La Dama y el Grial I : El mis...

By katiealone

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Un caballero debe volver a su antiguo hogar para descubrir la peligrosa verdad que oculta una orden secreta:... More

► Antes de empezar◄
✚ Sinopsis ✚
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✯ Guía de personajes ✯
📖 Conceptos y definiciones
🎵 Playlist
Dedicatoria
Epígrafe
Introducción
Capítulo 1: El paje y la doncella
Capítulo 2: La víspera
Capítulo 3: Malas nuevas
Capítulo 4: Tres destinos
Capítulo 5: Traiciones
Capítulo 6: El legado y el mal
Capítulo 7: Llegadas
Capítulo 8: La hora prima
Capítulo 9: Pérdida
Capítulo 10: El destino de la orden
Capítulo 11: Días que se van
Capítulo 12: Saissac
Capítulo 13: Entre los árboles
Capítulo 14: Cabaret
Capítulo 15: Bienvenido
Capítulo 16: Al caer la noche
Capítulo 17: Incendiarios
Capítulo 18: Nuestra fe
Capítulo 19: Ofensa
Capítulo 20: Manuscritos
Capítulo 21: Baile
Capítulo 22: Los jardines de Cabaret
Capítulo 24: La loba de Cabaret
Capítulo 25: Mensajes
Capítulo 26: Compromiso
Capítulo 27: Libro prohibido
Capítulo 28: Ellas y nosotras
Capítulo 29: Juramento
Capítulo 30: Sentimientos e ilusiones
Capítulo 31: Confusión
Capítulo 32: Tentación
Capítulo 33: Errores
Capítulo 34: Confrontación
Capítulo 35: Revelaciones
Capítulo 36: El trovador
Capítulo 37: El poder
Capítulo 38: Cercanos
Capítulo 39: Pagana
Capítulo 40: Rosatesse
Capítulo 41: Expuesta
Capítulo 42: Promesa
Especial de Halloween 2021
Capítulo 43: Armas de terror
Capítulo 44: Temores
Capítulo 45: Caballeros
Capítulo 46: Inocencia
Especial de Navidad 2021 [Parte 1]
Especial de Navidad 2021 [Parte 2]
Especial de Navidad 2021 [Parte 3]
Capítulo 47: Engaños
Capítulo 48: Deshonor
Capítulo 49: Compasión
Capítulo 50: Verdades a medias
Capítulo 51: Para el amor imposible
Capítulo 52: Íntimo
Capítulo 53: Escogidos
Capítulo 54: Humilde amor
Capítulo 55: Una oportunidad tentadora
Capítulo 56: Assaig
Capítulo 57: Encuentro
Capítulo 58: Presagio
Capítulo 59: Futuro incierto
Capítulo 60: Noticias
Capítulo 61: Banquete
Capítulo 62: Grial
Capítulo 63: Asuntos pendientes
Capítulo 64: Voces [Final]
Notas finales
Epílogo
Extra: Este cuerpo no es mío
👑 Orden de lectura 👑
Dos historias: Novela corta de LDYEG
💖 Otras novelas de la autora 💖

Capítulo 23: Culpables

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By katiealone

Me están vigilando, en fin,

sin el derecho de hacerlo.

Muestran su codicia, sin

que les valga merecerlo (1)

Nada se sentía igual desde la muerte del gran maestre. La comunicación entre los caballeros de la orden siempre fue fluida, y el señor de Saissac solía ir a Béziers para darle información que solo podía decirse de forma personal. El resto siempre se manejó de manera rápida gracias a la red de mensajeros, nunca temió que cualquier tipo de información pudiera filtrarse. Jamás, en todos esos años, se le ocurrió dudar de la fidelidad de los miembros de la orden.

