Growl. (Saga Wolf #2.)

By wickedwitch_

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Mi nombre es Chase Whitman. Y sí, por desgracia, soy un licántropo. Vivo en un pueblecito perdido en Virgina... More

Prólogo.
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AGRADECIMIENTOS.

Epílogo.

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By wickedwitch_

Un año después.

Pittsburgh, Pensilvania.

 

Se me hacía extraño y a la vez excitante haber conseguido aguantar un año en Pittsburgh. Había logrado terminar mis estudios debido a la insistencia de Fiona a que prosiguiera en el instituto y no lo abandonara para dedicarme exclusivamente a trabajar en el pub de Mike; cuando llegó el día de la graduación, Fiona fue la única persona que asistió para verme.

Mientras subía al estrado para recoger mi diploma de manos de la directora Williams, no pude evitar sentirme un poco nostálgico y triste por tener a las personas que más quería tan lejos de mí en un momento tan importante como éste. Cogí el diploma que me tendía la directora Williams y me apresuré a volver a mi asiento mientras Fiona no paraba de gritar y silbar, provocando que me sintiera un poco avergonzado de haberle pedido que viniera.

Fiona me pasó un brazo por los hombros y me condujo a través de la multitud hacia la salida. Muchos padres se giraban para verla pasar y ella les sonreía de manera educada mientras yo devolvía saludos y felicitaciones.

-Te has hecho todo un hombre –me felicitó Fiona y, a pesar de ese tono burlón, sabía que lo decía en serio-. Recuerdo el día en que apareciste en mi casa, como un perrito abandonado… ¡Es increíble lo mucho que has crecido y madurado!

Seguimos avanzando hacia la salida.

-Y, ya que es tradición hacerle un regalo de graduación a la gente, he pensado que yo podría hacerte uno –prosiguió Fiona y yo me quedé clavado en el sitio.

Ella ladeó la cabeza para verme mejor.

-¿Qué quieres decir, Fiona? –inquirí. La toga me estaba asfixiando de calor-. Te advertí que no iba a aceptar…

Fiona alzó ambas manos.

-Y he respetado nuestro trato –me cortó, sonriente-. Espero que no le tuvieras mucho cariño a la moto de tu hermano porque la he vendido… -reanudamos la marcha y salimos fuera del edificio. Fiona me condujo por una dirección distinta a la habitual, hacia un modelo nuevo de Volkswagen Golf plateado que relucía bajo los rayos del sol-. ¡Tachán! He usado el dinero para poder ayudarte a pagar esta preciosidad.

Mis ojos se abrieron como platos. Mientras Fiona iba hacia el coche, yo no me atreví a acercarme; me quedé plantado en el sitio, observando el capó reluciente del coche y a Fiona acariciándolo con cuidado.

Le había comentado de pasada a Fiona que tenía pensado la vieja moto de mi hermano para conseguir algo de dinero e invertirlo en un coche. En ese coche precisamente. Ni siquiera se me había pasado por la cabeza que ella se hubiera acordado.

Al fin conseguí moverme de nuevo y, en dos zancadas, me situé al lado del coche. Lo observé con los ojos entornados, incapaz de poder creerme que ese coche fuera mío. Mío.

Recordé mi época en Blackstone, cuando tenía que usar coches que no eran míos. Pensar en ello hizo que sintiera una punzada de añoranza en el corazón.

Los echaba de menos.

Los primeros meses allí en Pittsburgh se habían convertido en un calvario que, sin la ayuda de Fiona, no habría podido superar. Con el paso del tiempo fui obligándome a pensar menos en lo que había dejado en Blackstone y me fui centrando en mi nueva vida.

Ahora había pasado un año y, en el día de mi graduación, echaba en falta a todos aquellos que había dejado en Blackstone; me hubiera gustado que mi madre y mi hermano estuvieran allí. Seguramente los habría hecho sentir muy orgullosos de mí. Sin embargo, no me había atrevido a coger el teléfono y pedirles que vinieran hasta allí para verme.

-¿No piensas chillar de emoción o algo? ¡Pensaba que iba a lograr sorprenderte de una vez por todas! –protestó Fiona con un mohín de disgusto.

-Es perfecto –dije de todo corazón-. Muchísimas gracias, Fiona. Por todo.

Ella me guiñó un ojo y me tiró las llaves, que llevaban un coqueto lazo rojo.

-Sube, vaquero, y vayamos a celebrar tu graduación por todo lo alto –me propuso mientras se subía al asiento del copiloto.

Me eché a reír de buena gana mientras me quitaba la toga, subía al coche y la lanzaba al asiento trasero. Fiona me lanzó una mirada aprobadora mientras metía la llave en el contacto y el coche cobraba vida bajo mis manos; arranqué y salimos de allí a toda prisa.

Mientras conducía por la ciudad, buscando algún restaurante donde poder celebrar mi graduación, Fiona comenzó a rebuscar en su bolso y me mostró mi móvil. Lo miré sin entender qué quería decir.

-Una tal Grace no ha parado de llamarte –me explicó y cogí aire abruptamente. Por lo general, era yo quien solía llamarla; Grace únicamente lo hacía cuando se trataba de una emergencia-. Al final se lo he tenido que coger y me ha pedido que te diga que la llames. Que es algo importante.

Procuré que no se me notara lo nervioso y preocupado que me ponía aquella llamada. Fiona me indicó que cerca de donde estábamos había un buen restaurante y conseguí aparcar cerca de la puerta del sitio donde íbamos a comer; le pedí a Fiona que fuera entrando y cogiendo mesa mientras yo hacía la llamada.

Grace no contestó hasta el cuarto timbrazo.

-¡Chase! –exclamó con voz fatigada-. ¡Por fin consigo dar contigo! ¿Quién era la chica esa que me ha respondido antes?

No pude contener una sonrisa ante los recelos de Grace a la idea de que yo también hubiera empezado a salir con alguien. Sin embargo, decidí ser sincero:

-Es la cazadora que se ha encargado de mí desde que me fui –respondí y me volví a poner serio-. ¿Ha pasado algo, Grace?

