EVAN (OMEGAVERSE)

By Hunter_and_Yuki

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¿Qué harías si tu cachorro de cinco años te dice que todas las noches un hombre se para justo frente a su ven... More

Parte única

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—¿Recuerda qué ropita traía puesta?

Se quedó en blanco al oír la pregunta. La luz azul y roja que destellaba de la camioneta lo tenía picando. De repente, el cosquilleo en su nuca se volvió insoportable. ¿Qué ropa llevaba puesta? ¿El enterito de jean? ¿La remerita a rayas? ¿Había lavado la remerita a rayas siquiera? Repasó por su mente aquella mañana nuevamente, se había levantado a las seis, como siempre, se había cambiado y había preparado la ropa para lavar. Uno, no, dos canastos. Evitó girar la cabeza para ver el tender de ropa al final del jardín, sus ojos marrones se pegaron al suelo, oh, se había olvidado de barrer las últimas hojas de otoño.

—Señor —oyó y levantó la cabeza nuevamente, de repente, notó humedad en los ojos, sus dedos rápidamente se movieron a sus mejillas. Estaba llorando —. ¿Qué ropa llevaba Evan?

—Él... —murmuró y cerró los ojos con fuerza, hacía frío—. Traía un enterito de jean, claro, zapatillas negras... Tenía su mochilita roja consigo y...

Ese día le había trenzado el cabello. Recordó, sus manos temblaron, miró nuevamente al alfa frente a él. Era alto, y su ceño fruncido le recordó a su esposo. La esencia que desprendía era poca, la noche se alzaba con furia y dejaba notar la claridad de sus ojos. El omega miró la casona detrás suyo. Evan había desayunado cereales mientras él planchaba las últimas prendas de su alfa, en la cocina.

—¿Y qué más? —preguntó el alfa. Pol se quedó quieto, un poco aturdido cuando observó la libreta que tenía en manos, volvió a sentir la humedad sobre su rostro y recuerdos vagos que lo golpearon suavemente, estaban borrosos.

—¿Qué? —preguntó ido. El alfa frente a él lo miró con el ceño fruncido.

—¿Hay algo más que quiera agregar? ¿Algún accesorio que el cachorro usa? Si... Si la mochila tenía pegado algo, un estampado —comentó y sintió que su mirada se perdía, volvió a recordar a Evan. Su cachorrito había cumplido apenas los cinco años y no habían podido festejarle con nada. Recordaba su carita, sus ojitos verdes, su cabello castaño claro... No le había dado una foto al policía. Debía buscar una fotografía—. ¿Señor?

—Buscaré una fotografía —comentó y se dió la media vuelta, entró en la casona y vio reflejado en el suelo las luces de la camioneta. Subió por las escaleras al segundo piso y buscó el cuarto de Evan, primera, no, tercera puerta. Tomó el pomo y giró rápidamente pero no se abrió. El Omega quedó quieto, atónito, mientras recordaba porqué razón el cuarto de Evan estaba cerrado con llave.

Se volvió un poco, y apoyó el cuerpo contra la puerta, miró el pasillo, los muebles, ¿Había limpiado tanto esa mañana como para guardar los juguetes del suelo? No los veía. Sus ojos recorrieron las paredes, los cuadros de naturaleza muerta brillaban sin polvo alguno. Tal vez en su habitación tenía alguna fotografía.

Caminó hasta ella y pudo abrirla. Dentro había una cama matrimonial, pocos muebles y la ropa planchada de su esposo para mañana. Dios, su esposo. Había olvidado de llamarlo, se volvió al teléfono sobre la mesita de luz, aún sintiendo la luz azul y rojo de la policía sobre las paredes. Su mirada se pegó al mueble marrón, brillante, y a la lámpara color crema que había reemplazado el teléfono blanco. El Omega frunció el ceño. Tal vez podía llamarlo más tarde, se volvió a sus cosas, abrió el cajón de los muebles y tomó rápidamente el álbum de fotos.

