CON UN POCO DE SUERTE [Fanfic...

By Sammy_Frs

2.9K 93 111

Mala suerte. El pavor de muchos. Una ridiculez para otros. Suele estar ligada con "casualidad" y, según, acae... More

ANTES DE LEER...
- ̗̀ SINOPSIS ̖́-
- ̗̀ PRÓLOGO ̖́-
- ̗̀ UNO ̖́-

- ̗̀ DOS ̖́-

174 20 20
By Sammy_Frs

—Valió la pena —exhalé feliz cuando vi cómo quedó todo.

A pesar de que dije que solo quería llegar a dormir de lo agotada que estaba, decidí ser proactiva y me puse a arreglar todo.

Mmm, ¿todo?

Vale... al menos, la habitación donde dormiría. Me la pasé rodando muebles, doblando sábanas, sacando ropa... en fin, buscando la manera de que mi nuevo «hogar» fuera lo más parecido a la comodidad a la que estaba acostumbrada.

Mi nuevo apartamento no era el más lujoso, pero me pareció decente y tenía buena distribución. Tenía una pequeña salita con un sillón individual reclinable color vino y una mesita de cristal al frente. Había un pequeño televisor, de esos que son grandes por la parte de atrás. De seguro no tenía más de 10 canales. La salita y la cocina estaban prácticamente fusionadas y esta última no era más que un fregadero con un solo grifo, un estante para poner platos y ollas, una nevera pequeña, y una cocinita de un horno y dos estufas.

Mi dormitorio también se veía bien. Tenía una cama individual en la esquina del cuarto, y justo al lado tenía unas ventanas corredizas que me gustaron muchísimo porque tenían una bonita vista hacia al patio de la residencia y a la calle. No tenía un armario enorme como en mi casa. En su lugar eran cajones debajo mi cama que al principio me resultaron extraños, pero luego me di cuenta de que era algo mucho más accesible. Eso, más una cómoda mediana de tres gabinetes al lado de la cama, bastaba para toda la ropa que había traído.

El baño quedaba dentro del dormitorio, y estuve más que agradecida que aparte de regadera, tuviera una tina. Eso me sería bastante útil cuando llegara exhausta del trabajo.

Todo estaba pintado de un beige muy claro y medio desgastado. Nadie se había hospedado allí hacía tiempo, lo noté al tener que limpiar la capa de polvo que estaba sobre casi toda superficie. Igual, ya tendría tiempo de cambiar la paleta de colores.

Si es que tienes fuerza de voluntad para no posponerlo, claro.

Y, pues, el lugar era algo minimalista, pero... era más que suficiente para alguien que viviría sola.

Escuché el maullido de Plagg.

No lo olvides, sola y con un gato.

Cierto.

Y hablando de él, yo de verdad creí que al dejarlo salir de la jaula, lo primero que haría sería ir y explorar su nuevo territorio como cualquier minino curioso. Pero no. Resultó que Plagg olió el sitio por dos minutos, luego supo que existía una cama, saltó hacia ella, se hizo bolita y durmió mientras yo hacía todo el trabajo sucio. Qué vida tan dura la suya.

Está haciendo lo que mejor sabe hacer. Déjalo.

—Eres más flojo de lo que creí... —le dije, molestándolo con el plumero. Ni se inmutó. Rodé mis ojos—. Muévete, hazme espacio.

Me acosté, ahora sí lista para dormir un rato ya que todo estaba limpio... y fue cuando mi teléfono comenzó a sonar. Cerré los ojos. Qué lata. No iba a contestar, estaba muerta de cansancio.

El dichoso aparato siguió sonando como si estuviera poseído.

No, por supuesto que todavía NO iba a descansar. Maldita mala suerte.

No obstante, me alegré cuando vi de quién se trataba.

—¿Estoy hablando con Beyoncé Césarie? —dije al descolgar.

—La única e inigualable, querida... —dijo coqueta y nos reímos—. Mira, tú, ser frío y sin sentimientos, eres una completa desconsiderada.

—¿Yo? ¿Por?

¡No me dijiste que te mudarías! —chilló—. Si no es por la vecina chismosa de al lado que te vio llegar hoy y enseguida me llamó para preguntarme de ti, ¡no me entero!

Ah, eso. Sí. Puede que no le dijera a mi mejor amiga que finalmente iba a mudarme. Es que quería sorprenderla.

O porque olvidaste avisarle.

También cabía esa posibilidad.

Me hice la loca.

—Wow, ¿tenemos una vecina así de chismosa? Dios, y yo que quería iniciar mi venta de órganos con el mercado negro aquí —bromeé.

¡No te hagas la estúpida! —me gritó, pero sabía que no estaba enojada, más bien sorprendida y divertida—. ¡Tenías que decirme! ¡Me hubiese encargado de hacerte una fiesta de bienvenida y todo!

