Maldición Willburn © ✔️ (M #1)

By ZelaBrambille

6.4M 629K 327K

En las calles se cuenta una leyenda: Rowdy Willburn no sabe querer porque ya no tiene corazón, es una maldici... More

Maldición Willburn
Prefacio
🎲 TOMO I | La caída 🎲
Capítulo 01
Capítulo 02
Capítulo 03
Capítulo 04
Capítulo 05
Capítulo 06 (pt 1)
Capítulo 06 (pt2)
Capítulo 07
Capítulo 08 (pt1)
Capítulo 08 (pt2)
Capítulo 09
Capítulo 10 (pt1)
Capítulo 10 (pt2)
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14 (pt1)
Capítulo 14 (pt2)
Capítulo 15
Capítulo 16
Extra | Regina y Tyler
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Extra | Rowdy y Giselle
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
🎲 TOMO II | El ascenso 🎲
Capítulo 29
Capítulo 30
Extra | Kealsey y Omar
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48 (pt1)
Capítulo 48 (pt2)
Capítulo 49 (pt1)
Capítulo 49 (pt2)
Capítulo 50 final
Epílogo I
Epílogo II
| P L A Y L I S T |

Capítulo 22

124K 10.2K 7.4K
By ZelaBrambille


—¿Cómo debo dibujarlo? —pregunta el pequeño—. No sé dibujar.

—No te preocupes, nadie va a calificar cómo dibujas, así que dibújalo como tú puedas.

Él hace una mueca y toma el lápiz, yo tomo nota de las observaciones relacionadas al dibujo y de su comportamiento. Jon es nuevo en Bridgeton, tuvo una infancia muy dura, un padre drogadicto y una madre en la cárcel, es muy reservado, te mira con los ojos entrecerrados como si esperara que hicieras algo, como si sospechara de ti.

Hace unos meses la psicóloga me enseñó a aplicar algunas pruebas psicológicas porque necesitaba ayuda, desde entonces le ayudo. Vengo a la oficina y converso un rato con ellos, podemos jugar para que se relajen y luego les pido que hagan el dibujo. Me emociona mucho, a pesar de que yo no puedo interpretar. Estas pruebas también me las aplicaron varias veces, primero el sistema y luego cuando empecé las terapias. Es sorprendente cómo, sin poder evitarlo, derramamos lo que somos en una hoja.

Jon dibuja una figura humana, remarca las líneas muchas veces y borra otras tantas. De vez en cuando me mira, luego vuelve a dibujar. Cuando terminamos, él me tiende la hoja y vuelve a entrecerrar los ojos.

—Lo has hecho muy bien, Jon. —Hago una pausa—. Puedes volver con los demás.

Sus comisuras tiemblan, sin decir nada se dirige a la salida, pero se detiene antes de salir.

—¿Tú no vas a venir?

Me sorprende su pregunta, me recupero rápidamente para que no lo note. Casi no ha hablado con nadie desde que llegó hace una semana, se mantiene en los rincones observando a los demás, es su forma de protegerse, a alguien le dijo que no quería hacer amigos porque al final sus padres iban a arruinarlo. Si el mundo supiera que la infancia repercute en nuestra vida más de lo que pensamos, quizá habría más personas preocupadas por el alma de los niños.

Cuando llegué el día de hoy me acerqué y lo saludé como si fuera uno más, eso le agradó, pues se unió al juego de Henry y Demetria. Entrar a la oficina no le gustó, a pesar de los colores vibrantes y los juguetes, pero se relajó y terminó jugando conmigo. Se siente como un triunfo que me pregunte si quiero ir con él, que quiera que lo acompañe y me una a los demás.

—Claro que sí, solo ordeno mis cosas y los acompaño.

Él asiente antes de irse.

Después de ordenar voy hacia la oficina de la psicóloga, quien me recibe con una sonrisa y acepta el dibujo junto con mis anotaciones, se acomoda las gafas y le da un vistazo rápido.

—Creo que Jon confía en ti, intenté conversar con él y aplicarle pruebas a lo largo de la semana y lo único que conseguí fue silencio, un ceño fruncido y unos brazos entrecruzados. —Suspira—. Si en la semana puedes venir un par de horas te lo agradecería mucho, quizá tu presencia lo tranquilice un poco.

Le aseguro que vendré y salgo para unirme a los chicos. Están jugando fútbol, divididos en dos equipos. Algunos gritan mi nombre y agitan los brazos para llamar mi atención. Me acerco a ellos trotando y me reciben en uno de los equipos, esta vez en el que lidera Henry.

Cuando el partido termina arrastro mis zapatillas y me dejo caer en el césped, bajo la sombra de un árbol. Me cubro los ojos con el brazo y espero a que mi respiración vuelva a la normalidad. Escucho pasos y luego cómo alguien se deja caer a mi lado. Levanto el brazo lo suficiente para ver quién me acompaña, encuentro a Demetria sentada, mirando a los chicos que todavía juegan con la pelota.

Se queda en silencio durante un buen rato, no tiene expresión en el rostro. Cada vez que ella se acerca, sola, con los labios convertidos en una línea apretada, es porque está pensando en algo que le preocupa. Quiero preguntarle, pero sé que ella hablará cuando se sienta lista, no debo presionar.

—¿Cómo es allá afuera?

Escucharla me rompe el corazón.

—Depende de lo que decidas —respondo.

—¿Cómo?

—Si decides ver al mundo como si fuera el problema, no encontrarás nada bueno. Si lo ves como si tuviera problemas, entonces encontrarás soluciones.

—¿Cómo lo ves tú?

—Depende del día.

—¿Hoy cómo lo ves?

Dejo que mis dedos jueguen con el césped, hay veces que me siento así, como un jardín de colores vibrantes y maleza; otras veces creo que soy un suelo árido.

—Hoy creo que hay maleza que tengo que podar.

—Me gustaría tener maleza —dice Demetria y lanza un suspiro. Sé a lo que se refiere porque es lo mismo que pienso cuando tengo un mal día—. Nos dijeron que podíamos ver nuestros expedientes, saber sobre nuestro pasado.

—¿Y tú quieres verlo?