Repasó, una, dos, diez fotografías de él. Miró con atención las imágenes, por aquél entonces era muy joven. Habían hojas de otoño guardadas por todas partes, envoltorios de caramelos, tickets de películas. Había de todo. Menos fotografías de Evan. Pensó que tal vez las había puesto aparte, solía hacerlo, solía organizar las fotografías por personas. Volvió a revolver el mueble, pero no encontró nada. El dolor de cabeza que empezó a sentir retumbó con fuerza, no comprendía bien. ¿Tal vez las había guardado en la cocina? ¿En el ático?

Volvió nuevamente a salir de aquél lugar, la puerta principal seguía abierta y pudo ver los zapatos lustrados del policía con el que había estado charlando. A su lado, notó, había otro par de zapatos lustrados, negros, el pantalón planchado color marrón delató en su memoria la ropa de su marido. El Omega sintió un gran dolor en su pecho, sus piernas se sintieron débiles y rápidamente bajó las escaleras con cuidado.

Cuando corrió a la entrada la luz de la camioneta chocó con sus ojos con fuerza, aturdiendo un poco su estado. Observó al policía asintiendo, aún con el ceño fruncido y con la libreta cerrada en manos. El hombre a su lado movía las manos, asintiendo, como si le estuviera explicando fervientemente la ropa que traía Evan aquella mañana. El Omega se quedó de pie, aún con la cabeza doliendo.

—Disculpe las molestias —escuchó una voz gruesa, grave, su ceño se frunció y lentamente avanzó cuando el poli se subió a la camioneta. El Omega apretó las manos sobre su vientre y un gusto amargo se presentó en su boca, desvió la mirada al living, había una caja sobre el suelo, bolsas revueltas. El teléfono blanco estaba tirado sobre el piso.

Miró la pared, color crema, había un cuadro de él. Sonriente. Sobre un banco con la vista completa del río detrás suyo. No recordaba aquél día, y había desorden en su living. De repente, escuchó que una camioneta salía de su jardín y las luces azul y rojas salieron de su vista. Volvió a sentir que sus manos temblaban, su cuello, su nuca ardía. Toqueteó nuevamente, sintió el relieve de la mordida de su alfa, la cicatriz. Y la humedad de la transpiración.

—Cariño —escuchó nuevamente aquella voz y se encogió de hombros, sintió que sus ojos picaban y las lágrimas nacieron en sus orbes marrones. Su cuerpo dió un choque eléctrico, sentía la presencia de aquél alfa—. Pol.

Se volvió con lentitud. El alfa estaba a dos metros de él, con el traje de trabajo puesto, la corbata negra y la camisa bien planchada. Pol miró los grandes hombros, el cuerpo enorme. Su mirada marrón se pegó a los ojos claros. Su esposo.

—Cariño —volvió a repetir, Pol se abrazó con fuerza—. Amor, ¿Estás bien?

—Y-yo... —tartamudeó, y tragó saliva, lo miró nuevamente. Los ojos claros del alfa lo miraban preocupados, su rostro, sus cejas, su cabello negro. No lo recordaba tan atractivo. Pol toqueteó nuevamente la mordida sobre su cuello—. Evan... La policía, ¿Porqué se fue la policía? Yo... Necesito hablar con la policía, necesito la foto. Necesito la foto, la foto de Evan. ¿Dónde está su álbum?

El alfa lo miró con el ceño fruncido, lleno de preocupación. Su mirada clara viajó al living, al teléfono. Al desorden que había.

—Pol... Ven —el hombre lo tomó de hombros y sintió un choque eléctrico sobre su piel. Pol se encogió cuando ambos subieron las escaleras.

—Evan se perdió, se perdió, por favor, llama a la policía —murmuró con los ojos llenos de lágrimas, volvió a mirar el cuarto de su bebé. De su cachorro—. Hoy fui al jardín... No estaba por favor, ¿Porqué su habitación está cerrada?

—Pol, espera, vamos al baño —su alfa lo arrastró hasta su habitación. Pol rompió en llanto y lo llevó hasta el baño. Miró su rostro sobre el espejo, tenía el cabello castaño fuerte despeinado, los ojos irritados y las mejillas rojas. Miró con intensidad las marquitas a los lados de sus ojos, no las recordaba, no recordaba bien aquellas marcas. Las manos de su alfa acomodaron su cabello—. Lava tu cara, Pol.

