La Danza Del Diablo - Hannigr...

By YukitaRain22

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En la ciudad de Baltimore, aquella que a ciertas horas podría colocarse peligroso un día comenzaron a encontr... More

*Odno*
*dva*
*Tri*
*Chetyre*
Shest'
Sem'

*Pyat'*

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En ese momento una azafata llegó hasta Hannibal y, tocándolo en el hombro, pidió:

— Por favor, caballero, ¿me podría acompañar?

Sorprendido, él se levantó, pero entonces sintió que el joven de al lado lo cogía de la mano con brusquedad y con ojos asustados murmuraba:

— No te vayas.

— Tengo que...

— No se te ocurra dejarme aquí solo.

La intensidad de su mirada y el miedo que percibió en su voz hicieron que Hannibal se olvidara de sus propios nervios, aunque no se reflejaran en su rostro o en su lenguaje corporal de igual forma se encontró nervioso por toda la situación y dirigiéndose a él, repuso:

— Te prometo que regresaré dentro de dos segundos. Tranquilo.

Una vez que se marchó, el avión volvió a dar otra sacudida, y Will, solo en aquel enorme asiento de business, se agarró a él mientras murmuraba:

— No... no... esto no puede estar pasando. Primero lo de Abel Gideon y ahora esto...

Tras reunir a un grupo de personas, las azafatas les explicaron que tenían un problema con el motor derecho del avión, pero que todo saldría bien. Después les pidieron colaboración para proceder a la evacuación del aparato en cuanto tomaran tierra. Dicho esto, todos regresaron a sus asientos. Cuando Hannibal llegó junto a Will, se sentó a su lado, se abrochó el cinturón de seguridad y cogiéndole la mano sin preguntar, declaró:

— Tranquilo. Está todo controlado.

— No te creo, pero eso que dices parece muy bonito. ¿Qué ocurre?

Tan nervioso como él, aunque no lo pareciera, Hannibal murmuró:

— Hay un problema en el motor derecho y vamos a hacer un aterrizaje de emergencia...

— Ay, Dios mío... ¡Nos vamos a.!

Will no pudo terminar la frase, porque el mayor, al darse cuenta de lo que aquel muchacho iba a chillar, lo acercó hacia él y lo besó. Fue un beso corto y ligeramente áspero, cuando lo separó de él murmuró mirándolo a los ojos:

— Como te dije cuando despegamos, todo va a salir bien.

— Pero...

— Todo va a salir bien. Llegaremos a Florencia y descansaremos.

Will no contestó. No podía. Estaba aterrorizado y además oía a unas señoras gritar asustadas.

— Will, ¡mírame! —insistió Hannibal. Cómo pudo, él lo miró y el mayor indicó— No va a pasar nada. Confía en mí.

Will, que apretaba la mano de él hasta cortar la circulación de ambos, asintió y a pesar del miedo que tenía, consiguió decir:

— De acuerdo. Confío en ti.

Hannibal sonrió, justo en el momento en que el avión volvía a sacudirse y las mascarillas caían sobre ellos. La cosa se ponía cada segundo más fea. La tripulación calmaba a los pasajeros como podían, por megafonía les explicaban que, por un problema en uno de los motores, tenían que hacer un aterrizaje de emergencia en España. Concretamente, en el aeropuerto Josep Tarradellas de Barcelona. Todos se miraron asustados. Oír algo así en pleno vuelo era como poco aterrador, pero la tripulación los tranquilizó con profesionalidad y les explicó cómo colocarse al aterrizar y cómo proceder en cuanto se diera la señal de evacuación. Will, igual que el resto de los pasajeros, estaba aterrado. Podía ver el miedo en los ojos de todo el mundo y esto se le contagia, pero intentando no perder la cordura, miró a Hannibal justo en el momento en que el capitán dijo algo por megafonía y la tripulación comenzó a gritar en varios idiomas:

— ¡Protección! ¡Cabezas agachadas!

Agarrado a Hannibal e inclinado hacia delante como él, Will notó cómo el avión se movía de una manera rara y tras tocar el suelo, avanzaba sin parar, mientras móviles, lentes y un montón de objetos volaban por los aires y un terrible olor a quemado les inunda las fosas nasales. Oír a la gente chillar, el estridente ruido del avión, el olor a quemado y el miedo que tenía en el cuerpo apenas lo dejaban respirar, hasta que finalmente el aparato se detuvo y oyó gritar a las azafatas:

— ¡Evacuación!