Negué con la cabeza. Alya pensaba en grande la mayor parte del tiempo. ¿Una fiesta? ¿En serio?

—Te dije que me mudaría, Alya —contuve una risotada—. Solo que no te dije cuándo.

—Muy inteligente, Dupain, muy inteligente. Pero nada más espera a que llegue del trabajo —dijo en un tono que pretendió ser amenazante, pero dio más risa que miedo—. ¡Conocerás quién soy yo!

—Ya sé quién eres, estupidita... —me le burlé—. Eres Alya Césarie, dah.

—Mira eso, qué comediante me saliste.

Fui a dar otra respuesta ingeniosa, pero unos golpes demasiado fuertes para mi gusto sonaron afuera.

Pensé, razoné y me preocupé porque:

1. Yo solo llevaba en esa residencia cuatro horas.

2. No conocía a nadie aparte de Alya (quien todavía no había llegado) y al señ... a Fu (quien jamás vería tocando de esa forma).

¿Acaso podía ser otro de los inquilinos?

¿Alguno de los... chicos del piso?

Oh, no.

Pánico.

¿Mari? Heeeeey... niña, me dejaste hablando sola...

—Alya, tengo miedo —dije. La voz me tembló.

¿Qué? ¿Por qué?

—Es que... —Los toques volvieron a sonar con más fuerza; di un pequeño brinco—. Alguien está tocando mi puerta.

¿Y...?

—Que aún no conozco a nadie aquí...

—Ajá, ¿y....?

—Que estoy viviendo en el piso de los chicos.

¡¿Cómo?! Oye, eso no me lo habías contado. Tramposa.

—¡Me llamaste hace dos minutos! —agudicé, y cuando nuevos toques sonaron, agudicé todavía más—. Te explico luego... ayúdame, ¿qué hago?

Bueno, yo tal vez estaba sacando todo de proporción y se me estaba yendo la mano con la paranoia, pero en su momento sí me asusté bastante. No es que les tuviera miedo a los hombres, no. Bueno... un poco con los desconocidos luego de que tuve una experiencia algo turbia con un anciano mañoso en el autobús cuando tenía 19... pero no era la razón principal.

En el fondo tenía más miedo a lo que yo pudiera provocar por culpa de... mi mala suerte.

Bueno, yo te recomendaría que no abrieras —me advirtió muy seria, y me aterré más—. Nunca se sabe si puede ser Chucky o el Coco...

Fruncí el ceño. ¡La muy maldita se estaba riendo!

—¡Hablo en serio, Alya!

Ay, tú siempre tan drama queen, Marinette. Solo abre. Lo peor que te puede pasar es que sea uno de los chicos de la residencia, te muestre algún tipo de documento raro, diga que es tu hermano biológico que nunca conociste porque los separaron al nacer y solo entre en tu vida para quedarse con la mitad de la fortuna de tu padre casi moribundo. Nada fuera de lo común.

—¡ALYA!

Lo siento, lo siento —comenzó a reírse con más fuerza—. Es que me tocó un caso así hoy. Dios mío, lo amé. Fue intenso.

—Genial, luego me cuentas más. —Salí de mi habitación poco a poco, pero retrocedí cuando volví a escuchar los golpes—. Ahora dime qué hago antes de que me destrocen la puerta.

Abre. Te aseguro que no es nada.

—Bueno, está bien, te haré caso. Pero si muero mutilada, será tu culpa y de nadie más.

Vaaale, estoy dispuesta a vivir con ese cargo de conciencia —fingió un llanto desconsolado—. Cuidaré bien a Plagg.

—Al menos estará en buenas manos —casi reí. Casi.

Bueno, anda. Ve y abre. Y que la suerte siempre esté de tu lado.

Negué apretando una sonrisa y colgué la llamada. Me puse mis pantuflas —sí, esas de patas de dinosaurio—, y me levanté. Escuché los golpes de nuevo. Me estremecí. Miré a Plagg.

—¿Tú qué crees? ¿Debo ir? —mi peludo gato solo se estiró en la cama para acomodarse mejor y volver a dormirse—. Vaya, gracias por tu apoyo.

Salí del dormitorio y me quedé parada en medio de la sala. Di un par de vueltas, brinqué con los toques en la puerta y me mordí la uña del pulgar antes de, finalmente, decidirme.

Caminé...

Cerré los ojos...

Tomé el pomo...

¡Solo abre!

Impulsada por mi conciencia, giré y abrí.

Aún no había abierto los ojos, por cierto.

—¡Mírame, idiota!

Reconocí la voz de inmediato. Acaté y me encontré con el rostro divertido de mi mejor amiga sosteniendo su teléfono celular.

—¡Estúpida, cómo te odio! —le grité y me lancé a sus brazos—. Por tu culpa casi me da un infarto.

Ya puedes dejar de exagerar.