Se aclaró la garganta.

-Me gustaría pedirte un pequeño favor –problemas, problemas y más problemas, me advirtió mi instinto-. Dentro de un par de días es nuestra graduación y… bueno, creo que a Mina le haría ilusión verte.

Apreté la mandíbula con fuerza ante su descabellada idea. Tenía pensado regresar a Blackstone, sí, pero no entraba en mis planes de futuro tan inmediatos; comencé a moverme para intentar mantener la calma. La idea de volver a Mina después de tanto tiempo había conseguido que mi corazón arrancara a latir descontroladamente y la garganta se me secara.

Lo que sabía de Mina durante todo aquel tiempo había sido gracias a Grace y ella me había confesado que apenas hablaban de mí, tras una buena temporada en la que Mina estaba segura que yo me pondría en contacto con ella. Eso había querido decir que, poco a poco, había dejado de pensar en mí… que me había olvidado.

-¿Vendrás, Chase? –preguntó Grace, con voz trémula-. Por favor.

Solté el aire que había estado conteniendo.

-No lo sé –respondí con sinceridad-. No creo que sea una buena idea, Grace. Ella ya… ya ha conseguido pasar página. Verme solamente hará que recuerde todo el dolor que le causé… No quiero eso para Mina.

-Piénsatelo, al menos –me pidió Grace-. Muchos de nosotros te echamos de menos. Incluso quien tú crees que no.

Me despedí de ella prometiéndole que la llamaría con mi decisión y entré en el restaurante; Fiona me saludó desde un reservado y yo me dirigí raudo hacia nuestra mesa, deslizándome sobre uno de los sofás de cuero y procurando que no se me notara nada en la cara.

Fiona y yo nos conocíamos demasiado bien.

Intenté servirme un poco de agua en una copa, pero la mano de Fiona me detuvo. Su rostro se había puesto serio.

-¿Qué ha sucedido? –me preguntó.

Me encogí de hombros.

-Me ha pedido que vuelva a Blackstone –respondí, entumecido. El ceño de Fiona se frunció-. No… no sé qué hacer…

Ni siquiera fui consciente de que se nos acercaba un camarero para tomarnos nota; Fiona, de nuevo haciendo uso de su encanto, pidió por mí y lo despachó en tiempo récord; yo seguía paralizado sobre mi sitio, incapaz de hacer nada. Había logrado sobrevivir en Pittsburgh obligándome a dejar de pensar en ello; había superado incluso las pesadillas y había conseguido lograrlo.

Pero la simple mención de que Mina podría necesitarme había tumbado por completo todo lo que había conseguido en este último año.

Las dudas habían aparecido de nuevo.

-Vamos, Chase –empezó Fiona, sonriéndome con cariño-, ¿no crees que es… bueno?

Alcé ambas cejas.

-¿Bueno? –bufé-. No es nada bueno. He logrado salir adelante y no puedo permitir… no puedo permitirme que ella sufra. Si me ve de nuevo…

-Tú tienes miedo de que ella ya no sienta lo mismo –murmuró Fiona-. Niégamelo todo lo que quieras, ricura, pero ese corazoncito tuyo no puede de dejar de recordarla… de amarla. Te han pedido que vuelvas, ¿no? Pues hazlo.

Me encogí más sobre mi asiento de cuero.

-La última vez que supe de ella, estaba bastante feliz junto a otro chico –revelé, sintiendo que mi maltrecho corazón se encogiera-. No quiero inmiscuirme, Fiona. No puedo joderle todo lo que ha conseguido. No podría perdonármelo.

Fiona soltó un bufido cargado de desdén.

-¿Y si lo único que quiere es que vuelvas? –preguntó-. Los licántropos dejáis huellas imborrables en las mujeres, Chase. Y si esa chica es tu compañera… ¿qué decir? Yo soy de la opinión de que aún te quiere.

Me crucé de brazos y esbocé una sonrisa burlona.

-¿Desde cuándo te has convertido en una consejera del amor para licántropos con problemas?

-Desde que tengo que sufrir los desamores de uno desde hace tanto tiempo –replicó, divertida-. Creo que deberías ir, Chase. En serio.

-Pero… no estoy preparado, Fiona –protesté.

Ella soltó un suspiro.

-Nunca estarás preparado hasta que no te des cuenta de que siempre lo has estado –me explicó-. Todo el problema viene de ahí –señaló mi cabeza.

La conversación se vio interrumpida con la llegada de la comida. El camarero se entretuvo un poco más con Fiona, creyendo que tendría alguna oportunidad con la cazadora-Conejita del Playboy, y después se marchó cuando sus intentos de coqueteo fracasaron por completo.

Mientras comíamos en silencio tuve tiempo de sobra para preguntarme si estaba listo o no para volver. Había pasado un año entero y mi familia estaría deseando verme; incluso, si Fiona estaba en lo cierto, Mina podría tener ganas de reencontrarse conmigo. Pero ella estaba con Kyle, me recordé con cierto resquemor. Quizá si volvía a Blackstone provocaría que Mina echara todo por la borda.

-Por cierto, Chase –me interrumpió la voz de Fiona-, hoy ha llegado un sobre procedente de Nueva York… Y mi instinto me dice que son buenas noticias. ¡Felicidades de nuevo!

-¿Lo has abierto? –pregunté. Aunque la verdad es que no me importaba lo más mínimo: había mandado una solicitud a esa universidad porque Grace me había comentado que podría ser el destino de Mina al final.

Había sido un acto impulsivo.

Fiona se encogió de hombros sin ápice alguno de sentirse culpable.

-Es posible que se me fuera un poco el dedo –respondió-. Pero lo importante es que te han admitido, ¡te han admitido! ¿No crees que sería una buena idea que volvieras a Blackstone para… no sé, decírselo a tu familia?

No respondí y ella tampoco insistió.

Cuando llegó el momento de pagar la cuenta, Fiona se inclinó hacia mí con un gesto severo. Parecía que habíamos llegado a la misma conclusión.

