JOTA

By Lepidoptera84

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Ganadora Wattys 2021. Un delincuente juvenil roba el ordenador de una estudiante y la chantajea para recupera... More

Nota Importante
Prefacio
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Actualmente los personajes de esta historia...
Capítulos extra
Prefacio
Capítulo 1: favores
Capítulo 2: La casa.
Capítulo 3: Aprendiendo a sentir.
Capítulo 4: Problema. Solución.

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By Lepidoptera84

Había empezado a lloviznar. El informativo predijo que vendrían días de incesantes lluvias y ventiscas, por lo que decidió quedarse en casa.

Sus ojos se apartaron de la ventana y regresaron a su ordenador. Se estiró perezosamente contra el respaldo haciendo chirriar su silla, luego, se deslizó sobre las ruedas para guardar en el cajón de latón del escritorio una bobina de cable. Cayó en la cuenta de que uno de sus bolígrafos estaba destapado y buscó rápidamente el tapón para colocárselo. Lo guardó depositándolo paralelamente y a un centímetro exacto de distancia de sus lápices. Con cuidado, volvió a cerrar el cajón sin hacer el menor ruido.

Javi acabó de recoger el baño y de camino a la cocina se detuvo en la habitación de su amigo.

—¿Todavía estás así?

Jota se giró despreocupado.

—¿Así cómo?

—Con esa ropa y esos pelos... ¡por Dios, pareces un indígena!

—¿Realmente quieres decir indígena: originario del país, o querías llamarme indigente: persona con falta de medios para alimentarse, vestirse, peinarse, etcétera? Porque son cosas bien distintas...

— ¿Qué te parece vagabundo?

—Vagabundo: persona que anda errante de un lugar para otro, sin oficio ni domicilio. No sé yo si ese apelativo me define demasiado...

—¡Oye no me líes! ¿Quieres? Ya sabes lo que quiero decir.

—Lo que no entiendo es qué tiene de malo mi aspecto. ¿Qué más te da si llevo el pelo a lo afro o la raya en medio?

—No te acuerdas, ¿verdad?

Jota enarcó las cejas.

—Realmente me molesta que seas tan despistado...

Jota se levantó para estirarse y mientras bostezaba, añadió:

—Eres un auténtico coñazo, ¿lo sabías?

—Sí, bueno... di lo que quieras, pero tienes diez minutos para intentar adecentarte un poco.

Jota volvió a mirarle, esta vez como si su compañero estuviera loco.

—Hemos quedado, ¿recuerdas? ¡Joder! Esta tarde nos van a presentar a unas tías, así que por una vez, y te lo pido como favor personal, intenta no parecer un estúpido bicho raro. Solo por esta vez: relájate, suéltate y haz este enorme esfuerzo que te pido.

—¡Yo no me he comportado nunca como un bicho raro!

—Ya sabes a lo que me refiero...

—No, la verdad es que no te sigo... —añadió provocándole.

—Pues que no te las des de inteligente y juegues con la ironía de las palabras y ese tipo de cosas... entre tú y yo, queda repelente y además, asusta a las tías.

—Sinceramente, Javi, yo no me las doy de nada. Solo me pone enfermo que la gente sea ignorante e incoherente.

—Sí, vale, en cualquier caso... intenta controlarte un poco, ¿quieres?

—¿Y por qué tendría que hacerlo?

—Pues por el bien de tu amigo —dijo señalándose el pecho—, que lleva ya casi dos meses sin mojar. ¿Te parece poco?

Jota le sonrió con malicia.

—No, la verdad es que esa es una razón de peso —hizo un gesto con ambas manos para mostrar la grandeza de sus partes bajas.

—¡Pues ya está! —aceptó Javi dejándolo solo.

Jota se quitó la camiseta e inspiró el peculiar efluvio que desprendían sus axilas, a continuación se puso desodorante para disimular el olor; ya no tenía tiempo de darse una ducha.

—Y dime—dijo a gritos para que Javi pudiera oírle desde la otra habitación—, ¿cómo son esas tías?

