| sweet lies bitter truths |...

By kenyaesscobar

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"Digamos que tengo buena memoria, pero en cuanto a lo de ser un acosador; si lo sería, no es usted mi tipo de... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7

Capítulo 8

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By kenyaesscobar

El famoso festival gratuito Shakespeare in the Park, que se llevaba a cabo durante dos meses en el Central Park, en el cuál se presentaban dos obras del famoso escritor, con la colaboración de actores célebres del teatro y el cine, era una de las grandes tradiciones primaverales de Nueva York. Siempre para esa fecha se encontraban más personas transitando por este, sin embargo eso no era impedimento para que Joseph interrumpiera su rutina inter diaria de trotar, por lo que se encontraba con un chándal Adidas en gris y negro, monitoreando el tiempo en su reloj de pulsera a minutos, mientras los auriculares en sus oídos lo aislaban de las demás personas. Escuchaba Slide Away de Oasis, con el corazón brincando en la garganta a consecuencia de la adrenalina. Para él no había mejor sensación que sentir los latidos alterados y la respiración forzada. Normalmente lo lograba cuando llevaba a cabo algún deporte. Descontrolar de manera positiva su sistema nervioso, pero recientemente había descubierto que aún acostado mirando el paisaje que se dejaba ver desde su habitación, sus emociones se intensificaban cuando Alexis Fontana se le atravesaba en el pensamiento.

"Debo alejarme de ella por mi propio bien, necesito mantenerme controlado y no terminar estrellándome después de haber llegado hasta aquí... no puedo estropearlo todo por una mujer, no debo hacerlo."

Trotaba sin detenerse, cuando una chica que venía de frente le bloqueó el camino con toda intención, por lo que tuvo que pararse, después de un minuto logró reconocerla, sólo que con ropa deportiva y con un mejor semblante se le hacía difícil, una extraña sensación se apoderó de su pecho, no sabría cómo definirla, podría ser rencor, tal vez comprensión, también podría ser lástima. Se quedó en silencio admirando la belleza y jovialidad en ella, tenía una sonrisa hermosa y los ojos impactantes de color azul, no se sabía si eran grises o azules, si eran azules casi grises o gris azulados, no eran completamente azules como le pareció haberlos visto hacía varias noches en el estacionamiento.

—Hola, ¿no me recuerdas? —preguntó ella sonriente.

—Sí, sí, claro que te recuerdo —respondió quitándose los audífonos Beats—. Megan ¿Cierto? —inquirió y su voz aún se ahogaba por el esfuerzo realizado.

—Sí, Megan Brockman, pero aún no se tu nombre. —dijo ampliando más la sonrisa, aumentando con esto el brillo en sus ojos.

—Joseph Morgan, mucho gusto. —se presentó tendiéndole la mano.

Megan estrechó la mano mientras elevaba la cabeza un poco más para admirarlo mejor, sintiendo una corriente en la palma de su mano que le recorrió todo el brazo e hizo que los vellos de su nuca se erizaran.

—Siento lo de la otra noche —la vergüenza se apoderó de su voz—. Pensé que eras policía, de verdad corres rápido y cómo agarraste a ese imbécil —hablaba admirando a su héroe—. ¿Eres un corredor de atletismo de alto rendimiento de esos que va a los juegos olímpicos? —inquirió con interés.

—No —respondió soltando una pequeña carcajada—. Soy asistente fiscal.

—Ah, bueno, es casi lo mismo que un policía. Estás todo el tiempo con ellos o en muchas oportunidades. Te juro que no he vuelto a tomar otra pastilla. —le dijo con convicción.

—Y no debes hacerlo, cuando estás drogada eres presa fácil... ¿Qué te dijo tu padre? ¿Las fue a buscar esa noche? —preguntó mirándola.

—No, envió a Robert —prefirió ser más específica—. Mi chofer, pero al día siguiente sí me reprendió... ¿Quieres sentarte? —preguntó señalando una banca.

Joseph le hizo un ademán indicándole que tomara asiento primero y él lo hizo después de ella. Extrañándose al sentirse cómodo hablando con la chica, observó cómo se sentó sobre sus piernas cruzadas.

—¿Conoces a mi padre? —inquirió Megan casualmente, pero su corazón se desbocó repentinamente al ver el azul de los ojos de Joseph, que se imponían ante el rostro blanco y los cabellos rubios tirando a castaños.

—Solo de vista y algunas referencias. —respondió y liberó un suspiro lentamente.