Solo que todo había cambiado de pronto, y ya no sabía en quiénes confiar. Los mensajeros tardaban en devolver las respuestas, otros nunca volvían. Había tanto que el senescal de Béziers quería saber, pero temía siquiera hacer una insinuación al respecto en cualquiera de sus cartas. No, prefería ser cauteloso en extremo. Cualquier error, por más mínimo que fuera, podría servirle a su enemigo.

Era poco lo que sabía de los demás desde la reunión en Moux. Y él, que estaba interesado en saber de Guillaume, solo supo que este llegó a Saissac y encontró todo en la ruina. Que habían quemado la biblioteca y otras estancias, que mucho se había perdido. En ese punto el hombre no entendía la pasividad de la orden. ¡Habían destruido o robado saberes prohibidos! Información valiosa que tal vez nunca podría recuperarse, y que de caer en manos equivocadas sería un gran peligro. ¿Acaso pensaban quedarse quietos sin hacer nada? Y si lo estaban haciendo, ¿por qué nadie le informaba al respecto?

Algo tenía que hacerse, necesitaba saber más. Quería él mismo ir a Saissac y averiguar sobre Guillaume, ¿pero qué excusa daría el senescal del Béziers para realizar un viaje tan largo? Sería incluso sospechoso, tal vez el legado papal Arnaldo había vuelto a Roma, pero el tal Peyre de Castelnou seguía rondando Languedoc. ¿Y si ambos estaban coludidos? ¿Cómo podría saberlo? Lo mejor era que se mantuviera en su posición de Béziers. Al menos en algo tenía que cumplir.

Ya todos tenían claro que una guerra llegaría a arrasar sus tierras, y también se había dado la instrucción de fortificar la villa para resistir un posible asedio. Por supuesto, no podía ser tan evidente y los trabajos tenían que hacerse con mucha sutileza, como si se tratase de una remodelación. En eso estaba, y al menos tenía un apoyo. Alguien con quien hablar.

Bota de Maureilham era el único caballero de la orden, aparte de él, que vivía en Béziers. No tenían el mismo rango, y había secretos que Bota jamás sabría hasta que el nuevo maestre lo autorizara, pero aun así Bernard se sentía libre para compartir ciertas inquietudes con él. Así que ahí andaban los dos, recorriendo los pasadizos inferiores que se encontraban ocultos en la planta baja del palacio vizcondal. Una red de caminos antigua que fue construida en medio de la desesperación de un antiguo vizconde Trencavel. Este pensó que los pobladores de Béziers podrían matarlo en cualquier momento, así que mandó a construir rutas de escape de la villa.

—Todo está en pésimo estado —comentó Bota. Ambos caminaban llevando antorchas mientras iluminaban el estrecho pasillo.

—Veamos hasta donde llegamos —dijo este. Hacía mucho que nadie pasaba por ahí, y sí, muchas partes se habían derrumbado.

—Tal vez podemos darle un buen mantenimiento a uno de los pasillos, pero dudo mucho que el otro sirva. Estaba peor que este —añadió Bota, y Bernard asintió—. ¿Se sabe hacia dónde nos lleva?

—Se supone que nos sacará de la villa hacia una ruta de escape segura. Destruyeron los mapas para que nadie supiera más.

—Hay cada loco en este mundo... —murmuró Bota, y ambos rieron. En ese estrecho pasillo hasta los murmullos sonaban fuerte, y las carcajadas eran ensordecedoras.

Caminaron con algo de dificultad. Bernard tomaba nota mental de todo lo que necesitarían para reparar los muros, y cómo podría reforzar la puerta de acceso. Solo podía haber una llave, y la puerta debía de ser lo suficiente resistente para que tardara en ser derribada. Una vez del otro lado, quienes lograran escapar en un eventual asalto tendrían suficiente tiempo para ponerse a salvo.

—Conozco a un artesano para el trabajo de la puerta —comentó Bota—. Es un judío, ¿no te molesta?

