Talasofilia: Entre las olas ©

By _Black_Eyes_

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Desde muy pequeña, desarrollé un intenso amor por los océanos y mares, tal vez sea porque siempre he vivido c... More

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By _Black_Eyes_

"Si nada nos salva de la muerte, al menos que el amor nos salve de la vida".
—Pablo Neruda.

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Nerea.

Es un día bastante tranquilo aquí en Santa Barbara, considerando que el verano acaba de comenzar.

La playa no está tan llena como esperaba, hay olas buenas, el clima está perfecto. Saldría a surfear si no fuera porque mi papá me prohibió salir hoy de casa, porque 'tengo un mal presentimiento y además hay muchas personas en la playa'.

Abrí la puerta corrediza que daba acceso al balcón de mi habitación, tiene una vista increible de mi sexy vecino.

El mar.

¿Qué? ¿Esperaban que me encontrara con un chico buenísimo que ha sido mi crush siempre? No señores, esto no es 'A través de mi ventana', lamento decepcionarlos.

Fijé mi vista en la playa. ¿Dónde están esas personas de las que hablas, papá? ¿Son invisibles?

Bufé y me senté de nuevo en mi cama. Cogí el libro que estaba en mi mesita de mi noche, lo he estado leyendo desde hace algunos días y es muy entretenido.

Antes de comenzar a leer, coloqué música instrumental en mi laptop. Sí, me gusta leer con música pero que no tenga letra, me distrae el hecho de que me sepa las canciones.

Abrí el libro en la página en la que puse el separador y comencé a leer.

Quiero surfear.

Maldita sea, Nerea. Presta atención al libro.

No puedo, quiero salir.

Paré la música y cerré el libro. Abrí Netflix en la laptop. Voy a ver lo primero que encuentre. Y lo primero que encontré fue una película. La comencé a ver inocentemente hasta que pasó:

Los protagonistas comenzaron a hacer surf.

Cerré la laptop de mala gana y la puse a mi lado.

¿Por qué mi padre no me deja salir? Es decir, sé que quiere lo mejor para mí, pero no me va a pasar nada por salir a surfear un rato, soy muy buena en eso.

El sonido de notificación de mi celular llegó a mis oídos y lo revisé para ver que era.

Jackelyne: ¡Nerea! ¡Te estamos esperando en la playa para surfear! Se supone que ya deberías estar aquí.

Hice mueca al leer el mensaje y le respondí.

Nerea: Jackie... No podré ir hoy a surfear... Lo siento. :(

Jackelyne: ¿Por qué? No me digas que es tu padre de nuevo...

Nerea: ¿Tú que crees? ;(

Jackelyne: No lo entiendo a veces, pero, después de todo es su decisión, siento mucho que no puedas venir hoy, otro día será. Nos vemos, Ner. :(

Nerea: Nos vemos, Jackie. ;(

Jackelyne ha sido mi mejor amiga desde la primaria, específicamente desde quinto grado, cuando unas niñas la obligaron a tomar varios vasos de agua y después no la dejaban entrar al baño, la pobre casi se orina en frente de todos si yo no hubiese abierto la puerta del baño y sacado a patadas a aquellas niñas estúpidas.

Literalmente, sí las saqué a patadas, me gané un castigo, pero valió la pena cada segundo.

Y desde ese día, Jackie ha estado agradecida conmigo, con el pasar del tiempo, hablamos más hasta el punto en el que nos volvimos inseparables.

De verdad quiero ir a surfer, no hay día que pase en el que yo no lo haga. Cuando mi padre me dice que no, siempre logro convencerlo de que me deje salir, pero hoy no es mi día de suerte, hoy me lo prohibió estrictamente.

Empecé a jugar algo en mi celular pero perdí repetidas veces, no me estoy concentrando.

Listo, oficialmente estoy empezando a frustrarme. Hay muchas cosas que puedo hacer para entretenerme aquí en casa, sin embargo, ninguna me llama mucho la atención. Además, la sala de juegos tiene un ventanal que va desde el suelo hasta el techo y también tiene vista a la playa, no creo que sea buena idea para mi autocontrol.

—¡Nerea! ¡Es hora del almuerzo! —grita mi hermana desde la planta baja.

—¡Ya bajo! —respondo.

Le doy una última  mirada a la playa a través de mi ventana antes de salir de mi habitación y dirigirme escaleras abajo.

Cuando llegué al piso inferior, mi hermana y mi padre me estaban esperando en la mesa del comedor. Me senté en silencio.