—Entonces sí puedo hablar en confianza contigo. —le dijo con una sonrisa.

—Bueno si quieres hacerlo, pero no soy sacerdote, ni psicólogo. —le aconsejó a manera de broma.

Megan soltó una carcajada y posó una mano justo encima de la rodilla de él sintiendo la piel tibia y fuerte, pero al ver cómo él desviaba la mirada al toque; la retiró inmediatamente.

—Bueno, de psicólogos no quiero saber nada, estoy cansada de estar todo el tiempo en el consultorio de uno y con los sacerdotes no me la llevo bien. En fin, como te decía, esa noche no le vi la cara a mi padre porque si me hubiese visto cómo estaba, seguramente en estos momentos estuviese en un internado en Londres. Al día siguiente parecía más preocupado por Alexis que por mí, ya no soy una niña y sé que él se siente atraído por tu amiga.

Megan notó como el semblante de Joseph se endureció cuando nombro a Alexis, era evidente que le gustaba la pelinegra, pero ella acababa de descubrir que le gustaba Joseph Morgan, que le hacía sentirse muy bien, era atractivo, si se dejase crecer el cabello, sería idéntico a su amor platónico, tal vez si lograba enamorarlo, cuando fuesen novios le sugeriría el que se lo dejará crecer.

>>—¿Vienes a correr todos los días? —preguntó para crear una conversación amena y así conocerlo mejor, ya que él se mantuvo en silencio, tal vez no se había levantado y marchado por cortesía.

—Sólo tres o cuatro veces por semana, depende cómo se encuentre mi horario. —la voz de él se había tornado lacónica.

—Yo vengo todos los días por tres horas, podríamos encontrarnos y trotar juntos ¿Qué me dices? —preguntó con una sonrisa.

—Podría ser, no me gusta prometer nada. ¿Has desayunado? —indagó con cautela.

—Normalmente no desayuno, pero si me vas a invitar podría hacer la excepción. —sus hermosos y blancos dientes se dejaron ver completamente ante la sonrisa.

—¿No desayunas? ¿Nadie te ha dicho que el desayuno es la comida más importante del día? —clavó su mirada en los ojos azules de la chica.

—Sí, me lo han dicho, pero me acostumbré a no hacerlo y muy poco se interesan en supervisar si lo hago o no. —dijo excusándose de cierta manera con él.

—Bueno en este caso yo supervisaré si lo haces o no. —le dijo poniéndose de pie y ella lo imitó casi inmediatamente.

—¿Has traído el Lamborghini? —preguntó caminado delante de él y volviéndose para mirarlo mientras caminaba hacia atrás.

—No, he venido trotando, vivo cerca. —le hizo saber.

—Es una lástima, sueño con algún día poder conducir uno. El aburrido de mi padre aún no quiere comprarme coche propio, todo el tiempo es con el chofer, odio no poder ser independiente... ¿Me permitirás conducirlo algún día? —preguntó entusiasmada. El desenfado en ella sorprendía y causaba gracia en Joseph.

—¿Y sabes conducir? —preguntó él divertido.

—¡Claro! Por supuesto que sé, muchas veces cuando salgo con mis amigas me prestan sus autos. —dijo con magnificencia.

—Entonces, tal vez algún día permitiré que te desplaces a trescientos sesenta kilómetros por hora. —le hizo saber y ella dio un brinco de felicidad.

—Aún no tengo tanta confianza, porque si no te abrazará y besará. —expuso evidenciando su emoción y disfrazando sus deseos.

—No es para tanto. —le dijo desviando la mirada y observando el hermoso paisaje, mientras un tumulto de emociones giraban dentro de él.

Suponía que debía alejarse de Alexis para que no interfiriera en sus emociones, pero ahora se involucraba con Megan, que era mucho peor, sólo que no podía alejarse y mostrarse antipático con ella, no le nacía y por el momento estaba actuando por impulso, era uno de los tantos defectos en él, actuar y después pensar. Tal vez porque su tío le había dicho que: "Si piensas no vivirás, las personas que piensan antes de actuar dejan de hacer las mejores cosas en la vida, porque esos momentos que nos marcan y nos hacen verdaderamente felices no se piensan, solo se llevan a cabo. La felicidad no se razona, la dicha no se ensaya, los placeres no se adornan, sólo se viven lentamente para disfrutarlos mejor y para hacerlos más intensos."

