Tomb Raider: El Legado

By Meldelen

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Anna, hija de Lara Croft y Kurtis Trent, ha manifestado de forma inesperada el legado de los Lux Veritatis po... More

Capítulo 1: Lady Croft
Capítulo 2: Hogar
Capítulo 3: Fractura
Capítulo 4: Silencio
Capítulo 5: Don
Capítulo 6: Pulso
Capítulo 7: Asesino
Capítulo 8: Huesos
Capítulo 9: Juguemos
Capítulo 10: Promesa
Capítulo 11: Barbara
Capítulo 12: Elegida
Capítulo 13: Destino
Capítulo 14: Retorno
Capítulo 15: Vísperas
Capítulo 16: Estallido
Capítulo 17: Ratas
Capítulo 18: Dolor
Capítulo 19: Belladona
Capítulo 20: Dreamcatcher
Capítulo 21: Demonio
Capítulo 22: Annus Horribilis
Capítulo 24: Verdad
Capítulo 25: Rabia
Capítulo 26: Monstruo
Capítulo 27: Votos
Capítulo 28: Otra vez
Capítulo 29: Foto

Capítulo 23: Frágil

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By Meldelen

Lara cruzó el pasillo del hospital como si fuese una tromba. Algunos pacientes y, sobre todo, sus familiares, la censuraron con la mirada o algún comentario despectivo cuando pasó a su lado como alma que lleva el diablo. No le importó, de hecho, prácticamente ni se dio cuenta. Se abalanzó sobre el padre Dunstan, que estaba tranquilamente sentado junto a la puerta de la habitación de Kurtis. Él era quien la había avisado. Se maldijo por estar ausente, pero justo acababa de llevar a Anna a que le fijaran de nuevo el diente desprendido.

- Acaba de despertar.- el sacerdote intentó tranquilizarla – Pero aún le están retirando alguna máquina y el respirador. De todos modos, está muy frágil. No deberías agotarl...

Lara dio un empujón a la puerta y entró en la habitación sin más. El joven médico estaba inclinado sobre el hombre que yacía en la cama y movía una linterna sobre su rostro. Dos enfermeros estaban recogiendo el tubo del respirador sobre la máquina que empezaban a retirar. Uno de ellos se encaró hacia ella:

- Haga el favor de salir ahora mism...

Lara le esquivó en un abrir y cerrar de ojos y fue junto a la cama. Ni siquiera se molestó en mirar al joven médico que se irguió de repente y le lanzó una mirada molesta. Sólo tenía ojos para Kurtis. Se arrodilló a su lado y aferró con fuerza su mano.

- Kurtis.- le dijo, tratando de sonar calmada.- Soy yo. Estoy aquí.

Nada había cambiado en el hombre que yacía inmóvil frente a ella, salvo que esta vez el pecho subía y bajaba de forma natural, no mecánica, aunque el sonido de su respiración seguía siendo sibilante y estrangulada. Sin el respirador, su aspecto era más tranquilizador, aunque los labios estaban secos y cuarteados.

Él abrió los ojos y miró hacia arriba. Seguía teniendo uno inyectado en sangre, pero estaba más diluida. Y entonces los bajó y la miró a ella.

Una chispa de reconocimiento. Y una leve, levísima sonrisa, todo lo que podían dar de sí los labios ensangrentados.

El sollozo que se le había quedado atascado a Lara en la garganta semanas antes salió de pronto, sin previo aviso, como un aliento entrecortado. Se tapó la boca con la mano. El rostro lívido de Kurtis se diluyó tras un velo acuoso.

- Señores, - oyó la serena voz del padre Dunstan tras ella – si no les importa, creo que nuestros hermanos necesitan un momento a solas.

Lara apenas percibió que el sacerdote había entrado para animar a salir al equipo médico que todavía estaba allí. Hubo un par de protestas: el paciente estaba débil, no tenía fuerzas para recibir visitas, no era conveniente que ella estuviera allí, y menos con aquella actitud... pero lo cierto es que acabaron en el pasillo y la puerta se cerró tras ellos, dejándolos solos en la habitación. No había nada como la sacrosanta autoridad de un sacerdote en determinadas ocasiones.

La exploradora británica sollozaba quedamente, la frente apoyada sobre el brazo derecho, el que no estaba roto. Lloraba de rabia, y lloraba de alivio. Incluso todavía obnubilado por las drogas que ya sólo parcialmente calmaban el dolor, Kurtis recordaba perfectamente la última, y de hecho única vez, que la había visto llorar así. Cuando lo rescató de sus torturadores.