—Nerea, ¿quieres hacer la oración hoy? —pregunta él. Yo asiento.

Nos tomamos de la manos.

—Señor, por favor bendice estos alimentos que se ven tan deliciosos, y a las personas que lo van a comer —dije con los ojos cerrados y la cabeza agachada—. Dale comida a todos los desafortunados, y que las pocas personas que están hoy en la playa —enfaticé lo último—, puedan surfear sin que nadie se los prohiba.

—Nerea...

—Amén.

Mi padre soltó un suspiro ruidoso. —Tengo el presentimiento de que si sales, algo malo va a pasar.

—Probablemente mamá nos habría dejado salir con toda la libertad del mundo, ella amaba el mar, ¿no es así, papá? —mi hermana habló por primera vez desde que bajé. Nuestras miradas se dirigieron a ella y sentí a papá tensarse.

El silencio reinó en el lugar durante unos segundos, sentí como la piel se me erizaba a medida que el tiempo pasaba.

—Selena... —la vi borrosa a través de las lágrimas que se estaban formando en mis ojos.

Mi padre ha tenido que lidiar con todo el rencor y el resentimiento que mi hermana me ha tenido todos estos años. Y, aunque en el fondo me duele creerlo, yo sé que mi padre también lo siente muy adentro.

—No, déjame terminar. Mamá habría hecho lo imposible por llevarnos a la playa —hizo una pausa—. ¿Y ahora tú no nos dejas salir? Papá, por Dios.

—¡Silencio, Selena! —mi padre le dio un golpe a la mesa que hizo que me sobresaltara—. No tienes el derecho de hablarme así, y mucho menos de hablar de tu madre.

—¡¿Qué me vas a hacer?! ¡Dime! —exigió mi hermana— ¡¿Nos vas a prohibir ir a la playa sólo porque te recuerda a lo que ocurrió?! ¡Eso es una estupidez!

Se levantó de la mesa y se fue, pero a mitad de camino giró y dijo:

—Ah, y, gracias por existir, Nerea.

Cerré los ojos y dejé las lágrimas correr libremente por mi rostro. Duele. Duele mucho, siento como si se quemara mi pecho.

—Cariño... —intentó decir mi padre pero yo me levanté y fui corriendo escaleras arriba, dejándolo a él con toda la comida en la mesa.

Entré a mi habitación y cerré la puerta con llave, recosté mi espalda sobre la misma mientras me dejaba caer y quede sentada en el suelo. Puse mis piernas contra mi pecho y mis brazos alrededor de mis rodillas.

Me permití llorar abiertamente y enterré mi cabeza mi cabeza en el espacio que había entre mis rodillas. No, no, no, Nerea, basta.

No llores. No llores, mi pequeña niña.

Inhala y exhala, cálmate. No la recuerdes... sólo... no lo hagas.

Varios toques a mi puerta llamaron mi atención.

—Hija...

—Vete —trato de que mi voz no salga temblorosa pero fallo.

—Lo hago por tu bien... yo...

—¡Vete! ¡Déjame en paz! —grito. Escucho un suspiro seguido de pasos rápidos alejándose.

Necesito salir, necesito salir de esta maldita casa.

¿Y si...? ¿Y si me escapo?

Vamos, tú puedes.

Me di alientos a mí misma, tengo que hacerlo antes de que mi valentía se vaya. Me levanté del suelo y busqué en mi armario ropa apta para surfear, me la coloqué rápidamente.

En una esquina de la habitación estaba mi tabla preferida, me acerqué y pasé mi mano por el borde de la misma lentamente.

Esta era la tabla de mamá...

Tomé varias respiraciones profundas antes de cogerla y abrir el ventanal hacia el balcón. El aire fresco tiró hacia atrás mi cabello y sonreí ante la agradable sensación.

Me encargué de arrojar primero la tabla con mucho cuidado hasta que cayó en la arena sin hacer nada de ruido, es uno de los beneficios de vivir frente a la playa.

Okey, Nerea, sólo no te vayas a romper un hueso por tu intento de escape.

Pasé una de mis piernas por encima de la baranda, quedando a horcajadas sobre la misma. Tú puedes. Pasé la otra pierna y me sostuve fuertemente.

Me voy a soltar a la cuenta de tres...

Uno...

Dos...

¡Tres!

Me solté y caí de culo en la arena. ¡Auch!

Rápidamente me puse de pie y tomé la tabla empezando a correr para llegar a la orilla del mar.

Esto es por tí, mamá.

