La espera en la decadencia

By VeilchenSch

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Xiao XingChen está esperando un bebé de nada más y nada menos que del delincuente Xue Yang y sin siquiera sab... More

Quebrándose
Reteniendo
Sopesando
Planes
Frenesí
Resentimiento
Egoísmo
EXTRA 1
EXTRA 2

Burbuja

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By VeilchenSch

La canasta cayó pesadamente al suelo y algunas papas rodaron no muy lejos de él. Las manos temblorosas de Xiao XingChen se posaron en un árbol cercano y se recostó a duras penas para recuperar su estabilidad repentinamente perdida. Su respiración se había vuelto agitada de nuevo mientras trataba de calmarse, pero estaba demasiado nervioso, especialmente por lo inútil que se sentía. 

Se mordió el labio inferior con fuerza hasta hacérselo sangrar mientras pensaba en lo absurda que era su situación, en lo ridículo que se sentía al no poder ni siquiera salir a hacer las compras. Dejó escapar un sollozo, desesperado.

La brisa sopló suavemente y el sonido del pasto moviéndose lo trajo de vuelta a la realidad, incluso un aroma conocido llamó su atención, pero tras esperar unos momentos no sintió nada más a su alrededor. Después de un largo rato de obligarse a respirar pausadamente logró, al fin, recobrar la compostura. 

Desató su espada y, con vaina incluida, la usó como bastón para buscar su canasta y levantarla como pudo. Golpeó el suelo a su alrededor, pero no pudo hallar más que un par de rábanos que le costaron un terrible esfuerzo retomarlos. 

Una parte de él quiso maldecir, pero tampoco podía permitirse eso. No podía hacer algo así pues no era a causa de algo malo, solo de una situación incómoda. Después de todo, amaba demasiado al niño que crecía en su interior. 

Acarició su vientre por encima de las ropas un par de veces hasta que sintió un leve movimiento, una patada que le resultó incómoda pero tremendamente tranquilizadora a la vez. Tomó una bocanada de aire, aferró con fuerza su espada en una mano y su canasta con la otra antes de proseguir su camino. 

Varios minutos después, más de lo que él mismo podía haber imaginado, atravesó las puertas de la casa de ataúdes y oyó los pasos apresurados de A-Qing hacia él. Se notaba que estaba preocupada y lo tomó del brazo para luego mirar la canasta con apenas un par de cosas adentro. 

—¿Daozhang…? 

—Yo… —empezó él, dándose cuenta de que por el escaso peso la niña notaría lo que había pasado.

—No importa, es culpa de ese idiota por no ir él mismo por la comida. Es el que debería ir, ¿por qué irías tú y en estas condiciones?

—¡Ciega tonta! —soltó Xue Yang que había salido de una de las habitaciones. 

Tenía las mangas remangadas, llevaba un martillo y el cabello ajustado en un rodete alto mientras el sudor corría sobre su frente. Solo A-Qing podía notar lo exhausto que se veía pero aún así no le importó, en cambio, Xiao XingChen supuso nada más por el olor salino del sudor que provenía del otro, que no podía quedarse atrás. 

—A-Qing, no te enfades… Está bien —intervino el taoísta y Xue Yang se adelantó a arrebatarle la canasta prácticamente vacía. 

—¡Tú insististe en ir! ¡Qué te sirva de lección! —lo regañó. 

A-Qing infló los cachetes y trató de golpearlo con su bastón, pero el otro esquivó su ataque fácilmente. 

—¿Cómo te atreves a tratar así al daozhang? 

Xiao XingChen al notar que otra avalancha de discusiones se aproximaba, tomó aire y trató de hablar con calma. 

—A-Qing, él tiene razón yo…

—¡Y al fin tengo razón! —lo interrumpió Xue Yang y posó la mano libre en su cadera. Su sonrisa dejó entrever sus caninos para luego hablar con más calma, lo que extrañó a la jovencita—. Eso es bueno oírlo, si ya te has dado cuenta no volverás a hacer tonterías. 

—Yo… Iré de nuevo al mercado y prepararé algo…

—No tienes que preocuparte por eso —intervino Xue Yang con una voz incluso más… ¿cariñosa? —. En realidad, no hace falta nada porque ya puse a hervir las papas—. Dijo con una risita burlona. 

—¿Qué?

Xue Yang apartó a la ciega con brusquedad, atoró el martillo en su fajín y tomó la mano de Xiao XingChen con su diestra y la apretujó.

—Estaba nervioso porque te tardabas así que fui a buscarte. En el camino hallé lo que tiraste, pero no quise asustarte así que solo observé en silencio. Perdóname daozhang, no podía verte sufrir pero sé que quieres valerte por ti mismo. Por eso, cuando vi que estabas bien, te sobrepasé para dejarte volver solo —todo lo había dicho con una voz infantil, como si quisiera defenderse pero sin realmente sentirse apenado por ello. 

La joven que fingía ser ciega era la única que podía ver su expresión mañosa mientras acariciaba al sacerdote con insistencia. 

—Ah, entonces sí había alguien… 

—¿No me notaste, daozhang? Debo estar volviéndome muy bueno.

—O yo muy inútil… 

—¡Eso no es cierto, daozhang! —intervino la chica y Xue Yang apretó aún más su mano, acariciando su rostro con un par de dedos de su siniestra.

—Es todo temporal, pronto podrás volver a ser el mismo de antes.

—Ya no creo que pueda volver a ser el mismo —dijo en un lamentable tono y les dio la espalda para dirigirse a su habitación. 

Xue Yang se llevó las dos manos a las caderas, pensativamente para luego suspirar. Miró a la pequeña ciega y le dio una palmada en la espalda a lo que ella reaccionó bamboleando su bastón a varias direcciones y, claramente, también hacia él. 

—¡Maldito! ¡No te basta con violar al daozhang y preñarlo! —le gritó saltándole contra el pecho y dándole varios golpes— ¡También tienes que maltratarlo!

