MARFIL © (1)

By MercedesRonn

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Amar nunca fue tan peligroso como en «Enfrentados», la nueva saga de Mercedes Ron. Marfil tiene 20 años y viv... More

Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7

Capítulo 3

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By MercedesRonn


MARFIL

Mi padre lo arregló todo para que al día siguiente Logan me acompañara a Nueva York, donde el señor Moore estaría esperando para recogerme. No pudimos ir en avión privado porque mi padre partía también hacia Puerto Rico muy temprano.

No pude evitar sentirme segura con Logan sentado a mi lado en los asientos de primera clase, no era muy fan de los aviones, siempre prefería ir con alguien pero comprendí entonces que el miedo por lo sucedido seguía aún muy presente en mi cabeza. Solo quería llegar a casa y que todo volviese a la normalidad pero al recordar dónde habían conseguido secuestrarme comprendí que aquella cuidad que tanto amaba ahora se había convertido en mi enemiga.

Al bajar del avión y conectar los datos de mi Iphone recibí un mensaje de Liam diciéndome que la cena de aquella noche corría por su cuenta, que no me preocupara por nada y que él cuidaría de mí como si fuese su chica. Me hizo sonreír. A veces me preguntaba porqué demonios no estábamos juntos, pero nada más pensar en la bonita amistad que nos unía, cualquier idea de ir más allá se me borraba de la cabeza.

No tenía especial interés por compartir mi apartamento con un desconocido y si ese tal Moore iba a dormir a partir de ahora en mi casa mejor tener a Liam conmigo. Sabía que no podía retenerlo, pero le pediría que se quedase al menos hasta que me sintiese a gusto. Los guardaespaldas me ponían muy nerviosa, eran como un recordatorio constante de que algo malo podía estar a punto de ocurrir.

Cuando mi madre murió, mi padre se volvió súper estricto con lo referente a la seguridad, a él siempre lo acompañaba Logan, ya fuese a ir a comprar una botella de agua. Gabriella y yo habíamos tenido más libertad, encerradas en el internado, no nos hacía falta, y además al contrario que nuestro padre, que era conocido por muchos, nosotras siempre habíamos estado ocultas al ojo público. Cuando me mudé a Nueva York las cosas cambiaron, ya no era lo mismo pero mi padre fue mas permisivo. Ahora que me habían secuestrado no iba a haber persona en la tierra que lo convenciera de quitarme la custodia y eso me molestaba y aliviaba a partes iguales. No os voy a mentir, estaba asustada con todo aquel asunto, y más miedo me daba el saber que no se había solucionado. Los motivos de mis secuestro aún eran un misterio y algo me decía que lo peor no había pasado sino que estaba por venir.

Intenté dejar aquellos pensamientos a un lado y seguí a Logan por el largo pasillo que nos daba la bienvenida a Nueva York. Habían pasado tantas cosas en tan poco tiempo que de repente solo me apetecía darme un baño de agua hirviendo y meterme en la cama, para despertarme y comprobar que todo había sido una pesadilla.

—Señorita Marfil, yo no la acompañaré hasta al apartamento, mi vuelo sale dentro de dos horas, pero el señor Moore se hará cargo de usted de ahora en adelante ¿de acuerdo?

¿Que se haría cargo de mí? De repente me sentí como si tuviese tres años y medio.

Asentí en silencio hasta que llegamos a una puerta automática que se abrió para dejarnos pasar y encontrarnos con familiares y hombres enchaquetados con cartelitos con apellidos escritos entre las manos. Busqué mi nombre por la estancia hasta que di con él.

A medida que me iba acercando a quien de ahora en adelante iba a ser mi guardaespaldas, mi corazón empezó a latir de forma acelerada sin sentido ni lógica. Logan se adelantó y le estrechó la mano como si ya se conociesen. Yo, en cambio, sentí como si me hubiesen arrebatado el aire de los pulmones.