—No lo sé, ¿y si lo que hay ahí no me gusta? —pregunta con cierto aire de melancolía.

—No podemos cambiar lo que fuimos, pero puedes decidir lo que serás. Puedes esconderte, escapar o enfrentarlo.

Una vez más se queda callada mirando la nada. Tengo que pasar saliva varias veces para aligerar el nudo que se ha formado en mi garganta. Demetria y estos niños confían en mí, ella tenía ganas de contarle a alguien y esperó para poder hablar conmigo. Y eso me llega tan hondo porque no sé si soy la indicada, me siento como una hipócrita hablándole de lo que puede ser cuando yo sigo encadenada a mi pasado.

—Gracias —dice después de un par de minutos—. Me agradas, Mérida, ojalá tuviera una hermana como tú.

Ella se levanta con rapidez y sale corriendo antes de que pueda responderle, justo cuando aparece Tim Mallen. Él arruga la nariz, cree que ha sido rechazado por la pequeña niña, ese es el problema de algunas personas, que están tan sumergidas en su ego que no ven más allá de ellos mismos.

—¿Lo ves? Me odian.

Resoplo. Esto no tiene nada que ver con él, ella se fue porque dijo algo personal y, seguramente, necesitaba estar sola. No digo lo que pienso, a veces la gente está tan perdida en su mundo que no es capaz de ver el de los demás, Tim es un buen chico, pero no puede ver más allá de su nariz.

Me pongo de pie y le doy una sonrisa cortés antes de irme.



Horas más tarde, camino hacia la cafetería, no lo he visto desde que llegamos y fue secuestrado por la señora Mary.

Me la encuentro tan pronto entro a la cocina y me regala una cálida sonrisa que no dudo en corresponder.

—Ya casi acabamos, está ayudándome a guardar unas cajas en el congelador.

Señala con su dedo índice un pasillo, no necesito instrucciones para saber dónde se encuentra, pero no digo nada, me limito a asentir y a buscarlo.

Ubico la puerta metálica, es un gran cuarto dividido en dos, la primera parte es el refrigerador y, la segunda, el congelador.

Abro y me deslizo en el interior, no puedo ser sigilosa porque la maldita puerta rechina.

El asombro me golpea al ver lo que ha hecho aquí, era un desastre, ahora todo está perfectamente ordenado. Las repisas del refrigerador están llenas de productos y, por cómo se ve, podría apostar a que lo acomodó por fecha de caducidad.

—Solo estoy acomodando estas cajas, estaré afuera en un par de minutos, Mary —dice.

Me está dando la espalda, así que no tiene idea de que me lo estoy comiendo con la mirada. Se agacha y me da un buen vistazo de su culo.

Mmm, como que me pone caliente que trabajes duro —digo.

Se endereza y se da la vuelta con rapidez, esboza una sonrisa lobuna que me obliga a morder mi labio inferior para no suspirar.

Todavía no puedo creer que en verdad esté aquí, en la mañana no pude deshacerme de él, se despertó antes que yo, estaba listo para partir. En la entrada, la directora le dio una camiseta de Bridgeton —muy emocionada, cabe destacar, la gente que quiere ayudar siempre es bien recibida—. Luego tuvimos que separarnos.

Él se acerca dando pasos lentos hasta que estoy apoyada contra la puerta helada. Me encierra con sus brazos, colocando las palmas en los lados de mi cabeza.

—¿Me estabas espiando, caperucita? —pregunta con la voz ronca.

El calor de su cuerpo contrasta con la temperatura, la cual repercute en mis pezones. Él lo nota, su vista baja y permanece ahí, se relame los labios.

—Ya es hora de irnos, las horas de práctica terminaron hace un rato —digo.

Un escalofrío me recorre cuando se pega a mí, abre mis piernas con su muslo y su aliento acaricia mi oído, es caliente, estoy ardiendo. Este hombre logra hacerle cosas a mi cuerpo que nadie más ha hecho. Quiero que se acerque más, necesito esto.

Suelto un gritito cuando su palma cubre mi seno y masajea el pezón por encima de la ropa.

—¿Qué haces? —pregunto y muerdo el interior de mis mejillas para no reír por los nervios.

Mi risa queda sofocada por un jadeo tan pronto veo sus ojos celestes brillando con algo que reconozco. Oh, mierda. Él masajea mis pechos, rodeando con los dedos mis pezones sensibles y haciendo que duelan más y más.

—Row, basta... —Pero se me escapa una risita juguetona. Me aclaró la garganta, intentando lucir seria—. No podemos hacer esto aquí.

—¿Por qué no si tu cuerpo quiere estar conmigo?

—Tengo frío —explico.

Le doy un empujoncito y me doy la vuelta para salir, pero me detiene antes de que pueda moverme. Su brazo me encadena mientras apoya la frente en mi hombro. Ahora es peor y no puedo resistirme, a pesar de lo jodido que es enrollarse en el refrigerador de la casa hogar. Uno de sus brazos cubre mis pechos, su mano los tantea y juega con ellos, mientras su otra mano abre el botón de mis vaqueros y se desliza en el interior de mis bragas, así, sin aviso.

Gruñe al encontrar la humedad. Sus dedos fríos me hacen temblar.

—¿Qué es esto? —pregunta, travieso. Siento que sonríe contra mi mejilla—. Alguien está muy caliente aquí abajo.

—Row, estamos en el refrigerador de Bridgeton.

Cubro mi boca cuando gimo. Mierda. Él mueve sus dedos en mi hendidura y se divierte un buen rato torturándome. Me acaricia, borra mis pensamientos, me olvido de todo.

—No he dejado de pensar en ti, en mis manos tocándote, en cómo te sientes entre mis dedos, en que quería llegar a la casa y follarte contra la pared —susurra y deposita un beso en mi oído. Me provoca un cosquilleo que me hace retorcer, mi trasero choca con su erección, me convierto en un charco de agua—. Estás todo el puto día jodiendo mi cabeza, así que ahora joderé la tuya, muñequita.