Entraron a un local, la chica pidió una ensalada de frutas sin miel, sin ningún tipo de edulcorante y una botella de agua. Él pidió igualmente una ensalada de frutas con almendras y queso crema, además de un jugo de naranja natural.

Joseph observaba disimuladamente como ella apenas si probaba la ensalada y fijaba su mirada en el plato como si meditara demasiado para comer, en el momento no quiso hacer ningún comentario, ya que en jóvenes de su edad era normal las dietas, algo que confundían con dejar de comer.

—¿Estás estudiando? —preguntó él para sacarla de su dilema de comer o no comer.

—Sí, pero voy por las tardes, estudio Comercialización y Marketing en la universidad de Nueva York, ya sabrás por qué estudio eso. —dijo pinchando con el tenedor una rodaja de kiwi.

—¿Y porque no estudias lo que quieres? —demandó mirándola a los ojos.

—Porque lo que quiero no le conviene a la compañía Elite. No se necesita a un médico veterinario en una agencia de publicidad. —explicó con cierta nostalgia.

—¿Te gustan los animales? ¿Qué tipo? —preguntaba cuando ella intervino.

—De todo tipo, me encantan y puedes creer que no tengo siquiera un perro, me conformo con verlos por Animal Planet. Pensarás que mi padre es un tirano. —susurró y bajó la mirada a la ensalada.

—En realidad es mucho peor. —murmuró con la mirada en la tortura que ella le propiciaba a la pobre fruta.

—¿Ah? Disculpa, no te escuche. —le dijo elevando la mirada.

Él aprovechó para comer un poco y pensar su respuesta.

—Señorita Brockman —se dejó escuchar una voz masculina que llegaba a la mesa—. Buenos días, disculpe. —habló el hombre dirigiéndose al brasileño, quien asintió en silencio mientras masticaba y con la servilleta se limpiaba los labios.

La chica puso los ojos en blanco, evidenciando que le fastidiaba la inoportuna visita, Joseph elevó la mirada y observó al hombre de traje negro.

—Disculpe, señorita, es hora de regresar, recuerde que tiene clase de piano. —le recordó el hombre.

—Sí, Robert, ya voy. Dame cinco minutos, por favor. —pidió la rubia elevando la cabeza y mirando al chofer que asintió antes de alejarse prudentemente.

—¿Tocas el piano? —preguntó Joseph mirándola a los ojos, recordando que su madre lo tocaba mejor que nadie.

—Hago el intento, ya que es otra imposición de mi padre, me gusta más el chelo, pero él dice que no le gusta verme de piernas abiertas —le dijo sonriendo con picardía y Joseph solo tragó en seco, se llevó el vaso con el jugo de naranja y le dio un sorbo—. ¿Tocas algún instrumento? —preguntó al ver que él se había quedado mudo y prefirió no hacer ningún comentario de su broma, aunque era verdad, eso se lo había dicho su padre muchas veces.

—Toco la guitarra. —fue la respuesta del chico.

—¿Algún día podríamos tocar algo juntos? —preguntó sonriente— Podríamos hacer un arreglo de alguna canción de Evanescence.

—Que no sea My Inmortal, por favor. —pidió mirándola divertido.

—Me gusta esa canción, pero bueno... ¿Qué me dices de Call Me When You're Sober?

—Aceptable, podría decirle a mi primo que nos dé una mano con la batería. —le hizo saber y ella iluminó el local con su amplia sonrisa.

—¿Dónde has estado toda mi vida? Eres increíble —expresó emocionada— Entonces... ¿Algún día?

—Supongo que haciendo mi vida —fue la respuesta del joven—. Ahora ve, que te están esperando, y si llegas tarde a la clase de piano, ese algún día no va a existir.

—En ese caso me voy y pediré horas extras con la profesora, para que ese algún día sea cuanto antes, espero y seas muy bueno tocando la guitarra, ya que yo me esforzaré y espero valga la pena.

—Trataré de sorprenderte. —dijo sin querer ir más allá, porque estaba notando el doble sentido en la voz de la chica, ya que no era ningún pervertido y mucho menos con Megan.

Ella se puso de pie y se alejó, antes de salir se acercó a uno de los mesoneros, le pidió algo y se encaminó de regreso a la mesa. Joseph pudo ver que traía un bolígrafo en la mano y Megan tomó la servilleta que reposaba a un lado del plato y anotó un número.