—Para nada —comentó con tranquilidad. Había que ser idiota para despreciar a un buen trabajador solo por una cuestión religiosa—. Tráelo aquí para mañana, mientras antes se empiece a trabajar en esto será mejor.

—¿Llevas prisa? ¿Acaso hay fecha para el ataque? —Preguntó Bota con cierta preocupación.

—No, pero prefiero que estemos preparados para todo. —Este asintió. Se quedaron en silencio un momento. Casi podían ver la salida, era apenas un punto de luz visible.

Bernard se preguntó cuántos años se estuvo trabajando en ese camino, o si tal vez se trataba de una ruta que existía desde tiempos de los romanos. Habían atravesado Béziers de un lado a otro, y habían acabado hacia el camino que daba a la ruta que se dirigía a Carcasona. Había escombros bloqueando la salida, así que tuvieron que dejar las antorchas a un lado un momento para observar mejor. Las rejas eran gruesas, pero iban a tener que sacarlas para hacer de esa ruta un escape seguro.

—¿Y crees que ese judío que mencionas podría ayudarnos con este asunto? —le preguntó a Bota—. No pueden ver este ingreso, pueden intentar derribar las rejas.

—Ummm... Claro, que parezca parte de los muros de la villa. Supongo que puede hacerse, requerirá tiempo y mucha discreción, pero sin duda podemos arreglar este desastre. —Bernard asintió. Ese pasillo secreto tenía mucho potencial, y si las cosas se ponían feas en Béziers al menos lograría que personas inocentes escaparan a salvo.

—Regresemos, hay muchos asuntos de los que ocuparse. ¿Cómo va la renovación de los muros?

—Pues el cura se sigue quejando de que preferimos invertir en eso que en la iglesia de La Macarena, pero bueno, ¿qué podemos decirle? —contestó Bota, y se encogió de hombros—. Ya es muy tarde para reclamos.

—Ya nos agradecerá después. —El senescal tomó de nuevo su antorcha. Suspiró. Bota lo miró con curiosidad. Sabía que quería desahogarse—. ¿Sabes algo de tu sobrino?

—Arnald envió una carta el otro día, pero era por asuntos familiares. Recuerda que ni siquiera sabe que soy parte de la orden. —Bernard asintió. Debió sospecharlo.

—Y creo que sería muy extraño que le reveles eso de pronto. Dime, ¿al menos te ha contado como han ido las cosas con Guillaume?

—Me escribió desde Cabaret —dijo para su sorpresa. Nadie le había informado que el nuevo gran maestre estaba refugiado en la montaña negra—. Contó que Peyre Roger los invitó a él y a su señor a ir, fue justo después del incendio. Supone que pasarán un tiempo allá y esperan regresar a Saissac antes del invierno.

—¿Y qué opinas de eso? —Bota se llevó una mano al mentón, lo miró pensativo.

—No sé qué podría decir al respecto, Bernard. Todo parece un acto de cortesía, pero a la vez siento que hay intenciones ocultas detrás de ese gesto. Me es difícil determinar si son buenas o malas.

—¿Y sobre el incendio? ¿Qué piensas de eso?

—Apuesto a que es una tapadera de algo mayor. ¿De qué? No tengo idea. Solo estoy seguro  de que es demasiado sospechoso para pasarlo por alto.

—Claro... —murmuró él. Estaba de acuerdo con Bota. Había asuntos que él desconocía, pero con toda la información que el senescal manejaba, lo que estaba sucediendo se le hacía más sospechoso. Y los de Cabaret no terminaban bien parados en sus teorías—. Por lo que veo, querido amigo, estamos solos en estos. Ya no sabemos en quién confiar.

—Bueno, yo confío en ti —dijo Bota con toda seguridad—. Te confiaría mi vida y la de mi familia, lo sabes.