—Pues no lo sé. Boras me ha dicho que son muy simpáticas.

—¿¿¿Qué???

Jota rio mientras desenredaba con el peine varios nudos de su cabello revuelto.

—Que son simpáticas—repitió Javi.

—¡Sí, ya lo he oído! Pero la verdad, me sorprendes, no te creía tan idiota.

—¿Por qué me llamas idiota?

—¿Te quieren presentar a unas tías de las que no sabes nada y la única información que te han dado de ellas es que son simpáticas?

—¿Qué tiene eso de malo? La simpatía es una cualidad que tú no tienes.

—No, si eso no te lo discuto—rio por lo bajo—, pero quiero saber por qué te has dejado enredar de esta manera. ¿Tan desesperado estás?

Javi suspiró y reapareció en la habitación de Jota con las manos a modo de jarra sobre la cintura.

—Está bien, desembucha. ¿Qué problema tienes con las simpáticas?

—¿Yo?, ninguno. Al parecer lo tienes tú. A ver, aclárame una cosa: dos tíos hablan de chicas y si lo único que pueden decir de ellas es que son simpáticas, eso significa que...

—¿Qué?

—¡Que son unos cardos!

Javi se deshinchó.

—No me digas eso...

Jota se encogió de hombros en el momento justo que llamaban al timbre.

—¿Qué hago ahora? ¡Me has puesto nervioso, joder!

—Abre la puerta y... ya sabes... intenta mirarlas lo menos posible.

Jota soltó una carcajada y Javi le golpeó el hombro con rabia.

—Más te vale que no tengas razón. Mis pobres huevos no podrán aguantar un día más sin...

Volvieron a llamar.

—¡Ya voy! —gritó Javi desde la habitación—. Te espero en dos minutos. No hagas que venga a buscarte.

Jota le respondió llevando su mano derecha hacia la frente a modo de saludo militar y se enfundó rápidamente la camiseta.

Mientras, Javi corrió por el pasillo apresurándose para abrir la puerta.

Unas cuantas cervezas, algo para picar y una densa nube de humo de porro recargaba el ambiente. Apenas se podía distinguir el cenicero enterrado en colillas encima de la mesa, algunas habían salido disparadas fuera, cubriendo de ceniza y hierba seca la superficie de madera.

Boras, Javi y Jota contra Lorena, Emma y Susana... a Jota le dio por reír. Quizá fuese el efecto de los porros, aunque él apenas fumaba, el mismo humo de la habitación podía llegar a colocar.

—¿Qué te hace tanta gracia? —demandó Emma con curiosidad.

Jota volvió a reír, esta vez con más fuerza. Incluso se llevó la mano a los ojos para enjugar un par de lágrimas.

—Debe ser esta mierda—respondió exhibiendo el porro entre los dedos, antes de darle la última calada y aplastarlo sobre restos de colillas anteriores en el cenicero.

Las chicas acompañaron sus risas mientras se recostaban en el hombro de Javi y Boras.

—La verdad es que no sé si será por esta maría o qué, pero me recordáis un montón a una obra de arte.

—¿En serio? —Emma se acercó a Jota complacida—. ¿A cuál?

—¡Eh, chicas! ¿Unos nachos? —interrumpió Javi ofreciendo la bandeja que descansaba olvidada sobre la mesa. La súbita intervención de Jota le había dado un mal pálpito. Pero ellas tenían curiosidad por escucharle, ya que había permanecido callado gran parte de la tarde.

—¿Alguna de vosotras ha oído hablar de Rubens?

Ellas se miraron arrugando el ceño.

—No. ¿Quién es?

Era un pintor barroco—remarcó Jota.

—Y bien, ¿qué tiene que ver él con nosotras?

Jota volvió a reír, esta vez recostó la cabeza sobre el respaldo del sofá.

—Sois el vivo retrato de una de sus obras más populares: Las tres gracias. En serio, me fascináis.