-Ni se te ocurra, Chase –me advirtió-. Soy tu tutora y una comida por haberte graduado entra dentro de mis responsabilidades.

Finalmente cedí a mis deseos y a los intentos desesperados de Fiona de convencerme para que aceptara la invitación de Grace para volver a Blackstone. La llamé aquella misma tarde y le prometí que estaría allí a la hora acordada; ella se mostró eufórica y me agradeció mil veces que hubiera decidido aceptar.

Fiona me sonrió satisfecha mientras terminábamos nuestros respectivos equipajes. Ella se quedaría un par de días para los trámites necesarios y yo me iría de manera oficial de Pittsburgh; quería pasar el verano con mi familia antes de irme a la universidad. Al final había aceptado irme a Nueva York y mi decisión parecía haber sido la correcta a ojos de Fiona, que era la única que lo sabía.

Habíamos decidido salir temprano el mismo día de la graduación, ya que yo aún tenía que despedirme de Mike y renunciar a mi trabajo; Sofía se mostró de lo más desanimada cuando nos oyó, pero me deseó buena suerte.

Cargué nuestro equipaje en el maletero del Golf y aguardé pacientemente a que Fiona decidiera bajar para poder marcharnos. Eran seis horas hasta Blackstone y a mí se me antojaban como una eternidad. No estaba preparado para verla, ni siquiera me había preparado un discurso.

Fiona bajó las escaleras a toda prisa, recogiéndose el pelo en uno de sus improvisados moños mientras se deshacía en disculpas por su tardanza y nos metíamos ambos en el coche, listos para partir.

-¿No estás nervioso? –inquirió, curiosa.

-No.

Sonrió con malicia.

-Mientes.

-Bueno, puede que un poco –reconocí.

Me mordí el labio inferior. Había elegido un atuendo un tanto casual para las circunstancias y no sabía cómo iba a encontrarme a Mina; un año era demasiado tiempo incluso para ella. Quizá hubiera cambiado. A lo mejor se habría hecho algún tatuaje a conjunto con Kyle. No lo sabía.

Solamente esperaba que pudiera comprenderme… y perdonarme.

Debido a la tensión a la que estaba sometido, conseguimos llegar a Blackstone incluso un par de minutos antes de la ceremonia. Llamé a Grace para informarle de que ya estaba en el pueblo y ella me aseguró que, en cuanto tuviera una oportunidad, se llevaría a Mina para que pudiéramos reencontrarnos.

Me prometí que me quedaría en el coche hasta ese momento, pero no pude evitarlo y, al final, observé la ceremonia medio escondido, viendo cómo mis antiguos compañeros de manada y mis amigos lograban graduarse. Me quedé sin aire cuando el director Howard pronunció su nombre y, más aún, cuando la vi subir al escenario.

Mina se veía diferente. Se la veía feliz. Tenía que reconocer que nuestra separación le había sentado bien, de maravilla incluso.

Regresé a toda prisa al coche mientras Fiona me interrogaba con la mirada.

No dije nada.

Quince minutos después, mi móvil vibró dentro de mi bolsillo y yo solté un respingo. El mensaje era de Grace avisándome que ya iban de camino.

-Ánimo, chico lobo –comentó Fiona a mi espalda mientras yo salía del coche.

Me quedé apoyado sobre el capó, aguardando pacientemente hasta que las vi aparecer entre la multitud. Grace tiraba insistentemente de Mina mientras ella se mostraba perdida, sin saber qué hacía allí. El corazón se me paró al observarla más de cerca; si antes había afirmado que la separación la había ayudado, ahora podía sentenciar que aquel año había logrado convertirla en una Mina mucho más radiante. Llevaba el pelo mucho más largo, liso, y sonreía de manera dubitativa.

Hacía tiempo que no la había visto sonreír.

Les di la espalda un momento, intentando recobrar el control y procurar mostrarme tranquilo. Oí sus pasos cerca de mí y me giré, justo para ver cómo su rostro se contraía en una mueca de sorpresa y dejaba escapar un gritito.

Me había reconocido.

Recorrí la pequeña distancia que nos separaba, con las manos metidas en los bolsillos para que no vieran que me temblaban, y sonreí.

Grace me miró con auténtico agradecimiento.

-Tendréis mucho de lo que hablar –se despidió.

Nada más marcharse, Mina se quedó mirándome fijamente, en silencio. No tenía ni idea de lo que podía decir o cómo debía comenzar la conversación; era un momento incómodo para ambos y no me hubiera extrañado que apareciera en escena Kyle, dispuesto a rescatarla.

Al ver que no decía nada, decidí hacerlo yo:

-Hola. Felicidades por… por tu graduación.

Me sentí como un estúpido al escucharme hablar. Mi comentario había sido patético y yo había quedado como un imbécil; ella se mantuvo impasible ante mis palabras y, por un segundo, temí que diera media vuelta y se marchara por donde había venido.

-Ah… -balbuceó-. Vaya, muchas gracias.

Se volvió a instalar entre nosotros un incómodo silencio, más prolongado que el anterior. Nunca había tenido problemas para hablar con Mina pero, ahora, es como si me hallara delante de una desconocida; ella se mantenía firme, con la mirada clavada en mi rostro y sin rastro alguno de que me hubiera echado de menos.

Quizá, después de todo, aquello había sido una idea pésima.

Igual que volver a Blackstone.

La mera idea de pasar un verano cerca de Mina si ella me advertía que no había nada más entre nosotros me sentó como si me hubiera tragado una cuba de cemento.

-¿Has venido a ver a tus amigos graduarse?

Su pregunta me tomó por sorpresa.

-Err… esto… sí, en parte.

Sus ojos se iluminaron durante unos segundos y esbozó una media sonrisa. Estaba cargada de tristeza.

-Ha sido un placer verte de nuevo, Chase –me sonó claramente a despedida-. Estás muy… cambiado.