—Lo mismo digo. Solo nos queda intentar averiguar más sobre lo que pasa en verdad, y tenemos que ser muy cautelosos. No sabemos hasta qué punto la traición del conde de Tolosa ha hecho temblar a la orden, tampoco sabemos si los esbirros del legado nos vigilan. Por ahora el mejor contacto que tenemos en Cabaret es tu sobrino, habrá que sacarle información a él.

—Haré que Lorena le escriba —dijo en referencia a su hija menor—. Si le mando algo yo, retendrán la carta. Como si no los conociera —agregó con resignación. Eso Bernard lo entendía, pues en Cabaret eran en extremo cuidadosos con la información que entraba y salía. Cualquier sospecha mínima de que ellos estaban intentando averiguar algo por lo bajo, acabaría mal para todos.

—Debe ser muy cuidadosa, a Guillenma no se le escapa ni una —agregó Bernard, y Bota asintió.

Ya a esas alturas de la vida ni se le hacía raro pensar que era una mujer quien manejaba toda la red de información y seguridad de Lastours. La que además gozaba de una posición de honor dentro de la orden, incluso se atrevía a afirmar que por encima de él. Guillenma parecía siempre saberlo todo. Así que sin duda leería primero la carta de Lorena a Arnald, y si no encontraba nada sospechoso más que una carta inocente entre primos, la dejaría pasar. La cuestión sería la respuesta de Arnald.

—Vamos a tener que ser cuidadosos con lo que le digamos que escriba —comentó este mientras volvían sus pasos de regreso al palacio vizcondal—. Si no tenemos respuesta, tal vez debamos recurrir a otros métodos.

—Entiendo. Ya nos encargaremos —asintió. Había mucho trabajo pendiente, muchas sorpresas, y mucha incertidumbre. Ese año parecía ser un castigo divino.

Llegaron cansados al palacio. A la entrada del camino los esperaban dos guardias, quienes recibieron las antorchas y luego les alcanzaron algo de vino para refrescar la garganta. Subieron con tranquilidad hacia el salón principal, y justo antes de llegar les avisaron que tenían visita. Un templario de Moux.

Tanto él como Bota se miraron con sorpresa. ¿Acaso llevaba un mensaje importante de Froilán? ¿Qué les diría? Se apresuraron en refrescarse y salir más o menos presentables a recibir al mensajero. Grande fue su sorpresa a ver a ese joven templario. Abelard de Termes, el mismo que vio morir al gran maestre en París. Bernard lo conocía, pero él no. En aquella ocasión todos se cubrieron el rostro con la capucha, así que tenía que comportarse como si fuera un desconocido.

—Bienvenido, debéis estar muy cansado —le dijo Bernard apenas lo tuvo al frente—. ¿Os han ofrecido algo de beber y comer? Seguro lo necesitáis.

—Sois muy amable, señor —dijo este con toda cortesía—. Hay un asunto que debo tratar con vos, y debe ser de forma privada —miró de lado a Bota, así que no lo quería ahí. Qué extraña aquella orden de Froilán. Bota se puso a la defensiva, tal vez no le gustó que insinuaran que estaba sobrando.

—Bota, ve a encargarte del muro, te alcanzaré pronto —ordenó él para evitar inconvenientes. Aún desconfiado, Bota asintió y se retiró. No había nadie cerca escuchando.

—Los dioses necesitan a los humanos —dijo Abelard. Poco le faltó a Bernard para abrir la boca de sorpresa, por un instante se quedó paralizado. Lo entendió todo: Froilán lo había iniciado, y en ese momento hablarían como caballeros del mismo rango.

—Los humanos necesitan a los dioses —continuó él con el santo y seña—. Debo decir que estoy sorprendido.

—El comendador Froilán mencionó que así sería —le dijo el templario con amabilidad—. No os preocupéis en aclarar quien sois, sé que estuvisteis ahí el día de la reunión.

—Desde luego —contestó despacio. Aún no salía de su asombro—. ¿Puedo saber el motivo de vuestra visita?