Hannibal le soltó entonces la mano, se desabrochó el cinturón y tirando de él, agarró su bolso, que había caído sobre sus piernas, y dijo:

— Vamos, quítate el cinturón. Hay que salir de aquí.

A partir de ese instante, todo ocurrió con rapidez. La tripulación abrió la puerta en modo armado, se desplegó una rampa y Hannibal, otras personas ayudaron a evacuar lo más rápidamente posible a los pasajeros. Cuando Will tocó con los pies el suelo de la pista del aeropuerto de Barcelona, las piernas le fallaron y si no llega a ser porque un bombero lo sujetó, se habría pegado un buen golpe.

Mareado por lo ocurrido, miró hacia atrás en busca del doctor, pero no lo vio. Intentó regresar al avión por él, sin embargo, no lo dejaron. La gente lloraba asustada y corría, al final, junto a otros pasajeros, lo metieron en un minibús y se los llevaron a todos de allí. Era de noche y cuando Will entró en el enorme terminal T4, donde no había nadie, observó uno de los relojes informativos y vio que eran las dos y cinco de la madrugada. Los pasajeros no habían sufrido ningún daño, pero allí había médicos preocupándose por su estado. No había ocurrido nada que no se pudiera remediar. Aún asustado, Will miró a su alrededor agarrado a su mochila. Necesitaba localizar a Hannibal, pero no lo encontraba. Lo último que supo de él había sido que lo había puesto sobre la rampa y lo había empujado para que bajara. Después lo había cogido el bombero y ahora estaba allí. Llegaron un par de minibuses más con otros pasajeros asustados. Unos reían, otros lloraban, otros aún estaban en estado de shock, y, a cada segundo que pasaba, Will era consciente de lo ocurrido, de que no había sucedido nada y de que allí estaba, vivito y coleando.

Angustiado, observaba a la gente que continuamente entraba en aquella zona, hasta que por fin lo vio. Allí estaba el mayor que buscaba y sintió un gran alivio. Sin quitarle los ojos de encima, vio que él se detenía, miraba a su alrededor y cuando lo vio, sonrió. Sin moverse, se miraron durante unos segundos, hasta que los dos, como atraídos por un imán, comenzaron a andar en la dirección del otro.

— ¿Lo ves? —dijo él cuando estuvieron frente a frente—. Todo ha salido bien.

Will sonrió. Con esto dudaba que volviera a querer subir a algún avión por un muy tiempo; entonces se tiró a su cuello, se abrazaron y murmuró mientras cerraba los ojos:

— Gracias... Gracias por haber estado a mi lado, siempre cuando lo necesito.

Encantado, entendiendo a lo que se refería por todos aquellos sucesos, lo estrechó entre sus brazos. Hundió su nariz en el cabello del joven y respondió aliviado por haber sido capaz de contener sus miedos:

— Lo mismo digo.

Así estuvieron unos minutos, hasta que un señor de barba blanca se presentó ante todos como el responsable de la compañía aérea y los informó de lo ocurrido y de las medidas que podían tomar mientras les entregaba unos papeles. Veinte minutos después, aquel mismo hombre, tras aclarar todo lo que se le había preguntado, les dio tres opciones:

la primera, llevarlos a un hotel para que pasaran la noche y coger un vuelo al día siguiente hasta Madrid o a Florencia; la segunda, coger esa misma madrugada vuelos directos a Madrid o a Florencia y la tercera, si alguien que fuera a Madrid y no quería volar, la compañía estaba dispuesta a pagarle un billete de tren o autobús hasta su destino.

— Uf... aún tengo el susto en el cuerpo —murmuró Will. Hannibal la entendió, pero con positividad dijo:

— Tranquilo. Llegaremos bien y sin problema.

— Eso espero.