Nunca hasta ese instante un hombre había conseguido que mi cuerpo reaccionara como lo estaba haciendo en ese momento. Jamás. Podría describirlo, pero creo que me quedaría corta.

—Señorita Cortes—dijo tendiéndome la mano—Soy Sebastian Moore, de ahora en adelante me encargaré de su seguridad.

Tardé unos segundos de más en levantar la mano y cuando estas se tocaron sentí un cosquilleo en el estómago. ¿Era eso de lo que Liam había hablado cientos de veces conmigo? ¿Era eso lo que los hombres sentían cuando me veían a mí?

Me sentí torpe, me sentí pequeña, insignificante.... sensación que me era totalmente desconocida. Sebastian me devolvió la mirada como quién mira un banco de un parque. De una forma totalmente indiferente.

Me apresuré en cubrirme los ojos con mis gafas de sol. Necesitaba ordenar mis pensamientos y sobretodo no demostrarle lo mucho que me había afectado conocerlo.

—La dejo en buenas manos, señorita—dijo Logan antes de volver a estrecharle la mano a Sebastian.

Sebastian... Ay joder ¿hasta su nombre tenía que ser increíblemente sexy?

Vi que Logan le decía algo al oído, pero tampoco me importó mucho. Sebastian Moore ocupaba todos mis pensamientos.

Era alto, como me gustaban a mí, de esos hombres que pueden levantarte sin problema con un solo brazo, de esos que hay que besar estando de puntillas, como Liam, aunque Sebastian le sacaba varios centímetros. Iba vestido de traje y corbata, podría haber pasado por uno de los muchos neoyorkinos millonetis que vivían en mi barrio aunque él era diferente a todos ellos, él era increíblemente joven.

¿Cuántos años tendría? ¿Veinticinco? ¿Veintiséis? De repente me moría de curiosidad por averiguarlo.

Su pelo era castaño claro, y tenía un poquito de barba, de esa que pica cuando la tocas. Tenía la mandíbula cuadrada, y su cuerpo era atlético, se le marcaban los bíceps debajo de la chaqueta...

Marfil, por Dios ¿Qué te está pasando?

Lo seguí cuando me indicó que el coche nos estaba esperando fuera. A pesar de que cuando estaba con mi padre, siempre nos llevaba y nos recogía un chófer, en Nueva York yo solía moverme en taxi o Uber y muy de vez en cuando en metro. Esta vez, en cambio, un Audi de color negro esperaba aparcado en el aparcamiento del aeropuerto.

Sebastian caminó en dirección hacia el asiento del conductor y yo me detuve en el del copiloto. Antes de que abriese la puerta me habló por encima del capó del coche.

—Preferiría que te sentases detrás—dijo sin apenas titubear.

Yo en cambio pestañee un par de veces. Primero, porque no me había llamado de usted, lo que era agradable pero extraño a la vez, y segundo porque no se había ofrecido a abrirme la puerta. No es que fuese una princesita ni nada por el estilo, pero estaba tan acostumbrada al protocolo que existía entre los empleados de mi padre y yo, que me pilló desprevenida. Solo a Lupe se le olvidaba de vez en cuando los formalismos y solo cuando estábamos a solas.

Hice lo que me pedía y me senté detrás. Lo observé desde mi posición y a través del reflejo del espejo retrovisor. No parecía tener problema para orientarse, manipuló los mandos del coche y en apenas tres minutos ya estábamos en la avenida de Gran Central camino hacia Manhattan. Teníamos que atravesar todo Queens, y eso nos llevaría más de media hora. ¿Pensaba hablarme?

—Me gustaría saber qué ordenes exactamente te ha dado mi padre...—dije después de un cuarto de hora de silencio sepulcral.

Sebastian desvió los ojos de la carretera y los fijó en mis gafas de sol por un instante efímero.

—¿Ordenes?

De repente esa palabra parecía haberse convertido en un insulto.

