MARFIL © (1)

By MercedesRonn

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Amar nunca fue tan peligroso como en «Enfrentados», la nueva saga de Mercedes Ron. Marfil tiene 20 años y viv... More

Prólogo
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7

Capítulo 1

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By MercedesRonn


MARFIL

Dos semanas después

Miré la moneda de 200 pesos colombianos que tenía entre los dedos. Mientras esperaba a que Liam llegase solo pude pensar en una cosa: esas dos caras formaban un todo y nunca llegarían a verse de frente. Parece una tontería, las monedas son monedas pero en aquel instante no pude evitar sentirme identificada con ella. ¿Tenía yo dos caras completamente opuestas que nuca llegarían a fundirse en una sola? A veces era complicado que hasta yo me entendiera a mí misma, si me viese desde fuera, en la mayoría de situaciones de mi vida, estoy segura que lo único que se me pasaría por la cabeza sería: ¿pero qué demonios haces?

Mi hermana Tatiana muchas veces afirmaba que haber pasado toda nuestra infancia y adolescencia metidas en un internado a siete mil kilómetros de distancia de nuestro hogar, nos iba a dejar secuelas. Yo por suerte ya había dejado aquella etapa atrás, a ella por el contrario aún le quedaban dos años intensos de normas estrictas y días nublados. Con apenas a unos meses para cumplir los dieciséis, su única preocupación era que nunca había besado a un chico y que si seguía rodeada de mujeres iba a terminar convirtiéndose en lesbiana. Solo de pensar en la cara de mi padre al sopesar siquiera esa opción me sacaba una sonrisa.

Secuelas... podría estar hablando de ellas durante horas, la más importante aún conseguía despertarme por las noches, el corazón encogido, las lágrimas cayendo por mis mejillas como si tuviese cuatro años y no veinte; era increíble como algunos recuerdos podían quedar grabados para siempre en tu memoria y luego otros desaparecer sin dejar ni rastro. Según PIXAR, sí, los estudios de animación, y en concreto la película de Inside Out, nuestro cerebro elimina aquellos recuerdos que no sirven para nada y retiene aquellos que son más importantes. Y ahí es cuando yo me pregunto: ¿servía de algo recordar cómo mataron a mi madre delante de mí?

Está claro que el cerebro hace lo que le da la gana.

Fui consiente mientras divagaba sin sentido, que el grupo de tíos que había a mi derecha no me quitaba los ojos de encima. Sin titubear levanté la cabeza y los miré sin apartar la mirada. Mi intención había sido intimidarlos, o al menos que fueran menos descarados pero mientras dos de ellos se echaban a reír, el tercero, alto y de pelo castaño me mantuvo la mirada sin titubear.

Odiaba ser la primera en apartar la mirada, me daba igual con quien fuese, solo una persona en todo el planeta conseguía intimidarme lo suficiente como para hacerme agachar la cabeza y dejar incluso de pestañear si hacía falta, y esa persona se encontraba demasiado lejos de donde yo estaba como para siquiera tener que recordarla.

Empezó entonces la batalla de miradas más épica de la historia, bueno tampoco para tanto, me gusta dramatizar, pero sí que fue intensa, sí. Cuanto más lo miraba mas curiosa me sentía y cuanto más me miraba él, mas segura estaba de lo que empezaba a pasarse por su cabeza. ¿Podría hacer con él lo mismo que con el resto? Sería divertido...

—Eh, Mar—dijo una voz grave tras mi espalda, aunque fue el tacto de su mano en mi espalda lo que me hizo pegar un salto y desviar la mirada.

¡Mierda! Acababa de perder.

Me giré para recibir a mi mejor amigo, y la frustración se evaporó nada más fijar mis ojos en los suyos. Liam Michaelson medía casi uno noventa, pelo negro como la noche, ojos celestes... todo un Don Juan y no, no era gay y sí, era mi mejor amigo. Cosas más raras se han visto.

—¿Llevas mucho esperando?—preguntó mirando por encima de mi cabeza a los tíos del final de la barra.

—Lo justo como para que te toque invitarme a una copa.