No lo hacía... no tanto.

—Eres una dramática. —Se separó un poco para mirarme con escepticismo. Yo le hice puchero—. ¿Tú crees que si hubiese sido otra persona te hubiese dicho que abrieras? Mijita, te digo que cierres todo con triple cerrojo y que llames a emergencias en caso de que entre.

—¿Por lo que me pudiera hacer?

—No, por lo que yo pudiera hacer al pobre imbécil que se atreviera a tocarte.

—Ay, por eso te amo.

Reímos como locas y volvimos a abrazarnos. Lo cierto es que no podría vivir sin Alya. Mi vida no hubiese estado completa sin ella.

Dejamos de abrazarnos cuando escuchamos un carraspeo.

—Que alguien llame al cielo. Se extraviaron dos ángeles.

Arrugué el gesto e inconscientemente me moví medio paso detrás de Alya antes de aventurarme a estudiar al espécimen intrusivo que se plantaba frente a mi puerta:

Alto. Cabello castaño oscuro. De tez bronceada. Ojos tropicales. Pecas diminutas. Traía unos audífonos en su cuello que le daba un aire relajado, suave, e incluso un poco cool. Con la sonrisa llana y la sudadera holgada azul, parecía el típico chico que va por la vida sin importarle nada salvo divertirse y divertir a los demás.

Sin embargo, a priori me mantuve a raya. Había cierta vibra suya que no me inspiraba demasiada confianza (o tal vez solo era mi tendencia a desconfiar de prácticamente todo, pero ajá). El recelo aumentó cuando, con completa libertad y atrevimiento, se recostó del marco de mi puerta.

Mi mejor amiga me escudaba, obvio, pero seguía estando demasiado cerca. Invadía mi espacio. Invadía mi confort. No me sentí cómoda. Apreté los labios y me quedé muy quieta, rogando que ninguna cosa rara pasara. Alya, en cambio, torció el gesto y se cruzó de brazos.

—Hace tiempo que una chica linda no vivía en la planta de arriba... —me comió con la mirada (o eso percibí) y me sentí más pequeña. Podía verse tranquilo, pero de alguna forma intimidaba, hacía que te coloraras de la nada. Él pareció notarlo, porque ensanchó la sonrisa—. ¿Cómo te llamas, nena?

Antes de que yo siquiera pudiera pronunciarme —y no es que fuera a decir algo coherente, solo balbucearía—, Alya puso su mano en su pecho y marcó una gran distancia que agradecí en mi mente.

—¿Y a ti qué te importa? Hazme el favor y aléjate, sanguijuela, que obstinas.

¿Yo? ¿Sorprendida? 

Ni un poquis. 

Sabía por qué mi mejor amiga me sobreprotegía así. Desde aquella vez —algo que no me apetece narrar por ahora—, cualquier chico que se atreviera a molestarme se las vería con ella. 

Lo que sí me dejó intrigada es que el sujeto frente a mí no se alterara en lo más mínimo. Como si lo esperara, de hecho.

—Oh, ¿celosa, Césarie? —Metió una mano en su bolsillo—. Relájate, solo quiero hacer de buen samaritano y conocer a mi nueva vecina. —Entorné mis ojos. Alya los rodó—. Además, sabes que tengo unos gustos muy especiales...

Como gesto inesperado, el chico se rozó con la yema del pulgar su labio inferior y le dedicó una mirada muy particular a Alya. Y digo particular porque fue adrede, juguetona, misteriosa... ¿pícara? Bueno, era obvio el interés de él hacia ella, pero... El gesto fue tan íntimo que incluso mi mejor amiga se removió. Lo noté yo, que era distraída hasta con mi sombra. Lo vi. Después a Alya. La mano en su brazo, los labios prensados, las cejas un poco arqueadas... como si...

—Iugh, ya vas a empezar —el engorro de sus palabras era bastante claro.

Bueno, mis vagas teorías de lo que podía pasar entre ellos murieron con ese tono tan agrio.

—Solo digo verdades —su mano fue a la barbilla de ella—, y mis ojitos son solo para t...

El chico no pudo completar su ademán de coqueteo, porque en un movimiento rápido de la ruda mi amiga tomó su muñeca, la giró y le llevó el brazo completo hasta atrás de su espalda. Era una posición dolorosa hasta para el espectador.

Tampoco me sorprendí demasiado. Ella no era como yo, porque ella no pensaba en lastimar sentimientos y no temía en quebrar huesos. Si alguien la molestaba, en menos de dos ya estaba a la defensiva.

Daba miedo meterse con Alya Césarie.

—A partir de ahora tus ojitos —puso falsa voz dulce— van a ser solo para cuidar que no te apachurre un carro cuando cruces la calle y no para andarte con baboso conmigo, ¿estamos? —él soltó un quejido, creo que fue un en el idioma del dolor—.Y no quiero verte por acá de nuevo, ni siquiera para pedir una tacita de azúcar. Métete tu coqueteo por donde no te dé el sol y regrésate por donde viniste. No quiero que estés cerca de Marinette ni de mí, ¿entendiste?

