persona en aquel presente hubiera vivido, y su historia, aunque bien incierta, había permanecido en secreto y apartada de los conocimientos de los habitantes de aquel pueblo, que fácilmente se habían desentendido de las cosas oscuras que se tramaban en aquel lugar, pues seguro no lo eran más de lo que se pudría en sus propios corazones. Emma la observó desde lejos, extrañada, y volvió su mirada hacia el mapa que tenía entre sus manos. Sin embargo el punto que le indicaba que estaba llegando al lugar correcto seguía allí, pese a que ella hubiera esperado encontrarse con algo completamente distinto. Aquello no era una tienda, ni siquiera parecía una casa normal. Nada lo era en aquel pueblo. Indecisa, y ciertamente algo asustada, dobló el mapa y de nuevo volvió su mirada hacia la mansión. Ya que había llegado hasta allí, no podía echarse para atrás, debía llegar hasta el final y descubrir lo que había sucedido con su madre.

Una vez frente a la puerta, no supo muy bien que hacer. Si bien había salido de su casa sin ser apenas consciente de todo lo demás, ahora se daba cuenta de que, aunque el cielo recién empezara a clarear, aún era de noche. ¿Y si aquel hombre estaba durmiendo? ¿Y si se enfadaba por despertarlo y ya no quería ayudarla? Pero aquello era una emergencia, ¿y que iba a hacer? ¿Esperar en la puerta hasta que amaneciera? Aún quedaban horas para ello. Así que se decidió a llamar, aunque nadie salió a recibirla. La puerta, sin embargo, al tocar el llamador, se había desplazado suavemente, mostrando que estaba abierta, mientras una cálida luz se escapó a través de la recién creada rendija. Y, sin pensárselo mucho más, entró.

El interior parecía vacío por su silencio, pese a que el ambiente era cálido debido a las chimeneas encendidas, y se podía apreciar un ligero olor a leña. Emma no pudo evitar sentirse como la protagonista de algunos cuentos para niños, que se introducen sin saberlo en plena boca del lobo, y un escalofrío le recorrió la espina dorsal, mientras se lamentaba y maldecía por su notable ímpetu y temeridad. Carraspeó, sin saber para nada que hacer a continuación, y miró a su alrededor, tratando de ver más allá de los arcos que conducían a las diferentes estancias. Fue entonces cuando lo oyó, sobre las escaleras cubiertas de tapiz granate que se hallaban justo en frente de ella. Era aquel hombre, de pie sobre uno de los escalones, esbelto como era, aunque cubría su cuerpo con una gruesa capa verde oscuro que solo dejaba ver un rostro de facciones duras con una larga cicatriz cubriendo el lado derecho de su rostros, tan fina y delicada que mostraba que hacía mucho tiempo que había comenzado a difuminarse con el resto de la piel. Sus ojos no eran oscuros, al contrario que su cabello, y tenían un nítido brillo rojizo, como si hubiera permanecido mucho tiempo con la mirada fija sin pestañear, o se le hubieran incrustado pequeños fragmentos de rubí casi imperceptibles.

Sonrió sutilmente con sus labios escamosos, la miró con marcado interés.

-Sabía que vendrías. -dijo, y todo el mundo de Emma se le vino encima. Petrificada, sin poder procesar lo que acababa de decirle, solo pudo arrugar la frente. ¿Cómo era posible que supiera que iba a ir a verle? ¿Cómo había podido saber que aquello que le había vendido le había sentado tan mal a su madre, hasta el punto de conducirla casi a la muerte? A menos que... No podía ser. No. ¿Por qué aquel extraño habría querido hacerle daño a su madre a propósito? Emma no pudo evitar pensar que a lo mejor era un enemigo suyo, alguien quizá que quisiera hacerse con el puesto de su madre en la escuela. Furiosa, alzó rápidamente las manos hacia él, lanzándole uno de los pocos hechizos ofensivos que sabía. Un hechizo que no le costó desvanecer, con solo mover ligeramente los dedos.

-¿De verdad? ¿Esto es todo lo que tienes para mí? Y yo que pensé que tratándose de alguien como tú me mostrarías algo mejor... En fin, supongo que la educación de hoy en día es demasiado floja. -se respondió a sí mismo, encogiéndose de hombros, a la vez que comenzaba a bajar las escaleras. Alzó una mano, deslizándola de un lado a otro frente a la chica, con extrema delicadeza. Y entonces todo se volvió borroso. La vista se le nubló, su alrededor empezó a darle vueltas, y en su interior sintió una creciente debilidad mientras luchaba por mantenerse firme sobre su sitio. Solo pudo ver cómo aquel hombre se acercaba a ella, antes de que cayera desvanecida contra el suelo.