—¡Cierra la boca, ciega estúpida! —contestó él con fastidio—. Es su culpa por querer jugar al cultivador todopoderoso. No entiende que es un ser humano como cualquiera y que hay momentos en los que va a estar impotente. Así que deja de fastidiar y vete a gritar a otra parte, enana de mierda. 

—A-Qing… —dijo ella al borde de las lágrimas—. Mi nombre es A-Qing —repitió y lo pateó certeramente en el tobillo y luego salió corriendo. 

Xue Yang gruñó en voz baja y se sobó suavemente el lugar lastimado. Se giró sobre los talones y volvió al interior de la casa donde se encontró con Xiao XingChen de espaldas a las puertas, acariciando la pequeña cuna que había estado armando el padre de su hijo. 

—Sabes… —comenzó el taoísta antes de que Xue Yang diera otro paso hacia él—. En el pueblo dijeron que no debían hacerse trabajos de este tipo en la casa de alguien que está esperando —dijo y se giró hacia él—. ¿Es eso cierto? 

Xue Yang no pudo contener una risita, sacó el martillo y lo giró entre sus dedos de su mano completa. 

—¿Xiao XingCheng, acaso crees en tabúes tontos? ¿Acaso prefieres que ese bebé duerma entre la paja o en un ataúd? —se burló y depositó el martillo en sus manos—. Son todas habladurías de tontos. 

—Pero es que… Es que no lo sé, ¡hay tantas cosas que no sé sobre esto! Al principio ni siquiera sabía lo que me estaba pasando ni siquiera tú sabías o no querías aceptarlo…

—¡Ey, tenía todo el derecho de dudar! Pensé, pensé que sabrías evitarlo —lo acusó pero con un tono más bien burlón—. ¿Quién diría que aparte de virgen eras ignorante? —canturreó.

Xiao XingChen se avergonzó tanto que quiso llorar. 

—Perdón —soltó en un sollozo—, es que me han dicho tantas cosas estos días e incluso he oído que susurran a mis espaldas.

—¿Y qué demonios dirían de ti?

—Sienten pena de alguien en mi estado. Dicen debería pensar en cosas bonitas y leer poesía, que no debería haber sonidos de martillos ni estar relacionado a muertos o a demonios. ¡Yo no lo sabía! Hemos ido a cacerías nocturnas hasta no hace mucho, has estado reparando la casa con incesantes golpes, hasta… Hasta lo seguimos haciendo y escuché que eso también está prohibido —agregó en un susurro. 

Xue Yang se había llevado una mano a la boca pero para no estallar de risa. 

—Xiao XingChen… Son habladurías de pueblo —dijo y no pudo evitar que se les escaparan algunas carcajadas—. No les prestes atención.

—Es que no puedo, no sé qué me pasa últimamente… —siguió y estiró las manos, buscándolo. 

Xue Yang fue a su encuentro y le dio un abrazo reconfortante. 

—Daozhang, te lo prometo. Nada saldrá mal, además… Eres tú el padre de este niño, ningún demonio se le acercará —dijo y, pensando mejor sus palabras, agregó—. Al menos no uno que atente contra él.

—Está bien… —respondió y se mordió el labio.

—Oh, vamos… No pongas esa cara. ¿Por qué no tocas más la pequeña cuna que hice para nuestro lindo bebé? —lo animó, quitándole el martillo y dejándolo por ahí.

Xiao XingChen negó con la cabeza y apretó sus manos bajo las mangas a la vez que uno de sus pies comenzó a golpetear el suelo con impaciencia. Xue Yang lo miró unos momentos hasta que logró entender y asintió, comprendiendo. 

—¡Ya entendí! ¿Te ayudo a quitarte los pantalones? Cada día estás peor con esto.

—No te burles, llevo aguantando un buen tiempo —se quejó el ciego que moría de ganas por vaciar su pobre vejiga. 

A-Qing volvió cuando la rabieta se le había pasado, había dado vueltas por el bosque y se había metido al pueblo a curiosear. Compró un par de amuletos rojos para el bebé del daozhang y unos caramelos para hacer las pases con el desgraciado que se había atrevido a deshonrarlo, después de todo, ella no podía expulsarlo. 

Vio su parte de la comida en la mesa y se acercó elevando la nariz como si la estuviera olfateando, se sentó y comió a manos llenas mientras trataba de encontrar a sus compañeros. El silencio era bastante incómodo y rebuscó entre las habitaciones reparadas de la casa de ataúdes hasta que oyó unos suaves jadeos que la cohibieron. 

Xiao XingChen estaba recostado de lado mientras Xue Yang había dejado atrás los masajes a sus pies y manos hinchadas para dedicarse a otras partes de su cuerpo. Jugaba con ambas erecciones mientras se rozaba fervorosamente entre las nalgas de su amante, aprovechando su posición a sus espaldas para besarlo y llenarlo de marcas en el hombro. 

—¿Qué tal te sientes ahora? 

—Ngh… Me gustaría ir más allá…

—Xiao XingChen, eres un sinvergüenza —se burló el más joven—. No dijiste solo hace unas horas que te sentías mal por hacer estas cosas mientras estás encinta y ahora no solo me pides algo de consuelo sino que te lo haga. 

—Lo necesito… —insistió, arañando el suelo de madera. 

A-Qing quería llorar, no veía lo que pasaba para su buena suerte, pero no sabía cómo había terminado metiéndose sin que ellos se enteraran. Solo pudo abogar por su propia capacidad de moverse sigilosamente, fallando estrepitosamente en el primer intento. Su palo cayó y ella corrió un poco más lejos de aquella ventana. 

Xiao XingChen y su amante se quedaron tiesos, esperando alguna otra reacción. Como no oyeron nada más, Xue Yang se arregló mejor las prendas superiores y miró a través de la ventana. 

—Enana, ¿eres tú?

—De-deja de llamarme así —gritó ella desde más lejos, en el suelo, fingiendo que había tropezado. 

—Ja, ja, ja… Vaya que eres tonta. 

La niña le sacó la lengua y tomó su palo para ayudarse a ponerse en pie y señaló a una dirección más imprecisa. 

—Ya verás cuando te encuentre, te golpearé donde te duele. 