Intentó hablar, pero todo lo que le salió de la garganta fue un ronco gruñido. Se moría de sed. Notaba los labios, la boca y la garganta duros y ardiendo como en fuego. Movió levemente la mano que Lara le aferraba.

-Eh. – consiguió graznar al fin. – Milady.

La mujer a la que había amado durante años alzó la cabeza. No pudo evitar sonreír de nuevo al verla con los ojos hinchados, el maquillaje corrido y el moño desastrado tras haber llorado contra su brazo. Aunque en sus circunstancias, aquella sonrisa fue más una mueca torcida. Notó abrirse nuevas heridas en los labios al hacerlo.

Lara se limpió el rostro húmedo con un par de manotazos bruscos y, tomando su cabeza entre las manos, lo besó en la boca, dulce, sentidamente, entregada.

No, pensó Kurtis, un pensamiento estúpido, obnubilado. No hagas eso. Se sentía sucio. Era lo que más odiaba de los hospitales, estar desnudo bajo una fina sábana, titiritando de frío, lleno de tubos en lugares molestos, sin poder lavarse. Seguro que olía fatal, a enfermedad, a herida. Ella olía a gloria bendita. Y sus labios, Dios mío, su sabor. La humedad de su saliva era el primer líquido que saboreaba en semanas.

Pero a Lara parecía no importarle. Por la forma en que lo besaba, no había puesto la boca jamás sobre nada más limpio, más delicioso. Él no tenía fuerzas para moverse, así que se dejó besar. Por un momento, casi lograba distraerle del dolor.

Por fin, ella se apartó y lo escrutó, ya más calmada.

- Has estado en coma tres semanas. – le dijo – Te lo indujeron para evitarte el dolor, aunque luego te quedaste comatoso igualmente. ¿Cómo estás?

¿Cómo estaba? Le dolía todo. Las piernas, por la forma en que chillaban, debían estar rotas: él nunca se había roto nada antes. El brazo izquierdo chillaba menos, pero lo tenía inmovilizado en una carcasa de yeso. Pero lo que más dolía...

Kurtis movió la mano del brazo que no tenía roto y tiró débilmente de la sábana que le cubría. Entendiendo su intención, Lara la retiró suavemente, destapando el lado izquierdo de su tórax. Todavía hinchado y ennegrecido, lo recorría una nueva línea de gruesos puntos.

- Te reventaste el bazo al caer. – le informó. – Lo han tenido que extirpar. – movió la mano, sin tocarlo, sobre el pecho, entre los músculos pectorales, donde había una cicatriz menor.- Esto es el neumotórax. Al romperte las costillas se te clavaron en el pulmón. Te han extraído un litro de sangre de ahí dentro.

Los hombros desnudos de Kurtis se estremecieron levemente.

- He...estado...peor. – cerró los ojos.

Desde luego, pensó Lara. Boaz. Pero ella no había estado allí entonces. No le había visto en su inmensa debilidad. El dudoso honor había correspondido a los monjes de Meteora, y más tarde, a Selma. Incluso el hombre torturado que Lara había sostenido en sus brazos y llorado con rabia hacía años seguía siendo fuerte, espléndido, digno en su dolor y capaz, como siempre, de curarse rápidamente de sus heridas.

Ahora tenía delante a un hombre mortal. Derrotado, frágil.

No, derrotado no, se corrigió. Victorioso.

Vio que Kurtis movía de nuevo los labios. Se inclinó sobre él.

- Anna. – lo oyó sisear.

- Ella está bien.- le indicó – Furiosa, triste, culpable, pero bien. Sólo con media cara hinchada y un diente desprendido que le están fijando ahora. – le acarició el rostro – No puedes evitarlo, ¿verdad? Tenías que ser el héroe una vez más.

Él abrió los ojos y la escrutó, pero Lara sonreía con tristeza. Intentó sonreírle de nuevo, aunque probablemente le salió otra mueca. Luego estiró la mano e, inconscientemente, le acarició la mano, cuidando de no desenganchar ningún tubo. Ella no hizo más preguntas, pero seguía dándole vueltas en la cabeza a la escasísima información dada por Anna.

Un íncubo.

Por fin me lo he cargado.

Un íncubo.

A ese hijo de puta.

Un... íncubo.

Yo lo atraje. Venía a por mí.

Un íncubo.

Ese hijo de puta.