—Estoy tan... Viejo —murmuró el Omega. El alfa negó lentamente, limpiando su rostro—. No me recordaba tan así... Lean.

—Estás hermoso, Pol, por favor deja de llorar —el hombre limpió su rostro con cuidado, lavó sus manos, su cuello. Pol se quedó quieto, temblando, las feromonas de tranquilidad que liberaba Leandro estaban sofocando el ambiente—. Deja de llorar...

—Lean... Evan se perdió, tenemos que llamar a la policía —sollozó mientras su esposo lo guiaba a la cama. Lo sentó con cuidado y le quitó los zapatos—. Por favor, por favor, ¡Escúchame! ¡Escúchame Leandro, por favor! ¡Evan se perdió, se perdió!

—¡Pol! —gritó el alfa y el Omega se encogió de hombros. La garganta de Pol ardió y sus ojos se llenaron de lágrimas al sentir la presencia del alfa. La mirada de Leandro estaba llena de culpa, pena, pero siguió quitando los zapatos.

—Es nuestro cachorro... Lean, es nuestro bebé, ¿Acaso no te importa? —el Omega miró con sufrimiento al alfa, este se levantó, buscó en el mueble un par de prendas. Su pijama. Pol sollozó y bajó la mirada cuando Leandro se paró justo frente a él, lo escuchó murmurar algo y se puso de pie, temblando, llorando. Leandro empezó a quitarle la ropa, el frío, la calidez de su mano le causó escalofrío. Sintió que su piel se erizaba, su estómago, su cuerpo. Sintió, tal vez, que hace mucho tiempo no tenían contacto de cuerpo a cuerpo.

Pol se limpió las lágrimas y se dejó poner la pijama con cuidado. El aroma a ropa limpia le gustó pero el dolor seguía en su pecho, miró a Leandro una vez más, este tenía el ceño fruncido, y sus manos temblaban.

—Tú... Ya no me quieres —murmuró Pol al borde de otro llanto ruidoso y lleno de dolor. Leandro negó—. No me amas. Ya no me amas.

—Yo te quiero, Pol, te quiero, te quiero mucho —susurró y parecía que su voz iba a quebrarse—. Te amo tanto... Pero tú... Tú...

—¿Entonces porqué no llamas a la policía, Lean? Nuestro cachorro se perdió, se perdió —sollozó y quiso volver a levantarse. Las manos de Leandro lo detuvieron, sintió sus brazos alrededor de su cintura, lo había abrazado.

—Por favor, Pol... Acuéstate aquí, por favor —murmuró y el Omega palideció, se sentó con lentitud y miró con cansancio los movimientos del alfa. Este había buscado en el cajón de la mesita de luz, Pol no se dió cuenta de la caja de pastillas, ni del ruido. Leandro le había puesto un vaso con agua frente a él, y una pastilla blanca y chiquita—. Toma, te calmará.

—¿Qué es...? —preguntó y Leandro le tendió la pastilla.

—Te calmará, deja, duerme un poco Pol. Yo me encargo... De la policía—murmuró el alfa y Pol se tragó la pastilla. Se recostó en silencio sobre la cama y Leandro lo arropó con cuidado, prendió la radio a volumen bajo y escuchó ligeras sonatas de música clásica que lo llenaron de cansancio. El Omega entrecerró los ojos, mientras notaba que Leandro llevaba una mano a su rostro. No quiso admitirlo, pero le dolió verlo llorar antes de dormir.

No supo cuánto tiempo pasó exactamente, pero se despertó sobresaltado. El Omega se sentó sobre la cama, el sudor se pegaba a su piel lechosa y su cabello estaba húmedo y sucio. Miró por la ventana, le ardían los ojos, le ardía la nuca y el dolor de cabeza parecía partirlo a la mitad. Pol sintió la mano de Leandro sobre su cintura y lentamente se volvió, estaba dormido. Lo apartó con cuidado y se volvió a la mesita de luz, el vaso con agua ya no estaba.

—Lean —llamó, estaba un poco aturdido como para bajar y buscar un poco de agua con hielo. El alfa murmuró incoherencias a su lado cuando lo removió un poco, sus brazos volvieron a rodear el cuerpo de Pol con fuerza y el Omega chilló por lo bajo. Se quejó y logró liberarse cuando se levantó, un poco molesto y con el dolor retumbando sus oídos. Toqueteó su nuca, le dolía la marca.