—Bueno... indicaciones, ordenes, mandatos, como quieras llamarlo.

—Tengo la obligación de protegerte y de mantener a tu padre informado sobre cualquier imprevisto que surja mientras estés conmigo.

Mientras estés conmigo... no al revés... claro, era yo quien estaba con él.

No quise seguir hablándole. Primero, porque me estaba empezando a chirrriar un poco su frialdad, y segundo porque su voz grave de barítono me causaba escalofríos.

Llegamos a mi calle en tiempo record. Estaba claro que la velocidad no entraba dentro de los campos de seguridad a tratar. Cuando dejamos el coche aparcado en el parking recordé, al ver que venía conmigo hasta el ascensor, que iba a compartir apartamento con él.

Ay joder.

El silencio dentro del pequeño cuadrado del ascensor me horrorizaba. Creo que en toda mi vida había pasado tanto tiempo callada en compañía de alguien. Liam estaría orgulloso.

Se me adelantó, esta vez, y sacó una llave de su bolsillo. Me abrió la puerta y me dejó pasar a mí primero.

La caballería no había muerto, pero ¿¡ya tenía una copia de mis llaves!?

Un momento.

¿Ya había estado allí?

Mi apartamento parecía estar como siempre. Comprendí de repente que había sido a apenas unas manzanas de allí que me habían secuestrado por Dios sabe qué razón. La ultima vez que me había ido de allí mi única preocupación había sido un examen y si debía o no llamar al tío ese del bar cuyo nombre ya había olvidado.

Dejé mi bolso sobre la isla de cocina y sintiéndome inquieta e incómoda me giré hacia mi nuevo compañero.

—Esto es muy raro—dije sin poderme ya aguantar.

Sebastian se quitó la chaqueta y la colgó del perchero que había junto a la puerta. Vi entonces que llevaba una pistola colgada de un cinturón de esos de poli.

—Tú haz como si yo no estuviera.

¡Si claro! Pero si casi ocupaba toda la habitación.

—Mira, no se tú, pero si vas a vivir aquí y si encima vas a tener que estar pegado a mí las veinticuatro horas del día, hay cosas que necesito saber...

—Puedes preguntarme cualquier cosa que tenga que ver contigo y tu seguridad.

—¿Cuántos años tienes?

Ay Dios, ¿en serio, Marfil?

Sebastian frunció levemente el ceño.

—Eso no tiene nada que ver contigo y con tu seguridad.

—¿No vas a contestarme?

—No.

Apreté los labios, molesta.

—No estoy acostumbrada a tener guardaespaldas, te advierto que me va a costar acostumbrarme a ti.

—Lo harás.

Me quité las gafas de sol, comprendiendo de forma tardía que aun las llevaba puestas. Nuestros ojos se encontraron en los metros que nos separaban. Los suyos eran marrones... y de espesas pestañas negras...

Tuve el impulso de desviar la mirada, intimidada, pero me mantuve firme.

—¿Entonces hago como si no estuvieras?

Sebastian pareció contento con esa idea.

—Exacto. Simplemente avísame cuando vayas a salir.

Genial.

—No sé si habrás visto que en la habitación contigua a la tuya había...

—No he tocado tu estudio de baile, tranquila.

—Suelo pasar mucho rato ahí dentro, se que teóricamente esa habitación pertenece al ala del servicio y que para entrar voy a tener que cruzar la salita, pero me gustaría seguir practicando como he hecho hasta ahora.

—La habitación es tuya, no me importa que entres.

Eso ya era algo, había temido no solo que mi padre mandase eliminarla del mapa sino que Sebastian la hubiese cogido como dormitorio o algo por el estilo. Era consciente de que me estaba haciendo un favor, la otra habitación era mucho más pequeña y por mi culpa seguramente estaría mucho menos cómodo, pero no pensaba abandonar mi rincón preferido. Al fin y al cabo ese era mi piso.