Un íncubo era un demonio de la lujuria. Seducían... y cuando no lo lograban, violaban.

Era a mí a quien quería. Pero papá se interpuso.

Por fin me lo he cargado.

Ese hijo de puta.

- Lara.

Kurtis la estaba mirando con el ceño fruncido. Ella parpadeó, le soltó la mano y se frotó las sienes.

- Estoy cansada, no es nada. - se frotó los ojos, corriendo aún más el rímel.

Por fin me lo he cargado.

Un íncubo.

Guárdate de la larga noche.

El príncipe de todos los demonios.

Guárdate del príncipe de los demonios.

- Lara.

Ese hijo de puta.

- Se ha... terminado. Se... acabó.

Yo lo atraje. Venía a por mí.

- Lo sé. Descansa. – dijo por fin, y se inclinó para besarlo. Suavemente esta vez. Apenas un roce en sus labios llenos de costras. Como el aleteo de una mariposa.

Pero papá se interpuso.

(...)

Ya en el pasillo, dio apenas cinco pasos, y luego se agarró con fuerza a la barandilla de la escalera, doblándose por la mitad, como si le hubieran dado un puñetazo. Luego aspiró aire lentamente, varias veces, y exhaló hasta el final, hasta que logró calmarse y controlar el temblor de sus piernas.

- Moloch. - masculló entre dientes.

Tenía preguntas. Muchas preguntas. Pero no podía formularlas. Él nunca le respondería.

Moloch. Un nombre, un conjuro, una maldición. Llegado como una tormenta, como una condena, y desaparecido de nuevo, esta vez para siempre.

Y la mirada franca de Anna. Como si lo supiera.

Como si siempre lo hubiera sabido.

Moloch me mató.

No, ésa había sido Betsabé.

¿O se había muerto ella sola?

¿Qué había pasado, en realidad?

No lo sabía. No lo intuía. No podía recordarlo.

Aquella oscuridad. Aquella náusea. El horror.

- Moloch. - repitió. Y se irguió.

El Príncipe de Todos los Íncubos había desaparecido.

Y ella seguía allí. Y también su archienemigo, el hombre que amaba, y su hija.

Seguimos aquí, maldito engendro. Seguimos aquí.

Lentamente, regresó junto a Kurtis.

(...)

Luego, recordaría muchas escenas en una neblina confusa. Recordaría a Anna, llorando y riendo a la vez, sujetando la cabeza de su padre y llenándole la cara de besos. Recordaría al padre Dunstan, sentado junto a él, trazando sobre él la señal de la cruz y murmurando algunas oraciones en latín, mientras Kurtis lo miraba de reojo con expresión irónica, pero sin decir nada. Recordaría a su madre, lady Angeline, trayendo comida para todos. Recordaría estar cada vez más exhausta, más consumida, más agotada, pero negarse a moverse de allí.

- Lara, querida – la mano cálida del sacerdote irlandés le apretaba con afecto el hombro – tienes que ir a dormir. Tienes que ir a descansar. No serás de gran ayuda si estás destrozada.

No quería irse. Quería estar con él, besarle la boca, acariciarle la mano, pedir más calmantes para el dolor. Quería alimentarlo él misma con la comida que traían, lavarlo, atenderlo, aunque apenas le dejaban tocarlo. Quería aplicarle el bálsamo en los labios cuarteados y ponerle en la boca un paño húmedo, porque se moría de sed y no podía beber ni una gota. Quería sostenerlo cuando le aplicaban las dolorosas curas, o lo movían para algún reconocimiento, y el rostro se le desfiguraba de pura agonía, aunque no dejó escapar ni un lamento. ¿Es que estaban ciegos? Él nunca se quejaba, pero le hacían daño.

Quería estar ahí para él, por todas las veces que no había estado, por todas las veces que lo había herido. No era una penitencia, era un deseo honesto, real.

No quería dejarlo ir. Nunca.

(...)

Kurtis pudo salir de la UCI a las dos semanas, y entonces Lara decidió que había sido suficiente hospital por mucho tiempo. Pese a las leves protestas del equipo médico, que estimaba que era mejor no mover al paciente hasta que estuviese más restablecido, la exploradora británica hizo las gestiones necesarias para que pasara el resto de su convalecencia en casa.

- No es lo idóneo.- protestó el joven médico – Es pronto para darle el alta. Necesita curas y cuidados específicos, y aquí los recibirá mejor.

