(Re) Escribir nuestra histori...

By PauS47

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Chloe Beale, Beca Mitchell. Dos historias de vida. Dos historias distintas. Dos historias entrelazadas, pero... More

Against all odds.
If I just lay here.
Hopelessly devoted to you.
Don't you remember.
Half A Heart.
Resiste.
When I'm with you.
You are the reason.
Destino o Casualidad.
Somewhere Only we Know
Run to you.
The Next Ten Minutes.
Taking Chances
Running Home To You
Información
Forever Like That.

Hello.

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By PauS47

σ

Hello from the other side
I must have called a thousand times
To tell you I'm sorry
For everything that I've done
But when I call
You never seem to be home

Hello from the outside
At least I can say
That I've tried to tell you
I'm sorry for breaking your heart
But it don't matter
It clearly doesn't tear you apart anymore

Hola desde el otro lado.
Debo de haberte llamado un millar de veces,
para decirte que lo siento,
por todo lo que he hecho.
Pero cuando llamo,
parece que tú nunca estás en casa.
Hola desde el exterior.
Al menos puedo decir,
que he intentado decirte
que lamento haberte roto el corazón.
Pero no importa,
evidentemente ya no es algo que te haga polvo.

Una habitación completamente aseada parecía el inicio de esa vida nueva de la que había estado hablando los últimos meses. El escritorio ya no era un recolector de papeles al azar, y tampoco lo era el estante por encima de él. La silla no tenía ropa sucia y desordenada, y no había restos de fruta en la mesa de noche al lado de la cama. Todo estaba en su lugar, todo estaba donde se suponía que debía estar. Esa habitación era lo único que sentía realmente suyo. El baño y la cocina eran compartidos en la pensión que estaba alquilando, pero no le molestaba, al menos no ese día.
Tomó su mochila roja y colocó en ella un libro, una camiseta y una campera por si la temperatura disminuía durante el día. El cargador de su móvil también fue a parar al fondo de ella, junto con una libreta que siempre llevaba a cuestas. Se la colocó en su hombro derecho y dejó colgar el resto en su espalda. Tomó una manzana y salió. Eran justo las siete treinta, horario en que salía a repartir el periódico en su bicicleta.
- Buen día, señora Osment.- saludó a su vecina con una sonrisa, algo que hacía de forma habitual cuando cerraba la puerta de su habitación y buscaba la llave del candado que liberaba la cadena que ataba su bicicleta a un poste en la vereda interna de la pensión.- Al parecer hará un muy lindo día hoy.
- ¿Tienes pensado hacer algo por la noche?- la mujer, sentada en una silla blanca, tomó los anteojos oscuros que llevaba puestos y se los sacó.
- Sólo llegar a casa.
- Entonces ten cuidado y no te retrases.
- La veré al regresar.
- ¿Chloe?- ella la llamó, y la pelirroja giró para mirarla, a sabiendas de la pregunta que haría a continuación.- ¿Qué llevas puesto hoy?
- Jeans oscuros, una camisa blanca y el cabello atado en una muy descontracturada cola de caballo.
- Mi hija dice que eso resalta tus ojos.
- No son tan especiales como ella los describe. Sólo son azules.
- Que tengas un lindo día, niña.
- Lo mismo digo.

Chloe Beale había ganado el cariño de todos sus vecinos al poco tiempo de llegar. Era una muchacha agradable, muy sociable, inteligente y servicial. Además gozaba de una belleza imposible de pasar por alto. Cabello rojo cobrizo, ondulado hasta los hombros. Ojos que competían con el color y la profundidad del mar en un bonito día soleado. Sonrisa eterna, hermosa, delicada. Su sola presencia llenaba el espacio de vida, frescura y alegría. Había llegado luego de pasar dieciocho meses en rehabilitación, donde había ingresado voluntariamente después de una sobredosis de drogas y alcohol que podría haber terminado con su vida. El abuso de sustancias había empezado en su casa, con sus padres, y a los quince años ya había sido ingresada a un centro de rehabilitación. Pudo ir a la universidad, y allí fue donde todo se descontroló otra vez. Tomó muchas malas elecciones, eligió los peores grupos de amigos, y nunca escuchó a las personas que en verdad se preocupaban por ella. Nunca logró graduarse, por supuesto. Y la frustración la llevó a tomar otras malas decisiones que la alejaron completamente de lo poco que le hacía bien.
Tocó fondo en una fiesta a la que había sido arrastrada por Ben, su último novio. No murió porque Stacie, una de sus mejores amigas, llegó a tiempo y la salvó. La única que había querido siempre lo mejor para ella, y la única a la que nunca había escuchado. Esa vez sí lo hizo, y a sus treinta años, fue re ingresada a un centro de rehabilitación donde se propuso sanar y nunca más regresar allí. Llevaba cinco meses sobria, y aunque la vida era cuesta arriba, al menos seguía viva.

