El Viaje

By lovingirenes

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Sí, ¿quiero? @lovingirenes ft @fakeirenes More

1.- Ida

2.- Ceremonia

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By lovingirenes


El calor de un abrazo. Antes de darse cuenta de que estaba despierta, Irene sintió el cuerpo de Inés apretado contra el suyo. En algún momento de la noche habían olvidado sus diferencias y se habían encontrado en un punto medio, cayendo en un abrazo. Se permitió apretarla un poco contra ella, sonriendo al notar el suspiro que se escapó de los labios de Inés. Aún ni siquiera había abierto los ojos, sino que prefería quedarse suspendida en el limbo sintiendo la respiración de Inés contra su pecho. Sin embargo, no tuvo mucho tiempo de disfrutarlo, porque la otra mujer empezó a despertarse y la burbuja que se había creado estalló.

Inés abrió los ojos lentamente, notando la sonrisa antes de despertarse del todo. Fue un momento antes de la lucidez, un minuto de felicidad perezosa antes de que los recuerdos del día anterior le asaltaran sin su permiso. Su espalda se tensó y tragó saliva. Desde su posición no podía ver a Irene, pero sabía que estaba despierta también. No dijo nada, solo se separó lentamente, aún luchando contra sus instintos más primarios, hasta que se sentó al borde de la cama. Su orgullo era más fuerte que ella.

—¿A qué hora había que estar allí? —preguntó mientras se levantaba, dándole la espalda a Irene deliberadamente. No podía mirarla. Sabía que, si lo hacía, podrían ocurrir dos cosas: o le perdonaba todo, o se derrumbaba. Ninguna de las dos le parecía una buena opción.

La madrileña se giró, buscando un reloj con la mirada, encontrando su móvil como única fuente de información. Tenía un mensaje de Vero, emocionada por su gran día, y no pudo evitar esbozar una sonrisa. Le entraron ganas de olvidarlo todo y atrapar a Inés entre sus brazos. Levantarla del suelo y decirle todo lo que la quería y lo feliz que la hacía, pero cuando levantó la mirada y vio los hombros tensos de la otra mujer, supo que si lo hacía, sería como chocar contra un testarudo muro.

—A las 5 empieza la recepción, pero Vero me ha pedido ayuda para prepararse sobre las 12. —dijo mientras leía el mensaje. Si hubiera estado mirando a su pareja, habría visto cómo Inés se giraba con expresión de sorpresa.

—Ah, ¿así que no vamos juntas? —preguntó, ahogando la decepción antes siquiera de recibir respuesta.

—Bueno, puedes venir conmigo. Quiero decir, había contado con que vinieras conmigo ya. —aclaró Irene, notando el cambio de expresión de la otra mujer. No tenía que ser adivina para saber que la tormenta aún seguía sobre sus cabezas.

—¿Y no pensabas preguntar? Yo no las conozco. ¿No habías pensado que a lo mejor ella no quiere que esté yo ahí? —Abrió la puerta del armario con un movimiento brusco, negando con la cabeza como si siguiera la conversación dentro de ella. Irene, sorprendida por la reacción y sintiendo los nervios de volver a una discusión, no pudo evitar soltar una carcajada, lo que hizo que Arrimadas la volviera a mirar— ¿Te parece gracioso?

—Inés, estás sacando todo de contexto. Relájate un poco y...

—¿Que me relaje? —la cortó Inés, sin poder creerse lo que estaba escuchando. Había esperado que al despertar Irene se esforzara un poco, que la buscara. Necesitaba sentir que la quería tanto como decía, que la besara sin preguntar. Que la envolviera entre sus brazos y no la dejara salir de la cama sin ninguna excusa. Sin embargo, había ocurrido todo lo contrario, y no sabía cómo manejar lo que estaba sintiendo. Tristeza, enfado, soledad, miedo.

—No quería decirlo así y lo sabes, Inés. No tergiverses las cosas. —suspiró Irene. Aún estaba sentada en la cama, con el móvil cayendo de su mano, ya olvidado, y el pelo todavía despeinado. La marca de las sábanas aún dibujaban líneas inconexas en su mejilla.

—No estoy tergiversando nada. Es lo que has dicho. —Inés cogió lo primero que encontró en el armario con rabia, sintiendo las lágrimas brotar en sus ojos de repente, sin pedir permiso para salir—Haz lo que quieras Irene. Nos vemos en la recepción.