—Pues... me voy a mi habitación.

No esperé a que me respondiera, me ponía demasiado nerviosa, así que le di la espalada y entré en mi dormitorio.

Mi cuarto estaba hecho una leonera, tal y como lo dejé antes de salir a correr.

Por alguna razón inexplicable me dio por ordenarlo y no simplemente eso sino que me volví hasta maniática. No se si fue porque me sentía incomoda y el hecho de no poder salir al saloncito y tirarme en el sofá como siempre, me ponía un poco histérica, pero me puse a ordenar ¡ordenar! Hasta que la habitación quedó impecable.

Miré el móvil que había dejado sobre mi mesita y leí que Liam llegaría en una hora. Al menos iba a poder reconquistar mi salón. Me metí en la ducha y me vestí con algo más cómodo. Me puse mis vaqueros preferidos y una camiseta blanca de algodón. Cuando me observé esta vez en el espejo me detuve unos segundos de más para observarme con más detenimiento.

¿Qué vería Sebastian cuando posaba sus ojos sobre mí?

Desde que tenía uso de razón todos los que me rodeaban me habían alagado, piropeado y hecho la pelota. Las chicas en el internado o me odiaban o me temían. Tardé en ganarme la aceptación de la clase y de las monjas, aunque estas habían sido las peores, «¡eres el pecado en la tierra!» Me habían dicho en contadas ocasiones, y yo ingenua de mí no entendí nada hasta que no conocí a Liam y por fin me lo explicó.

«¿Eres consciente de lo hermosa que eres?» Me había preguntado una vez, cuando tumbados en mi cama, yo en bragas y camiseta de manga larga y él vestido con un simple pantalón de chándal, me había acariciado por primera vez.

—Sé que lo que veis no tiene nada que ver con lo que soy—contesté, sin sentirme alagada.

Sí, era guapa, pero cuando serlo hace que la gente no vea más allá de tu apariencia, la belleza se convierte en la peor enemiga, sobre todo cuando se tiene una personalidad como la mía.

Después descubrí el poder que eso me otorgaba y aprendí a aprovecharme de él, más si los hombres iban a tratarme como un objeto y no un ser pensante y con cerebro.

Salí de mi habitación, descalza, y como si estuviese cometiendo algún delito. Había permanecido allí dentro más de lo que mi personalidad inquieta podía soportar. Sentía curiosidad por volver a verlo. ¿Estaría en el salón?

El salón estaba desierto, y al fijar la vista en el largo pasillo y ver la luz tenue que se filtraba por debajo de la puerta, comprendí que sería ahí donde él pasaría la mayoría de su tiempo.

Suspiré y me acerqué a la nevera. Debería haber hecho la compra hacía ya dos días. No había absolutamente nada, hasta el papel higiénico se había acabado. Fui hasta mi cuarto, comprobando la hora mientras me calzaba las zapatillas y empecé a anotar mentalmente lo que necesitaba comprar en la tienda. Fuera no hacía frío, así que dejé el abrigo en el perchero y cogí mi bolso.

Me detuve unos segundos frente a la puerta.

¿Tenía que avisarle de que iba a la tienda? Estaba solo a una manzana de allí...

Mi instinto me recomendó avisarlo.

Recorrí el pasillo y llamé a su puerta de forma vacilante.

Aquello resultaba de lo más extraño.

La abrió unos segundos más tarde. Tenía la camisa blanca remangada hasta los codos, lo que me permitió ver que todo su brazo derecho estaba lleno de tatuajes. Tambíen llevaba puestas unas gafas de ver de pasta negra que le daban un aire intelectual que me produjo un cortocircuito mental.

Me obligué a mi misma a centrarme en lo importante.

—Necesito ir a la tienda a comprar algunas cosas.

Sebastian asintió.

—Dame un segundo, por favor.