Él sonrió. Minutos después, ambos optaron por elegir la segunda opción, con arto convencimiento de parte de Hannibal para que llegaran pronto a Florencia. Su vuelo saldría dentro de cinco horas y no tendrían que hacer escala en Madrid. Se sentaron en el solitario terminal a esperar y ya pasada una hora, unos operarios llegaron hasta la sala con varios carros llenos hasta arriba de bolsas, maletas pequeñas, chaquetas y les indicaron a los pasajeros que allí estaban todo lo que había en cabina y que lo recogieran en orden. Todos se agolparon en busca de sus cosas, y Hannibal, Will recuperó su chaqueta y por suerte, encontraron sus maletas. Reencontrarse con sus posesiones era maravilloso. Durante ese tiempo, Will y Hannibal después de un par de horas, los pasaron a otra sala de embarque, que estaba tan solitaria como la primera. Will miró el reloj de la pared y vio que eran las cuatro y doce de la madrugada. Todavía quedaban casi tres horas para que saliera su vuelo, por lo que él y Hannibal decidieron acercarse a uno de los locales abiertos y tomarse un café. Su charla continuó. Sólo hablaban de cosas banales sin querer profundizar en sus trabajos, puesto que este viaje trataba de olvidarse de aquello. De pronto, él se levantó y dijo:

— Voy al baño. Regreso enseguida.

Hannibal sonrió. Mientras él caminaba alejándose, lo observó. Fue encantador el nivel de confianza que tenía el joven. Pensó en su mirada, en su exquisito aroma, sabía de los sentimientos de William, su aroma había cambiado progresivamente haciéndolo más tentador, el solo imaginarlo en... Detuvo el tren de pensamientos, dejaría que las cosas transcurrieron con lentitud. Después de unos minutos cuando volvió el joven caminaron tranquilamente ya que el aeropuerto puso a su disposición un servicio de catering, pues deseaban tener a todo el mundo contento. Mirando los productos que allí se exponían, mientras Will cogía un sándwich, Hannibal escogió tan sólo un yogur. Hablaron tranquilamente. Cuando anunciaron por los altavoces el embarque del vuelo de ambos.

— Uf... estoy nervioso por meterme de nuevo en un avión.

Consciente de cómo se sentía tras lo ocurrido, Hannibal lo miró y, cogiéndole la cara entre las manos, dijo mientras clavaba sus oscuros ojos en los de él:

—Tranquilo. Todo va a ir bien estaré a tu lado.

Will asintió mientras sus mejillas se sonrojaron, se puso en pie y recogió su mochila de cuero. Hannibal se levantó con él para dirigirse hasta la puerta de embarque, detrás de ellos se cerró mirando por el pasillo vieron el cielo anaranjado.

(...)

Varios días después, en las pintorescas calles de Florencia, Will se encontraba admirando las bellísimos adoquines con los que estaban construidos los hogares junto a Hannibal que traía consigo una bolsa de papel con varios ingredientes para la cena de esta noche. El joven había sido sorprendido cuando tocaron tierra y el hogar que los esperaba, él había esperado un pueblucho, pero el médico siempre lo sorprendía.

Recordando la reacción en esa ocasión lo que Hannibal le había dicho:

Yo no llamaría a la Florencia del siglo XIV un pueblucho, pero este fue mi hogar en Italia cuando estuve de paso.

Puesto que era completamente deslumbrante. Cuando entró detrás de Hannibal y cruzaron el vestíbulo hasta una grandiosa y diáfana sala de estar, Will había adivinado perfectamente que el lugar iba a ser grandioso. Su espacioso piso tenía cristaleras que iban del suelo al techo, cubiertas por unas impresionantes cortinas de seda de un tono de rojo como la sangre. Desde los ventanales se veía el lado sur. Los suelos eran de madera noble, oscura, adornados con alguna alfombra persa, y las paredes estaban pintadas de color visón claro. Los muebles del salón parecían sacados del catálogo de Restoration Hardware. Destacaba un gran sofá de cuero color chocolate con remaches, con dos butacas a juego. Delante de la chimenea vio una otomana y otra butaca de terciopelo rojo de respaldo alto. Will se quedó mirando la butaca y la otomana con envidia. Era el lugar perfecto donde pasar una tarde lluviosa, tomándose una taza de té y leyendo su libro favorito. No él, desde luego. Las mujeres que podrían calentar la cama de este hombre.