—¿En serio? ¿No nos veremos hasta las 5? —preguntó Irene, por fin levantándose de la cama, preparada para seguir a Arrimadas, pero la única respuesta con la que se encontró fue un portazo en la cara— Joder.—murmuró entre dientes, cerrando los ojos y quitándose el pelo de la cara. Se sentía como si hubiera entrado en una espiral imparable, en la que daba igual lo que hiciera para salir, nunca lo conseguía. En su lugar se encontraba cada vez más profundo.

Cogió el vestido que había llevado para la ocasión, los zapatos y un par de cosas más, y lo metió de golpe en la maleta antes de ponerse algo y salir de la habitación. Si eso era lo que Inés quería, pues así sería. No lograba entenderla y eso la llenaba de frustración, porque la otra mujer no se lo ponía nada fácil.

**

De fondo había voces. Eso es lo único que podría confirmar Irene si hubiera tenido que describir las horas que pasó ayudando a su amiga en los momentos previos al enlace. Cerró por un momento los ojos, apretando dos de sus dedos —el índice y el pulgar— contra la base de su nariz. Suspiró hondo, intentando equilibrar su estado de ánimo y su dolor de cabeza. Se sentía saturada. Se moría de ganas por ver a una de sus amigas más cercanas casarse, disfrutar de su felicidad y poder pasar unas horas con tanta gente a la que quería y por desgracia no veía tanto como debería. Pero el fantasma de Inés, de su enfado, le nublaba cualquier tipo de ilusión. Por supuesto, nada de esto sería lo mismo si estuviesen en Madrid... en casa, con la rutina. Pero fuera del lugar de confort todo se magnifica y que la persona en la que te apoyas se enfade puede convertirse en una larga agonía. Miró el móvil, por enésima vez, intentando forzar con la mirada que le llegase una notificación, un mensaje de su pareja reclamándola. No fue así.

—Irene... —Oyó un ligero susurro, pero ni siquiera fue consciente de que estuvieran pronunciando su nombre. Se revolvió en el sofá, encogiendo las piernas y abrazándolas con sus propias manos. — ¡Irene! ¿Estás aquí?

Al fin, la madrileña levantó la vista, consciente de nuevo de que el resto del mundo existía. Y lo más importante, que su amiga estaba a horas de casarse.

—Perdona. —Sacudió la cabeza, levantándose del sofá y acercándose para observar el recogido que acababan de hacerle para el enlace. — Estás preciosa, Vero. —Sonrió ampliamente, con sinceridad. A ambas le brillaban los ojos de emoción. Pero en los de Irene también brillaba la tristeza.

—Ay, amiga. ¡Qué me caso! —Exclamó emocionada. Irene soltó una carcajada, sintiendo los nervios tan suyos. A los pocos segundos, se vio envuelta en el abrazo cálido de alguien que siempre estuvo a su lado. — No sabes qué feliz me hace que estés aquí hoy.

—¿Cómo iba a faltar? —Susurró Irene acariciándole la espalda.

—Tengo muchas ganas de conocer a Inés. —Respondió su amiga. — Aunque sea una ciudadaner.

Irene soltó una carcajada melancólica, separándose. Agarró las manos de Verónica, mirándola a los ojos con ternura. Ella también tenía ganas de volver a conocer a Inés, de volver a reconocerla.

—Luego la verás. Había dormido un poco mal y prefirió quedarse en el hotel. —Se excusó mintiendo.

Pero la voz le debió sonar débil. Poco convincente. O al menos lo suficiente para no poder engañar a su amiga.

—¿Va todo bien? —Preguntó. Casi por inercia, ambas avanzaron hasta el sofá para sentarse a la vez. Todavía tenían un rato antes de tener que seguir con los preparativos.

—Sí. —Mintió Irene de nuevo.

—Nena... —Le reprochó con gesto lastimero su amiga.

—Ay, Vero. —Irene soltó sus manos, escondiéndolas entre sus muslos y desviando la vista a algún punto incierto del suelo. — Es tu día, no es momento. No te preocupes, de verdad. —Dibujó la mejor sonrisa que registró su cerebro, elevando la vista de nuevo.

—Que hayas discutido con tu novia no creo que me arruine un día así... —Ironizó Vero, dándole una suave palmada en el muslo a su amiga.— Va, venga.

La madrileña miró por última vez el móvil. Una última oportunidad que su cerebro quería dar para borrar ese enfado de su mente y conseguir que todo volviese a la normalidad. No había nada que le diese más rabia que sentir que no disfrutaba al cien por cien de un día especial. Pero tenía que ser realista, no lo estaba haciendo.