Vaaaaaaaale.

Eso sí me sorprendió.

—Nena, yo solo...

—¿Entendiste? —aseveró, torciendo el brazo un poco más.

—¡Okey, sí, ya entendí! ¡Suéltame que ya no molesto más!

La morena finalmente lo dejó ir. Claro, no sin antes de darle una miradita de advertencia, de esas que dan miedo, no por lo que te hicieron, sino por lo que te pueden llegar a hacer. Lo vi frotarse la muñeca y casi tuve el impulso de preguntarle si le había dolido.

¿Es en serio?

Luego me cacheteé mentalmente porque era estúpida la duda en sí.

—Bueno, yo solo venía a... a eso. —Hasta dio risa su voz sumisa.

Me miró directamente a mí, y su forma de hacerlo fue distinta a un inicio. Ya no me recorría de pies a cabeza, solo me esbozó una sonrisa afable que me tomé bien.

—Fue un placer conocerte... ¿Marinette?

—Sí —dije, menos tímida.

Quizá lo juzgué mal de buenas a primeras. El chico no era tan malo, solo algo —muy— adulador. Quitando eso, creí que podría llegar a ser un buen vecino.

—Bonito nombre. Bueno, si necesitas algo, vivo a dos puertas de ti. Soy...

—El idiota que ya se está largando —le ladró Alya y yo suprimí una risita.

Él exhaló, y una sonrisa taimada volvió a surgir en sus labios pero no para mí, sino a la persona a mi lado.

—Más bien el vecino buena onda que trata de ligarse a la vecina caliente que no lo deja dormir por las noches —uh, eso fue muy directo, y ni disimuló lo ladino al decirlo. Le lanzó un beso a mi amiga—. Ya sabes, no me hagas esperar, bombón.

Y con eso, el nuevo vecino se fue.

Oí un gruñido.

—Ni mi higis ispirir, bimbín... —se mofó Alya con hastío.

Negué, y comencé a reírme. A carcajadas. Ella me fulminó con la mirada cuando la dejé entrar.

—Claro, búrlate, solo eso haces.

—Perdón, es que se nota que te cae muuuy bien.

—Ajá, sobre todo eso.

—Y tú también le caes muuuy bien. —La molesté.

La vi hacer un mohín con la boca antes de darme la espalda y caminar delante de mí.

—¿No me vas a decir quién es tu fan?

—Mhm.

No contestó y comenzó a caminar más rápido y resoplar de aquí de allá. Me hizo perseguirla en círculos por la salita. Se notaba que estaba fastidiada y enojada, aunque no pudiera verle la cara.

—¿Tu Don Juan?

—Mhm.

—¿Tu vecinito con antojo?

—Mhm.

—¿Tu futuro amigo con derechos?

—¡Mhm!

—Bueno, tu enamorado, pues.

—¡Agh! No es mi enamorado, Mari.

—¡Vamos! Tienes que decirme cómo se llama. Porque llamarlo «el vecino desconocido que se quiere ligar a mi mejor amiga» se me hace demasiado largo, Alya.

—Mhm.

Me rendí.

—Vale, no me digas. Pero entonces dime por qué te cae tan mal.

—Ugh. Es que no lo soporto. —Entró a mi habitación y fue directo a sentarse a mi cama. O mejor dicho, dejarse caer en ella como un saco de plomo—. Lo detesto. Nino solo es un prepotente que se ahoga en sus propios delirios de grandeza.

Sonreí con malicia.

—Nino... así que así se llama, ¿eh?

Ella rodó los ojos cuando se dio cuenta de su desliz.

—Sí, y es un idiota, un estúpido, un bruto. Se la pasa de picaflor aquí y allá. Creen que todas las chicas se mueren por él, y no se da cuenta de lo ridículo que se ve cuando lo rechazan. Es un engreído.

Estaba un 10 % segura de que algo le habría hecho directamente el tal Nino para que lo aborreciera de esa forma. El otro 90 % se lo dejaba al malhumor natural de Alya.

—Oh, fuertes declaraciones. ¿Siempre ha sido así?

—Durante el tiempo que he estado aquí, sí. Es un dolor de cabeza, y últimamente le ha dado conque tengo que ser suya. —Hizo, lo que me pareció, una cara de asco. Dio gracia—. No importa cómo se lo diga, no le cabe en el cerebro que no me interesa, aish.

—A lo mejor ese es el problema —razoné, algo divertida para bajarle la rabieta—. Como no tiene cerebro, pues, no lo entiende.

—Oye, sí —nos carcajeamos.

Recordé algo, y tragué saliva.