La chimenea funcionaba a gas y encima, en vez de un cuadro, Hannibal había colgado un televisor de plasma de pantalla plana. En la sala había varias obras de arte, pinturas al óleo en las paredes y alguna figura sobre el mobiliario. Tenía piezas de vidrio romano y de cerámica griega que podrían estar en un museo y reproducciones de esculturas famosas, como la Venus de Milo o Apolo y Dafne de Bernini. La verdad era que allí había muchas esculturas, todas ellas de desnudos femeninos.

En la habitación de al lado, cerca de una mesa de comedor grande y formal, había un buffet de ébano que Will contempló con admiración. Encima, se veía un gran jarrón de cristal, una bandeja de plata labrada con varias licoreras llenas de bebidas ambarinas, una cubitera y copas de cristal anticuadas. Unas pinzas de plata completan la estampa. Estaban colocadas pulcramente sobre un montón de pequeñas servilletas de tela blanca con las iniciales H. L. S. bordadas. Resumiendo, el piso del doctor Lecter era estéticamente agradable, decorado con muy buen gusto, claramente muy, muy masculino. Ni compararse al pequeño hogar de Wolf Trap del oficial de policía.

Cuando vio su cuarto privado Will estaba por desmayarse el sitio de honor lo ocupaba una gran cama ricamente cubierta con sábanas y colcha, todo inmaculadamente blanco. A pocos pasos, otra puerta de cristal daba a la terraza, lo que permitía que la luz del sol se refleja en la cama. En uno de los cuartos de baños había una bañera parecida a la del hotel de Filadelfia, mientras que en el otro había una ducha y dos lavabos.

Will estaba enamorado de la gente, la historia, el lugar y la comida. Habían visitado varios restaurantes los cuales Hannibal conocía a los dueños.

Aún mantenía vivo el recuerdo de la noche anterior.

Hannibal lo guió hasta el restaurante con una mano en su espalda. Will y Hannibal pasearon tranquilamente por las calles adoquinadas. Desde el Palazzo Vecchio fueron al Palazzo dell'Arte dei Giudici, riendo y recordando su visita al museo. Iban despacio, porque recorrer Florencia no era fácil, por sus rústicas calles, Hannibal lo llevaba bien sujeto y eso le permitía caminar con seguridad. La ciudad no había cambiado mucho en el pasar de los siglos. El restaurante que Hannibal había elegido se llamaba Alle Murate. Estaba situado cerca del Duomo, en un edificio del siglo XIV que había albergado un gremio y tenía unos impresionantes frescos de la época en las paredes y el techo. Incluso había un retrato de Dante. Will se quedó abrumado por la belleza de las pinturas y se distrajo mirándolas mientras el maître los conducía a su mesa. Hannibal había reservado un rincón tranquilo en el altillo que dominaba la sala principal, justo debajo del techo abovedado. Era la mejor mesa, ya que permitía contemplar de cerca las imágenes medievales. Cuatro ángeles petrificados en las pinturas al fresco flotaban sobre sus cabezas. Will estaba exultante de felicidad.

— Es precioso. Gracias. No tenía ni idea de que existían estos frescos.

Él sonrió ante su entusiasmo.

— Y mañana será aún mejor.

Volviendo a la realidad, aún se encontraban caminando hasta el hogar del mayor, los cuales fueron recibidos por unas mujeres que siempre se encontraban sentadas en una pequeña butaca azul arremolinadas de Lirios, mientras alimentan a las aves, siempre que los veían pasar cuchicheaban para ellas y luego les sonreían como si nada, esto le parecía sospechoso al joven oficial.

Buongiorno. —Saludaron ambas damas.

Buongiorno. —Saludo Hannibal.

Más tarde en la cocina, Will cogió la taza y el jarrón, volviendo al comedor. Se sentó y, mientras bebía el café a sorbitos. Hannibal se reunió con él poco después, llevando el resto del desayuno y sentándose a su lado.

Buon appetito.

Will llegó a la conclusión de que se estaba alimentando mejor en casa de Hannibal que en toda su vida. Ante él había un plato de fruta fresca, otro de pain au chocolat y otro con rebanadas de baguette y trozos de queso. Distinguió entre otros, brie, mimolette y gorgonzola. Hannibal había decorado los platos con perejil y gajos de naranja. Levantó la copa con su cóctel y esperó a que él hiciera lo mismo.

— Son Bellinis, no Mimosas. He pensado que te gustarían más.

Después de brindar, Will bebió un sorbo.