Técnicamente aún no podía beber alcohol y menos comprarlo, pero lo de los DNI falsos estaba ya tan estandarizados que me parecía patético que esa ley siguiera aún vigente.

Liam me sonrió con dulzura y llamó a la camarera para que nos sirviera una copa.

—¿Y a qué se debe que me hayas tenido media hora aquí esperándote?—dije haciendo girar las aceitunas de mi Martini.

Liam se llevo su cerveza a los labios y me puso los ojos en blanco; no a mí en realidad.

—No quieras saberlo.

—¿Virginia? O no, espera...¿Rose?

—Tessi—dijo y no pude evitar echarme a reír.

—¿Tessi? ¿La llamas así por alguna razón que desconozco o...?

—Ella quiere que la llame así. Que mujer tan insoportable, joder.

Liam era un tío que, bueno... era un tío, fin. Los tíos por regla general solo quieren pasar un buen rato y también por norma general las mujeres queremos eso y muchas cosas más; eh que yo no me incluyo... ni de lejos, pero entendía que Virginia, Rose y... Tessi, quisiesen algo más con mi mejor amigo. Era un partidazo... si le quitabas esa afición de tirarse a todo lo que se mueve, claro.

Liam y yo nos conocimos durante mi primer año en la facultad. Estudiábamos económicas en la universidad de Columbia, aquí en Nueva York. Él tenía tres años más que yo, lo que significaba que estaba cursando su ultimo año en la universidad. Yo por aquel entonces era una novata de pies a cabeza y no solo con lo referente a la universidad sino a la vida en general. Venía de haberme pasado ocho años estudiando fuera, rodeada de chicas y de monjas para tan solo pasar dos meses de veraneo en mi casa en Luisiana.

Tuve que luchar contra mi padre para que me dejase mudarme a Nueva York por mi cuenta y aunque aún me costaba creerlo ya llevaba dos años viviendo sola. Puede decirse que me desmadré un poquito cuando me encontré con tanta libertad, tantos años reprimida no habían sido nada saludables y perdí un poco la cabeza, aunque me gustaba pensar que esa época había quedado atrás... más o menos.

Liam fue el primer chico que besé. Tenía dieciocho años recién cumplidos y con él descubrí de lo que era capaz cuando se trataba de conquistar a un hombre. Mi padre siempre me había tenido bastante escondida, a veces me trataba como si fuese su pequeño tesoro, al que nadie podía acceder, aunque Liam accedió... y en profundidad.

No llegamos a acostarnos, pero sí hicimos algunas cosas, hasta que nos dimos cuenta de que en realidad encajábamos mejor como amigos... por muy buena que yo estuviese para él y por muy bueno que él estuviese para mí y el mundo entero.

Después de Liam intenté llevar una relación más en serio con un chico llamado Regan, hasta que comprendí que entre él y sus amigos se habían apostado diez mil dólares para ver quién era el primero en llevarme a la cama. Sí, sí, diez mil dólares. Patético. A partir de ese momento me convertí en una Marfil que nadie conocía hasta entonces, ni yo misma. Que lo que mi padre había estado repitiéndome sobre los chicos desde que tenía uso de razón hubiese terminado siendo verdad, me cabreó mucho mas de lo que os podéis imaginar. Tomé cartas en el asunto y desde entonces se hacía lo que yo decía, no había lugar para medias tintas.

—El tío de la barra viene hacia aquí—dijo Liam, media hora y tres Martinis después—¿Me hago pasar por tu novio?

Me reí mientras me terminaba la bebida.

—Sería divertido pero no.—dije esperando a ver que hacía.

Lo sentí tras mi espalda pero me hice un poco de rogar. Liam en cambio, se giró para mirarlo.

—¿Quieres algo, amigo?

—En realidad venía para decirle una cosa rápida a tu amiga.

Me giré hacia él con una sonrisa divertida. Era bastante guapo, más aun de lo que esperaba ahora que lo tenía tan cerca.

Él pestañeó un par de veces cuando nos miramos cara a cara.

—Joder... eres incluso más hermosa de cerca.

Supe que Liam estaba poniendo los ojos en blanco sin siquiera tener que girarme para comprobarlo.

—¿Querías algo?—dije con tranquilidad. Los piropos no significaban nada para mí.