—Hey, y a todo esto... ¿todos los chicos de la residencia son así?

—Sí.

Mi cara de espanto la hizo rectificar.

—Ah, no.

Puse una cara de espanto peor.

—Es decir... no te preocupes. Algunos son unos imbéciles, pero sí están los que son buena gente.

Hice un ruidito con la boca con los labios apretados. No estaba muy segura de lo que decía.

En realidad, había lapsos en donde no estaba segura de nada.

—Calma, te van a caer bien, te lo prometo. Mira, por ejemplo, a mi lado vive una chica que tiene un hermano que uf, es un amor. Vas a querer casarte con él por lo atento que es. Y otro que es supertierno, pero que cuando agarra confianza es divertidísimo. Y hay otros más que vale la pena conocer. Además —con el dedo índice, me pidió que me acercara y me susurró—: están más buenos que comer pollo con la mano. Con eso te digo todo.

La contemplé con ojos entrecerrados.

—Vaya, así que andas de traviesa, ¿no?

—Epa, ignorante. No hablo tanto por mí. Lo digo por ti. Tal vez, solo taaal vez, deberías conocer a alguien.

La misma charla de siempre. Conseguir pareja. O al menos, alguien para pasar el rato. Y en sí no era una charla como tal. Cuando mucho, un intercambio de palabras de menos de un minuto. Alya tenía buenas intenciones para que lo intentara y yo buenos motivos para negarme. Eran... cosas. Siempre me pasaban cosas que a veces hacían que me replanteara hasta el sentido de mi vida.

Y no me refería a cosas necesariamente buenas.

Al final, nuestras conversaciones giraban en torno a ella diciendo: «Debes conocer a alguien o morirás sola y con un gato...». Yo respondía con un: «¿Y eso qué tiene de malo?».

—Sí, eh, bueno... ya iré viendo —dije, y con eso ella entendía que daba por zanjado el tema—. Y tú muy cómoda, ¿no?

En dos segundos Alya ya se había estirado una pierna, había doblado la otra, puesto su brazo debajo de una de mis almohadas y se había acomodado perfectamente al lado de Plagg quien, por cierto, todavía roncaba como si no hubiera un mañana. Hasta parecían hermanos y todo.

—Bah, no molestes. Mi cuerpo exige calma, y tu cama me la da. Gracias al cielo es viernes. Amo mi trabajo, pero a veces solo quiero renunciar y correr desnuda por París. Así, siendo yo. Sería liberador... y entretenido.

Nos reímos. Alya y sus locuras.

El resto de la tarde nos las pasamos hablando y poniéndonos al día. Resulta que ella supo de que yo estaba en la planta de arriba porque el señ... digo, Fu, se lo dijo al llegar —me caía bien ese ancianito— y es por eso que me jugó la broma. Me habló sobre sus casos, sobre chicos guapos y las novedades de su familia. Me contó sobre Lila Rossi, la chica que obtuvo la última habitación en la planta baja. Según ella, era un amor y que me la presentaría luego. Además, me ayudó a terminar de mover uno que otro mueble mal puesto que no terminé de arreglar por flojera.

—Bueno —estaba llena de polvo. Sí, todavía me hacía falta sacudir más—, me tengo que ir. Mañana tengo un caso potente. Debo defender, para mi desgracia, a un idiota que fingió ser ciego para pasarse de pervertido y mirar y toquetear a chicas por la calle.

—Qué horror lidiar con tipos así.

—Lo sé. Se pasó los últimos veinte minutos de nuestra conversación mirándome las tetas. Acabé por arrojarle una grapadora a la cabeza.

Me reí, no por gracia, sino por preocupación de que la sancionaran. Ella adivinó mi gesto.

—Calma, fue una pequeña.

—Ah, bueno. Igual se lo merecía.

—Ja, ¿que si no? Y él insiste que es inocente. En serio, necesito que se declare culpable o yo misma le arrancaré los ojos para que sí quede ciego de verdad —y dicho eso, se carcajeó.

Ajá. Mi mejor amiga tenía un humor bastante negro.

—Te dejo ir entonces. —La guié a la puerta. Le di un beso en la mejilla y un pellizco en el brazo—. Adiós, estúpida.

—Adiós, ridícula —me nalgueó.

Reí para mis adentros. Insultarnos era la mejor forma de demostrarnos nuestro amor. Sin eso no había amistad. Sin eso no éramos nosotras mismas. Tal vez debíamos hacernos unas camisetas con el hashtag: #SinBullyingNoHayAmistad. Aunque eso promovería el acoso... y tampoco era la idea.

Pero ajá.

Y casi sonreí de satisfacción por el hecho de que mi tarde había pasado sin ninguna vicisitud, pero entonces, pasó.

Claro, algo tenía que pasar, ¿no?