—Se ha enfadado. Ayer, en el tren. —Irene se encogió de hombros tras hablar.— Sin más.

Vero suspiró enseguida, poniendo los ojos en blanco.

—Sin más no. Cuéntame el porqué. —Dijo en tono de queja.— Por favor, no me hagas sacarte las cosas con sacacorchos que estoy muy nerviosa y al final se me escapa un guantazo. —Irene abrió los ojos sorprendida al escuchar la última frase. A su amiga se le había escapado. Pero las dos rompieron a reír, comprendiéndose sin que hiciera falta decir mucho más.

—Nos pusimos a hablar de bodas... —Montero hizo una pausa. Breve, pero que le sirvió para ordenar los pensamientos en su mente. — Yo dije que me parecía extraño que te casases porque eres un alma muy libre... Ya lo sabes, siempre te lo he dicho. —Vero asintió, instándole a que siguiese. — Total, que acabamos discutiendo sobre qué relevancia tenían las bodas... y como dije que a mí me parecía absurdas, Inés ha concluido que no la quiero porque no me quiero casar con ella.

Verónica se quedó observándola unos segundos sin decir nada. Los ojos de Irene comenzaron a recorrer toda la estancia, nerviosa, ansiosa porque su amiga contestase. La miró, abriéndolos más, tensando sus músculos para que fuera consciente de la inquietud que le estaba produciendo.

—¿Le has dicho a una ciudadaner que no te quieres casar con ella? —Irene levantó una ceja, sin comprender la relación. — Estás mal. Pero mal de fatal.

—No te estoy siguiendo. —La madrileña se acomodó en el sofá, esperando el argumento de su amiga.

—Irene, para ti una boda no significa nada. Papeles, gestiones... alcohol, quizás. Pero para ella es el mundo, ¿es que no lo ves? —Irene negó con la cabeza, encogiéndose de hombros. — Está claro que para ella casarse es el mayor acto de amor, el éxtasis de una relación. Y tú le has dicho en su cara que no quieres llegar a eso, que te da igual. —Ahora se mordía el labio, pensativa. ¿Era para tanto? — Es como si le estuvieses diciendo que vuestra relación nunca irá más allá de donde está ahora... Que ya vuestro amor no va a crecer. —La madrileña se revolvió incómoda en el sofá. Se le estaba creando mala conciencia. — Y nena, si las cosas no crecen y cambian... es que se están muriendo.

—No, no. —Se excusó rápidamente. — Pero yo no siento eso... yo la quiero, y quiero avanzar en todas las direcciones con ella...

—Irene. —La interrumpió su amiga. — Inés es lo contrario a ti y tú lo has aceptado así. Lo que no puedes hacer es pretender que vea la vida como tú la entiendes, porque sois demasiado contrarias como para encontraros en un punto medio... —Irene intentó quejarse, pero Vero elevó la mano, instándole a que esperase. — O al menos en cuestiones tan importantes como el querer. Lo único que podéis hacer para manteneros es ceder. Tanto para un lado como para el otro. —Esta vez, la madrileña asintió. — E Inés necesita que tú le digas que la quieres tanto como para casarte con ella aunque no te gusten las bodas.

—Per...

—¿Acaso no es así? ¿No la quieres así? —Preguntó.

—Claro que la quiero así. Tú sabes perfectamente cuánto. —Irene rebufó, echándose el pelo hacia atrás con una mano.

—Pues, amiga. Ya sabes... —Fueron las últimas palabras de la novia. Irene la miró, con una ceja levantada, sin asumir todavía todo lo que conllevaba esa conversación. Verónica tenía razón. ¿Estaba dispuesta a llegar tan lejos con Inés? ¿Era así de grande su amor?

**

Aún no eran las 5, pero la sala reservada para a recepción de los invitados estaba a rebosar. Inés miró a su alrededor, sujetando su pequeño bolso con fuerza mientras buscaba alguna cara conocida. Con su puntualidad casi infalible, había llegado un poco antes de lo que le había dicho a Irene, pero sintió la decepción asentarse en su pecho cuando no la encontró esperando por ella. Era consciente de que su novia la conocía a la perfección y sabría que llegaría antes de tiempo. Se paseó por la estancia, sonriendo brevemente a aquellos con los que cruzaba miradas, pero no llegó a pararse con nadie. Una camarera que pasaba entre las pequeñas multitudes con una bandeja paró delante de ella para ofrecer lo que parecía una tapa, e Inés, sólo por tener algo que hacer, la aceptó con una sonrisa amable. No tenía que prestar mucha atención para saber que la gente que estaba invitada a esa boda no eran lo que se podría decir del tipo de círculos que ella frecuentaba. Era evidente que, cuando un par de ojos caía sobre ella, la mirada cambiaba ligeramente, y podía notar cómo los prejuicios se instalaban inmediatamente en las mentes de todos los que la rodeaban.