—Espero me llames cuando vengas a trotar, ya te dije que yo lo hago todos los días. Ha sido un verdadero placer, Joseph —se acercó y le dio un beso en la mejilla, él no pudo más que fruncir el ceño y mirarla desconcertado—. No hagas de esa manera, que me recuerdas a mi padre y entonces te vomitaré encima la ensalada.

—Ve, no hagas esperar más al chofer. —le pidió doblando la servilleta y guardándola en uno de los bolsillos de su chaqueta deportiva.

El chico la vio salir y dejó libre un suspiro, para después desviar la mirada a la ensalada casi completa que ella había dejado, le dio otro sorbo al jugo de naranja y pidió la cuenta, debía regresar al departamento, darse un baño e ir a la fiscalía y de ahí a la torre Morgan, lo que le recordaba que su práctica laboral terminaría entrada las ocho de la noche.

Para Alexis no existía lugar más placentero que su lecho, en el cual podrían fácilmente dormir cuatro personas, le permitía rodar por esta con libertad, ofreciéndole el mejor de los descansos, por lo cual pasaba domingos completos entre sábanas y almohadas, abrazándose a la paz y tranquilidad que le ofrecía, pero llevaba dos noches sin poder conciliar el sueño completamente, dos noche de completo suplicio, porque sentía el espacio pequeño, rocoso, espinoso, daba vueltas y esto solo la desesperaba. Sus pensamientos eran invadidos por Joseph Morgan y en los millones de calificativos que acompañaban su nombre, porque había pasado una semana desde que casi protagonizaban una escena porno en plena vía pública, a la luz del día y parecía que de la noche a la mañana se lo hubiese tragado la tierra, no la había llamado o al menos enviado un estúpido mensaje. Había llegado al punto de odiarse a sí misma e insultarse, por permitir que un hombre la descontrolara y la llevará a tales extremos. Odiaba sentir cómo poco a poco se iba apoderando de sus emociones y ella no podía hacer nada por detenerlo. El fiscal se había convertido en un micro chip que se había instalado en su cerebro y que no permitía que sus pensamientos se detuviesen. ¡No! era más que eso, era un virus que poco a poco la estaba consumiendo y no encontraba un antivirus para eliminarlo y precisaba una solución drástica, necesitaba ser formateada urgentemente.

—Por qué cada argumento que me impongo, hasta la más fuerte de las explicaciones se va a la mierda cada vez que se me presenta con su imponente y perfecta anatomía. ¿Qué tienes Joseph Morgan? ¿Qué tipo de brujería eres? —se preguntaba, sintiéndose frustrada y soltando un gran suspiro. Lanzó las sábanas a un lado y salió de la cama.

Desnuda como se encontraba, se encaminó a la cocina para servirse un poco de vino, fijando la mirada en el reloj cromado y este le marcaba las tres y diez de la madrugada, entonces se concentró en cómo la aguja desgranaba los segundos, cuando de pronto unos abismales ojos azules se reflejaron, encendiendo llamas en su cuerpo y sintiendo como se sonrojaba ante el aumento de su temperatura corporal. No podía permitirle tanto poder, por lo que cerró los ojos y se llevó la copa a los labios dándole un gran sorbo.

—No seré yo quien te llamé, ni mucho menos quien necesite tu presencia. —se dijo, dejó la copa con un poco de licor y se encaminó a la habitación, debía relajarse, dejar en blanco sus pensamientos, pasó de largo al closet y buscó la ropa apropiada, se hizo una trenza poco elaborada ante la rapidez y se dirigió a su centro de paz, ese en el cual encontraba relajar cada parte de su cuerpo.

La amplia habitación con paredes de espejos le dio la bienvenida al iluminarla y colocar un poco de música, se encerró en esta hasta las seis de la mañana sintiéndose exhausta, pero renovada, por lo que le sería posible concentrarse en la boutique.

Todo el día lo pasó de fiscalía a tribunales y de tribunales a la torre Morgan, apagaba el ordenador cuando su móvil vibró sobre el escritorio en forma de L de cristal negro con patas cromadas. Con fastidio y energía se frotó la cara, al ver el remitente. Se sentía cansado, sólo quería llegar, darse un baño y dormir, pero esto se extendería hasta entrada la madrugada.

—Buenas noches, fiscal. —saludó sin poder ocultar el cansancio en su voz.

—Buenas noches, Morgan, salió un caso para ti. Hombre de unos cuarenta y cinco años, amordazado, maniatado, varias heridas con arma blanca y dos disparos, a los límites del distrito, ya la policía técnica está en la escena del crimen, te envió la dirección exacta al correo. —era la voz del fiscal general, evidenciaba el mismo cansancio que la de él, pero al menos este se iría a su casa a descansar y a él le tocaba abrir un caso a las nueve menos cuarto.