Justo antes de cerrar la puerta, escuché varios silbidos y piropos indecentes afuera, en el pasillo. Abrí un poco más para poder ver mejor —siempre chismosa, nunca inchismosa— y me di cuenta de que mi amiga era el objetivo de dichos piropos. Eran dos chicos, unos críos, y se habían asomado afuera.

Y no paraban de soltar barbaridades.

—Dios, mírala, está como me la recetó el médico. ¿A qué hora abren esas piernas?

—Sí, y qué boquita tan bella. Reina, ¿no la quieres usar conmigo?

Se me calentó la sangre.

Y por «calentó» quiero decir que me hirvió tanto que por poco se me evaporó.

Cálmate.

No, no podía hacerlo.

Muy tímida, muy asustadiza, muy insegura y todo, pero yo odiaba lo que estaba viendo. Me daba asco. Algunos hombres a veces podían ser tan simplones pero tan sucios. Esos comentarios pervertidos lo demostraban. Y ya sabía que Alya tenía un cuerpo escultural y cara de muñeca, pero eso no daba motivo para que los tipejos de la calle la desvistieran con la mirada de esa forma y la trataran como una cualquiera. ¿Qué derecho tenían? ¡Como si una se arreglara para ellos!

Eso me obstinaba.

No, me cabreaba. Esa era la palabra. Me cabreaba una jodida barbaridad.

Y sabía que Alya hubiese querido que los ignorara, así como ella lo estaba haciendo al caminar con la cabeza erguida y oídos sordos. Sí, me lo había dicho un sinfín de veces. Pero yo era terca y en eso no iba a hacerle caso.

Nunca. Jamás.

Jalé la puerta de un tirón y me planté firme bajo el umbral.

—¡Eh! ¡Prepotentes! ¡Dejen de fastidiar a mi mejor amiga!

Mi gesto, digo yo, fue bastante intimidante: espalda derecha, ceño fruncido, ojos airados y brazos cruzados. Pero algo en la expresión de Alya... no cuadraba. Esa forma de agitar desesperadamente la cabeza y sacudir sus manos fue extraña. No le entendí...

...Así que la ignoré.

—¡Eso mismo, imbéciles! ¡Les digo que dejen de molestar a Alya! ¡Son todos unos pervertidos, sucios y asquerosos!

Mi atención volvió a Alya porque no paraba de hacer ademanes. Creí que, por la medida pequeña, al menos sonreiría por la hazaña que hacía por ella. No todas las amigas les gritan a los idiotas así en la calle por ti. Pero no, era todo lo contrario. Se llevó la mano a la cara y se la refregó con ella. Eso era... ¿frustración? ¿Preocupación? ¿Molestia? ¿Por qué se ponía así? ¡Si la estaba defendiendo!

Entonces, fui consciente de otra cosa: la manera en la que los dos chicos me observaban.

Su semblante se había transformado. La extrañeza se había esfumado y ahora sus ojos me escudriñaban con una morbosa curiosidad. No me costó adivinar la perversión brillando en sus ojos entornados. Estudiándome, analizándome, considerándome una... presa.

¿Qué...?

Ay, no.

Miré de nuevo a Alya. Ella estaba frenética, roja, apuntándome a mí para después señalarse los brazos. Después el busto. Luego las piernas. Hizo todo de nuevo. Brazos, busto, piernas. Brazos, busto, piernas... Una vez más, me señaló, desesperada.

Al final, después de varias repeticiones, fue que entendí.

Y pasé de una rabia volátil a un bochorno abismal.

Yo, Marinette Dupain Cheng, estaba parada allí, descalza, con unos pantaloncitos cortitos azules y una camisa de tirantes casi transparente que me había puesto para limpiar. Para colmo, no llevaba sujetador, así que dejaba poco librado a la imaginación.

En pocas palabras, estaba llamando muchísimo la atención.

A veces no sé si golpearte o golpearme.

La vergüenza no me entró en el cuerpo y desaparecí de la puerta como un rayo. Cerré con doble llave y lo mismo hice al entrar a mi dormitorio, solo por si acaso. Me arrojé a la cama, apretujé una almohada y ahogué un grito frustrado con ella. Creo que hasta la manché con el color escarlata que cargaba en las mejillas.

Bueno, ahora el chisme se correría y todos los chicos sabrían que yo, una chica rara y tal vez algo vulnerable, vivía allí.

Bien hecho, Marinette.

Puede que sí tuviera mala suerte, pero a veces yo misma me buscaba mis propios infortunios.

........

La montaña de croquetas que le serví a Plagg era gigante. Se desbordaba del plato.

—¿Eso basta para ti, o quieres más? —todavía pregunté.

Puedo jurar que vi a Plagg retroceder, agrandar los ojos y abrir el hocico con espanto. Vale, creo que era más que suficiente.