Miles de sensaciones se agolparon en mi pecho de golpe cuando terminó de pronunciar esas palabras y se dio la vuelta para marcharse de allí. No había recorrido tantos kilómetros para que nuestra relación se convirtiera en eso; antes de que se marchara, la sujeté por la muñeca y la obligué a que diera media vuelta.

Nuestros rostros se quedaron a unos pocos centímetros y sus mejillas se tiñeron levemente de color.

Era ahora o nunca, me dije.

-¿Querrías salir conmigo esta tarde?

Sus ojos grises se abrieron de par en par y su respiración se agitó.

Los segundos pasaban sin que ella dijera nada. Y eso podría ser una mala señal.

-V-Vale –tartamudeó como respuesta.

Sonreí sin poderlo evitar. Que hubiera aceptado significaba que sentía, al menos, un poco de curiosidad por saber para qué había decidido invitarla a salir; o quizá estuviera esperando una disculpa por mi parte para poder continuar y cerrar este capítulo.

-Te recogeré a las siete.

El aroma inconfundible de Fiona me golpeó cuando la oí acercarse hacia nosotros. Parecía ansiosa por conocer a Mina y no había podido resistir la tentación de bajar del coche para conocerla de manera directa; me rodeó con sus brazos y el rostro de Mina cambió de golpe.

Se soltó de mi agarre como si hubiera quemado.

-¿Es ella, Chassie?

La cara de Mina se tornó pálida. Mi sonrisa, por el contrario, se hizo mucho más amplia.

-Mina, quiero presentarte a alguien.

Ella se mantuvo con una actitud estoica y se irguió, como si quisiera parecer más alta. Fiona, por el contrario, se inclinó sobre mi hombro y le tendió una amistosa mano a Mina mientras sonreía.

-Fiona Winchester –se presentó.

Mina parecía estar a punto de desmayarse allí mismo. Observó la mano que le tendía Fiona durante unos instantes mientras fruncía los labios con fuerza, sopesando la posibilidad de estrechársela o no; sin embargo, al final se la estrechó.

-Mina Seling –respondió con poco entusiasmo.

Fiel a sus costumbres de no permitir en su presencia un solo silencio, Fiona amplió su sonrisa más aún y dijo:

-Chase me ha hablado todo el tiempo sobre ti. Si me preguntaran, sería como si fuéramos amigas de toda la vida.

Noté que la respuesta de Fiona no terminó de contentar a Mina, ya que hizo un esfuerzo sobrehumano para mostrarse igual de amable y correcta que al principio; no entendía por qué, de repente, su actitud había dado un giro tan radical.

En aquel silencio, ninguno de los tres hizo nada por romperlo; nos quedamos mirándonos, esperando que diera alguien el primer paso, sin que nada ocurriera. Finalmente, Mina esbozó otra sonrisa forzada y se despidió de nosotros con una excusa bastante pobre.

Me quedé mirando embobado la espalda de Mina mientras ella esquivaba gente y desaparecía entre la multitud. Fiona me dio un empujón que me sacó de mi ensimismamiento y me dedicó una sonrisa de lo más mordaz.

-Creo que se ha hecho una idea equivocada –dijo mientras nos dirigíamos de nuevo al coche.

Fruncí el ceño con desconcierto.

-¿Por qué dices eso?

Fiona se encogió de hombros mientras hacía crujir sus nudillos, una mala costumbre que tenía cuando debía darme una explicación ante cosas que, según ella, «eran de lo más evidentes pero que, debido a mi condición de ser hombre, no era capaz de verlas aunque estuvieran delante de mis propias narices».

Metí la llave en el contacto y esperé a que Fiona me iluminara con su sabiduría femenina.

-Creo que deberías haber dicho que yo era tu tutora –contestó-. Las mujeres tendemos a hacernos ideas equivocadas y eso es exactamente lo que ha sucedido. Y tú te has quedado embobado como un completo idiota sin aclararle nada.

Metí primera y salí del aparcamiento mientras le daba vueltas a lo que había dicho Fiona sobre el hecho de que Mina hubiera creído cosas equivocadas sobre Fiona y yo; Fiona comenzó a silbar la melodía de la canción que sonaba en aquellos momentos por la radio. Envidiaba su calma y la forma que tenía de afrontar cualquier tipo de situación sin necesidad de mostrar ni un ápice de sus sentimientos. Yo, por el contrario, me había puesto de los nervios y casi me había comportado como un niño pequeño que estuviera tratando de decir sus primeras palabras.

Pero, aunque hubiera pasado tanto tiempo, Mina seguía teniendo ese efecto en mí.

-¿Estás nervioso por reencontrarte con tu familia? –preguntó Fiona, haciendo un ágil cambio de tema.

Entrecerré los ojos mientras me encaminaba hacia el barrio donde me había criado.

-Solamente espero que entiendan mi decisión –respondí-. No quiero que me reciban con multitud de… quejas.

-Créeme, tu familia te recibirá con todo menos con quejas –repuso Fiona con seguridad-. Son tu familia.

Solamente esperaban que no fueran muy duros conmigo. Simplemente era un crío de diecisiete años que había huido de su casa sin decírselo a nadie porque tenía miedo de quedarse solo; había abandonado a mi familia y a mi manada cuando más me necesitaban porque había creído que mi dolor era más grave que el suyo. No había pensado ni un solo segundo en cómo debían sentirse ellos.

Era un egoísta.

Aparqué el Golf frente a la entrada, puesto que el Mini y el BMW de mi hermano ocupaban sus respectivos sitios en el garaje; los pulmones se me encogieron cuando me di cuenta que no había marcha atrás. Por un segundo me había imaginado que mi familia había deseado irse del pueblo y que no sabría dónde encontrarlos, pero ahí estaba la prueba de que aún seguían allí.

Esperándome.

Aguardando mi regreso.

Fiona me acompañó fielmente hasta la entrada y se quedó conmigo, a mi lado, mientras yo llamaba tímidamente a la puerta, pensando en qué iba a decir cuando abrieran la puerta y se quedaran mudos al verme allí.