Ahogo un gemido en mi mano, pero no estoy segura de que pueda guardarlos, no cuando mueve sus dedos con un frenetismo que hace que mis rodillas tiemblen. Temo caerme, sin embargo, Row me sostiene.

Recargo la espalda en su pecho y bamboleo las caderas para sentirlo, para comprobar que me desea tanto como yo. ¿Es eso normal? ¿Que lo extrañe de esta manera? ¿No es extraño que lo necesite y quiera desesperadamente sus caricias? Estoy enloqueciendo por permanecer aquí, debería correr y esconderme, pero no puedo, no cuando se siente de esta manera. No quiero. Eso es una revelación. No quiero estar lejos de Row Willburn.

—Giselle. —Suspira.

—Nos vamos a ir al infierno por hacer esto aquí.

—Creí que ya estábamos ahí, caperucita.

Muerde el lóbulo de mi oreja y es todo, me corro en su mano, muerdo mi labio con fuerza para guardar los sonidos que se mueren por salir. No sé cuándo cerré los ojos y recargué la cabeza en su hombro, pero no los abro, podría venirme otra vez si veo cómo chupa sus dedos y me saborea.

—Espérame afuera, preciosa, ya voy a acabar, no quiero que te congeles —dice frente a mi oído y deposita un beso en mi sien.

Me suelta hasta que abro la puerta. Salgo, todavía perdida por lo que hizo en tan pocos minutos. Permanezco oculta de la señora, quieta, no quiero que nadie se entere de lo que acaba de pasar ahí, estoy segura de que se enterarían si me echaran un vistazo. Aprovecho el tiempo para recuperarme, para que el descubrimiento que acabo de hacer no se vea en mis ojos, no quiero que se entere de que empieza a ser importante... o tal vez ya lo es.



Keals me aborda en cuanto llegamos a la casa, parlotea sobre un evento al que iremos, habla tan rápido que apenas puedo entender.

—Keals, ¿podrías dejarme con ella un par de minutos? No he podido ver... —Se queja Row. Ella lo interrumpe alzando un dedo frente a su cara.

—Basta, grandote, vas a tenerla toda la noche.

Le doy una sonrisa a Row y dejo que Keals me arrastre a su habitación, él gira los ojos con evidente fastidio, parece un niño pequeño haciendo puchero, gesto que me parece adorable y sí, descongela otro poco mi corazón.

Una vez que Kealsey me obliga a sentarme frente al tocador para peinar mi cabello, habla más despacio y dice que es una sorpresa, que es algo que no hemos hecho antes, que me encantará, así que no hago más preguntas. Me encojo de hombros y no discuto cuando saca de su armario ropa para mí. En este tiempo he aprendido que por alguna razón ella disfruta haciendo estas cosas.

Esta vez no hace trenzas, lo deja liso. Me maquilla los párpados con sombras oscuras, se ve bien, mis ojos lucen encendidos.

Me visto con unos pantalones de cuero negro que se pegan a mis piernas y culo, un top que no deja nada a la imaginación, y unas botas de tacón alto que llegan a mis rodillas.

Me planto frente al espejo y me analizo. Me veo bien, a pesar de que mis tetas se asomarán en cualquier momento.

—Parezco una zorra —digo a lo que chasquea la lengua.

—Te ves sexy.

Alza las cejas con cierto aire de picardía. Cuando ella sonríe, complacida, sé que lo ha hecho a propósito.

Después de que se pone shorts, medias y tacones altos me hace una seña con la cabeza para que salgamos. Los chicos están afuera, esperándonos, no se dan cuenta de nuestra presencia porque están haciendo escándalo, excepto Mateo, quien nos barre con la mirada, se acerca dando zancadas largas y nos ofrece una mano a cada una para darnos una vuelta. Su chiflido retumba, llama la atención de Tyler, Row, Angel y Omar.

—Díganles a esos sujetos que si no prestan atención me las robaré —suelta señalando hacia la sala, donde están todos reunidos.

Keals se carcajea, le da un golpecito en el hombro y lo esquiva para reunirse con los otros. Mateo aprovecha que estoy distraída para jalarme, me estampo en su pecho, se apresura a rodear mi cintura. Lo miro con sorpresa, pero me relajo cuando veo la travesura en sus ojos.

—Sobre todo a ti, caperuza. —Una de sus comisuras sube, un hoyuelo aparece en su mejilla, señal de que se está divirtiendo. Guiña su ojo, envolviéndome en una broma que no comprendo.

Es muy atractivo, músculos duros y mirada peligrosa. Mateo es moreno y tiene tatuajes. Donde Row luce misterioso, él parece cálido y amistoso. Me lo imagino como un torbellino, no me extraña que le guste a Ushio, es justo lo que ella busca, mi amiga quiere que alguien revuelva su mundo.

Yo quiero escapar del mío, es muy diferente.

No siento nada mientras Mateo me sostiene, eso me asusta hasta la mierda porque, quizá, en otras circunstancias le habría pedido que me llevara al primer motel barato que encontráramos en el camino. En unas circunstancias escalofriantes y oscuras, debo recordarme que ya no estoy ahí.

Se me escapa una risita que es interrumpida por un gruñido que me hace saltar. Giro la cabeza para enfocar a Row, quien está a escasos pasos de distancia, tiene los puños apretados y la mandíbula tensa, como si estuviera apretando los dientes.

Abro los párpados por el asombro.

—Deja de molestar, Mateo. —Su voz es baja y su semblante pone mis nervios de punta—. Suéltala ahora o lo lamentarás más tarde.

El mencionado se carcajea como un lunático y me deja ir dando un paso atrás.

Lo próximo que sé es que otros brazos —unos que conozco muy bien— me rodean y me pegan a un cuerpo duro con posesividad. Quedo frente a Row, su nariz pegada a la mía, sus labios cepillando los míos.

Esto ha ido demasiado lejos, pero algo dentro de mí no responde como espero. En lugar de correr lejos abrazo su cuello, nuestros cuerpos se acoplan a la perfección.

Se ha cambiado y luce como mi golosina favorita. Camisa negra y jeans oscuros desgastados.

—¡Celoso de mierda! —grita Tyler, divertido.