Xue Yang levantó una ceja y miró ese lugar que estaba dolorosamente erguido y se recostó en los bordes de la ventana. 

—Ahora estoy jugando con el daozhang, ¿podrías largarte por un rato? O… ¿acaso te nos quieres unir?

—No… No le digas eso —respondió Xiao XingChen muerto de la vergüenza. 

—¡Ay! Perdón, es que ella siempre se está metiendo donde no la llaman —respondió secamente el menor y la chica gruñó.

—No necesito nada de ti, iré de regreso al pueblo. Hay cosas mucho más interesantes allí, especialmente desde que llegaron otros cultivadores —soltó y salió rápidamente de la casa de ataúdes.

Xue Yang rio suavemente hasta que cayó en cuenta de lo que había dicho. 

—¿Qué otros cultivadores podrán ser esos? —quiso saber el ciego y Xue Yang se puso pálido como un fantasma. 

—¿Qui-Quién sabe? Daozhang, no nos preocupemos por ellos, de seguro solo nos molestarán. 

—Si nos encontramos con ellos deberíamos hablarles para que vigilen más este lugar porque cuando nazca nuestro niño no podremos rondar como antes. 

Xue Yang se recostó de nuevo a su lado y lo abrazó desde atrás. 

—Claro que todo será como antes. Tú, la enana, nuestro bebé y yo. Todos felices, daozhang… Todos felices. 

—Es raro que suenes tan dulce, pero si A-Qing ya se fue… —empezó apenado—. ¿Podríamos seguir?

—Y después me preguntas cómo te quedaste preñado… —se quejó el menor que llevó de nuevo las manos sobre él y, aunque trató de concentrarse en jugar con él, no pudo sacar de su mente la duda de quiénes serían los que estaban metiéndose en su territorio. 




Xue Yang se había propasado un poco con los orgasmos que le había dado al daozhang, llevado por los nervios y por la ansiedad, pero principalmente, por un buen plan. El sueño no tardó en caerle encima tras tantos esfuerzos y Xiao XingChen descansaba plácidamente en su camastro de paja. La niña, había regresado feliz con unos amuletos absurdos y jugó con ellos largo rato antes de quedarse dormida también por lo que se decidió a salir de allí, dejando un lugar vacío al lado de la cama de su amante. 

Si había una razón por la cual estuviera tan irritado los últimos tiempos no era solamente a la carga emocional que traía de por sí el simple hecho de que iba a ser padre, sino que un cultivador ciego y además embarazado era algo que difícilmente pasaba desapercibido para la gente. Realmente, aunque había dejado de cortar lenguas y envenenar citadinos para que Xiao XingChen los matara sin piedad, no se arrepentía de ello ni un poquito porque estaba seguro de que todos ellos hubieran hablado sin parar de su situación también, facilitando la llegada de sus enemigos. 

En la ciudad, todo era tranquilo y la niebla había bajado la visibilidad, pero eso no le evitó adivinar en qué posada de lujo se pudieron haber hospedado los grandes cultivadores. Observó luz en la más ostentosa y se coló a escondidas, vigilante. 

Las ropas eran blancas y grises por lo que supuso que eran enviados de ese otro idiota que Jin GuangYao solía tener rondado a sus pies. Qué asco le daba, era más lame culos que cualquiera en todas las grandes sectas. Pero no importó, si eran subordinados de ese idiota no serían difíciles de eliminar. 

Xue Yang no tuvo que hacer mucho, una falsa alarma, seguida de una persecución tortuosa, llevó a los cultivadores a caer presos de las manos asesinas del delincuente, que se las arregló hasta para hacer desaparecer sus cuerpos a manos de cadáveres feroces que atrajo con sus técnicas demoniacas. 

La luz del amanecer trajo consigo no solo un nuevo día sino una gran sonrisa de Xiao XingChen al despertar. Xue Yang apenas había logrado asearse y estaba un poco cansado, pero se divirtió apenas lo vio levantarse a tientas sin recordar exactamente cuánto se habían divertido. 

—¿Dónde estás? —quiso saber, seguro de que no estaba a muchos pasos de él—. Ayúdame a vestirme, quiero ir a la ciudad. Tengo ganas de preguntarles algunas cosas a esos cultivadores. 

La sonrisa en el otro se congeló en un instante y se cruzó de brazos. 

—No creo que haga falta —dijo secamente. 

—¿Ah?

—Claro que sí, debo vestirme apropiadamente para salir —lo regañó—. No soy tan desvergonzado como me acusas ser. 

Xue Yang frunció el ceño y luego explotó de risa frente a él. La verdad es que con tantos esfuerzos por seguirle la corriente e intentar se gracioso, a veces, le daba resultado. Haciendo unos chistes o comentarios completamente inesperados. 

—No me refería a eso —respondió con más calma y lo tomó de una mano—. Es que salí temprano a comprarte pan y leche, no puedes seguir bebiendo solo de la mía —susurró en su oído con desfachatez mientras el otro se sonrojaba ferozmente. 

—Mmm… 

—Ja, ja… Yo sé que es tu favorita así que no te hagas el decente —insistió y luego lo atrajo hacia él—. Mientras estuve por ahí, oí que anoche salieron a cazar a un monstruo o algo así. No han regresado, probablemente este pueblo les parece demasiado tranquilo como para quedarse.

—Oh, no puede ser… 

—Sí puede, todo es gracias a que daozhang es tan genial que ha erradicado a todo el mal del lugar.

—Exageras.

—Bueno, casi todo el mal…

Xiao XingChen lo soltó y rebuscó sus ropas esparcidas aquí y allá mientras Xue Yang las pateaba para que pudiera agarrarlas, silbando alegremente para aguantarse la risa. Estaba muy feliz de que todo hubiera salido bien hasta que el taoísta se sentó al borde del camastro, tratando de ponerse las botas. 

Al notarlo, Xue Yang rodó los ojos y se arrodilló frente a él para ayudarlo. Tras unos segundos en los que la bota se atoraba sin lograr meterle los pies, renunció.