Miré mi muñeca y ahí estaba el brazalete que ella me había regalado. Tragué el grueso nudo que se estaba formando en mi garganta.

Doma las olas, Nerea, hazlo.

Chico desconocido.

Se supone que íbamos a estar aquí en Santa Barbara a partir de la semana pasada.

¿Qué pasó?

Mi padre estaba de mal humor y cambió el viaje para esta semana, gracias por quitarnos una semana de vacaciones, papá.

Puedo decir que me siento violado visualmente por las chicas que están en la playa.

Me dejo caer sentado justo en la orilla del mar, dejando que mis pies toquen el agua. Está en la temperatura perfecta, no muy fría, no muy caliente, perfecto y relajante.

Siento que ponen una mano sobre mi hombro y luego alguien se sienta a mi lado.

—Me siento expuesto, ¿estás chicas nunca han visto a un chico guapo en su vida? —pregunta mi hermano, divertido.

—Me pregunto lo mismo, Bryce —digo bajando las gafas de sol de mi cabeza a mis ojos, el día está soleado.

A ver, no puedo negar que hay muchas chicas guapas aquí, pero ninguna es mi tipo, es extraño sabiendo que somos de Estados Unidos. Misteriosamente, no he visto ninguna rubia de ojos claros por aquí. Sí, he visto rubias, pero su cabello no es de ese color naturalmente,

—¿En qué piensas? —inquiere mi hermano Bryce.

—En que no hay chicas de mi tipo por aquí, ¿has visto a chicas de tu tipo?

Oh, por supuesto que sí las ha visto, las castañas de ojos marrones abundan en este lugar.

—Ufff... no te imaginas cuantas —reímos.

—¿Qué pasó con mamá? —mi voz denotaba preocupación. Mamá le tiene un poco de miedo al mar, tuvimos que rogarle durante meses para que viniera con nosotros a la playa.

Hizo un mueca de lado y me respondió: —Está bastante alejada del agua, papá está haciéndole compañía. Pero, miremos el lado bueno, por lo menos ya está tocando la arena, y eso es un avance.

Asentí soltando un suspiro. Cuando dije que le tuvimos que rogar durante meses a mamá para poder venir, no estaba bromeando, y fue mucho más difícil porque era aquí, en Santa Barbara.

—¿Cuándo piensas surfear? A mamá no le gusta para nada la idea de que trajeras tu tabla de surf...

—Ya, lo sé... pensaba venir mañana a surfear un rato. Pero, por favor, Bryce, no le digas nada de esto a mamá.

No me malentiendan, ella no odia la playa y mucho menos Santa Barbara, sólo... es complicado...

Los gritos de la gente que se encontraba en la orilla del mar de un segundo a otro me sacaron de mis pensamientos. Mi ceño se frunció y miré a mi hermano que estaba igual de confundido que yo. Nos levantamos rápidamente e intentamos saber que era lo que ocurría.

—¡Nerea! ¡No! ¡Vuelve! —gritaba un hombre con mucha preocupación.

—¡Ner, ven acá! —llamaba una chica al lado del hombre.

Seguí su mirada que estaba enfocada no exactamente en el mar, sino en la chica que estaba practicando surf más lejos de lo que debería, eso no está permitido.

La chica parecía saber muy bien lo que hacía, hasta que de repente dejé de verla.

En ese momento mis alarmas se encendieron y las personas a mi alrededor comenzaron a asustarse más. Pasaron unos segundos en los que, de verdad, no podía ver a la chica.

Rápidamente me quité las gafas de sol y se las tiré a mi hermano para sumergirme en el mar y dirigirme al último lugar donde vi a la chica.

—¡Hijo! ¡No! ¡Por favor! —escuché a mi madre gritar con la voz rota. Estaba cerca de la orilla.

Sin importar las súplicas seguí nadando cada vez más adentro, cada vez más lejos de la orilla. Puedo sentir la adrenalina corriendo por mis venas. Tengo que salvar a esta chica.

Las olas crecían y nadar se hacía más difícil mientras mas me alejaba, mierda.

Cuando pasaron varios minutos en mi búsqueda, sin éxitos, comencé a frustrarme. No, no, y no, voy a encontrarla así tenga que morir en el intento.

A lo lejos pude ver un cuerpo flotando y siendo llevado por las olas, sentí como el alivio me recorrió todo el cuepo en ese mismo instante. Nadé con mucha dificultad y lo más rápido a ese lugar, las olas me movían violentamente y trataban de llevarme más allá.