- ¿Qué curas y qué cuidados? – Lara se forzó a ser cortés. Al fin y al cabo, aquel joven le había salvado la vida a Kurtis.

- Hidratación, progresiva reintroducción del alimento sólido, higiene, analgesia, rehabilitación muscular...

- Todo eso puede recibirlo en casa.

- Señorita Croft, usted no es médico ni enfermera.

- Tengo una formación sanitaria media. He tomado cursos de enfermería. Con mi modo de vida, he tenido que aprender a cuidarme a mí misma en más de una ocasión.

- Usted no va a poder mover un cuerpo inerte de... - el muchacho se interrumpió y fijó su mirada en los bíceps de Lara, que sobresalían a través de la camisa – Bueno, ehm...

- Puedo empujar a larga distancia bloques macizos que pesan varias veces más que yo. – contestó ella, siguiendo la mirada del médico – No tendré problemas con un cuerpo inerte, como usted dice.

- Aun cuando usted pueda darle los cuidados básicos, el programa de rehabilitación...

- Mandadme un enfermero cuando llegue el momento a casa, pagaré lo que sea. Que sea hombre. Está harto de que las enfermeras se pasen el día levantándole la sábana para mirar lo que tiene entre las piernas.

- Son profesionales, señorita Croft.- protestó el médico, ofendido.

- Y yo tengo ojos en la cara. Al viejo decrépito que está en la habitación de al lado no le levantan tanto la sábana.

Y así quedó zanjado. Lara se llevó a Kurtis a Surrey y lo acostó en su propia cama, que también era de él, aunque él no consideraba suyo absolutamente nada de lo que había en aquella mansión, desde la verja hasta el patio de atrás, desde el sótano hasta el desván.

Por de pronto, Lara no permitió a su alrededor enfermeras ni cuidadoras. Canceló todas sus misiones, despidió a todos sus clientes y se quedó a cuidarlo ella misma, sin permitir que nadie más le tocara.

- Puedes irte a casa. - le dijo, categórica, a su madre.- No es necesario que te quedes, yo me las arreglaré.

Lady Croft se quedó. Llevaba y recogía a Anna del colegio, estaba con ella, supervisaba sus tareas y se ocupaba de ella, de modo que Lara apenas se movió de la cabecera de Kurtis, el cual se iba recuperando lentamente.

Las primeras semanas necesitó analgésicos fuertes para calmar el dolor, que se le traslucía en el rostro cuando Lara – sorprendentemente cuidadosa – lo movía, aunque nunca se quejaba. Luego, con el transcurso de las semanas, lo fue necesitando menos y hasta se dormía cuando a ella le dio por leerle.

- Oye, ¿qué tal si me lees un trozo de ese tocho de ayer?

- La Ilíada. - Lara torció el gesto, divertida.

- Eso. Para qué usar somníferos cuando existe la Ilíada.

- Qué bruto eres.

No era tanto la Ilíada como observar y escuchar a Lara leer. Tenía una bonita voz, leía como una Musa y hasta entonaba de forma diferente según el personaje al que recitaba. Allí sentada, con el libro enorme en el regazo y la trenza cayéndole sobre el hombro, entonando versos y hasta gesticulando como una poetisa de la Antigüedad, casi se le olvidaba que aquella mujer era capaz de reventarle la cara a uno de un puñetazo.

- ¿Eso de Aquiles y Patroclo es lo que yo creo?

- Podría ser.

- ¿Podría ser?

- Podría ser. - Lara sonrió maliciosamente – Pero recuerda que todo empieza por la ira de Aquiles porque le han quitado a Briseida.

- O sea, que el tipo le tiraba a todo.

- También se enamora de la reina de las Amazonas.

- Anda, como yo.

- Viejo romántico.

(...)

Era duro cuidar de una persona impedida, pero Lara estaba habituada al intenso ejercicio físico. No le dolía nada de lo que tenía que hacer para cuidarlo, desde las delicadas inyecciones hasta mantener el cuerpo hidratado y moverlo constantemente para que no se ulcerara la piel. Él se dejaba hacer. Gracias, decía. Gracias, gracias, gracias.

- ¿Para qué haces eso? – murmuró, en una ocasión, lady Angeline, viendo como Lara se frotaba el cuello, rendida de puro agotamiento – Paga a un cuidador para que se encargue de él.

- Nadie le toca más que yo.- respondió Lara, categórica, sin hostilidad, pero sin simpatía.

- No es necesario que te castigues...