El chico titubeó un par de veces pero sacó una tarjeta del bolsillo de su camisa y me la tendió.

—Me encantaría invitarte a cenar—dijo ya un poco más calmado y firme ante su propuesta.

Miré la tarjeta.

Harry Wilson— Arquitecto

Seguramente no tenía ni idea de que tenía veinte años. Esto pasaba por venir a tomar copas en Wall Street.

—Lo pensaré—dije como respuesta.

Harry me sonrió y vi que tenía un hoyuelo en la mejilla izquierda. Le devolví la sonrisa y se despidió con un ademán de la mano. Ni siquiera me había preguntado mi nombre...

Me guardé la tarjeta en el bolso y me volví hacia a mi amigo que me miraba entre divertido y molesto.

—A veces me horroriza que te parezcas tanto a mí.

Negué con la cabeza divertida.

—Sabes perfectamente que no nos acercamos ni queriendo.

Liam negó con la cabeza nuevamente.

—El hombre que termine follándote será un tío afortunado.

Lo miré censurándolo con la mirada.

—Calla o descubrirás mi tapadera.

—Eres como una mantis religiosa ¿lo sabes no?

—Yo no me como a nadie, simplemente cojo lo que quiero y se acabó.

—¿Y no te importa que vayan diciendo por ahí que te han follado sin descanso?

Sí, me molestaba.

—Si tienen que mentir para sentirse más hombres, pues que mientan. Si alguien quiere saber la verdad que venga y me pregunte.

Liam soltó una carcajada.

—A veces creo que no tienes ni puta idea de dónde te estás metiendo. Llegará alguien que te vuelva loca, y cuando eso pase te tragaras todas esas ideas feministas que tanto te gustan.

—No tiene nada que ver con el feminismo, los hombres han usado a las mujeres desde el principio de los tiempos, cogen de ellas lo que quieren y se marchan ¿Qué tiene de malo que yo haga lo mismo? No quiero que disfruten con mi cuerpo, solo quiero disfrutar yo.

Liam me miró como si fuese una ingenua.

—Cualquier hombre de la tierra disfrutaría solo con mirarte Marfil, si dejas que te toquen es como si hubiesen ganado la lotería, créeme.

Me quedé callada unos instantes.

—Con la única persona que estaría dispuesta a hacerlo sería contigo, pero porque somos amigos.

Liam se atraganto con la cerveza.

—Cuando sueltas cosas como esas es cuando me doy cuenta que todavía sigues siendo una cría. Anda vamos, te llevo a casa.

No mentía cuando decía que al único hombre al que estaría dispuesta a ofrecerle mi cuerpo era Liam, de todo el planeta, como el decía, era el único en quien confiaría lo suficiente. Me lo había planteado muchas veces, porque aunque en lo relativo a todo lo que viene antes del sexo, me manejaba bastante bien, temía llegar hasta el final. Mi padre me había inculcado desde que tenía uso de razón que la virtud de una mujer lo era todo, las monjas en el internado no se habían reprimido en detallar lo que nos pasaría si cedíamos a la lujuria... La virginidad parecía algo que volvía loca a la gente de mi entorno y aunque en el fondo de mi alma quería revelarme y lo hacía, a mi manera, era incapaz de dar ese paso todavía.

***

Liam me llevó a mi piso en su Audi color gris. Se lo había comprado hacía poco y los asientos aún olían a coche nuevo. Al contrario que la mayoría de los estudiantes, yo no vivía en el campus de la facultad. Mi padre me permitió mudarme a Nueva York e ir a la universidad siempre y cuando fuese él quien me procurara un lugar donde vivir.

Mi apartamento, que no compartía con nadie, estaba situado en una de las zonas más caras de la ciudad, a quince minutos de la facultad en lo que todo el mundo conocía como el Upper East Side. Puede sonar presuntuoso pero vivir en uno de los mejores edificios de Nueva York no podía importarme menos. Toda mi vida había estado rodeada de lujos y aunque muchos pensasen que era idiota por querer estudiar cuando estaba claro que mi padre iba a dejarme una fortuna, siempre tuve claro que intentaría abrirme camino por mí misma.

