Crescent Moon ➳ Seventeen

By snowcoups

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"Tras una larga temporada sin verse, Yoon Jeonghan y Choi Seungcheol buscan la forma de infringir las estrict... More

Prólogo
«Capítulo 2»
«Capítulo 3»
«Capítulo 4»
«Capítulo 5»
«Capítulo 6»
«Capítulo 7»
«Capítulo 8»
«Capítulo 9»
«Capítulo 10»
«Capítulo 11»
«Capítulo 12»
«Capítulo 13»
«Capítulo 14»
«Capítulo 15»
«Capítulo 16»
«Capítulo 17»
«Capítulo 18»
«Capítulo 19»
«Capítulo 20»
«Capítulo 21»
«Capítulo 22»
Final

«Capítulo 1»

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By snowcoups


En la medianoche, llegó la tormenta.

Los nubarrones se deslizaron a través del cielo tapando las estrellas. El acelerado viento enfriaba a Jeonghan mientras un par de pelos de su negro cabello flotaban a través de su frente. Se puso la capucha y metió la mochila mensajera debajo de sí.

A pesar de la tormenta que se avecinaba, los terrenos de Septendécim seguían sin estar completamente oscuros. Solo lo conseguiría si se encontraba con total oscuridad. Los profesores del Internado podían ver en la noche y escuchar a través del viento. Todos los vampiros podían y claro, en Septendécim, los profesores no eran los únicos vampiros. Cuando comenzase el curso dentro de un par de días, los estudiantes llegarían. La mayor parte de ellos igual de poderosos, ancianos e inmortales que los profesores. Jeonghan no era ni poderoso ni anciano, pero era un vampiro, en cierto modo. Era hijo de vampiros destinado a llegar a ser uno de ellos finalmente, aunque con su propio apetito de sangre.

Antes se deslizaba delante de los profesores confiando en sus poderes para ayudarse, pero esa noche estaba pendiente de la oscuridad. Quería que cubriese lo máximo posible, tal vez porque estaba nervioso. Después de todo, era su primer robo.

La palabra «robo» hacía que sonara bastante ordinario, como si solo fuese a irrumpir en el establo de la señora Ha y saquear el lugar buscando dinero o joyas o algo, pero él tenía razones más importantes.

Las gotas de lluvia empezaron a golpetear mientras el cielo se oscurecía a lo lejos. Corrió a través de los terrenos echando un par de miradas hacia las torres de piedra. Mientras se deslizaba a través del resbaladizo y mojado césped hasta el tejado del establo de la rectora, sintió el enfermizo punto de vacilación.

«¿En serio vas a irrumpir en su casa? ¿Irrumpir en la casa de alguien?»

Era bastante surrealista.

Alcanzó el interior de su mochila y sacó la tarjeta de la Biblioteca plastificada para otro uso que el de sacar libros, pero ya estaba decidido. Lo haría. La señora Ha dejaba la escuela tal vez tres noches al año, lo que significa que esta noche era su oportunidad. Deslizó la tarjeta entre la puerta y el marco y empezó a hacer palanca a la cerradura. Cinco minutos más tarde, seguía meneando la tarjeta en vano. Sus manos ahora estaban frías y húmedas. En la tele, aquella parte parecía muy sencilla y probablemente, criminales reales lo conseguirían en unos escasos diez segundos pero de cualquier forma, cada segundo que pasaba era más evidente que Jeonghan era lo todo lo contrario a un criminal.

Rindiéndose al plan A, empezó a buscar otra opción. Primero, las ventanas no parecían mucho más prometedoras que la puerta. Seguramente, podría haber roto el cristal y abrir cualquiera de ellas al instante, pero eso hubiese echado a perder la parte «que no te atrapen» de su plan. Al doblar la esquina, vio bajo su sorpresa que la señora Ha se había dejado una ventana abierta, aunque fuera solo una rendija, pero era todo lo que necesitaba. Mientras deslizaba la ventana hacia arriba lentamente, vio una hilera de violetas en pequeños tiestos de arcilla, situados sobre el alféizar. La señora Ha los dejó en el lugar para que pudieran tener aire fresco y quizá un poco de lluvia. Era raro pensar que la rectora se ocupaba de algo vivo. Cuidadosamente, Jeonghan apartó los tiestos a un lado de manera que tuviera espacio para subir a través de la ventana.

Las ventanas de la señora Ha estaban bastante arriba del suelo, lo que significaba que para empezar tenía que, en cierto modo, saltar. Jadeando, empezó a introducirse, era difícil no caer plano al suelo de dentro. Intentó bajar primero con un pie, pero cayó de la ventana precipitadamente y no podía volver a medio camino. Uno de sus zapatos embarrados pegó un fuerte golpe a la ventana, pero el cristal no se rompió. Se controló para bajar y se dejó caer sobre el suelo.

—Bien —murmuró mientras estaba sobre la alfombra trenzada de la rectora. Sus pies seguían estando arriba sobre su cabeza, apoyados contra la repisa de la ventana y empapados de la lluvia.