- No es castigo. Es deber. Lealtad. Él ha salvado la vida de mi hija... y la tuya, también. Cuidarle hasta que se recupere es un precio pequeño a pagar.

Y no añadió que además de deber y lealtad, estaba el amor.

Todavía no había abordado el tema que quería hablar con él desde antes del incidente. No había prisa. No mientras fuera frágil. Tenían todo el tiempo del mundo. O eso esperaba.

(...)

Despertó al oír un sonido ligeramente familiar: el rasgueo de un lápiz contra el papel. Abrió ligeramente los ojos y la vio allí sentada, a su lado, rodeada de bocetos y bolas de papel, algunos de ellos sobre sus piernas todavía escayoladas. La cama era lo suficiente grande para eso, pero se dio cuenta de que también estaba cubierto de papeles, hasta casi la cintura.

- Eh, peque. - le dijo, burlón – Todavía no soy una mesa.

Anna levantó la vista y le sonrió. Se la veía animada.

- Quería enseñarte un dibujo que estoy haciendo, pero estabas dormido.

- ¿Cuál de todos? - dijo, doblando la barbilla hasta el pecho y mirando la exposición de bocetos sobre la cama y sobre sí mismo.

La niña cogió uno que estaba sobre su estómago y se lo acercó al rostro para que lo viera. Seguía sin poder moverse mucho.

- ¿Qué es eso? - bromeó Kurtis - ¿Una patata dentro de un cuenco?

Anna frunció el ceño.

- ¿Seguro que ves bien por ese ojo chungo? Es el Iris.

- Ah. - él torció la boca – Si tú lo dices...

- ¡Papá!

- Es broma. Reconozco el...

- Iris.

- Lo que sea.

- Quería tocarlo, pero mamá no me ha dejado. Dice que es peligroso.

- No está mal para no haberlo tocado. La semana que viene puedes empezar con la cabeza del tiranosaurio.

Seguía de broma, pero a la niña se le iluminó la mirada.

- ¿Crees que podré?

- Bueno, por lo menos no te morderá.

- ¡Guay! - exclamó Anna, incorporándose y empezando a recoger los papeles esparcidos sobre la cama – y sobre su padre. En cierto momento, sin darse cuenta, se apoyó en su brazo derecho.

- ¡Ay! - gritó Kurtis.

Anna dio un salto hacia atrás, se quedó mirándolo y entonces frunció el ceño.

- Vaya, estamos graciosos esta mañana, a lo que se ve.

El brazo que tenía escayolado era el izquierdo.

- Es muy fácil tomarte el pelo.

- Para tomadura de pelo, la de aquella noche en la biblioteca, ¿eh? - cayó sentada de nuevo, y esta vez Kurtis dio un respingo de verdad, porque había sacudido el colchón. - ¿Puedo preguntarte algo? - dijo, bajando la voz, mientras miraba de soslayo hacia la puerta entreabierta.

- Uy, te estás poniendo seria.

Se había puesto seria. Retorció el fajo de papeles en su mano, y entonces susurró:

- Hablaba en serio, ¿verdad?

Kurtis suspiró. La observó unos momentos en silencio, y entonces respondió:

- Sí. Un íncubo siempre habla en serio.

Y apartó de su mente las horribles imágenes de la Vorágine, las amenazas que Moloch sí había llegado a cumplir.

- Dijo cosas horribles. No puede ser que...

- Cada palabra que dijo, la dijo en serio. Siento que hayas tenido que oír todo eso.

La niña asintió levemente. Parecía mucho mayor de súbito, muy madura, con aquella seriedad inusual en sus ojos celestes.

- Papá.- le dijo muy seria – Tienes que dejar de intentar protegerme todo el tiempo.

- Anna...

- No.- interrumpió ella.- Cállate y déjame terminar. – lanzó el fajo a un lado con gesto serio – Esa cosa casi te ha matado, papá. No tendremos tanta suerte la próxima vez.

Kurtis sonrió con paciencia.

- No soy tan malo en esto, incluso sin poderes. El íncubo es un demonio muy fuerte, probablemente el más fuerte contra el que se puede luchar. Es normal que me haya destrozado. Pero me las apaño muy bien con demonios menores. De hecho, siempre lo he hecho así. Nunca he usado el Don a menos que no tuviese más remedio. Me he acostumbrado a ser autónomo.

Anna suspiró y se inclinó hacia él.

- Papá, no me estás escuchando.- repitió con paciencia – Tienes que dejar de protegerme todo el tiempo. El abuelo Konstantin abusó de ti, y ahora tú me quieres meter en una cajita de cristal...