—Daozhang, creo que tendrá que comprar botas nuevas o andar descalzo. 

—Ahora ni siquiera puedo ir al pueblo a preguntar por las noticas que trajeron los cultivadores.

A Xue Yang que se había calmado con el tema completamente se le subió la sangre a la cabeza en un segundo y tiró la bota a un lado con violencia. 

—¡Pero sigues con eso! ¿Qué demonios quieres saber? —gritó y el ciego frunció el ceño con evidente enfado. 

—¿Qué te pasa? —exigió saber con tono más cortante. 

Xue Yang lo miró con indignación, sintiendo el rechazo de su parte. Podía jurar que podía ver la mirada de desaprobación del viejo Xiao XingChen en su semblante mientras esperaba a que le respondiera, justo como en el pasado. Era la primera vez que le hablaba en ese tono desde que se habían separado como enemigos y eso… 

Eso le dolió demasiado. 

—¡No me pasa nada! ¿Qué podría pasarme? Es solo que quieres salir a toda costa, ¿quién sabe qué podría pasarte? No entiendes cuando te digo que estás delicado, ¿quieres que te diga inútil para que me entiendas? No quiero que salgas más hasta que esté seguro de que no pasará nada malo.

—¿Qué? —soltó el cultivador que cerró los puños, incrédulo—. ¿Quieres encerrarme aquí? Debo estar oyendo mal, debo estar perdiendo el oído también o es que te has vuelto loco. No puedes mantenerme encerrado y no me pasará nada solo por ir al pueblo. 

—¡Ni-Ni siquiera tienes zapatos! —lo acusó Xue Yang, encaprichado.

—Eso no importa, iré como sea. Estoy embarazado, no inválido, estaré ciego pero aún puedo escuchar, oler, sentir… ¡Que no vea no significa que sea tan vulnerable que necesites encerrarme en uno de estos ataúdes! 

—¿Entonces solo quieres salir? Si quieres salir, yo te llevo —soltó y lo cargó en sus brazos—. Dime a dónde y ahí iremos.

—¡Bájame en este instante! ¿Qué te has creído? 

Xue Yang gruñó y apretó fuertemente la mandíbula mientras lo miraba con ganas de ahorcarlo ahí mismo si no estuviera usando las manos para sostenerlo. 

—¿Qué me creo? No sé, daozhang, dime: ¿qué piensas que soy yo para ti? Quizás así pueda responderte —soltó y luego lo bajó de nuevo antes de ceder a las ganas de tirarlo y destriparlo allí mismo. Le hubiera sacado los ojos si el estúpido no lo hubiera hecho antes que él. 

Xiao XingChen apretó las mangas de su hanfu aguantando las ganas de llorar y trató de calmar su respiración, pero rápidamente comenzó a sollozar. En esos momentos era tan incapaz de manejar sus emociones como de agacharse a levantar un simple zapato del suelo. 

A-Qing entró pateando la puerta y tuvo que contenerse para no ir directo a romperle la cara al hijo de puta que le gritaba a su daozhang. 

—¿Qué le estás haciendo? —exigió saber mientras miraba a una pared.

—Nada que te incumba. Esta no es una conversación para enanas. 

—Hijo de… — comenzó la joven que había cambiado el agarre de su bastón y no le importó que notaran o no que veía bien para darle unos golpes en su maldita cara de delincuente presuntuoso. 

—¡Ya basta! —gritó Xiao XingChen, descolocándolos a los dos—. ¡Váyanse ahora mismo! —exigió y ambos jóvenes lo miraron, estupefactos—. ¡Vayanse! ¡Vayanse! —soltó entre sollozos y se levantó a empujarlos sin ningún control hasta echarlos de la habitación. 

Cerró de un portazo y hasta la puerta se desencajó mientras los otros dos se miraron inquietos. 

—¡Pero qué mierda! —escupió Xue Yang. 

—Ya hiciste enojar a daozhang… —tembló la jovencita que agarró la manga de su compañero. 

—No estoy ciego, ciega estúpida —soltó y luego se llevó una mano al rostro antes de reír hasta terminar en llanto—. Yo no soy el que está ciego —insistió e hizo un esfuerzo para detenerse antes de derrumbarse. 

Respiró profundamente varias veces y metió la mano entre los pliegues de su túnica hasta sacar una bolsita de hierbas, la revisó y luego de lanzar una maldición, tomó a la chica de los hombros y la sacudió.

—Ve al pueblo y compra té de lindeng ahora mismo —ordenó y le dio dinero en abundancia—. ¿Entendiste?

—Sí.

—Entonces toma tu maldita vara y corre, ciega estúpida —la regañó y tras su salida, corrió a hervir agua. 

Xiao XingChen estaba sentado al borde de su cama, apretujando su rostro mientras trataba de calmarse, los dolores en su vientre se hicieron presentes y golpeó la paja con el puño varias veces hasta romper la superficie. Xue Yang entró con una bandeja tras varios minutos. Oía a la bajilla tintinear mientras la depositaba sobre la mesa, tomó la taza de té en sus manos y la acercó al ciego para que la sostuviera.

En cuanto la agarró, se alejó rápidamente dos pasos de él. 

—Te hará bien.

Xiao XingChen estaba demasiado molesto. Consideró, como siempre, asentir y aceptar aquello para intentar calmarse pero llevaba demasiado tiempo así. Estaba harto, apretó la taza con tanta fuerza que reventó en sus manos y Xue Yang pegó un respingo antes de saltar hacia él, asustado. 

Sacó todos los pedazos de su mano y luego corrió por un cuenco de agua fría para lavársela. Se arrancó un pedazo de la manga y envolvió su mano con fuerza hasta parar la hemorragia y luego lo miró con alivio y fastidio a la vez. 

—¿Estás mejor?

—No.

—¿Quieres que te deje solo?

—Sí —respondió y Xue Yang se levantó, pero antes de que diera un paso, lo agarró de la ropa—. En realidad… No.

Xue Yang llevó las manos al cielo y luego maldijo un montón entre dientes hasta que respiró profundamente y se giró con más calma hacia él. 