Row ignora las risas y burlas de sus amigos, me observa y luego deja un beso tierno en mi labio inferior.

—Es hora de irse —anuncia y le arroja las llaves de la camioneta a Omar, quien alza una ceja a modo de pregunta después de capturarlas—. Encárgate.

Intercambian miradas, al parecer es suficiente, pues Omar asiente y se encamina a la salida. Todos lo siguen.

El brazo de Row me rodea la cintura, es una cadena a mi alrededor jalándome hacia su costado. No se separa de mí en ningún momento, ni siquiera cuando subimos a la camioneta ni cuando llegamos a un bar que no conozco.

En la entrada nos recibe un tipo, los chicos lo saludan con entusiasmo. Noto la mirada de él analizándome, barre mi cuerpo con descaro y sonríe como si me conociera. Un presentimiento me embarga. Row lo nota, lo puedo sentir tenso a mi lado, me hundo en su costado, él me recibe apretándome. El chico se gira hacia nosotros, toma mi mano y besa el dorso, sin importarle el hombre que aprieta la mandíbula y lo mira con molestia.

—Nos volvemos a encontrar, pelirroja —dice con galantería.

Me apresuro a sacar mi mano de su agarre y me encojo de hombros. No sé quién es. No lo recuerdo, no tengo idea de qué hicimos, no sé cuándo sucedió o si de verdad pasó, pero seguro ocurrió algo. Percatarme de eso me llena de tristeza, me hace recordar.

—Lo siento, no te recuerdo.

Su boca se ladea.

—Qué alegría que yo pueda recordarlo —ronronea.

—¿Ya nos vas a dar la puta mesa o qué mierda? —pregunta Row, quien parece tranquilo, pero sus músculos tensos y el tono mortal de su voz hacen que Omar y Mateo se acerquen confundidos.

El tipo se carcajea y le ordena a uno de los meseros que nos lleve. Mi mente va a toda velocidad buscando en mi memoria el rostro de ese sujeto, pero no hay nada ahí. Es deprimente, no sé qué le diré a Row si me pregunta, no sé si debo decirle algo, pero ¿qué podría decirle si no estoy segura de qué pasó? Pasaron tantas cosas hace un año, todo es tan confuso en mi mente.

En el trayecto a nuestra mesa le doy vueltas al mismo asunto, no veo a la chica que nos espera ahí. Juliet suelta un gritito de emoción al vernos, se levanta y abraza a los chicos y a Kealsey. Solo saluda a Row, a mí me ignora, se apoya en su brazo para ponerse de puntillas y darle un beso a la mejilla.

Tomamos asiento, me percato de que Juliet espera hasta que Row se sienta para colocarse a su lado. Ordenamos la cena y mientras esperamos la comida queda olvidada la escena de la entrada. Kealsey me entretiene hablándome sobre las clases de baile que imparte y de sus alumnos, mientras agarro y como cerezas de un plato que está en el centro e ignoro cómo Juliet se le insinúa a Row.

—Oh, vamos, Will, no seas aburrido —le dice inclinándose hacia él, tocando su brazo—. Baila conmigo una canción y prometo que no te molestaré más.

Suena sugerente, no creo que tenga la intención de alejarse. Aprieto los puños en mi regazo y me concentro en Keals, quien me invita a ir a una de sus clases, pero no puedo evitar mirarlo de reojo. Siento alivio cuando niega.

—Por favor, no seas así —insiste ella.

—No, Juliet —responde y le arrebata el brazo.

—¡No puedo creerlo! —chilla—. Actúas como si de verdad te importara, como si la quisieras. ¡Actúas como si estuvieras jodidamente enamorado!

La mesa se queda en silencio, incluso Keals se queda callada, todos los ojos están sobre Row, esperando a que reaccione. Le da un trago a su cerveza como si Juliet no hubiera dicho nada. No le responde, la ignora. Ella vuelve a chillar y se levanta de la mesa, se aleja del grupo dando zancadas largas. Omar suspira por lo que acaba de suceder con su hermana, se disculpa y la sigue.

El silencio dura poco tiempo, Row se deshace de él preguntándole a Mateo sobre el servicio comunitario que está haciendo. Keals continúa con la plática.

Un par de minutos después siento la mano de Row acunando la mía, su pulgar acaricia mis nudillos. Me relajo, apoyo la cabeza en su hombro y hablo de todo y de nada con Keals.  



Más tarde me levanto para ir por una bebida, ya que no hay rastro del mesero por ningún lado. Kealsey viene conmigo porque quiere ir al baño, así que nos separamos en la mitad del camino.

No se tardan en entregarme mi trago. Me doy la vuelta, no puedo avanzar porque plantado frente a mí está el tipo que nos recibió en la entrada. Doy un paso atrás cuando se inclina hacia mí.

—¿De verdad no lo recuerdas o es solo porque estás con el matón?

Que hable así de Row me enfurece, aprieto los dedos alrededor del vaso para no darle una palmada en la mejilla.

—Disculpa, pero estoy ocupada.

—Pasamos un buen rato aquella noche... —suelta con la voz enronquecida y un brillo de lujuria en su mirada—. ¿No te gustaría revivir ese momento? Estaré libre en un par de horas, podemos escaparnos entonces.

Es lo último que quiero, no deseo revivir nada de lo que hice el año pasado, ¿por qué querría ir a esos días en los que me convertí en el monstruo que tanto detesto? Tengo que repetir en mi mente que él no lo sabe, que no tiene idea de que me da asco solo pensar en ello.

—Muchas gracias por la oferta, pero no estoy interesada.

Se me queda mirando, espera que cambie de opinión. Hago una mueca y cambio mi peso a la otra pierna, incómoda. Al parecer entiende, pues se hace a un lado y me señala el rumbo con la mano como si necesitara sus instrucciones para reunirme con mis amigos.

No logro avanzar demasiado. Juliet aparece en mi camino con los brazos cruzados y los labios crispados mostrando su disgusto, sus ojos me lanzan dagas.

Alzo una ceja a modo de pregunta. Antes de que pueda decir algo, ella empieza a hablar.

—Mira, a veces pareces una chica agradable... —dice haciendo una mueca, como si le costara mucho pronunciar esas palabras.