La cara de mi madre al abrirnos la puerta se acercó bastante a cómo me lo había imaginado. Pero su aspecto estaba mucho peor de lo que yo me había imaginado: su cabello rubio estaba desaliñado y recogido en un moño; su rostro estaba más delgado que la última vez que lo vi y sus ojeras estaba más marcadas, igual que cuando murió papá. Sus ojos de color chocolate me estudiaron con atención mientras se humedecían gradualmente al reconocerme.

-Hola, mamá.

Debía reconocer que las cosas habían ido mejor de lo que me había imaginado. Incluso Carin se había mostrado mucho más comprensivo y emocionado de verme aparecer en el pueblo tras estar un año completamente desaparecido; la última vez que lo había visto había sido en el funeral de los miembros de la manada. Le supliqué que no llamara a la manada para avisarles que había regresado, pero sabía de sobra que mi aparición en la graduación no había pasado desapercibida y que la mayoría del pueblo ya estaría cotilleando sobre mi aparición.

El regreso del hijo pródigo que parecía haber seguido los mismos pasos que su padre.

Para Blackstone, Gregory Whitman se había marchado del pueblo, abandonando a su esposa y sus dos hijos para ir tras las faldas de alguna jovencita y vivir su apasionada relación en algún destino exótico. La verdad era muy distinta.

Mi hermano me confesó que el DVD que había entregado a Grace era una prueba definitiva para todos nosotros: en él quedaba acreditado que, quien había asesinado a sangre fría a nuestro padre había sido Philip Monroe, padre de Kyle, y que había usado a su favor ese malentendido para lograr deshacerse del padre de Mina.

Cuando lo escuché, completamente avergonzado, quise morirme allí mismo. Mi hermano me aseguró que Mina no nos guardaba rencor por la muerte de su padre y que su odio estaba dirigido únicamente al padre de Kyle.

Fiona cayó bien al instante. Incluso a mi hermano, quien le estuvo agradeciendo durante varios minutos que hubiera conseguido que yo terminara el instituto y me hubiera cuidado con tanto afán. Como si yo fuera un crío de tres años, vaya.

A las siete menos cinco estaba en la puerta de los Seling, mordiéndome el labio inferior hasta lograr hacerme sangre. Había pasado un año desde que había estado allí por última vez y me había disculpado frente a la señora Seling por todo lo que le había hecho; no sabía qué poder esperarme de todo aquello. ¿Me gritaría que me largara de allí? ¿Me volvería a amenazar? Mi relación con ella no había sido cordial y tenía miedo de que pudiera rechazarme de nuevo.

Llamé a la puerta y respiré hondo, procurando relajarme. ¿Les habría avisado Mina que íbamos a salir? Grace me había dicho, de manera bastante intencionada, que Kyle y Mina habían roto hacía tiempo y que ella estaba libre.

Que tenía una mínima oportunidad.

La señora Seling me abrió la puerta y, por un momento, se quedó sorprendida de verme allí. Recuperada ya de la sorpresa inicial de volver a verme, me hizo pasar con educación al salón, donde estaba Henry. Me tensé de manera involuntaria, intentando percibir cualquier tipo o señal de que no querían tenerme por allí.

-¿Por qué no te sientas mientras Mina termina de arreglarse? –me ofreció Henry mientras la señora Seling ocupaba el sitio del sillón.

Me senté obedientemente en el hueco que quedaba libre en el sofá, al lado de Henry, y entrelacé mis manos mientras miraba el salón, intentando encontrar algo que decir. La habitación no había cambiado mucho, a excepción de las nuevas fotos que decoraban cualquier superficie. Al parecer, las cosas les habían ido bien a los Seling desde que me marché de Blackstone.

La señora Seling carraspeó, llamando mi atención.

Me quedé perplejo cuando vi que me sonreía amablemente. A mí.

-¿Qué has estado haciendo este último año, Chase? –se interesó la señora Seling.

Su pregunta me dejó mucho más perplejo. ¿Estaba diciéndolo realmente en serio? Jamás me hubiera imaginado que mantuviéramos ese tipo de conversación tan mundana y normal. Siempre había creído que nuestras conversaciones serían casi nulas y, cuando se dieran, cargadas de resentimiento, amenazas y odio.

Henry también parecía interesado en conocer qué había sido de mí este último año.

-Me fui a Pittsburgh –comencé, con la garganta seca- y terminé allí mis estudios. He estado viviendo con una amiga y fue ella la que me animó a que no dejara de estudiar y probara a ingresar en la universidad… -ahí fue donde me callé, sin saber si seguir o no.

Los ojos de la señora Seling brillaron de curiosidad. Me molestó un poco que creyera que iba a terminar como el resto de miembros de la manada: trabajando en cualquier sitio después de terminar el instituto y formando su propia familia con demasiada rapidez.

Bueno, eso era lo que se esperaba de todos nosotros.

Pero no lo que yo quería.

-¿Y te han aceptado en alguna universidad?

Asentí con la cabeza.

-En la de Nueva York –respondí.

La señora Seling me sonrió.

-A Mina también la han cogido allí.

«Sí, ya lo sé», quise responder pero, de haberlo hecho, habría sonado como si fuera un maldito perturbado que, tras marcharse del pueblo, seguía espiando a su pobre hija.

-Estoy seguro que le irá muy bien –comenté-. Aunque es posible que se sienta un poco asfixiada por la cantidad de actividad que hay allí…

La señora Seling se echó a reír (¡a reír de verdad!) ante mi comentario. Podría haberme echado a reír con ella por educación pero, justo en ese momento, entró Mina en el salón y me olvidé por completo de la educación y de todos. Mis ojos la recorrieron con avidez, refrescando pequeños detalles de mi memoria y atrayendo mi vista hacia su clavícula, donde estaba la marca que le había hecho y que nos había unido para siempre. Teóricamente, claro. Porque era muy posible que, tras esa tarde, tuviera que volverme ermitaño por la negativa de Mina a intentar volver ser los que éramos.

Ella aguantó mi escrutinio con estoicismo.