Me dio la espalda y no pude evitar echar un vistazo a aquella estancia. Jolines, no tenía nada que ver con el trastero que había sido hacia una semana. Solo llegué a ver un sofá negro de cuero y una bonita alfombra de color blanco desde mi posición. Sebastian se sentó un segundo en el sofá, frente al portátil que tenía abierto, tecleó algo con rapidez y después lo cerró con una mueca en los labios.

¿Había interrumpido algo importante?

—Detrás de ti—dijo invitándome a moverme. Me había quedado prendada de sus movimientos varoniles.

Le di la espalda y crucé el pasillo hasta la puerta de mi apartamento. Ya fuera en la calle se me hizo muy extraño que se colocara a mi lado. La seguridad que había llevado mi padre, siempre iba detrás de él o incluso delante. Sebastian caminaba junto a mí como si fuese un amigo.

—¿Esto va a ser siempre así?—pregunté mientras cruzábamos la puerta del pequeño supermercado.

—¿Así cómo, Marfil?

Su manera de pronunciar mi nombre me produjo demasiadas emociones como para poder ignorarlas aunque hice todo lo que estuvo en mi mano para seguir hablando como si allí no pasase nada, como si el chico que estaba a mi lado recorriendo la góndola de los champús, el maquillaje y los tampones, fuese simplemente uno más.

Tampones... mierda, los necesitaba.

¿Iba a tener que comprar tampones delante de él?

Joder.

—Tenerte pegado a mí incluso para ir a la tienda de la esquina.

—Sí—contestó escuetamente.

Lo miré molesta por su simple respuesta.

Dejando de lado los tampones, arrastré un carrito hasta llegar a donde estaban los vinos. Cogí una botella de vino blanco, y la puse en el carro. Sebastian no emitió ninguna queja así que seguí haciendo la compra, cogí una caja de cervezas Heineken y luego me detuve en la góndola de la fruta. Mientras elegía con detenimiento las fresas y luego pasaba a las manzanas comprendí que Sebastian también tenía que comer.

Me giré hacia él, encontrándomelo con la mirada fija en la puerta de la tienda. Desvié mis ojos hacia allí. Acababan de entrar dos chicos de más o menos su edad.

—¿Quieres algo?—le pregunté llamando su atención.

—¿Qué?—dijo volviéndose hacia a mí, distraído.

—Comida. En el apartamento no hay nada a no ser que compres a domicilio.

Sebastian negó con la cabeza.

—No te preocupes por mí, yo me encargo de mi propia comida.

Me encogí de hombros y seguí comprando algunas cosas más como papel higiénico, champú que ya no tenía, patatas fritas, aceitunas, leche, azúcar y una tarta de manzana ya cocinada y lista para comer.

Cuando me tocó pagar, me fijé en que él no dejaba de escudriñar la estancia con detenimiento, sus ojos nunca quietos pero su presencia imponente como ningún guardaespaldas de mi padre había tenido jamás. La cajera se lo quedó mirando con desconfianza, y comprendí que aunque para mí era un dios griego, para el resto de gente seguramente resultaba poco de fiar. Me fijé en su ropa, en sus pantalones de vestir negros y su camisa blanca.

¿Cómo demonios iba a llevarlo conmigo a la facultad de esa guisa?

Cuando pagué la compra, haciendo uso de la Master Card Centurion de mi padre, o más bien una extensión de la suya, Sebastian cogió mis bolsas, aunque vi que dejaba la mano izquierda libre. No había comprado mucho, pero había algunas botellas y cosas pesadas.

Me ofrecí a ayudarlo pero declinó mi oferta con una negación simple de cabeza.

Mi mente no paraba quieta, quería preguntarle cosas, saber de él, hablar con él. Por eso no me habían gustado los guardaespaldas, yo no podía ir acompañada de una persona y no charlar. De pequeña, antes de irme al internado, las niñeras se turnaban por horas para no tener que aguantarme... o eso me había dicho mi padre cuando me aclaró las razones por las que me mandaba fuera a estudiar.