—¡Vaya! ¡Gracias!

—Sí, como sea... Crees que lo conoces, pero no lo haces.

Enderezo la espalda y aprieto los puños, sintiendo como la molestia me invade una vez más.

—¿Y supongo que tú sí lo conoces?

Juliet arruga la nariz e ignora mi pregunta.

—Entiendo perfectamente lo que estás haciendo porque muchas lo han intentado. Sé que es emocionante estar con el chico malo, creer que vas a cambiarlo, pero él no va a cambiar. Will está roto desde hace mucho tiempo, no lo vas a arreglar con sexo barato.

Ladeo la cabeza y sonrío, su ceño se frunce con confusión.

—Te equivocas, creo que te has proyectado, yo no quiero cambiarlo ni arreglarlo.

—¿No te importa? Entonces eres peor de lo que imaginaba.

—¿En serio? —Suelto una carcajada, pero inmediatamente recupero la seriedad—. No es mi trabajo cambiar ni arreglar a nadie. Creo que la que no lo conoce eres tú, ya que crees que él está roto y necesita que lo arreglen. Él me importa y es mi amigo, para mí es perfecto tal y como es, a pesar de los errores que cometió o pueda cometer.

Una vez más interrumpen mi escape, solo que esta vez me encuentro con unos ojos celestes que hacen que mi corazón dé un golpe violento dentro de mi pecho. Abro la boca por el asombro, porque me está mirando de una forma que me deja sin aliento.

—Ya basta, Juliet —le dice sin mirarla—. Sabes que te tengo cariño y que te respeto, pero no voy a permitir que vuelvas a atacar a Giselle.

Escucho un resoplido, le doy una vistazo, pero Juliet ya no está.

Row levanta su mano y me ofrece su palma, sus dedos se entretejen con los míos, una descarga me recorre entera al sentir su piel. Me jala, voy gustosa a sus brazos. Se siente bien tenerlo así de cerca, sus dedos palpando la piel desnuda de mi cintura, su nariz chocando con la mía, esos ojos de hielo que me analizan sin descanso, veo el hambre ahí, el deseo que hierve en su sangre. No me besa, se queda ahí, solo observándome.

—¿Qué pasa? —pregunto.

Las esquinas de su boca tiemblan. Me roba un besito húmedo, sabe a cerveza, sabe a él. Su lengua está fría y me provoca un escalofrío. Resbalo las uñas por sus pectorales, quiero sentirlo otra vez. Él gime. Rompe el beso, pero no se aleja, una de sus manos ahueca mi mejilla, su pulgar acaricia mi pómulo.

—Qué dulce y hermosa eres —dice. Su sonrisa se ensancha cuando nota mi sonrojo, intento esconderme evadiendo su mirada, pero él no lo va a dejar ir, claro que no—. ¿Qué es esto? ¿Te pusiste rojita?

—Cállate.

Se ríe entre dientes.

—Es verdad, eres la más hermosa de este lugar, todos los hombres están mirándote, odiándome porque te tengo.

—Basta, Row.

—Tan linda, tan hermosa, tan sexy.

Mi cara a estas alturas está en llamas.

—Mi boca ha estado enterrada entre tus muslos, pero te pones tímida cuando digo lo hermosa que eres.

—¡Row! —exclamo y le doy un golpecito en el hombro.

Vuelve a reír y me da un beso en la mejilla, sus labios dejan besos cortos en mi pómulo, bajan hasta llegar a mi oído.

Nos quedamos un par de minutos más, luego nos reunimos con los demás, quienes están riendo y luciendo como una verdadera familia.



El mesero llama nuestra atención aclarándose la garganta una hora más tarde.

—Ya está listo —dice.

Row se endereza, él y Mateo se miran con complicidad, mientras los otros aplauden y se levantan, emocionados.

No sé qué está pasando, todo el grupo y un cúmulo de personas se dirigen a la parte trasera del bar.

—¿Qué está sucediendo? —le grito a Row porque hay demasiado ruido, demasiados cuerpos tan juntos que apenas podemos pasar.

—Ya verás, hago esto a veces, cuando estoy nervioso —explica.

Empiezo a entender cuando veo el ring en el centro de la habitación. No hay gradas ni asientos, solo personas alrededor.

Me tenso.

Quiero parar, pero no puedo detenerme por más que clavo los talones al suelo, él me arrastra sin darse cuenta de que no quiero ver esto, sin embargo, el pánico es tal que no puedo hablar.

Un zumbido me impide escuchar, todo se vuelve borroso, como si estuviera en cámara lenta. Me quedo rígida, con los brazos pegados en los costados. No sé en qué momento Row se prepara para subir ni el instante en el que me quedo con Keals, ni siquiera puedo escuchar los gritos eufóricos.

Ya no estoy aquí.

Tan pronto empieza la pelea, tan pronto los puños de Row y Mateo vuelan ya estoy en esa casa, lo demás se desvanece, lo bueno se va y la oscuridad vuelve.


Él es malo. Mientras se sienta ahí rascándose la barriga que se desborda nos mira de una manera que me asusta. No deberíamos estar aquí, deberíamos estar en el sótano con los otros chicos, pero él nos despertó, a Mac y a mí, y nos obligó a sentarnos en el sillón frente a la televisión. Cierro los ojos y cuento hasta el diez, hasta el veinte, hasta el treinta. Él sigue observándome cuando los abro.

Ella, su esposa, subió las escaleras hace un rato diciendo que tenía sueño, esas cosas que llama «dulces» la hacen dormir. Ahora estamos solos.

Las luces están apagadas, incluso así puedo ver cómo se lleva la botella de cerveza a los labios. Los destellos de la televisión alumbran la mueca torcida que deja al descubierto un diente de metal.

Un escalofrío me recorre, Mac se tensa.

Mac es mi amigo. Mac me cuida. Mac me da de comer. Mac nunca deja que él se me acerque. De todas formas tengo miedo. Mac es un niño. Y yo sé que los adultos pueden lastimar a los niños.

—Ven acá, pecosa, quiero verte —dice él arrastrando las palabras. Los dedos de Mac pierden color por apretar el sillón—. Te estoy diciendo que vengas.