—¿Qué?

—No te enfades conmigo —apuntó y se llevó las manos al rostro—. Es que… Es que he estado pensando en muchas cosas y no sé. No es como que quiera ponerme en peligro. Entiendo que te preocupas y por eso te pones así, pero no es excusa para tratarme de esta manera —se defendió y Xue Yang se mordió el labio para poder mantenerse callado y no soltarle algún improperio. 

Estaba preocupado, pero estaba más asustado de que algún estúpido cultivador lo reconociera y el maldito e imbécil ciego lo descubriera. No sabía de qué sería capaz si algo así pasaba, de ahí surgía tanta rabia, pero no había notado que los pensamientos del estúpido corrían por ahí. 

Dejó escapar un largo suspiro y se arrodilló frente a él para revisar su mano de nuevo, había atado demasiado fuerte el nudo y le molestaba ver cómo se ponían sus dedos azules frente a él. 

—Intentaré calmarme, pero no discutamos así de nuevo. Te hará mal, le hará mal a ese engendro y hasta esa niña estúpida que nunca se asusta de nada está llorando en un rincón, aterrada. Me siento hasta vencido, jamás la he hecho llorar. 

—Me disculparé con ella después —luego, levantó un amano y le dio un golpecito en la cabeza—. Y no llames a nuestro bebé engendro, tonto.

—Je, je, je… Como quieras, pero… ¿No eras tú el que quiere seguir las tradiciones absurdas? ¿Nunca oíste que para confundir a los demonios y que no quieran poseer el cuerpo de los no nacidos se les llama por nombres feos?

Xiao XingChen llevó una mano sobre su boca y sacudió la cabeza en negativa.

—No lo sabía, pero no quiero llamarlo de formas desagradables. Quiero decirle solo cosas buenas, quiero… Quiero… Quiero recitarle poesía o cantarle canciones o…

—Por favor… Mi hijo va a ser un estúpido como tú, al menos que sea poesía práctica o un manual de supervivencia básica. 

Xiao XingChen no quiso reírse más porque quería pretender seguir enojado. 

Tras unos segundos en silencio, Xue Yang cargó otra taza con el té y se lo enfrío antes de dárselo de nuevo. Xiao XingChen le dio las gracias y bebió. Momentos después, los dolores calmaron e incluso su cabeza dejó de palpitarle, todo parecía volver a calmarse lentamente. 

Tras terminar su infusión, le tendió la taza a Xue Yang para que la asegurara. No se sentía bien después de todo ese escándalo y quería disculparse, pero más que nada, quería explicarse. Xue Yang juntó los trozos rotos debajo de sus pies y los tiró sobre la bandeja antes de regresar a mirar la mano enrojecida por el té caliente. 

—No te preocupes, no me duele —le aseguró él y luego llevó la mano sana de su brazo a su rostro a tientas.

Lo acarició varias veces hasta que sintió que podría recrear su rostro en su mente, sintiéndose inquieto por la familiaridad que creía poder darle, como si pudiera hasta visualizarlo de alguna manera mientras el otro se desviaba completamente de su inocente toque hasta besar y lamer la palma de su mano. 

Xiao XingChen sintió una corriente recorrer su espalda y se sonrojó. Pero antes de que eso continuara de nuevo, detuvo el avance de su amante a sus labios y lo hizo retroceder con un dedo para que se sentara de nuevo frente a él. 

—Quiero decirte algo. Algo muy importante —aclaró y las cejas del otro se arquearon.

—Pues dilo. 

El ciego suspiró y, como si abriera una vieja herida, su expresión se volvió arrugada ante el dolor. 

—Años atrás… —empezó tratando de no sonar demasiado nostálgico—. Cuando bajé de la montaña de mi maestra, conocí a un hombre en especial —dijo y Xue Yang tragó saliva con fuerza—. Ese hombre… Su nombre no importa, pero ese hombre era todo para mí y no lo entendí, no lo entendí nunca hasta que fue demasiado tarde…

—Song ZiChen —articuló con los dientes apretados. 

Xiao XingChen se sorprendió tanto que lo agarró repentinamente de las manos, alterando a Xue Yang que se desesperó porque soltara su mano izquierda. 

—¿Lo conoces?

«Quisiera poder olvidarlo», pensó. 

—Daozhang… ¿Quién no ha oído hablar de él? —intervino con una risa nerviosa— Es muy famoso, el daozhang también y por eso me siento tan agradecido de haberlo conocido en un lugar tan perdido como este —se explicó usando su tono juguetón al final.

Xiao XingChen retrocedió, decepcionado. 

—Ah, claro…

—Daozhang… Daozhang… ¿Qué es lo que pasa? 

—No. No es nada —empezó y luego negó con la cabeza—. En realidad, sí. Yo solo quería saber de esos cultivadores algo. Quería saber si alguien había visto a Song Lan. No es que quiera encontrarme con él porque ese no es mi deseo ni el suyo, solo quería saber si estaba bien. 

Xue Yang agradecía que le había dado sus estúpidos ojos al estúpido de su ex compañero, sino no podría rodar los suyos y hacer gestos de asco con la lengua afuera como lo estaba haciendo en ese momento. Xiao XingChen suspiró una vez más y juntó las manos sobre sus piernas. 

—Perdón, no debí hablar de esto. De seguro estás incómodo. 

—No me molesta que me hables de tu pasado —mintió él y se levantó de entre sus piernas antes de que lo agarrara de las pelotas y las estrujara por hablarle del maldito ex novio. 

Era la primera vez que Xue Yang experimentaba semejantes celos y, la verdad, lo estaba pasando muy mal. 

—¿Ah, no…? Vaya, eso me alegra. Creo que es una forma más de conocernos el uno al otro. 

—Sí, sí… Como sea —respondió, demostrando que su interés realmente no llegaba muy lejos. 

Xue Yang estaba molesto, pero pensó en que no sería mala idea presionar un poco más. Ya que el maldito ciego le había recordado al amargado de Song Lan, no sería justo que le recordara la razón de su separación por lo que contuvo la risa como pudo e indagó con algo de desinterés.