«Sabe a melocotón burbujeante», pensó.

Estaba mucho más rico que el zumo de naranja.

— Esto se te da francamente bien.

— ¿El qué?

— Seducir a tus invitados con la comida. Estoy seguro de que las mujeres no quieren irse de tu mesa.

Él dejó el tenedor sobre el plato y se limpió los labios con la servilleta, mirándolo a los ojos.

— No suelo tener invitadas que se queden a dormir. Y mucho menos a desayunar.

— Oh. —Cambiando el tema inmediatamente—Oí anoche como tocabas el piano. Tocas muy bien.

— Estoy componiendo una canción. Espero que no te molestara.

— No, en absoluto. ¿Por qué has elegido lirios?

Fleur-de-lis —respondió, como si fuera obvio. Le sirvió el café con leche en una taza grande, al estilo parisino—. Y sé que el celeste es tu color favorito.

— Son lindas. —comentó él con timidez, pues sabía que no era común que a los hombres les gustan las flores.

— Me las regalaron Agustina y Loredanna.

— ¿Quiénes? —Preguntó, simulando su interés en saber por aquellas mujeres.

— Las damiselas que siempre nos saludan, ellas mismas.

Will hizo una nota mental de que debía darles las gracias.

Esa misma noche fueron a visitar al museo, aprovechando su estadía mientras había una exposición de artículos medievales. Mientras bebían vino de la Toscana y tomaban unos antipasti, muchas personas habían reconocido al médico, le preguntaron por su anterior estancia en Italia, dónde se había alojado y a qué se dedicaba. Will sintió la incesante necesidad de separarse del hombre, pues sabía que después de lo sucedido con Gideon, los medios de comunicación se habían vueltos locos por saber quién eran ellos dos y todo por ser quienes atraparon al Flautista de Hamelin, inclusive la infame Freddy Lounds había tomado fotos de Will mientras se encontraba hospitalizado invadiendo su privacidad, teniendo el descaro después de burlarse de él. Para cuando se alejó y se quedó contemplando las grandes vitrinas sintió una mano que se posaba en su espalda.

— Me disculpo por dejarte solo.

— Esta bien. —Will se alejó un poco, pues podía sentir los ojos en ellos— Eres alguien importante se puede entender.

— Tu también eres alguien importante, Will. Fuiste tú quien enfrentó a Gideon.

Desvió la mirada el joven. No queriendo arruinar la velada no volvieron a hablar sobre el tema, pero cuando salieron a las frías calles Hannibal se detiene.

— ¿Podrás soportar que demos un rodeo? El Duomo es precioso de noche.

Cuando él asintió, Hannibal lo condujo hasta la catedral para admirar la cúpula de Brunelleschi. Era uno de los grandes hitos de la arquitectura renacentista: una enorme cúpula cubierta de tejas, que se elevaba sobre la preciosa iglesia. Se acercaron a la puerta principal, que no quedaba lejos del baptisterio y levantaron la vista. Incluso de noche era impresionante.

— Que hermoso.

— Cierto que lo es.

Ambos varones admiraron el cielo estrellado, hasta que Will tembló ligeramente mientras se frotaba las manos heladas. Hannibal como el caballero que es, se le acercó y cogiéndolo de las manos le brindó calor, las mejillas del joven se sonrojaron furiosamente, pero no se alejó. Fueron hasta el Ponte Santa Trinità que desde allí contemplaron el Arno, iluminado por las luces de los edificios que se alzaban a lado y lado. Caminaron hasta la casa a paso lento, Will se encontraba acurrucado en el costado del mayor, ambos compartiendo el calor, las calles estaban desoladas a esas horas. El aire olía a jazmín.

Para la velada del día siguiente todo era mucho más tranquilo ya que ese día habían acordado en quedarse en casa, queriendo solo descansar, aunque Hannibal le había dicho a Will que por la noche tendrían una velada.

En el salón enfrente de la chimenea, el mayor había colocado grandes velas por los rincones. Su cálida luminosidad se unía a la luz de la luna que se filtraba por las cortinas. El aire olía agradablemente. Los cojines y la manta de cachemira sobre la alfombra eran muy tentadores. Había una botella de champán en una cubitera y, cerca, un plato de fresas bañadas con chocolate y otro con lo que parecía tiramisú. Por último, Will se dio cuenta de que sonaba You Don't Know Me de Michael Buble.