La cabeza le ardía cuando volvió a abrir los ojos. Sentía como si alguien se hubiera divertido saltando sobre ella mientras se hallaba insconciente. Tardó bastante menos rato del esperado en recordar lo que había pasado, y, tratando de recostarse con rapidez, alerta, solo pudo observar que se encontraba tumbada sobre un duro sofá de terciopelo, frente al acogedor fuego de una chimenea. Un fuego que no hizo más que recordarle el peligro que estaba corriendo allí. Se sentó con cuidado y miró a su alrdedor, pero la sala de estar parecía vacía. Era su oportunidad, debía salir de ahí antes de que aquel hombre volviera. Se levantó con rapidez y sigilosamente se dirigió hacia la puerta.

-¡Alerta,alerta! ¡La niña despertó! -graznó una estrdente voz.- ¡La niña huye, huye!

Emma se volvió asustada hacia atrás, buscando el origen de aquella voz que trataba de delatarla, sin encontrar su posible origen.

-Oh, veo que ya has conocido a Clarck. -dijo una voz diferente, más seca, pero también más suave. Emma no la había escuchado mucho, pero sabía sin embargo demasiado bien a quién pertenecía. El hombre se apoyaba en el marco del arco al otro lado de la acogedora sala de estar. Se había quitado su densa capa,y ahora mostraba un aspecto más relajado, ataviado con una especie de bata azul marino y lo que parecía ser una taza de café sobre las manos. Parecía en ese momento una persona completamente normal incluso, aunque estaba lejos de serlo enrealidad.- Es un compañero bastante fiel, más de lo que les gustaría ser a esos osurios de pacotilla. -afirmó, caminando con tranquilidad hacia una especie soporte de madera en la que descansaba el que Emma había pensado que era un pájaro disecado, pero el cuervo de movió, buscando con la cabeza el roce de la mano de su amo, que ser acercaba a él para acariciarlo.- Perteneció a otro mago oscuro mucho antes que a mí, al igual que el resto de la mansión. Allá hacia la Segunda Guerra mágica, antes de que la mujer que había considerado su mano derecha le traicionara y le entregara a La Orden, como se hacen llamar los altos cargos de El Consejo Superior. -dijo, pronunciando con desdén y rechazo cada una de sus palabras-. Eran otros tiempos, por aquel entonces. Grandes sin duda. -aseguró.- Los magos negros todavía no estaban casi extintos, y de no ser porque aquel gran mago fue derrotado, sin duda habrían recuperado su antiguo esplendor. -caminó hasta quedar juso enfrente de la chica y la miró fijamente.- Es una auténtica vergüenza en aquello que hemos quedado reducidos ahora. Todo por culpa de esos iluminados y a los que, siendo como nosotros, decidieron no unirse al verdadero camino de la oscuridad. Pero yo estoy aquí ahora, dispuesto a hacerles ver cuán poderosos podemos llegar a ser, para que no se nos tenga en cuenta. Voy a traer de vuelta la magia negra en todo su esplendor, y a vengarme de todos los que hicieron que casi se extinguiera. Y tú me vas a ayudar a ello.

Emma, muy quieta en su sitio, aterrada por las palabras que escapaban de la boca de aquel hombre, sintió cómo el corazón estuvo a punto de saltar de su pecho por los nervios. Fuera lo que fuera lo que pretendía hacer con ella, desde luego que, pasara lo que pasara, nunca estaría dispuesta a ayudarle. Poco sabía de la pasada historia entre magos negros y blancos, y de su legendaria rivalidad, pero conocía lo sufieciente para estar segura de que las cosas no debían hacerse así, y que repetir los errores del pasado no era la forma adecuada de regresar la magia negra. Algo que ella, siendo maga negra como sabía que era, ciertamente también deseaba, pero con un motivo y una concepción completamente diferentes.

-La última vez perdimos porque los iluminados había conseguido tener en su poder a la portadora de la runa de la luz. Una mujer que dio su vida para terminar con la guerra y con nuestra magia. Un mal uso de la runa en mi opinión. -comentó, rodando los ojos-. Aquella ocasión desconocíamos quien era el portador de la runa negra, así que no pudimos recurrir a ella. Es diferente en este caso. -murmuró simplemente, sin que a la chica pudieran quedarle muy claras sus palabras.

No pudo decir mucho más. Tampoco ella pudo responderle a él, porque en ese instante un alarido se oyó desde la habitación contigua. El hombre frunció el ceño.

-Ha despertado demasiado pronto. -gruñó-. Supongo que todavía no llego a recuperar del todo mis poderes... Espero que eso cambie muy pronto, ya que te tenemos aquí. -sonrió de lado, tétricamente-. Si me disculpas, debo atender a nuestra otra invitada. -añadió, antes de deslizar la mano en el aire frente a la niña, como había hecho la otra vez. Y Emma volvió a caer desvanecida contra el suelo.

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