—Aparte de presentarme ante vos como un aliado de Moux, y mensajero del comendador Froilán, estoy de pasada. Quería pediros alojamiento esta noche, pues voy camino a Montpellier a llevar documentos importantes a la profetisa, y será peligroso hacer la ruta de noche.

—Por supuesto, podéis quedarte. —Así que además sabía de Sybille. ¿Cómo se lo habrá tomado? De seguro tuvo suficiente tiempo para asimilarlo—. ¿Puedo preguntar qué clase de documentos recibirá la profetisa?

—Esa información ni yo la sé —contestó con naturalidad. Debía de ser cierto—. Solo puedo contaros que hace unos días el comendador recibió una carta de esta, y después de mucho reflexionarlo, él decidió responder su solicitud.

—Claro, debe ser un asunto de la cúpula —murmuró. En eso ni él podía meterse—. Decidme una cosa, ¿sabéis algo sobre el incendio? ¿La orden está haciendo algo al respecto? Vosotros los templarios tenéis la red de mensajeros, ¿qué habéis averiguado? Me preocupa mucho esa situación.

—Ojalá pidiera daros una respuesta concreta, señor. Manejamos teorías, pero hasta el momento no sabemos la verdad.

—Entiendo —contestó decepcionado. Ojalá ese templario estuviera diciendo la verdad.

—Por cierto, tengo un mensaje para vos.

—¿De Froilán?

—No, de vuestro sobrino Luc. La envió con un templario desde Carcasona, este hizo una parada en Moux. Cuando revisé los documentos pensé que mejor me encargaba yo personalmente del asunto, ya que estaría en la ruta.

—Claro, gracias por tomaros esa molestia.

—No es nada.

El caballero buscó entre la correspondencia que llevaba la carta de Luc. Le tendió el pergamino, y Bernard no perdió el tiempo en revisarlo. No creía que fuera nada de vital importancia, Luc estaba a salvo al servicio de Trencavel. Pero tal vez le contaría sobre la reacción del vizconde al enterarse del incendio, sus posibles planes, o lo que sea que le diera alguna una pista.

—¿Buenas noticias? —preguntó Abelard al notar que se tomó un momento para leer. Y como pasó de la indiferencia al interés. Y del interés, al temor.

—Yo no... No lo sé... —dijo. Releyó una vez más un párrafo en particular. Nunca debió subestimar a su sobrino, Luc era más listo de lo que esperó. Él también sabía que no podía ser explícito para no levantar sospechas, pero dijo lo suficiente.

—¿Es algo malo? —insistió Abelard.

—Yo... Yo creo que ya sé quiénes provocaron el incendio en Saissac.


**************


No eran bienvenidos ahí, pero tampoco podían prohibirles la entrada. Sería un escándalo. Los rumores corrían con rapidez por esos días, y que todos supieran que el conde de Tolosa rechazó recibir al conde de Foix y al vizconde Trencavel era inaceptable. Además, ¿qué tendría de malo recibir a dos aliados? Nadie sospecharía nada, y ellos tendrían libertad para actuar.

El de Foix no iba a matar a su tío de forma muy evidente, tenía que ideárselas para planear un accidente. ¿Y qué hacían los caballeros en esa época del año? Irse a cazar. Una excursión de un día o más le daría al conde de Foix la oportunidad perfecta para tenderle una trampa a su tío y al fin acabar con su vida. Era lo que merecía el traidor.

A pesar de que Trencavel estaba muy de acuerdo en quitar del medio a su tío, no podía involucrarse en el asesinato. Todos en Languedoc sabían que había ciertas fricciones entre ambos, y si él estaba cerca cuando este muriera por accidente, tal vez podrían culparlo. Lo mejor, según el de Foix, era que él estuviera lejos y rodeado de varios testigos. Así nadie podría relacionarlo, sería un simple accidente. No sería ni el primer ni último hombre que moría en medio de la cacería.