Mientras nos dirigíamos a la puerta, oímos que su madre nos despedía con un afectuoso:

-Disfrutad de la tarde, chicos.

Si aquella tarde iba a tener tantas sorpresas como ésa, esperaba que mi corazón pudiera soportarlo. Bajamos las escaleras del porche en silencio y noté que Mina se ponía rígida cuando observaba el Golf. Quizá aún no estuviera acostumbrada a verme con un vehículo propio, me dije.

Mientras nos dirigíamos al coche, recordé los consejos que me había dado Fiona: no mostrarme desesperado y actuar con normalidad. Claro, como que era tan fácil hacerlo cuando todos los poros de mi cuerpo me pedían y suplicaban que la besara allí mismo.

Le abrí la puerta y se la sujeté mientras ella se montaba en el coche. Esperaba que aquello me hubiera hecho ganar algunos puntos con Mina.

Mientras arrancaba y daba marcha atrás, me quedé pálido al oír la pregunta que me formuló Mina:

-¿No viene Fiona?

Desvié la mirada unos segundos de la carretera para mirar a Mina, para ver si estaba hablando en serio. ¿Por qué tendría que acompañarnos Fiona a aquello? No necesitaba ninguna carabina y con Fiona allí, seguramente la cita se volvería todo un infierno para Mina, ya que no le gustaba mucho hablar.

Esperaba que estuviera hablando en broma.

-¿Fiona? –tragué saliva-. ¿Por qué tendría que venir Fiona?

Ella se cruzó de brazos, una costumbre que tenía cuando quería protegerse de alguna manera, y me observó, impasible.

-Espero que no le moleste que salgas conmigo –continuó, ignorando por completo mi pregunta-. Podrías haberle enseñado el pueblo…

La advertencia de Fiona que me había hecho aquella misma mañana, tras despedirnos de Mina, se repitió en mi cabeza, dándole sentido a todo ese asunto. Me dieron ganas de echarme a reír y de darme golpes contra el volante al comprender que Mina había hecho eso porque estaba… un poco celosa. ¡Estaba celosa porque creía que me había acostado con Fiona y que teníamos algún tipo de relación mucho más seria que ser amigos!

-Un segundo, ¿estás insinuando que Fiona y yo… tenemos algo? –cuando alzó la barbilla no pude seguir aguantando más y me eché a reír. ¡Era cierto que estaba celosa!-. Por Dios, Mina, aún sigues siendo igual de acelerada con tus pensamientos. Fiona es la cazadora que me ha estado vigilando desde que me fui de aquí; ella ha sido mi mejor amiga… Además, tiene novio desde hace mucho tiempo, no hubiera sido posible tener nada con ella.

No le dije que había tenido muchísimas oportunidades de pasar una buena noche con algunas chicas o que podría haber intentado empezar una nueva relación pero que no había podido hacerlo. Había conocido a muchas chicas como, por ejemplo, Sofía, que estaba más que dispuesta a que hiciéramos lo que yo quisiera, pero ninguna de ellas había conseguido llamar mi atención.

Todas ellas eran simples rostros que desaparecían en mi mente.

Ninguna de ellas era Mina.

Si antes había logrado tranquilizarla asegurándole que no había nada entre Fiona y yo, ahora parecía haberse puesto más nerviosa aún. No entendía a qué se debía ese cambio de humor, pero su aroma estaba impregnando todo el coche y estaba consiguiendo que creyera que algo malo debía estar haciendo.

Se instaló un incómodo silencio entre los dos. Mina miraba distraídamente por la ventanilla del coche, sumida en sus propios pensamientos y que yo hubiera pagado todo lo que tenía por conocerlos.

No pude evitar comparar aquella cita (¿aquello realmente podía considerarse como una cita?) con la primera que habíamos tenido. Aunque al principio había empezado siendo un completo desastre, al final había logrado convertirse en algo inolvidable.

Al menos para mí.

-Podríamos tener una agradable conversación –probé a decir, tratando de animar el ambiente-. Podríamos fingir que esta salida fue la que tuvimos por primera vez, cuando me viste con la guardia baja…

Aquello consiguió arrancar de su ensimismamiento a Mina, que parpadeó varias veces y esbozó una sonrisa melancólica y cargada de añoranza cuando dijo:

-Cuando me confesaste que estabas con Lorie porque tu familia te había obligado a ello. Sí, lo recuerdo perfectamente.

-Fue una buena cita –repuse, hablando totalmente en serio-. La única que realmente me ha merecido la pena.

Su rostro se volvió de nuevo una máscara pétrea, impidiendo que pudiera adivinar qué era lo que se le pasaba por la cabeza. Parecía haberse metido dentro de su coraza de nuevo, como si quisiera protegerse de algo.

Era muy posible que mi comentario la hubiera molestado, y lo entendía. Fiona solamente conocía muy por encima nuestra historia, pero no le había hablado a nadie con la sinceridad con la que lo había hecho con ella. Hasta el momento, había logrado contestarle con la verdad, aunque ella no lo sabía.

Aquella cita que tuvimos fue la mejor que había tenido en toda mi vida. Había salido varias veces antes con Lorie en plan cita, pero siempre había tenido que cortarla cuando ella intentaba desnudarme o avergonzarnos delante de todo el pueblo. Con Mina había sido una experiencia diferente… y me había gustado.

Seguí conduciendo en silencio, con la mirada clavada en la carretera.

-¿A qué viene todo esto? –me espetó-. No entiendo qué interés podrías tener en volver a verme después… después de tanto tiempo –su voz fue bajando hasta convertirse en un murmullo.

Me había preguntado cuándo llegaría ese momento. Sabía que Mina estaba dolida conmigo y se había mostrado estoica durante todo aquel tiempo, sin rozar siquiera el tema, hasta ahora. Percibí en su tono de voz el dolor que le había causado tener que abrir esa puerta y dejar salir todo lo que había ocultado tras ella; sin embargo, se mantenía entera.