Y es que necesitaba que se fuera comiendo eso durante el día, porque no iba a estar para alimentarlo. Aparte no había comprado su Camembert y aunque lo hubiese hecho, no sabía que tan buena era la ventilación de esos apartamentos. A mí no me molestaba, me había hecho casi inmune al olor, pero lo menos que quería era incomodar a algún vecino o hasta el mismo señor Fu.

La verdad es que estaba ansiosa. Era mi primer día en el trabajo de mis sueños: la fotografía. Finalmente, luego de tantas y tantas pasantías, me habían contratado como fotógrafa profesional en una empresa prestigiosa. Y claro que daría lo mejor de mí. Quería ser la más grande fotógrafa que el mundo hubiese conocido.

Qué imaginación, chica.

Soñar no costaba nada.

Necesitaba un atuendo que fuera elegante, y así mismo, cómodo. Así que opté por una blusa de botones lavanda de manga larga, unos jeans azul marino entallados a la cintura y sandalias negras sin tacón. Para completar, un rodete alto y una fina capa de maquillaje. Sencillo, pero lindo.

Casi imaginé a Alya delante de mí, sonriendo y aprobando mi atuendo.

Pero ahora, venía lo complicado. Agarré del montón de ropa —que aún no había doblado— un abrigo marrón oscuro, el más grande y con la capucha más ancha que tenía y me lo puse. No se me veía tan mal, pero tampoco tan bien. Luego tomé mi bolso y me aferré a él con fuerza.

Miré a Plagg, quien me observaba como si me hubiese dado algún derrame cerebral.

—Deséame suerte —susurré.

Introduje la llave con cuidado para abrir la puerta principal. Debía ser rápida y muy sigilosa, o mi plan no iba a funcionar. Salí, y cerré detrás de mí sin apenas hacer ruido.

Miré el pasillo. Solo. Ni una mota de polvo. Bien. Era temprano. Quizá todos estaban durmiendo aún. Correcto. Entonces era ahora o nunca.

Conté mentalmente. Uno... dos...

Escuché una cerradura siendo abierta. Entré en alerta. Desde luego, no era la mía. Después me pareció que se abría otra, no sabía. Me puse pálida. Tuve miedo. No. Fue pánico.

—¡...tres! —acabé gritando, dándome a la carrera a lo largo del pasillo.

Sí, de seguro fue una imagen bastante peculiar de una chica de veinticinco corriendo, agitando los brazos como una loca, con un abrigo que me hacía ver como un saco de papas sin las papas, y prácticamente rodar por las escaleras para acabar aterrizando al pie de los escalones sobre mis manos y mis pies como si fuera una araña malformada.

A veces me da hasta pena ser tu conciencia.

Pero no había tiempo para lamentarme, porque lo menos que quería era toparme con algunos de esos dos chicos del día anterior. Me conocía a mí misma y sabía que no iba a poder manejar la situación sin salir bien parada. Menos con mi problemita de por medio.

Aunque también sabía que no iba a poder huir toda la vida. En algún momento iba a tener que enfrentarlos, tanto a ellos como al resto de los vecinos, y tendría que ser valiente y defenderme. Pero mientras no llegara dicho momento, prefería andar en modo incógnito, aun cuando me viera ridícula.

Llegué a la reja de la residencia, algo sudada, pero más tranquila. No obstante, y como el universo gozaba de mi desgracia, mi tranquilidad desapareció cuando la reja no quiso ceder aun cuando ya había introducido la llave.

Intenté una y otra vez, pero nada.

¡AGH! ¡¿Por qué siempre me tenía que pasar todo a mí?!

Me agarré de los barrotes con el ceño más fruncido de mi vida y comencé a sacudirlos como si eso, de alguna forma estúpida e ingeniosa, fuera a funcionar.

—¿Necesitas ayuda?

Me tensé de pies a cabeza. Eso no lo dije yo. fue una voz suave, y tierna, pero desconocida y masculina a fin de cuentas.

No sabía qué hacer. Hasta tuve miedo de girarme. No quería lidiar con la situación, pero tenía que hacerlo. Me giré redondo, con cabeza gacha y con mucha lentitud.

¡Vamos! No podía ser tan cobarde. Alcé la cara.

Tragué saliva y me di la libertad de examinar al extraño con atención. Lo más llamativo de su persona era su lacio cabello rojo. No lo tenía excesivamente largo, pero sí caía en capas de una manera muy uniforme más allá de sus orejas. Ojos azules, más concretamente, turquesas. De uno tan suave que transmitían calma, pero esa calma que encuentras en lo natural, como en un bosque o una playa. Cara redonda y pálida. Nariz respingada. Muchas pecas. Labios pequeños. Llevaba abrigo —uno mucho más discreto y normal que el mío— y bufanda. Poseía un aire inocente, gentil.

De acuerdo, el chico era lindo.

Muy lindo.

Era como... el típico crush instantáneo que te topas en el transporte público y te lo quedas viendo embobada hasta que se baje en la siguiente parada.