Como era de esperarse, los recibieron sin mucho entusiasmo. Incluso los hicieron esperar, pues les dijeron que en ese momento el conde estaba con su confesor. Tanto él como el de Foix tuvieron que hacer lo posible para no carcajearse. ¿Confesor? ¿El tipo que se llevaba pésimo con los curas, y que además faltaba a las normas de la iglesia como pasatiempo favorito? ¿Acaso Raimon de Tolosa no se pudo inventar algo mejor? ¡Qué excusa para más ridícula! Si Trencavel se consideraba a sí mismo como tolerante, de su tío podía hasta decir que era un blasfemo y hereje sin vergüenza.

"Cobarde", pensó con molestia apenas logró controlar sus ganas de reír. Tuvo que poner esa excusa patética para no darles la cara. ¿Acaso era tan pusilánime que pensó iban a matarlo a vista y paciencia de medio mundo? Por supuesto que sabía que iban a acabar con su vida, que para eso estaban allí. Debería estar agradecido, al menos moriría siendo un poderoso conde, y no un tipejo cualquiera, despojado de sus tierras y su honor.

Después de mucho esperar al fin los condujeron a un salón privado donde les ofrecieron vino y algo de comer. Apenas probaron algo, cuando el conde de Tolosa entró al fin a verlos. Las puertas se cerraron tras él, estaban solos. Se pusieron de pie, se miraron. La tensión era sofocante.

—Has engordado —le dijo el de Foix sin ganas.

—Tú tienes más canas —contestó el otro con insolencia, pero siguiéndole el juego con cierta jocosidad—. Y a ti al menos ya te salió barba —le dijo. Infeliz. Después de todo lo que había hecho, ¿aún lo seguía tratando como a un niño?

—Nadie te preguntó —le dijo Trencavel con molestia. No iba a guardar las apariencias ni a ser respetuoso con esa escoria que ni lo merecía—. Vamos a ahorrarnos la parte en la que no sabemos que eres un maldito cerdo traidor.

—Así me gusta, directo al punto —se burló su tío—. ¿Y bien? ¿Cuándo piensan matarme? De ti ya lo sabía —dijo señalando al de Foix—. Pero tú, sobrino mío, me sorprende que tengas las agallas para venir aquí pensando que puedes desafiarme.

—Nada me alegraría más que cortarte la garganta y abrirte en canal como el cerdo que eres, querido tío, pero esos honores se los dejo a otro —contestó imitando el tono en el que le habló. Lejos de ofenderse, el conde se carcajeó.

—Vamos, ustedes son demasiado intensos. Se toman este momento muy en serio, cuando sabemos que no me pasará nada. Y si se portan bien, no les irá mal a ninguno de los dos.

—¿Disculpa? ¿Es que al fin enloqueciste? —Raimon de Foix caminó firme hacia él. Se plantó firme frente a su tío, y solo entonces lo notó flaquear. Al fin el muy miserable se dio cuenta de que no estaban ahí para jugar—. ¿Cómo te atreves a hablar de esa manera después de lo que hiciste? Nos vendiste a la iglesia, mandaste a matar a Bernard. ¿Acaso no te parecen razones suficientes para que acabemos contigo?

—¿Sabes, Raimon, todo lo que se arreglaría si antes de amenazar me preguntaran? ¿Siquiera les interesa saber por qué hice lo que hice?

—No creo que exista excusa que valga para justificar tu traición —contestó el de Foix con desprecio—, y el hecho que intentes salvar tu pellejo en lugar de comportarte como un hombre y asumir tu mierda me deja muy claro lo que te mereces.

—Sí, bueno. Tal vez sea cierto que merezco morir. Quién pudiera, de la que me libraría —dijo con ironía—. Pero ahora mismo, aunque ustedes no lo crean, me encuentro dando un servicio a la orden. Y no les cobraré ni un centavo, deberían agradecerme.