De pronto, una voz del pasado, dolorosa, hiriente.

(...)

- Lo que quieres es encerrar a Anna en una cajita de cristal, para que no se rompa. – Lara soltó un bufido de desprecio – Y si te dejara, harías lo mismo conmigo.

(...)

Kurtis cerró los ojos. Su hija seguía hablando.

- ... las dos cosas están mal. Si sigues intentando protegerme, un día estarás muerto y yo indefensa. Así que lo primero que harás cuando te levantes de ahí será empezar a entrenarme. ¡Y quiero el Chirugai!

- El Chirugai no puede ser reclamado sin más. Es él quien te reclama a ti. – el exlegionario la miró de nuevo – Es un arma muy peligrosa. No se ha sometido a cualquier Lux Veritatis ni por asomo. Que yo sepa, sólo ha obedecido a tu bisabuelo, a tu padre y a mí mismo...

- Y ahora me obedecerá a mí.

- No puedes saberlo. De hecho, ni siquiera sabes todavía si eres Sanadora o Luchadora.

Anna bufó y se levantó, empezando a recoger de nuevo sus papeles.

- Soy bisnieta, nieta e hija de Luchadores. Los Heissturm son Luchadores. Yo también lo seré.

- Y, sin embargo, lo que hiciste en Sri Lanka fue curarte a ti misma, aunque no lo supieras.

- Veo el pasado, el presente y el futuro. Percibo sensaciones cuando miro o toco a determinadas personas.

Kurtis parpadeó.

- ¿Cómo?

Anna hizo un gesto vago.

- Lo que quiero decir, papá, es que quiero esto que me ha tocado. Quiero ser una Lux Veritatis.

- No sabes lo que dices.

- ¡Sí, sí que lo sé! – se cruzó de brazos, molesta - ¿Quiere dejar de tratarme como a una niña? A todos los efectos, ¡ya soy una mujer! Y he decidido que no voy a tener miedo. Se lo prometí a la abuela Marie. Lucharé contra los demonios, tanto si vienen a mí, como si voy a por ellos yo misma...

- Anna...

- ... y me da igual lo que penséis. He nacido para esto, lo sé.

- No.- Kurtis se pasó la lengua por los labios – Naciste porque te queríamos. Tú no tienes que hacer nada que no quieras.

- Pues quiero, papá. Quiero, y mucho. Sé que tú lo odiabas, y lo siento muchísimo, te merecías algo mejor. Pero yo no soy tú. Tampoco soy el abuelo Konstantin. Ni Marcus, ni ningún otro. Yo soy yo, y quiero ser una Lux Veritatis.

Durante un momento, el silencio se espesó a su alrededor. Finalmente, Kurtis habló.

- Tú serás lo que quieras ser, peque. Faltaría más.

Una sonrisa iluminó el rostro de Anna. Tenía un diente pegado, un cerco claro alrededor de la raíz, y una sombra oscura aun recorriendo el lado derecho del rostro, donde el íncubo la había golpeado. Pero para él era lo más bello que había en el mundo.

Cuando se inclinó para besar a su padre en la hirsuta mejilla, vio que él hacía una mueca de dolor. Quiso pensar que era por sus heridas, aunque ella sabía que no era así.

(...)

Lady Croft llegó a estar tres minutos ante la puerta, vacilante. Al final, suspiró inaudiblemente y entró en la habitación. La ventana del dormitorio matrimonial estaba ligeramente entreabierta y una brisa suave agitaba las cortinas.

El hombre yacía en la cama, medio recostado sobre los grandes almohadones, el torso desnudo – salvo el enorme parche que le cubría el costado – y cubierto hasta la cintura por las sábanas. La anciana dama no quiso preguntarse si estaba vestido debajo de esa ropa de cama. Su mirada se quedó prendada del brazo derecho, el que no tenía roto, el que tenía aquella vía con el gotero de los calmantes. Parecía que el dolor tardaba en desaparecer. Pero no era eso lo que lady Angeline miraba, sino el tatuaje del hombro. Aquel símbolo extraño. Ajeno. Desagradable.

Él tenía el rostro vuelto hacia el otro lado y la respiración tan pausada que creyó que estaba sedado, pero entonces volvió la cabeza y la miró directamente. Si de normal, aquella mirada fría la incomodaba, el tener un ojo inyectado en sangre le daba un aspecto aterrador.