Cogí aire. ¿Cómo podía explicarle que me arrepentía de haberme ido de aquella forma? ¿Entendería mi postura de querer huir del pueblo tras haber perdido a mi mejor amigo y con la posibilidad de perderla a ella también? Me había marchado de Blackstone por puro egoísmo, porque únicamente había tenido en cuenta mi propio dolor.

La miré por el rabillo del ojo.

-Dejé hace tiempo un asunto inacabado –confesé-. Y creo que he conseguido reunir la suficiente valentía para darlo por zanjado.

Ella desvió la mirada de nuevo y se dedicó a mirar por la ventanilla como llevaba haciendo casi todo el viaje. Pensé que seguiría presionándome para que le dijera de qué se trataba aquel asunto que había dejado inacabado durante todo ese tiempo, pero, para mi sorpresa y cierta decepción, se mantuvo en silencio.

¿Habría aceptado mi cita por curiosidad? Era muy posible que me hubiera imaginado sus celos antes y que todo esto fuera por averiguar qué había sido de mí este último año. Quizá lo único que despertaba ahora en ella fuera simple curiosidad y cierta lástima por haber perdido a tanta gente en un solo día.

Fui reduciendo la velocidad conforme nos acercábamos al claro donde nos esperaba, muda, la cabaña que mi padre le había regalado a mi madre por su aniversario. Todo seguía igual, pero yo no me sentía igual: todas aquellas paredes de madera estaban cargadas e impregnadas de buenos y malos recuerdos.

A mi lado, Mina se tensó al reconocer la cabaña. Pero, de nuevo, no dijo ni una palabra.

Nos apeamos del coche y nos dirigimos en silencio al porche. Casi pude sentir de nuevo la tormenta descargando sobre nosotros mientras corríamos para protegernos bajo la seguridad del porche. Mi mano tembló cuando saqué las llaves de mi bolsillo y la introduje en la cerradura; notaba la respiración acelerada de Mina y su vista clavada en mi espalda.

Cuando conseguí abrirla, me hice a un lado para que Mina entrara primero. La observé atentamente mientras ella se metía en el interior y se quedaba a pocos metros de la puerta, rodeándose a sí misma con sus brazos y contemplando la planta baja. No era capaz de ver su rostro pero, apostaría, que era un gesto de dolor.

-Está todo igual –comentó.

Avancé lentamente hasta quedarme a su lado, con la mirada clavada al frente.

-Es la primera vez que vengo desde… desde ese sábado –contesté con cierta dificultad-. Pero he pensado que podría servir para lo que tengo pensado hacer.

Aquella solamente era una parada para lo que tenía planeado. Dejé a Mina allí, observando la cabaña, y subí a la planta de arriba; conforme ascendía un escalón, un recuerdo nuevo me asaltaba. Cogí aire y avancé por la segunda planta; alguien había arreglado todo el lío de sábanas llenas de sangre y las había cambiado por unas nuevas. Parecía como si allí no hubiera ocurrido nada.

Pero lo había hecho.

Me obligué a centrarme en lo que había venido a hacer y me dirigí al armario. Allí encontré la manta que buscaba y, agradecido por la rapidez de haberla encontrado, la cogí y volví a bajar para reunirme con Mina, que no había movido ni un músculo.

Cuando salimos por la puerta, creo que los dos soltamos interiormente un suspiro de alivio de haber salido por fin de ese sitio.

La cogí de manera inconsciente por la muñeca y ella se mostró alarmada ante mi gesto.

-El sitio al que quiero ir no está lejos –me justifiqué.

Mi excusa pareció convencer a Mina y echamos a andar hacia el bosque. Conocía la zona como la palma de mi propia mano y perdernos era prácticamente imposible; había recorrido aquella extensión de tierra cuando era pequeño, jugando con mi hermano y siendo quiénes éramos sin las miradas curiosas de los vecinos. Allí podíamos correr sin temor a que nadie nos viera, incluso mi padre se transformaba en alguna ocasión para que nos montáramos en su lomo como si fuera un caballo. Mi madre se reía con nosotros y no parecía importarle porque allí no teníamos que fingir.

Aunque mi padre nunca lo hubiera dicho en voz alta, sabía que le gustaba ese estilo de vida donde podía transformarse en libertad y jugábamos con él como si aquello fuera lo más normal del mundo. En aquellos tiempos creía que ser licántropo era guay, incluso tenía que reconocer que me entusiasmaba la idea de transformarme en el futuro.

Eso fue antes de que me diera cuenta de la mierda que era toda mi vida.

Oí el gemido de asombro de Mina a mi espalda y no pude contener una sonrisa. Me agradaba que reconociera el sitio porque me hacía sentir… como un año atrás.

Alcanzamos la cima de la colina y nos quedamos en silencio, observando el pueblo. Era la misma vista que había contemplado un año antes, al lado de una chica que me enloquecía y que no comprendía por qué, pero me dejó igual de asombrado y sobrecogido que aquella vez.

De algún modo, aquel sitio se había convertido en el nuestro. El de Mina y el mío.

-Será mejor que nos sentemos –comenté.

El peso de todo lo que había sucedido en aquel lugar estaba aplastándome. Todos los recuerdos estaban cargados de felicidad y… esperanza, la misma que mantenía en aquellos momentos mientras rezaba para que todo aquello saliera bien.

Mina se dejó caer sobre el suelo con suavidad y se encogió sobre sí misma, rodeándose las piernas con sus brazos.

Yo me situé a unos pocos centímetros de ella y le coloqué la manta sobre los hombros con un gesto protector. Contuve una sonrisa al recordar que, en la primera cita que tuvimos, Mina había terminado helada y yo le había ofrecido amablemente mi cazadora. ¿Conseguiría repetir la experiencia? ¿Saldría todo aquello bien?

-Hoy hay una lluvia de estrellas y… he pensado que quizá te gustaría verla –le confesé-. Además, creo que te debo una disculpa.

Mina apoyó la mejilla sobre sus rodillas mientras me observaba en silencio. Sus ojos grises me recorrían y vi un brillo de desconcierto en su mirada, como si no me terminara de reconocer. ¿Tanto habría cambiado? ¿En qué nos diferenciábamos el Chase de hacía un año de mí?