Finalmente salió de la habitación y bajó las escaleras, los ojos le ardían, y los sentía hinchados. El suelo bajo sus pies estaba frío, el ruido del reloj parecía ser el único de la casa. La radio ya no se oía, sin embargo, el viento suave chocaba contra las ventanas y la luz de afuera iluminaba el suelo. Pol fue directo a la cocina, a la izquierda de la escalera. Se sirvió un poco de agua y sacó hielo de la heladera. Bebió un poco y llevó un cubito frío y húmedo hacia la marca de su alfa. El simple toque pareció quitar el ardor, y el dolor de cabeza. Entrecerró los ojos y escuchó el suave silbido del viento sobre las ramas. De repente, el sueño y el cansancio lo mataron y rápidamente dejó el vaso sobre el fregadero. Se volvió, la luz de la noche iluminaba el living, el pasillo vacío frente a la puerta principal y los primeros escalones de la escalera. Enfrente de él aún seguía el desorden de las cajas, el teléfono tirado, papeles, pero la silueta de un niño pequeño estaba agachado sobre la mesita de té.

Pol sintió que su boca se secó, pero no pudo moverse de su lugar. No podía, no quería. Temió pestañear, hacer cualquier movimiento que lo apartara de la visión de Evan. Su cachorro estaba sentado en el suelo, inclinado sobre la mesa y con sus crayones desparramados y las hojas blancas llenas de dibujos. Traía su enterito de jean, su remera a rayitas. Pol deseó ver su rostro.

—Mamá —murmuró el cachorro y levantó la mirada, el Omega se quedó quieto, atónito y al borde de las lágrimas. Los ojitos claritos de Evan se clavaron en él, inocentes, bonitos, su nariz respingona, su cabello castaño. Sus mejillas pomposas estaban pálidas—. ¿Ma? ¿Pasó algo? ¿Dónde está papá?

—Evan —murmuró con la garganta doliendo. Quería gritar, quería llamar a Leandro para que viera a Evan, que había vuelto a casa. Los ojos marrones del Omega ardían, con miedo a cerrarlos, avanzó con lentitud a su cachorro. Este siguió pintando, como si la habitación no estuviera casi a oscuras. Evan siempre temió a la oscuridad—. Evan, cariño... ¿Qué estás haciendo aquí, solo? Vamos, ven con mamá, vamos a dormir.

—No quiero ir a mi habitación —murmuró el cachorro, clavando su mirada en el Omega. Pol dejó de sonreír, su mirada aturdida bajó a las manitos de su hijo, al dibujo. Era una mancha negra, alta. Como una silueta monstruosa—. No me gusta.

—¿P-por qué? —preguntó al borde del llanto, de repente, su pecho dolió, su cabeza. Sus manos temblorosas viajaron a su pecho y sintió la necesidad de sentirse protegido, de sentir los brazos de Leandro. Su presencia. La carita de Evan se frunció.

—Siempre... Por la noche aparece un hombre frente a mi ventana, mamá —murmuró Evan, y las sombras sobre su rostro infantil se intensificaron—. Él... Es  alto, muy alto. Tiene olor feo, casi como a vela, no me gusta. No me gusta su rostro, y tampoco tiene cabello. No te lo dije antes porque tenía miedo, él siempre se baja los pantalones y... —Pol se quedó petrificado al momento de oír un estruendo, su rostro se volvió con furia al segundo piso, y rápidamente giró la cabeza. El llanto sobre su rostro se volvió intenso, como un río, Evan ya no estaba, los dibujos, los colores. Su cachorro había desaparecido.

Retrocedió con terror y rápidamente corrió hacia las escaleras, se tropezó, llorando y se dirigió a la habitación de Evan. Tomó el pomo con fuerza y lo giró, sollozando, golpeando, lo llamó. Y se agachó al segundo de oír un pequeño llanto. Pol miró por el orificio de la llave, entre el llanto, observó el cuarto de Evan, las paredes azules, los juguetes, la camita de su cachorro. Pol sintió que su corazón iba a salirse del pecho al observarlo ahí, acostado, su cabecita sobre la almohada blanca. Y sus manitos chiquitas sobre la frazada de autitos. De repente, Pol dejó de luchar, y su corazón se llenó de una tristeza inmensa, de amor, de tranquilidad al verlo dormido en su cama. En su casa, con ellos. El Omega lloró y lo llamó con la voz rota.