Para su sorpresa, el hombre se rio suavemente.

- No se preocupe, no la voy a morder. - y al reírse de nuevo se agarró el costado. - Póngase cómoda.

Había una silla junto a su cabecera, en la que Lara solía sentarse cuando estaba con él, pero Lady Croft no se acercó ni mucho menos. Retrocedió un par de pasos y se dejó caer elegantemente en el diván aterciopelado junto a la chimenea, bien lejos de la cama.

- ¿Cómo está? - se atrevió a farfullar, mientras se arrepentía de haber abierto la boca y mucho más de haber entrado.

- Sobreviviré. - respondió él, no sin cierta guasa. - ¿Recuperada ya del susto, abuela Croft?

La anciana dama se irguió en su asiento, súbitamente indignada.

- Es Lady Croft para usted.

- Ah, no.- Kurtis negó tranquilamente con la cabeza – Para mí sólo hay una lady Croft en este mundo, y no puede ser usted.

- Es usted un canalla.

Él se encogió de hombros, divertido, y durante un momento sólo se oyó el goteo del medicamento dentro del gotero. Al fin, lady Croft habló:

- Quería darle las gracias por lo que hizo la otra noche. Por mi nieta.

Kurtis se la quedó mirando y se agarró previamente el costado para soltar una carcajada.

- Ésa sí que es buena.

- ¿Qué le hace tanta gracia?

- No sé si se ha dado cuenta, pero su nieta es mi hija.

¿Se estaba burlando de ella? Bueno, dos podían jugar a ese juego.

- Usted no parecía el tipo de hombre que se preocupa por un hijo.

Él reaccionó con otra carcajada, pero no dijo nada más. Apoyó la cabeza en los almohadones y cerró los ojos. Parecía súbitamente exhausto.

Al final, lady Angeline se atrevió a preguntar.

- ¿Qué... qué era eso? La... cosa que vino la otra noche.

Kurtis abrió un ojo – el ensangrentado – y la observó.

- Un íncubo. - dijo al fin.- Un demonio de la lujuria. De lo mejorcito que anda – que andaba, suelto por la tierra de Dios.

- Dios no permitiría que esas abominaciones poblaran la tierra. - murmuró lady Croft, estremecida.

- ¡Ja! - se rio el hombre, y enmudeció de nuevo.

Y al cabo de unos minutos, la anciana dama se atrevió a hablar otra vez.

- ¿Por qué esa... cosa, venía a por mi nieta?

- Es complicado.

- Cuéntemelo.

- No lo entendería.

- Póngame a prueba.

- No.

La anciana dama inspiró profundamente, luego masculló:

- Si a mi nieta la van a perseguir esas cosas...

- A mi hija no le va a pasar nada. - el hombre giró el rostro hacia ella.- No mientras yo siga vivo.

La anciana dama arqueó las cejas.

- No se ofenda, pero ahora mismo no tiene usted muy buena pinta.

El hombre volvió a reír.

- He estado peor. Puede volverse a sus partidas de bridge y a sus pastitas de té. Los canallas nos ocuparemos del trabajo sucio.

- ¿Y en qué consiste en ese trabajo sucio?

Kurtis suspiró. La vieja no suelta la presa, ¿eh?

- En interponerse entre íncubos infernales y damas en apuros para acabar saliendo volando por una ventana y que la suegra te fastidie la recuperación.

- No soy su suegra.

- Menos mal.

Lady Croft suspiró esta vez.

- Está bien. Renuncio a entender lo que ocurrió la otra noche... sólo quiero darle las gracias por lo que hizo.

- Guárdeselas en su bolsillo floreado. Volvería a hacerlo. Es mi hija.

La anciana dama asintió lentamente.

- Puede que le haya juzgado mal después de todo, Ken.

- Kurtis.

- Lo que sea.

Se levantó elegantemente, con una gracia que a él le resultó muy familiar, y anduvo hasta la puerta. Pero antes se salir se volvió hacia él.

- Así que usted se dedica a limpiar el mundo de demonios.

- No lo cuente a sus amigas durante las fiestas de té.

- Ya no voy a esas fiestas. - lady Croft le dio la espalda – Y ya que le gusta tanto limpiar, a ver si se limpia usted esa boca. Mi nieta blasfema como un soldado, y eso no lo ha aprendido de mi hija. ¿En serio besaba a su madre con esa boca?

Kurtis sonrió.

- Beso a tu hija, y más que hago, con esta boca.

Lady Croft enrojeció hasta las orejas.