-¿Por qué? –preguntó y no supe si se estaba refiriendo a por qué le debía una disculpa o a por qué me había ido del pueblo.

Contuve el aliento. Me había preparado un discurso para explicárselo todo, pero parecía habérseme olvidado por completo; no podía despegar la mirada de sus ojos grises cargados de preguntas no formuladas.

-Porque no cumplí mi promesa, Mina –respondí y me salió un sonido ronco-. Aquel día, en el almacén, te prometí que siempre estaría contigo y no lo hice. Cuando te vi en el suelo, desangrándote por la herida, me entró el pánico: te di de beber mi sangre como medida desesperada y, al ver que no parecía funcionar, me acojoné. Te llevé a tu casa y empecé a preparar las maletas; no estaba preparado para dejarte morir. No quería estar aquí cuando me dijeran que habías muerto, si hubiera llegado a suceder.

»Si hubieras muerto, habría cargado con ello el resto de mi vida. Pensé que, si me marchaba, tú estarías bien… que todo estaría bien; los licántropos solamente nos emparejamos una vez, pero no me importaba quedarme solo el resto de mi maldita vida si eso significaba que tú tuvieras una oportunidad de que fueras feliz. No me importaba, Mina, te lo juro. Cuando Grace me llamó para decirme que habías despertado, yo ya me había ido. Y he estado huyendo todo este tiempo porque no me atrevía a volver a verte porque… porque no paraba de recordarte pálida y llena de sangre.

»No he sido valiente, Mina. Nunca lo he sido. Cuando he visto una oportunidad de huir, lo he hecho. Tú, en cambio… siempre has sido valiente. Has sabido cómo demostrar tu valentía y te he envidiado por ello.

»Ni siquiera sé qué pasó por mi cabeza cuando te vi en aquella fiesta, sola, mirando al lago; pero, en el fondo, supe que eras tú. Desde aquel día supe que eras tú, Mina. Has sido y siempre serás tú. Por muchas veces que me intentara convencer de lo contrario, en el fondo sabía que eras tú. No ha habido ninguna, Mina: sólo tú.

Pensé que me costaría exteriorizar todo lo que sentía pero, una vez hube empezado, aquello fue saliendo sin que necesitara forzarlo. Fui testigo de cómo sus ojos se humedecían conforme iba hablando y de cómo sus lágrimas resbalaban por sus mejillas mientras concluía.

Mina soltó un suspiro y se apresuró a secarse las lágrimas, un tanto avergonzada de que la hubiera visto llorar. Sin embargo, no era la primera vez que la veía así.

Alcé la mirada al firmamento para darle un poco de intimidad para que pudiera reponerse.

Tenía que reconocer que la idea de Fiona de que llevara a Mina a ver la lluvia de estrellas estaba funcionando… por el momento. Había logrado disculparme y explicarle mis motivos, incluso me había atrevido a decirle que la seguía amando, pero Mina aún no había dicho nada.

-¿Por qué no cierras los ojos y pides un deseo? –cerré los ojos durante unos segundos antes de volver a abrirlos y comprobar que Mina me había imitado.

Tragué saliva mientras me debatía interiormente si debía hacerlo o no. De haber estado Fiona a mi lado, me habría soltado un buen empujón y habría puesto los ojos en blanco, burlándose de mi arranque de caballerosidad. «¿Necesitas que guíe tu cabezota hacia la de ella o crees que puedes hacerlo tú solito?», habría dicho.

Fiona era una chica que aprovechaba cualquier oportunidad que se le presentaba sin pensar en las posibles consecuencias. Y yo no podía dejar de pensar en lo que podría suceder. «El osado de Chase Whitman se ha vuelto una pobre gallinita con el paso del tiempo, qué aburrido», se burló mi subconsciente.

Apreté los dientes con fuerza, frustrado conmigo mismo por mis instantes de duda. Me incliné hacia Mina, sujetando con suavidad su rostro entre mis manos y la besaba, primero con suavidad, y después con una urgencia que me sorprendió hasta a mí.

Llegué a creer firmemente que Mina me apartaría de un empujón y todo acabaría ahí. Pero no lo hizo.

Había estado soñando con aquel momento desde hacía tanto tiempo que pensaba que me iba a desmayar allí mismo de la emoción. Al separarnos para recobrar el aliento, esbocé una sonrisa diminuta de disculpa, esperando que Mina no fuera muy dura conmigo.

Ella se quedó observándome en silencio unos segundos antes de agarrarme por el cuello de la camisa y estampar de nuevo sus labios contra los míos, con más fuerza que antes. Si antes había estado a punto de desmayarme, ahora estaba a punto de entrar en shock. Mis manos se deslizaron por su cuerpo, memorizando cada rincón y forma. Había pasado un año entero deseando que llegara ese momento y estaba sucediendo. De verdad.

En aquellos momentos me sentí el hombre más feliz del mundo.

Era como si el último año hubiera desaparecido.

Como si todo hubiera desaparecido y solamente estuviéramos Mina y yo.

-¿Eso quiere decir que podemos seguir donde lo dejamos? –pregunté, pegado aún a sus labios.

Mina se estrechó más contra mí mientras yo sentía que las comisuras de mis labios me dolían de tanto sonreír.

-Para siempre –juré.

-Sí. Para siempre –repitió ella, con firmeza.

Mina había logrado lo que nadie había conseguido: me había perdonado a mí mismo; había conseguido que me sintiera cómodo siendo quien era. En definitiva, había logrado que me sintiera a gusto conmigo mismo.

Incluso había comenzado a perdonar a mi padre.

Alzamos la mirada hacia el cielo justo cuando, como me había pronosticado Fiona con una sonrisa pícara, empezaron a caer estrellas fugaces.

No pude evitar sonreír con más fuerza aún.

Al final iba a resultar que aquella tontería infantil de pedir deseos a estrellas fugaces realmente funcionaban.

O, al menos, me había funcionado a mí.

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