—Enloqueció —le dijo Trencavel—, este tipo ya ni sabe de lo que habla.

—Oh, cállate. ¿Qué sabes tú, muchacho? Será mejor que aprendas antes de venir a fanfarronear a mis tierras —contestó su tío con fastidio—. Al menos contigo sí puedo hablar, no eres tan insensato. Sé que eres un tipo razonable, Raimon.

—Y por lo mismo que soy alguien razonable es que voy a arrancar el mal de raíz —le amenazó el de Foix.

—Como quieras —contestó este con frescura extendiendo sus brazos—. Mátame ahora, o mañana. Más tarde, cuando desees. ¿Qué más da? El legado Arnaldo tal vez aparezca a joderte en Foix en unos meses. Sabe que eres parte de esto, y tú también —añadió señalándolo—. Sabe de ustedes dos, y en especial de ti, sobrino querido. Te llama "príncipe hereje", y apuesto que está ahora mismo contándole al Papa cómo dejas entrar a judíos y perfectos a tu corte. Oh sí, debe estar en una narración extraordinaria en la que sobran detalles.

Trencavel palideció al escuchar aquello. Tener líos con la iglesia nunca fue conveniente para nadie, y hasta el momento había manejado la tolerancia en Carcasona en completo orden. Pero todo eso estaba a punto de salirse de control, y él sería el primer perjudicado.

—Eso dices tú —contestó entre dientes. Ni siquiera sabía cómo rebatir ese argumento.

—Pero sabes que es cierto —continuó el de Tolosa—. El legado sabe de ustedes dos, y sabía de Bernard desde luego. Por ahora he dejado a los templarios fuera de esto, no sabe que tienen relación. Ah, y tampoco tiene idea de que el rey de Aragón es parte, no ha puesto ni un pie en el monasterio de Alba. Así que ya saben, pueden matarme ahora y esperar a que el siguiente legado vaya a tocarles la puerta.

—En serio, no puedes ser tan cínico y hablar como si nos estuvieras haciendo un favor —contestó el de Foix—. ¡Mandaste a matar a Bernard!

—Era él, o Guillaume —contestó para sorpresa de ambos—. El legado sigue creyendo que Guillaume es ajeno a la orden, después de todo el plan de enviarlo a París y mantenerlo en la ignorancia funcionó. El legado quería matar a Guillaume para asegurarse, pero le dije que yo tendría la sucesión de la orden y con eso se tranquilizó. ¿Ya lo ven? Ahora el tipo está de lo más tranquilo, y yo me aguanto a la iglesia en su lugar. Todos contentos.

—Nadie está tranquilo con esto —le dijo el conde de Foix—. Sabes demasiado. Sabes todo. Eras parte de la cúpula de la orden.

—Y por eso mismo no pienso entregar más conocimiento a aquel maniático. Le he dado lo suficiente para contentarlo, y ahora que no está aquí para seguir presionando, puedo seguir apartándolo del verdadero conocimiento. Lo único que podría hacerme a estas alturas es excomulgarme.

—Como si fueras a aceptar eso con calma, ¿no? —Le increpó él—. Te creemos capaz de cualquier cosa por salvar el pellejo.

—Puede que me crean o no, pero haré lo que sea necesario para evitar que el tipo llegue más lejos de lo que ha llegado —respondió con seguridad. Casi le creyó—. No sabe de los de Cabaret, no sabe de Sybille, no sabe de la dama. Incluso podría llegar a decirle que hay una "dama del Grial" y eso lo mantendría entretenido por mucho tiempo, saben que la orden está preparada para una emergencia de ese tipo. Así que si son sensatos me van a dejar a mí con el problema y se van a poner a salvo mientras puedan.

—No te creo nada —le dijo Trencavel—. Quieres hacernos creer que estás salvando a la orden, que nos estás cubriendo. Para mí solo eres un asqueroso traidor que no puede seguir existiendo.