—Evan... Evan.

Observó que el cachorro se sentaba, y se limpiaba los ojitos. Traía su pijama blanca, y su cabello estaba desordenado, Pol sonrió, llorando de pena, de dolor. Sus manos temblorosas fueron a parar a su cuello. Le dolía tanto la garganta, le dolía tanto el corazón. No podía dejar de mirarlo. Su cachorro. Su bebé.

—Oh Evan, cachorrito. Te amo, te quiero tanto... Te quiero tanto —lloró y no comprendió bien el dolor inmenso que gobernó su pecho. Quiso llamar a Leandro, pero su voz se rompió cuando Evan bajó de su camita y dirigió sus pasos a la puerta. Pol sonrió, entusiasmado, quería tocarlo, abrazarlo. Pero Evan se detuvo un segundo antes de tomar el pomo, su rostro se llenó de miedo y volvió a recostarse en la cama con rapidez. Pol observó la sombra de alguien grande, alto, asomarse por el suelo. Su mirada irritada se agrandó y temió observar la silueta oscura que se asomaba por la ventana de su hijo.

—Evan... —murmuró con la voz quebrada, no podía moverse. Su corazón se aceleró al igual que un caballo de carreras, sus manos, sus pies, sentía cosquillas, dolor, se le durmieron los músculos al segundo de escuchar el seguro de la ventana al abrirse. Pol tembló, y su mirada se clavó en Evan, quieto, sollozando, mientras una gran silueta oscura se asomaba con lentitud hacia él. El Omega se alteró, empezó a gritar, a golpear la puerta con fuerza. Pol empezó a pegar con tanta fuerza que la piel de sus nudillos se peló, la sangre, la ira, el terror, la sola idea de escuchar su llanto lo alteró de tal forma que se separó, llorando—. Evan... ¡Evan! ¡¡Evan!! ¡¡Ya voy, ya voy!! ¡¡Déjalo, déjalo!! ¡Leandro! ¡Leandro, por favor! ¡Abre la puerta! ¡¡ABRE LA PUERTA!!

Pol se desgarró, su garganta ardió, sus manos, su mirada llena de lágrimas miró sus uñas, estaban rotas, a carne viva, la sangre que manchaba la puerta blanca lo alteró. El Omega miró el pomo y rápidamente se movió, alterado, su respiración agitada lo llevó a tomar lo primero que vió, cualquier cosa. Pol agarró un pequeño mueble entre sus brazos, pesado, y con todas sus fuerzas lo tiró sobre la puerta. Su cuerpo cayó hacia delante y el llanto se intensificó cuando la puerta se rompió un poco, la luz de la noche se filtró, el viento. Pol oía el silbido del viento. La ventana abierta. Evan.

—No... ¡No! ¡Evan! ¡No, devuélveme a mi hijo! —hizo a un lado el mueble roto y empezó a golpear la puerta, uno, dos, tres golpes que cubrieron de moratones su hombro. Pol lloró con fuerza, y cayó al suelo justo cuando Leandro salió de la habitación, el Omega lo miró entre el llanto y rápidamente se arrastró para tomarlo de la ropa—. ¡SE LO VA A LLEVAR! ¡¡Se lo llevará!!

—Pol... Estás sangrando, Pol —murmuró el alfa mirándolo con grandes ojos, el Omega se desgarró en llanto, rápidamente corrió a la puerta y volvió a a espiar por el orificio. La silueta de aquél hombre había desaparecido, igual que Evan.

—¡No está, no está! ¡Mi cachorro, mi cachorro no está! —sollozó y se levantó como pudo, Leandro lo tomó de las manos, Pol sentía dolor en todo el cuerpo. En su cabeza, su marca, estaba tan aturdido que la escalera le pareció interminable cuando se arrastró por ella. Leandro le gritó y rápidamente corrió por el pasillo, fue directo a la cocina, tomó el primer cuchillo que vió y abrió la puerta. La noche se alzó sobre él, el frío, el viento, los árboles danzaban al ritmo del viento y Pol se volvió loco cuando no supo dónde empezar. Escuchaba los gritos de Leandro, pasos, su propio llanto. Pero nada de Evan.