—Perfecto, enseguida salgo al lugar de los hechos —le hizo saber al tiempo que rodaba la silla y se ponía de pie—. Estaré mañana a las siete en fiscalía con el caso.

Colgó y lanzó el móvil con desgano sobre el escritorio para abotonarse el saco, se encaminó al armario y sacó una gabardina gris plomo, regresó por el teléfono, sus pasos lo llevaron a la sala de conferencias y abordó el ascensor privado. Al llegar al estacionamiento, Jackson y Logan lo esperaban, además del personal de seguridad, eran los únicos en la torre, vio el Lamborghini, pero desistió de ir en su vehículo, ya que era muy ruidoso y llamativo para un lugar donde se perpetró un asesinato o en el menor de los casos sirvió para liberación del cuerpo. Por lo que fue hasta la caseta de seguridad, pidió las llaves de uno de los autos de la firma y se retiró deseándoles buenas noches a los hombres.

—Hoy nos sale madrugada, muchachos. —acotó con voz alegre a los guardaespaldas, mientras caminaba y empezó a silbar el coro de Symphaty for the Devil de los Rolling Stone.

Joseph se detuvo al lado de un Opel Ampera blanco y subió a este mientras que Jackson y Logan se dedicaron una mirada que gritaba que querían salir corriendo y dejar de custodiar a al fiscal. No les quedó más remedio que subir a la camioneta y seguir al joven.

Alexis terminó su rutina en el gimnasio y por primera vez aceptó cenar con Esteban, su instructor de Tae Bo y Boxeo, lo hizo sin titubearlo, ya que cuando se lo pidió, precisamente pensaba en Joseph Morgan y en su arrogante desaparición del planeta, ya había perdido la cuenta de las veces que lo había mandado a la mierda, pero este no se movía un ápice de sus pensamientos, por lo que decidió buscar un nuevo método; como distraerse con el boricua.

Caminaban por la calle, uno muy cerca del otro, ella muchas veces sentía el brazo de él rozar su hombro, era evidente que deseaba la cercanía, que la verdad no le vendría mal, pues era un hombre sumamente apuesto y su corte rapado le daba un aspecto de maloso que le atraía.

—¿Qué tipo de comida prefieres? —preguntó mirándola con devoción y a ella le gustaba esa manera de seducción al entornar los ojos.

—No soy exigente, pero por aquí cerca hay un lugar donde venden comida Rusa. —dijo concentrándose en la persona que se encontraba con ella en el momento.

—Me parece perfecto, pero tienes que aceptarme otra salida para llevarte a comer comida puertorriqueña, hecha por mí. —la sonrisa del chico arrebataba.

—Lo pensaré. —fue la respuesta de la chica, correspondiendo al gesto de él.

—¡Alexis! —la voz del hombre que la llamaba hizo que el estómago se le encogiera, el acento portugués fue detonante para que el sistema nervioso se descontrolara y los latidos del corazón se instalaran en su garganta.

Volvió medio cuerpo y vio a Joseph Morgan bordeando un auto blanco, con la gabardina gris, era el hombre más elegante que alguna vez hubiese visto, al menos en persona, caminaba hacia ella con decisión y aplomo, lo que la obligó a tragar en seco, sintió las mejillas arrebolársele por lo que se llevó las manos a estas tratando de disimular. Llegó hasta donde se encontraba y la tomó por la mano jalándola como si le perteneciese, alejándola al menos dos metros de un Esteban desconcertado, al que ni siquiera miró; tal vez sintiéndose superior al instructor.

—Suéltame. —ordenó ella con decisión.

—¿Qué haces? —inquirió él obviando lo que ella acababa de pedirle sólo aflojando un poco el agarre, sin embargo, la sensación de cosquillas mezcladas con ardor placentero se extendía por todo su cuerpo.

—Pidiéndote que me sueltes —el sarcasmo bailó en la voz de ella reteniéndole la mirada, aunque esos ojos la estaban enloqueciendo, pero no se mostraría débil ante él.

—¿Quién es ese? —interrogó con voz peligrosa— ¿Te has dado cuenta del aspecto que tiene? Es el perfil de un acosador. —hablaba tratando de disfrazar y al mismo tiempo descifrar esa nueva sensación que germinó al ver a Alexis caminando al lado de otro hombre.