—¿Arrimadas? —oyó detrás de ella justo cuando iba a probar lo que había cogido de la bandeja. Al girarse, se encontró al fin con una cara conocida que, aunque le pusiera de los nervios normalmente, en ese momento se los había calmado.— Lo primero es lo primero, ¿no? —bromeó Ione con la mirada aún en la mano de Inés y una media sonrisa socarrona que anunciaba que aún no había acabado con su broma.

—Lo primero sería un saludo. —le respondió Inés sin quedarse atrás, usando el mismo tono que la otra mujer. Ambas se dieron un corto abrazo; aunque tuvieran sus diferencias, Ione era una de las personas que más les había ayudado a Irene y a ella durante los primeros momentos de la relación y, aunque nunca lo admitiría en alto, Arrimadas la tenía en alta estima.

—¿Cómo está la cosa? —Ione miró a su alrededor, esperando encontrar a la madrileña cerca, e Inés sospesó la idea de que Ione no supiera nada. A esas alturas había dado por hecho que Irene le habría contado lo que había pasado, pero la otra mujer no daba señales de que supiera nada.— ¿Irene ya está haciendo de las suyas? —Inés esbozó una pequeña sonrisa involuntaria al pensar en Irene, que rápidamente se transformó en un ceño fruncido. Iba a inventarse una excusa, pero antes de que pudiera, Ione sonrió a alguien detrás de ella.— Ya estaba preguntándome dónde estabas.

Inés se giró y se encontró de frente con Irene acercándose a ellas, con los brazos ya abiertos para saludar a su amiga con un fuerte abrazo. Cruzó la mirada con Arrimadas brevemente, pero no fue lo suficiente para llegar a decirse nada.

—Vero tenía unos problemas de última hora con el vestido. Ya sabes, siempre pasa algo.—se encogió de hombros y se acercó a Inés, dejando un beso en su mejilla. La jerezana se inclinó para recibirlo, pero no se movió para devolvérselo. En su lugar le dedicó una mirada neutral que Irene no supo leer— ¿Hace mucho que estáis esperando?

—Yo acabo de llegar y he visto a Inés probando una de esas tapas, que tienen una pinta...—Ione buscó una bandeja con la mirada y la cara se le iluminó cuando por fin localizó a la misma camarera que le había ofrecido a Inés minutos antes.— Ahora vengo. ¿Queréis algo?

—Una copa— dijeron las dos a la vez, mirándose con sorpresa e ignorando la sonrisa de Ione antes de que se fuera en busca del pedido. Una vez solas, Irene se aclaró la garganta.— Estás muy guapa.

Inés pasó la mano por el vestido que llevaba inconscientemente, alisando arrugas que no existían, y por fin sonrió.

—Tú también estás muy guapa. —admitió, pero cambió de tema rápidamente, buscando una salida que no fuera acabar discutiendo el mismo tema que les había perseguido durante todo el viaje—. ¿Has comido algo?

Los labios de Irene dibujaron una sonrisa irónica, pero se las arregló para controlarse y no poner los ojos en blanco. Era algo que Inés hacía cuando discutían pero intentaba luchar contra su orgullo, buscar temas banales de los que hablar mientras ignoraba el elefante de la habitación.

—Sí, he comido algo mientras acabábamos los preparativos del ramo. La verdad es que a Vero se le ve muy emocionada con la ceremonia. —empezó Irene, intentando encauzar la conversación, pero Inés no estaba por la labor y la cortó rápidamente.

—Me alegro. Voy a ayudar a Ione con las copas. —resolvió rápidamente con la primera excusa que pudo encontrar. No le apetecía hablar del tema, y menos si Irene empezaba diciéndole lo ilusionada que estaba su amiga con la boda. Sólo le recordaba el hecho de que ella no quería una. Se escabulló de manera efectiva, pero no encontró al motivo de su excusa, de modo que se decidió por visitar el baño.