—¡Pol! ¡Pol! —el Omega caminó perdido, su mano temblorosa sostenía el cuchillo con fuerza. Temeroso, lleno de ira, terror, cuando notó a lo lejos aquella silueta alta, grande y oscura que se camuflaba entre los árboles, Pol sintió que su estómago se revolvía, y rápidamente avanzó cuando sintió que lo tomaban de la cintura. El omega gritó, llorando, apretó el cuchillo en sus manos cuando se encontró con el rostro alterado de Leandro, su alfa—. ¡Basta!

Rugió y Pol cayó al suelo llorando, se encogió de hombros y cubrió su rostro. El cuchillo cayó al suelo, lleno de sangre, su mirada aturdida se hizo a un lado y la silueta ya no estaba. Evan ya no estaba. Y el aroma de Leandro estaba lleno de angustia y enojo.

—¡Ya basta, Pol! ¡Ya basta! ¡Debes detenerte! ¡Me duele a mí también, me duele lo que pasó con Evan! ¡Pero por el amor de Dios para ya, para! ¡Ya no aguanto verte así, ya no, por favor, me hace mal, me hace mucho mal! Por favor... Por favor, Pol... Solo... Quiero verte bien, quiero llegar a casa... Y verte bien —el Omega levantó la mirada, llorando, Leandro lo miraba con los ojos claros cristalizados, su mano estaba sangrando con fuerza. Pol sintió que su pecho dolía—. Por favor... Ya... Debes aceptarlo.

—¿Aceptar... Qué? —preguntó con la voz temblorosa, temiendo escuchar la verdad. De repente, el frío no fue mucho para su cuerpo, lo sentía caliente, el dolor, la adrenalina, el llanto. Leandro llevó una mano a su cabeza.

—Pol... —murmuró—. Evan desapareció hace cinco años... Ya... No lo recuerdas muy bien porque tú estabas solo la noche que sucedió... Estabas cansado del trabajo, yo no estaba. Y nos habíamos olvidado de cerrar la ventana...

El Omega se quedó quieto, con la boca seca. De repente, los pensamientos chocaron en su mente como un torbellino, como una furiosa tormenta que destrozó todo orden de manera monstruosa. Pol se quedó atónito, sin siquiera llorar.

—Estabas cansado, Pol, tú... Hiciste todo lo que pudiste esa noche, no fue tu culpa, ¿Me escuchas? No fue tu culpa, no... —Leandro bajó la mirada, las lágrimas resbalaron por sus mejillas y rápidamente buscó tomar las manos de Pol—. Evan... Evan te había dicho que un hombre se paraba frente a su ventana, él... Hubo muchos casos, Pol, muchos casos, ese año... Muchos niños desaparecieron.

—¿Dónde... Dónde está mi bebé? —preguntó con un hilo de voz. Leandro tragó saliva, Pol se quedó helado, mirando su casa. Recordando la cocina, la carita de su cachorro.

—Pol, no...

—¿Dónde... Está?

—Los encontraron meses después —murmuró el alfa, Pol ahogó un grito. Leandro lo acurrucó en su pecho por décima vez en el año, acariciando el cabello de Pol, pensando en el tratamiento, en el dolor—. Los encontraron... Eran más de veinte. Todos juntos, todos chiquitos... Y nuestro cachorro estaba entre ellos.

—Mi... Mi...

Leandro abrazo el cuerpo de Pol, y lo apretó con fuerza. Esperando unir su corazón roto, esperando unir los recuerdos que su mente se negaba a asumir. A lo que le pasó a Evan, a asumir que ambos se habían olvidado esa fatídica noche de cerrar la puta ventana. A tirar los dibujos llenos de manchas negras. A no prestar atención a sus charlas, a su extraño comportamiento. Leandro se perdió, por décima vez en el año, con dolor, a confesar nuevamente y a romper a su Omega al revelarle el dolor de sus memorias.

—Evan está muerto, Pol.






























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