Pero seguía siendo alguien de quien sabía absolutamente nada. Un extraño. ¿Y si era como los otros del otro día?

Traté de calmarme y fue así como me di cuenta que llevaba poco más de treinta segundos callada. Silencio incómodo. Mi cerebro y boca finalmente se coordinaron para hablar.

—Eh, sí... eso... eso creo —murmuré.

Me hice a un lado, dejando ver el problema. Él rio. Dios mío, rio. Y fue una de las risas más dulces que había escuchado en toda mi vida. Sonreí casi sin darme cuenta.

Por favor, que alguien me golpeara. ¡Seguía siendo un extraño!

—Lo que pasa es que esta reja tiene sus mañas. —Tomó mi llave (que aún estaba en la cerradura), y la sacó, la limpió con su bufanda y la volvió a meter—. El truco está en conocerlas, y así... —Movió un poco la verja, le dio un codazo, giró la llave y... ¡abrió!—. ¡Listo!

Magia negra.

—¡Wow! ¡Eso fue impresionante!

Él negó, moviendo su mano para restarle importancia. Mis mañosos se quedaron un segundo más de lo necesario mirando sus manos —y sus largos dedos— antes de centrarme.

—No fue nada. Cuando llevas tiempo viviendo en una residencia así, te adaptas y sin darte cuenta, aprendes a buscarle la vuelta a casi todo. Y si quieres... —Me hizo un gesto para que me acercara, y sin dudar, lo hice. Luego me apuntó al fondo del patio, hacia la lavandería—. Puedo enseñarte luego qué hacer cuando la lavadora de allá se traba —me guiñó un ojo, divertido.

Sin poder controlarlo, me ruboricé.

Vale, abramos un paréntesis acá, amiga: tú te ruborizas por casi todo.

Okey, eso era cierto.

—Claro, será interesante de ver, je, je. Y... este, yo... tengo que irme.

Él asintió con una sonrisa sencilla y me hizo un gesto para que saliera primero. Lo hice, y no supe por qué el sentir su calor atrás de mí me hacía sentir tranquila y nerviosa a la vez. Al estar afuera, me giré y tuve que retroceder un poco porque nuestros torsos casi se rozaban.

—Fue un placer —me regaló una dulce sonrisa de boca cerrada—, siempre es lindo conocer a nuevos vecinos. Y si no estoy siendo muy invasivo, me gustaría saber tu nombre —ensanchó su sonrisa.

¿Mi qué?

Tu nombre, sorda.

Maldita sonrisa suya. Era tan dulce que no me dejaba pensar.

—Marinette, Marinette Dupain Cheng.

No era necesario decirlo todo completo.

Ugh. Tonta, ¡tonta!

—Bueno, siempre puedo llamarte Mari, si no te molesta —suprimió sus ganas de reír.

Mis labios se arquearon involuntariamente hacia arriba y achiné los ojos.

—Obvio no.

—Vale. Yo soy Nathaniel, Nathaniel Kutzberg —sabía que se estaba burlando un poco de mi presentación al decir eso—, puedes llamarme Nath.

—Si no te molesta.

—Obvio no —retrucó y nos reímos. Se giró porque iba en dirección contraria a mí—. Que te vaya bonito hoy.

Y dicho eso, caminó, dobló en la esquina y se fue.

Yo me quedé unos segundos ahí plantada, antes de darme cuenta de que era más tiempo del necesario. Mientras me dirigía a mi trabajo, no pude dejar de pensar en la buena impresión que me había dado y que además, no hiciera ningún comentario al respecto sobre mi abrigo raro y ancho.

—Nathaniel... —repetí, recordando.

Pero, por sobre todo, no pude dejar de pensar en lo agradable que sonaba su nombre.

Continue Reading

You'll Also Like

196K 22.1K 37
En donde Emma Larusso y Robby Keene sufren por lo mismo, la ausencia de una verdadera figura paterna.
400K 19.1K 26
El maldito NTR pocas veces hace justicia por los protagonistas que tienen ver a sus seres queridos siendo poseidos por otras personas, pero ¿Qué suce...
80.4K 6.7K 63
Los cantantes son tan reconocidos que sus fans harian lo que fuera con tal de conocerlos incluyendo faltar al trabajo para ir a verlos. Karime Pindte...
98.6K 9.4K 66
👁️⃤ 𝘖𝘯𝘦-𝘚𝘩𝘰𝘵𝘴, 𝘪𝘮𝘢𝘨𝘪𝘯𝘢𝘴, 𝘏𝘦𝘢𝘥𝘤𝘢𝘯𝘰𝘯𝘴 𝘦 𝘩𝘪𝘴𝘵𝘰𝘳𝘪𝘢𝘴 con los personajes de la serie: «🇬 🇷 🇦 🇻 🇮 🇹 �...