—Todos conocen las historias de los dos, mi querido XingChen… Pero lo que nadie sabe es… ¿Por qué se separaron? —indagó y los músculos del cuerpo de su interlocutor se tensaron. 

—Eso… De eso aún no estoy preparado para rememorarlo —finalizó, sellando sus labios y se recostó en la cama con lentitud. 

Xue Yang contuvo un gruñido y se levantó de un salto. 

El sol estaba en medio del cielo, el calor lo sofocaba mientras avanzaba con las manos cubiertas de sangre hasta un río aledaño, llevaba una canasta que había armado Xiao XingChen llena telas de diversos colores que habían sido salvadas de las salpicaduras a penas. Estaba demasiado fastidiado por el sudor y por las interminables incursiones de los subordinados de su viejo amigo. 

Si había algo que había decidido sin saber exactamente cuándo, es que no dejaría que nada arruinara su pequeño mundo ni por la protección del clan Jin sobre sus espaldas. Estaba harto de todo eso, harto de la cultivación, pero sabía que tarde o temprano el destino lo pondría frente a frente con su pasado, pero no todavía. 

Bajó sobre unas piedras las delicadas prendas de bebé y se lavó las manos con fervor, raspándoselas incluso porque el olfato del maldito ciego con el que convivía era demasiado bueno. Querría saber por qué olía a sangre sin ninguna herida a no ser que se hiriera una con alguna rama, alegando que había sido producto de su torpeza. 

Cuando llegó, encontró a A-Qing abanicando al ciego que estaba bajo una sombra. Tenía las mejillas rojas y la respiración entrecortada. Caminó casi arrastrándose hasta ellos y bajó la canasta sobre uno de los ataúdes antes de hablar.

—¿Tienen calor? —se burló y la joven arrugó el ceño y gruñó.

—Ven aquí y ayuda al daozhang, apenas puede respirar. 

—A ver si aprende a no desearme tanto dentro suyo —soltó y no solo la chica se ruborizó, sino también el cultivador que le lanzó certeramente el abanico a la cabeza.

—Mide tus palabras, por favor —le rogó y Xue Yang se sobó la frente mientras la niña trataba de no reírse por no poder demostrar que vio aquello. 

—Está bien, está bien… —respondió y luego miró a su alrededor—. Si tienen tanto calor, ¿por qué mierda están aquí afuera en el sol?

—Daozhang dice que no puede respirar adentro. 

—Ah, pero aquí se cocinará a fuego lento. Dame la mano, te abanicaré yo hasta que puedas conciliar el sueño.

—No quiero dormir, no encuentro una posición que me sea cómoda… 

—Te quejas más que un bebé… No quiero ver cómo será esa cosa que traerás al mundo. 

—No le hables así al bebé del daozhang, tonto —se quejó la jovencita y el otro rodó los ojos. La chica caminó hacia el ataúd donde había depositado sus cosas y las tocó, fingiendo sorpresa—. ¿Qué es esto? ¿Volviste a robar?

Xiao XingChen que se había levantado a duras penas se giró hacia ellos de nuevo con expresión afligida. 

—Cállate, ciega estúpida —le soltó pero ya fue tarde.

—Te dije que no lo hagas más, no es necesario… Aún tenemos dinero.

—Que deberíamos guardar para cosas que no me pueda robar. Como la atención de un médico que no pueda amenazar —dijo lo último entre dientes y Xiao XingChen arrugó la frente. 

—Sé que estas preocupado, pero no es bueno. Hazme un favor y devuélvelos, no necesitamos eso.

Xue Yang rodó los ojos mientras asentía que haría todo eso que no pensaba en lo más mínimo cumplir mientras la niña sopesaba la idea de que debía callarse un poco más. Ella no quería que nadie relacionado a su daozhang hiciera cosas malas, pero ella siempre había sido más pragmática y, aunque le doliera volver a pensar así, no podía evitar sentir más simpatía por los métodos de Xue Yang que los del respetable cultivador. 

Con el correr de las semanas, Xue Yang había destrozado algunos de los ataúdes para convertirlos en muebles más prácticos para una casa. Hasta la cama ahora era mucho más cómoda mientras que un viejo baúl de herramientas, ahora era donde guardaba todo el ajuar del bebé y, lo más importante, con tantos cambios a su alrededor el ciego no lograba percibir todo lo que había sido traído en contra de la voluntad de otra persona. 

Xue Yang se retorcía de risa mientras Xiao XingChen acariciaba las mantitas que se había robado de una pareja joven que había pasado por el camino principal de la ciudad. 

—¿De verdad te los regalaron? 

—Sí, daozhang… Me dijeron que has hecho muchas cosas por el pueblo, defendiéndolos de las criaturas malvadas. ¿Cómo no hacerte estos pequeños obsequios?

—Me siento halagado, quizás debería ir a darles las gracias.

—En otro momento, daozhang —respondió juguetón, obligándolo a recostarse de nuevo—. Apenas puedes dar unos pasos sin que te quedes sin aire.

—Sabes que me encantaría, pero no hay manera de encontrar una posición apropiada. Necesito que este niño nazca de una vez —se quejó y, de la nada, soltó un quejido suave. 

Bajo las telas, el enorme vientre del taoísta se movía como si algo estuviera golpeando en su interior, incomodándolo aún más. 

—Siento que voy a vomitar.

—Pero, ¿qué dices? —lo regañó— ¡Mira, se está moviendo! —soltó sin pensarlo y posó una mano sobre él para poder sentirlo mejor mientras Xiao XingChen trataba de mantener una sonrisa forzada ante ello. 

Realmente le molestaba, pero en ese momento en que la voz de Xue Yang se había vuelto toda felicidad, quiso poder ver. 

Llevó su propia mano al lado de la de Xue Yang, no era la primera vez que pasaba eso, solo que parecía ser más notorio a esas alturas de su embarazo. Xiao XingChen calló y se aguantó la tristeza de saber que no podría apreciar aquello. Imaginar que jamás podría ver la cara de su primogénito lo descompuso y guardó esos pensamientos en el fondo de su corazón para que nadie pudiera notarlos. 