Se me daban muy bien los números, así que estudiar economía siempre fue el plan b, aunque durante prácticamente toda mi adolescencia le rogué a mi padre ingresar en la escuela de ballet de Nueva York. Su respuesta siempre fue un no rotundo y aunque no sirvió de nada, esa fue la única vez que decidí plantarle cara en serio. Después del resultado me juré no volver a pasar por lo mismo. Aún temblaba al recordar su reacción. Igualmente seguía bailando en casa, si para algo me servía tener un piso para mí sola, era que podía bailar todo lo que me daba la gana.

Me despedí de Liam con un beso en la mejilla y le prometí vernos algún día antes del fin de semana.

Al entrar a mi edificio, saludé a Norman, el conserje, y crucé el recibidor hasta llegar al ascensor. Vivir sola en Nueva York podía resultar peligroso, sobretodo siendo mujer, pero en aquella zona la gente era muy tranquila, sobre todo familias con hijos, cuyos maridos trabajaban para Wall Street ganando cantidades obscenas de dinero. Mi padre era uno de ellos.

Había decorado mi apartamento de una manera bastante simple, siempre que no tuviésemos en cuenta los cojines de color rosa chillón. Mi lema era: cuanto menos tengas, menos tendrás que ordenar. Y lo seguía a rajatabla. No era muy grande, tenía dos habitaciones, tres cuartos de baño y un salón con cocina americana. Al final de un largo pasillo se encontraba la zona del servicio, que no tenía por cierto, y allí había aprovechado para montar mi pequeño estudio de baile, en donde prácticamente pasaba todo el rato. Había mandado que colocaran una barra para poder bailar y grandes espejos que me devolvían la mirada siempre que procuraba relajarme al compás de la música.

En una de las paredes del salón, mi mejor amiga había empezado a pintar un mural precioso, lleno de dibujos sin relación ninguna pero que podía contemplar sin descanso. En él se aglomeraban frases de libros, imágenes nuestras, letras de canciones, flores preciosas y sobretodo muchos muchos ojos, de todos los tamaños, con todo tipo de expresiones... A Tami le encantaban las miradas de las personas y a mí más me alucinaba su capacidad de plasmarlas casi a la perfección en cualquier superficie plana, siempre que tuviese a mano algo que pintase. Una vez me dibujó un Minion en una servilleta del Sturbucks solo utilizando la pajita y la espuma de mi frapuchino.

Dejé mi bolso sobre la encimera de la cocina y fui directa a la nevera. Se me daba fatal cocinar, era totalmente nula, recuerdo que una vez intenté prepararme un pastel de carne siguiendo la receta de la madre de mi hermana, y de lo poco acostumbrada que estaba a cocinar, olvidé que lo había metido en el horno y casi incendio la cocina.

Prefería pedir algo a domicilio.

Como tenía un examen de microeconomía la semana próxima decidí sentarme a estudiar. Puse música clásica de fondo y dejé que las horas pasaran casi sin darme cuenta. Cuando abrí los ojos comprendí que me había quedado profundamente dormida y además en una postura nada práctica. Me incorporé como pude en el sofá, deseando que alguien me levantara como si fuese una niña y me llevase hasta la cama.

No tuve tanta suerte.

Dejé el libro sobre la mesita y me arrastré hasta el dormitorio. Cuando ya estuve acurrucada bajo mi edredón blanco aquella sensación de soledad volvió a embargarme. No era miedosa, bueno, un poco. Siempre había convivido con gente a mi alrededor, en casa siempre estaban los criados; Lupita, la ama de llaves, cuidaba de mí como si fuese mi madre. También estaban Louis, Peter o incluso Logan, cuando mi padre estaba en casa. En el internado había compartido habitación con cuatro chicas, incluyendo a Tami y casi nunca estábamos solas... Aquel piso a veces se convertía en el centro de todos mis miedos. ¿Nunca os ha pasado que vuestra mente empieza a divagar y el más mínimo ruido se convierte en una película de terror en vuestra cabeza? Odiaba esos días...

Cerré los ojos cubriéndome con las mantas y empecé a contar en silencio; uno, dos, tres, dieciocho, cuarenta y cuatro, cuarenta y cinco, doscientos seis...