Trabajaba repartiendo periódicos todos los días por la mañana, y por la tarde, los días martes y miércoles, cuidaba de tres hermanitos al otro lado de la ciudad. Los viernes y sábados era mesera en un bar muy cercano a la pensión, y los domingos ayudaba a Aubrey, esposa de Stacie, con el papeleo de su oficina. Así lograba pagar la renta, comer, vestirse, y ahorrar algo de dinero por si alguna vez lo necesitara.
El canasto de su bicicleta estaba repleto del periódico que debía repartir, y en la parte trasera llevaba algunos más. Empezaba en el barrio aledaño al suyo, y luego iba a algunos más alejados. Trataba de terminar todos hasta las diez, así tenía tiempo de ir a la pensión, cocinar, y comer algo sano antes de atravesar la ciudad hasta la casa de los niños que cuidaba, y recibirlos cuando bajaban del transporte escolar amarillo que los dejaba a unos metros de su hogar. Tony, de diez años; Tyler, de ocho; y Tiara, de seis. Su mamá había prometido que todos sus hijos tendrían nombres empezados con T, y lo había cumplido al pie de la letra. Eran niños educados, no causaban mucho trabajo, y eso ayudaba a que pudieran terminar sus tareas con rapidez para jugar y pasar tiempo en el enorme patio delantero de su casa. Chloe les había enseñado muchas cosas de valor en poco tiempo, y les había llevado alegría y risas desmedidas luego de que perdieran a su papá. La adoraban, y el sentimiento era mutuo. Chloe creía que ellos la habían salvado mucho más de lo que ella podría haberlos salvado en alguna oportunidad.
Estaban juntos hasta las cinco, cuando la señora Richardson llegaba de su trabajo y la liberaba para el resto del día. Tomaba su bicicleta de regreso, a veces visitaba a Stacie en el hospital donde trabajaba, o iba a la pensión para ver si sus vecinos, en su mayoría ancianos, necesitaban algo de su parte. Ir al supermercado, hacer algún trámite, o ser acompañante para sus visitas médicas. No cobraba nada por ello, y tampoco aceptaba la retribución en forma de dinero que ellos pretendían hacerle. Era una forma de mantenerse ocupada, en contacto con la gente, y de sentirse útil.
La señora Osment era su favorita, sin embargo. Le había contado innumerables historias de su juventud, cuando la ceguera todavía no había aparecido, de lo brillante que había sido en la universidad, y cuantos hermosos recuerdos tenía de esos días. Quedó ciega por mala praxis, pero se negaba a hablar de esa historia. Así también como siempre evitaba contarle cómo había terminado viviendo en la pensión, con su única hija y su gato Stifler. Era una mujer llena de sabiduría, siempre tenía las palabras justas, y además una amante de las historias de amor.
Chloe le había contado su historia de amor más grande. Esa en donde se había enamorado perdidamente de una mujer que le devolvió la sonrisa por mucho tiempo, pero a la que le había roto el corazón en mil pedazos y jamás había vuelto a ver. Era su historia de amor y desamor, la más linda y dolorosa historia que alguna vez había escuchado. Esa mujer había dado vuelta su mundo, pero ella no había podido responder a tanto amor. Otra cosa que las drogas habían arruinado por completo.
Esa noche no tenía recados, ni tareas extras. Stacie estaba de guardia en el hospital, y Aubrey había salido de la ciudad. Aprovechó la soledad del baño para tomar una ducha un poco más larga de lo habitual, y decidió cenar en su habitación. Sobre su escritorio había una lámpara pequeña, un anotador y una fotografía suya de pequeña. Esa fotografía era lo único que le quedaba de su infancia, y era como un tesoro para ella. El lapicero contenía puros lápices de colores, y varios negros de distinto tamaño. Eran para sus días difíciles, cuando necesitaba una escapatoria, y el dibujo ayudaba. Era una terapia que había aprendido en rehabilitación, y gracias a ello había perfeccionado la técnica.
Ese día, sin embargo, todo estaba tranquilo. Y su escritorio sólo era su mesa de apoyo para cenar.
Había estado en Nueva York, Los Angeles, Las Vegas, México y Canadá cinco años atrás, con su chica misteriosa, a quien no nombraba y mantenía en el anonimato. Habían pensado cosas grandes, como dos adolescentes enamoradas soñando un para siempre que no pudo ser. Recordaba el dolor de su mirada cuando la dejó en esa habitación de hotel, cuando decidió que no podía seguir con ella si no se dejaba ayudar. Recordaba haberla amado con una fuerza de otro planeta, y haberla lastimado aún más que eso. Ya no era su primer contacto en las llamadas frecuentes, pero sí conservaba su número por si acaso. La había llamado varias veces sin obtener respuesta. Quería decirle cuánto lo sentía, quería que supiera que aún la amaba con la misma intensidad, que aún deseaba estar a su lado como el primer día. Quería que ella supiera que estaba sobria, feliz, y con ganas de nunca más volver a esos días oscuros en los que se había hundido alguna vez. Pero nunca obtuvo respuesta. Ni una sola vez. No podía culparla, había pasado mucho tiempo y ella sentía que en verdad no merecía ni un segundo de su tiempo. Merecía su silencio, su distancia, y su indiferencia. Lo merecía, y nadie podía decir lo contrario.
Apagó la lámpara, y se fue a la cama. Había sobrevivido a otro día, y eso era suficiente.

Hola! Prometí que volvería con otra historia, y aquí estoy. Distinta a la anterior, mucho más corta, y con una trama bastante interesante. Los que leyeron "Lo que dicen sus ojos", sabrán que me gusta poner algunos guiños con las cosas que más me gustan. Fotos, libros, canciones. Esta historia tendrá canciones para dar el puntapié a cada capítulo, y además el signo al inicio de cada uno es una referencia a lo que van a leer. Ya van a entender a medida que pasen los capítulos.
El primero es corto, y a modo de introducción. Espero que les guste.

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