Irene la observó irse, como si no supiera qué era lo que estaba haciendo Inés. El alma se le cayó a los pies, pero no tuvo tiempo para hundirse porque enseguida unos amigos la encontraron con ganas de saludarla y ponerse al día.

**

Irene se removió en la silla, provocando que emitiera un sonido parecido al de un pato de goma, e Inés levantó una ceja, esforzándose en contener la sonrisa que querían dibujar sus labios cuando su pareja hizo una mueca. Antes de que ninguna pudiera decir nada, una música interrumpió en el bonito jardín en el que se encontraban, anunciando que la novia estaba apunto de aparecer por el pasillo. Al frente de las numerosas filas de sillas esperaba el novio con la cara iluminada de la emoción que sentía. Justo cuando comenzó la música, uno de sus amigos le golpeó el hombro y él asintió con energía, con ganas. Entonces todos se levantaron y se giraron para mirar a la novia, pero Inés observó la cara de Irene.

La madrileña tenía una de las sonrisas más bonitas que había visto y, en ese momento, casi le ocupaba toda la cara. Verla tan ilusionada le alegró y le entristeció a partes iguales; a eso se refería Inés cuando decía que quería casarse. Quería sentir esa ilusión, estar al borde de las lágrimas antes siquiera de llegar al altar, ver a Irene esperándola con una expresión que radiara amor e ilusión por lo que les quedaba por vivir. Los nervios de un día que marcaría un antes y un después en su vida. El comienzo de una nueva etapa. Pero Irene no quería; ella se conformaba con ser solo su pareja.

—Está muy guapa. —susurró una mujer de la que Inés apenas se había percatado y se encontraba sentada a su lado. De la sorpresa no pudo hacer más que asentir y dejarse llevar por los movimientos de la multitud, tomando asiento de nuevo para dar comienzo a la ceremonia.

Inés se preguntó cómo se vería Irene en un traje blanco y largo de boda. Sabía sin lugar a dudas que sería una imagen que no olvidaría jamás, pero era hora de empezar a olvidarse. Sacudió la cabeza casi imperceptiblemente, quitándose ideas absurdas de la cabeza y concentrándose en los votos que estaban leyendo los novios, pero no pudo evitar volver a pensar en el tema, en lo que le querría decir a Irene no solo en una boda, sino en aquel preciso momento. Podía llegar a entender que no le gustaran las bodas, pero aún no le cabía en la cabeza que no viera lo importante que era para ella. No le estaba pidiendo matrimonio, sólo que la entendiera. Que no la hiciera sentir como si la relación no fuese a ninguna parte. Como si se tratara de una flor que empezaba a marchitarse. Bajó la mirada, parpadeando las lágrimas que habían comenzado a inundar sus ojos, y deseó poder estirar la mano para coger la de Irene, pero sentía que no tenía sentido.

Cuando volvió a levantar la cabeza, su expresión había cambiado. No era ni el momento ni el lugar para dejarse hundir, por mucho que le doliera la decisión de Irene, de modo que se concentró en lo que estaba diciendo la novia.

—...y cuidar de ti en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida...— prometía mientras deslizaba el anillo que encajaba perfectamente en el que pronto se convertiría en su marido. Inés miró a Irene de reojo al escuchar la frase.

Montero notó los ojos de la otra mujer sobre ella con la promesa de matrimonio y se mordió el labio, nerviosa. Aún le estaba dando vueltas a lo que le había dicho Vero y en si, al final, la solución sería casarse. Observó la felicidad bailando en los ojos de la pareja cuando el oficiante anunció que se podían besar y no pudo evitar sonreír como una tonta al imaginarse a Inés y a ella en esa situación, con todos gritando de alegría a su alrededor mientras sus sonrisas se mezclan en un beso. Los novios pasaron por el pasillo de la mano, entre risas y saludos, y al llegar a la altura de Irene, Vero le picó un ojo y asintió en dirección de Inés. La madrileña no necesitaba que dijera nada; le había entendido a la perfección y, contagiada por la felicidad del momento, se giró con la sonrisa aún ocupando un gran espacio de su cara para olvidarlo todo aunque fuera por un segundo y besar a Inés. Sin embargo, al darse la vuelta, se encontró con unos los ojos marrones al borde de las lágrimas.

—Cariño, ¿estás bien? —preguntó alzando la mano para acariciar su mejilla, pero Inés asintió y se apartó sutilmente. Si Irene no hubiera estado prestando atención a todos y cada uno de sus movimientos, no se habría percatado.