La casa de la señora Ha parecía igual que ella, se sentía igual que ella, incluso olía igual que ella. Cuando Jeonghan se dio cuenta de que estaba en su dormitorio, de alguna manera lo hizo sentir aún más intruso. Aunque sabía que la rectora había viajado a Japón para verse con posibles alumnos, no pudo evitar sentir que lo podrían pillar en cualquier segundo. Estaba aterrorizado de que lo atraparan. Ya estaba recluyéndose dentro de sí mismo, pero luego pensó en Seungcheol, el chico que había amado y había perdido.

Él no querría que Jeonghan estuviese atemorizado, él hubiese querido que fuese fuerte. Su recuerdo le dio valor y lo animó hasta que consiguiese su trabajo.

Lo primero que hizo fue quitarse los zapatos enfangados para no dejar huellas por la casa. Además, colgó su chaqueta en el pomo de una puerta cercana para que no goteara agua por todos los lados. Luego, fue al baño y cogió algunos pañuelos de papel para limpiar el desastre que había hecho, así como sus zapatos. Metió los pañuelos en el bolsillo de su chaqueta, así podría tirarlos en otro lugar. Si alguien era suficientemente paranoico para rebuscar en su propia basura para encontrar evidencias de que había habido un intruso, esa era la señora Ha.

«Es sorprendente que ella hubiese decidido vivir aquí», pensó. Septendécim era magnífico, incluso grandioso. Todas las torres de piedra, incluso con sus gárgolas, pero aquel lugar era apenas una casita. Por otra parte, había privacidad. Tal vez ella apreciaba ese detalle por encima de cualquier otro.

El escritorio de la esquina parecía el lugar para empezar. El pelinegro se sentó en el duro respaldo de la silla de madera, apartando a un lado un marco de plata con la silueta de un hombre del 1900, y empezó a hojear unos papeles que encontró por ahí.

«Querido señor Baek:

Hemos revisado con interés la solicitud de su hijo Hwoarang. A pesar de que es obviamente un estudiante excepcional y un agradable joven, lamentamos informarle que...»

Un estudiante humano que quería entrar, uno que la señora Ha había rechazado.

¿Por qué permitía que algunos humanos asistiesen a Septendécim y otros no? Y lo más importante, ¿Por qué permitía a «algún» humano entrar en una de las pocas fortalezas de vampiros que quedaban?

«Queridos señor y señora Geum,

Hemos revisado con gran interés la solicitud de su hija Isook. Ella es obviamente una estudiante excepcional y una agradable joven, así que estamos complacidos de...»

Si ambos eran humanos, ¿Cuál era la diferencia entre Hwoarang e Isook?

Por suerte, el sistema de archivo que utilizaba la señorita Ha llevó a Jeonghan a sus solicitudes, pero estudiarlas no le dio ninguna respuesta. Ambos tenían una calificación media tan alta que ponía los pelos de punta y toneladas de actividades extracurriculares. Al revisar sus listas de logros, el pelinegro se sintió como la persona más vaga del mundo. En sus fotos se les veía bastante normales y los dos eran de Busan. Hwoarang vivía en un apartamento edificado e Isook en una vieja casa en el campo, pero ambos tenían que ser horrorosamente ricos para pensar en venir a aquella Universidad.

Por lo que Jeonghan podría decir, la única diferencia entre ambos postulantes era que Hwoarang era el afortunado. Sus padres lo enviarían a un corriente Internado de lujo donde se mezclaría con otros chicos mega ricos y jugarían al lacrosse, navegarían o harían cualquier cosa que hacían en esos lugares, mientras que Isook estará cada segundo rodeada de vampiros. Incluso aunque ella nunca lo supiera, tendría la horrible sensación de que algo de iba mal. Ella nunca se sentiría segura. Incluso él mismo nunca se ha sentido bien en Septendécim, pero se convertiría en vampiro algún día.

Las ventanas se iluminaron y un par de segundos más tarde, siguió un trueno. La tormenta pronto se haría más fuerte, así que era la hora de volver. Decepcionado, Jeonghan retiró las cartas y las colocó donde estaban. Estaba tan seguro de que esa noche conseguiría respuestas, pero en lugar de ello no aprendió ni una sola cosa.

Enderezó las violetas del alféizar poniéndolas como estaban y se marchó por la puerta de enfrente, la cual afortunadamente se cerraba automáticamente. Incluso esto la señora Ha no lo dejaba a la suerte. El viento azotaba la lluvia hacia sus mejillas mientras corría hacia Septendécim. Unas pocas ventanas de los apartamentos de la facultad todavía resplandecían, pero no era lo suficientemente tarde para que a estuviera preocupado de que alguien lo viera. Apoyó el hombro contra la pesada puerta de roble y se abrió obedientemente sin hacer mucho más que un chirrido. Cerrándola detrás de él, se figuró que estaba fuera de peligro, hasta que se dio cuenta de que no estaba solo.