—Como quieras, sobrino. Como quieras —contestó sin ganas—. Hagan lo que quieran que, si no me matan ustedes, me mata la iglesia.

—¿Acaso la iglesia te ha amenazado de alguna forma? —Le preguntó el de Foix.

—Tengo a la iglesia metida en todos lados. Razón fundamental por la que no debieron venir.

—¿Qué quieres decir? —preguntó él.

Podía ser coincidencia, o no. Pero apenas dejó de hablar, la puerta empezó a sonar. Nadie dijo nada por buen rato, pero insistían. El conde tuvo que autorizar el pase, y poco después las puertas se abrieron de par en par. Acompañado de dos soldados iba un hombre. Un legado papal que Trencavel conocía: Era Peyre de Castelnou, otro de los que fue a Languedoc para la campaña de conversión de los herejes. Así que a eso se refería el conde.

—¡Pero qué agradable sorpresa! —dijo el legado con un ánimo bastante fingido. O al menos así le pareció—. Me ahorráis el trabajo, señores. Justo pensaba pasar por vuestras villas a hablar con cada uno de vosotros. Qué bueno ver aquí al conde de Foix y al vizconde Trencavel.

—Es un honor verlo, eminentísimo —contestó el de Foix, manteniéndose sereno.

—Nos honra estar en vuestra presencia, legado —agregó él con amabilidad.

—Qué bueno que estamos aquí los tres para poder hablar al fin sobre las acciones que debemos ejecutar pronto.

—¿Acciones? —preguntó el de Foix sin perder la compostura. Eso no olía nada bien.

—Estamos en última etapa de la conversión de herejes, y no podemos dejar que en Roma el Papa piense que tanto trabajo fue en vano —continuó el legado—. Y estoy convencido de que la conversión de los simples será definitiva con la presión de los señores. Después de todo, el cuerpo no funciona sin la cabeza, ¿verdad? Vosotros seréis los encargados de detener esta herejía.

—No tenía idea que esos eran los planes de la iglesia —dijo él con cautela—. Sin duda una labor complicada.

—Sin duda —le dijo el legado. Detrás de esa sonrisa, de esa mirada, se ocultaba algo. Lo detestaba, eso lo daba por hecho. En su mente tal vez también lo llamaba "Príncipe hereje" —. Pero si sois verdaderos cristianos, no vacilaréis en actuar.

—Lo somos, desde luego —afirmó el conde de Foix. Una mentira más.

—Me alegra saber eso, conde —contestó el legado—. Todos trabajando unidos, o habrá consecuencias —amenazó. Eso ya era demasiado.

—¿Qué tipo de consecuencias? —Le preguntó él. El legado solo le sonrió.

—No queréis saberlo, vizconde. Y no os vais a enterar si hacéis exactamente lo que os pido.



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(1) Me produce un gran dolor - Friedrich von Hausen (1150 -1190)

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¡Hola, hola! A los años xd ¿Qué es de sus vidas? Pues acá una sobreviviendo por pura ansiedad con un nudo en la garganta #oknot pero viva que es lo importante.

El otro don Berna que sí está vivo xd (Perdón señor papá de Guillaume) acaba de recibir fuertes declaraciones de parte de bb Luc, ¿qué más creen que averiguó esta criatura?

Pregunta 2: La muchachada de Béziers, incluso Abelard, sospechan de las intenciones de los de Cabaret llevándose a Guillaume. ¿Qué opinan ustedes?

Por otro lado tenemos a mi hijo Trencavel que por irse de avance con el extremismo se está metiendo en un lío :'v ¿Qué pasará? Recuerden que el legado de Castelnou le prometió al legado Arnaldo que les haría ZAZ CULEBRA a los nobles de Provenza. But, ¿le habrá confiado algo del Grial para animarlo? Lo averiguaremos.

PRÓXIMA ACTUALIZACIÓN: Jueves 20 de mayo

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