Will enderezó sus anteojos junto al puente y trató de distraerse. Las mejillas enrojecidas mientras se encontraba sentado enfrente de la chimenea comiendo unas fresas bañadas en un delicioso chocolate.

Más cuando la encantadora voz de Michael decía:

No, you don't know the one

Who dreams of you at night

And longs to kiss your lips

And longs to hold you tight

Su mente no paraba de dar vueltas en que esto parecía una noche romántica... no se podía comparar con las cenas anteriores puesto que esta tenía un aire casi íntimo.

Oh I'm just a friend

That's all I've ever been

'Cause you don't know me

Hannibal se apoyó en el marco de la puerta antes de ir hasta donde se encontraba Will, que yacía enfrente de la chimenea, lo observó. Parecía cómodo, de rodillas en el sofá, mirando el fuego flameante, como si fuera un cachorro. El mayor se acercó hasta donde se encontraba el joven y tomó asiento entre las mantas y cojines.

— ¿Te gusta?

— Si, y el chocolate está exquisito. —Sus mejillas aún se encontraban sonrojadas por la letra cuando justamente la canción dice:

I've let my chance to go by

The chance that you might

Love me, too...

— Me lo recomendó Mischa...

— ¿La canción? —lo vio asentir— Es muy hermosa, aunque yo no te veía como alguien romántico.

''You don't know me.'' —Le guiño un ojo para ver si lograba ruborizarlo más de lo que ya estaba— Aunque yo no me considero un romántico.

Para que justamente la canción diera su final con:

No, no, you'll never ever know

The one who loves you so well

you don't know me.

Hannibal le sonrió, recogió las copas y vertió el champagne en ambas. Sin dejar de sonreír, le ofreció una al joven, que rozando sus dedos en el cuello del vidrio lo hizo ruborizarse, esto no pasó desapercibido para el mayor, el cual se acomodó mejor entre los cojines. Fue una velada tranquila mientras la música continuó escuchando, eran melodías lentas. Las velas comenzaron lentamente a derretirse ya cuando la luz comenzó a ser tenue, Hannibal se levantó y extendiéndole su mano, preguntó.

— ¿Bailas?

— Yo... —Pero antes de que dijera algo se escucharon los primeros sonetos de It never entered my mind de Miles Davis, la misma canción con la que habían bailado.— Como poder negarme, cuando justamente nuestra canción está tocándose.

Encantado Hannibal lo guió hasta estar en medio de la sala, fue un baile lento y tranquilo, apoyando la cabeza sobre su pecho, Will escuchó en silencio el latido de su corazón y se movió de un lado a otro. Girando a William, haciéndolo reír, lo alineó con su cuerpo y le puso la mano en la cintura. No había necesidad de palabras esta vez. Mirando al joven, el agarre de Hannibal se apretó muy ligeramente.

Él realmente se veía impresionante. Ni siquiera era por su sencillo conjunto, era él. La forma en que sonreía o la sensación de su mano firme pero cálida en la suya, o inclusive sus ojos feroces que podían ver a través de las personas. Will por su parte se sentí que algo en su interior afloraba, porque cuando estaba con Hannibal, se sentía ... correcto estar con él.

Will apoyó la cabeza contra el hombro de Hannibal, cerró los ojos y suspiró en silencio. Esto era lo que él había deseado durante mucho tiempo. Y se sentía tan bien estar en los brazos de su compañero que se sentía cálido y protegido. El propio Aníbal apoyó su cabeza contra la cabeza del joven más pequeño, cerró los ojos también y sonrió en el momento íntimo que compartieron entre sí. Hannibal y Will de separaron, no del todo, pero lo suficiente como para mirarse y reírse ligeramente de la nueva canción. Todavía se estaban abrazando, pero sus rostros estaban tan cerca que Will podía sentir el aliento de Hannibal en su rostro.

— Yo... Gracias. —Sus ojos descendieron— Por todo.

— No es nada...

Hannibal inclinó suavemente hacia adelante para sellar la distancia entre ambos, pero Will apartó la cara.

— No... —Su voz era trémula.

— ¿Porqué? —Beso su sien, haciéndolo temblar— Tu como yo, deseamos tanto esto.