Enseña los dientes al gruñir. Con miedo me levanto y doy un paso, se estira y agarra un mechón de mi cabello. Su aliento a alcohol me revuelve las entrañas.

—Te estás poniendo muy guapa, pecosa.

Él me jala, yo me resisto. Gruñe como un animal. Escucho que Mac se levanta. Me muevo rápidamente para morderlo justo cuando intenta tocarme como a las otras niñas. Un puño se estrella en mi mejilla, la fuerza me hace caer al suelo, el dolor retumba por toda mi cabeza.

Me arrastro hacia atrás, sollozando porque ahora se desquitará con Mac. Nunca quiero dejar a Mac, a pesar de que siempre me pide que corra y cierre el sótano con llave. No quiero dejarlo cuando él parece una bestia lanzando espuma por la boca, rabioso.

Mac lanza una botella, los gritos empiezan. Me arrastro hasta que mi espalda choca con la pared. Me tapo los oídos y cierro los párpados cuando el primer golpe se estrella en el rostro de Mac.

No importan los gritos, maldiciones, quejidos y el espeluznante sonido de los impactos, no detiene la tortura.

Abro los ojos, veo sangre, un cuerpo flacucho tendido en la alfombra mugrienta y a un monstruo levantándose después de destrozarlo, tambaleándose camina a las escaleras. Se olvida de mí.

Y en el fondo, casi como una ambientación, suenan los golpes y los gritos provenientes de la televisión, una repetición de una pelea, donde dos hombres luchan sin saber que en algún lugar hay niños sufriendo, uno sangrando, otro en el rincón y los demás escondidos en un sótano.  


Doy un paso hacia atrás, aturdida. Empiezo a correr, no sé a dónde voy ni me importa, solo quiero enterrarlo otra vez. Tropiezo en la salida y respiro profundo cuando la brisa de la noche golpea mi cara. Inhalo varias veces, apoyo la espalda en la pared hasta que recupero el aire. Aprieto los párpados, intentando encarcelar los recuerdos en lo más profundo de mi mente.

Me quedo ahí, rodeándome con los brazos, con la cabeza gacha para que nadie vea mi rostro.

No tengo idea de cuánto tiempo pasa, me abrazo a mí misma y me aíslo del mundo, de lo que me rodea.

Pero tal y como pasa siempre, no puedo alejarme por tanto tiempo. Unas zapatillas entran en mi campo de visión, encuentro los ojos de Row al levantar la cabeza.

Se ve tan apuesto como siempre, a pesar de que es un desastre sudoroso con el rostro magullado y hay gotas de sangre en su camisa. Sus cejas entornadas me ponen tensa.

—Ya la encontré —suelta con brusquedad a la persona que está del otro lado del teléfono. No me había dado cuenta de que estaba en medio de una llamada—. Nos vamos a casa.

Me da una severa mirada antes de colgar, darse la vuelta y caminar hacia el estacionamiento del bar. No lo sigo hasta que está a un par de pasos de distancia.

Abre la puerta del asiento copiloto y espera, pero no dice nada cuando subo, tampoco cuando ocupa su lugar, enciende la camioneta y arranca.

No logro comprender su silencio, pero la dureza de sus gestos me alarma. Es evidente que está enojado.

Aplano los labios y aprieto los puños durante todo el camino. La única explicación que le encuentro a su molestia es que era importante para él que presenciara la pelea.

Me hubiera gustado mirarlo y aplaudir o gritar para animarlo como los demás, pero no pude. No pude hacerlo.

Estaciona afuera de la casa minutos más tarde y desciende de la camioneta sin comprobarme ni una sola vez.

Lanzo un suspiro de frustración y bajo para seguirlo a la entrada, claro que él traspasa el umbral sin esperarme. No habla, y eso empieza a sacarme de quicio. Enciende las luces y se detiene en el centro de la sala mirándome.

—Te van a salir unos cuantos morados —digo—. Lamento haberme perdido la pelea.

Sus cejas se fruncen más.

—¿Crees que me importa esa mierda, Giselle?

Se acerca dando un paso y luego otro, yo doy pasos hacia atrás, no porque le tenga miedo, es que una corriente de adrenalina me recorre e intento controlarla, detenerla, deshacerme de ella. Me alejo, él se aproxima con andar decidido. Me bloquea contra la pared y me encarcela colocando una mano junto a mi cabeza.

—¿De verdad crees que me interesa la jodida pelea? ¿Que estoy molesto por esa tontería? —pregunta—. Piensa tu respuesta, caperucita.

Trago saliva. Su tono de voz bajo me eriza la piel.

—¿Entonces por qué estás tan enojado?

—Estoy arriba pensado que estás segura y cuando volteo para buscarte no estás. No te encontraba, joder. No puedes hacer eso cuando estamos en un lugar como ese, lleno de borrachos y gente eufórica que pueden hacerte daño.

Tiemblo y agacho la cabeza. No pensé que podría preocuparse por mí así, no como para abandonar algo y venir a buscarme.

Sostiene mi barbilla con su dedo índice y me obliga a mirarlo, esos ojos me dejan sin aire, una emoción desconocida se apodera de mi pecho y me impide respirar. No dice nada, solo se deshace del espacio que hay entre los dos dándome un abrazo fuerte, como nunca nadie me ha abrazado. Sus brazos me rodean, me aprietan. Entierro la cara en su cuello y también lo abrazo, me lleno de su olor respirando profundo.

—No hagas eso de nuevo o me volveré loco —dice.

—¿Loco?

—Sí, romperé las mesas, los vidrios y sacudiré a todo el mundo hasta encontrarte.

—Lo siento, no me sentía bien. Estabas arriba y no creí que te importaría.

—Me importa lo que te pasa, ya te lo había dicho.

—Lo lamento.

—¿Por qué?

—Porque estoy acostumbrada a salir corriendo sin mirar atrás. —Tomo una respiración profunda—. Nunca hago esto con nadie, Row, me asusta.

—¿Qué significa cuando dices «esto»?

Desvío la mirada.