Por un momento temí por mi vida, de verdad me estaba arriesgando demasiado, no quiero morir, pero apuesto a que esa chica tampoco, recordé que tenía que salvarla sin importar qué. No puedo dejar que muera sólo porque me acobardé en el último momento.

Fue complicado nadar hasta donde la había visto. Sentí que mi espalda tocó algo y giré para ver.

La chica.

No, la detallé, sólo la tomé y la cargué para llevarla de regreso. Ella estaba inconsciente. Maldición, maldición, maldición.

No sé cómo, pero reuní fuerzas para nadar con ella en mi espalda. Fue todo un maldito reto gracias al brusco movimiento de las olas. No obstante, logré con mucho esfuerzo llegar con ella sano y salvo a la orilla después de unos largos minutos de ese peligroso camino.

La coloqué suavemente en la arena, ella no se movía y eso me asustó aún más. A duras penas podía con mi agitada respiración. Puse mi dedo del medio e índice en su cuello para ver si tenía pulso.

Sí tiene.

En menos de dos segundos, el hombre que estaba gritando hace rato ya estaba arrodillado a su lado poniendo sus manos en la cara de la chica.

Miré el rostro de la chica, tenía rasgos faciales delicados, hermosos, y perfectos, habían algunas pecas que adornaban sus pómulos. Su nariz respingada era hermosa.

—Hija... por favor... despierta... —decía el hombre al borde de las lágrimas—. No puedo perderte... no después de lo que sucedió.

Y en ese momento recordé que mamá me había enseñado, hace mucho tiempo, qué debíamos hacer en estos casos.

Puse una de mis manos encima de la otra sobre el pecho de la chica —que se llama Nerea, si no me equivoco—, respiré profundamente y comencé a presionar su pecho repetidas y constantes veces.

Espero que esto funcione.

Lo intenté varias veces sin ninguna respuesta de la chica. Me estaba desesperando. Vamos, a intentarlo una vez más.

Presioné de nuevo su pecho algunas veces hasta que ocurrió.

La chica comenzó a expulsar agua de su boca, tosiendo desesperadamente mientras se agarraba el pecho.

Solté un suspiro de alivio al ver que reaccionó. Las personas que estaban alrededor en un círculo, presenciando todo, comenzaron a aplaudir y a gritar.

Lo hice, salvé una vida.

Se sentó con ayuda del hombre —su padre, supongo—, y terminó de expulsar toda el agua. Ella lo abrazó, las lágrimas rodaban por sus mejillas.

—Papá... yo... mamá... tenía mucho miedo... —balbuceó, su padre sin dudar le correspondió con mucha más fuerza, como si no la quisiera soltar nunca. La otra chica que estaba gritando hace rato junto al hombre, se unió al abrazo.

—Tranquila, cariño. Estás bien, todo está bien.

Miré a mi alrededor y no vi a mi madre, ni a mi padre, ni a mi hermano. Creo que él se los llevó lejos de aquí para que no armaran un escándalo, le agradeceré esto a Bryce más tarde.

Giré mi cabeza de nuevo hacia la chica y su padre. Ella pareció haber recordado algo.

—Papá... ¿dónde está la tabla de mamá? —inquirió con miedo.

El hombre se quedó callado y desvió la vista hacia mí

—Muchas gracias, muchacho. Le salvaste la vida a mi hija, no sabes cuán agradecido estoy —me dio una calida sonrisa de agradecimiento, yo me limité a devolverle la sonrisa.

La chica dejó de abrazar a su padre para voltear a verme. Sus ojos azules como el cielo me miraron a través de las lágrimas. Son tan hermosos al puntos de que no quieres dejar de mirarlos, hipnotizantes.

—Gracias... —musitó la chica—. Pero... ¿Quién eres tú?

¿Yo? Oh, yo soy tu salvador, preciosa.


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Nota de la autora: ¡¡¡Hola otra vezzzzzzz!!!

Estoy muy emocionada por escribir esta otra historia. Pero esperen, paso por paso.

Primero, me quiero presentar. Para los que no saben quien soy, me conocen como Black Eyes, y sí, escribo en anónimo. :)

Ahora sí sigo xd. Me emociona escribir esta historia porque es muy diferente a Faces ya que es de misterio y suspenso. Y bueno, si les llama más la atención ese género pueden ir a mi perfil que ahí la encontraran. :D

No me voy a alargar más porque en realidad no soy buena escribiendo estas cosas xd.

Espero que les haya gustado el primer capítulo, no olviden votar. ;)

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