«A veces, Marfil, no te das cuenta de lo molesta que puedes llegar a ser. Siendo mujer es comprensible, pero cierra la boca cuando yo esté presente»

Aprendí a hacerlo...a ratos, claro.

—¿Eres zurdo? —pregunté caminando a su lado.

Sebastian me miró con el ceño fruncido.

—Llevas todo el peso en la mano derecha... pero no porque seas diestro, si no porque quieres la mano izquierda libre para coger el arma si llega a hacerte falta ¿verdad?

Ladeó levemente la cabeza y casi vi un tic parecido a media sonrisa en sus labios... repito: casi.

—Soy ambidiestro, pero me encuentro un poco más cómodo con la izquierda, sí.

Ambidiestro... me fijé en sus manos, la izquierda suelta, relajada a su costado, la otra sujetando las bolsas como si fuesen plumas en vez de botellas.

Sin previo aviso me imaginé esas manos apretándome con fuerza y acariciándome la espalada, las piernas...

Volví a bajarme las gafas y lo ignoré el resto del camino a casa.

***

Por suerte para mi tranquilidad espiritual, Sebastian se marchó a su parte del apartamento y me dejó allí guardando las cosas, no porque no se ofreciera a ayudarme, que lo hizo, sino porque necesitaba estar sola e insistí en que no hacía falta.

Él tampoco insistió mucho.

Justo después de guardar las cosas en la nevera y entrar en mi habitación para quitarme y guardar mi abrigo, el timbre del apartamento sonó. Sabía que era Liam, y me moría por abrazarle. Salí casi corriendo, empujada por una emoción que no supe que tenía guardada hasta que fui consciente de que mi mejor amigo esperaba tras mi puerta; pero al cruzar el pasillo me choqué con una mole mucho más dura de lo que creí posible. Unas manos grandes me sujetaron por los antebrazos, deteniéndome en mi carrera por abrir la puerta.

—¿Esperas a alguien?

Sebastian apartó sus manazas de mí y se giró hacia la puerta.

—Es un amigo mío, ha venido a verme. —dije adelantándome para abrir la puerta.

Su mano volvió a impedirme hacer lo que más quería en el mundo. Alto como era impidió que abriera, colocando su mano contra la puerta por encima de mi cabeza.

Me giré hacia él con el ceño fruncido.

—¿Quien es? Ni si quiera ha llamado al telefonillo.

—Tiene llaves.

Sebastian negó apretando los labios.

—¿Le das las llaves del piso a cualquiera?

—Le doy la llave de mi piso a mi mejor amigo.

—¡Eh Mar!, ábreme, joder, que me va a dar algo si no te veo de una puta vez.

Puse los brazos en jarras.

—¿Cómo se llama?

Puse los ojos en blanco exasperada.

—Liam.

—Tu padre dejó claro que nada de hombres en el apartamento.

Solté una carcajada.

—¡Si claro! Y yo soy Tinkiwinkie.

Sebastian pareció perdido unos instantes.

—El de los teletubies...—insistí sin obtener respuesta alguna. Sacudí la cabeza y abrí la puerta de un tirón, ignorando la presencia de mi gorila tras la espalda.

Liam apenas me dejó tiempo a echarle un vistazo, sus brazos me abrazaron y me levantaron del suelo, estrechándome con fuerza contra su pecho. Inspiré el aroma que desprendía su cuerpo y me sentí en casa.

—Joder, ... que susto de muerte me has dado.

Noté como mis ojos se humedecían. Había estado conteniéndome en casa y al llegar aquí me había sentido como si mi vida ya no fuese mi vida y mi casa no fuese mi casa. Ahora con Liam allí todo pareció volver a su lugar y una paz que necesitaba con urgencia se adueño de mi alma y corazón.

—Aun no puedo creer lo que ha pasado...—dije contra su nuca sin querer soltarlo jamás.