—Esto, Row. —Suspiro—. Ser amigos, preocuparse el uno por el otro, quedarse para dar explicaciones, darse abrazos y besos, dormir juntos...

—¿Y no te gusta?

—No estoy diciendo eso. —Lo miro y me apresuro a contestar—. Me gusta, es solo que me cuesta, no era mi intención preocuparte ni arruinar la noche.

Él sonríe, acaricia mi pómulo con su pulgar, justo donde están mis pecas ocultas por el maquillaje, las que odio.

—No sé de qué estás huyendo, pero no iré a ninguna parte —dice—. Además, si corres te voy a perseguir.

Creo que él siente el temblor de mi cuerpo, pues su agarre se convierte en acero.

A veces el silencio dice más que las palabras y en este momento sentir su respiración caliente, su pecho subiendo y bajando y a sus labios rozando mi sien me tranquiliza.

Algo entre nosotros cambia cuando nos miramos, no sé qué. Esta vez, cuando me besa, me derrito. Cierro los ojos y, aunque me aterra que este hombre me importe tanto, dejo que me consuma. Nos separamos cuando nos falta el aire.

—A mí no me asusta «esto», muñequita.

—¿No?

—No, «esto» que tenemos es perfecto.

Él me levanta abriendo mis piernas y colocándolas alrededor de él, abrazo su cuello porque temo caerme. Me pega a la pared, su cuerpo me aplasta. Aguanto el suspiro, se siente tan bien tenerlo así de cerca, adherido a mí.

Estudio los golpes en su rostro, como no veo heridas supongo que la sangre es de Mateo o de su nariz, pero no parece que esté dolorido.

—¿Y quién ganó?

Esboza una sonrisa torcida.

—Él, me bajé del cuadrilátero en cuanto vi la cara preocupada de Keals y tú no estabas por ningún lado.

—Mierda, lo arruiné...

Echo la cabeza hacia atrás, apoyo la nuca en la pared para evitar su mirada. Estoy muy avergonzada, no sé lo que está pensando, pero agradezco que no me pregunte, pues no sabría qué decirle. Aprovecha el movimiento para adueñarse de mi cuello con sus dientes y lengua. Succiona con fuerza y no me suelta. Relamo mis labios.

—¿Me estás haciendo un chupón? —pregunto con la boca seca.

—Hmmm...

Da un paso hacia atrás sin soltarme y da la vuelta, creo que caminará a su habitación, pero se dirige al sillón largo. Aprieto mis brazos y piernas a su alrededor cuando se deja caer, él encima de mí.

Me observa y sonríe. Giro los ojos porque presiento lo que va a hacer, su sonrisa se hace más grande.

—Linda —susurra.

Mis comisuras tiemblan, giro el rostro para que no vea el sonrojo, es inútil, se le escapa una risita entre dientes y acaricia mi mejilla con la punta de su nariz.

—Así que te pones roja cuando te digo cositas...

—Para, Row —contesto.

—Eres tan hermosa que me duele el pecho, ni siquiera mis fotos logran mostrar lo preciosa que eres.

—¿Sacaste esa frase de Pinterest?

—¿Hay algo en ti que no me guste? Todo me encanta. —Resoplo y se ríe—. Quiero averiguar si te pones tan roja como tu cabello.

Chupa mis labios como un hambriento, los muerde, los succiona.

—Sabes a cereza. —Gruñe—. Jugaste con los troncos de las cerezas durante toda la noche mientras hablabas con Keals.

—¿Sí? No me di cuenta. —Hago una pausa—. Qué observador.

—Quiero saber cosas de ti.

—¿Cosas de mí? ¿Cómo qué? Creo que sabes más que cualquiera.

—Cuando no estás en la universidad ni en Bridgeton ni conmigo, ¿qué haces?

—Me gusta hacer ejercicio, ver series y películas en Netflix, mientras como frituras y chocolates o helado Chunky Monkey de Ben & Jerry's.

—Te puedo imaginar sentada en un sofá usando tu pijama, viendo una comedia romántica y comiendo helado.

Hago una mueca.

—Soy más de suspenso y misterio.

—Interesante, también prefiero esas —dice—. ¿Y lees?

—Sí, cuando tengo tiempo libre, sobre todo en vacaciones. Me gusta ir a la playa, sentarme en la arena, bajo una sombrilla gigante para leer un libro.

Esboza una imperceptible sonrisa que desaparece rápidamente.

—¿Cuál es tu sueño más preciado? —pregunta.

—No tengo muchos sueños, prefiero la realidad para no perderme, pero hay uno. —Trago saliva—. Quiero crear una fundación para rescatar a los niños que necesitan ser salvados, a los que no creen en superhéroes.

Se queda en silencio observándome, su seriedad logra incomodarme.

—Tenemos sueños parecidos —suelta—. Quiero ayudar a los niños que creen en superhéroes, pero ninguno viene a rescatarlos.

Sonrío.

—Le voy a contar a la gente que el chico malo de la maldición tiene un corazón tierno, tal vez pueda esparcir una leyenda nueva. ¿Bendición Willburn te gusta?

Sus ojos relampaguean, una sonrisa torcida aparece en su rostro.

—Qué graciosa.

Abro la boca para responder, pero me atraganto y estallo en carcajadas, mueve su mano frenéticamente sobre mi cuerpo haciéndome cosquillas. Me empujo hacia arriba con los pies para salir de su agarre, por supuesto que no lo logro.

—¡Ya! ¡Row! —grito—. ¡Basta!

Entierra la cara en mi cuello y detiene la tortura, rodea mi cintura con ambos brazos y suspira. Recupero el aliento y también lo abrazo. Su nariz acaricia mi piel, busca mis labios y me besa, profundo, suave, delicioso. Me saborea, me acaricia con su lengua y con sus manos, las cuales merodean en mi cintura, mis caderas. Lo siento por todas partes: su pierna entre las mías, su respiración soplando mi rostro, sus manos adueñándose de mi cuerpo, sus labios quemando los míos hasta hacerlos arder, su aliento y olor embriagándome.