Le pitaron los oídos, así que miró en el interior de la oscuridad del Gran Vestíbulo. Era un inmenso espacio abierto, sin rincones ni columnas donde esconderse, así que debería ser capaz de ver que era, pero no podía ver a nadie. Se estremeció y de repente le pareció que hacía más frío, tanto que se sentía como en una húmeda cueva prohibida en lugar de estar entre las paredes de Septendécim.

Las clases no empezarían hasta dentro de dos días más, así que los únicos que estaban en la Institución eran los profesores y Jeonghan. Cualquiera de los profesores le hubiese empezado a sermonear inmediatamente por haber estado fuera tan tarde en medio de una tormenta eléctrica. Ellos no lo espiarían en la oscuridad, ¿O sí lo harían?

Vacilando, dio un paso al frente.

—¿Quién anda ahí? —susurró, pero nadie respondió.

Tal vez estaba imaginándose cosas. Ahora que lo pensaba, de momento no había oído nada, simplemente lo había sentido. Era igual a esa rara sensación que uno tiene cuando alguien te está observando. Había estado preocupándose por si lo miraban toda la noche, así que tal vez la preocupación le había alcanzado. Se convenció de ello hasta que vio algo moverse. Se percató que una chica estaba de pie afuera del Gran Salón mirando a dentro. Estaba de pie cubierta en la otra parte de una de las ventanas, la única ventana clara en el vestíbulo en vez de una vidriera. Probablemente tenía su misma edad y aunque estaba afuera, parecía completamente seca.

—¿Quién eres? —preguntó dando un par de pasos hacía ella —¿Eres una alumna? Dime, ¿Qué estás haciendo aquí?

Se había ido.

No había corrido y tampoco se había escondido ni se había movido. Un segundo estaba allí y el próximo, ya no estaba.

Parpadeando miró detenidamente la ventana por segundos, como si ella fuera a reaparecer en el mismo lugar en cualquier momento por arte de magia, pero no lo hizo.

Anduvo hacia delante para intentar ver mejor y vio un ápice de movimiento, entonces saltó asustado, pero se dio cuenta que era su propio reflejo en el cristal.

—Bien, eso fue estúpido. Entraste en pánico al ver el reflejo de tu propia cara.

Pero sobre el otro rostro... Si algún estudiante nuevo hubiera llegado aquel día, lo habría sabido. Septendécim estaba tan aislada encima de unas colinas que era imposible imaginar que un forastero vagara por ahí. Otra vez su hiperactiva imaginación había obtenido lo mejor de él. Tenía que ser su reflejo.

Una vez que dejó de temblar por el frío, se arrastró hacia arriba, al pequeño apartamento de sus padres, el cual había compartido todo el verano en lo alto de la torre Sur de Septendécim. Afortunadamente, los Yoon estaban profundamente dormidos. Jeonghan podía oír los ronquidos de su padres mientras andaba de puntillas por el pasillo. Si su madre podía dormir con ese ruido, también podría dormir durante un huracán.

Aún estaba asustado por lo que había visto abajo, y el estar mojado no mejoraba mucho su humor, pero nada de ello lo molestó tanto como el hecho de que había fallado. Su tentativa de robo no había servido para nada. Ahora, más lejos estaban las posibilidades de poder hacer algo por los estudiantes humanos en Septendécim. La señora Ha no dejaría de admitirlos solo porque él lo dijera. Por otro lado, tenía que admitir que había hecho de policía para asegurase de que ningún vampiro chupase ni un sorbo de sangre, pero sabiendo que Seungcheol lo puso al tanto de lo poco que había entendido sobre la existencia de vampiros e incluso descubrió que no era cierto que había nacido dentro de este mundo, debía hacer algo. El humano le hizo ver todas las cosas de un modo diferente, le hizo cuestionarse y ahora necesitaba respuestas. Incluso si nunca volvía a verlo, sabía que le había hecho un regalo haciéndole dar cuenta de la oscura realidad. Ya no daría nada de su alrededor por sentado.

Después de que se deshizo de la ropa mojada y de que se acurrucase bajo las mantas, cerró los ojos y recordó su cuadro favorito. Jeonghan intentó imaginar que los amantes de la pintura eran Seungcheol y él. Que sus rostros estaban cerca del otro y que podía sentir su aliento sobre la mejilla.

No se habían visto en casi seis meses, desde que el mayor se vio obligado a escapar de Septendécim junto a su equipo, cuando su verdadera identidad fue revelada.

El pelinegro continuaba sin saber cómo sobrellevar que su pareja perteneciese a un grupo que se dedica a destruir vampiros, a su especie. Tampoco estaba seguro de cómo se sentía Seungcheol por el hecho de que Jeonghan fuese un vampiro, algo de lo que no se dio cuenta hasta después de que se enamoraron, aunque ninguno de los dos escogió ser lo que eran.

Mirando hacia atrás, parecía inevitable que estuviesen separados, pero el hijo de los Yoon aún sigue creyendo, profundamente, que están destinados a estar juntos.

Abrazando su almohada en el pecho se trató de convencer a sí mismo de que pronto iba a volver a verlo, porque creía en él.

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