Liam enterró la nariz en mi pelo y en mi cuello para tensarse unos segundos después. Con un movimiento me dejó en el suelo y fijó la mirada en Sebastian.

—¿Quién es este?

Odiando que sus brazos ya no estuviesen apretándome con fuerza me giré también hacia él.

—Mi nuevo guardaespaldas.

Sebastian miró a Liam de arriba abajo y cuando yo cerré la puerta tras de mí, el ambiente pareció descender varios grados en apenas unos instantes.

—Necesito que me dejes tu carné de identidad—dijo Sebastian sin rodeos.

Liam lo miró con desconfianza.

—¿No te basta con que ella te diga que me conoce?

Sebastian apenas pestañeó.

—Tu carné por favor.

Liam revolvió en su bolsillo y sacó su cartera de piel negra. Extrajo su DNI y se lo tendió.

Sebastian lo miró durante unos segundos y luego se lo devolvió.

—Voy a tener que pedirte que me devuelvas las llaves del apartamento. Por motivos de seguridad no podemos confiar en nadie, y existe la posibilidad de que te las roben e intenten entrar aquí.

¿Qué? Joder, ¡no! ¿Por qué iban a querer entrar aquí? ¡Ya habían mandado el mensaje!

Liam abrió los ojos impresionado y disgustado a la vez.

—Nunca la pondría en peligro, las llaves están a buen recaudo, y las tengo por si surge alguna emergencia y ella me necesita.

—Si surge algún problema o Marfil necesita ayuda, me tendrá a mí a partir de ahora.

Ambos se mantuvieron la mirada durante casi un minuto.

—Liam, dáselas. Es mi padre quien está detrás de esto, y lo último que quiero ahora es darle motivos para que haga alguna locura, como obligarme a volver a casa, por ejemplo.

Liam soltó el aire que estaba conteniendo y se giró hacia a mí. Por unos instantes me miró con temor y después prosiguió a hacer lo que Sebastian le pedía. Este, en cuanto por fin tuvo la llave, se excusó y se marchó a su habitación, no sin antes recordarme que si íbamos a salir lo pusiese sobre aviso.

—¿Quieres una cerveza? —dije girándome hacia mi amigo.

Liam asintió mientras se sentaba en el sofá y se quedaba mirando el pasillo por donde se había marchado Sebastian.

—No puedo creer lo que ha pasado, Mar—dijo apoyando los codos en las rodillas y peinándose el pelo hacia atrás. Me senté a su lado tendiéndole una cerveza fría y llevándome la mía a los labios.

—Ni yo tampoco... ha sido al mismo tiempo escalofriante, terrorífico, pero también como si hubiese sido una pesadilla y no fuese real. Estuve drogada la mayoría del tiempo así que supongo que por eso me siento así.

—Pero, joder, ¿Por qué? ¿¡Porque iban a querer secuestrarte!?

Aunque saltaba a la vista que era hija de alguien con mucho dinero, yo nunca solía hablar de ese tema, me incomodaba y Liam tampoco preguntaba. Él era hijo de una profesora de primaria y del dueño de una tienda de animales. Había llegado a Columbia gracias a una beca y había conseguido todo lo que tenía porque tenía una mente privilegiada. Había trabajado de noche, en las mejores discotecas de la cuidad para poder pagarse los estudios, ya que la beca solo le cubría la mitad. En el fondo lo admiraba, porque daba igual lo que yo hiciese en la vida, siempre sería la hija de alguien que lo tuvo todo nada más nacer.

Mi padre se dedicaba a tantos negocios que ni yo sabría nombrarlos. Era el dueño del banco Cortés, uno de los más importantes del país con sucursal en todos los países de Latinoamérica, y criaba caballos Apalusa, una raza de caballos casi extinta y situada en la tercera raza de caballos más deseados del mundo. Eso y muchas inversiones más lo habían llevado a ser una persona importante y no era de extrañar que le envidiasen la fortuna.