Él siempre pensó que nunca lamentaría su decisión de entregar sus ojos, hasta ese momento. 

—Compré ropas suaves, algunas son más bonitas pero preferiría que la tela no sea muy dura. No puedes dejar que nuestro pequeño engendrito vista en harapos.

Xiao XingChen no dijo nada y, por esa misma razón, Xue Yang supo que estaba divagando de nuevo. 

Carraspeó y, pacientemente, puso orden a la pequeña habitación hasta que el ciego al fin le habló. 

—Hoy saliste temprano, me pareció que no había amanecido, pero no estoy seguro… ¿Adónde fuiste?

—Ah… Sí había amanecido. Fui a dar una vuelta, es la hora más fresca, además quise vigilar los alrededores, no hemos salido de cacería nocturna en mucho tiempo y quería limpiar un poco. 

—No salgas solo, me preocupo.

Xue Yang no esperaba ese tipo de comentario y se sintió demasiado aturdido, las manos le temblaron unos segundos hasta que se cruzó de brazos y se esforzó por recuperar la compostura. 

—Debía poner los sellos protectores a los alrededores e ir a ver a la partera del pueblo que me volvió a regañar… 

—¿Y con qué la amenazaste esta vez? —rio el otro a lo que Xue Yang no pudo evitar carraspear.

—Que la cortaría en dos…

—¿Te dijo histérico de nuevo?

—No es eso. Es que… Es difícil explicarlo, hablar con ella es raro —el delincuente suspiró y sacó su daga con la que jugó unos momentos—. Ya falta poco.

—Y no lo tomes a mal, pero estoy realmente ansioso de que todo esto termine —replicó el ciego y se removió en su cama—. Nada de lo que como me cae bien —suspiró—. Además, estoy comenzando a asustarme. 

—¿Asustarte? ¿Cómo es eso? —soltó el otro y dejó a un lado su daga. 

—No lo sé. Estoy nervioso porque todo es muy repentino. 

—¿Repentino? ¿No eres tú el que se queja de que la espera es larga?

—No es eso a lo que me refiero. Es algo diferente, esto que nos está pasando es algo que no imaginé nunca. 

—¿Nunca…? Ni siquiera con Song Lan… —dejó escapar casi perdido en su propio gozo de saberse el ganador. 

La expresión de Xiao XingChen cambió drásticamente, era cierto que era algo que rondaba su mente pero no esperaba que el joven al lado de él lo sacara. 

—Tuve muchos sueños con Song Lan pero no me atreví a ir tan lejos…

—¿Y conmigo…?

—Contigo… Contigo es todo tan natural que ni siquiera entiendo cómo es que todo pasa tan rápido. 

—Me alegra oír eso. Debería darte un premio. ¿Quieres un masaje en los pies o algo más divertido? —susurró, echándolo contra la almohada con bastante delicadeza. 

—Ahora no creo… —un beso cayó a su cuello por lo que se movió instintivamente para que siguiera—. No…

—Te hará sentir bien… Lo prometo —insistió el otro pero antes de que pudiera bajar la mano que se había colado en el cuello de su ropa, el ciego dejó escapar un fuerte gemido que llamó inevitablemente su atención.

Xue Yang parpadeó y movió de nuevo la mano sobre su pecho, sacándole más y más jadeos. La levantó al sentirla húmeda y vio las ropas mojadas encima de su pecho.

—Interesante —susurró a la vez que aflojaba el fajín y exponía aquél pecho firme pero que ahora parecía un poco suave e incluso grande—. ¿Será lo que creo que es…?

—No me toques ahí, por favor… —insistió en vano cuando sin poder evitarlo se hundió en una nueva y extraña sensación. 

Le dolía mucho, pero a la vez calmaba la sensación de tensión hasta que Xue Yang apretó desvergonzadamente sus pezones, provocando una descarga que dejó a ambos en un silencio interrumpido solo por sus respiraciones agitadas. 

—¿Puedo…? —indagó el delincuente, pero antes de que una respuesta se formara en los labios del otro, su boca había bajado a jugar con aquello que estaba llamándolo. 

Xiao XingChen se mordió una mano mientras experimentaba algo completamente nuevo y raro. La lengua ajena jugaba alrededor de sus pezones, aliviando la sensación de hormigueo que había estado sintiendo mientras usaba un par de dedos para jugar con el otro lado. Xue Yang estaba sentado al lado de él, incapaz de ponérsele encima como hubiera querido o colado entre sus piernas por el enorme obstáculo que ahora representaba su querido y pequeño engendro. 

El mayor jadeó, incapaz de pedirle que se detuviera cuando Xue Yang lo mordió sin reparo alguno. Los sonidos de su voz elevaron la temperatura del menor y se separó de él para besarlo sin más tapujos. Xiao XingChen pudo sentir un sabor extraño, un poco acuoso mientras el otro no paraba de divertirse con sus manos sobre sus pechos. 

—¿Cómo se siente? 

—Sigue, sigue… —insistió el ciego y atrapó su cabeza para regresarlo a la zona necesitada de su cuerpo y Xue Yang obedeció rápidamente. 

Al succionar una vez, una cantidad cálida entró a su boca. No tenía mucho gusto a leche aún pero estaba seguro de que tarde o temprano tendría que luchar contra su propio morbo para dejarle algo de comer a la pobre criatura que esperaban con tanto apuro.

Los jadeos aumentaron y no supo si era o no normal pero él ya estaba duro debajo de la ropa y tenía demasiadas ganas, tantas que no sabía si salir a matar a alguien serviría para bajarse la calentura.

No, estaba necesitado. 

Xiao XingChen podía oler ese aroma proviniendo de él, el gruñido en particular que hacía mientras se aguantaba y estiró una mano hasta su cintura, hasta llegar a su entre pierna. 

—No… No podemos, no quiero lastimarte. Ni siquiera puedes moverte. 

—No, no me moveré mucho, déjame ayudarte. 