—¡Ay! ya deja la paranoia y de estar jugando al que todo lo sabe. eres un simple fiscal, no Dios, no puedes ver dentro del alma de las personas, deja de juzgar a las personas por su apariencia. Hay quienes parecen respetables y son mucho peor. —le recriminó elevando la barbilla con altivez.

—No soy Dios, pero tú también eres una simple mortal y estás expuesta a daños.

—Evidentemente, pero no por eso voy a dejar de lado mi vida para confinarme, creo que fuiste quien me dijo que en cualquier lugar se corren riesgos, no voy a huir de estos, no soy una cobarde. Necesito continuar mi camino. —le pidió jalando la mano del agarre.

Sin embargo Joseph no la soltaba, se quedó mirándola fijamente a los ojos con una mirada indescifrable, los rasgos se le endurecieron como si se hubiese molestado.

—¿Estás molesta? —preguntó al fin con voz suave, que no contrastaba en nada con su expresión.

"¡No, estúpido, estoy feliz, sobre todo contigo" pensó con ganas de gritárselo.

—¿Por qué debería estarlo? —contestó con pregunta—Tal vez porque vienes a exigir cómo el marido celoso, cuando ni siquiera me has llamado.

—¿Piensas que estoy celoso? —preguntó, sin él mismo poder creer en la pregunta que formulaba, no era esa la denominación que le daría a su sentimiento, debía existir otra menos estúpida que estar celoso— Sí, no te he llamado... ¿Y por qué no lo has hecho tú?

Alexis abrió y cerró la boca, reacción ante el descaro del hombre frente a ella, mientras se armaba de paciencia y no gritarle algunos improperios.

—Porque tenías que hacerlo tú, no yo. —hablaba negando con la cabeza, sin aún poder creer en la desfachatez de él.

—¿Por qué? ¿En qué lugar está estipulado que tiene que ser el hombre quien siempre las llame? —preguntó sin apartar su mirada de la de ella.

—Porque es de caballeros hacerlo, que valoré a la mujer. No existe lugar, ni ley, sólo interés. —explicó sintiendo que la sangre empezaba a hervirle ante la arrogancia en pasta que era Joseph Morgan.

—Y te has quedado en el siglo XV, no sé cómo hay mujeres que se creen miel y que esperan que los hombres le caigan como moscas, que sea uno él que las busque. ¿Por qué no pueden ustedes buscar lo que quieren? ¿Lo que desean? Para los sentimientos también hay que tener los ovarios bien puestos, una simple llamada no las va a devaluar, existe la línea entre el valorarse y el hacerse rogar.

—En éste caso, eres tú quien quiere hacerse de rogar. ¿Por qué no puedes ser como los demás? Atento, amable y comprensivo... ¿Por qué no me llamaste? —preguntó bajando la mirada, sintiendo en ese momento todo el peso de los últimos días, toda esa ausencia de él que la había torturado.

—He sido amable, atento y comprensivo, contigo lo he sido, como con ninguna otra mujer —su voz se convirtió en un murmullo lento, atrapando a Alexis en un torbellino de deseo, por lo que elevó la mirada sintiendo mil emociones, pero no lo demostraría. Su orgullo creaba un escudo para todas ellas—. Aún así, no espero ser completamente igual a todos los demás, no voy a marcar el mismo patrón, y siento si eso es lo que esperas de mí, si esperas que te llene el buzón con mis llamadas, que te acose. No soy de ese estilo de hombre, me gusta que me den mi propio espacio y considero que así lo prefieren las demás personas.

—¿Entonces quieres decir que no te importo en lo absoluto? —soltó la pregunta sin pensarlo y no pudo más que cerrar los ojos ante la impotencia que le causó esa muestra de debilidad.

—El hecho de que no quiera ser un apéndice que no te deje respirar, no quiere decir que no me despiertes ningún interés —murmuró Samuel antes de desviar la mirada al hombre a cierta distancia y una vez más la miró a ella—. ¿Te ha besado? —inquirió.

—Eso no es tú problema —dijo molesta, mientras lo miraba a los ojos, mirada que duró varios segundos siguiendo las pupilas de él que estudiaban las de ella.

—No lo ha hecho, aún no te ha besado, pero piensa hacerlo. —le hizo saber y antes que ella pudiese dar una respuesta, le soltó el agarre y sus manos volaron al cuello de la chica atrayéndola hacia él sin previo aviso, quien le deboró la boca con un beso indecente y lascivo, la cual no le importaba los espectadores, por el contrario, cobraba vida ante la contrapartida que ella empezaba a ofrecerle.