Por esa razón mi padre siempre nos había tenido bastante ocultas a Gabriella y a mí. Nunca nos había llevado a ninguna de sus fiestas ni tampoco conocíamos a sus compañeros de trabajo. Es más, mi padre apenas hablaba de sus negocios, solo charlábamos sobre caballos, algo que desde pequeñas nos enseño a amar y proteger.

—No lo sé... nadie lo sabe, mi padre cree que todo ha sido para amenazarlo a través de mí; que no hayan pedido nada a cambio y que tampoco dejasen una nota, nada, es incluso peor que el secuestro en sí.

—¿Y ahora tendrás a ese tipo cuidándote todo el día?

Asentí frunciendo los labios.

Liam me acarició la mejilla, y dejó la cerveza sobre la mesa.

—Tu padre ha actuado correctamente... te secuestraron en Central Park, Mar, podrían volver a llevarte si quisiesen, y más conociéndote y donde sueles pasar tú tiempo—me dijo haciendo una mueca de disgusto.

Ese era otro tema, tema por el que ya había discutido con él en contadas ocasiones y no nos hacía llegar a ningún lado. Al recordármelo caí en la cuenta de que iba a tener que informar a Sebastian de ello y que iba a tener que rogarle que no contase nada a mi padre.

—No volverá a pasar, tendré cuidado. Lo único es que me preocupa mi padre... y mi hermana...

—Gabriella está en Londres, no le pasará nada.

—Si yo te contará la que lía en el colegio...—de repente caí en la cuenta sobre algo—¡Joder, tengo que advertirle para que no salga sola del internado!

Casi como si me diera un paro cardíaco salí pitando hasta entrar en la habitación y encontrar mi teléfono móvil. Si aquí eran las nueve y media allí tenían que ser las cuatro y media de la mañana, seguramente estaría dormida.

Le dejé un mensaje:

«Ni se te ocurra salir del colegio, ha ocurrido algo, cuando te despiertes llámame. Es urgente»

Mi hermana no estaba enterada de nada. Mi padre no había querido preocuparla, pero mi padre no tenía ni idea de cómo mi hermana había aprendido de mí las cuatro formas que existían para escaparte del internado y cruzando el bosque y llegar al pueblo sin que nadie se diese cuenta.

¡Si le pasaba algo sería mi culpa!

Al salir de mi habitación con el teléfono en la mano vi que la puerta del pasillo se abría y que Sebastian se acercaba a mí como si me hubiese leído la mente y supiese que algo no iba bien.

—¿Qué ocurre?

Liam se levantó del sofá y también se acercó.

—Mi hermana no tiene ni idea de lo del secuestro, mi padre no quiso contárselo pero lo que no sabe es que ella suele escabullirse del internado, va al pueblo con algunas chicas y se reúnen con unos amigos.... Si han venido a por mí pueden hacer lo mismo con Gabriella.

—Estará durmiendo, Mar, mañana hablas con ella y se lo explicas. —dijo Liam aunque yo no podía apartar la mirada de Sebastian.

Unos segundos después por fin hablo.

—Haré unas llamadas; Conozco a alguien en Londres, le diré que se pase y vigile por si ve algo raro. Mañana hablaré con tu padre para informarle sobre las escapaditas de tu hermana.

¡NO!

Di un paso hacia adelante, reteniéndolo por el brazo, el miedo adueñándose de todas mis terminaciones nerviosas.

—¡No se lo digas! La mataría.

Sebastian me observó durante unos segundos efímeros en donde, aunque pueda parecer imposible, nos comunicamos sin necesidad de nada más.

Se marchó sin emitir sonido y supe que mi hermana estaría bien.

**¡Ay que ya habéis conocido a Sebastian! ¿qué os parece? Contadme qué pensáis, yo estoy enamoradita de él :) Espero que sigáis disfrutando de la lectura! Os mando un abrazo y os leo!!!**

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