—Suena bien... —dijo Emma, que evidentemente no conocía autor y obra—, ese tal Rubén... ¿pinta desnudos?

Jota carraspeó un par de veces intentando disimular y contener la risa.

—Sí... eran su especialidad.

—Y dime, Jota, ¿todo este tema del arte es porque te gustaría vernos desnudas?

Esta vez fueron Boras y Javi quienes empezaron a reír.

Emma no aguantó más las ganas que tenía de abalanzarse sobre el joven. La sensación de embriaguez propició que un impulso incontrolable creciera en el interior de sus entrañas y emergiera colocándose encima de él para besarle el cuello, las mejillas y aterrizar torpemente sobre sus sensuales labios con apremiante frenesí.

Jota retiró el brazo de la muchacha y aprovechó su confusión para escabullirse, deslizándose debajo de esta, que parecía haberse fundido como goma quemada encima de él.

Automáticamente, buscó ayuda entre sus compañeros, pero al parecer, estos también estaban ocupados.

Emma no percibió su sutil rechazo y volvió a colocarse sobre sus rodillas, aplastando nuevamente sus labios contra los suyos.

Él intentó hacerla a un lado, pero era como intentar levantar una pesada losa de su cuerpo aprisionado. Así que volvió a reír de lo absurdo de la situación y esto le hizo recuperar la curiosidad de la chica, que se separó unos milímetros para volver a mirarle.

—Será mejor que me vaya a la habitación, la verdad es que tengo jaqueca.

—¿Quieres que te acompañe? —insistió Emma poniéndose en actitud cariñosa.

—No, quédate aquí y pásalo bien.

Jota se despidió omitiendo la mirada de reproche que le lanzó Javi.

Se encerró en su habitación y puso algo de música para no oír a sus compañeros en el salón. Volvió a reír recordando a esas tres chicas y su acertada definición de "simpáticas"; eso no lo podía negar, eran muy sociables además de predispuestas, pero a diferencia de Javi, él no estaba tan necesitado y nada podía bajar más su libido que Las tres gracias de Rubens sobre el sofá del comedor. Así que, dadas las circunstancias, no lamentaba haber salido de ahí, aunque seguramente después de esa noche, Javi le echaría una gran bronca por haberle dejado solo.

Empezó a dar vueltas sobre la cama. Sus pies no tardaron en abandonar el calor de las sábanas. Se levantó y miró una sola vez por la ventana. Era tarde, pero no lo suficiente como para poder abandonarse al sueño sin más.

Se enfundó las zapatillas y tropezó casualmente con un maletín negro que había quedado olvidado bajo el escritorio.

Lo cogió y lo abrió.

Recordó ese viejo ordenador y decidió que era momento de volver a intentar descubrir quién era el propietario de esa antigualla.

—Veamos que tenemos aquí...

Jota indagó exhaustivamente en busca de fotos, archivos personales o algo que pudiera ofrecerle una pequeña información del propietario, pero como la primera vez que lo abrió, no encontró absolutamente nada.

Así que rebuscó entre sus cajones un CD con un programa que días antes había diseñado y lo introdujo en el ordenador. Su intención era descubrir los lugares más frecuentes desde los que se había conectado a la red en el último mes, de esta forma, podría obtener una dirección.

Media hora más tarde, el programa se encargó de facilitarle la dirección exacta. Jota sonrió satisfecho y la apuntó rápidamente en un trozo de papel.

Acto seguido, escribió esa misma dirección en Google, pero las páginas amarillas no le ofrecieron ningún nombre que pudiera ayudarle.

Después de mucha búsqueda, dio el tema por zanjado; con esa dirección ya tenía suficiente por el momento.

Decidió guardar el ordenador en su maletín y fue justo entonces, cuando se dio cuenta de que en el interior de la bolsa había una etiqueta con un nombre claramente escrito.

—¿Seré capullo?

Añadió ese nombre al trozo de papel y lo dejó sobre la mesa del escritorio.

Dentro de poco tendría que hacer una visita a la zona alta de la ciudad.



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