Las manos de Alexis se aferraron a las solapas de la gabardina y no era consciente de cómo se colocaba de puntillas, sin encontrar la voluntad para detener esa hecatombe a sus sentimientos, los destrozaba y se apoderaba de ellos, como lo hacía con su boca, invadía su vida como lo hacía su lengua navegando en el interior de la de ella.

Joseph sostenía con una de sus manos la nuca femenina, mientras que con la otra le cerraba el cuello impidiéndole cualquier movimiento de retirada. Fue recudiéndo de a poco la intensidad, dando paso a los mordisqueos y succiones de labios, abriendo los ojos lentamente mientras seguían saboreando el sabor de sus salivas y respirando el mismo aliento.

—Ya no lo hará —susurró él con la voz ahogada por el intenso beso, sintiendo como toda ella temblaba y jadeaba por oxígeno—. Me tengo que ir —informó depositando varios toques de labios húmedos y palpitantes—. Te llevaría conmigo para no dejarte sola con ese hombre y tu intuición de que no es peligroso, pero tengo trabajo y no es romántico llevarte a un lugar donde se ocurrió un asesinato... ¿Segura que conoces a ese tipo? —inquirió.

—Sí, es mi instructor de tae bo y boxeo, tranquilo Jack McCoy, bájale un poco a la paranoia. —le hizo saber guiñándole un ojo y sin previo aviso se acercó y le dio un beso, pretendía que solo fuese un contacto de labios nada más, pero Joseph llevó una vez más la mano a la nuca de ella y se apoderó de su boca por entero, dejándola sin suelo, siendo el centro de miradas de los transeúntes y de Esteban.

Se alejaron un poco y él volvía a enloquecerla con ese suave roce de la yema de su dedo pulgar viajando por su labio inferior, seguramente se había dado cuenta que le gustaba por los temblores que le arrancaba a su cuerpo. Sin decir una sola palabra, él se dio media vuelta y se encaminó al auto, ella hizo lo mismo acortando la distancia que la alejaba de Esteban, observó detrás del Opel Ampera la camioneta con los guardaespaldas, a los cuales saludó elevando la mano y ellos le asintieron en silencio, sin mostrar ninguna emoción en sus rostros.

—Disculpa, Esteban. —se excusó con el joven, caminando a su lado y retomando el paso.

—¿Es tu novio? —preguntó el boricua con la mirada al frente, sintiéndose decepcionado pero no derrotado.

—Esteban... —su respuesta en la cual le diría de manera educada que no era su problema fue interrumpida por Panic Station de Muse, ella sabía de quién era la llamada entrante, ya que con esa canción él había entrado en su vida, sin siquiera pensarlo y tratando de controlar la sonrisa ante su sorpresa contestó la llamada.

—Puedes decirle lo que creas necesario para sacártelo de encima —fueron las palabras de él, quien ni siquiera la dejó saludar, mientras la observaba por el retrovisor y esperaba que el semáforo le diera la luz verde—. Y podrías dejar que él camine delante, porque sólo te está comiendo el culo con la mirada.

Alexis no sabía qué decir, sólo se volvió y pudo ver como el carro arrancaba ante la luz verde y él había finalizado la llamada.

—Era mi novio. —dijo sonriendo y guardando el celular en el bolsillo de su campera roja, sin poder evitar sentirse como una estúpida adolescente.

—Si fuera él, no te dejaría salir conmigo —acotó el chico de manera casual, pero por dentro sentía rabia, no podía controlarla, era ilógico negarse que Alexis le gustaba y que estaba dispuesto a pelear por ella.

—No está muy contento de que salga contigo, pero si fueras él, estarías en este momento trabajando. —dijo tratando de evitar adelantársele a Esteban, sino caminar a su par.

—Bueno en ese caso, podríamos olvidar el pequeño incidente con tu novio y proseguir con nuestra conversación, que para mi es más interesante —le hizo saber guiñándole un ojo con picardía— Qué me dices... ¿Vienes el sábado a comer a casa? —inquirió divertido— No te llevaré a mi departamento, podríamos ir a la casa de mi abuela, por si te da miedo estar a solas conmigo. He notado que te intimido un poco.

La diseñadora tragó en seco ante la sinceridad y seguridad de Esteban, quien era completamente distinto y mucho más arriesgado fuera del gimnasio.