El tiempo pasa, se escapa. Estamos besándonos cuando los chicos entran a la casa, los escucho ya que están adentro porque chiflan y gritan tan pronto nos encuentran. Rompo el beso y escondo el rostro en su cuello, muero de vergüenza. Row se carcajea, pero me esconde de los ojos curiosos con su cuerpo, me cubre.

—Caperuza, me decepcionas, te dije que no permitieras que te llevara al sillón —suelta Mateo riéndose.

Distingo la risa de Kealsey y los pasos de todos perdiéndose en el pasillo.

—Es hora de salir de tu escondite, caperucita. —Echo la cabeza hacia atrás para mirarlo—. Vamos a mi habitación.

Se levanta después de que asiento y me ofrece su mano para ayudarme a levantarme.

Su alcoba en penumbras nos recibe, no enciende las luces, pero es posible ver algo por la luz de la luna que entra por la ventana. Me suelta y se dirige a un costado de la cama para desvestirse, me quedo quieta, admirando su abdomen, su pecho cuando se saca la camisa. Luego los pantalones, solo deja los calzoncillos puestos. Con la ceja alzada se aproxima dando pasos lentos, quizá porque estoy quieta como una estatua, se detiene a pocos centímetros de distancia.

Creo que va a besarme, que me arrancará la ropa y nos ahogaremos con besos una vez más. No hace eso. Me desviste con paciencia, rozándome con sus meñiques, me saca el top y lo arroja al suelo, se pone de rodillas para después quitarme las botas y los pantalones. No cubro mis pechos desnudos, a pesar de que sus ojos me estudian con lentitud.

Con ternura deja un beso en mi obligo y se pone de pie. Sostiene mi mano, me da un jaloncito que me obliga a caminar. Vamos hacia la cama, él se acuesta primero y palmea el lugar a su costado.

Ya que estoy acostada, Row me abraza, nuestros pechos se unen, al igual que nuestras piernas. Lo miro fijamente, él hace lo mismo.

—Creo que me quedaré como voluntario en Bridgeton —susurra y yo siento que mi corazón va a explotar porque empieza a latir muy rápido.

—¿De verdad? —La emoción en mi voz es notable.

—Sí, es increíble lo que hacen ahí, lo que tú haces.

El nudo en mi garganta me ahoga, abro la boca para aliviar el dolor que amenaza con absorberme. Sonrío, él sonríe. Lo que la cercanía me hace sentir me hace temblar, me desgarra, me divide a la mitad. Duele porque se está convirtiendo en otra cosa, en algo que no entiendo, nunca he permitido que alguien vaya tan lejos, ni siquiera mis padres.

Una parte de mí quiere empujarlo y salir corriendo, escapar a la otra punta del mundo, a un lugar donde no pueda encontrarme; la otra parte, la que pega esos tontos papeles en la pared, me suplica que me quede. La ambivalencia me va a matar.

Respiro profundo. Uno, dos, tres, cuatro, cinco. Me digo que somos amigos, que no hay nada extraño, que no hay peligro, que buscamos y sentimos lo mismo, que el miedo no puede ganar esta vez porque Row me hace bien y creo que de verdad me destrozaría no tenerlo.

—¿En qué estás pensando? —pregunta.

Mi ceño se frunce al escucharlo. Parpadeo y regreso a la realidad, a este sitio seguro y cálido, a sus brazos. Todavía está sonriendo.

—¿Row?

—Mmmh.

—¿Tú creías en superhéroes? —cuestiono a lo que asiente—. ¿Alguna vez conociste a alguno?

—Una vez —responde al tiempo que acaricia mi espalda desnuda de arriba abajo—. Me salvó, vestía una bata blanca y paseaba por ahí con una gran sonrisa, a veces me regalaba caramelos. Lo odiaba, así que no me di cuenta de lo especial que era. Ahora me gustaría, no sé, darle las gracias por rescatarme, a pesar de que no creía en él... ¿Y tú?

—No, ni siquiera sabía que existían, pero un día llegaron dos al lugar más triste de todos y me salvaron, primero fui muy feliz, pero luego me asusté, a veces creo que todavía estoy asustada.

—¿Por qué tienes miedo?

Vuelvo a respirar hondo, esta vez mi voz suena rota.

—Porque me aterra que un día se den cuenta de que no merecía ser salvada.

Row no dice nada, creo que intenta descifrar lo que he dicho. Él abre la boca, tal vez para preguntar, no permito que hable, lo interrumpo antes de que pueda hacerlo.

—¿Eres feliz? —pregunto.

Hay una pausa, una larga, no insisto porque espero que no me responda, no quiero que lo haga. Justo en este momento estoy haciendo lo que no debería porque algo ha cambiado, sé que los dos lo sabemos, aunque no queramos aceptarlo...

—Sí, supongo que sí —suelta, sorprendiéndome—. Cuando estoy contigo lo soy.

No.

Mis ojos arden por las lágrimas, los cierro para que no me vea, para que no se entere de que lo único que busco es un pretexto para huir y seguramente lo haré porque me aterra que un día se dé cuenta de que no merecía ser salvada. Prefiero irme a que me abandonen una vez más.


* * *

Hola :3 les traigo un capítulo muy largo por haberme tardado en actualizar, espero que les haya gustado. Una disculpa si hay errores, recuerden que es un borrador y yo soy muy distraída jaja.

Se acerca, señoras y señores >:v

L@s quiero mucho. 

Nos vemos la próxima semana, los espero en instagram para leer sus opiniones (imzelabrambille)

Continue Reading

You'll Also Like

55.1K 2.7K 68
Enamorarse fue fácil. Lo que viene después es el verdadero desafío...
52.2K 8.5K 34
Que pasaría si tienes 17 años y de quién pensabas estar enamorada no lo estás y sin embargo te sientes atraída por una mujer 8 años mayor que ella...
3.7M 163K 134
Ella está completamente rota. Yo tengo la manía de querer repararlo todo. Ella es un perfecto desastre. Yo trato de estar planificada. Mi manía e...
1M 53.3K 45
Desde el momento que subí al tren del expreso de Hogwarts y choque con Draco y Blaise mi vida no volvió a ser la misma. Más cuando el sombrero selecc...