En algún momento entre el doscientos seis y el quinientos cuarenta y tres por fin conseguí dormirme.

***

El viernes llegó casi sin darme cuenta. Me habían invitado a una fiesta en una discoteca de la cuidad pero decliné la oferta. No porque no me gustase salir, todo lo contrario, pero aquella noche preferí quedarme en casa bailando o mirando una película. Después de pasarme junto a la barra haciendo plies durante más de dos horas y media, me di una ducha, me puse una camiseta blanca ancha y me quedé mirando la tarjeta del tal Harry con incertidumbre.

Podía llamarlo y preguntarle si le apetecía venir a cenar. Me ahorraría tener que salir a comprar algo o volver a pedir pizza a la pizzería de la esquina. Pero entonces recordé que ni siquiera me había preguntado mi nombre. ¿Que iba a tener que hacer, llamarlo y decir «hola soy la chica del bar»?

Ni de coña.

Fuera todavía era de día, así que me calcé mis zapatillas de deporte preferidas, me puse unos leggins, una camiseta de mangas cortas y me propuse salir a correr. Normalmente corría una hora todos los días, no lo hacía por la mañana porque odiaba madrugar. Además me gustaba ver como se ponía el sol y se reflejaba en la laguna Reservoiur de Central Park.

Me despedí de Norman con una sonrisa y salí al cálido día de abril. Central Park siempre era un hervidero de gente, sobretodo de familias que aprovechaban para llevar a los niños al parque, sacar los perros y dar de comer a los patos. Cuando el sol empezó a bajar por el horizonte, la zona fue despejándose y quedamos los muchos que salíamos a hacer deporte. Conocía a unos cuantos, nos saludábamos con un ademán siempre que nos cruzábamos por allí. Solo una vez tonteé con uno, y me juré no volver a hacerlo. Era horrible tener que cambiar mi ruta de footing para no tener que cruzarme con ligues pasados.

Decidí regresar a casa andando. El día había dejado lugar a una noche preciosa, nada fría y las luces de los rascacielos se reflejaban en el agua que había a mi derecha. Amaba esa cuidad. Muchos podían decir que era una locura, que la gente no paraba y que el aire estaba contaminado. Yo había vivido toda mi vida rodeada de campo y estar allí, en cambio, me hacía sentir como si formase parte de algo especial.

Me detuve en una de las muchas fuentes que había esparcidas por el parque para beber un poco de agua. Aquella vez me había alejado más de lo que solía, y estaba muerta de sed. Me incliné sobre la fuente, me recogí la larga cola de caballo en una mano para no mojarme el pelo y entonces sucedió.

No me dio tiempo ni a soltar un grito.

Una mano me aferró por la cintura tirando de mí hacia atrás y la otra cubrió mi boca con un paño humedecido que olía de una forma increíblemente desagradable. Intenté resistirme con todas mis fuerzas, el pánico se adueño de mi cuerpo y cabeza. Por mucho que hubiese intentado hacer, lo que fuera que contenía el paño húmedo actuó deprisa. Mis ojos empezaron a pesarme, mis articulaciones dejaron de tener fuerza. Sentí como caía hacia atrás, desmadejada sobre el pecho de alguien alto y musculado.

—Métela en la furgoneta.

Eso fue lo último que escuché antes de perder el conocimiento.

***¡HOLA A TODOS! Ay que alegría me da volver a pasarme por aquí, y encima con mi nueva novela ¡que espero con muchísima ilusión que os guste tanto como a mí! ¿Cómo estáis después de tanto tiempo? ¿Qué os ha parecido este primer capítulo? Iré subiendo de dos en dos para que así podáis disfrutarla mejor, aunque no podré subirla entera a Wattpad. Para los que la queráis leer del tirón ya de ya, la podéis encontrar en todas las plataformas digitales, o en físico en cualquier tienda Española, Argentina, Peruana o Mexicana. Aun no tengo super super claro si ha salido en algún otro país pero se que llegara con el tiempo. ;)

Como siempre espero que me dejéis comentarios para así saber qué opináis de la novela y nada os mando un beso muy grande y ¡os quiero mucho mucho! :) 

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