—Estoy bien, sólo me ha contagiado la emoción del momento. —se excusó moviendo la mano para quitarle importancia mientras se secaba un ojo con la otra—. ¿Nos vemos en la mesa? Voy un segundo al baño a retocarme el maquillaje.

Irene no tuvo oportunidad de responder, porque antes de que se diera cuenta, Inés había vuelto a huir. La gente ya había empezado a abandonar las sillas, de modo que la perdió rápidamente entre la multitud, pero eso no evitó que la buscara con el ceño fruncido. Llevaban ya un día de enfado, pero no entendía por qué cada vez que se dirigía a ella, Inés optaba por huir antes de entablar una conversación.

—¡Irene! —oyó detrás de ella, sacándola de sus pensamientos. Al girarse, Montero se encontró con Ione que se acercaba a ella con una sonrisa de emoción— ¿Has visto? La Vero casada. No me lo puedo creer— suspiró, sacudiendo la cabeza, pero al darse cuenta de que Irene no le devolvía la sonrisa, buscó con la mirada y levantó una ceja.— ¿Dónde está Inés?

—Adivina —Irene quería estar feliz por la boda de su amiga, quería contagiarse de nuevo del ambiente festivo, pero se le hacía cuesta arriba cuando justo con la persona con la que le gustaría compartirlo, desaparecía de su lado a la primera de cambio.—. ¿Te acuerdas de la copa que fuiste a buscar y nunca me llegó? Es hora de ir a por ella.

—¿Pero sigue con la rabieta? —Ione levantó una ceja, cuestionando su elección de palabras mientras salían del laberinto que se había convertido el gran número de filas. Sin embargo, la mente de Irene parecía estar en otro lado como para darse cuenta.

—Entiendo que en lo que Inés cree sobre el amor entra la idea de una boda, puedo entender que crea que si no quiero casarme significa que no quiero crecer con ella... —aceptó con una mueca de disgusto, apoyándose en la barra mientras el camarero les servía a ambas una copa de sidra como al resto de los invitados, antes de añadir— pero no puedo entender porqué me huye. Hemos empezado mal el día, pero yo iba de buenas y de repente hace como si le molestara estar conmigo.

Irene dejó escapar un largo suspiro, sacudiendo la cabeza antes de tragar el contenido de la copa de un trago bajo la mirada sorprendida de su amiga.

—Vamos a ver, sabemos que Inés puede llegar a ser muy cabezota. Probablemente se le pase de un momento a otro. Ya sabes, puede que al vivir el momento de la boda le haya provocado, precisamente por eso que dices, sentimientos encontrados y nada más.—intentó razonar Ione, pero Irene tenía la mirada perdida, concentrada en algún punto incierto de la entrada de la carpa.

—Es que si para mí no significa nada, y para ella tanto, igual... No sé, podría ceder. —reflexionó Montero en voz alta, efectivamente sorprendiendo a su amiga que la miraba con los ojos muy abiertos.

—¿De verdad estás planteando casarte con Inés? —preguntó un poco más alto de lo que debería, haciendo que Irene le mandara a callar y mirara a su alrededor para comprobar que su pareja no estaba por allí cerca.— ¿Irene Montero, la persona más anti-boda que conozco, casándose? Me gustaría ver eso —añadió finalmente con una sonrisa burlona. Irene le golpeó el hombro, provocando una queja de Ione, pero no pudo evitar la sonrisa que le salió sin quererlo.

—A ver, no soy anti-boda, sólo creo que no tiene ningún sentido. Pero si es tan importante para Inés... No me importaría verla vestida de blanco —finalizó bajando el tono. Aun así, Ione lo escuchó y emitió un pequeño grito, atrayendo las miradas de aquellos invitados que las rodeaban.— ¿Quieres callarte?

—Perdona por no creer lo que oigo —volvió a burlarse Ione, soltando una carcajada.— No, pero en serio. ¿Te lo estás planteando?

Irene se mordió el labio, sintiendo los nervios adueñándose de cada una de las partes de su cuerpo al pensar en la respuesta a esa pregunta. Había tenido mucho tiempo ese fin de semana para reflexionar sobre las bodas y, la verdad era que, al ver a Vero tan feliz, su opinión había sido puesta en duda. No es que cambiara lo que pensaba sobre las ceremonias, pero puede que por fin hubiera descubierto que había una excepción a la regla, y esa excepción tenía nombre y apellidos.

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