Xue Yang asintió, ayudó al ciego poniendo más almohadas debajo de su cabeza, dejándolo casi sentado mientras él se arrodilló, dejando al ciego en el medio de sus piernas. Era una posición muy desventajosa para él, pero en cuanto las manos del otro tomaron su ardiente erección, todo quedó olvidado. 

Xiao XingChen tenía una manía que, si alguien le hubiera dicho en el pasado no se lo hubiera creído nunca, es más, se hubiera reído hasta el punto de caer muerto. Pero ahí estaba frente a él, la verdad innegable de lo vicioso que podía ser su daozhang, quien lamía desvergonzadamente su miembro húmedo e hinchado como si estuviera saboreando algún tipo de manjar. 

Xue Yang apenas podía mirarlo cuando paseaba su lengua desde la punta hasta la base mientras sus manos se colaban por todas partes, atrevidamente. Soltó un jadeo cuando tras una sonrisa maliciosa de su parte, apretujó sus nalgas separándolas y se metió hasta donde pudo todo lo que había ante él. El delincuente se sintió en el aire, los sonidos de la boca llena del otro, la lengua haciéndole cosquillas en la parte de abajo y…  Desprevenidamente un dedo se coló en su entrada.

Un suspiró largo escapó de sus labios y un dedo travieso hizo el camino directo hacia su interior. 

Una vez más, el maldito ciego lo había engañado. 

—Hijo de puta —gruñó y Xiao XingChen metió otro dedo—. Me las vas a pagar, te voy a destruir el puto trasero. ¡No me importa nada! Ah… —gimió y el ciego se separó de él haciendo un sonido aun más descarado. 

Lágrimas de gozo hacían borrosa la vista de Xue Yang pero eso no evitó que admirara la satisfacción en la cara del otro y su semilla derramándose en las comisuras de sus labios. Una visión que servía para volver a correrse. Xiao XingChen tragó haciéndolo muy sonoro y se llevó el dorso de la mano para limpiarse la boca y lamer lo que quedaba en ella. 

—Si vas a beber de mí, debes pagar con algo. 

—Hijo… Hijo de… ¡Hijo de puta! —gruñó y en un ataque de locura se movió de encima suyo y lo volteó. 

Xiao XingChen sintió una punzada de dolor pero se aguantó, fue más por el movimiento brusco. Xue Yang se masturbaba de nuevo, alcanzando el suficiente vigor mientras usaba su mano húmeda para meterse entre las piernas del mayor. Lo había dejado recostado, le levantó una pierna y se arrimó lo más que pudo hasta invadirlo sin demasiada preparación. 

Xiao ChingChen jadeó y se mordió el labio ante tan repentina penetración y el aliento de Xue Yang, cálido se sintió en su cuello, susurrando. 

—¿Es esto lo que quieres? ¿Quieres que te dé esto? ¿Quién lo diría, Daozhang? Pareces una perra en celo…

No podía verlo y estaba seguro de que si hubiera podido estaría cerrando los ojos mientras el calor en sus mejillas, en su pecho en todos lados aumentaba. Sentía su corazón retumbando en su interior mientras Xue Yang entraba y salía con bastante calma para el tono de voz amenazante que había estado usando. 

—Más fuerte.

—¡Cierra la boca! —ordenó y le levantó un poco más la pierna, buscando rozar el sitio especial en el interior de su daozhang—. No puedo creer que ni estando por nacer nuestro hijo puedas seguir queriendo que te dé más… Ja, ja… Je, je… ¿Cómo haremos para no tener veinte, eh? Dímelo Xiao XingChen, ¡dímelo! ¿Acaso en la montaña de donde bajaste todo es tan puro que apenas comprendiste esto no te sabes poner límites?

—No, no hay nada… Nada. Ah… ¡Ahí, ahí!

Xue Yang guardó silencio un momento y se ubicó mejor para poder cumplir los deseos de su querido amante, en parte porque no sabía cuándo podrían hacerlo tan desvergonzadamente, pues llevaba un tiempo sin meterla y eso estaba resultando bastante reconfortante, pero por otro lado, hacérselo en esas condiciones, en ese estado… Estaba haciéndolo delirar aún más. 

—Daozhang… Tan perfecto, tan respetable… ¡Tan íntegro! Y está aquí, con mi hijo bastardo a cuestas y mi verga tan profunda que no puede ni parar de gemir… ¡Vamos, vamos di mi nombre, estúpido sacerdote! ¡Estúpido daozhang, dilo!

—Ahh… No, no… 

—¿No? ¿Qué es no, daozhang? —susurró y mordió su hombro con fuerza, marcándolo la forma de sus dientes con dos pequeños caninos sobresaliendo. 

—Ay, ah… ¡No lo sé, no sé tu nombre! —gritó y en ese mismo instante se corrió pero Xue Yang había dejado de aplicar fuerza en todos lados.

Al darse cuenta de ello, gruñó entre dientes y se movió unas veces más antes de acabar, enfadado. Xiao XingChen estaba cansado, avergonzado e, incluso, se sentía ultrajado. Pero lo pero de todo es que nada de eso lo hacía sentir mal, sino más… Más animado. 

Suspiró largamente mientras se giragaba como podía para encarar a su amante que estaba recostado mirando el techo con expresión ausente. 

—E-Eso estuvo… 

—Estuvo bien, lo sé —dijo Xue Yang que se levantó, alejándose rápidamente de él. Tomó sus pantalones, su fajín y se limpió raudamente antes de vestirse silenciosamente.

Xiao XingChen acababa de llegar al éxtasis absoluto después de mucho tiempo pero no podía evitar sentir que, de la nada, el otro se había distanciado. 

—¿Adónde vas? 

—Tengo… Iré a buscar más agua para el aseo, estás hecho un asco —se burló fríamente y dio un paso afuera pero se detuvo, indeciso. 

Regresó sobre sus pasos y vistió un poco más presentable al ciego y escondió su desastre bajo una manta. 

—Más tarde limpiaré todo, será mejor que descanses.

Con esas duras palabras, Xue Yang se marchó de la casa de ataúdes, pensándose como la persona más miserable de toda la región. 

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