—¡No me intimidas! —exclamó soltando una pequeña carcajada para salvar su autocontrol.

—¿Entonces por qué siempre me evades? —preguntó sonriendo para no incomodarla, pero quería hacerlo seriamente.

—No te evado, si siempre pasamos tiempo juntos cuando estamos en el gimnasio y la pasamos muy bien. —expuso sonriente.

—Pero fuera del gimnasio no quieres pasarla bien —le hizo saber—. Siempre que te invito a salir tienes alguna excusa.

—No son excusas, tengo trabajo que atender. Si te evadiera no aceptaría esta cena ¿no crees? —inquirió elevando una ceja con sarcasmo.

—Caída del cielo, después de docenas de intentos fallidos y me dices que vas a pensar ir el sábado a casa de mi abuela, pero sólo es una excusa más y a última hora me dirás que no podrás porque tendrás algún inconveniente. Es totalmente predecible.

—¡Esteban! Sólo me estas retando. —dijo dándole un empujón en forma de broma, pues no caería en el juego de él, estaba loco si creía que la pondría contra la pared, no había nacido el hombre que lo hiciese, al menos que sea ella misma quien se lo permita.

Llegaron al restaurante y la conversación cambió a una menos atacante para Alexis, ella desvió el tema a uno deportivo, donde se sentía más segura y cómoda hablando con él; al final no le dio respuesta del posible almuerzo.

Joseph estacionó el vehículo fuera del dispositivo de seguridad, al lado de una patrulla policial científica, bajó y le pidió a los guardaespaldas que se quedaran dentro de la camioneta. El perímetro de veinticinco metros se encontraba marcado por la cinta policial y dentro se hallaban las autoridades necesarias, al llegar al pasillo uno de los policías lo detuvo.

—Disculpe señor, no puede pasar al área. —le hizo saber haciéndole un ademán de alto.

Joseph no dijo una sola palabra, sólo busco dentro de la gabardina la placa que lo acreditaba como fiscal del distrito de Manhattan, no terminaba de sacarla cuando se acercó otro agente policial.

—¡Fiscal! —saludó el hombre— Llegas tarde, Morgan —dijo tendiéndole las plantillas para los zapatos y los guantes.

—Otras cosas pendientes —respondió colocándose las plantillas—. ¿Nuevo? —preguntó refiriéndose al que le había impedido el paso.

—Lo han trasladado, es de Kansas. —respondió, mientras se encaminaban al epicentro del dispositivo de seguridad, donde se encontraba la víctima y el chico se colocaba los guantes.

—¿Qué te dicen los muchachos? ¿Con cuantas pruebas contamos? —preguntaba de manera casual, llevando a cabo su trabajo.

—Pruebas hasta ahora hay pocas, lo han liberado en el lugar, pero algo me dice que estuvo enredado con putas según las pocas pruebas que tenemos.

—¿Ya tienen la identificación? —preguntó.

—Nada, está limpio, pero mañana temprano te la hago llegar a fiscalía y también el informe forense.

El cuerpo inerte de un hombre maniatado recibía a Joseph, él se puso de cuclillas y el policía lo imitó tendiéndole unas pinzas, para que el chico revisara las heridas.

—Al parecer, según la dirección de las heridas, él se encontraba en el suelo. los tiros son a quemarropa. Me envías fotografías también. —le pidió, mientras observaba algunos rasguños en el cuello y pecho del hombre, así como rastros de pintura de labios.

—Sí, no lo querían vivo ni por error, en sus uñas encontramos restos de piel, esto nos ayudará en gran parte. Ya Collin está terminando el informe preliminar, para que empieces a trabajar en el caso.

—Ni de mierda lo reviso ahora, estoy loco por llegar, darme un baño y dormir al menos cinco horas.

—Sólo te estaba jodiendo. —se burló el hombre palmeándole el hombro al fiscal—. Me avisas para dar la orden a los forenses para que lo levanten.

—Por mí no pierdas tiempo —dijo poniéndose de pie—. Voy a ver que me tiene Collin para llevarle eso mañana al fiscal, lo quiere a las siete sobre el escritorio.

Joseph se reunió con el hombre que le entregó el informe y esperaron el levantamiento del cadáver, estuvieron por media hora más mientras hacían las últimas pesquisas del hecho.

El funcionario Joseph Morgan coordinó el levantamiento planimétrico del sitio de liberación, fijación fotográfica y reconstrucción preliminar de hechos.

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