— Si...

— ¿Entonces...?

— Yo... no está bien. —Fue que finalmente Will lo miró a los ojos.— Que... Que dos hombres se amen o se deseen, no está bien. No es correcto.

Es cuando el hechizo finalizó, Will se apartó de los brazos cálidos de Hannibal para así abrazarse a sí mismo.

— ¿Quién te dijo eso? Tu padre —Lo último no había sido una pregunta, más bien una afirmación— Will, tú puedes ser libre de elegir quien amar y a quien no. Nadie debe decidir por ti.

— No, Hannibal... No está bien, es antinatural...

— No es antinatural, actualmente declararse ser Homosexual es algo normal.

Aníbal camino lentamente hasta el joven, extendido su mano hasta su mejilla, como vio que este no se aleja que inclusive se apoyaba en su tacto.

— ¿No soy entonces una aberración de la naturaleza? —Dice el joven con voz trémula.

Hannibal pudo ver en aquellos ojos años de conflicto, años donde fue denigrado y empequeñecido teniendo que reprimir su orientación sexual para satisfacer a alguien más, no poder salir de ese agujero...

— No, no lo eres. —Sonrío suavemente para darle tranquilidad— Eres alguien excepcional, de forma positiva por supuesto.

Fue entonces que sus labios se encontraron. El primer beso que compartieron fue efímero, cargado de emociones y no se volvió hablar de aquella vez en el avión, pero ahora podían saborear todos los detalles que pasaron por alto. Will no se alejó, y esto hizo que Hannibal se sintiera valiente para acercarlo más.

El mayor siempre pensó que Will tenía un aroma delicioso, muy único, y ahora podía disfrutarlo. Podía oler su sudor mezclado con su jabón y un ligero toque de champán, fue entonces aquel aroma exótico lo invadió, el aroma del chocolate negro, ámbar... el extracto más puro de oxitocina. Él saboreó su sabor, concentrado en cómo sus labios se sentían con los suyos:

húmedos, suaves, cálidos... Quería mantener cada detalle en su memoria. También estaba prestando atención a cada movimiento de Will, como sus dedos jugando con una de las curvas de su cabello. El joven gimió en su boca haciéndole temblar. Mantuvo uno de sus brazos alrededor de él, presionando sus cuerpos lo más cerca posible mientras el otro sostenía su rostro.

El beso no duró mucho tiempo, pero disfrutaron y absorbieron cada segundo. Rompieron el beso, no se alejaron, el joven colocó su cabeza sobre el hombro del mayor.

Él sonrió. Estaba dispuesto a lo que él quisiera, y entonces éste le acarició la cabeza y soltó:

— Pasa la noche conmigo. —su voz estaba cargada de pasión y amor.

Al oír eso, Will dejó de sonreír. Si lo hacía, si se despertaba a su lado, si disfrutaba de una noche con él, su mundo sería horrible, que opinaría sus compañeros, su jefe, su padre... el dudo en dar el paso para algo que ha estado reprimiendo durante muchos años; sobrepasado por los cientos de emociones que el doctor le despertaba, replicó:

—No... no puedo.

Hannibal lo contemplo y entonces apartándose de él, dijo:

— Esta bien. Pero hasta que no salgas de tu cascarón estaré aquí para ti.

Desconcertado por su seguridad, Will no respondió. Quería quedarse con él, dormir con él, despertar con él, ser feliz con él. Pero, solo se quedo callado y, dolido se dirigió a su habitación.

Hannibal por otra parte tomó la botella que habían estado bebiendo y la bandeja con los aperitivos de hace un momento comían para llevarlos a la cocina y dejar todo limpio para mañana.

A la mañana siguiente, cuando Will despertó en su cama, un extraño sentimiento de decepción y culpabilidad se apoderó en él.

Hannibal era fantástico, atento, paciente. Como hombre era increíble, y algo en él le decía que el sexo, sería prometedor.

Pero ¿qué estaba haciendo?



...

Me disculpo con todos ustedes, dejando esta historia por tanto tiempo parada... Pero, la universidad me tenía muy mal asique es por esto que me demore, apensar de que igual intentaba escribir arto, pero me pase po xD porque tuve que dividir en dos partes este final.  En el próximo tendrán su R+18 <3

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