- Canalla. - masculló.

Y salió dando un elegante portazo.

(...)

A los dos pasos, en medio del pasillo, lady Angeline se detuvo y soltó un suspiro.

Lo había hecho mal. Vieja idiota, se acusó. Así no iría a ningún lado. Mañana lo intentas de nuevo.

Vio subir a su hija por la escalera contraria. Se apresuró a quitarse de en medio.

(...)

- ¿Ha estado mi madre molestándote?

Lara levantó la jarra y vertió, despacio, muy despacio, el agua tibia sobre el cabello enjabonado de Kurtis. Él, con la cabeza echada hacia atrás, los ojos cerrados, sonrió levemente. Se deja querer, pensó ella. Y cómo no. Siempre era mejor a que lo atendiera un desconocido.

- No mucho. En realidad, ha sido entretenido. – él abrió los ojos. Las gotas de agua brillaban en sus pestañas – Se parece mucho a ti.

Lara soltó un bufido y dejó la jarra al lado. Luego, le secó con suavidad los cabellos con una toalla. Durante años, habían sido castaño oscuro, pero en los últimos años se habían salpicado de cabellos grises, lo que, lejos de afearlo, había reforzado su atractivo.

- ¿A mí? No me fastidies.

- Es verdad. Ese aire de reina... - torció la boca en una mueca divertida - ... ese moverse como si la meciera el viento... esa forma de mirarte como si fueras un gusano...

Lara blandió la navaja de afeitar y la movió ante sus ojos.

- Señor Trent, no provoques a quien va a afeitarte. Puedes salir perdiendo.

- No es preciso que me afeites...

- ¿Y cómo vas a hacerlo con una sola mano? ¿Te acuerdas de aquella vez en Rumanía, cuando pretendías quitarte los puntos de la espalda tú mismo?

Él rio suavemente, luego se agarró el costado con gesto de dolor.

- Vivo en el terror pensando en cuando tengas que quitarme los de ahora.

- Prometo ir con cuidado – dijo ella, extendiendo la espuma sobre sus hirsutas mejillas – pero no tientes tu suerte.

Durante un momento no se oyó nada más que el suave sonido de la navaja de afeitar rascando la piel. Fiel a su propósito, cuando se lo proponía, Lara podía ser delicada.

- Imagino que habrá venido a pelearse un rato. – añadió ella, refiriéndose a Lady Croft – Últimamente no hace otra cosa. No sé por qué no la he echado con cajas destempladas.

Kurtis había cerrado los ojos de nuevo.

- Venía a darme las gracias.

- ¿En serio?

- A su manera. Como tú lo haces, tanto si das las gracias como si te disculpas.

La presión de la navaja se intensificó en su garganta.

- Señor Trent, no me provoques.

Él abrió un ojo – el que tenía sano – pero ella sonreía divertida.

- Me temo que he sido un poco grosero con ella.

- Sobrevivirá.

De pronto, él volvió a dar un respingo y se agarró el costado.

- ¿Tienes mucho dolor? – ella escrutó el gotero – Te aumentaré la dosis.

- No quiero estar... siempre sedado.

Ignorando su comentario, Lara extendió la mano y movió la válvula que regulaba la dosis del calmante. Luego, siguió afeitándolo con delicadeza.

- Tienes razón, de todos modos.

- ¿Hmmm-hmm? – Kurtis empezaba a adormecerse. La medicación hacía su efecto.

- Se parece a mí. Yo me parezco a ella. Somos iguales.- suspiró y dejó la navaja a un lado – Disfuncionales en las relaciones sociales.

- Lo haces... mejor... de lo que crees.

La vista se le empezó a nublar. Luego notó una toalla caliente en el rostro. Lara se la pasaba suavemente por la mandíbula, retirando los restos de espuma.

- No, no lo hago. Me he comportado de una forma horrible últimamente.- de pronto, bajó la voz, o quizá es que estaba perdiendo el conocimiento, porque la oía como si estuviese lejos - ¿Me has perdonado, Kurtis? Lo que te dije... fue demasiado cruel. No era verdad. No lo sentía. Estaba furiosa... nunca debí haber dicho aquello. Nunca debí haberme reído.

La respiración del herido se volvió más lenta, más pausada. Lara pensó que ya estaba inconsciente, pero de pronto, la mano sana del hombre agarró la suya y la apretó con fuerza. Una leve sonrisa volvió a asomar a sus labios. Luego se quedó inmóvil.

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